1-Comienza el jugador.
2-Salto de turno al jugador: 48 horas.
3-Salto de turno al narrador: 72 horas.
Inosuke Dru-zan
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Akuma no mi
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Tras escuchar hablar al espadachín con Xandra, no podía evitar pensar en una única cosa: «¿Donde salir este flipado?». No dejaba de hablar de yokais y de kappas. Vale, era lo suficientemente listo para comprender que los kappas eras los hombres peces, aquellos que se autodenominaban gyojins... pero ¿y los yokais? ¿Era así como llamaban en aquella tierra a los piratas? Porque si era así, entonces éramos yokais de los pies a la cabeza.
Por el momento me daba un poco igual lo que había dicho el hombre. Podía llegar a entender lo del honor, aunque tenía ciertas discrepancias ideológicas respecto a sus almas, pero solía respetar esas cosas. Cada uno que creyera lo que daba la gana. Sin embargo, cuando se giró hacía mí y me contestó, su comentario resultó más molesto.
—¿Tú decir que no luchar y salvar pueblo por herida de guerra vieja? —Lo miré fijamente—. ¡Tú ser cobarde! Guerrero de verdad luchar hasta muerte. Y más para salvar pueblo suyo. ¡Cobarde!
Y su siguiente acción me demostró más que ninguna palabra lo cobarde que era. Lo había retado a un honorable duelo entre espadachines, uno contra uno. Yo podría haberle dado una orden a Kashi y lo hubiera devorado antes de que gritara «cerdo», pero no lo hacía porque no era ningún hombre deshonroso. Y a pesar de todo sacó una pistola de entre sus ropajes y disparó con una resolución encomiable. Aquel hombre no dudaba a la hora de matar.
El proyectil atravesó el aire como una flecha, directo hacia mi pecho. Casi sin tiempo para reaccionar, moví con presteza a Colmillo de Lobo para interceptar la bala, buscando partirla en dos o, al menos, desviarla para que no me dañara.
—No existir ser más cobarde que atacar rival sin avisar. ¡Y con arma de fuego! —Su actitud empezaba a molestarme, mucho. Antes mis únicos motivos para derrotarlo eran hacerme con el control de la villa y porque parecía fuerte, al menos más que los demás, pero ahora que había conseguido enfadarme tenía la necesidad de darle una soberana paliza. No me iba a dejar vapulear por una gallina pusilánime miedosa—. Yo retar, por tu honor de hombre-espada, a duelo uno contra uno, solo espadas.
Y entonces ataqué. Lancé una onda cortante contra el samurái, tras la que corrí para llegar a su posición. En mitad de la carrera estaría pendiente de sus movimientos para poder defenderme de algún que otro disparo furtivo si llegaba a darse la ocasión y, en cuanto lo alcanzara trataría de cortar por la mitad su arma. Si no quería sacar su espada, le obligaría.
Por el momento me daba un poco igual lo que había dicho el hombre. Podía llegar a entender lo del honor, aunque tenía ciertas discrepancias ideológicas respecto a sus almas, pero solía respetar esas cosas. Cada uno que creyera lo que daba la gana. Sin embargo, cuando se giró hacía mí y me contestó, su comentario resultó más molesto.
—¿Tú decir que no luchar y salvar pueblo por herida de guerra vieja? —Lo miré fijamente—. ¡Tú ser cobarde! Guerrero de verdad luchar hasta muerte. Y más para salvar pueblo suyo. ¡Cobarde!
Y su siguiente acción me demostró más que ninguna palabra lo cobarde que era. Lo había retado a un honorable duelo entre espadachines, uno contra uno. Yo podría haberle dado una orden a Kashi y lo hubiera devorado antes de que gritara «cerdo», pero no lo hacía porque no era ningún hombre deshonroso. Y a pesar de todo sacó una pistola de entre sus ropajes y disparó con una resolución encomiable. Aquel hombre no dudaba a la hora de matar.
El proyectil atravesó el aire como una flecha, directo hacia mi pecho. Casi sin tiempo para reaccionar, moví con presteza a Colmillo de Lobo para interceptar la bala, buscando partirla en dos o, al menos, desviarla para que no me dañara.
—No existir ser más cobarde que atacar rival sin avisar. ¡Y con arma de fuego! —Su actitud empezaba a molestarme, mucho. Antes mis únicos motivos para derrotarlo eran hacerme con el control de la villa y porque parecía fuerte, al menos más que los demás, pero ahora que había conseguido enfadarme tenía la necesidad de darle una soberana paliza. No me iba a dejar vapulear por una gallina pusilánime miedosa—. Yo retar, por tu honor de hombre-espada, a duelo uno contra uno, solo espadas.
Y entonces ataqué. Lancé una onda cortante contra el samurái, tras la que corrí para llegar a su posición. En mitad de la carrera estaría pendiente de sus movimientos para poder defenderme de algún que otro disparo furtivo si llegaba a darse la ocasión y, en cuanto lo alcanzara trataría de cortar por la mitad su arma. Si no quería sacar su espada, le obligaría.
Toshio sonríe cuando partes la bala, aunque puedes notar que entrecierra los ojos con cierta suspicacia, como si en parte no se lo creyese pero lo estuviera disfrutando. Frente a tu pregunta, levanta su kimono y puedes ver una muy ornamentada pierna de madera, aunque posee extraños mecanismos un tanto arcaicos que le permiten moverla. Eso tiene que ser creación de algún brujo.
- Lo cierto es que un día perdí de vista mis pies.
Por algún motivo parece que, entre la gente cercana, surgen risas, como si fuese una clase de referencia a un número musical del que no fuiste partícipe en algún momento del pasado. El caso es que te lanzas a por él, y durante unos segundos se queda observando la onda cortante sin hacer nada, hasta que mientras ya estás a la carrera, le escuchas murmurar:
- Clamor del clielo -recita, bajando la espada hasta que la punta casi roza el suelo-. Sol de oro entre las nubes...
Corta a la mitad tu onda, y en el mismo movimiento detiene tu espada con aparentemente poca dificultad. Tras eso, te sonríe.
- Parece un huevo -completa, soltando la pistola y tratando de darte un puñetazo en la cara casi al instante, dirigido al ojo. Con ello, da un salto atrás-. ¡Nadie recita haikus como Toshio!
- Lo cierto es que un día perdí de vista mis pies.
Por algún motivo parece que, entre la gente cercana, surgen risas, como si fuese una clase de referencia a un número musical del que no fuiste partícipe en algún momento del pasado. El caso es que te lanzas a por él, y durante unos segundos se queda observando la onda cortante sin hacer nada, hasta que mientras ya estás a la carrera, le escuchas murmurar:
- Clamor del clielo -recita, bajando la espada hasta que la punta casi roza el suelo-. Sol de oro entre las nubes...
Corta a la mitad tu onda, y en el mismo movimiento detiene tu espada con aparentemente poca dificultad. Tras eso, te sonríe.
- Parece un huevo -completa, soltando la pistola y tratando de darte un puñetazo en la cara casi al instante, dirigido al ojo. Con ello, da un salto atrás-. ¡Nadie recita haikus como Toshio!
Inosuke Dru-zan
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La pierna del individuo era muy extraña, casi tanto como la reptiliana cola rosada de Xandra. ¿La había perdido y le habían puesto un sustituto de madera? Aún así, no era excusa para huir del combate. Con cada acción suya, demostraba ser más cobarde.
Las espadas se cruzaron. La mía fue detenida con una facilidad asombrosa, aunque lo que más me sorprendió fue la poesía que estaba recitando el espadachín. Parecía estar hablando de algo profundo, casi con un significado oculto, pero lo del huevo no tenía sentido. ¿Hablaba del sol? ¿De la luna? No lo sabía, pero no era momento para recitar cosas sin sentido.
Entonces vi venir el puñetazo. No logré cortar su arma, pero la soltó y lanzó un golpe directo a mi cara. Tras él, el murmullo de los aldeanos, riéndose, sin sentido aparente. ¿Acaso aquello les parecía un chiste? Porque a mí no. Yo me lo estaba tomando en serio. Quería derrotarle, ganarme el respeto y el control del pueblo y así ayudar a Katharina con su causa. Pero no me iba a amedrentar por estar rodeado de imbéciles.
—Cerdo parecer, mono no ser —dije, a modo de sorna. Contraatacar al puñetazo parecía molesto; aquel hombre era fuerte, pero aquello no me asustaba. Había luchado contra auténticos monstruos y era capaz de adaptarme a cualquier situación. En vez de ir de frente, realicé una voltereta hacia atrás apoyándome en la mano libre. Si conseguía evadir el golpe, buscaría su brazo descubierto con las piernas, lo sujetaría tan fuerte como pudiera y lo arrastraría conmigo en la voltereta lanzándolo contra el suelo—. ¡Nadie cazar como Inosuke!
Si había conseguido derribarlo, saltaría sobre él con la espada apuntando hacia el suelo para ensartar un brazo suyo y dejarlo anclado a la tierra. Cuanto antes terminara con aquello, mejor.
Las espadas se cruzaron. La mía fue detenida con una facilidad asombrosa, aunque lo que más me sorprendió fue la poesía que estaba recitando el espadachín. Parecía estar hablando de algo profundo, casi con un significado oculto, pero lo del huevo no tenía sentido. ¿Hablaba del sol? ¿De la luna? No lo sabía, pero no era momento para recitar cosas sin sentido.
Entonces vi venir el puñetazo. No logré cortar su arma, pero la soltó y lanzó un golpe directo a mi cara. Tras él, el murmullo de los aldeanos, riéndose, sin sentido aparente. ¿Acaso aquello les parecía un chiste? Porque a mí no. Yo me lo estaba tomando en serio. Quería derrotarle, ganarme el respeto y el control del pueblo y así ayudar a Katharina con su causa. Pero no me iba a amedrentar por estar rodeado de imbéciles.
—Cerdo parecer, mono no ser —dije, a modo de sorna. Contraatacar al puñetazo parecía molesto; aquel hombre era fuerte, pero aquello no me asustaba. Había luchado contra auténticos monstruos y era capaz de adaptarme a cualquier situación. En vez de ir de frente, realicé una voltereta hacia atrás apoyándome en la mano libre. Si conseguía evadir el golpe, buscaría su brazo descubierto con las piernas, lo sujetaría tan fuerte como pudiera y lo arrastraría conmigo en la voltereta lanzándolo contra el suelo—. ¡Nadie cazar como Inosuke!
Si había conseguido derribarlo, saltaría sobre él con la espada apuntando hacia el suelo para ensartar un brazo suyo y dejarlo anclado a la tierra. Cuanto antes terminara con aquello, mejor.
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