De pícaros y reinas [Privado][Pasado]

Illusia era una isla tremendamente pequeñita, pero con una bonita peculiaridad: sabían dar buenas fiestas. Una vez al año, toda la gente del lugar reducía sus quehaceres a lo imprescindible y se dedicaban a la juerga durante tres días y tres noches. Bailes, alcohol, relatos de proezas improbables. Buena comida, nuevas pasiones y trucos de armario y de chistera. Lo tenían todo y durante ese tiempo, mirases a donde mirases, había alguien pasándoselo bien.

Aki había descubierto estas fiestas por casualidad años atrás y se había dado cuenta con poco margen de que estaba relativamente cerca como para acudir este año. Se había apresurado a colocar el rumbo en el Loreley y a cambiar el velamen para que pasara un poco desapercibido. Era una isla pequeña, pero seguía estando afiliada al Gobierno Mundial y no costaba nada ser precavida. Una vez allí, entre el caos, nadie notaría a una pelirroja bajita. O al menos, eso esperaba.

Sin embargo, llegó algo antes de tiempo. Todavía estaban con las preparaciones y la emoción bullía en el aire. Mirase a donde mirase, todo era luz y color, decoraciones siendo colgadas y deliciosos olores empezando a llenar el ambiente. Sabía que todo estallaría una vez el sol bajase, pero para eso todavía quedaban un par de horas.

Decidió dar un pequeño paseo por la calle principal para matar el tiempo antes de que llegara lo bueno. Se paró en cada puesto, admirando la joyería del lugar, hecha con dedicación si bien no con demasiado buen gusto. Había trajes y exhibiciones de diferentes tipos. Al final de la calle, sin embargo, había algo que le gustaba mucho más. Teatro. Un circo ambulante estaba representando una versión de Melina y el Gigante Pirata. La recordaba de sus propios días en los escenarios móviles y no dudó en acercarse aún más para disfrutarla. No era una obra espectacular, pero le daba algo de nostalgia. No podía evitar preguntarse si Akon y los demás todavía la tendrían en el repertorio. Ella solía utilizarla para vagabundear entre el público toqueteando carteras, porque los efectos especiales daban bastante pie a ello.

Lo que no esperaba era que a mitad de la función uno de los artistas decidiera invitarla a participar.

-Y tú, ¡Oh bella presa! ¡Te quedarás aquí hasta que las manzanas doradas del jardín de Menos se pudran y retuerzan!

Claramente habían hecho un par de cambios curiosos al guión. Sin embargo, incapaz de contener la sonrisa, tomó la mano del desconocido y subió al escenario.

-¡No, por favor! ¡Debo salir de aquí y vengar a mi madre, sin ella esas manzanas nunca habrían existido, ni todas sus bondades!

Vale. Lo cierto era que el guión malo era, como mínimo, divertido. Exagerando los gestos y haciéndose la dolida, se lo estaba pasando en grande. Desde luego las fiestas de Illusia nunca le decepcionaban.

Aquel día su pelo era rojo intenso. Se encontraba dando unos últimos toques a su maquillaje frente al espejo, añadiendo como siempre aquella lágrima y aquella estrella bajo sus ojos. Tras él, desde fuera de la tienda pues no cabía por la puerta, se encontraba Dmitra Burdukovsky, la dueña del circo. Medía unos cuatro metros y vestía con un elegante vestido blanco que, en un marcado escote, destacaba su generosa delantera. Su tez era blanca, como si nunca hubiese visto la luz del sol, contrastando aún más sus labios del color de la sangre. Sobre su cabeza descansaba un sombrero negro de ala muy ancha, que casi podría taparle la cara en el ángulo correcto.

—¿Por qué siempre tienes algo en contra de mis espectáculos, joven Jester?

El arlequín remarcó ligeramente aún más su sonrisa cuando terminó de pintarse los labios, dejándolos como siempre brillantes. Con los ojos algo entornados miró a Dmitra desde el interior de la tienda y se levantó. Iba vestido con una larga levita de mago de color granate que brillaba como si estuviese cubierta de lentejuelas. Una enorme rosa roja descansaba en el pecho de la levita y, bajo aquella chaqueta, llevaba su atlético torso al desnudo. Sus pantalones brillaban tanto como su levita y llevaba unos zapatos rojos de tacón. Cogió de la mesita una máscara que cubría medio rostro y se la puso, junto a una chistera a juego con la levita.

—Tengo algo en contra de ellos cuando no van sobre mí, cariño. ¿Qué te parezco?

—Fabuloso y llamativo, como siempre. ¿Y dices eso a pesar de que tienes un papel en la obra? Un papel que ni siquiera existe en la obra original, déjame recordártelo. Creado tan solo para poder tener a mi mejor mago en el escenario.

—Tú si que sabes como encandilarme, cielo... Si no me equivoco, mi momento ya llega, así que... Si me permites...

Dmitra se apartó y dejó al arlequín salir de la tienda. Con su eterna sonrisa, caminó hacia la parte trasera del escenario e hizo su entrada. El escenario se llenó de humo de golpe mientras una música de guitarra y palmadas llenaba el lugar. Cuando el humo se disipó, allí estaba el mago, con los brazos alzados hacia el cielo. Con elegancia los bajó, igual que su mirada, para ver a la chica que habían cogido del público. Una muchacha pelirroja. Su sonrisa se ensanchó. El mago dio un paso hacia delante, estilizado por los tacones y su forma de caminar. Acercó una mano a la muchacha y dio un giro con esta, haciendo aparecer de golpe tres cartas en ella.

—Mi nombre es Fae y soy la reina de las hadas —hizo un movimiento de dedos y una de las cartas desapareció. Acercó la mano a la pelirroja con la intención de que cogiese una de las dos cartas restantes—. ¿Podría tener vuestro nombre?

Las cartas que quedaban eran arcanos del Tarot. Una era el Bufón y la otra la Emperatriz. Tal como había reescrito Dmitra la obra, dependiendo de que carta sacase la voluntaria del público, la obra tendría un final u otro. Le gustaban ese tipo de parafernalias.

Tenía que reconocerlo; tenía estilo. Reconocía a kilómetros a alguien bien cuidado y el hombre que tenía enfrente había pensado todos y cada uno de los detalles de su apariencia, desde la ropa hasta el peinado y el maquillaje. Se entrelazaban en una compleja combinación que le hacía parecer, simplemente, atractivo. Y de atractivos, Aki sabía mucho.

Sonrió con travesura entre el humo, antes incluso de que se girara hacia ella. Una cosa eran actores del día a día, pero ese hombre era algo más, ¿no? Un artista. Alguien que se entregaba por completo al espectáculo y a la maravilla. Por un momento sintió nostalgia de sus propios días en el escenario, pero el presente no tardó en arrancarla de su ensoñación.

Giró con él con gracia y soltura, siguiendo el movimiento que tendía su mano y dejando caer su capa en el proceso, revelando un largo vestido rojo. No era ni de lejos lo mejor de su vestuario, pero no hacía falta. Toda ella era hermosa y se quedó mirando con atención las cartas en la mano del mago.

Contuvo una risa. No conocía el truco, pero sí las leyes por las que se seguía. Echó un vistazo a la persona que tenía en frente y decidió que bien podía divertirse un poco. En cuanto la carta desapareció, una mano de la pirata se acercó a las dos restantes, mientras se cubría la boca con la otra. Estaba verdaderamente sorprendida, o al menos lo aparentaba.

¿Podría tener vuestro nombre? No, claro que no. Era una obra y un juego, pero conocía las normas y si las rompía, todo perdería la gracia. De darle su nombre, tendría completo poder sobre ella. Más aún en este caso en concreto, siendo ella alguien buscada por la justicia, pero eso era un mero detalle que no tenía que ver con lo verdaderamente importante.

Tenía la tercera carta. Los juegos de manos eran una de sus disciplinas favoritas y sustraerla con delicadeza en su paso camino al olvido por los dedos del mago había sido tan sencillo como hacerse con una cartera descuidada o recuperar uno de sus cuchillos. La suavidad personificada, un roce y de repente, la pieza en falta obraba en su poder. La sacó y la sostuvo a frente a su cara, algo ladeada para que no le tapase, pero todo el mundo pudiera verla. Irónicamente, el arcano del diablo saludaba a todos los presentes. La sonrisa de la súcubo no pudo sino ensancharse.

-Puedes llamarme Alondra.- Dijo alegremente, sin confirmarle que fuera su verdadero nombre. Definitivamente, no lo era.

La sonrisa del arlequín se ensanchó ligeramente, dejando sus ojos un poco más cerrados al moverse los músculos de su rostro. Jester siempre tenía un ligero cosquilleo cada vez que conocía a alguien interesante. Alguien con talento, habilidades y capacidades superiores a las de cualquier otro, ya fuesen físicas o mentales. Esa chica había sido capaz de quitarle el arcano oculto en un juego de manos que él no notó. La rabia por haber sido superado no tardó en convertirse en genuino interés y una excitación... peculiar. Como siempre que conocía a alguien que parecía marcar todas sus casillas de preferencias. Claro que él prefería a los hombres, pero... el potencial no tiene género.

Se echó un poco hacia atrás cuando la pelirroja mostró el arcano del diablo. Con un rápido movimiento, los otros dos arcanos desaparecieron entre sus dedos. Se pasó una mano por delante de la cara y la media máscara que llevaba desapareció, para asombro del público. El arlequín se quitó la chistera y dio una grácil reverencia.

—Pocos ven a través de la mentira y el engaño. Habéis engañado al mismo diablo y con ello os habéis ganado su favor.

Fue entonces cuando oyó varios cuchicheos en el público. Aquello no era sorpresa era... ¿confusión? Fue entonces cuando se dio cuenta de que tenía un peso inesperado en la cabeza. Tras quitarse la chistera había dejado en su lugar a Houdini, el pequeño conejo blanco de ojos rojos, la mascota más querida de Jester, mirando a la pelirroja mientras movía las mejillas. Aquel animal siempre aparecía cuando menos se le esperaba y no tenía otra salida que improvisar su presencia. Cogió al conejo y se lo tendió a la pelirroja.

—Llévate a Belcebú. Cuando necesites mi favor, él sabrá que hacer.

La sonrisa de Aki se afiló mientras veía su media máscara desaparecer… como por arte de magia. Era rápido y elegante, cualidades absolutamente necesarias en un buen mago. Daba gusto verlo. Todavía más retarlo. Asintió a su paripé con una mezcla entre delicia y risa, agarrando al conejito blanco entre sus brazos con tranquilidad. ¿Belcebú, eh?

-Descuida, entre parientes nos entenderemos.- Comentó en voz baja con inocencia mientras acariciaba las orejitas del animal. Con su pelito bien cuidado y sus ojitos rojos, era definitivamente adorable. A continuación, se giró hacia el público y enseñó bien al conejito.

-¡Gracias a este regalo del mismísimo diablo, seré capaz de vengar a mi madre y salvar las Manzanas Doradas!

El público aplaudió. La obra había terminado, con un final feliz. No había telón, pero los actores no tardaron en desaparecer tras la cortina trasera. La pelirroja bajó del escenario todavía con una sonrisa en los labios, recuperando su capa por lo que pudiera pasar.

-Supongo que es hora de devolverte.- Comentó acariciando la frente del animalito. Belcebú exigió más caricias y la sonrisa de la pirata se ensanchó.- Aunque no voy a negar que me duela.

Dio la vuelta al lugar, en busca del carromato adecuado. Algo le decía que distinguiría a la primera cuál era el que le interesaba y así fue. Al fin y al cabo, era el único decorado con un mínimo de gusto. Se dirigió allí con paso firme y tocó dos veces en la puerta. La abrió despacio, tras haberse anunciado, conejito en mano y sonrisa en la cara.

-Esa ha sido una actuación impresionante, he de admitirlo.

No mentía. Le apasionaba el teatro y siempre tenía tiempo de halagar a quien hacía algo más que entretenerla con mediocres copias de guión. La actuación de este hombre rebosaba pasión e improvisación; dos de sus elementos favoritos. Se merecía alguna que otra palabra bonita.

-Creo que este pequeño te pertenece.- Comentó, tendiéndole a Belcebú sin dejar de hacerle carantoñas con una mano.

Tras terminar la obra no tardó en llegar de nuevo a su tienda. En cuanto entró, encendió el tocadiscos empezando una suave melodía de guitarra clásica propia de la alejada isla de Dressrosa. Se preguntó si alguna vez el circo se aventuraría en el Nuevo Mundo para llevar el espectáculo a los reinos más alejados y salvajes del mundo. Aunque... cada día que pasaba se convencía más de marcharse por su cuenta a buscar nuevas emociones... Conocer personas interesantes... Como la chica pelirroja de la función. Antes siquiera de que pudiese empezar a quitarse el maquillaje de la función, la susodicha apareció por la entrada llevando a Houdini con ella. El arlequín la miró con su ya eterna sonrisa.

—Gracias —dijo extendiendo el brazo. El conejo saltó hasta el mismo, trepó hasta su hombro y pasó por detrás de su cabeza... aunque nunca llegó a salir por el otro lado —. No te preocupes si ahora no lo ves, tiene la costumbre de alardear con sus... trucos de escapismo. Puede llegar a ser mejor mago que yo... Aunque no es el único, ¿cierto? —sus ojos se entrecerraron ligeramente mientras se sentaba y señalaba otra silla invitándola a sentarse a ella también—. Me llaman Jester el Magnífico, aunque mi nombre es Alessandro. Ni siquiera me di cuenta cuando me quitaste la carta. ¿Tú también te dedicas al espectáculo?

Mientras decía eso último, sacó su baraja completa del tarot y la barajó. Al terminar sacó la carta que estaba en lo más alto y la miró, sin enseñársela. La Sacerdotisa, con un libro en las manos y una dorada corana en su cabeza, descansaba sentada en un trono. Miró a la pelirroja un instante. La Sacerdotisa era una figura femenina que denotaba gran poder. La diferencia con la Emperatriz, es que la Sacerdotisa indicaba también madurez, un largo camino a sus espaldas, una vida extensa y llena de experiencias. Una mente anciana y sabia en un cuerpo joven y hermoso. Todavía con su sonrisa, colocó el arcano bocarriba en la mesa esperando su respuesta.

El atractivo arlequín le dejó pasar, indicándole una silla para que se sentase. Eso hizo, mientras miraba divertida cómo Houdini trepaba por su brazo para desaparecer detrás de su cuello. Al escuchar las palabras de Jester, su sonrisa traviesa se ensanchó mientras contenía una carcajada.

-Descuida, lo comprendo. Podría decirse que de escapismo conozco un truco… o dos.

No era mentira. Aunque llamarle truco de escapismo a huir de Impel Down a lo mejor era rizar un poco la realidad. No más que a fingir su muerte o a escapar de su propia mente, por otro lado. Pero en ese caso había acabado encontrándose, así que no podía considerarse un éxito. Oh, bueno. Dos aciertos, un fallo que no lamentaba. No era una mala puntuación. Además, todo el mundo sabía que el escenario era la casa de la exageración.

Le miró con cautela e intriga. Alessandro. Se deslizaba por la lengua con la sutileza de un beso, mucho más discreto que el alegre Jester. Le agradaba. Hablaba mucho de su dueño, quien parecía tremendamente… curioso. La pirata volvió a sonreír mientras se echaba hacia atrás en la silla, relajada.

-Mi nombre es Aki D. Arlia. Liante de vocación, pirata de profesión. Podrías decir que toda mi vida es un buen espectáculo.

No sabía si le reconocería o no, si habría oído hablar de ella o el nombre caería vacío en sus oídos. Poco importaba, en realidad. Su estampa a sus ojos se creaba en el presente, segundo a segundo y palabra a palabra.

Miró de reojo la carta colocada en la mesa. La Sacerdotisa. Mujer santa, fuerte, experimentada. Recta y decidida, un ejemplo a seguir y una líder por la que valía la pena sacrificarse. Su sonrisa se volvió un tanto melancólica. Le halagaba, pero su baraja estaba incompleta y por lo tanto, su historia también.

-No puedes tenerla a ella sin tenerle a él, ¿no crees?

Le devolvió el arcano del diablo, colocándolo bocarriba junto a la Sacerdotisa. Eran una pareja extraña, los colores contrastaban. Y pese a ello, era lo que más se le ajustaba. Pero a ella ya se conocía, ¿qué había de él? No había forma de que fuera solo el Loco. Sabía lo suficiente como para entender que una sola carta no bastaba para descubrir a una persona. Y él tenía toda la baraja en sus manos.

-De todas formas,- comentó con tranquilidad.- es cierto que me dediqué al espectáculo a tiempo completo en el pasado. Viajaba con la troupe de Akon, por todo el Red Line. Eran buenos tiempos, la verdad. Me ha alegrado ver una versión nueva, fresca, de una obra que ya casi tenía olvidada. Tienes mucho talento.

Actuó con leve sorpresa cuando la señorita Aki D. Arlia le tendió el arcano del diablo, colocándose una mano con delicadeza frente al pecho. Con un grácil movimiento cogió la carta y la miró durante unos segundos. Siempre le había fascinado el arte que acompañaba al diablo en aquella carta. Una criatura de aspecto humano, pero su inhumanidad podía notarse en su mirada. La Madame de la troupe siempre le había dicho que si algún arcano le representaba a él, ese era. Siempre se había preguntado si eso era cierto.

La Madame era una mujer inteligente y con una falsa calidez que resultaba bastante fría, alguien muy difícil de engañar. Siempre que ella lo miraba tenía la sensación de que ninguno de sus engaños le había funcionado con ella, por mucho que fingiese que sí. Sus actos bien podrían ser llamados "de mala fe" por otras personas, cosa que tal vez si le ameritaba el Diablo como arcano personal. Pero... ¿Era aquello de verdad subjetivo? Sus actos nunca le habían provocado ningún mal ni remordimiento. Claro, el anterior Jester murió a sus manos, pero... Él le amaba. Estaba seguro de que sabía que su muerte hacía feliz a Alessandro. De no ser así... ¿Por qué iba a dejarse estrangular?

Colocó de nuevo el arcano en la baraja, dedicando una mirada con su ya icónica sonrisa a la atractiva mujer. Le había dicho su nombre y... lo cierto es que le sonaba. Su gusto y deseo personal por las personas fuertes le había hecho inspeccionar los carteles de Se Busca, puede que con la intención de encontrar a un nuevo compañero de juegos. Al menos hasta que decidió que tal vez era mejor buscar a alguien con el potencial de convertirse en alguien poderoso y ayudarle por el camino. Las personas que ya estaban en lo más alto... Serían inaccesibles para él.

—La verdad es que llevo un tiempo envidiando la vida del pirata —dijo colocando con delicadeza una de sus afiladas y bien cuidadas uñas en el arcano de la Sacerdotisa—. La vida del artista ambulante es... interesante, claro, pero... empieza a aburrirme un poco. ¿Es cierto que en el mar se viven las mejores y... más fogosas emociones?

Era una buena pregunta. Durante unos instantes, no supo que decirle.

-Ah… ¿tú crees?

Dejó que sus ojos vagaran por el camerino, mirando con algo de añoranza el maquillaje para escenarios y los diferentes trajes. Cada detalle le convencía más y más de que el hombre tenía buen gusto. Aunque claro, para entender eso también bastaba con mirarle a él. Y a como la miraba a ella.

Sabía de dónde venía esa pregunta. Aki también se la había hecho en su día y eventualmente era lo que le había llevado a hacerse a la mar… y a todo lo que había sucedido después. ¿Aventuras? Sin ninguna duda.

-Las mejores aventuras…- comenzó, tentativamente- suceden en tierra, pero rara vez en la propia.

Suponía que tenía su sentido. Rodeado de lo conocido y de expectativas para el día a día, incluso tan cambiante como era el de un artista ambulante, era complicado darse a menesteres que se salieran de lo habitual. Las consecuencias, buenas o malas, eran claras y las oportunidades se emborronaban entre los deberes y la rutina.

Lejos de casa, sin embargo, había un mundo de posibilidades. Tierras desconocidas, gente nueva y apasionante, mil historias por explorar. Ella una vez había creído que conocía todos y cada uno de los cuentos habidos y por haber. Era la reina del escenario, pero pronto entendió que hasta el telonero de allende los mares sabía más que ella.

-También es posible que se deba a que yo soy una pésima navegante, claro.- Añadió con una sonrisa.- Me gusta el mar como al que más, pero disfruto muchísimo más de descubrir lugares nuevos.

Era posible que lo bonito del viaje fuera precisamente viajar, pero mentiría si no dijera que siempre le había atraído más el destino del trayecto, fuera el que fuera. Azul sobre azul no favorecía a nadie, aunque suponía que la cosa cambiaría si fuera capaz de sumergirse. No era el caso.

-De todas formas, qué pregunta tan inútil.- Lo era. También lo había sido cuando ella se la había hecho.- Si estás pensando en ello es que ya lo has decidido, ¿no es así? Cualquier respuesta que te diera tan solo serviría para confirmártelo.

Sin embargo, aunque para hacerse a la mar no necesitabas más que un barco, para correr aventuras no bastaba con eso. Se echó hacia atrás en la silla y se estiró con calma, todavía sonriendo.

-¿Qué es lo que quieres, Jester? Si no lo sabes, dará igual que estés aquí o en el confín del mundo. Quien no busca… no puede encontrar.

Barajó las cartas del Tarot mientras meditaba. ¿Qué es lo que quería? Aquello era algo que siempre había creído que sabía con exactitud. Claramente, quería a otro Jester. No una copia de si mismo, sino a alguien que le haga sentir aquello que le hizo sentir el anterior Jester, su maestro, su antiguo amante. Asesinarlo fue la mayor expresión de su amor y lujuria, siendo aquella la primera vez que había ejercido su poder sobre otros hasta ese extremo. ¿Quería a otro Jester para matarlo? No matarlo nada más empezar, claro, aquello mataría toda la diversión. La muerte era el acto final de violencia, dolor y placer, debía estar en lo más alto.

¿Tendría que acostarse con esa nueva persona como hizo con el anterior Jester? No tenía por qué. Podía encontrar ese tipo de placeres fuera de aquella relación, y en abundancia además. No, no necesitaba que esa otra persona le correspondiera el amor. No necesitaba sentirle carnalmente, tan solo... Mantenerse a su lado, dándole la más poderosa esperanza, ayudándole a llegar hasta lo más alto... Tan solo para dejarle caer en el último momento, haciéndole caer hacia los más profundos pozos de la desesperación y el fracaso...

Tenía un dedo posado sobre la carta que estaba encima del todo en la baraja. La cogió, ya imaginando que carta era, siendo aquella que representaba con exactitud lo que buscaba. Colocó en la mesa el arcano del Rey, que descansaba en su trono con la brillante corona posada en su cabeza. Dio un par de golpecitos en la carta con su afilada uña.

—Amé una vez. Él me enseñó todo lo que sé sobre la vida del circo y el espectáculo. Era hermoso, ¿sabes? Mayor que yo, más experimentado, más... más Jester que yo. Nos amamos. Le di todo lo que tenía y él me dio todo lo que tenía. Y como resultado... se fue. Supongo que busco eso otra vez. Otro rey al que amar, al que desear... Otro rey que me ame y me desee... Otro rey al que dárselo todo y que me lo de todo. ¿Lo ves siquiera posible?

De repente, todo pareció tomar un giro íntimo. Él seguía barajando las cartas y parecía estar pensando en algo. Colocó el arcano del rey sobre la mesa y le dio un par de golpecitos. Aki se lo quedó mirando con una media sonrisa.

Empezó a hablarle de lo que buscaba y la pirata le escuchó con atención. Había algo en su discurso que resultaba inquietante. Una nota discordante en medio de la melodía, algo oculto entre las bellas palabras y la declaración de amor. ¿Buscaba repetirlo todo, final incluido? Ah, no lo sabía. Tampoco era asunto suyo. En historias de amor y corazones, no era la más incluida para dar consejos y la pirata lo sabía. Pero había algo de lo que estaba segura.

-Creo que es posible. El amor es volátil, un juego de azar, pero también de estadística y esta juega a tu favor. Cuanta más gente conozcas, más probabilidades tendrás de encontrar a tu siguiente Romeo.

Era la verdad, más todavía considerando que el chico no parecía haber salido del mar en el que estaban, quizá incluso de la isla. Pero era apuesto y tenía confianza. Por un lado le gustaría ver cuánto le duraba esa confianza en la salvaje selva que era el mundo desconocido, pero por otro tenía la impresión de que sabría salir airoso en no pocas situaciones. Desde luego, resultaba interesante.

-No es un mal motivo para hacerse a la mar. Siempre dicen que los marineros tienen una chica en cada puerto, ¿no es así? Personalmente creo que eso solo funciona porque las chicas tienen un marinero en cada barco pero… no veo por qué no podrías construir tu propio símil e ir de rey en rey.

Quizá se extralimitaba, pero intuía que eso era lo que buscaba en realidad. No una única persona a la que elegir, sino el chute de adrenalina de la nueva relación. Una y otra vez, en un bucle mezquino y sin final. No juzgaba, podía entenderlo. Lo había visto pasar, sabía que era adictivo. No era droga de la que ella probaría, pero ¿por qué negársela al jovencito? Se levantó, todavía sonriendo.

-Las fiestas acaban en un par de días. Si para entonces todavía estás buscando a un rey, avísame. Puedo acercarte hasta otra isla y… puedes seguir buscando en territorio virgen. Quizá te entretenga.

Podía notar la experiencia en sus palabras. Podía notar que sabía de lo que hablaba y aquello, en cierto modo, le traía esperanzas. Saber que su experiencia no fue exactamente única y que podía repetirse le llenó de gozo, sintiendo un pequeño cosquilleo en las entrañas al pensar en la posibilidad de volver a sentir lo que sintió, más allá de puro amor carnal. Se quedó un rato pensando cuando dijo que los marineros tenían una chica en cada puerto. Mujeres...

Por extraño que parezca, nunca se había parado a pensar en el tipo de gente que le atraía. El anterior Jester era un hombre y, desde entonces, siempre se había acostado con hombres. ¿Era porque las mujeres no le interesaban? ¿O simplemente nunca se había parado a intentar conocer de esa forma a una mujer? La mujer que tenía delante era hermosa, no había duda de ello, y no podía evitar sentirse ligeramente atraído por su belleza y segura actitud. ¿Debía ampliar sus horizontes? Claro... Buscaba personas fuertes y con un gran potencial para cambiar el mundo y llegar lejos, y estaba claro que no solo los hombres podrían poseer esas cualidades. Quien sabe... Puede que incluso en sus viajes descubra que es más común en ellas.

Y si podía amar a una mujer por su convicción... ¿Podría desearlas también carnalmente? Tuvo claro que no iba a cerrarse ninguna puerta. Si ampliaba sus horizontes, más oportunidades tendría de encontrar a su rey... o reina. Aunque en ese momento de lo que tuviese más ganas fuese de comerse una buena...

La mujer se levantó. Entonces pronunció las palabras. Las palabras que justo en ese instante descubrió que siempre había querido oír. La oportunidad de abandonar la troupe, donde sabía que la maestra de ceremonias lo tenía controlado y buscaba coartar su libertad para evitar que... hiciese daño a nadie. Se levantó él también e intentó, con delicadeza, coger una de las manos de la mujer para inclinarse en una suave reverencia y besar donde los dedos se encontraban con los nudillos. En caso de que no le dejase, simplemente haría una reverencia. Ya tenía la decisión tomada.

—Encantado de conocerla, me ha dado mucho en que pensar. Si cuando acaben las fiestas todavía tiene esa oferta en pie... estaré encantado de aceptarla.

El carnaval de Ilusia se le había pasado terriblemente rápido. Habían sido tres días de completa fiesta y desmadre. Había bailado, bebido, se había colado en al menos ocho camarotes y no podía dejar de sonreír. Estaba agotada pero feliz y ahora llegaba la hora de partir.

Bueno, no exactamente. Aún quedaban al menos un par de horas para que los festejos acabaran oficialmente. Una última obra que ver, una comedia dramática acerca de un mago con muy mala suerte y una cortesana de hábiles dedos y lengua afilada. Se mezcló entre el público bebida en mano, pensando en que pronto tendría que marcharse y en que no le apetecía nada.

Todavía se acordaba del encuentro que había tenido con aquel curioso hombre pelirrojo. Le había visto más veces en aquellos días, siempre un tanto de lejos. Había visto algún que otro espectáculo suyo sin volver a intervenir y tenía curiosidad por saber si al final decidiría marcharse con ella en el Loreley. Decidiera lo que decidiera, algo que sí tenía claro es que le aguardaba un futuro interesante.

Estaba bailando una de las piezas de la obra cuando notó unos dedos deslizarse sigilosamente por su cadera. Su sonrisa se ancheó, pero siguió bailando como si nada hubiera ocurrido. Dejó que el pequeño ladrón, que no levantaba más de metro y pico del suelo, se hiciera con su bolsa y le siguió con la mirada mientras procedía a hacer lo mismo con el resto del público. Pronto tuvo las manos llenas y se fue, con la alegría en la mirada. La pirata lo siguió.

Poco a poco el sonido de las fiestas se fue apagando mientras se alejaban más y más del centro del lugar. Aki se confundía con las sombras y el pequeño ladrón corría con pies ligeros y los brazos llenos de bolsas de monedas tintineantes. La pelirroja le agarró por la oreja cuando empezaba a adentrarse en un bosque en el linde de la ciudad. De un par de rápidos movimientos se agachó a su espalda y le pegó a ella para que no pudiera escapar, tapándole la boca con una mano y agarrando su bolsa de entre el montón con la otra, sin apenas dudar. No lo vio, pero los ojos del chico de abrieron con sorpresa y algo de miedo.

-Vaya vaya… ¿así que tenemos los dedos largos, eh?