Katharina von Steinhell
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Un hombre amable y feliz te ha llevado hasta Horror Island en un barco que ha estado a nada de hundirse en más de una ocasión, pero el viejo siempre ha confiado en la suerte. Ahora mismo te encuentras en el muelle, el cual consiste en una pequeña plataforma de madera con algunas tablas a medio caer. Frente a ti se alzan las imponentes paredes de un gran acantilado, además de unas escalinatas talladas en él que parecen eternas. Considerando el cielo nublado y las pocas horas de luz, si fuera tú subiría lo más rápido posible.
Hace no mucho recibiste una carta de parte del Cipher Pol, una carta bien sellada y con el emblema de la institución. Domingo Fernández, entre palabras aduladoras, te invitó a participar de una prueba de iniciación para gente especial como tú. Recuerdas bien el contenido del mensaje: debes dirigirte al hotel de la montaña y reunirte con Domingo. También puedes deducir que habrá otra gente, después de todo, no eres la única persona especial del mundo, ¿verdad? Ya conocerás a tus compañeros, seguro que son encantadores.
Volviendo al paisaje, un frío viento sopla con fuerza desde la garganta del acantilado (donde está la escalera), penetrándote hasta los huesos y echándote hacia atrás. Aquí el clima es un poco… violento, ¿no? La primera gota de lluvia cae en tu nariz. Si miras hacia el cielo, te darás cuenta de que las nubes grises están peligrosamente cerca. Por otra parte, cuando hayas decidido subir… Bueno, te darás cuenta de que son las escaleras más largas de tu vida. Por mucho que avances lo único que ves son peldaños y más peldaños, pero te animo a continuar, después de todo, tú quieres pasar la prueba de iniciación, ¿a que sí?
Puedes aprovechar este gran camino para contarme un poco de ti, de tus expectativas y, por qué no, de lo que más deseas.
Hace no mucho recibiste una carta de parte del Cipher Pol, una carta bien sellada y con el emblema de la institución. Domingo Fernández, entre palabras aduladoras, te invitó a participar de una prueba de iniciación para gente especial como tú. Recuerdas bien el contenido del mensaje: debes dirigirte al hotel de la montaña y reunirte con Domingo. También puedes deducir que habrá otra gente, después de todo, no eres la única persona especial del mundo, ¿verdad? Ya conocerás a tus compañeros, seguro que son encantadores.
Volviendo al paisaje, un frío viento sopla con fuerza desde la garganta del acantilado (donde está la escalera), penetrándote hasta los huesos y echándote hacia atrás. Aquí el clima es un poco… violento, ¿no? La primera gota de lluvia cae en tu nariz. Si miras hacia el cielo, te darás cuenta de que las nubes grises están peligrosamente cerca. Por otra parte, cuando hayas decidido subir… Bueno, te darás cuenta de que son las escaleras más largas de tu vida. Por mucho que avances lo único que ves son peldaños y más peldaños, pero te animo a continuar, después de todo, tú quieres pasar la prueba de iniciación, ¿a que sí?
Puedes aprovechar este gran camino para contarme un poco de ti, de tus expectativas y, por qué no, de lo que más deseas.
Maze
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El día que Hoshina, la madre de Maze y jefa de laboratorio de esa pequeña parte del departamento de investigación del gobierno; que tanto había temido acababa de llegar. La mujer era consciente de que no podría atrasarlo eternamente, pero esperaba tener más tiempo para… ¿Para qué? ¿Intentar huir con su hija tras entregársela al gobierno a cambio de salvar su vida? La idea había rondado más de una vez a la mujer por su cabeza. El precio a pagar por Utau fue alto, tanto para la adolescente como para su madre, pero justo al fin y al cabo. Así que apretando los labios, a esta madre preocupada a quien no le había temblado la mano para mandar a otros niños del proyecto a una muerte casi segura, le tocaba tragarse sus quejas e ideas desquiciadas y aceptar la orden que acababa de llegarles: «M.A.Z.E.» El experimento número uno, sería enviado a una misión de prueba para decidir si estaba lista para servir al gobierno mundial como parte del CP, comenzando así la segunda fase del programa.
La orden fue emitida al laboratorio, pero los datos para la misión le fueron entregados en mano a la chica por un hombre trajeado, en su propio cuarto. Aunque quizás llamarlo cuarto fuera demasiado. Las habitaciones de los niños que vivían en ese laboratorio no eran lo que uno consideraría intimas, la verdad. Gruesas paredes de cristal reforzado, con perforaciones circulares de no más de cinco centímetros de diámetro para que entrara el aire. Los cuartos contaban de base con una cama, un escritorio y algún mueble para guardar la ropa. Claro que los niños no podían simplemente apagarse y encenderse, así que se les permitía formar una personalidad, ofreciéndoles modos de entretenimiento que pudieran ser útiles en su desarrollo como agentes leales de soporte. En el caso de Utau, lo que se encontraba en la habitación era una suerte de instrumentos de percusión no muy grandes: Una Kalimba, con la que había estado practicando cuando llamaron a la puerta —por decirlo de alguna forma— y que ahora reposaba sobre su cama; una caja de ritmos, y un tambor de forma circular y sonido suave, acomodado en su estantería. También tenía una estantería, sí. Llena de libros, con algún adorno minimalista. Y en el escritorio sus útiles. Aunque lo que más llamaba la atención era lo organizado que se encontraba el lugar.
—Recuerda no enseñarle a nadie esta carta, ni siquiera a tu madre. Saber guardar la información es parte imprescindible de tu trabajo —advirtió el hombre.
—Sí, señor —contestó ella con un tono neutro, relajado. Era una persona tranquila al fin y al cabo… Salvo cuando no.
—Bien. Te recogerán en un par de días. Prepara las cosas que necesites para el viaje.
La chica así lo hizo tras leer la carta varias veces. El lugar al que se dirigían era una isla llamada Horror Island, donde se vería envuelta con otras personas «especiales», al igual que ella. Al leer esa palabra no pudo evitar que una arruga se dibujara en su pálida piel. Bien, no podía negar que era peculiar, su simple apariencia lo era. Algo de lo que se pudo percatar aún más estando en el barco. Su camarote contaba con un baño propio, con espejo. Lo cierto es que tener uno de esos tan a mano le despertó un cierto complejo. Se miraba al lavarse la cara, las manos tras usar el excusado… Tras ducharse, y no podía evitar fijarse en sus llamativos ojos, toquetear sus cuernos o hacer muecas frente al espejo estirando sus labios con los dedos para poder fijarse en sus afilados dientes. Sí, especial podía ser una muy buena palabra. Dejó escapar un suspiro. No es que le molestara, nunca la habían tratado como un bicho raro ni nada por el estilo —entre los niños del proyecto, claro—, pero la diferencia se notaba. Tendría que acostumbrarse a ello, lo mismo no era tan anormal como pensaba.
No queriendo pasarse el día en el cuarto tampoco, la muchacha aprovechó el tiempo fuera por primera vez en catorce años para notar la brisa marina, observar el vaivén de las olas y llevarse algún susto cuando el barco se sacudía de más. Era una suerte —como decía el capitán— que no supiera que tan cerca habían estado de hundirse en más de una ocasión, bajo la creencia de estar en buenas y expertas manos.
Es así como semanas después de esa primera visita se encontraba en la «Isla de los horrores». Aprovechando la travesía también para dialogar, había conseguido preguntar alguna que otra cosa sobre la isla al caballero que capitaneaba el barco. Y por su apariencia una vez pisó puerto y pudo notar las primeras tablas de madera chirriando… Llegó a la conclusión de que si daba miedo debía ser por su apariencia sucia, lúgubre y descuidada. Oh, y por la maraña de nubes oscuras que tapaban el escaso sol que le quedaba al día.
«Si no oliera a tormenta podría intentar subir por aire». Pensó, recordando el entrenamiento del Geppou. Aún no era oficialmente una iniciada, pero la habían estado preparando toda su vida para ello… Claro que depender del Rokushiki desde el principio no iba a demostrar su determinación y capacidades personales. Así que se armó de valor para atravesar las tablas que servían de puerto, buscando con la mirada las líneas que dibujaban los puntos de apoyo de las tablas y saltando las que estaban más sueltas o incluso podridas y llegó al acantilado. Si el agua golpeaba y volvía resbaladiza o no la piedra, sería algo que descubriría una vez empezara a caminar. Por el momento su mayor miedo era agotarse a medio camino. Eran muchas escaleras.
—Bueno, al menos no me han sacado más sangre en la última semana. Debería haberme bajado la anemia —se animó a sí misma mientras empezaba a subir. Teniendo que apretar el ritmo al notar la primera gota caer sobre su nariz. Y aun así le llevaría un tiempo subir.
Para cuando llegase a la cumbre, a las faldas del hotel, la lluvia sería torrencial seguramente, y ella estaría empapada, jadeando y al borde de resfriarse de no entrar rápido en calor. El Hotel sería una sombra seguramente, con los últimos rayos de luz desaparecidos por completo. Esperemos que haya buena iluminación al menos.
La orden fue emitida al laboratorio, pero los datos para la misión le fueron entregados en mano a la chica por un hombre trajeado, en su propio cuarto. Aunque quizás llamarlo cuarto fuera demasiado. Las habitaciones de los niños que vivían en ese laboratorio no eran lo que uno consideraría intimas, la verdad. Gruesas paredes de cristal reforzado, con perforaciones circulares de no más de cinco centímetros de diámetro para que entrara el aire. Los cuartos contaban de base con una cama, un escritorio y algún mueble para guardar la ropa. Claro que los niños no podían simplemente apagarse y encenderse, así que se les permitía formar una personalidad, ofreciéndoles modos de entretenimiento que pudieran ser útiles en su desarrollo como agentes leales de soporte. En el caso de Utau, lo que se encontraba en la habitación era una suerte de instrumentos de percusión no muy grandes: Una Kalimba, con la que había estado practicando cuando llamaron a la puerta —por decirlo de alguna forma— y que ahora reposaba sobre su cama; una caja de ritmos, y un tambor de forma circular y sonido suave, acomodado en su estantería. También tenía una estantería, sí. Llena de libros, con algún adorno minimalista. Y en el escritorio sus útiles. Aunque lo que más llamaba la atención era lo organizado que se encontraba el lugar.
—Recuerda no enseñarle a nadie esta carta, ni siquiera a tu madre. Saber guardar la información es parte imprescindible de tu trabajo —advirtió el hombre.
—Sí, señor —contestó ella con un tono neutro, relajado. Era una persona tranquila al fin y al cabo… Salvo cuando no.
—Bien. Te recogerán en un par de días. Prepara las cosas que necesites para el viaje.
La chica así lo hizo tras leer la carta varias veces. El lugar al que se dirigían era una isla llamada Horror Island, donde se vería envuelta con otras personas «especiales», al igual que ella. Al leer esa palabra no pudo evitar que una arruga se dibujara en su pálida piel. Bien, no podía negar que era peculiar, su simple apariencia lo era. Algo de lo que se pudo percatar aún más estando en el barco. Su camarote contaba con un baño propio, con espejo. Lo cierto es que tener uno de esos tan a mano le despertó un cierto complejo. Se miraba al lavarse la cara, las manos tras usar el excusado… Tras ducharse, y no podía evitar fijarse en sus llamativos ojos, toquetear sus cuernos o hacer muecas frente al espejo estirando sus labios con los dedos para poder fijarse en sus afilados dientes. Sí, especial podía ser una muy buena palabra. Dejó escapar un suspiro. No es que le molestara, nunca la habían tratado como un bicho raro ni nada por el estilo —entre los niños del proyecto, claro—, pero la diferencia se notaba. Tendría que acostumbrarse a ello, lo mismo no era tan anormal como pensaba.
No queriendo pasarse el día en el cuarto tampoco, la muchacha aprovechó el tiempo fuera por primera vez en catorce años para notar la brisa marina, observar el vaivén de las olas y llevarse algún susto cuando el barco se sacudía de más. Era una suerte —como decía el capitán— que no supiera que tan cerca habían estado de hundirse en más de una ocasión, bajo la creencia de estar en buenas y expertas manos.
Es así como semanas después de esa primera visita se encontraba en la «Isla de los horrores». Aprovechando la travesía también para dialogar, había conseguido preguntar alguna que otra cosa sobre la isla al caballero que capitaneaba el barco. Y por su apariencia una vez pisó puerto y pudo notar las primeras tablas de madera chirriando… Llegó a la conclusión de que si daba miedo debía ser por su apariencia sucia, lúgubre y descuidada. Oh, y por la maraña de nubes oscuras que tapaban el escaso sol que le quedaba al día.
«Si no oliera a tormenta podría intentar subir por aire». Pensó, recordando el entrenamiento del Geppou. Aún no era oficialmente una iniciada, pero la habían estado preparando toda su vida para ello… Claro que depender del Rokushiki desde el principio no iba a demostrar su determinación y capacidades personales. Así que se armó de valor para atravesar las tablas que servían de puerto, buscando con la mirada las líneas que dibujaban los puntos de apoyo de las tablas y saltando las que estaban más sueltas o incluso podridas y llegó al acantilado. Si el agua golpeaba y volvía resbaladiza o no la piedra, sería algo que descubriría una vez empezara a caminar. Por el momento su mayor miedo era agotarse a medio camino. Eran muchas escaleras.
—Bueno, al menos no me han sacado más sangre en la última semana. Debería haberme bajado la anemia —se animó a sí misma mientras empezaba a subir. Teniendo que apretar el ritmo al notar la primera gota caer sobre su nariz. Y aun así le llevaría un tiempo subir.
Para cuando llegase a la cumbre, a las faldas del hotel, la lluvia sería torrencial seguramente, y ella estaría empapada, jadeando y al borde de resfriarse de no entrar rápido en calor. El Hotel sería una sombra seguramente, con los últimos rayos de luz desaparecidos por completo. Esperemos que haya buena iluminación al menos.
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El viento sopla con fuerza de vez en cuando, te has comido un par de caídas por su culpa, pero seguro que acabas acostumbrándote. ¿Cuánto llevas caminando? ¿Unos treinta minutos, tal vez? La única seguridad que tienes es que las escaleras son eternas, no importa cuanto subas, parece que siempre te recibirá un nuevo peldaño. Sudor, pulso acelerado, piernas agotadas… Bueno, no todo es malo. No ha aparecido ningún puma salvaje para darte la bienvenida, ¿o sí?
Escuchas un rugido, dudas entre el viento y alguna bestia que se esconde en algún lugar, pero continúas subiendo. Ya te habrás dado cuenta, pero a medida que te aproximas a la cima puedes ver que hay bosque tanto a tu derecha como a tu izquierda. Grandes pinos que se sujetan al terreno inclinado. ¿Qué puede haber ahí? Imagino que no te interesa echar un vistazo, ¿verdad? Tú sigues subiendo, subiendo y subiendo, de vez en cuando te paras a descansar como toda persona con sentido común, y entonces continúas. Es como si ahora vivieras por las escaleras.
De pronto, escuchas un susurro y un escalofrío recorre tu espalda, subiendo rápidamente desde abajo y haciéndote tiritar. Miras hacia todos lados solo para comprobar que ha sido tu imaginación jugándote una mala pasada. Ya puedes suspirar aliviada, aunque luego me comentas qué te parecen las muñecas colgadas en una rama. Se mueven según el viento, pero en todo momento tienes la impresión de que te observan. Cuando las pasas y, solo si te das vuelta, las muñecas habrán girado las cabezas. Llámalo sexto sentido o lo que tú quieras, pero sientes una presencia acechándote desde las sombras.
Y como suponías, ha comenzado a llover. La visibilidad baja de golpe y los peldaños de pronto se han vuelto peligrosos: están húmedos, ¿sabes? Un mal pasado y quién sabe cuánto vayas a rodar. La buena noticia es que has llegado al final de la escalera; ya te echarás al suelo a descansar y agradecer que no haya aparecido un zombi come-chicas-con-cuerno. En cualquier caso, todavía no encuentras el hotel. Si te fijas verás un letrero que dice «EL HOTEL» con una clara indicación: tienes que atravesar el sendero. Te da mala espina porque hay un bosque no bonito como el anterior, sino que está seco y ya te preguntarás por qué si es que tanto llueve.
Escuchas un graznido y, sin siquiera darte cuenta, un cuervo algo más pequeño que un especimen común se posa sobre tu hombro. Te mira como si pudiera entender lo que quieres decir.
—¡Hotel! ¡Hotel! ¡Hotel Kififi-fi! —canta el cuervo.
¿Y bien? Imagino que te emociona mucho tener que atravesar este bosque de noche. O igual no lo tienes que atravesar todo, quién sabe. ¿Qué harás? Nada te impide montar un campamento en el bosque bonito, pero ¿sabrás hacerlo? Ya me contarás.
Escuchas un rugido, dudas entre el viento y alguna bestia que se esconde en algún lugar, pero continúas subiendo. Ya te habrás dado cuenta, pero a medida que te aproximas a la cima puedes ver que hay bosque tanto a tu derecha como a tu izquierda. Grandes pinos que se sujetan al terreno inclinado. ¿Qué puede haber ahí? Imagino que no te interesa echar un vistazo, ¿verdad? Tú sigues subiendo, subiendo y subiendo, de vez en cuando te paras a descansar como toda persona con sentido común, y entonces continúas. Es como si ahora vivieras por las escaleras.
De pronto, escuchas un susurro y un escalofrío recorre tu espalda, subiendo rápidamente desde abajo y haciéndote tiritar. Miras hacia todos lados solo para comprobar que ha sido tu imaginación jugándote una mala pasada. Ya puedes suspirar aliviada, aunque luego me comentas qué te parecen las muñecas colgadas en una rama. Se mueven según el viento, pero en todo momento tienes la impresión de que te observan. Cuando las pasas y, solo si te das vuelta, las muñecas habrán girado las cabezas. Llámalo sexto sentido o lo que tú quieras, pero sientes una presencia acechándote desde las sombras.
Y como suponías, ha comenzado a llover. La visibilidad baja de golpe y los peldaños de pronto se han vuelto peligrosos: están húmedos, ¿sabes? Un mal pasado y quién sabe cuánto vayas a rodar. La buena noticia es que has llegado al final de la escalera; ya te echarás al suelo a descansar y agradecer que no haya aparecido un zombi come-chicas-con-cuerno. En cualquier caso, todavía no encuentras el hotel. Si te fijas verás un letrero que dice «EL HOTEL» con una clara indicación: tienes que atravesar el sendero. Te da mala espina porque hay un bosque no bonito como el anterior, sino que está seco y ya te preguntarás por qué si es que tanto llueve.
Escuchas un graznido y, sin siquiera darte cuenta, un cuervo algo más pequeño que un especimen común se posa sobre tu hombro. Te mira como si pudiera entender lo que quieres decir.
—¡Hotel! ¡Hotel! ¡Hotel Kififi-fi! —canta el cuervo.
¿Y bien? Imagino que te emociona mucho tener que atravesar este bosque de noche. O igual no lo tienes que atravesar todo, quién sabe. ¿Qué harás? Nada te impide montar un campamento en el bosque bonito, pero ¿sabrás hacerlo? Ya me contarás.
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La situación parece ir de mal en peor según los minutos van pasando. ¿Sabía Maze que empezaba desde mal puerto? Según caminaba intentaba hacer memoria de las palabras compartidas por el hombre que se hacía llamar capitán. ¿Qué le había dicho sobre la isla? No había preguntado nada sobre el hotel, porque no quería arriesgarse a que eso contara como una falta en su prueba, pero sí que esperaba tener alguna noción para no verse sorprendida en lo desconocido.
Así, paso a paso hacía por recordar los días desde que recibió la carta. Pero no solo eso, también su entrenamiento. Las escaleras eran cada vez más largas y lo cierto era que el viento y los tropiezos mermaban su avance. Tal vez hubiera sido mejor idea avanzar directamente por el aire a base de pisotones, pero no podía acudir en cualquier momento a eso.
—No pasa nada, esto no es para tanto… —se decía a sí misma—. Solo concéntrate… Eso… La barandilla… —Murmuraba, según su mano se apretaba con fuerza al tuvo de metal oxidado y sucio que se mantenía sujeto a la roca sabe dios como. Ya llevaba unas tres caídas tontas, no quería más. Además de que se sentía ridícula como futura agente del gobierno teniendo traspié tras traspié. Apretando los dientes y abrochando mejor el chubasquero que vestía sobre sus ropas, de modo que la cremallera se cerrara a la altura del cuello, la pelirrosa siguió avanzando con más cautela, deteniéndose solo cuando un perturbador sonido se escuchó escaleras abajo, ascendiendo hacia ella. Su cuerpo entero se tensó y pasó de centrarse en mantener el equilibro a afinar sus sentidos, dispuesta a saltar hacia arriba de ser necesario para usar su Geppou. No pasó nada. De todos modos, intentó centrarse en su concentración como en sus entrenamientos, ver si percibía más movimientos extraños o solo era su imaginación jugando una mala pasada otra vez… Y fue entonces cuando las vio.
Una, dos, tres… Hasta seis muñecas de trapo colgadas de los árboles por el cuello, siendo mecidas por el viento con poca suavidad. Sus sonrisas cosidas con hilo de lana y sus ojos de botones negros resultaban perturbadores, sobre todo teniendo en cuenta que parecían no dejar de mirarla. Ella también les siguió la mirada por el rabillo del ojo según pasaba. «¿Ves? No ha sido nada. Solo unas muñecas puestas por algún bromista… ¿verdad?», se decía en su fuero interno, cerrando por un momento los ojos. Solo muñecas de trapo, seguro, pero no terminaba de sentirse cómoda. Algo le decía que la estaban observando y no le gustaba la sensación. Es por eso que, en un intento de convencerse de que se lo estaba imaginando todo, Utau giró la cabeza, topándose con la mirada de las muñecas que habían girado solo la cabeza. Y bueno, tal vez no fuera la persona más aplicada en cómo funcionaba el mundo, pero había tenido muñecas de ese tipo y sabía que su fisionomía de piezas de trapo cosidas no daba para realizar esa torsión. Apretó los labios para no soltar un chillido al dar un pequeño brinco del susto. Simplemente no era lógico. No lo era. La chica apretó el ritmo un par de tonos más pálida para subir a la cima del acantilado cuanto antes y no se permitió pensar en nada más hasta que estuviera ahí, calada hasta los huesos, con la respiración atropellada y las piernas tan cansadas que se calló casi de bruces en un charco de barro. Aminoró la caída lo justo para queda de rodillas, con el culo apoyado en sus piernas de forma que no quedaría en un estado tan lamentable su ropa.
—Vale, lo de antes… ha sido muy raro. ¿A lo mejor alguien ha hecho unas cámaras de vigilancia con forma espeluznante para probar mi valentía también? Una o varias cámaras ocultas y ruidos hechos por máquinas no son improbables… Y explicaría que el capitán no me haya dicho nada —razonó. Ese era uno de sus puntos fuertes al menos, el razonamiento lógico.
Habiendo calmado sus pensamientos y recuperado el aliento, la noche casi se cernía sobre ella y la visibilidad era aún peor. El supuesto Hotel que estaba a lo alto de la colina era… inexistente. En su lugar solo había un cartel que indicaba que debía adentrarse más en ese bosque, que por alguna razón pasaba del verde de las hojas perenes a un montón de árboles raquíticos y sin hojas cuya vida parecía haber sido extraída hasta dejarlos completamente secos. Si no fuera porque llovía a mares le preocuparía que estos provocaran un incendio. Desde luego, esa isla estaba llena de cosas sorprendentes. Pero la sorpresa parecía no ser buena.
—Tengo que ponerme en marcha otra vez —murmuró, justo antes de que un pájaro de plumaje negro se posara sobre su hombro, empezando a graznar la palabra hotel. Tras un pequeño sobresalto, la chica dejó escapar una leve carcajada—. Sí, sí, hotel. Es ahí a donde voy —dijo, como si el animal pudiera entenderla, acercando su mano despacio a la cabecita del animal para intentar acariciarla sobre el plumaje—. Es increíble que puedas volar con esta lluvia. ¿No tienes las plumas demasiado mojadas?... —Empezó a cuestionar. Un pájaro parlante era lo último que iba a acongojarla. De hecho, le parecía muy bonito—. Oye, yo me llamo Maze, ¿tú?... Ah, espera, voy a sacar una linterna. Con tan poca luz no puedo verte bien, ni ver nada —siguió hablando con el animal según se quitaba la mochila y cogía una linterna y una toalla con la que limpiarse la cara—. Mejor… Oye, has dicho algo sobre el hotel, ¿sabes dónde está? ¿Quieres acompañarme? Puedes venir dentro de mi mochila, así no te mojaras. —Hablaba con el cuervo como si fuera una persona con su mismo coeficiente, señalando la mochila. La verdad es que solo con tener compañía se sentiría más segura para adentrarse al bosque oscuro, armada con su linterna. Todo el mundo sabe que es la mejor forma de espantar a los monstruos, ¿no?
Fuera como fuese, una vez el cuervo decidiera acompañarla o se fuera espantado, a ella no le quedaba más remedio que continuar su camino todo lo que pudiera. No se había preparado para tener que acampar.
Así, paso a paso hacía por recordar los días desde que recibió la carta. Pero no solo eso, también su entrenamiento. Las escaleras eran cada vez más largas y lo cierto era que el viento y los tropiezos mermaban su avance. Tal vez hubiera sido mejor idea avanzar directamente por el aire a base de pisotones, pero no podía acudir en cualquier momento a eso.
—No pasa nada, esto no es para tanto… —se decía a sí misma—. Solo concéntrate… Eso… La barandilla… —Murmuraba, según su mano se apretaba con fuerza al tuvo de metal oxidado y sucio que se mantenía sujeto a la roca sabe dios como. Ya llevaba unas tres caídas tontas, no quería más. Además de que se sentía ridícula como futura agente del gobierno teniendo traspié tras traspié. Apretando los dientes y abrochando mejor el chubasquero que vestía sobre sus ropas, de modo que la cremallera se cerrara a la altura del cuello, la pelirrosa siguió avanzando con más cautela, deteniéndose solo cuando un perturbador sonido se escuchó escaleras abajo, ascendiendo hacia ella. Su cuerpo entero se tensó y pasó de centrarse en mantener el equilibro a afinar sus sentidos, dispuesta a saltar hacia arriba de ser necesario para usar su Geppou. No pasó nada. De todos modos, intentó centrarse en su concentración como en sus entrenamientos, ver si percibía más movimientos extraños o solo era su imaginación jugando una mala pasada otra vez… Y fue entonces cuando las vio.
Una, dos, tres… Hasta seis muñecas de trapo colgadas de los árboles por el cuello, siendo mecidas por el viento con poca suavidad. Sus sonrisas cosidas con hilo de lana y sus ojos de botones negros resultaban perturbadores, sobre todo teniendo en cuenta que parecían no dejar de mirarla. Ella también les siguió la mirada por el rabillo del ojo según pasaba. «¿Ves? No ha sido nada. Solo unas muñecas puestas por algún bromista… ¿verdad?», se decía en su fuero interno, cerrando por un momento los ojos. Solo muñecas de trapo, seguro, pero no terminaba de sentirse cómoda. Algo le decía que la estaban observando y no le gustaba la sensación. Es por eso que, en un intento de convencerse de que se lo estaba imaginando todo, Utau giró la cabeza, topándose con la mirada de las muñecas que habían girado solo la cabeza. Y bueno, tal vez no fuera la persona más aplicada en cómo funcionaba el mundo, pero había tenido muñecas de ese tipo y sabía que su fisionomía de piezas de trapo cosidas no daba para realizar esa torsión. Apretó los labios para no soltar un chillido al dar un pequeño brinco del susto. Simplemente no era lógico. No lo era. La chica apretó el ritmo un par de tonos más pálida para subir a la cima del acantilado cuanto antes y no se permitió pensar en nada más hasta que estuviera ahí, calada hasta los huesos, con la respiración atropellada y las piernas tan cansadas que se calló casi de bruces en un charco de barro. Aminoró la caída lo justo para queda de rodillas, con el culo apoyado en sus piernas de forma que no quedaría en un estado tan lamentable su ropa.
—Vale, lo de antes… ha sido muy raro. ¿A lo mejor alguien ha hecho unas cámaras de vigilancia con forma espeluznante para probar mi valentía también? Una o varias cámaras ocultas y ruidos hechos por máquinas no son improbables… Y explicaría que el capitán no me haya dicho nada —razonó. Ese era uno de sus puntos fuertes al menos, el razonamiento lógico.
Habiendo calmado sus pensamientos y recuperado el aliento, la noche casi se cernía sobre ella y la visibilidad era aún peor. El supuesto Hotel que estaba a lo alto de la colina era… inexistente. En su lugar solo había un cartel que indicaba que debía adentrarse más en ese bosque, que por alguna razón pasaba del verde de las hojas perenes a un montón de árboles raquíticos y sin hojas cuya vida parecía haber sido extraída hasta dejarlos completamente secos. Si no fuera porque llovía a mares le preocuparía que estos provocaran un incendio. Desde luego, esa isla estaba llena de cosas sorprendentes. Pero la sorpresa parecía no ser buena.
—Tengo que ponerme en marcha otra vez —murmuró, justo antes de que un pájaro de plumaje negro se posara sobre su hombro, empezando a graznar la palabra hotel. Tras un pequeño sobresalto, la chica dejó escapar una leve carcajada—. Sí, sí, hotel. Es ahí a donde voy —dijo, como si el animal pudiera entenderla, acercando su mano despacio a la cabecita del animal para intentar acariciarla sobre el plumaje—. Es increíble que puedas volar con esta lluvia. ¿No tienes las plumas demasiado mojadas?... —Empezó a cuestionar. Un pájaro parlante era lo último que iba a acongojarla. De hecho, le parecía muy bonito—. Oye, yo me llamo Maze, ¿tú?... Ah, espera, voy a sacar una linterna. Con tan poca luz no puedo verte bien, ni ver nada —siguió hablando con el animal según se quitaba la mochila y cogía una linterna y una toalla con la que limpiarse la cara—. Mejor… Oye, has dicho algo sobre el hotel, ¿sabes dónde está? ¿Quieres acompañarme? Puedes venir dentro de mi mochila, así no te mojaras. —Hablaba con el cuervo como si fuera una persona con su mismo coeficiente, señalando la mochila. La verdad es que solo con tener compañía se sentiría más segura para adentrarse al bosque oscuro, armada con su linterna. Todo el mundo sabe que es la mejor forma de espantar a los monstruos, ¿no?
Fuera como fuese, una vez el cuervo decidiera acompañarla o se fuera espantado, a ella no le quedaba más remedio que continuar su camino todo lo que pudiera. No se había preparado para tener que acampar.
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Agilidad
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Precisión
Intelecto
Agudeza
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Akuma no mi
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No sé tú, pero a mí me parece un poco raro que le estés hablando a un pájaro. Te mira ladeando la cabeza y haciendo como que te entiende, pero solo repite lo mismo una y otra vez. Al final no te queda más opción que ir hacia delante, supongo. Eso o puedes regresar, aunque ahora que has llegado tan arriba, ¿no sería contraproducente? Además se está haciendo realmente oscuro y podrías tropezar, la caída sería bastante fea. ¡Y las muñecas! ¿Quién te asegura que permanecerán colgadas en los árboles? Puede que algo deambule por los oscuros bosques de Horror Island.
Asumamos que decides avanzar, recorriendo el único sendero a paso lento pero seguro. Cada vez llueve más fuerte y el viento sopla con más violencia, sacudiendo sin cuidado las ramas más delgadas de los árboles. Escuchas un aullido, aunque tu lado más lógico seguro que dice: “Ha sido el viento”. ¿Será la paranoia que comienza a crecer dentro de ti? ¿O puede que de verdad haya algo escondido entre las sombras, esperando el momento para abalanzarse sobre ti?
Si te detienes a contemplar la oscuridad, sentirás que eres tragada por ella, consumida poco a poco como si fuera hipnotizante, pero tú lo que quieres es llegar al hotel. El cuervo te da unos suaves golpecitos en la cabeza, aún sobre tu hombro. No sabes lo que quiere, pero piensa tú que ha sido porque le caes bien. El cielo se ilumina, un trueno ruge y un rayo corta el cielo en dos. Por un momento todo es silencio y juras haber escuchado el roce de un cuerpo con las hojas de los matorrales.
Conforme sigas avanzando, la presión sobre tus hombros y la idea de que algo está a tus espaldas aumentan, como si fueran un virus proliferando rápidamente. Ay, la oscuridad: revela ese miedo cuando sientes que algo está cerca. Dejas de caminar y aceleras el paso, puede que por instinto más que por miedo. O porque no te gusta la puta lluvia y no quieres coger un resfriado. Pero aceleras. Cada vez vas más rápido y pronto te encuentras corriendo. La sensación de que algo está ahí no desaparece, sientes que en cualquier momento saltará cuando…
—¡Hotel! ¡Hotel!
Frente a ti, al final del sendero, puedes ver una gran estructura rectangular que por un momento parece un monstruo hecho de sombras, pero los cuartos con las luces encendidas son para ti una llama esperanzadora. Si te acercas, tendrás que abrir la chirriante reja de fierro, subir los peldaños de piedra y finalmente te encontrarás ante una puerta doble y robusta. En caso de que decidas entrar… ¿Por qué no lo dejamos para la siguiente moderación?
Asumamos que decides avanzar, recorriendo el único sendero a paso lento pero seguro. Cada vez llueve más fuerte y el viento sopla con más violencia, sacudiendo sin cuidado las ramas más delgadas de los árboles. Escuchas un aullido, aunque tu lado más lógico seguro que dice: “Ha sido el viento”. ¿Será la paranoia que comienza a crecer dentro de ti? ¿O puede que de verdad haya algo escondido entre las sombras, esperando el momento para abalanzarse sobre ti?
Si te detienes a contemplar la oscuridad, sentirás que eres tragada por ella, consumida poco a poco como si fuera hipnotizante, pero tú lo que quieres es llegar al hotel. El cuervo te da unos suaves golpecitos en la cabeza, aún sobre tu hombro. No sabes lo que quiere, pero piensa tú que ha sido porque le caes bien. El cielo se ilumina, un trueno ruge y un rayo corta el cielo en dos. Por un momento todo es silencio y juras haber escuchado el roce de un cuerpo con las hojas de los matorrales.
Conforme sigas avanzando, la presión sobre tus hombros y la idea de que algo está a tus espaldas aumentan, como si fueran un virus proliferando rápidamente. Ay, la oscuridad: revela ese miedo cuando sientes que algo está cerca. Dejas de caminar y aceleras el paso, puede que por instinto más que por miedo. O porque no te gusta la puta lluvia y no quieres coger un resfriado. Pero aceleras. Cada vez vas más rápido y pronto te encuentras corriendo. La sensación de que algo está ahí no desaparece, sientes que en cualquier momento saltará cuando…
—¡Hotel! ¡Hotel!
Frente a ti, al final del sendero, puedes ver una gran estructura rectangular que por un momento parece un monstruo hecho de sombras, pero los cuartos con las luces encendidas son para ti una llama esperanzadora. Si te acercas, tendrás que abrir la chirriante reja de fierro, subir los peldaños de piedra y finalmente te encontrarás ante una puerta doble y robusta. En caso de que decidas entrar… ¿Por qué no lo dejamos para la siguiente moderación?
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«Horror. La definición que tengo sobre la palabra horror hace referencia a una situación u algo que resulta espantoso, aterrador o desagradable. Parándome a pensarlo y recordando algunas de las cosas que aprendí de mi madre, hay islas que reciben un nombre relacionado con algo que las distingue. A la entrada de la Grand Line hay una isla llamada “Isla cactus” porque desde lejos sus montes parecen cactus gigantes, Water Seven tiene su nombre por los siete pisos que constituyen la ciudad y los canales que la recorren… Luego hay otras islas como Little Garden, cuyo significa es irónico, pero algo me dice que esta isla es justo lo que su nombre indica. ¿La gente se vuelve loca? ¿Habrá una razón lógica detrás de lo que la vuelve tan aterradora?»
Todos esos pensamientos deductivos se iban sucediendo en la cabeza de la pelirrosa mientras intentaba poner su cabeza en funcionamiento y contra atacar de este modo las distintas hormonas como la adrenalina que segregaba su cuerpo ante esa tensión. Al final se resumía a este tipo de cosas la valía para un agente. No importaba la situación, debía mantener la cabeza fría… «Sí, mantener la cabeza fría, eso es muy fácil de decir», se quejaba ella en su interior mientras recapacitaba. Y tenía razón, no era fácil, pero si quería cumplir con las expectativas que pesaban sobre sus hombros, más aún que su nuevo amigo, no le quedaba más remedio.
Podría ser peor, de todos modos… Si ignoraba los aullidos del viento entre las ramas, la lluvia que parecía aún más fría y molesta por ser arrastrada por dicho viento, azotándola con cada ráfaga y que no veía tres en un burro hasta resultaría emocionante. ¿Pero con este ambiente? Con este ambiente daba igual lo mucho que se peleara por usar el sentido común, el miedo seguía inundando su mente y ganándole terreno poco a poco hasta el punto de detenerse. Apenas fueron unos segundos observando a la oscuridad, pero podría jurar que, de no ser por su emplumado acompañante, se hubiera quedado ahí parada hasta que volviera a salir el sol o que algo la devorara. Y eso fue lo que más la asustó, terminando de ceder sus defensas mentales al pánico cuando el estruendo de un trueno resonó en los cielos escasos segundos después de que la oscuridad se viera partida por la luz. Se hizo una bola, acuclillándose y tapándose los oídos antes de echar a correr con las pulsaciones aceleradas, cada vez más rápido. No paró hasta que sintió que no podía más, hasta que le faltaba el aire. Estaba excediendo sus capacidades físicas y aún no se encontraban en la verdadera misión. Solo una cosa estaba clara: no podía seguir así.
Con esa idea y a riesgo de quedarse excesivamente expuesta, Utau decidió que iba siendo hora de una de sus más preciadas habilidades, su oído musical. Cerró los ojos y se mantuvo quieta, intentando imitar el entrenamiento sobre su propia presencia que había repetido en otras ocasiones en el laboratorio: Primero se centraría en su respiración, en el subir y bajar de su pecho, en sus latidos… Después se centraría en su pequeño compañero. La idea era hacerse «inmune» a los sonidos de ambos. Tenía que acostumbrarse a ellos para que no se mezclaran con el ambiente y poder entender mejor lo que su vista no alcanzaba a mostrar: el viento, el rumor de las hojas, si hubiera otros animales… Intentaría abarcarlo todo, rompiendo su concentración únicamente cuando el cuervo volvió a tronar:
—¡Hotel! ¡Hotel! —dijo, sobresaltando a la joven agente que empezó a mirar a todos lados hasta dar con lo que parecía una enorme bestia negra con muchos ojos brillantes… Al haber estado con los ojos cerrados, le tomó momento el volver a enfocar la vista, encontrándose con que no era un monstruo, sino el hotel, salvo que hubiera otro. Dejó escapar un suspiro de alivio y por poco no se dejó caer de nuevo en el suelo, ya lo haría cuando estuviera en su cuarto, descansando tras una caminata tan larga, justo después de comer algo calentito y ducharse; por ahora quedaba llegar a la puerta y llamar al timbre. Si nadie contestaba probaría a empujarla o tirar del pomo para entrar.
Todos esos pensamientos deductivos se iban sucediendo en la cabeza de la pelirrosa mientras intentaba poner su cabeza en funcionamiento y contra atacar de este modo las distintas hormonas como la adrenalina que segregaba su cuerpo ante esa tensión. Al final se resumía a este tipo de cosas la valía para un agente. No importaba la situación, debía mantener la cabeza fría… «Sí, mantener la cabeza fría, eso es muy fácil de decir», se quejaba ella en su interior mientras recapacitaba. Y tenía razón, no era fácil, pero si quería cumplir con las expectativas que pesaban sobre sus hombros, más aún que su nuevo amigo, no le quedaba más remedio.
Podría ser peor, de todos modos… Si ignoraba los aullidos del viento entre las ramas, la lluvia que parecía aún más fría y molesta por ser arrastrada por dicho viento, azotándola con cada ráfaga y que no veía tres en un burro hasta resultaría emocionante. ¿Pero con este ambiente? Con este ambiente daba igual lo mucho que se peleara por usar el sentido común, el miedo seguía inundando su mente y ganándole terreno poco a poco hasta el punto de detenerse. Apenas fueron unos segundos observando a la oscuridad, pero podría jurar que, de no ser por su emplumado acompañante, se hubiera quedado ahí parada hasta que volviera a salir el sol o que algo la devorara. Y eso fue lo que más la asustó, terminando de ceder sus defensas mentales al pánico cuando el estruendo de un trueno resonó en los cielos escasos segundos después de que la oscuridad se viera partida por la luz. Se hizo una bola, acuclillándose y tapándose los oídos antes de echar a correr con las pulsaciones aceleradas, cada vez más rápido. No paró hasta que sintió que no podía más, hasta que le faltaba el aire. Estaba excediendo sus capacidades físicas y aún no se encontraban en la verdadera misión. Solo una cosa estaba clara: no podía seguir así.
Con esa idea y a riesgo de quedarse excesivamente expuesta, Utau decidió que iba siendo hora de una de sus más preciadas habilidades, su oído musical. Cerró los ojos y se mantuvo quieta, intentando imitar el entrenamiento sobre su propia presencia que había repetido en otras ocasiones en el laboratorio: Primero se centraría en su respiración, en el subir y bajar de su pecho, en sus latidos… Después se centraría en su pequeño compañero. La idea era hacerse «inmune» a los sonidos de ambos. Tenía que acostumbrarse a ellos para que no se mezclaran con el ambiente y poder entender mejor lo que su vista no alcanzaba a mostrar: el viento, el rumor de las hojas, si hubiera otros animales… Intentaría abarcarlo todo, rompiendo su concentración únicamente cuando el cuervo volvió a tronar:
—¡Hotel! ¡Hotel! —dijo, sobresaltando a la joven agente que empezó a mirar a todos lados hasta dar con lo que parecía una enorme bestia negra con muchos ojos brillantes… Al haber estado con los ojos cerrados, le tomó momento el volver a enfocar la vista, encontrándose con que no era un monstruo, sino el hotel, salvo que hubiera otro. Dejó escapar un suspiro de alivio y por poco no se dejó caer de nuevo en el suelo, ya lo haría cuando estuviera en su cuarto, descansando tras una caminata tan larga, justo después de comer algo calentito y ducharse; por ahora quedaba llegar a la puerta y llamar al timbre. Si nadie contestaba probaría a empujarla o tirar del pomo para entrar.
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No encuentras ningún timbre, pero sí una aldaba esculpida con precisión y habilidad dando la forma del rostro de un hombre: ceño fruncido, nariz larga y afilada, ojos penetrantes como si estuvieran vivos, y una sonrisa perturbadora. Cuando golpeas la puerta pareciera que la sonrisa del hombre de la aldaba desaparece poco a poco, pero seguro que es tu imaginación. Por ahora lo más importante es saber qué hay dentro, ¿no?
La puerta se abre hacia dentro como si no ejerciera ninguna resistencia a tus golpecitos, y de pronto sientes el calor de su interior. Eres recibida por una cálida estancia circular con un suelo alfombrado, una gran escalera de pasamanos de madera y una recepción justo en el centro. A cada lado de la escalera hay una puerta ancha y robusta, y hacia tu izquierda podrás ver un arco y un pasillo que conduce al comedor. Si miras hacia arriba, el lugar te recordará a una bonita cúpula con vidrieras en el techo.
—¡Hotel, María! ¡Hotel, hotel! —vuelve a decir el cuervo, despegando de tu hombro y posándose sobre la recepción.
Una mujer pequeña, medio gorda y de gafas circulares se sobresalta y aparece de pronto. Te ha dado la impresión de que es un topo perdido que ha salido sin querer de su madriguera. Debe tener unos treinta años, cabellos ondulados, cortos y grises, y unos rasgos suaves y tiernos con unas mejillas rosadas que dan ganas de apretarlas. Lleva una blusa blanca, un corbatín y una chaqueta que le llega hasta las rodillas. Sobre el mesón hay un libro de tapas gastadas, hojas amarillentas y aparentemente las páginas vacías.
—¡Sí, sí, yo soy María! ¿Qué pasa, Crown? —pregunta ella aún nerviosa y entonces se fija en ti—. ¡Pero si tenemos un cliente! Espera, si tú estás aquí… ¡Debes ser de la Agencia! ¡Bienvenida, sí, sí, bienvenida! ¡Entra, por favor! Puedes dejar tus cosas en el perchero de ahí. —María apunta a tu derecha y… ¿Eso siempre ha estado ahí?—. Suele haber tormentas como esta en Horror Island, pero no te preocupes. Todo estará bien.
Si tienes preguntas, este es el momento de hacerlas. Igual lo único que quieres es llegar a tu cuarto y descansar, tomar una ducha o qué sé yo, pero algo quieres hacer, ¿no? En ese caso, María te conducirá (y de paso verás que no pasa el metro treinta) a tu cuarto.
—Oh, sí, antes de que se me olvide… El señor Fernández celebrará una reunión dentro de una hora en el comedor. Creo que es para que los iniciados se conozcan y todas esas cosas entretenidas que hacen los jóvenes. ¿Te puedo ayudar en algo más?
Nota: María es un poco distraída y no se dio cuenta de que «crown» es «corona» y «crow» es «cuervo». Cuando lo notó ya era demasiado tarde.
La puerta se abre hacia dentro como si no ejerciera ninguna resistencia a tus golpecitos, y de pronto sientes el calor de su interior. Eres recibida por una cálida estancia circular con un suelo alfombrado, una gran escalera de pasamanos de madera y una recepción justo en el centro. A cada lado de la escalera hay una puerta ancha y robusta, y hacia tu izquierda podrás ver un arco y un pasillo que conduce al comedor. Si miras hacia arriba, el lugar te recordará a una bonita cúpula con vidrieras en el techo.
—¡Hotel, María! ¡Hotel, hotel! —vuelve a decir el cuervo, despegando de tu hombro y posándose sobre la recepción.
Una mujer pequeña, medio gorda y de gafas circulares se sobresalta y aparece de pronto. Te ha dado la impresión de que es un topo perdido que ha salido sin querer de su madriguera. Debe tener unos treinta años, cabellos ondulados, cortos y grises, y unos rasgos suaves y tiernos con unas mejillas rosadas que dan ganas de apretarlas. Lleva una blusa blanca, un corbatín y una chaqueta que le llega hasta las rodillas. Sobre el mesón hay un libro de tapas gastadas, hojas amarillentas y aparentemente las páginas vacías.
—¡Sí, sí, yo soy María! ¿Qué pasa, Crown? —pregunta ella aún nerviosa y entonces se fija en ti—. ¡Pero si tenemos un cliente! Espera, si tú estás aquí… ¡Debes ser de la Agencia! ¡Bienvenida, sí, sí, bienvenida! ¡Entra, por favor! Puedes dejar tus cosas en el perchero de ahí. —María apunta a tu derecha y… ¿Eso siempre ha estado ahí?—. Suele haber tormentas como esta en Horror Island, pero no te preocupes. Todo estará bien.
Si tienes preguntas, este es el momento de hacerlas. Igual lo único que quieres es llegar a tu cuarto y descansar, tomar una ducha o qué sé yo, pero algo quieres hacer, ¿no? En ese caso, María te conducirá (y de paso verás que no pasa el metro treinta) a tu cuarto.
—Oh, sí, antes de que se me olvide… El señor Fernández celebrará una reunión dentro de una hora en el comedor. Creo que es para que los iniciados se conozcan y todas esas cosas entretenidas que hacen los jóvenes. ¿Te puedo ayudar en algo más?
Nota: María es un poco distraída y no se dio cuenta de que «crown» es «corona» y «crow» es «cuervo». Cuando lo notó ya era demasiado tarde.
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La siniestra puerta no pudo hacer de impedimento para que la agente se decidiera a quedarse fuera bajo la lluvia, ni para que dejara de lado sus quehaceres como agente. Si eso iba a ir de pruebas de valor, estaba segura de tener el suficiente… O al menos la suficiente cabeza como para seguir adelante, así que, tras inspeccionar el portón y su umbral en busca de una forma de llamar a la puerta, dio un par de toquecitos, usando la aldaba tan pintoresca y… para nada atractiva para llamar a la puerta. Estaba cansada, así que no llegó a percatarse en cómo esta cambiaba —o no— su gesto sonriente por uno más malhumorado. Siendo justos, no debía ser agradable que usasen su cabeza para golpear un trozo de madera o una placa de metal, así que no podía culpársele. Quizás estaba malhumorada por no haber causado la impresión deseada en la niña.
Al entrar, sin embargo, el ambiente resultaba mucho más acogedor que lo que podría parecer desde el exterior, un recibidor amplio con alfombras cubriendo el suelo, una escalera que debía dar a las habitaciones y un pasillo que, tras pasar un arco, dejaba a sus invitados dirigirse al comedor. En la recepción no había nadie, era la única pega… O parecía no haberlo hasta que su nuevo amigo volvió a graznar y alzó el vuelo desde su hombro para llamar a una tal María. Maze se asomó con prudencia y curiosidad a partes iguales al mostrador donde se había acomodado su amigo con plumas, poniéndose de puntillas para mirar más allá de la mesa encajada entre las paredes, topándose entonces con dos enormes ojos que no la miraban a ella, sino a “Crown”, como supuso que se debía llamar el pájaro. Esta empezó a tener una conversación con el ave, un poco como ella misma cuando estaba de camino. A la pelirrosa se le pasó por la mente que quizás había sido adiestrado por la mujer o algún otro encargado del hotel para guiar a sus posibles huéspedes y que no se perdieran en el camino. Ingenioso, aunque le daba algo de pena… Esperaba que si se hacían amigos quisiera volver con ella a la agencia, pero si ya tenía una casa no podía llevárselo sin más.
Como fuera, tampoco tenía tiempo para quedarse de morros o empanarse en ese momento. La mujer que por fin había reparado en ella empezó a soltar una retahíla de protocolo como recepcionista que se veía adornado con su amabilidad propia, o esa impresión dio a Maze que pese al cansancio y la sorpresa porque un perchero apareciera mágicamente a su derecha.
—Claro, sí… Vengo por lo de la agencia —le confirmó antes de dejar colgado su abrigo chorreante en la percha, así como su mochila. Hecho eso se dispuso a seguirla, sin saber muy bien a donde iba—. D-Disculpe, seño… Señorita María. Mi nombre es Maze, creo que sería descortés no presentarme… ¿Puedo hacerle algunas preguntas sobre este lugar? Lo cierto es que cuando llegué pensaba que estaría más cerca del acantilado. ¿Sabe por qué está aquí? Y… Bueno, intenté aprender un poco sobre la isla en mi camino a la isla, pero no me pudieron contar mucho, la verdad. Si tuviera algo de tiempo le agradecería que me contase.
La mujer no parecía tener mucho problema con decirle nada, algo que agradecía. Sabía que conseguir información era importante para un agente, pero no siempre resultaba fácil. Era algo bueno que fuera tan amable con ella. Sin embargo, toda su curiosidad se quedaría en eso una vez más si no se daban prisa, ya que en medio de su conversación María se acordó de avisar a Maze sobre una reunión convocada por su futuro superior. La pelirrosa palideció un poco. No podía presentarse tan desaliñada frente a él. Tenía que causar su mejor impresión. Tras ese susto inicial, no le quedaría más remedio que despedirse de la mujer. Hizo bien en no detenerse después de todo. Le preguntó a María sobre dónde se encontraba su habitación, si es que le habían asignado una y se dispuso a seguirla cargando con sus pertenencias. Una vez a solas en la habitación, correría a sacar sus cosas de la mochila y dejar su ropa de cambio lo más presentable posible. Se daría una ducha caliente, se secaría y peinaría el pelo, sujetándola en una coleta baja, lavaría sus dientes pese a no haber comido nada más aún y aguantaría las ganas de dar una cabezadita para después de la reunión a la que bajaría con una libretita y un bolígrafo para apuntar los puntos más importantes de la reunión, así como los datos sobre sus nuevos compañeros.
Al entrar, sin embargo, el ambiente resultaba mucho más acogedor que lo que podría parecer desde el exterior, un recibidor amplio con alfombras cubriendo el suelo, una escalera que debía dar a las habitaciones y un pasillo que, tras pasar un arco, dejaba a sus invitados dirigirse al comedor. En la recepción no había nadie, era la única pega… O parecía no haberlo hasta que su nuevo amigo volvió a graznar y alzó el vuelo desde su hombro para llamar a una tal María. Maze se asomó con prudencia y curiosidad a partes iguales al mostrador donde se había acomodado su amigo con plumas, poniéndose de puntillas para mirar más allá de la mesa encajada entre las paredes, topándose entonces con dos enormes ojos que no la miraban a ella, sino a “Crown”, como supuso que se debía llamar el pájaro. Esta empezó a tener una conversación con el ave, un poco como ella misma cuando estaba de camino. A la pelirrosa se le pasó por la mente que quizás había sido adiestrado por la mujer o algún otro encargado del hotel para guiar a sus posibles huéspedes y que no se perdieran en el camino. Ingenioso, aunque le daba algo de pena… Esperaba que si se hacían amigos quisiera volver con ella a la agencia, pero si ya tenía una casa no podía llevárselo sin más.
Como fuera, tampoco tenía tiempo para quedarse de morros o empanarse en ese momento. La mujer que por fin había reparado en ella empezó a soltar una retahíla de protocolo como recepcionista que se veía adornado con su amabilidad propia, o esa impresión dio a Maze que pese al cansancio y la sorpresa porque un perchero apareciera mágicamente a su derecha.
—Claro, sí… Vengo por lo de la agencia —le confirmó antes de dejar colgado su abrigo chorreante en la percha, así como su mochila. Hecho eso se dispuso a seguirla, sin saber muy bien a donde iba—. D-Disculpe, seño… Señorita María. Mi nombre es Maze, creo que sería descortés no presentarme… ¿Puedo hacerle algunas preguntas sobre este lugar? Lo cierto es que cuando llegué pensaba que estaría más cerca del acantilado. ¿Sabe por qué está aquí? Y… Bueno, intenté aprender un poco sobre la isla en mi camino a la isla, pero no me pudieron contar mucho, la verdad. Si tuviera algo de tiempo le agradecería que me contase.
La mujer no parecía tener mucho problema con decirle nada, algo que agradecía. Sabía que conseguir información era importante para un agente, pero no siempre resultaba fácil. Era algo bueno que fuera tan amable con ella. Sin embargo, toda su curiosidad se quedaría en eso una vez más si no se daban prisa, ya que en medio de su conversación María se acordó de avisar a Maze sobre una reunión convocada por su futuro superior. La pelirrosa palideció un poco. No podía presentarse tan desaliñada frente a él. Tenía que causar su mejor impresión. Tras ese susto inicial, no le quedaría más remedio que despedirse de la mujer. Hizo bien en no detenerse después de todo. Le preguntó a María sobre dónde se encontraba su habitación, si es que le habían asignado una y se dispuso a seguirla cargando con sus pertenencias. Una vez a solas en la habitación, correría a sacar sus cosas de la mochila y dejar su ropa de cambio lo más presentable posible. Se daría una ducha caliente, se secaría y peinaría el pelo, sujetándola en una coleta baja, lavaría sus dientes pese a no haber comido nada más aún y aguantaría las ganas de dar una cabezadita para después de la reunión a la que bajaría con una libretita y un bolígrafo para apuntar los puntos más importantes de la reunión, así como los datos sobre sus nuevos compañeros.
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María se encoge de hombros algo confundida.
—Este edificio tiene más años que tú y yo juntas, no sé en qué pensaron los dueños cuando quisieron construirla en este lugar. Oh, pero lo que sí sé es que el esposo era un farmacéutico muy importante, un verdadero alquimista. Y también sé que un día, cuando volvía del laboratorio, encontró a su esposa colgada de esa viga —te dice, apuntando esa viga que tan normal parece—. Una pena que hayas subido las escaleras, en todo caso. Más al oeste construyeron un enorme ascensor, después de todo, hay unos cuantos pueblos a los que se puede llegar.
Bueno, si no tienes más dudas… Haces todo lo que tienes que hacer y, cuando estás preparada, te diriges a una enorme habitación. Es elegante, suelo alfombrado y murallas ostentosas. Todo muy victoriano, diría yo. Pero más allá de los lujosos muebles y el hermoso tocadiscos, lo que más te llama la atención es al pintoresco grupo que espera junto a una gran puerta doble.
Va vestido con un traje elegante y moderno, lleva una pistola de 9mm en la pistolera del cinturón y te mira como si fueras la mujer más ardiente del mundo. Estoy hablando de Baby Khan, el niño de cinco años más listo del mundo. Mide apenas un metro, tiene los mofletes tan apretables y un único mechón sale de su cabeza calva. Lo curioso es que, después de escanearte con la mirada, llega donde una chica como hecha de metal y le da una nalgada.
—¡¿Qué crees que haces, puto subnormal?!
La chica de cabellos violetas y amarillos le da un puñetazo con su brazo metálico y Baby Khan lo esquiva para intentar tocarle una teta mientras sonríe con perversión.
—Lo siento, han estado así desde que se conocieron. Nos arruinan la reputación… —te comenta un chico normal que se ha puesto a tu lado. Va bien vestido, no con tanto estilo como Baby Khan, pero feo no es. Cabello marrón, ojos pardos y sonrisa tierna—. Soy Lucky Lock, un gusto. Tú debes ser la última en llegar, ¿no?
También verás a un chico durmiendo ahí tan cómodo en los sofás. Medirá un metro ochenta, tiene los cabellos negros y da la impresión de que nada puede perturbar su sueño. Tiene unas líneas tatuadas que van hacia todos lados y que brillan de vez en cuando. Luck dice que su nombre es Wick, un dormilón que no habla con nadie porque, bueno, se la pasa durmiendo.
Y no te olvides de Winnie, el señor de gran barbilla que está de brazos cruzados mirando la ventana. Es más o menos de tu porte, tiene una barriga bien grandota, los labios pintados y el rímel corrido. Peinado a lo Elvis y con una operación de glúteos mal hecha, Winnie es el más viejo del equipo. Deberá andar por los cuarenta y Lucky te dice que ha intentado pasar la prueba veintiocho veces, pero nunca lo ha logrado. Si te acercas a él…
—Oh, la juventud: es efímera y adorable como la vida misma. Oh, la juventud.
Sea lo que sea que le preguntes, te responderá algo sin sentido. De vez en cuando suelta una risita, pero poco más.
—Uf, por fin he terminado. —Todo el mundo guarda silencio cuando la puerta se abre. Ha aparecido un hombre de unos setenta años, rostro arrugado y gafas circulares como las de H.P., va vestido con un chaleco de viejo y se rasca la nuca tan despreocupado—. Gracias por haber esperado, significa mucho para mí. No quiero hacerles perder más el tiempo, así que seré directo: están aquí para demostrarle al Cipher Pol que no son personas ordinarias. Todos y cada uno de ustedes, salvo Winnie —Winnie sonríe y levanta el pulgar—, está en este hotel por alguna de sus habilidades.
» La prueba es sencilla, pero eso no la hace fácil. En los pueblos aledaños se encuentra un grupo de revolucionarios radicales que debe ser capturado cuanto antes. Deben descubrir sus intenciones y por qué han estado operando en esta isla, qué es lo que buscan. Lo harán solos, yo solo seré un observador —comenta Fernández, el viejo que te ha llamado desde tan lejos—. Esto es solo para que se hagan una idea de lo que deberán hacer en los próximos días. Mañana les daré los detalles, ahora vayan a descansar y a divertirse.
Puedes quedarte y hacerle preguntas, interactuar con tus compañeros o lo que sea que quieras hacer, pero déjame decirte algo: la tormenta está llegando.
—Este edificio tiene más años que tú y yo juntas, no sé en qué pensaron los dueños cuando quisieron construirla en este lugar. Oh, pero lo que sí sé es que el esposo era un farmacéutico muy importante, un verdadero alquimista. Y también sé que un día, cuando volvía del laboratorio, encontró a su esposa colgada de esa viga —te dice, apuntando esa viga que tan normal parece—. Una pena que hayas subido las escaleras, en todo caso. Más al oeste construyeron un enorme ascensor, después de todo, hay unos cuantos pueblos a los que se puede llegar.
Bueno, si no tienes más dudas… Haces todo lo que tienes que hacer y, cuando estás preparada, te diriges a una enorme habitación. Es elegante, suelo alfombrado y murallas ostentosas. Todo muy victoriano, diría yo. Pero más allá de los lujosos muebles y el hermoso tocadiscos, lo que más te llama la atención es al pintoresco grupo que espera junto a una gran puerta doble.
Va vestido con un traje elegante y moderno, lleva una pistola de 9mm en la pistolera del cinturón y te mira como si fueras la mujer más ardiente del mundo. Estoy hablando de Baby Khan, el niño de cinco años más listo del mundo. Mide apenas un metro, tiene los mofletes tan apretables y un único mechón sale de su cabeza calva. Lo curioso es que, después de escanearte con la mirada, llega donde una chica como hecha de metal y le da una nalgada.
—¡¿Qué crees que haces, puto subnormal?!
La chica de cabellos violetas y amarillos le da un puñetazo con su brazo metálico y Baby Khan lo esquiva para intentar tocarle una teta mientras sonríe con perversión.
—Lo siento, han estado así desde que se conocieron. Nos arruinan la reputación… —te comenta un chico normal que se ha puesto a tu lado. Va bien vestido, no con tanto estilo como Baby Khan, pero feo no es. Cabello marrón, ojos pardos y sonrisa tierna—. Soy Lucky Lock, un gusto. Tú debes ser la última en llegar, ¿no?
También verás a un chico durmiendo ahí tan cómodo en los sofás. Medirá un metro ochenta, tiene los cabellos negros y da la impresión de que nada puede perturbar su sueño. Tiene unas líneas tatuadas que van hacia todos lados y que brillan de vez en cuando. Luck dice que su nombre es Wick, un dormilón que no habla con nadie porque, bueno, se la pasa durmiendo.
Y no te olvides de Winnie, el señor de gran barbilla que está de brazos cruzados mirando la ventana. Es más o menos de tu porte, tiene una barriga bien grandota, los labios pintados y el rímel corrido. Peinado a lo Elvis y con una operación de glúteos mal hecha, Winnie es el más viejo del equipo. Deberá andar por los cuarenta y Lucky te dice que ha intentado pasar la prueba veintiocho veces, pero nunca lo ha logrado. Si te acercas a él…
—Oh, la juventud: es efímera y adorable como la vida misma. Oh, la juventud.
Sea lo que sea que le preguntes, te responderá algo sin sentido. De vez en cuando suelta una risita, pero poco más.
—Uf, por fin he terminado. —Todo el mundo guarda silencio cuando la puerta se abre. Ha aparecido un hombre de unos setenta años, rostro arrugado y gafas circulares como las de H.P., va vestido con un chaleco de viejo y se rasca la nuca tan despreocupado—. Gracias por haber esperado, significa mucho para mí. No quiero hacerles perder más el tiempo, así que seré directo: están aquí para demostrarle al Cipher Pol que no son personas ordinarias. Todos y cada uno de ustedes, salvo Winnie —Winnie sonríe y levanta el pulgar—, está en este hotel por alguna de sus habilidades.
» La prueba es sencilla, pero eso no la hace fácil. En los pueblos aledaños se encuentra un grupo de revolucionarios radicales que debe ser capturado cuanto antes. Deben descubrir sus intenciones y por qué han estado operando en esta isla, qué es lo que buscan. Lo harán solos, yo solo seré un observador —comenta Fernández, el viejo que te ha llamado desde tan lejos—. Esto es solo para que se hagan una idea de lo que deberán hacer en los próximos días. Mañana les daré los detalles, ahora vayan a descansar y a divertirse.
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