Kohaku Sato
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Los largos días de frío en aquella maldita isla nívea habían acabado. Al fin la misión que el rey de Sakura le había encomendado, junto al resto de sus nuevos compañeros, había llegado a su desenlace. Era extraño. No sabía si era por el frío, o si bien era porque durante semanas había sido repudiado por parte de los habitantes de la isla, pero se le había hecho eterna la estadía en aquel lugar.
Apenas eran las diez de la mañana, y Kohaku estaba deseoso de marcharse hacia climas más cálidos. Había acordado quedarse con Abigail y Hazel para ir hacia la siguiente isla en busca de su próxima captura, y seguir aumentando el grosor de su cartera. Lo cierto es que le gustaba su compañía, ambas eran señoritas de carácter noble, aspecto agradable para los cánones de belleza que le resultaban atractivos al cazador y diestras en el arte de la batalla. La primera le debía dinero, y era algo que no iba a olvidar, mientras que la segunda se había convertido en su compañera de entrenamientos.
—¿Y ahora hacia dónde? —preguntó el cazador—. Ayer llegó a mis oídos que en Arabasta hay un par de bandas de piratas novatos que esperan a que sus logs poses se carguen para poder continuar. Si salimos en una hora quizá lleguemos a tiempo para capturarlos.
Sin embargo, la respuesta que recibió no le gustó demasiado. El plan de sus compañeras era quedarse allí, ya que la monja había conseguido una casa en aquellos lares. «¿Quién diablos quiere una casa en un lugar como este?», se preguntaba el cazador, cuyo rostro se tornó más serio que de costumbre. No podía creer que tuviera que esperar más tiempo en aquel lugar. «De haberlo sabido me habría marchado con Braud», comentó para su fuero interno, mientras sus compañeras hablaban y le enseñaban el camino.
Algunos de los ciudadanos aun miraban con desprecio a Kohaku, que apartaba la mirada y se encogía de hombros, pensando en las ganas que tenía de marcharse de allí. En teoría le habían exculpado de todos sus falsos delitos, ya que el mismísimo rey se había pronunciado al respecto, alegando que había matado a un impostor. Sin embargo, algunos declaraban que el cazador no había dudado ni un segundo en matar a la doble de la princesa. ¿La razón? Se había escapado el rumor de que Kohaku desconocía que no era la verdadera.
—¿Qué le ves a este pueblo como para querer tener una casa aquí? —preguntó—. Hace frío, no hay hamacas y tampoco playas de arena blanca... Como mucho hay animalillos interesantes.
Apenas eran las diez de la mañana, y Kohaku estaba deseoso de marcharse hacia climas más cálidos. Había acordado quedarse con Abigail y Hazel para ir hacia la siguiente isla en busca de su próxima captura, y seguir aumentando el grosor de su cartera. Lo cierto es que le gustaba su compañía, ambas eran señoritas de carácter noble, aspecto agradable para los cánones de belleza que le resultaban atractivos al cazador y diestras en el arte de la batalla. La primera le debía dinero, y era algo que no iba a olvidar, mientras que la segunda se había convertido en su compañera de entrenamientos.
—¿Y ahora hacia dónde? —preguntó el cazador—. Ayer llegó a mis oídos que en Arabasta hay un par de bandas de piratas novatos que esperan a que sus logs poses se carguen para poder continuar. Si salimos en una hora quizá lleguemos a tiempo para capturarlos.
Sin embargo, la respuesta que recibió no le gustó demasiado. El plan de sus compañeras era quedarse allí, ya que la monja había conseguido una casa en aquellos lares. «¿Quién diablos quiere una casa en un lugar como este?», se preguntaba el cazador, cuyo rostro se tornó más serio que de costumbre. No podía creer que tuviera que esperar más tiempo en aquel lugar. «De haberlo sabido me habría marchado con Braud», comentó para su fuero interno, mientras sus compañeras hablaban y le enseñaban el camino.
Algunos de los ciudadanos aun miraban con desprecio a Kohaku, que apartaba la mirada y se encogía de hombros, pensando en las ganas que tenía de marcharse de allí. En teoría le habían exculpado de todos sus falsos delitos, ya que el mismísimo rey se había pronunciado al respecto, alegando que había matado a un impostor. Sin embargo, algunos declaraban que el cazador no había dudado ni un segundo en matar a la doble de la princesa. ¿La razón? Se había escapado el rumor de que Kohaku desconocía que no era la verdadera.
—¿Qué le ves a este pueblo como para querer tener una casa aquí? —preguntó—. Hace frío, no hay hamacas y tampoco playas de arena blanca... Como mucho hay animalillos interesantes.
Abigail Mjöllnir
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Bien está lo que bien acaba, como dirían. Habían acabado el trabajo de Sakura pero... no del todo. Tal como había negociado en el Palacio Real, Abigail había decidido renunciar a su recompensa económica para, en su lugar, recibir una propiedad en el reino. Le habían dicho que la avisarían cuando estuviera todo preparado, y esa era una de las razones por las que no quería salir de la isla todavía. Ya había recibido el aviso y no solo eso, si no que tenían alguna que otra cosa más preparada para ella.
—Me gustan los sitios fríos, puedo estar tapada al calor de una chimenea. Tienen gente amable y leal, y... necesito un sitio donde poder regresar cuando esté cansada, el velero no es tan cómodo como parece. Ahora mismo debe ser mi isla favorita —resumió, así por encima, los motivos que tenía para quedarse ahí, aunque había alguno más —. Y quizá mi presencia aquí ayude a que los piratas se piensen dos veces el intentar atacar este sitio de nuevo —ese era el último motivo. Su vivienda allí actuaba también como una medida disuasoria para los piratas más cobardes, que probablemente temerían atacar y recibir un contraataque del grupo de cazadores que ya llevaban un par de actuaciones exitosas a "gran escala".
Miró de reojo a los ciudadanos, que se habían fijado en Kohaku.
—Se les pasará tarde o temprano, les tienen aprecio a sus líderes —comentó. Era buen lugar para vivir y lo había defendido con todo lo que tenía. No obstante, había otro motivo más para quedarse en la isla al menos unos días más.
—Sé que no te hace gracia la idea de quedarte, pero créeme, solo tienes que esperar un po...
Puru, puru, puru, puru, puru
El Den Den Mushi de Abigail sonó, y no tardó demasiado en descolgarlo.
—¿Tienes lo que te pedí? —esperó un poco a la respuesta. Se manifestó dentro de su propia fortaleza cerrada y avisaría a Amara, su mayor confidente entre sus filas —. Ve a la sala de mando y anota los nombres que voy a dictar —la llamada sería corta. Aquel informante era tremendamente fiable y no quería gastar demasiado de su tiempo, por eso apenas intercambiaban frases antes de colgar.
—Maverick Watts, Rouge S. Hedgeburn, Leonard "Omega" Temple, Roman "el Tuberculoso", Freites D. Irkenox Alpha, Yuvel la Alada, Olaf Noisson. Gracias, ¿te importa averiguar por dónde pueden andar los que estén más cerca? Ajá, gracias.
Guardó el Den Den Mushi y esperó a que su subordinada le confirmara que lo tenía todo anotado. Uno de esos nombres lo recordaba de una carta a la que nunca había respondido. Su intuición, una vez más, no le había fallado, los piratas eran un grupo de malnacidos por muchas palabras bonitas que usaran.
—Bien, Amara, busca sus Wanted —acto seguido giró la cabeza —No son todos, pero son los nombres de siete piratas conocidos que ayudaron a llevar a cabo el asalto a Sakura. Es mejor que una cabeza de novato, ¿no? Puede que la Marina ya haya atrapado a alguno de esos, pero si quedan algunos sueltos podemos ir. Apenas han pasado días, no creo que se hayan alejado demasiado —comentó, aún estaban haciendo control de daños en Sakura, seguramente los piratas estarían haciendo lo mismo. Cogió algo de aire y prosiguió —. La mayoría se fueron aterrorizados cuando se dieron cuenta de que... bueno, de que los habían abandonado a su suerte, pero alguno podría haber huído con la nave principal... a estos últimos no los perseguiré por ahora, sería demasiado arriesgado hacerlo sin apoyo Marine —sentiría pena por los que habían sido traicionados, pero eran gente que había participado de forma activa en el asalto a una isla totalmente pacífica. Si andaban cerca pensaba perseguirlos y entregarlos a la Marina, vivos o muertos.
—Pero antes quería ver qué es eso que me han preparado. ¿Y habíais encontrado un barco, verdad? Estaría bien revisarlo luego por si acaso.
Poco a poco dejarían la capital y seguirían las direcciones que le habían dado. Se suponía que la antigua taberna estaba en las afueras...
—Me gustan los sitios fríos, puedo estar tapada al calor de una chimenea. Tienen gente amable y leal, y... necesito un sitio donde poder regresar cuando esté cansada, el velero no es tan cómodo como parece. Ahora mismo debe ser mi isla favorita —resumió, así por encima, los motivos que tenía para quedarse ahí, aunque había alguno más —. Y quizá mi presencia aquí ayude a que los piratas se piensen dos veces el intentar atacar este sitio de nuevo —ese era el último motivo. Su vivienda allí actuaba también como una medida disuasoria para los piratas más cobardes, que probablemente temerían atacar y recibir un contraataque del grupo de cazadores que ya llevaban un par de actuaciones exitosas a "gran escala".
Miró de reojo a los ciudadanos, que se habían fijado en Kohaku.
—Se les pasará tarde o temprano, les tienen aprecio a sus líderes —comentó. Era buen lugar para vivir y lo había defendido con todo lo que tenía. No obstante, había otro motivo más para quedarse en la isla al menos unos días más.
—Sé que no te hace gracia la idea de quedarte, pero créeme, solo tienes que esperar un po...
Puru, puru, puru, puru, puru
El Den Den Mushi de Abigail sonó, y no tardó demasiado en descolgarlo.
—¿Tienes lo que te pedí? —esperó un poco a la respuesta. Se manifestó dentro de su propia fortaleza cerrada y avisaría a Amara, su mayor confidente entre sus filas —. Ve a la sala de mando y anota los nombres que voy a dictar —la llamada sería corta. Aquel informante era tremendamente fiable y no quería gastar demasiado de su tiempo, por eso apenas intercambiaban frases antes de colgar.
—Maverick Watts, Rouge S. Hedgeburn, Leonard "Omega" Temple, Roman "el Tuberculoso", Freites D. Irkenox Alpha, Yuvel la Alada, Olaf Noisson. Gracias, ¿te importa averiguar por dónde pueden andar los que estén más cerca? Ajá, gracias.
Guardó el Den Den Mushi y esperó a que su subordinada le confirmara que lo tenía todo anotado. Uno de esos nombres lo recordaba de una carta a la que nunca había respondido. Su intuición, una vez más, no le había fallado, los piratas eran un grupo de malnacidos por muchas palabras bonitas que usaran.
—Bien, Amara, busca sus Wanted —acto seguido giró la cabeza —No son todos, pero son los nombres de siete piratas conocidos que ayudaron a llevar a cabo el asalto a Sakura. Es mejor que una cabeza de novato, ¿no? Puede que la Marina ya haya atrapado a alguno de esos, pero si quedan algunos sueltos podemos ir. Apenas han pasado días, no creo que se hayan alejado demasiado —comentó, aún estaban haciendo control de daños en Sakura, seguramente los piratas estarían haciendo lo mismo. Cogió algo de aire y prosiguió —. La mayoría se fueron aterrorizados cuando se dieron cuenta de que... bueno, de que los habían abandonado a su suerte, pero alguno podría haber huído con la nave principal... a estos últimos no los perseguiré por ahora, sería demasiado arriesgado hacerlo sin apoyo Marine —sentiría pena por los que habían sido traicionados, pero eran gente que había participado de forma activa en el asalto a una isla totalmente pacífica. Si andaban cerca pensaba perseguirlos y entregarlos a la Marina, vivos o muertos.
—Pero antes quería ver qué es eso que me han preparado. ¿Y habíais encontrado un barco, verdad? Estaría bien revisarlo luego por si acaso.
Poco a poco dejarían la capital y seguirían las direcciones que le habían dado. Se suponía que la antigua taberna estaba en las afueras...
- justificación:
Hago uso de este informante de aquí para conocer nombres de piratas (inventados o usuarios) que hayan participado de forma activa y pública en el asalto a Sakura.
Otras cosas: Abi tiene contacto con un NPC confidente de la facción Pirata, cuyo funcionamiento es el siguiente:
"La información siempre debe consistir en una única frase de veinte palabras como máximo, relacionada en ambos casos con piratas al proceder vuestros informantes a este colectivo. Evidentemente, el uso "particularmente útil" de estas informaciones no está permitido."
El listado de nombres son 20 palabras justas y contadas.
Hazel se encontraba en una situación… Complicada. O mejor dicho internamente era una bestia con muy malas pulgas y aún peor perder. Y es que sentía que ese viaje no había servido para nada. Una mierda de recompensa por una mierda de trabajo. No porque treinta millones de Berries fueran pocos. No los eran, y debía estar agradecida de que el reino fuera lo suficientemente amable como para pagar sus infructuosos esfuerzos de ser productiva. Nunca tendría que haber montado en ese barco, no si significaba que iba a dejar todo el trabajo a sus compañeros. Seamos claros, la fama le importaba una putísima mierda. Pero esperaba encontrarse a más gente en el barco y sacarse su propio pellizco. Tampoco hubiera sido muy grande según lo que le contó Kohaku, pero se hubiera sentido mucho menos inútil y hubiera aprovechado más. Y lo peor era que eso no podía echárselo en cara a nadie: ni a sus compañeros, ni a Ayden. A nadie. Ni siquiera había sido su puta culpa. Lo único que quería en aquel momento era mandar a volar todo por los aires. Pero, curiosamente nada de estas palabras y frustración salían a la superficie. No, Hazel lo estaba guardando todo dentro y haciéndolo bola como un volcán antes de explotar.
Eso sí, a veces la bordería se le escapaba por los poros de la piel: malas miradas a sus compañeros, aún peores miradas a la gente que pasaba por la calle cuando alguno tenía la poca cabeza e ignorancia de hablar en cuchicheos en su presencia. Sabía que no iban por ella, pero simplemente le cabreaba lo más mínimo. Y parecía que ese día Kohaku se había dispuesto a terminar de hacer entrar en erupción el volcán. No, no le hacía ni puta gracia la idea de volver a pisar Arabastra. Tampoco quería quedarse más en Sakura. Pero al contrario que el cabeza hueco al que debieron alimentar toda su puñetera infancia a base de esteroides, ella era capaz de entender por qué. Aunque le jodiera.
—Oye, que si quieres que me muera me lo dices y ya, Ko —soltó de sopetón, cuando el chico empezó a hablar de Arabastra. Había estado ahí, y sabía que a su cuerpo el sol no le sentaba bien, menos si sumabas ese aire seco tan caliente que parecía azotar como si fueran latigazos. No, no lo pasó bien en sus pequeñas vacaciones previas a lo que se sucedió en Sakura. No lo pasó bien en Sakura, mucho menos cuando lo único en lo que de verdad había podido ser de utilidad fue en no estamparse contra un árbol y lanzar un par de ondas cortantes a un bicho muerto poseído por un bicho-seta. Y mucho menos pretendía volver a repetir la experiencia… Salvo que, si seguía su camino en busca de esa tal Payne el viaje no habría sido del todo una perdida—. O si quieres que te dejemos marchar. Nadie te ha obligado a quedarte con nosotras. ¿Por qué no haces como dices y te vas con Braud? Seguro que el cerebro de serrín junto con el subnormal de Roland son mejor opción que nosotras, entre quienes se encuentra la única que parece tener nociones para navegar y para poner a punto el único premio fuerte que hemos conseguido sacar de venir a ayudar a esta isla. Porque al contrario que a ti, a algunos el sol nos deja tan mal que puede matarnos, y Arabastra no difiere mucho de un horno gigante de puta arena.
La albina tomó aire después de este momento de griterío, aprovechando el volver a recargar los pulmones con aire y suspirar pesadamente como una forma de calmarse. Tal vez algo tarde después de todo lo que había soltado. Ella no era una chica amable, lo sabía de sobra. Y lo cierto es que de normal le daba igual. Pero en este caso, tras soltar todo aquello no pudo evitar intentar… mitigar un poco sus palabras. Tampoco habían sido tan brutas, solo lo justo… Quizás un tono demasiado alto… Por suerte estaba Abby también que podría ayudar a terminar de calmar los ánimos con su actitud fría como el hielo.
—Como sea. Preferiría que nuestro siguiente objetivo distara de esa isla desertica, y… por lo que parece, Abigail tiene una buena idea. No creo que unas cuantas sobras de piratas de poca monta y marineritos recién salidos de las faldas de su madre compensen que nos hayan estado moviendo de un lado a otro sin saber lo que de verdad pasaba. Yo con eso de «se acabó» y pasamos página no me voy a dar esta vez por satisfecha.
La conversación no se alargaría mucho más por el momento. Siguiendo las indicaciones de Abigail y algo apaciguados los ánimos, los tres cazarrecompensas que decidideron seguir juntos se encaminaron a las afueras de la capital hasta dejar atrás las que parecían las últimas casas. Unos kilómetros más adelante, aun así, se encontraba una zona que parecía más una finca que una casita. Hazel había escuchado poniendo un poco la oreja desde la ventana del cuarto que Abigail le proporcionara en su fortaleza, que se trataba de una vieja taberna, la cual iban a restaurar para la beata, pero no esperaba algo de esa envergadura, así que no pudo evitar soltar un silbido de admiración.
—Oye, Abi. Saca el trineo. Tardaremos mucho menos si vamos con el hasta la entrada, ¿no te parece? —Propuso la albina. El trinero había sido una adquisición que entre Kohaku y ella habían logrado tomar de unos piratuchos de poca monta antes del asalto pirata al reino. Un tema que, tal vez hubieran podido investigar más. ¿Serían parte de ese grupo de personas engañadas por Payne? Lo dudaba por su modo de actuar y su poco nivel a la hora de pelear. Pero bueno, peones hay de toda clase. Lo importante era que eso compensaba un poquito más el desastre que había sido su gran trabajo en Sakura y podían darle uso. Lo hicieran en ese momento o no, al final acabarían en el cortijo de Abigail igualmente.
Eso sí, a veces la bordería se le escapaba por los poros de la piel: malas miradas a sus compañeros, aún peores miradas a la gente que pasaba por la calle cuando alguno tenía la poca cabeza e ignorancia de hablar en cuchicheos en su presencia. Sabía que no iban por ella, pero simplemente le cabreaba lo más mínimo. Y parecía que ese día Kohaku se había dispuesto a terminar de hacer entrar en erupción el volcán. No, no le hacía ni puta gracia la idea de volver a pisar Arabastra. Tampoco quería quedarse más en Sakura. Pero al contrario que el cabeza hueco al que debieron alimentar toda su puñetera infancia a base de esteroides, ella era capaz de entender por qué. Aunque le jodiera.
—Oye, que si quieres que me muera me lo dices y ya, Ko —soltó de sopetón, cuando el chico empezó a hablar de Arabastra. Había estado ahí, y sabía que a su cuerpo el sol no le sentaba bien, menos si sumabas ese aire seco tan caliente que parecía azotar como si fueran latigazos. No, no lo pasó bien en sus pequeñas vacaciones previas a lo que se sucedió en Sakura. No lo pasó bien en Sakura, mucho menos cuando lo único en lo que de verdad había podido ser de utilidad fue en no estamparse contra un árbol y lanzar un par de ondas cortantes a un bicho muerto poseído por un bicho-seta. Y mucho menos pretendía volver a repetir la experiencia… Salvo que, si seguía su camino en busca de esa tal Payne el viaje no habría sido del todo una perdida—. O si quieres que te dejemos marchar. Nadie te ha obligado a quedarte con nosotras. ¿Por qué no haces como dices y te vas con Braud? Seguro que el cerebro de serrín junto con el subnormal de Roland son mejor opción que nosotras, entre quienes se encuentra la única que parece tener nociones para navegar y para poner a punto el único premio fuerte que hemos conseguido sacar de venir a ayudar a esta isla. Porque al contrario que a ti, a algunos el sol nos deja tan mal que puede matarnos, y Arabastra no difiere mucho de un horno gigante de puta arena.
La albina tomó aire después de este momento de griterío, aprovechando el volver a recargar los pulmones con aire y suspirar pesadamente como una forma de calmarse. Tal vez algo tarde después de todo lo que había soltado. Ella no era una chica amable, lo sabía de sobra. Y lo cierto es que de normal le daba igual. Pero en este caso, tras soltar todo aquello no pudo evitar intentar… mitigar un poco sus palabras. Tampoco habían sido tan brutas, solo lo justo… Quizás un tono demasiado alto… Por suerte estaba Abby también que podría ayudar a terminar de calmar los ánimos con su actitud fría como el hielo.
—Como sea. Preferiría que nuestro siguiente objetivo distara de esa isla desertica, y… por lo que parece, Abigail tiene una buena idea. No creo que unas cuantas sobras de piratas de poca monta y marineritos recién salidos de las faldas de su madre compensen que nos hayan estado moviendo de un lado a otro sin saber lo que de verdad pasaba. Yo con eso de «se acabó» y pasamos página no me voy a dar esta vez por satisfecha.
La conversación no se alargaría mucho más por el momento. Siguiendo las indicaciones de Abigail y algo apaciguados los ánimos, los tres cazarrecompensas que decidideron seguir juntos se encaminaron a las afueras de la capital hasta dejar atrás las que parecían las últimas casas. Unos kilómetros más adelante, aun así, se encontraba una zona que parecía más una finca que una casita. Hazel había escuchado poniendo un poco la oreja desde la ventana del cuarto que Abigail le proporcionara en su fortaleza, que se trataba de una vieja taberna, la cual iban a restaurar para la beata, pero no esperaba algo de esa envergadura, así que no pudo evitar soltar un silbido de admiración.
—Oye, Abi. Saca el trineo. Tardaremos mucho menos si vamos con el hasta la entrada, ¿no te parece? —Propuso la albina. El trinero había sido una adquisición que entre Kohaku y ella habían logrado tomar de unos piratuchos de poca monta antes del asalto pirata al reino. Un tema que, tal vez hubieran podido investigar más. ¿Serían parte de ese grupo de personas engañadas por Payne? Lo dudaba por su modo de actuar y su poco nivel a la hora de pelear. Pero bueno, peones hay de toda clase. Lo importante era que eso compensaba un poquito más el desastre que había sido su gran trabajo en Sakura y podían darle uso. Lo hicieran en ese momento o no, al final acabarían en el cortijo de Abigail igualmente.
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—Si te quisiera muerta, querida mía, te aseguro que ya lo estarías —le respondió con su voz natural, grave y calmada, pero otorgándole cierto tono de burla e ironía. Acompañó sus palabras de un guiño, seguida de una sonrisa para que se diera cuenta que estaba completamente de broma. Hacía poco tiempo que comenzaba a cogerle el gusto de nuevo a relacionarse con otras personas, aunque le desquiciaran mucho en alguna que otra ocasión.
Ninguna de las dos jóvenes quería ir al cálido, exótico y repleto de criaturas geniales como era el reino de Arabasta, y eso hizo suspirar con cierta resignación al moreno, que se encogió de hombros y continuó caminando tras ellas. Era un fanático de los animales, y había leído muchísimo sobre la exquisita y variopinta fauna que residía en Arabasta. Tenía muchas ganas de ir, pero algo le decía que iba a tener que hacerlo en solitario. Quería ver a esos cocodrilos cuya cola terminaba en forma de banana, batirse en duelo con los dugongs luchadores, montar en camello tomando té o analizar la forma de correr de los veloces Erimaki Runners. Sin embargo, lo que más ansiaba era montarse en los lomos de un super pato, es más, quería comprar uno y quedárselo de montura.
—¿Y no os gustaría tener un Super Pato como montura en tierra? —Los ojos de Kohaku se iluminaron como los de un niño pequeño con juguetes nuevos, casi literalmente, imaginándose montando sobre uno de esas nobles aves-corcel sin necesidad de tener que ir caminando ni dentro de su compañera de nombre innombrable—. Porque a mi sí —Sonrió justo después, mirando a Hazel y Abby.
Poco después, Hazel tuvo la mejor idea de todas: Sacar el nuevo trineo a motor. Era una máquina que había conseguido de unos piratas, bastante cómoda y rápida, aunque seguramente tendría que buscar a algún mecánico que lo volviera un vehículo todoterreno. Se subió y se sentó en uno de los asientos homologados, bien agarrado y le dio un golpecito en la espalda a Abigail.
—Con cariño, ¿vale?
Ninguna de las dos jóvenes quería ir al cálido, exótico y repleto de criaturas geniales como era el reino de Arabasta, y eso hizo suspirar con cierta resignación al moreno, que se encogió de hombros y continuó caminando tras ellas. Era un fanático de los animales, y había leído muchísimo sobre la exquisita y variopinta fauna que residía en Arabasta. Tenía muchas ganas de ir, pero algo le decía que iba a tener que hacerlo en solitario. Quería ver a esos cocodrilos cuya cola terminaba en forma de banana, batirse en duelo con los dugongs luchadores, montar en camello tomando té o analizar la forma de correr de los veloces Erimaki Runners. Sin embargo, lo que más ansiaba era montarse en los lomos de un super pato, es más, quería comprar uno y quedárselo de montura.
—¿Y no os gustaría tener un Super Pato como montura en tierra? —Los ojos de Kohaku se iluminaron como los de un niño pequeño con juguetes nuevos, casi literalmente, imaginándose montando sobre uno de esas nobles aves-corcel sin necesidad de tener que ir caminando ni dentro de su compañera de nombre innombrable—. Porque a mi sí —Sonrió justo después, mirando a Hazel y Abby.
Poco después, Hazel tuvo la mejor idea de todas: Sacar el nuevo trineo a motor. Era una máquina que había conseguido de unos piratas, bastante cómoda y rápida, aunque seguramente tendría que buscar a algún mecánico que lo volviera un vehículo todoterreno. Se subió y se sentó en uno de los asientos homologados, bien agarrado y le dio un golpecito en la espalda a Abigail.
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