Hayden Ashworth
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—¿Estás segura de que esto te va a ocultar…?
—Por supuesto, dame.
Ichigo le quitó a Yan Po de las manos el utensilio que le había pedido que comprase por ella. Unas gafas gruesas adheridas a una nariz falsa con un cincelado bigote sintético. Se las puso enseguida y posó delante de Yan Po, esperando una reacción u opinión sobre su nuevo y distinto aspecto. Lo único que hizo el muchacho fue frotarse los párpados con los dedos en un gesto de resignación y paciencia a punto de desaparecer.
—Ichigo… ¿Eres consciente de que ahora mismo tienes cuerpo de chica joven?
—... Ajá… ¿Y? — preguntó con una sonrisa y sin abandonar la pose.
—¿Y eres consciente de que ver a una chica pelirroja, vestida como siempre va la conocidísima hermana de la emperatriz, con un bigote falso llama más la atención sin evitar que te reconozcan?
—Pero la hermana de la emperatriz no tiene bigote, nadie me va a…
—¡¡Tienes cola de mono, Ichigo!!
Ichigo rompió la pose por primera vez y se miró el pandero. La cola se movió un poco, casi como si fuera una serpiente mirándolo de vuelta. Miró entonces a Yan Po, que la observaba incrédulo por su estupidez con los brazos en jarra.
—Puedo venir de… una isla donde todos tienen… ¿cola de mono?
El joven puso los ojos en blanco cuando la última onza de paciencia abandonó su cuerpo por fin. Se dio la vuelta y sacudió los brazos en gesto de resignación.
—Mira, haz lo que quieras, pero te van a pillar y tu hermana te va a echar bronca, recuerda que te prohibió presentarte.
Y se marchó antes de admitir respuesta. Ichigo se quedó quieta, mirando hacia el vacío siendo el único movimiento el vaivén de su cola. Sacudió la cabeza intentando quitarse de encima el pesimismo de Yan Po de la cabeza y se colocó su bastón y su mochila a sus espaldas. No es que estuviese metida en el mundo de la cocina, pero le gustaba muchísimo cocinar. Había aprendido cosas muy básicas colándose en las cocinas de palacio y observando cómo trabajaban y se moría de ganas de aprender de verdad.
Pero Izumi era estricta. La hija bastarda de Zuko estaba siempre en boca de los ciudadanos de Reddo más chismosos y cotillas que poblaban sus tabernas y teterías. La emperatriz no quería que llamase más la atención. Ya bastante la desobedecía cuando decidía no ocultar su cola como le pedía. No le gustaba que su hermana la tratase así, pero… Era su hermana… Seguro que tenía las mejores de las intenciones… ¿no?
Se sacó ese pensamiento de la cabeza y, ya con su bastón y su mochila, salió de la guarida que tenía con Yan Po y Kotaro y empezó a correr hacia la plaza de la capital, donde se disputará el Vigésimo Sexto Concurso Anual de Cocina Imperial de Reddo Teikkoku, donde chefs de todo el mundo podían presentarse. Cuando llegó pudo ver, a lo lejos, la estatua de hierro de su padre en el centro de la plaza. Se paró en seco y sonrió ligeramente. Iba a ganar y, con el dinero del premio, iba a comprarse un barco y salir a vivir aventuras. Como su padre antes que él.
En la entrada de la plaza había lo que parecía ser el inicio de una carrera que se estiraba en una suerte de circuito corto que recorría la plaza entera en un círculo pasando por puestos de comida, especias e ingredientes variados. Varias personas, algunas vestidas como típicos chefs, hacían estiramientos junto a la línea. Había gente en los extremos del circuito, animando, y al fondo de la plaza unas gradas donde su hermana y su madre miraban todo el espectáculo desde su palco imperial. Las palabras de Yan Po pasaron de nuevo por su mente, temiendo que la reconociesen, pero se sacó ese pensamiento de la cabeza. Se acercó al organizador.
—¡Hola! Estoy apuntado. Soy Okuz Iasak.
El hombre la miró de arriba abajo y alzó una ceja. Su mirada pareció centrarse enseguida en su cola.
—Ya… Seguro que sí… Ponte junto a los demás, Okuz, la maratón va a empezar.
Sonrió de oreja a oreja y caminó hacia la línea de meta. No era un concurso de cocina al uso, y eso es lo que lo hacía algo especial. Estaba dividido en tres partes: La recolecta, la cocina y el servicio. En la primera parte se recorría un circuito buscando los ingredientes para el plato que se quisiese cocinar. El más rápido, por supuesto, se llevaba los mejores ingredientes. Ponía a prueba absolutamente todas las habilidades del chef.
—Por supuesto, dame.
Ichigo le quitó a Yan Po de las manos el utensilio que le había pedido que comprase por ella. Unas gafas gruesas adheridas a una nariz falsa con un cincelado bigote sintético. Se las puso enseguida y posó delante de Yan Po, esperando una reacción u opinión sobre su nuevo y distinto aspecto. Lo único que hizo el muchacho fue frotarse los párpados con los dedos en un gesto de resignación y paciencia a punto de desaparecer.
—Ichigo… ¿Eres consciente de que ahora mismo tienes cuerpo de chica joven?
—... Ajá… ¿Y? — preguntó con una sonrisa y sin abandonar la pose.
—¿Y eres consciente de que ver a una chica pelirroja, vestida como siempre va la conocidísima hermana de la emperatriz, con un bigote falso llama más la atención sin evitar que te reconozcan?
—Pero la hermana de la emperatriz no tiene bigote, nadie me va a…
—¡¡Tienes cola de mono, Ichigo!!
Ichigo rompió la pose por primera vez y se miró el pandero. La cola se movió un poco, casi como si fuera una serpiente mirándolo de vuelta. Miró entonces a Yan Po, que la observaba incrédulo por su estupidez con los brazos en jarra.
—Puedo venir de… una isla donde todos tienen… ¿cola de mono?
El joven puso los ojos en blanco cuando la última onza de paciencia abandonó su cuerpo por fin. Se dio la vuelta y sacudió los brazos en gesto de resignación.
—Mira, haz lo que quieras, pero te van a pillar y tu hermana te va a echar bronca, recuerda que te prohibió presentarte.
Y se marchó antes de admitir respuesta. Ichigo se quedó quieta, mirando hacia el vacío siendo el único movimiento el vaivén de su cola. Sacudió la cabeza intentando quitarse de encima el pesimismo de Yan Po de la cabeza y se colocó su bastón y su mochila a sus espaldas. No es que estuviese metida en el mundo de la cocina, pero le gustaba muchísimo cocinar. Había aprendido cosas muy básicas colándose en las cocinas de palacio y observando cómo trabajaban y se moría de ganas de aprender de verdad.
Pero Izumi era estricta. La hija bastarda de Zuko estaba siempre en boca de los ciudadanos de Reddo más chismosos y cotillas que poblaban sus tabernas y teterías. La emperatriz no quería que llamase más la atención. Ya bastante la desobedecía cuando decidía no ocultar su cola como le pedía. No le gustaba que su hermana la tratase así, pero… Era su hermana… Seguro que tenía las mejores de las intenciones… ¿no?
Se sacó ese pensamiento de la cabeza y, ya con su bastón y su mochila, salió de la guarida que tenía con Yan Po y Kotaro y empezó a correr hacia la plaza de la capital, donde se disputará el Vigésimo Sexto Concurso Anual de Cocina Imperial de Reddo Teikkoku, donde chefs de todo el mundo podían presentarse. Cuando llegó pudo ver, a lo lejos, la estatua de hierro de su padre en el centro de la plaza. Se paró en seco y sonrió ligeramente. Iba a ganar y, con el dinero del premio, iba a comprarse un barco y salir a vivir aventuras. Como su padre antes que él.
En la entrada de la plaza había lo que parecía ser el inicio de una carrera que se estiraba en una suerte de circuito corto que recorría la plaza entera en un círculo pasando por puestos de comida, especias e ingredientes variados. Varias personas, algunas vestidas como típicos chefs, hacían estiramientos junto a la línea. Había gente en los extremos del circuito, animando, y al fondo de la plaza unas gradas donde su hermana y su madre miraban todo el espectáculo desde su palco imperial. Las palabras de Yan Po pasaron de nuevo por su mente, temiendo que la reconociesen, pero se sacó ese pensamiento de la cabeza. Se acercó al organizador.
—¡Hola! Estoy apuntado. Soy Okuz Iasak.
El hombre la miró de arriba abajo y alzó una ceja. Su mirada pareció centrarse enseguida en su cola.
—Ya… Seguro que sí… Ponte junto a los demás, Okuz, la maratón va a empezar.
Sonrió de oreja a oreja y caminó hacia la línea de meta. No era un concurso de cocina al uso, y eso es lo que lo hacía algo especial. Estaba dividido en tres partes: La recolecta, la cocina y el servicio. En la primera parte se recorría un circuito buscando los ingredientes para el plato que se quisiese cocinar. El más rápido, por supuesto, se llevaba los mejores ingredientes. Ponía a prueba absolutamente todas las habilidades del chef.
Illje Landvik
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No iba a mentir. Habían llegado a Reddo de milagro. Y sabía que estaban en Reddo solo porque lo ponía en el puerto. Poco después de haberse hecho a la mar habían caído en que realmente ninguno de los dos sabía navegar. U orientarse adecuadamente. Por suerte gracias a la cocina de Claude y a los esfuerzos por pescar de Illje, que involucraron más tornillos y cables de los necesarios, habían logrado sobrevivir. Estaba segura de que habían dado una vuelta absurda; no todos los días veías el mismo iceberg tres veces en un mar en el que se suponía que no había icebergs. Pero al fin, habían avistado tierra.
Había sido una alegría. Habían perdido al caballito de Arabasta por el camino. No estaba muerto, se habían cruzado con otro barco y casi salta por la borda de las ganas que tenía de irse con ellos. Los señores, muy simpáticos, se lo habían llevado sin poner muchas pegas. No estaba segura de que no fueran a intentar comérselo, pero esa era una batalla que Bala de Heno tenía que pelear por su cuenta. De momento, lo importante era que habían llegado a tierra firme. Y eso implicaba comida, gente y aventuras. ¿Qué más se podía pedir?
Se encontraban en un lugar llamado Shihon City, por lo visto la capital de la isla. Tras atracar bien el barco y bajar, decidió que lo primero que tenían que hacer era investigar un poco el lugar. Y más o menos a los dos segundos de hacerlo, vio algo interesante pegado en una pared. Arrancó el cartel y se lo llevó a Claude con una sonrisa de oreja a oreja.
-Igual te interesa. Parece que hemos llegado justo a tiempo.
El cartel anunciaba un concurso de cocina un tanto estrafalario. Tenía distintas fases y se celebraba justo hoy. Concretamente, en apenas media hora. No tenía muy claro dónde se encontraba la plaza de la ciudad, pero si Claude quería participar estaba segura de que llegarían a tiempo. Llevaban demasiados días en el barco; era una buena oportunidad para estirar las piernas. Y por supuesto, por su parte todo lo que involucrara probar nuevos platos era más que bienvenido.
Mientras dejaba que el pelirrojo decidiera, se agachó para acariciar a Edipo. Había bajado al lobo consigo para que él también pudiera estirar un poco las patas. No lo necesitaba, pero sí que lo agradecía. Le gustaba. El único problema era que por allí no parecían muy acostumbrados a ver animales de su clase y en el poco tiempo que llevaban allí parados se habían reunido varias personas para mirarlos. Hm. Esperaba que solo fuera curiosidad. Esa por lo menos solía ser… poco peligrosa.
Había sido una alegría. Habían perdido al caballito de Arabasta por el camino. No estaba muerto, se habían cruzado con otro barco y casi salta por la borda de las ganas que tenía de irse con ellos. Los señores, muy simpáticos, se lo habían llevado sin poner muchas pegas. No estaba segura de que no fueran a intentar comérselo, pero esa era una batalla que Bala de Heno tenía que pelear por su cuenta. De momento, lo importante era que habían llegado a tierra firme. Y eso implicaba comida, gente y aventuras. ¿Qué más se podía pedir?
Se encontraban en un lugar llamado Shihon City, por lo visto la capital de la isla. Tras atracar bien el barco y bajar, decidió que lo primero que tenían que hacer era investigar un poco el lugar. Y más o menos a los dos segundos de hacerlo, vio algo interesante pegado en una pared. Arrancó el cartel y se lo llevó a Claude con una sonrisa de oreja a oreja.
-Igual te interesa. Parece que hemos llegado justo a tiempo.
El cartel anunciaba un concurso de cocina un tanto estrafalario. Tenía distintas fases y se celebraba justo hoy. Concretamente, en apenas media hora. No tenía muy claro dónde se encontraba la plaza de la ciudad, pero si Claude quería participar estaba segura de que llegarían a tiempo. Llevaban demasiados días en el barco; era una buena oportunidad para estirar las piernas. Y por supuesto, por su parte todo lo que involucrara probar nuevos platos era más que bienvenido.
Mientras dejaba que el pelirrojo decidiera, se agachó para acariciar a Edipo. Había bajado al lobo consigo para que él también pudiera estirar un poco las patas. No lo necesitaba, pero sí que lo agradecía. Le gustaba. El único problema era que por allí no parecían muy acostumbrados a ver animales de su clase y en el poco tiempo que llevaban allí parados se habían reunido varias personas para mirarlos. Hm. Esperaba que solo fuera curiosidad. Esa por lo menos solía ser… poco peligrosa.
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Illje parece creer que no sé navegar. No se fía de que utilizar cebo vivo para mejorar el impulso del barco a través de biotecnología sea una manera adecuada, y no me ha dejado hacerlo. Bueno, puede que si dejamos la jerga técnica de lado estuviese intentando lanzar una vaca por la borda para atraer un rey marino, pero funcionó para llegar a Merveille y habría funcionado también en esta ocasión. Pero bueno, he tenido que trabajar desde el timón y, aunque no es mi especialidad, creo que he sabido manejar con seguridad y confianza. Incluso cuando hice una curva cerrada para rozar rodilla con el mar, pero no pareció que a Illje le gustase la experiencia. Bueno, al menos no es como otras. Ella no se ha quejado. No mucho, al menos. Es la segunda mejor subcapitana que podría desear.
El caso es que hemos llegado a una isla. Yo intentaba ponernos rumbo de Jaya pero se ve que el destino tenía otros planes para nosotros porque la brújula -sí, brújula. Los Log Pose son de cobardes- nos ha terminado trayendo hasta aquí. Huele a pato a la pekinesa -sea lo que sea Pekín- y takoyakis, y allá donde mire puedo ver prostíbulos y fumaderos de opio. ¡Estamos en Reddo Teikokku! Siempre he querido tener un kimono tradicional de esta isla desde que sé de su existencia. Ya me estoy poniendo en marcha hacia la primera modista que encuentre cuando Illje me detiene para darme un cartel.
- Gracias, supongo -replico, con una sonrisa-. Tú también eres importante para mí.
Saco un papel y un lápìz, dibujando rápidamente un gallo y flanqueándolo por una "I" y un "YOU", formando una suerte de te quiero que se podría leer como "I cock you". Tal vez lo malinterprete un poco, pero dado que su amor parece haberse vuelto un poco más platónico no debo temer, por ahora, que se cuele en mi cama sin permiso. Hecho eso se lo doy y tiro en una papelera el que me ha dado ella, viendo cuando me acerco contra una pared un cartel gigantesco que anuncia lo que no creí que fuese posible.
- ¡Illje, mira! -grito emocionado-. ¡Un concurso de cocina! ¿No es increíble? Además es aquí al lado, fíjate.
Le señalo con el dedo el nombre de la plaza. No sé quién sería Akia Lado, pero teniendo en cuenta al Coronel Tenders de Karakuri Fried Chicken solo podemos estar ante el mayor impulsor de la gastronomía local. La plaza debe tener un sentido simbólico para celebrar un concurso ahí, un sentido simbólico importante.
- ¿Tú crees que habrá inventado los fideos? ¿Será el General Lado de Reddo Wok Donkey? -Ni siquiera sé si eso existe-. En fin, no hay tiempo que perder. Necesito ingredientes, un kimono nuevo y un bigote postizo. ¡Para ya!
No espero a que me lo traiga, saliendo disparado hacia la primera tienda de ropa que se cruza en mi camino. Es hora de cocinar. Y para eso tengo que estar para comerme.
El caso es que hemos llegado a una isla. Yo intentaba ponernos rumbo de Jaya pero se ve que el destino tenía otros planes para nosotros porque la brújula -sí, brújula. Los Log Pose son de cobardes- nos ha terminado trayendo hasta aquí. Huele a pato a la pekinesa -sea lo que sea Pekín- y takoyakis, y allá donde mire puedo ver prostíbulos y fumaderos de opio. ¡Estamos en Reddo Teikokku! Siempre he querido tener un kimono tradicional de esta isla desde que sé de su existencia. Ya me estoy poniendo en marcha hacia la primera modista que encuentre cuando Illje me detiene para darme un cartel.
- Gracias, supongo -replico, con una sonrisa-. Tú también eres importante para mí.
Saco un papel y un lápìz, dibujando rápidamente un gallo y flanqueándolo por una "I" y un "YOU", formando una suerte de te quiero que se podría leer como "I cock you". Tal vez lo malinterprete un poco, pero dado que su amor parece haberse vuelto un poco más platónico no debo temer, por ahora, que se cuele en mi cama sin permiso. Hecho eso se lo doy y tiro en una papelera el que me ha dado ella, viendo cuando me acerco contra una pared un cartel gigantesco que anuncia lo que no creí que fuese posible.
- ¡Illje, mira! -grito emocionado-. ¡Un concurso de cocina! ¿No es increíble? Además es aquí al lado, fíjate.
Le señalo con el dedo el nombre de la plaza. No sé quién sería Akia Lado, pero teniendo en cuenta al Coronel Tenders de Karakuri Fried Chicken solo podemos estar ante el mayor impulsor de la gastronomía local. La plaza debe tener un sentido simbólico para celebrar un concurso ahí, un sentido simbólico importante.
- ¿Tú crees que habrá inventado los fideos? ¿Será el General Lado de Reddo Wok Donkey? -Ni siquiera sé si eso existe-. En fin, no hay tiempo que perder. Necesito ingredientes, un kimono nuevo y un bigote postizo. ¡Para ya!
No espero a que me lo traiga, saliendo disparado hacia la primera tienda de ropa que se cruza en mi camino. Es hora de cocinar. Y para eso tengo que estar para comerme.
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Todo el mundo estaba empezando ya a hacer estiramientos. Algunos llevaban estrafalarios y enormes sombreros de chef que Ichigo sabía muy bien que no eran propios de Reddo. ¡Había incluso un miembro de la tribu de Pandaria! Ichigo había oído hablar de ellos, claro, aunque no se dejasen ver mucho por allí, pero supuso que a ese mink panda en concreto le gustaba tanto cocinar que no podía resistirse. Estiró el cuello intentando mirar por encima de todo el mundo pero era… algo bajita. Hinchó los mofletes, molesta por ello, pero se le ocurrió una idea.
Sacó de su espalda su bastón y se dirigió a una fachada. En la misma había un cartel sobresaliente que anunciaba la entrada a una taberna que, en aquel instante debido al follón montado por el concurso de cocina, estaba cerrada. El esfuerzo se notó en la expresión de Ichigo cuando apoyó el bastón en el suelo y lo usó de poste para subir y saltar encima del cartel. Se quedó allí de pie un momento y enseguida se puso de cuclillas para redistribuir el peso. La gente de Reddo estaba acostumbrada a ver a Ichigo, la hermana de la emperatriz, dando saltos y trepando cosas, pero en aquel instante no era Ichigo. Era Okuz y era un señor con bigote de la isla Cola de Mono. No entendía por qué a la gente no le sorprendía.
Se puso la mano a modo de visera y miró los puestos de ingredientes que durante la carrera deberían asaltar. Podía ver de todo un poco. Finalmente se decidió. Enrolló la cola alrededor del palo del cartel y se colgó del mismo bocabajo. Pudo ver como el hombre que la había apuntado bajo aquel nombre falso la miraba con resignación en el rostro.
—Voy a hacer jiaozis. —El hombre respondió simplemente poniendo los ojos en blanco. De golpe Ichigo vio, a la altura de sus ojos, la cara de Yan Po—. ¿Por qué estás al revés?
—Tú estás al revés. Oye, Ichigo…
—Ssshhh —chistó bajando del cartel y poniéndose recta—. Soy Okuz. No me llames Ichigo que me van a pillar.
—Ya… Okuz. Creo que deberías marcharte y no apuntarte, porque…
—Ya te lo he dicho, ya lidiaré yo con mi hermana.
—¡No es eso! Es… Dicen que han visto en el puerto un barco que llevaba la bandera del Clan de la Mano.
Ichigo se tensó de golpe. Incluso su cola dejó de moverse de lado a lado como solía hacer siempre.
—¿Cómo?
El Clan de la Mano tenía historia en Reddo. Parecían tener una especie de rencilla con la familia real. Por lo visto intentaron secuestrar a su hermana cuando era pequeña varias veces, aunque su padre siempre los detenía a tiempo. Aunque no importaba cuantas veces los derrotase y encerrase en los calabozos, siempre venían más miembros. Incluso Ichigo, cuando tenía tan solo seis años, tuvo un encontronazo con ellos.
—Ya han enviado el mensaje a la emperatriz, pero… Me preocupaba que no llegases a saberlo tú. Tal vez hayan venido a por ti o a por…
Ichigo se relajó y su cola volvió a moverse.
—¿Qué más dará? Fíjate, está todo lleno de guardias y hay gente que ha venido de todos lados del mar para participar en este concurso. Seguro que hay gente fuerte que se enfadaría si les fastidian la experiencia. Todo saldrá bien. Además, tengo mi bastón.
Yan Po parecía a punto de protestar, aunque finalmente simplemente suspiró. Sin decir nada más se marchó. Ichigo se colocó de nuevo el bastón a la espalda y se sobresaltó cuando el anunciador empezó a gritar.
—¡Todos a sus marcas! ¡Dentro de cinco minutos terminarán las inscripciones de última hora y dentro de diez empezaremos!
Sacó de su espalda su bastón y se dirigió a una fachada. En la misma había un cartel sobresaliente que anunciaba la entrada a una taberna que, en aquel instante debido al follón montado por el concurso de cocina, estaba cerrada. El esfuerzo se notó en la expresión de Ichigo cuando apoyó el bastón en el suelo y lo usó de poste para subir y saltar encima del cartel. Se quedó allí de pie un momento y enseguida se puso de cuclillas para redistribuir el peso. La gente de Reddo estaba acostumbrada a ver a Ichigo, la hermana de la emperatriz, dando saltos y trepando cosas, pero en aquel instante no era Ichigo. Era Okuz y era un señor con bigote de la isla Cola de Mono. No entendía por qué a la gente no le sorprendía.
Se puso la mano a modo de visera y miró los puestos de ingredientes que durante la carrera deberían asaltar. Podía ver de todo un poco. Finalmente se decidió. Enrolló la cola alrededor del palo del cartel y se colgó del mismo bocabajo. Pudo ver como el hombre que la había apuntado bajo aquel nombre falso la miraba con resignación en el rostro.
—Voy a hacer jiaozis. —El hombre respondió simplemente poniendo los ojos en blanco. De golpe Ichigo vio, a la altura de sus ojos, la cara de Yan Po—. ¿Por qué estás al revés?
—Tú estás al revés. Oye, Ichigo…
—Ssshhh —chistó bajando del cartel y poniéndose recta—. Soy Okuz. No me llames Ichigo que me van a pillar.
—Ya… Okuz. Creo que deberías marcharte y no apuntarte, porque…
—Ya te lo he dicho, ya lidiaré yo con mi hermana.
—¡No es eso! Es… Dicen que han visto en el puerto un barco que llevaba la bandera del Clan de la Mano.
Ichigo se tensó de golpe. Incluso su cola dejó de moverse de lado a lado como solía hacer siempre.
—¿Cómo?
El Clan de la Mano tenía historia en Reddo. Parecían tener una especie de rencilla con la familia real. Por lo visto intentaron secuestrar a su hermana cuando era pequeña varias veces, aunque su padre siempre los detenía a tiempo. Aunque no importaba cuantas veces los derrotase y encerrase en los calabozos, siempre venían más miembros. Incluso Ichigo, cuando tenía tan solo seis años, tuvo un encontronazo con ellos.
—Ya han enviado el mensaje a la emperatriz, pero… Me preocupaba que no llegases a saberlo tú. Tal vez hayan venido a por ti o a por…
Ichigo se relajó y su cola volvió a moverse.
—¿Qué más dará? Fíjate, está todo lleno de guardias y hay gente que ha venido de todos lados del mar para participar en este concurso. Seguro que hay gente fuerte que se enfadaría si les fastidian la experiencia. Todo saldrá bien. Además, tengo mi bastón.
Yan Po parecía a punto de protestar, aunque finalmente simplemente suspiró. Sin decir nada más se marchó. Ichigo se colocó de nuevo el bastón a la espalda y se sobresaltó cuando el anunciador empezó a gritar.
—¡Todos a sus marcas! ¡Dentro de cinco minutos terminarán las inscripciones de última hora y dentro de diez empezaremos!
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Claude cogió el papel que le había dado y en seguida se puso a dibujar en él. Illje fue a espiar por encima de su hombro, consciente de que no lo estaba leyendo, pero acabó y se lo entregó antes de que pudiera. ¿Importante para él? Lo cogió y vio el gallo y el mensaje. Se llevó una mano al pecho, emocionada. Casi se le salía una lagrimita de ilusión. ¡Por supuesto! Claude siempre cocinaría para ella. ¡I cook you! Era un honor tener a alguien como él en su tripulación. De hecho, deberían darse prisa y encontrar a alguien que pudiera tomar su lugar en el timón. Ninguno de los dos hacía un buen papel ahí y cuanto antes alguien cogiera esa responsabilidad, antes regresaría Claude a la cocina y todos serían felices.
Sin embargo, esa tarea tendría que esperar al menos un rato. Felizmente, Claude había descubierto el extraño concurso de cocina incluso sin su cartel. Illje se lo guardó discretamente antes de ir junto a él.
-¿Los fideos no se habían inventado en la Isla del Kárate? ¿O eso es solo por el pavo que lucha con ellos? – Recordaba haber leído algo al respecto, estaba segura. Pero no importaba.
Claude salió corriendo, pero esta vez ya no se molestó en ir con él. Sabía que iba a meterse al concurso, aunque hiciera un rodeo. Y si iba a participar, eso la dejaba a ella con una sola meta en mente: infiltrarse entre los jueces del concurso. Probaría esos platos aunque le fuera la vida en ello. Que seguramente no le fuera. Pero si le fuera, lo haría igual.
Logró localizar la plaza del concurso, pero antes de llegar hasta ahí tuvo que agacharse en una esquina y agarrarse a la pared para que la pena no la tirara. Había un concursante en particular que había agitado algo dentro de ella. Ahí sí, se le escapó una pequeña lágrima mientras pensaba en otro panda, uno muy concreto. No eran el mismo, estaba claro, pero el suyo todavía estaba por ahí, corriendo sus propias aventuras, y no veía el día en el que volvieran a encontrarse.
Al final, meneó la cabeza y se levantó, decidida. Se había vuelto a encontrar con Claude, ¡después de tanto tiempo! Lograrían encontrar al Nepo. No había otra opción, sencillamente.
Se escurrió entre los curiosos para llegar hasta la primera fila y poder ver bien el concurso para encontrar a los jueces. De repente, un grito le hizo saltar en el sitio. ¿En 10 minutos empezarían? Buscó la voz y entonces los localizó. A lo lejos, debajo de una higuera, había cinco señores con bigote y uniforme de chef, completamente blanco con grandes sombreros. Bingo.
Objetivo localizado.
Sin embargo, esa tarea tendría que esperar al menos un rato. Felizmente, Claude había descubierto el extraño concurso de cocina incluso sin su cartel. Illje se lo guardó discretamente antes de ir junto a él.
-¿Los fideos no se habían inventado en la Isla del Kárate? ¿O eso es solo por el pavo que lucha con ellos? – Recordaba haber leído algo al respecto, estaba segura. Pero no importaba.
Claude salió corriendo, pero esta vez ya no se molestó en ir con él. Sabía que iba a meterse al concurso, aunque hiciera un rodeo. Y si iba a participar, eso la dejaba a ella con una sola meta en mente: infiltrarse entre los jueces del concurso. Probaría esos platos aunque le fuera la vida en ello. Que seguramente no le fuera. Pero si le fuera, lo haría igual.
Logró localizar la plaza del concurso, pero antes de llegar hasta ahí tuvo que agacharse en una esquina y agarrarse a la pared para que la pena no la tirara. Había un concursante en particular que había agitado algo dentro de ella. Ahí sí, se le escapó una pequeña lágrima mientras pensaba en otro panda, uno muy concreto. No eran el mismo, estaba claro, pero el suyo todavía estaba por ahí, corriendo sus propias aventuras, y no veía el día en el que volvieran a encontrarse.
Al final, meneó la cabeza y se levantó, decidida. Se había vuelto a encontrar con Claude, ¡después de tanto tiempo! Lograrían encontrar al Nepo. No había otra opción, sencillamente.
Se escurrió entre los curiosos para llegar hasta la primera fila y poder ver bien el concurso para encontrar a los jueces. De repente, un grito le hizo saltar en el sitio. ¿En 10 minutos empezarían? Buscó la voz y entonces los localizó. A lo lejos, debajo de una higuera, había cinco señores con bigote y uniforme de chef, completamente blanco con grandes sombreros. Bingo.
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Su viaje a Grand Line había sido accidentado, por decir algo. Al poco de llegar, su capitán se había marchado solo para hacer unas cosas por su cuenta y nunca había vuelto. Algo así como la historia de "se fue a por tabaco" pero con el extra de que le había llegado la noticia de que estaba muerto. ¿Resultado? La banda se había disuelto, y ahora Iulia se encontraba sola en un mundo muy grande y muy diferente a su isla natal. Valoró brevemente la posibilidad de volver a Hallstat, pero se resistía a regresar a Markovia con el rabo entre las piernas y admitir ante su abuela que aún no estaba lista. Así pues, con el resto del dinero que le restaba, su caballo Fred y su equipaje, se pagó un pasaje en el primer barco que pasó. ¿Su destino? Cualquier isla le servía. Buscaría una nueva tripulación y aventuras.
Y el destino pareció sonreírle, pues Reddo Teikoku era una isla con una cultura muy peculiar. En aquella isla se practicaban artes marciales y por lo que se enteró (o eso le dijo un marinero borracho en el puerto) había al menos un dojo ninja en la isla. Si lo encontraba, podría aprender ninjutsu de un shinobi de verdad y no el que había desarrollado ella misma con las lecciones de su abuela y los libros que había comprado. ¿Problema? No tenía ni idea de dónde encontrar el dojo. Tras pasar varios días dando vueltas y gastar mucho dinero de manera frívola, se dio cuenta demasiado tarde de que se estaba quedando sin ahorros. Tal vez quedarse en el mejor hotel de la isla y comer todos los días en restaurantes hasta llenarse no había sido la mejor idea.
Y así fue como acabó en el concurso de cocina. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo pero, honestamente, no le importaba. Su único objetivo era aprovechar el concurso para conocer gente, mangar el dinero del premio y tal vez localizar a reclutas para forma una banda pirata. Preferiblemente reclutas que tuviesen barco, dado que aún no tenía uno propio. Estaba en su puesto, bebiendo ingentes cantidades de Loca Cola para combatir el calor de los fogones mientras preparaba un plato de pollo al curry con arroz. O eso pretendía preparar. Con suerte, ponerse creativa y haber echado un generoso chorro de vinagre de manzana no arruinaría demasiado el plato. O, al menos, no envenenaría a los jueces.
Y el destino pareció sonreírle, pues Reddo Teikoku era una isla con una cultura muy peculiar. En aquella isla se practicaban artes marciales y por lo que se enteró (o eso le dijo un marinero borracho en el puerto) había al menos un dojo ninja en la isla. Si lo encontraba, podría aprender ninjutsu de un shinobi de verdad y no el que había desarrollado ella misma con las lecciones de su abuela y los libros que había comprado. ¿Problema? No tenía ni idea de dónde encontrar el dojo. Tras pasar varios días dando vueltas y gastar mucho dinero de manera frívola, se dio cuenta demasiado tarde de que se estaba quedando sin ahorros. Tal vez quedarse en el mejor hotel de la isla y comer todos los días en restaurantes hasta llenarse no había sido la mejor idea.
Y así fue como acabó en el concurso de cocina. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo pero, honestamente, no le importaba. Su único objetivo era aprovechar el concurso para conocer gente, mangar el dinero del premio y tal vez localizar a reclutas para forma una banda pirata. Preferiblemente reclutas que tuviesen barco, dado que aún no tenía uno propio. Estaba en su puesto, bebiendo ingentes cantidades de Loca Cola para combatir el calor de los fogones mientras preparaba un plato de pollo al curry con arroz. O eso pretendía preparar. Con suerte, ponerse creativa y haber echado un generoso chorro de vinagre de manzana no arruinaría demasiado el plato. O, al menos, no envenenaría a los jueces.
Claude von Appetit
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- Hola buenas -comento mientras entro por la puerta, caminando con aire señorial mientras me acerco a la sección de kimonos, bigotes postizos y plugs anales con cola de animal animatrónica-. Es una sección muy concreta, ¿no?
El cartel tiene un nombre tan largo que la fuente que han utilizado en la imprenta va haciéndose más estrecha a medida que avanza. La dependienta -la única que parece no ignorarme deliberadamente- le echa una mirada antes de suspirar con cierto agotamiento. No parece que le guste demasiado esa sección.
- Se ha puesto de moda por culpa de la hermana de la Emperatriz -dice-. No para los locales, claro, pero los gaijin parecéis enamorados de que se comporte como un animal sin educación que no respeta las más mínimas normas de decoro de nuestra tierra milenaria.
Hace un rato que no la estoy escuchando. En su lugar paso por cada kimono, tanto de hombre como de mujer hasta que caigo en que hay un yukata a dos colores de una pieza, con fajín abdominal a modo de obi -pero sin ser una puta horterada- y mangas de tres cuartos. La falda se extiende a los tobillos, con un corte transversal desde medio muslo hasta el fondo. No está nada mal, en realidad. Me miro al espejo con él puesto, orgulloso, y busco a la dependienta.
- ¿Qué te parece? -le pregunto, con cierto orgullo, mientras poso con ambas piernas estiradas y separadas y las manos en jarras sobre la cintura.
- Que es una indignidad que se desnude en medio del pasillo, señor -contesta-. O por lo menos podría llevar ropa interior si lo va a hacer.
- Oh, lo siento. Pensé que era como los kilts. Como aquí la gente también es rara, gritona y algo pervertida... -Parece ofendida por mis palabras, pero solo sonríe-. En fin, muchas gracias por todo. Tengo que marcharme.
Recojo mi ropa del suelo y la meto en la bandolera. Tendrá que ir a lavar cuando vuelva al barco, pero por ahora tengo que centrarme en el concurso de cocina. No es que vaya haber alguien mínimamente capaz de acercarse a mi nivel. Sin embargo, cuando estoy saliendo por la puerta se me pone delante la dependienta con las palmas de las manos juntas y apuntando hacia mí. Creo que tiene los ojos medio cerrados, aunque igual es costumbre. Los achino yo también ayudándome de los dedos; eso debería hacerla sentir más cómoda.
- Señor, se ha olvidado de pagar -me recuerda con educación.
- No, en absoluto -respondo-. Simplemente no voy a hacerlo.
Salgo del local, pero ella me sigue a una distancia respetuosa y alzando la voz en un tono educado, pero firme. Me reclama el dinero culminando todas las frases con un onegai y las comienza con una disculpa. Qué educada; no quiere molestar. Sin embargo, no deja de perseguirme. Ah, supongo que no tengo más remedio.
- ¡Señor, no quiero molestarlo, pero si no devuelve ese vestido tendré que pedirle educadamente otra vez que lo pague!
- Está bien, está bien. Lo entiendo. Sois gente honorable y esto va a obligarte a hacer el sepukku si no consigues hacerme pagar, ¿verdad? -asiente-. Bueno, no te preocupes; tengo la solución.
Por suerte pasa muy cerca un guerrero con un tanto en el cinturón. Con sutileza se lo robo y se lo tiendo a la muchacha.
- Ánimo con lo tuyo -le digo, dándome media vuelta-. Yo tengo un concurso que ganar.
El cartel tiene un nombre tan largo que la fuente que han utilizado en la imprenta va haciéndose más estrecha a medida que avanza. La dependienta -la única que parece no ignorarme deliberadamente- le echa una mirada antes de suspirar con cierto agotamiento. No parece que le guste demasiado esa sección.
- Se ha puesto de moda por culpa de la hermana de la Emperatriz -dice-. No para los locales, claro, pero los gaijin parecéis enamorados de que se comporte como un animal sin educación que no respeta las más mínimas normas de decoro de nuestra tierra milenaria.
Hace un rato que no la estoy escuchando. En su lugar paso por cada kimono, tanto de hombre como de mujer hasta que caigo en que hay un yukata a dos colores de una pieza, con fajín abdominal a modo de obi -pero sin ser una puta horterada- y mangas de tres cuartos. La falda se extiende a los tobillos, con un corte transversal desde medio muslo hasta el fondo. No está nada mal, en realidad. Me miro al espejo con él puesto, orgulloso, y busco a la dependienta.
- ¿Qué te parece? -le pregunto, con cierto orgullo, mientras poso con ambas piernas estiradas y separadas y las manos en jarras sobre la cintura.
- Que es una indignidad que se desnude en medio del pasillo, señor -contesta-. O por lo menos podría llevar ropa interior si lo va a hacer.
- Oh, lo siento. Pensé que era como los kilts. Como aquí la gente también es rara, gritona y algo pervertida... -Parece ofendida por mis palabras, pero solo sonríe-. En fin, muchas gracias por todo. Tengo que marcharme.
Recojo mi ropa del suelo y la meto en la bandolera. Tendrá que ir a lavar cuando vuelva al barco, pero por ahora tengo que centrarme en el concurso de cocina. No es que vaya haber alguien mínimamente capaz de acercarse a mi nivel. Sin embargo, cuando estoy saliendo por la puerta se me pone delante la dependienta con las palmas de las manos juntas y apuntando hacia mí. Creo que tiene los ojos medio cerrados, aunque igual es costumbre. Los achino yo también ayudándome de los dedos; eso debería hacerla sentir más cómoda.
- Señor, se ha olvidado de pagar -me recuerda con educación.
- No, en absoluto -respondo-. Simplemente no voy a hacerlo.
Salgo del local, pero ella me sigue a una distancia respetuosa y alzando la voz en un tono educado, pero firme. Me reclama el dinero culminando todas las frases con un onegai y las comienza con una disculpa. Qué educada; no quiere molestar. Sin embargo, no deja de perseguirme. Ah, supongo que no tengo más remedio.
- ¡Señor, no quiero molestarlo, pero si no devuelve ese vestido tendré que pedirle educadamente otra vez que lo pague!
- Está bien, está bien. Lo entiendo. Sois gente honorable y esto va a obligarte a hacer el sepukku si no consigues hacerme pagar, ¿verdad? -asiente-. Bueno, no te preocupes; tengo la solución.
Por suerte pasa muy cerca un guerrero con un tanto en el cinturón. Con sutileza se lo robo y se lo tiendo a la muchacha.
- Ánimo con lo tuyo -le digo, dándome media vuelta-. Yo tengo un concurso que ganar.
Hayden Ashworth
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No se lo podía creer. El concurso estaba apunto de empezar. Era la primera vez que se apuntaba al mismo. Bueno, la primera vez que cogía el valor necesario para escapar de palacio para apuntarse. Bueno... solía escaparse de palacio a menudo, pero nunca para apuntarse a esas cosas. Más bien para trepar, correr por los tejados, incordiar a la gente... Siempre solían llevársela de vuelta a palacio los policías tirándole de las orejas. O de la cola, dependiendo de como la hubiesen pillado mientras huía de ellos. Algunos de los otros chefs susurraban entre sí, señalando a veces a Ichigo que simplemente los ignoraba.
—Malas noticias —dijo el encargado de llevar los participantes—. Una listilla que no sabe como funciona el concurso se ha adelantado y se metió directamente donde los fogones a cocinar. Siempre hay alguno así, todos los años, no falla—el hombre parecía estar extremadamente cansado—. El inicio del concurso se retrasa hasta que la hayan sacado de allí y hayan limpiado su lugar de trabajo, para asegurarse de que no haya dejado ingredientes escondidos para hacer trampas.
Ichigo soltó un quejido de desesperación que fue ahogado por gritos y quejas de todo el mundo. Hubo algún chef que incluso tiró su sombrero al suelo y lo pisoteó de rabia, para arrepentirse enseguida. La pelirroja sabía que tardarían demasiado en preparar eso de nuevo, así que decidió marcharse a dar una vuelta. ¡Podría pasarse por la tienda de Kimiko! Tal vez tenía un bigote postizo mejor que el que llevaba. Uno que no requiriese llevar esas incómodas gafas. Empezó a caminar hacia allí con paso decidido, saludando a todo el mundo con una falsa voz grave haciéndose pasar por Okuz, misterioso cocinero de la misteriosa isla Cola de Mono.
Kimiko estaba fuera de la tienda persiguiendo a alguien. Ichigo estiró el cuello y forzó un poco la mirada para ver si lo identificaba. Era... Una persona pelirroja vestida con un kimono. La dependienta lo perseguía con esmero exigiendo un pago. La persona pelirroja pareció pagar lo que había comprado con... ¿Una espada? Ichigo aceleró el paso y se puso entre ambos.
—¡Hola! ¿Me dejas ver eso? —y arrancó de un tirón la espada de las manos de Kimiko.
—¡Agh! —se quejó desesperada—. ¡¡Que le den a la educación!! ¡¡Yo cierro por hoy!! ¡¡¡Y tú me vas a pagar, lo juro!!!
Y se marchó echando humo. Ichigo la ignoró y, mirando el tanto, empezó a perseguir a la persona extraña. La funda del arma era negra con bordes dorados y un lazo rojo. Era el diseño típico de la guardia real en palacio. Frunció el ceño un poco y le dio la vuelta, para ver lo que temía ver. Una insignia plateada había sido unida a la funda, representando una mano que tenía los cuatro dedos levantados y el pulgar plegado. ¿Era ese pelirrojo miembro del Clan de la Mano? No daba el perfil. Ichigo sacó el bastón de su espalda y lo clavó en el suelo. Usándolo como pértiga prácticamente saltó por encima del pelirrojo y aterrizó delante de él, enseñándole el arma.
—¿De dónde has sacado esto? ¿Habéis venido a por mí otra vez? —dijo con una mezcla de valentía y verdadera estupidez.
—Malas noticias —dijo el encargado de llevar los participantes—. Una listilla que no sabe como funciona el concurso se ha adelantado y se metió directamente donde los fogones a cocinar. Siempre hay alguno así, todos los años, no falla—el hombre parecía estar extremadamente cansado—. El inicio del concurso se retrasa hasta que la hayan sacado de allí y hayan limpiado su lugar de trabajo, para asegurarse de que no haya dejado ingredientes escondidos para hacer trampas.
Ichigo soltó un quejido de desesperación que fue ahogado por gritos y quejas de todo el mundo. Hubo algún chef que incluso tiró su sombrero al suelo y lo pisoteó de rabia, para arrepentirse enseguida. La pelirroja sabía que tardarían demasiado en preparar eso de nuevo, así que decidió marcharse a dar una vuelta. ¡Podría pasarse por la tienda de Kimiko! Tal vez tenía un bigote postizo mejor que el que llevaba. Uno que no requiriese llevar esas incómodas gafas. Empezó a caminar hacia allí con paso decidido, saludando a todo el mundo con una falsa voz grave haciéndose pasar por Okuz, misterioso cocinero de la misteriosa isla Cola de Mono.
Kimiko estaba fuera de la tienda persiguiendo a alguien. Ichigo estiró el cuello y forzó un poco la mirada para ver si lo identificaba. Era... Una persona pelirroja vestida con un kimono. La dependienta lo perseguía con esmero exigiendo un pago. La persona pelirroja pareció pagar lo que había comprado con... ¿Una espada? Ichigo aceleró el paso y se puso entre ambos.
—¡Hola! ¿Me dejas ver eso? —y arrancó de un tirón la espada de las manos de Kimiko.
—¡Agh! —se quejó desesperada—. ¡¡Que le den a la educación!! ¡¡Yo cierro por hoy!! ¡¡¡Y tú me vas a pagar, lo juro!!!
Y se marchó echando humo. Ichigo la ignoró y, mirando el tanto, empezó a perseguir a la persona extraña. La funda del arma era negra con bordes dorados y un lazo rojo. Era el diseño típico de la guardia real en palacio. Frunció el ceño un poco y le dio la vuelta, para ver lo que temía ver. Una insignia plateada había sido unida a la funda, representando una mano que tenía los cuatro dedos levantados y el pulgar plegado. ¿Era ese pelirrojo miembro del Clan de la Mano? No daba el perfil. Ichigo sacó el bastón de su espalda y lo clavó en el suelo. Usándolo como pértiga prácticamente saltó por encima del pelirrojo y aterrizó delante de él, enseñándole el arma.
—¿De dónde has sacado esto? ¿Habéis venido a por mí otra vez? —dijo con una mezcla de valentía y verdadera estupidez.
Illje Landvik
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Nada más ver a los chefs entendió que no estaba preparada para hacer lo que tenía que hacer. Pero sabía cómo estarlo. ¡Tenía que volverse uno de ellos! ¡Jamás le dejarían pasar así! Iba vestida como una pordiosera que jamás se había enfrentado a los fogones. Olerían el pestazo a microondas solo con que se les acercase… ¡No, no dejaría que pasara!
A su pesar, se alejó de la zona del concurso y se perdió entre las calles. Buscaba algo, algo muy concreto y por suerte, no tardó en encontrarlo. El olor a carne y verduras asadas la llevó hasta un pequeño restaurante, de los pocos que no habían cerrado para ver el concurso. Siguiendo el olor, llegó hasta una ventana y la abrió, asomándose dentro. Vio los fogones arder, los ingredientes volar y… ¡ahí! ¡al fondo! Su más preciado… No lo dudó y de un ágil salto, se coló en la cocina.
-Disculpe las molestias.- Dijo con voz cantarina. Por suerte, al ser el sitio pequeño, solo estaba el chef. Apagó los fuegos con cuidado y le echó las manos encima. Él tenía lo que ella necesitaba. Con agilidad y ayuda del elemento sorpresa, le dio un par de vueltas, un eficaz meneo y dos minutos después salía de vuelta por la ventana vestida con la ropa del chef, enorme gorro incluido. Le dejó la suya a cambio, después de todo no era más que un kimono viejo y no lo iba a echar de menos, pero el señor seguro que una vez se le pasara el susto agradecía tener algo de tan buena calidad. A juzgar por el estado del local, el gorro y el traje de chef debían de ser lo más caro que tenía. O quizás era solo que todos los clientes habituales estaban viendo el concurso. Ella también debía apresurarse. No podía llegar tarde.
Sabía perfectamente cómo integrarse sin llamar la atención. Saltando por encima de uno de los puestos, fue directa al grupo de jueces que aguardaban a que empezara la competición. No se veía a Claude por ningún lado, pero imaginaba que todavía estaría con los preparativos.
-¡Buenas! Lamento la tardanza.
Uno de los chefs, pequeñito e intimidante, se cruzó de brazos y la asesinó con la mirada.
-¿Eh? ¿Y tú eres el refuerzo?
-¿Refuerzo?
-¡Para la concursante nº 7! ¡Ha empezado sin permiso!
-Oh…- Illje miró a su espalda. Efectivamente, había una muchacha muy afanada en cocinar.- Sí, justamente. –Sonriendo, le devolvió las dagas por mirada al chiquitín. No iba a impresionarla. Había comida de Claude en juego.- Descuida, mientras os lamentáis yo me ocupo. ¡Tú! ¡Y tú! – Añadió señalando a dos de los chefs más corpulentos.- ¡Conmigo!
Al frente de sus nuevos encargados, avanzó hasta el puesto de la joven desconocida. Sin miramientos, se agachó y agarrando el mando de la sartén, la sacó del fuego.
-Lo lamento, pero el concurso todavía no ha empezado. Te dejaría seguir, pero no empezará hasta que… bueno… ¡venga, haced lo que tengáis que hacer!
Los dos chefs se miraron entre ellos y un poco dubitativos todavía, empezaron a intentar recoger la estación de trabajo de Iulia, ingredientes y todo. Illje olió lo que quedaba en la sartén y llegó a la conclusión de que le estaban haciendo un favor; el curry no tenía que oler a vinagre. Pero en lugar de decirle nada, dejó el plato en manos de uno de los chefs. Que se encargase él de reubicarlo, ese no era su trabajo. Ella había ido allí a ser bonita, molestar al chef chiquitín y comer buena comida. Ya bastante hacía.
A su pesar, se alejó de la zona del concurso y se perdió entre las calles. Buscaba algo, algo muy concreto y por suerte, no tardó en encontrarlo. El olor a carne y verduras asadas la llevó hasta un pequeño restaurante, de los pocos que no habían cerrado para ver el concurso. Siguiendo el olor, llegó hasta una ventana y la abrió, asomándose dentro. Vio los fogones arder, los ingredientes volar y… ¡ahí! ¡al fondo! Su más preciado… No lo dudó y de un ágil salto, se coló en la cocina.
-Disculpe las molestias.- Dijo con voz cantarina. Por suerte, al ser el sitio pequeño, solo estaba el chef. Apagó los fuegos con cuidado y le echó las manos encima. Él tenía lo que ella necesitaba. Con agilidad y ayuda del elemento sorpresa, le dio un par de vueltas, un eficaz meneo y dos minutos después salía de vuelta por la ventana vestida con la ropa del chef, enorme gorro incluido. Le dejó la suya a cambio, después de todo no era más que un kimono viejo y no lo iba a echar de menos, pero el señor seguro que una vez se le pasara el susto agradecía tener algo de tan buena calidad. A juzgar por el estado del local, el gorro y el traje de chef debían de ser lo más caro que tenía. O quizás era solo que todos los clientes habituales estaban viendo el concurso. Ella también debía apresurarse. No podía llegar tarde.
Sabía perfectamente cómo integrarse sin llamar la atención. Saltando por encima de uno de los puestos, fue directa al grupo de jueces que aguardaban a que empezara la competición. No se veía a Claude por ningún lado, pero imaginaba que todavía estaría con los preparativos.
-¡Buenas! Lamento la tardanza.
Uno de los chefs, pequeñito e intimidante, se cruzó de brazos y la asesinó con la mirada.
-¿Eh? ¿Y tú eres el refuerzo?
-¿Refuerzo?
-¡Para la concursante nº 7! ¡Ha empezado sin permiso!
-Oh…- Illje miró a su espalda. Efectivamente, había una muchacha muy afanada en cocinar.- Sí, justamente. –Sonriendo, le devolvió las dagas por mirada al chiquitín. No iba a impresionarla. Había comida de Claude en juego.- Descuida, mientras os lamentáis yo me ocupo. ¡Tú! ¡Y tú! – Añadió señalando a dos de los chefs más corpulentos.- ¡Conmigo!
Al frente de sus nuevos encargados, avanzó hasta el puesto de la joven desconocida. Sin miramientos, se agachó y agarrando el mando de la sartén, la sacó del fuego.
-Lo lamento, pero el concurso todavía no ha empezado. Te dejaría seguir, pero no empezará hasta que… bueno… ¡venga, haced lo que tengáis que hacer!
Los dos chefs se miraron entre ellos y un poco dubitativos todavía, empezaron a intentar recoger la estación de trabajo de Iulia, ingredientes y todo. Illje olió lo que quedaba en la sartén y llegó a la conclusión de que le estaban haciendo un favor; el curry no tenía que oler a vinagre. Pero en lugar de decirle nada, dejó el plato en manos de uno de los chefs. Que se encargase él de reubicarlo, ese no era su trabajo. Ella había ido allí a ser bonita, molestar al chef chiquitín y comer buena comida. Ya bastante hacía.
Iulia Markov
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Mientras estaba trabajando, una chica se le acercó con otros dos participantes a interrumpirle. ¿Quiénes se creían que eran impidiendo que terminase su obra artística? Les echó una mirada de ojos amigos y se preparó para esgrimir su sonrisa número veinticinco (condescendiente y ligeramente burlona), cuando de repente le dijeron que el concurso no había comenzado. No solo eso, sino que uno de los chefs añadió:
- ¡La primera prueba es una carrera de recoger ingredientes! ¡No sé ni de dónde has sacado estos!
- Los traje de casa - respondió al momento. Por supuesto era mentira.
Se apartó de su puesto de trabajo con un gesto indignado y echó un vistazo a la chica. Llevaba un conjunto extraño, con una diadema de orejas de conejo... salvo porque no era una diadema. Eran orejas de verdad. La observó con curiosidad preguntándose de qué le sonaba aquella cara. Tenía la sospecha de que debía estar emparentada con la tribu Mink a la que pertenecía Arny. Sin embargo, aparte de sus dudas sobre su raza, estaba segura de que la había visto en algún lado. Tras un momento, perdió el interés y se fue a su puesto de salida ignorando las miradas que le echaban otros competidores. ¿Aquellos perdedores tenían la osadía de mirarla mal? Ya se encargaría de darles una sorpresita de regalo.
Se cruzó de brazos y resopló, aburrida. ¿Iba a tardar mucho más aquello? Si seguían haciéndola esperar (había pasado un minuto, UN MINUTO), iba a perder la paciencia e irse. A lo mejor debía ponerse a buscar ninjas. Seguro que si se iba de expedición por los tejado de la ciudad se encontraba a uno haciendo cosas de ninja. Tal vez. Mejor pensado, tal vez no. Pero hacer algo de ejercicio saltando entre edificios probablemente sería más divertido que esperar con un montón de señores olorosos y bigotudos. Estaba a punto de irse cuando vio a lo lejos algo que le llamó la atención. Dos chicas pelirrojas hablaban entre sí. Y lo de chicas era cuestionable, porque uno de ellos era el muy andrógino y famoso Claude, el Basilisco de Tesalia. Era conocido entre otras cosas por ser un fanfarrón y tener una recompensa estrafalariamente alta para ser un charlatán. Si alguien como él estaba por ahí, probablemente las cosas se pondrían interesantes. Lo malo es que con esa ropa y esas pintas estaba empezando a sentirse muy confusa. ¿No podía parecer un poco menos... femenino? Igual no era él.
- Oye conejita, ¿ese de ahí no es Claude von Appetit?
- ¡La primera prueba es una carrera de recoger ingredientes! ¡No sé ni de dónde has sacado estos!
- Los traje de casa - respondió al momento. Por supuesto era mentira.
Se apartó de su puesto de trabajo con un gesto indignado y echó un vistazo a la chica. Llevaba un conjunto extraño, con una diadema de orejas de conejo... salvo porque no era una diadema. Eran orejas de verdad. La observó con curiosidad preguntándose de qué le sonaba aquella cara. Tenía la sospecha de que debía estar emparentada con la tribu Mink a la que pertenecía Arny. Sin embargo, aparte de sus dudas sobre su raza, estaba segura de que la había visto en algún lado. Tras un momento, perdió el interés y se fue a su puesto de salida ignorando las miradas que le echaban otros competidores. ¿Aquellos perdedores tenían la osadía de mirarla mal? Ya se encargaría de darles una sorpresita de regalo.
Se cruzó de brazos y resopló, aburrida. ¿Iba a tardar mucho más aquello? Si seguían haciéndola esperar (había pasado un minuto, UN MINUTO), iba a perder la paciencia e irse. A lo mejor debía ponerse a buscar ninjas. Seguro que si se iba de expedición por los tejado de la ciudad se encontraba a uno haciendo cosas de ninja. Tal vez. Mejor pensado, tal vez no. Pero hacer algo de ejercicio saltando entre edificios probablemente sería más divertido que esperar con un montón de señores olorosos y bigotudos. Estaba a punto de irse cuando vio a lo lejos algo que le llamó la atención. Dos chicas pelirrojas hablaban entre sí. Y lo de chicas era cuestionable, porque uno de ellos era el muy andrógino y famoso Claude, el Basilisco de Tesalia. Era conocido entre otras cosas por ser un fanfarrón y tener una recompensa estrafalariamente alta para ser un charlatán. Si alguien como él estaba por ahí, probablemente las cosas se pondrían interesantes. Lo malo es que con esa ropa y esas pintas estaba empezando a sentirse muy confusa. ¿No podía parecer un poco menos... femenino? Igual no era él.
- Oye conejita, ¿ese de ahí no es Claude von Appetit?
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