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Era un trabajo fácil. Demasiado fácil. Tanto como para encargárselo al pobre de Jojo. Simplemente llegar en tren de una de las nuevas estaciones que llegaban a Poplio, dejar el sobre entre los asientos del centro del vagón central y... ya. Eso era todo. Una simple entrega de una información codificada para que otros agentes en misiones más complejas pudieran llevar a cabo ciertos puntos de una importancia que le era ignota.
A veces agradecía no saber. El no saber era extremadamente reconfortante en muchos casos. El no poder saber, aún más.
Después de aquello no sabía qué podriá hacer en Poplar. Habia leído sobre ella, más que nada en alguna que otra novela situada en sus gloriosos jardines, pero no sabía si aquello justificaba un viaje. No había preparado una cohartada, no realmente, pero tampoco es como si pudieran preguntársela fácilmente. Mudo, aislado de sus semejantes, prácticamente invisible una vez revelaba su naturaleza. Era difícil, sumamente dificil, hablar con un mudo. Quizá por eso no le habían dado ningún tipo de cohartada. Quizá por eso habia sido seleccionado entre tantos miembros del exquisito club del que formaba parte para llevar aquello. Él no lo sabía, y en cierta manera estaba contento por no saber.
Dibujaba. Lo había hecho desde que ingresó en el tren desde el pequeño pueblo pesquero, y planeaba seguir haciéndolo durante todo el trayecto, la estancia y la vuelta. Aquel era no el propósito de su alma, pero una de las razones por las que no se había marchitado pese al inhóspito clima del mundo. Ah, el mundo. No le gustaba reflexionar sobre el mundo, pero a veces lo hacía. Y al hacerlo se sentía más perdido y solo de lo que acostumbraba.
Finalmente llegó a Poplar con unos cuantos esbozos, medio libro leído y el cuello tenso. Tras bajar al andén contempló con interés la ingienería de la bestia de la que había desembarcado y, en cierta manera, le dio las gracias con su sonrisa. A ella y a todos los responsables de que estuviera ahi, disponible para él, permitiéndole viajar de una forma que muchas personas siquieran eran capaces de soñar y mucho menos de construir.
Se estiró mientras miraba a la marabunta de gente que iba y venía, mayormente a los vagones de carga, bien dispuestos a llenar sus manos con las exquisiteces traídas de recónditos rincones oportunamente conectados a la vía. Aquella arteria daba vida a la ciudad, de eso no había duda.
No pudo evitar, como médico, pensar cómo el gobierno de aquella ínsula prevenía su infarto. Sería fácil, desagradablemente fácil, poner en jaque todo aquello... De no ser, por supuesto, por la NeoMarina. Depie, con su maleta en la mano y la bolsa de la máquina de escribir en la otra, Jojo contempló con interés el paso de una patrulla de blanco y azul.
A veces agradecía no saber. El no saber era extremadamente reconfortante en muchos casos. El no poder saber, aún más.
Después de aquello no sabía qué podriá hacer en Poplar. Habia leído sobre ella, más que nada en alguna que otra novela situada en sus gloriosos jardines, pero no sabía si aquello justificaba un viaje. No había preparado una cohartada, no realmente, pero tampoco es como si pudieran preguntársela fácilmente. Mudo, aislado de sus semejantes, prácticamente invisible una vez revelaba su naturaleza. Era difícil, sumamente dificil, hablar con un mudo. Quizá por eso no le habían dado ningún tipo de cohartada. Quizá por eso habia sido seleccionado entre tantos miembros del exquisito club del que formaba parte para llevar aquello. Él no lo sabía, y en cierta manera estaba contento por no saber.
Dibujaba. Lo había hecho desde que ingresó en el tren desde el pequeño pueblo pesquero, y planeaba seguir haciéndolo durante todo el trayecto, la estancia y la vuelta. Aquel era no el propósito de su alma, pero una de las razones por las que no se había marchitado pese al inhóspito clima del mundo. Ah, el mundo. No le gustaba reflexionar sobre el mundo, pero a veces lo hacía. Y al hacerlo se sentía más perdido y solo de lo que acostumbraba.
Finalmente llegó a Poplar con unos cuantos esbozos, medio libro leído y el cuello tenso. Tras bajar al andén contempló con interés la ingienería de la bestia de la que había desembarcado y, en cierta manera, le dio las gracias con su sonrisa. A ella y a todos los responsables de que estuviera ahi, disponible para él, permitiéndole viajar de una forma que muchas personas siquieran eran capaces de soñar y mucho menos de construir.
Se estiró mientras miraba a la marabunta de gente que iba y venía, mayormente a los vagones de carga, bien dispuestos a llenar sus manos con las exquisiteces traídas de recónditos rincones oportunamente conectados a la vía. Aquella arteria daba vida a la ciudad, de eso no había duda.
No pudo evitar, como médico, pensar cómo el gobierno de aquella ínsula prevenía su infarto. Sería fácil, desagradablemente fácil, poner en jaque todo aquello... De no ser, por supuesto, por la NeoMarina. Depie, con su maleta en la mano y la bolsa de la máquina de escribir en la otra, Jojo contempló con interés el paso de una patrulla de blanco y azul.
Elyria Priscraft
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Hoy le tocaba estar buena parte del día metida en el tren, el típico trabajo aburrido de vigilar que nadie intentase nada raro. Había ciertas tensiones y siempre había peligro de que ocurriese algún altercado, aunque parecía más una forma de intimidar a cualquiera que pretendiese intentarlo. Si no, ¿por qué mandar tan solo a bajos rangos? Es cierto, estaba el Sargento Krauss, pero tenía serias dudas sobre lo bien que les iría si realmente pasase algo serio.
Finalmente llegaron a San Poplar, una pequeña isla primaveral en el complejo del tren marítimo de Water 7. También era su asignación principal en este momento con los Marines, aunque se movía mucho por las islas circundantes.
Salió con su patrulla, caminando a paso firme hacia el cuartel. De camino se fijó en un hombre con cuernos que se quedó observando la marcha. No entendía qué interés tenía en unos Marines caminando. Vale, definitivamente necesito desconectar, estoy empezando a pensar como una amargada… Dejó salir un largo suspiro y terminó su camino, y por ende, su trabajo por hoy. Al menos la parte aburrida, ahora tenía relativa libertad, aunque tendría que prestar su servicio en caso de que ocurriese algún incidente en los alrededores y fuese llamada.
Antes de nada, fue a cambiarse de ropa. Quería ascender, hacerse más fuerte y poder usar sus habilidades en algo que tenga algo más de impacto que evitar un par de robos en un tren. Quería poder servir al mundo, pero tenía que reconocer que una parte de ella quería poder trabajar con algo que no fuese ese soso uniforme blanco y azul.
Está vez decidió lucir una falda negra, combinada con unas botas de cuero del mismo color. También se cambió a una camisa blanca que iba por encima de la falda, y por encima una corbata roja y un blazer negro algo más fino de lo normal. Y por supuesto, esos guantes negros de cuero que siempre llevaba. Mucho mejor, ahora a ver que puedo hacer el resto del día… Llevaba un par de días queriendo echarle un ojo al mercado de primavera, por qué no.
Decidida, se dirigió al lugar en cuestión. Durante toda esta semana, comerciantes de todas partes de la isla, e incluso de otras cercanas, exponían sus productos en un mercado callejero. Muchas cosas las podías encontrar normalmente en cualquier época, pero en este tipo de eventos la gente estaba más dispuesta a gastar.
A Elyria le gustaba más echar un ojo a todo, no solía comprar mucho, y tampoco es que pudiese permitírselo, pero le servía para inspirarse, y de vez en cuando se pillaba alguna cosilla que no compraría normalmente. Inspirarse por romantizarlo un poco, pero oye, no todo tenían que ser inversiones y compras inteligentes y perfectamente calculadas.
Estaba mirando un puesto de bouquets tranquilamente, cuando escucho algo de barullo a unos veinte metros. ¿Ya están otra vez molestando los de siempre? Curiosa, y preocupada por si había pasado algo, caminó a paso ligero en esa dirección para ver qué pasaba.
Finalmente llegaron a San Poplar, una pequeña isla primaveral en el complejo del tren marítimo de Water 7. También era su asignación principal en este momento con los Marines, aunque se movía mucho por las islas circundantes.
Salió con su patrulla, caminando a paso firme hacia el cuartel. De camino se fijó en un hombre con cuernos que se quedó observando la marcha. No entendía qué interés tenía en unos Marines caminando. Vale, definitivamente necesito desconectar, estoy empezando a pensar como una amargada… Dejó salir un largo suspiro y terminó su camino, y por ende, su trabajo por hoy. Al menos la parte aburrida, ahora tenía relativa libertad, aunque tendría que prestar su servicio en caso de que ocurriese algún incidente en los alrededores y fuese llamada.
Antes de nada, fue a cambiarse de ropa. Quería ascender, hacerse más fuerte y poder usar sus habilidades en algo que tenga algo más de impacto que evitar un par de robos en un tren. Quería poder servir al mundo, pero tenía que reconocer que una parte de ella quería poder trabajar con algo que no fuese ese soso uniforme blanco y azul.
Está vez decidió lucir una falda negra, combinada con unas botas de cuero del mismo color. También se cambió a una camisa blanca que iba por encima de la falda, y por encima una corbata roja y un blazer negro algo más fino de lo normal. Y por supuesto, esos guantes negros de cuero que siempre llevaba. Mucho mejor, ahora a ver que puedo hacer el resto del día… Llevaba un par de días queriendo echarle un ojo al mercado de primavera, por qué no.
Decidida, se dirigió al lugar en cuestión. Durante toda esta semana, comerciantes de todas partes de la isla, e incluso de otras cercanas, exponían sus productos en un mercado callejero. Muchas cosas las podías encontrar normalmente en cualquier época, pero en este tipo de eventos la gente estaba más dispuesta a gastar.
A Elyria le gustaba más echar un ojo a todo, no solía comprar mucho, y tampoco es que pudiese permitírselo, pero le servía para inspirarse, y de vez en cuando se pillaba alguna cosilla que no compraría normalmente. Inspirarse por romantizarlo un poco, pero oye, no todo tenían que ser inversiones y compras inteligentes y perfectamente calculadas.
Estaba mirando un puesto de bouquets tranquilamente, cuando escucho algo de barullo a unos veinte metros. ¿Ya están otra vez molestando los de siempre? Curiosa, y preocupada por si había pasado algo, caminó a paso ligero en esa dirección para ver qué pasaba.
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Tras hacer un par de bocetos más de algún transeunte, entre los que se encontraba un marine con cara de pocos amigos, Jojo abandonó la estación central buscando un lugar donde pudiera alojarse un par de días; tiempo suficiente para justificar a si mismo y a otros unas vacaciones de "fin de semana". ¿Pero en qué trabajaba? Porque claramente no podía ir diciendo por ahí que formaba parte del Club Pingüino. Tampoco podía ni debía ser artista, porque la mayoría eran todos unos muertos de hambre y aunque su traje había sido remendado muchas veces y sus zapatos marrones a juego ya estaban gastados, no era lo suficientemente bohemio como para abrazar aquella profesión con toda su alma.
Periodista. Un simple columnista de un periódico local que escribía lo que le mandaban sus jefes, a veces simples relatos, a veces críticas. Sí, eso le pegaba. "La columna del diablo" podría llamarse su sección, o quizá algo con más rimbombancia. Aunque tampoco tenía que esforzarse demasiado para justificar el mal gusto propio de un periódico local en manos de un burócrata, un heredero o simplemente un idiota.
Buscando un hostal en el que guarecerse, uno lo suficientemente barato como para justificar el gasto a su imaginario sueldo, Jojo acabó en una concurrida calle aún más plagada de flores y tiendas que el resto. Frutas, adornos, ropa y algún que otro puesto de recuerdos plagaban la rúa con una decadencia que pasaba una época reciéntemente industrializada pero aún sin electricidad al uso. Al haber viajado tanto, Jojo había aprendido a no juzgar, a hacer lo que veía allá donde iba, pero el puesto de frutas le sacó una mueca demasiado obvia.
Moscas. Adultas y larvas. Y pese a que aquello no olía, y quizás podía pasar desapercibido para ojos que no estaban atento a cada detalle y textura, para los suyos eran tan obvios como un vivo fuego. Aquello, suponía, debía ser un precio a pagar por un clima tan agradable, un repertorio tan amplio de frutas y una flora y fauna tan radiante... pero como humano, como ser puramente civilizado, sentía un asco primal ante su proliferación.
—¡Tome, tome! ¡Pruebe, pruebe! —repitió uno de los morenos muchachos del puesto, sirviendo en una hoja ancha a modo de plato una brocheta a modo de macedonia—. Debe probar la fruta de San Poplar!
A Jojo se le hizo un nudo en el estómago, un nudo en la garganta y otro en la boca. Una triple barrera contra aquella agresión en la que si bien no se veían aún larvas, seguro estaba de que habian pasado por aquella fruta cortada -probablemente rescatada de los trozos que no habían logrado vender- las patitas de un millón de insectos.
Las cosas, como suelen suceder, ocurrieron con una rapidez pasmosa.
Primero intentó negar con la cabeza, luego tuvo que dejar una maleta en el suelo y hacerlo con las manos, y finalmente, ante la horrible insistencia del hombre, su brazo moviéndose con ímpetu en la negación tiró la fruta sobre sus zapatos.
—¡Eh!
Y antes de que pudiera darse cuenta estaba rodeado por la familia de tenderos, exigiéndole una disculpa verbal -que no podía dar- y el pago de unos zapatos nuevos. Jojo, casi como un muñeco de trapo, se dejaba empujar y zarandear, pues sus esfuerzos estaban destinados a algo más importante. A contener una oscuridad que llevaba mucho tiempo acumulando.
Elyria Priscraft
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Al llegar y ver la escena, no pudo más que fruncir el ceño. No entendía la situación, no conocía el contexto, ahora mismo solo podía ver a un hombre al que no paraban de gritar y zarandear, cuando este ni siquiera se estaba intentando defender. Antes de nada, respiró profundamente, no se habrían puesto así con él si no hubiese hecho nada, pero tenía que poner orden e intentar ayudar a arreglar la situación.
“¡Soy Elyria, de la Marina, qué está pasando aquí, suelten a este hombre ahora mismo y explíquense!” Gritó en un tono cargado de autoridad, con una mirada seria que lograba aumentar el efecto.
Normalmente no tendría la autoridad para esto, pero al final lo importante era cómo te veían los demás. Si a sus ojos eras una figura de autoridad, en la práctica, era incluso más efectivo que tan solo serlo realmente.
“¡Este desagradecido tiró mi fruta al suelo!” Respondió enfadado. “¡Mire mis zapatos, lo único que pido es una disculpa y que me pague unos nuevos!”
“¿Unos nuevos?” Respondió frunciendo el ceño. Inmediatamente sacó un pañuelo de un bolsillo interior cosido a su blazer, y se agachó frente al enfadado mercader. “¿Nos tomas de imbéciles o qué te pasa?, estos zapatos están perfectamente.”
Cogió la brocheta del suelo, usando el pañuelo para no manchar sus guantes, y la lanzó a una papelera cercana, encestando sin problema. Luego uso la parte limpia del mismo para limpiar los zapatos del llorón en un momento. Aún tengo que pedirle explicaciones al otro, no es normal ir haciendo eso, pero tal vez fue solo un accidente, ya he visto que este hombre es un exagerado.
Se levantó de nuevo y sonrió satisfecha al ver cómo el hombre gruñía. Nunca había pensado que limpiarle los zapatos a alguien acabaría siendo más humillante para el que lo recibe. Elyria se giró y miró al supuesto agresor. Un momento, es el que nos estaba mirando patrullar en la estación, también es casualidad.
“Usted, ¿por qué le tiró la fruta a este hombre? ¿Fué un accidente?”
“¡No fue un accidente, me—!”
“¡Silencio! ¿No ves que no le dejáis hablar?” Respondió con molestia, volviendo a mirar al hombre de los cuernos. “Tranquilo, puede hablar sin miedo.”
Justo después de decir eso, se percató de la pizarra que llevaba colgada al cuello. No había muchos motivos por los que alguien iría por la calle con algo así, y sumado a que no había hablado hasta ahora, pudo unir los puntos. “Oh… lo siento por intentar hacerle hablar,” dijo en un tono más bajo. “No lo sabía. Pero por favor, escriba qué ha pasado, tal vez le deba una disculpa a este mercader. ”
“¡Soy Elyria, de la Marina, qué está pasando aquí, suelten a este hombre ahora mismo y explíquense!” Gritó en un tono cargado de autoridad, con una mirada seria que lograba aumentar el efecto.
Normalmente no tendría la autoridad para esto, pero al final lo importante era cómo te veían los demás. Si a sus ojos eras una figura de autoridad, en la práctica, era incluso más efectivo que tan solo serlo realmente.
“¡Este desagradecido tiró mi fruta al suelo!” Respondió enfadado. “¡Mire mis zapatos, lo único que pido es una disculpa y que me pague unos nuevos!”
“¿Unos nuevos?” Respondió frunciendo el ceño. Inmediatamente sacó un pañuelo de un bolsillo interior cosido a su blazer, y se agachó frente al enfadado mercader. “¿Nos tomas de imbéciles o qué te pasa?, estos zapatos están perfectamente.”
Cogió la brocheta del suelo, usando el pañuelo para no manchar sus guantes, y la lanzó a una papelera cercana, encestando sin problema. Luego uso la parte limpia del mismo para limpiar los zapatos del llorón en un momento. Aún tengo que pedirle explicaciones al otro, no es normal ir haciendo eso, pero tal vez fue solo un accidente, ya he visto que este hombre es un exagerado.
Se levantó de nuevo y sonrió satisfecha al ver cómo el hombre gruñía. Nunca había pensado que limpiarle los zapatos a alguien acabaría siendo más humillante para el que lo recibe. Elyria se giró y miró al supuesto agresor. Un momento, es el que nos estaba mirando patrullar en la estación, también es casualidad.
“Usted, ¿por qué le tiró la fruta a este hombre? ¿Fué un accidente?”
“¡No fue un accidente, me—!”
“¡Silencio! ¿No ves que no le dejáis hablar?” Respondió con molestia, volviendo a mirar al hombre de los cuernos. “Tranquilo, puede hablar sin miedo.”
Justo después de decir eso, se percató de la pizarra que llevaba colgada al cuello. No había muchos motivos por los que alguien iría por la calle con algo así, y sumado a que no había hablado hasta ahora, pudo unir los puntos. “Oh… lo siento por intentar hacerle hablar,” dijo en un tono más bajo. “No lo sabía. Pero por favor, escriba qué ha pasado, tal vez le deba una disculpa a este mercader. ”
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La negra brea que llevaba muy dentro llevaba acumulándose desde... Bueno, desde hacía ya demasiado tiempo. Solo necesitaba una chispa. Una leve llama, no más grande que una cerilla, para iniciar un infierno. ¿A cuánto podían llegar las emociones por tanto tiempo sofocadas? Desde luego podrían romper a un hombre, y un hombre roto era capaz de hacer cosas que no eran ni de lejos humanas. Ello solía verse a veces, en los pobres muchachos que eran abusados por sus compañeros, en los pobres hombres maltratados por sus mujeres, en los perros hartos de las palizas, en los soldados a los que no les quedaba otra opción.
Sin embargo, a tres vapuleos del final de aquel que era conocido como Jojo, llegó un ténue atisbo de esperanza. Un alma justa, que no cándida, dispuesta a zanjar aquello no por el bien de todos, si no porque era lo que debía hacerse. Aún algo perdido, aferrándose a la realidad que estuvo a punto de escapársele, el mudo miró finalmente a la muchacha una vez hubo pronunciado su última palabra. Aún resonaba dentro de su cráneo el tono de su disculpa.
Dejó suavemente el equipaje en el suelo, a sus costados, el agente Hush tomó con cuidado la pizarra entre sus manos. Por un momento dudó. Lo hizo con la misma intensidad y propósito que lo había hecho segundos, si no minutos atrás. Dudó entre el sofocante bien y el justo mal. Quería mentir, inculparles, a todos ellos, para que se pudrieran y sufrieran por mano de la justicia -aunque esta vistiese otros colores- tan o más como había querido hacerles sufrir por su mano, pie, cuerno y puño cuando le habían gritado y empujado. Sostuvo la tiza entre sus dedos con la misma frialdad con la que hubiera esgrimido un escalpelo dispuesto a cercenarles la yugular.
"No quiero comprar su fruta podrida. Ni quise."
Escribió aquello con la secreta esperanza de que todo se torciese. De que le dieran una excusa. Una leve justificación para partir hueso, tendón y dientes. Tras hacerlo giró la pequeña pizarra, mostrándosela a la soldado y al mundo que le iba transformando a su imagen y semejanza. Tras aquello esperó como un fantasma, como un hombre muerto, a algo ante lo que reaccionar de una manera tan sincera como humana.
No era la obligación de la mujer detenerle. No era siquiera su obligación como soldado. No debía serlo. ¿No? Tampoco era obligación de aquellos tenderos el reprenderle de primeras, ni tampoco de últimas. Pero a veces hay cosas dentro de las personas que se sienten como un deber... Una... necesidad.
Sin embargo, a tres vapuleos del final de aquel que era conocido como Jojo, llegó un ténue atisbo de esperanza. Un alma justa, que no cándida, dispuesta a zanjar aquello no por el bien de todos, si no porque era lo que debía hacerse. Aún algo perdido, aferrándose a la realidad que estuvo a punto de escapársele, el mudo miró finalmente a la muchacha una vez hubo pronunciado su última palabra. Aún resonaba dentro de su cráneo el tono de su disculpa.
Dejó suavemente el equipaje en el suelo, a sus costados, el agente Hush tomó con cuidado la pizarra entre sus manos. Por un momento dudó. Lo hizo con la misma intensidad y propósito que lo había hecho segundos, si no minutos atrás. Dudó entre el sofocante bien y el justo mal. Quería mentir, inculparles, a todos ellos, para que se pudrieran y sufrieran por mano de la justicia -aunque esta vistiese otros colores- tan o más como había querido hacerles sufrir por su mano, pie, cuerno y puño cuando le habían gritado y empujado. Sostuvo la tiza entre sus dedos con la misma frialdad con la que hubiera esgrimido un escalpelo dispuesto a cercenarles la yugular.
"No quiero comprar su fruta podrida. Ni quise."
Escribió aquello con la secreta esperanza de que todo se torciese. De que le dieran una excusa. Una leve justificación para partir hueso, tendón y dientes. Tras hacerlo giró la pequeña pizarra, mostrándosela a la soldado y al mundo que le iba transformando a su imagen y semejanza. Tras aquello esperó como un fantasma, como un hombre muerto, a algo ante lo que reaccionar de una manera tan sincera como humana.
No era la obligación de la mujer detenerle. No era siquiera su obligación como soldado. No debía serlo. ¿No? Tampoco era obligación de aquellos tenderos el reprenderle de primeras, ni tampoco de últimas. Pero a veces hay cosas dentro de las personas que se sienten como un deber... Una... necesidad.
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Elyria no pudo evitar notar cómo agarraba la tiza. A partir de eso se fijó en su posición, la tensión en sus hombros, en sus brazos. Su cara no tenía nada raro en principio, parece que se le daba bien disimular, pero con la información anterior y fijándose un poco, se notaba esa rabia contenida, esas ganas de gritar, de defenderse. El mensaje de la pizarra no hizo más que aumentar sus sospechas.
“¡Cómo te atreves a decir que mi fruta está podrida!” Gritó el mercader con rabia al ver lo que había escrito.
“¡Silencio! Eso lo comprobaré yo.”
Evidentemente, ella no tenía ni idea de lo que era capaz de hacer ese hombre, y sinceramente, no quería verse obligada a comprobarlo. Tener que acabar arrestando a un hombre roto por dentro. O peor, que fuese más fuerte que ella y escapase en descontrol. ¿Qué te han hecho para acabar así…? Se preguntó. Que alguién que se queda quieto mientras le empujan y gritan le tire la fruta a los pies a un mercader…
La mujer suspiró profundamente, manteniendo el control de la situación. Por mucho que la fruta estuviese podrida, eso no era excusa para responder con esa agresividad, al igual que la actitud del mercader seguía siendo deplorable.
Primero se dirigió al hombre con traje. “Aun así quiero una disculpa por su parte, no puede ir tirándole los productos al suelo por mucho que estén podridos.” Dijo en un tono serio. “Y si la fruta no está podrida, le debes una segunda disculpa por mancillar su honor.”
“¡Es una rata mentirosa, claro que no está—”
“¿Qué parte de silencio no entiende, caballero?” Respondió frunciendo el ceño, girándose a mirarle. “No quiero tener que volver a repetirme. Hay una manera muy sencilla de comprobar esto, si su fruta está en perfecto estado no tiene nada que temer, ¿no?”
Antes de que pudiera responder, caminó hasta el puesto de fruta. Sacó otro pañuelo de su bolsillo. Solía llevar varios encima, no le gustaba manchar sus guantes si no era necesario. Lo usó para tocar la fruta mientras la ojeaba. Hmm… Definitivamente no está en buen estado, viendo estas marcas de picaduras de lo que parecen ser moscas de la fruta, pero de ahí a llamarla podrida…
“Ve usted como la fruta está perfectamente.” Dijo el mercader, notándose sus nervios.
Ignorándolo, caminó detrás del mostrador, fijándose en una pequeña mesa de madera que usaba para cortar la fruta para las brochetas. A su espalda, vió como el mercader venía hacia ella apresurado, como intentando detenerla.
“¡Pare! No es necesario que—”
Le interrumpió levantando el brazo hacia la dirección por la que venía. Por suerte, fue suficiente para callarlo, se estaba cansando un poco ya. Al girar a mirarle, sus ojos se fijaron en un trozo de fruta del suelo. Se agachó a recogerlo, y escuchó al hombre frente a ella tragando saliva.
“¡Vale, lo reconozco, la fruta no es fresca!” Gritó con una voz agitada. “Pero qué quiere que le haga, de alguna forma tendré que ganarme la vida.”
Lleva todo este rato insistiendo en algo fácil de comprobar, pero ha sido coger este trozo y de la nada lo ha reconocido. Algo huele mal aquí…
“Sus permisos, caballero, quiero verlos, ahora.”
“¿Permisos, de qué habla ahora?“
“No se haga el loco caballero, sus permisos para vender en este mercado callejero, sabe de sobra que necesita la autorización de su majestad la Reina de la Primavera.”
“Ya lo reconocí, ¿acaso va a detenerme por que mi fruta no sea fresca, tan bajo ha caído la Marina?”
“Sus. Papeles. Ahora. Le tengo dicho que no me gusta repetirme, y está empezando a hartarme”
Con una mueca molesta, el mercader sacó de un un cajón una carpeta con los papeles. “Aquí tiene, tengo el permiso, ¿contenta?”
Sin responder nada, abrió la carpeta, ojeando por encima. No sabría decir si estaba falsificado o no, no era tan buena en eso, pero quería conocer un poco el contexto del hombre.
Parece que es un comerciante de San Faldo… Se que hay rivalidad entre las dos islas al ser ambas secundarias y estar conectadas por el Tren Marítimo. Y para colmo la controlan esos cerdos del Gobierno Mundial… Igual estoy delirando, pero sospecho que algo pasa aquí
“Me los llevo un momento, espere aquí”
“Pero—”
“No voy a robar sus malditos papeles, relájese”
Caminó hacia el hombre trajeado, mirándole amablemente. “Venga conmigo un momento. ¿Qué le hizo pensar que la fruta estaba podrida? Creo que hay algo más,” dijo en un tono de voz bajo, para que solo pudiese escucharle el. “Y tome,” comentó sacando un pequeño cuaderno con un bolígrafo y entregándoselo. “Si quiere decirme algo solo a mí escríbalo aquí, la pizarra es más difícil de ocultar”
“¡Cómo te atreves a decir que mi fruta está podrida!” Gritó el mercader con rabia al ver lo que había escrito.
“¡Silencio! Eso lo comprobaré yo.”
Evidentemente, ella no tenía ni idea de lo que era capaz de hacer ese hombre, y sinceramente, no quería verse obligada a comprobarlo. Tener que acabar arrestando a un hombre roto por dentro. O peor, que fuese más fuerte que ella y escapase en descontrol. ¿Qué te han hecho para acabar así…? Se preguntó. Que alguién que se queda quieto mientras le empujan y gritan le tire la fruta a los pies a un mercader…
La mujer suspiró profundamente, manteniendo el control de la situación. Por mucho que la fruta estuviese podrida, eso no era excusa para responder con esa agresividad, al igual que la actitud del mercader seguía siendo deplorable.
Primero se dirigió al hombre con traje. “Aun así quiero una disculpa por su parte, no puede ir tirándole los productos al suelo por mucho que estén podridos.” Dijo en un tono serio. “Y si la fruta no está podrida, le debes una segunda disculpa por mancillar su honor.”
“¡Es una rata mentirosa, claro que no está—”
“¿Qué parte de silencio no entiende, caballero?” Respondió frunciendo el ceño, girándose a mirarle. “No quiero tener que volver a repetirme. Hay una manera muy sencilla de comprobar esto, si su fruta está en perfecto estado no tiene nada que temer, ¿no?”
Antes de que pudiera responder, caminó hasta el puesto de fruta. Sacó otro pañuelo de su bolsillo. Solía llevar varios encima, no le gustaba manchar sus guantes si no era necesario. Lo usó para tocar la fruta mientras la ojeaba. Hmm… Definitivamente no está en buen estado, viendo estas marcas de picaduras de lo que parecen ser moscas de la fruta, pero de ahí a llamarla podrida…
“Ve usted como la fruta está perfectamente.” Dijo el mercader, notándose sus nervios.
Ignorándolo, caminó detrás del mostrador, fijándose en una pequeña mesa de madera que usaba para cortar la fruta para las brochetas. A su espalda, vió como el mercader venía hacia ella apresurado, como intentando detenerla.
“¡Pare! No es necesario que—”
Le interrumpió levantando el brazo hacia la dirección por la que venía. Por suerte, fue suficiente para callarlo, se estaba cansando un poco ya. Al girar a mirarle, sus ojos se fijaron en un trozo de fruta del suelo. Se agachó a recogerlo, y escuchó al hombre frente a ella tragando saliva.
“¡Vale, lo reconozco, la fruta no es fresca!” Gritó con una voz agitada. “Pero qué quiere que le haga, de alguna forma tendré que ganarme la vida.”
Lleva todo este rato insistiendo en algo fácil de comprobar, pero ha sido coger este trozo y de la nada lo ha reconocido. Algo huele mal aquí…
“Sus permisos, caballero, quiero verlos, ahora.”
“¿Permisos, de qué habla ahora?“
“No se haga el loco caballero, sus permisos para vender en este mercado callejero, sabe de sobra que necesita la autorización de su majestad la Reina de la Primavera.”
“Ya lo reconocí, ¿acaso va a detenerme por que mi fruta no sea fresca, tan bajo ha caído la Marina?”
“Sus. Papeles. Ahora. Le tengo dicho que no me gusta repetirme, y está empezando a hartarme”
Con una mueca molesta, el mercader sacó de un un cajón una carpeta con los papeles. “Aquí tiene, tengo el permiso, ¿contenta?”
Sin responder nada, abrió la carpeta, ojeando por encima. No sabría decir si estaba falsificado o no, no era tan buena en eso, pero quería conocer un poco el contexto del hombre.
Parece que es un comerciante de San Faldo… Se que hay rivalidad entre las dos islas al ser ambas secundarias y estar conectadas por el Tren Marítimo. Y para colmo la controlan esos cerdos del Gobierno Mundial… Igual estoy delirando, pero sospecho que algo pasa aquí
“Me los llevo un momento, espere aquí”
“Pero—”
“No voy a robar sus malditos papeles, relájese”
Caminó hacia el hombre trajeado, mirándole amablemente. “Venga conmigo un momento. ¿Qué le hizo pensar que la fruta estaba podrida? Creo que hay algo más,” dijo en un tono de voz bajo, para que solo pudiese escucharle el. “Y tome,” comentó sacando un pequeño cuaderno con un bolígrafo y entregándoselo. “Si quiere decirme algo solo a mí escríbalo aquí, la pizarra es más difícil de ocultar”
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Las cosas podrían haberse... complicado. Lo podrían haber hecho de una manera mucho más simple, más reconfortante, más... violenta. Pero no. ¿Había detrás de todo aquello la negra mano del Gobierno? ¿Había, sin saberlo ni sospechado, cometido un acto de traición a su patria? Quizás. O quizás se enfrentaban a un entuerto doblemente complicado. Aquello se revelaría más tarde, con esfuerzo y conciencia, todo iniciado por un fortuito encontronazo de dos seres que servían a sus preceptos.
Mientras la chica hacía su inspección, los ojos de Jojo deambularon de mirada en mirada con cierto desinterés. Aquello, aunque pudiera parecer una provocación, más bien era fruto de una imaginación ávida de sangre. Imaginaba, casi con gusto, cómo podían atacarle, quién sería el primero en actuar y cómo podría destrozar sus cuerpos con una precisión anatómica. Los pintaba, los esculpía y los diseccionaba en un mundo imaginario en el que sus actos no tenían consecuencia alguna, una fantasía que le traía cierta paz y consuelo.
Siguiendo a la muchacha, apartándose de la calle principal para dirigirse a los resquicios entre los puestos tras tomar sus pesadas pertenencias, Jojo miró la pequeña libreta. Frunció el ceño levemente, culpándose casi de encontrar allí una oportunidad cuanto menos imperdonable de dejar pasar. Él mismo había aprendido a no cometer aquel error, afortunadamente mucho antes de ingresar en su cuerpo.
Sentándose suavemente sobre su maleta, el mudo pasó las paginas hasta encontrar una completamente nueva sobre la que escribir. Con trazo firme, más incluso que su decisión, escribió el mensaje que le tendió doblado. Sutil, mecánico aunque no criptico, suficiente para hacerla pensar sin levantar sospecha.
"A veces hago de crítico culinario. Tengo buen ojo. No quise cojer la brocheta que me tendieron y le di sin querer tirándola al suelo. ¿No son muchos para un puesto tan pequeño?"
Primos, hermanos o simplemente compañeros de trabajo demasiado parecidos, prácticamente habían salido de la nada cuando todo se torció. Casi como si estuvieran atento a qué sucedía alrededor, pendientes de algo que podía pasar... como una patrulla. Aquello conjunto a su poca disposición, aunque parecieran tener una ensayada colaboración ante posibles y solitarios inspectores, era... cuanto menos, interesante.
Otra hoja nueva, otro mensaje antes de que las cosas se torcieran aún más.
"¿Podemos irnos ya?"
Jojo había aprendido a no cometer riesgos innecesarios. No cuando allí no había nada en juego de importancia, como un inocente. Desde luego él no se consideraba inocente. De hecho, si se quedaban, quizá ponía en juego a alguien que aún pudiera serlo unos cuantos años más.
Mientras la chica hacía su inspección, los ojos de Jojo deambularon de mirada en mirada con cierto desinterés. Aquello, aunque pudiera parecer una provocación, más bien era fruto de una imaginación ávida de sangre. Imaginaba, casi con gusto, cómo podían atacarle, quién sería el primero en actuar y cómo podría destrozar sus cuerpos con una precisión anatómica. Los pintaba, los esculpía y los diseccionaba en un mundo imaginario en el que sus actos no tenían consecuencia alguna, una fantasía que le traía cierta paz y consuelo.
Siguiendo a la muchacha, apartándose de la calle principal para dirigirse a los resquicios entre los puestos tras tomar sus pesadas pertenencias, Jojo miró la pequeña libreta. Frunció el ceño levemente, culpándose casi de encontrar allí una oportunidad cuanto menos imperdonable de dejar pasar. Él mismo había aprendido a no cometer aquel error, afortunadamente mucho antes de ingresar en su cuerpo.
Sentándose suavemente sobre su maleta, el mudo pasó las paginas hasta encontrar una completamente nueva sobre la que escribir. Con trazo firme, más incluso que su decisión, escribió el mensaje que le tendió doblado. Sutil, mecánico aunque no criptico, suficiente para hacerla pensar sin levantar sospecha.
"A veces hago de crítico culinario. Tengo buen ojo. No quise cojer la brocheta que me tendieron y le di sin querer tirándola al suelo. ¿No son muchos para un puesto tan pequeño?"
Primos, hermanos o simplemente compañeros de trabajo demasiado parecidos, prácticamente habían salido de la nada cuando todo se torció. Casi como si estuvieran atento a qué sucedía alrededor, pendientes de algo que podía pasar... como una patrulla. Aquello conjunto a su poca disposición, aunque parecieran tener una ensayada colaboración ante posibles y solitarios inspectores, era... cuanto menos, interesante.
Otra hoja nueva, otro mensaje antes de que las cosas se torcieran aún más.
"¿Podemos irnos ya?"
Jojo había aprendido a no cometer riesgos innecesarios. No cuando allí no había nada en juego de importancia, como un inocente. Desde luego él no se consideraba inocente. De hecho, si se quedaban, quizá ponía en juego a alguien que aún pudiera serlo unos cuantos años más.
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Elyria tomó la hoja de papel, abriéndola para leer el mensaje. Así que al final sí que fue un accidente… Pensó, mirando al hombre para disculparse. “Lo siento por culparte de tirarlo. Aún así les debes una disculpa por el accidente. Y ellos por reaccionar así claro.”
Siguió leyendo y vio el final del mensaje. Miró a su alrededor, y efectivamente. Se encontró con un grupo de unos diez hombres que se acercaban al pequeño puesto. Lo que nos faltaba… Parece que no pretenden seguir disimulando ahora que estamos buscando pruebas. Poco después recibió otra nota, provocando que alzase una ceja.
“Eso es lo que quieren. Que nos vayamos para sacar de aquí a su amigo,” respondió, mirando por encima de su hombro. “Y las pruebas. Definitivamente no es solo fruta en mal estado.”
Viéndose más confiado ahora que sus amiguitos estaban aquí, el mercader se dirigió a ellos. “Ya ha visto suficiente señorita. Reconocí que la fruta no es fresca, pueden irse. No queremos problemas.” Dijo el mercader mientras señalaba al grupo de hombres con la mirada.
“Estamos a plena luz del día, ¿como pensais escapar si armáis jaleo aquí en medio?” Dijo moviendo su mano derecha a la empuñadura de Gelatius, su querida katana. “¿Acaso pensáis que somos los únicos Marines de esta isla?”
“No sé de qué habla. Ahora, deje esos papeles y ese trozo de fruta en su sitio, ¿Si?” Respondió en un tono claramente intimidante.
Cómo cambia la gente cuando están sus nueve amiguitos al lado para salvarle el culo, pensó mientras chasqueaba la lengua. En cualquier caso, estas pruebas no van a ningún lado. En todo momento miraba a su alrededor, fijándose en que no se les ocurriera atacar de repente. Dudo que pueda contra tantos a la vez. Tengo que ganar tiempo hasta que lleguen refuerzos.
El problema es que esos refuerzos no iban a venir a no ser que alguien los llamase o se armase mucho jaleo. Y no tenía forma de decirle a nadie que mandase un aviso sin que fuese absurdamente obvio y se dieran cuenta.
Decidida, se giró hacia la calle, manteniendo un ojo en los diez supuestos comerciantes, y gritó con todas sus fuerzas mientras desenvainaba a Gelatius y la clavaba en el suelo, creando un pequeño círculo de hielo en el suelo alrededor de la punta. “¡Todo el mundo fuera de aquí!” Acto seguido sacó la espada del suelo, no quería perder tiempo con eso cuando le atacaran. “Y avisen a la Mari—”
De repente vió como un hombre detrás suyo le atacaba con una daga. De dónde— pensó mientras intentaba esquivarlo. Evidentemente era demasiado tarde, aunque al menos logró que impactara en su deltoide. Elyria mordió su labio inferior, intentando no gritar de dolor. Los hombres a los que estaba vigilando seguían ahí. Ngh… tenían a otro escondido, ¡joder!
El hombre desenterró el cuchillo, e intentó agarrar la carpeta con los papeles que ella estaba agarrando. Pero esta vez sabía que estaba ahí. Dió un rápido paso atrás, haciendo un ataque literal con Gelatius para ganar algo de distancia. Inmediatamente después, movió su brazo hacia atrás y atacó con una fuerte estocada al corazón del maleante, dándole la muerte rápida que ella pensaba que hasta el más cruel de los criminales merecía.
Siguió leyendo y vio el final del mensaje. Miró a su alrededor, y efectivamente. Se encontró con un grupo de unos diez hombres que se acercaban al pequeño puesto. Lo que nos faltaba… Parece que no pretenden seguir disimulando ahora que estamos buscando pruebas. Poco después recibió otra nota, provocando que alzase una ceja.
“Eso es lo que quieren. Que nos vayamos para sacar de aquí a su amigo,” respondió, mirando por encima de su hombro. “Y las pruebas. Definitivamente no es solo fruta en mal estado.”
Viéndose más confiado ahora que sus amiguitos estaban aquí, el mercader se dirigió a ellos. “Ya ha visto suficiente señorita. Reconocí que la fruta no es fresca, pueden irse. No queremos problemas.” Dijo el mercader mientras señalaba al grupo de hombres con la mirada.
“Estamos a plena luz del día, ¿como pensais escapar si armáis jaleo aquí en medio?” Dijo moviendo su mano derecha a la empuñadura de Gelatius, su querida katana. “¿Acaso pensáis que somos los únicos Marines de esta isla?”
“No sé de qué habla. Ahora, deje esos papeles y ese trozo de fruta en su sitio, ¿Si?” Respondió en un tono claramente intimidante.
Cómo cambia la gente cuando están sus nueve amiguitos al lado para salvarle el culo, pensó mientras chasqueaba la lengua. En cualquier caso, estas pruebas no van a ningún lado. En todo momento miraba a su alrededor, fijándose en que no se les ocurriera atacar de repente. Dudo que pueda contra tantos a la vez. Tengo que ganar tiempo hasta que lleguen refuerzos.
El problema es que esos refuerzos no iban a venir a no ser que alguien los llamase o se armase mucho jaleo. Y no tenía forma de decirle a nadie que mandase un aviso sin que fuese absurdamente obvio y se dieran cuenta.
Decidida, se giró hacia la calle, manteniendo un ojo en los diez supuestos comerciantes, y gritó con todas sus fuerzas mientras desenvainaba a Gelatius y la clavaba en el suelo, creando un pequeño círculo de hielo en el suelo alrededor de la punta. “¡Todo el mundo fuera de aquí!” Acto seguido sacó la espada del suelo, no quería perder tiempo con eso cuando le atacaran. “Y avisen a la Mari—”
De repente vió como un hombre detrás suyo le atacaba con una daga. De dónde— pensó mientras intentaba esquivarlo. Evidentemente era demasiado tarde, aunque al menos logró que impactara en su deltoide. Elyria mordió su labio inferior, intentando no gritar de dolor. Los hombres a los que estaba vigilando seguían ahí. Ngh… tenían a otro escondido, ¡joder!
El hombre desenterró el cuchillo, e intentó agarrar la carpeta con los papeles que ella estaba agarrando. Pero esta vez sabía que estaba ahí. Dió un rápido paso atrás, haciendo un ataque literal con Gelatius para ganar algo de distancia. Inmediatamente después, movió su brazo hacia atrás y atacó con una fuerte estocada al corazón del maleante, dándole la muerte rápida que ella pensaba que hasta el más cruel de los criminales merecía.
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Jojo permaneció sentado. Casi ajeno a todo. Había visto cómo las cosas se habían ido torciendo, lo había visto venir desde antes de que fuera obvio, pero de él no dependían las rapidas decisiones. También había visto como el muchacho se había escurrido entre las cajas, a gatas, poco antes de lanzar el ataque que le había costado la vida.
¿Qué tenía? ¿Veintipocos? Bueno, ya no tenía años. No envejecería. No aprendería que el mal tenía consecuencias. No sería nada más de lo que había sido hasta aquel instante. No pudo evitar juzgar a la marine, que tan inpunemente había segado una vida sin ningún tipo de advertencia, ningún corte para detenerle y darle otra oportunidad, aunque fuera lisiándolo.
Pero él no era adivino. Por que hubiera pasado eso después no fue la razón por la que se había quedado quieto. Se había quedado quieto porque no quería problemas. No quería hundirse en la violencia pese a su sed de sangre... porque entonces se ahogaría. ¿Pero qué alternativa les quedaba ahora?
¿Qué alternativa le dejaba el despiadado mundo a la gente amable?
Jojo se levantó tras guardarse el bloc en bolsillo interno de la camisa; quizá alguna nota anterior, en una letra que no le era la suya, podría serle útil a su facción. Al fin y al cabo eran enemigos, por mucho que debieran aliarse temporalmente. Aquello era algo que, desgraciadamente, le habían inculcado en su instrucción.
Alejandose del entuerto, seguido por el charco que empezaba a dejar el cadáver, Jojo se dirigió a la pared de la calle en la que se apoyaba el puestecillo sin apenas dejar hueco contra la fachada. Habían escogido un lugar, cuanto menos, interesante, probablemente ilegal dada la cercanía del inmueble, pero aquello de seguro permanecía ignorado como un arbol torcido en un bosque frondoso. Había el sitio justo para pasar si uno se esforzaba, una via de escape rápida a un callejón que no llegaba a otear del todo bien desde aquella esquina.
No eran tontos, desde luego.
Soltando su equipaje en el suelo con suavidad, el mudo se coló pegando su ser a la fría pared de cemento. ¿Pensaba huir?
Ojalá. Eso hubiera sido... en cierta manera, mejor.
Empezó a hacer fuerza, con ambas piernas, sobre las vigas de aquel puesto que tantos problemas le había dado. Puso toda su furia, su asco y su odio, la negra y viscosa brea que le ahogaba en ello. Estaba claro que no podía derrotar a diez personas, no sin llamar demasiado la atención, no sin exponerse a alguna fatal herida. Tampoco podía gritar pidiendo ayuda. ¿Pero tirar el puesto y todo a lo que estuviese enganchado su estructura como un castillo de naipes o una cara vajilla? Eso sí podía hacerlo.
¿Qué tenía? ¿Veintipocos? Bueno, ya no tenía años. No envejecería. No aprendería que el mal tenía consecuencias. No sería nada más de lo que había sido hasta aquel instante. No pudo evitar juzgar a la marine, que tan inpunemente había segado una vida sin ningún tipo de advertencia, ningún corte para detenerle y darle otra oportunidad, aunque fuera lisiándolo.
Pero él no era adivino. Por que hubiera pasado eso después no fue la razón por la que se había quedado quieto. Se había quedado quieto porque no quería problemas. No quería hundirse en la violencia pese a su sed de sangre... porque entonces se ahogaría. ¿Pero qué alternativa les quedaba ahora?
¿Qué alternativa le dejaba el despiadado mundo a la gente amable?
Jojo se levantó tras guardarse el bloc en bolsillo interno de la camisa; quizá alguna nota anterior, en una letra que no le era la suya, podría serle útil a su facción. Al fin y al cabo eran enemigos, por mucho que debieran aliarse temporalmente. Aquello era algo que, desgraciadamente, le habían inculcado en su instrucción.
Alejandose del entuerto, seguido por el charco que empezaba a dejar el cadáver, Jojo se dirigió a la pared de la calle en la que se apoyaba el puestecillo sin apenas dejar hueco contra la fachada. Habían escogido un lugar, cuanto menos, interesante, probablemente ilegal dada la cercanía del inmueble, pero aquello de seguro permanecía ignorado como un arbol torcido en un bosque frondoso. Había el sitio justo para pasar si uno se esforzaba, una via de escape rápida a un callejón que no llegaba a otear del todo bien desde aquella esquina.
No eran tontos, desde luego.
Soltando su equipaje en el suelo con suavidad, el mudo se coló pegando su ser a la fría pared de cemento. ¿Pensaba huir?
Ojalá. Eso hubiera sido... en cierta manera, mejor.
Empezó a hacer fuerza, con ambas piernas, sobre las vigas de aquel puesto que tantos problemas le había dado. Puso toda su furia, su asco y su odio, la negra y viscosa brea que le ahogaba en ello. Estaba claro que no podía derrotar a diez personas, no sin llamar demasiado la atención, no sin exponerse a alguna fatal herida. Tampoco podía gritar pidiendo ayuda. ¿Pero tirar el puesto y todo a lo que estuviese enganchado su estructura como un castillo de naipes o una cara vajilla? Eso sí podía hacerlo.
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Elyria respiraba agitadamente. ¿Acababa de matar a alguien? Estaba preparada para ello, llevaba años entrenando el arte del combate con katana, entrenando con maniquíes, aprendiendo cómo matar rápido y con el mínimo dolor posible. Pero de prepararse a hacerlo había un paso muy grande. Quitarle la vida a alguien… no era la mejor de las sensaciones, por mucho que lo mereciese. Pero que iba a hacer, ¿dejarse matar ella? ¿Mutilarlo o herirlo gravemente? No, eso hubiese sido mucho peor. O al menos eso pensaba ella. La justicia es relativa.
Respiró profundamente. Necesitaba mantener la compostura, ya tendría tiempo para sentirse como una mierda. Ahora no podía permitirse pararse a pensar en estas cosas. A ver como salgo ahora de esta…
Se puso en posición defensiva, rodillas flexionadas, alineadas con sus hombros. Su cuerpo levemente girado frente al grupo de ahora diez hombres. Gelatius de lado, frente a su pecho, creando una pequeña nube de escarcha a su alrededor. Necesitaba ganar tiempo, ¿pero cómo?
De repente escuchó un ruido de madera quebrándose, seguido del de una estructura siendo destruida. ¿Qué cojones? Pensó mirando hacia la fuente del ruido con el rabillo del ojo, sin perder de vista a los hombres, que también se habían girado a mirar.
¿Se acaban de cargar el puto puesto? Sorprendida, se fijó mejor y vio al hombre de traje detrás de la estructura. Bueno, de los restos. Bueno, supongo que eso responde mis preguntas. Y es una buena distracción.
Efectivamente, por unos momentos el grupo se giró, y dos de ellos caminaron hacia el.
“¿Qué cojones acabas de hacer gilipollas? Vas a devolver hasta el último berry de lo que acabas de romper” Gritó uno de ellos cabreado, sacando un puñal para atacarle.
Elyria estaba ante una tesitura. Había visto que el hombre no era un debilucho, acababa de derribar el puesto como el que no quiere la cosa. Pero si le pasase algo por su culpa no podría perdonarlo, él le había dicho de irse, pero ella, con su puto egoismo, solo había pensado en sus objetivos.
En fin, era demasiado tarde para cambiar eso, ya tendría tiempo de arrepentirse cuando salieran de allí. Aun sintiéndose como se sentía, tomó la decisión de confiar en que pudiese defenderse mínimamente. Pero no podía dejar que todos fueran a por él, tenía que hacer algo.
Atacar ahora es demasiado arriesgado, son demasiados… mi única oportunidad es hacerlos venir a ellos, pensó, ojeando a los ocho hombres que miraban a qué lado debían atacar. Por suerte, parece que no eran los mejores trabajando en equipo.
Decidida, puso la supuesta mochilita que siempre llevaba siempre en el suelo. Esta era una motocicleta plegable, y no hacía precisamente poco ruido desplegarla. Como sospechaba, esto llamó la atención del grupo, que se giró a mirarla. Se miraron entre ellos, sin saber bien qué hacer, y finalmente uno de ellos se acercó a toda velocidad con un puñal en la mano.
“Y una mierda te voy a dejar usar eso,” gritó, pensando que era algún tipo de arma. Había funcionado.
Vaya… no me esperaba que un truco tan tonto funcionase, desde luego no han mandado a los más listos a esta misión. Teniendo ella la ventaja al estar preparada contra un ataque apresurado, lo bloqueó sin mucho problema con Gelatius. Una fina capa de hielo rodeó el filo de la hoja del arma del enemigo, aunque siendo sinceros, tampoco servía de mucho. No se expandía lo suficiente como para llegar a la mano.
Retrocedió, volviendo a su posición defensiva, viendo como dos hombres más se acercaban a ayudar a su compañero. No quería recurrir a ello de nuevo, su plan era moverse un poco y mantenerlo ocupado hasta que llegasen los refuerzos para detenerlos y juzgarlos. Pero evidentemente, no iba a ser tan fácil. No sabía si podría contra tres de ellos a la vez, así que tenía que eliminarlo. ¿Le hacía mejor persona que ellos? Probablemente no. Pero había decidido tomar este camino. Muertes rápidas, poco dolorosas. Pero muertes al fin y al cabo.
Respiró profundamente y esperó a que el hombre atacara. Podría simplemente haber esperado a sus compañeros y atacar los tres juntos, pero estaba cabreado, no quería que le robaran el acabar con ella. Y eso fué exactamente lo que acabó con él. Unos instantes después, se encontraba tirado en el suelo, con un corte profundo por la zona de la yugular. Muerto.
Respiró profundamente. Necesitaba mantener la compostura, ya tendría tiempo para sentirse como una mierda. Ahora no podía permitirse pararse a pensar en estas cosas. A ver como salgo ahora de esta…
Se puso en posición defensiva, rodillas flexionadas, alineadas con sus hombros. Su cuerpo levemente girado frente al grupo de ahora diez hombres. Gelatius de lado, frente a su pecho, creando una pequeña nube de escarcha a su alrededor. Necesitaba ganar tiempo, ¿pero cómo?
De repente escuchó un ruido de madera quebrándose, seguido del de una estructura siendo destruida. ¿Qué cojones? Pensó mirando hacia la fuente del ruido con el rabillo del ojo, sin perder de vista a los hombres, que también se habían girado a mirar.
¿Se acaban de cargar el puto puesto? Sorprendida, se fijó mejor y vio al hombre de traje detrás de la estructura. Bueno, de los restos. Bueno, supongo que eso responde mis preguntas. Y es una buena distracción.
Efectivamente, por unos momentos el grupo se giró, y dos de ellos caminaron hacia el.
“¿Qué cojones acabas de hacer gilipollas? Vas a devolver hasta el último berry de lo que acabas de romper” Gritó uno de ellos cabreado, sacando un puñal para atacarle.
Elyria estaba ante una tesitura. Había visto que el hombre no era un debilucho, acababa de derribar el puesto como el que no quiere la cosa. Pero si le pasase algo por su culpa no podría perdonarlo, él le había dicho de irse, pero ella, con su puto egoismo, solo había pensado en sus objetivos.
En fin, era demasiado tarde para cambiar eso, ya tendría tiempo de arrepentirse cuando salieran de allí. Aun sintiéndose como se sentía, tomó la decisión de confiar en que pudiese defenderse mínimamente. Pero no podía dejar que todos fueran a por él, tenía que hacer algo.
Atacar ahora es demasiado arriesgado, son demasiados… mi única oportunidad es hacerlos venir a ellos, pensó, ojeando a los ocho hombres que miraban a qué lado debían atacar. Por suerte, parece que no eran los mejores trabajando en equipo.
Decidida, puso la supuesta mochilita que siempre llevaba siempre en el suelo. Esta era una motocicleta plegable, y no hacía precisamente poco ruido desplegarla. Como sospechaba, esto llamó la atención del grupo, que se giró a mirarla. Se miraron entre ellos, sin saber bien qué hacer, y finalmente uno de ellos se acercó a toda velocidad con un puñal en la mano.
“Y una mierda te voy a dejar usar eso,” gritó, pensando que era algún tipo de arma. Había funcionado.
Vaya… no me esperaba que un truco tan tonto funcionase, desde luego no han mandado a los más listos a esta misión. Teniendo ella la ventaja al estar preparada contra un ataque apresurado, lo bloqueó sin mucho problema con Gelatius. Una fina capa de hielo rodeó el filo de la hoja del arma del enemigo, aunque siendo sinceros, tampoco servía de mucho. No se expandía lo suficiente como para llegar a la mano.
Retrocedió, volviendo a su posición defensiva, viendo como dos hombres más se acercaban a ayudar a su compañero. No quería recurrir a ello de nuevo, su plan era moverse un poco y mantenerlo ocupado hasta que llegasen los refuerzos para detenerlos y juzgarlos. Pero evidentemente, no iba a ser tan fácil. No sabía si podría contra tres de ellos a la vez, así que tenía que eliminarlo. ¿Le hacía mejor persona que ellos? Probablemente no. Pero había decidido tomar este camino. Muertes rápidas, poco dolorosas. Pero muertes al fin y al cabo.
Respiró profundamente y esperó a que el hombre atacara. Podría simplemente haber esperado a sus compañeros y atacar los tres juntos, pero estaba cabreado, no quería que le robaran el acabar con ella. Y eso fué exactamente lo que acabó con él. Unos instantes después, se encontraba tirado en el suelo, con un corte profundo por la zona de la yugular. Muerto.
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Jojo vio acercarse a la pareja de maleantes, uno directo y otro más pendiente de la muchacha armada. Uno furioso, otro con temor. Uno armado, otro total y completamente desamparado, arrastrado quizás por la obligación de no quedarse solo. Con tranquilidad, el mudo tomó su maleta dejando aún en el suelo la pesada máquina de escribir.
—¡Uy que si sí, que lo vas a pagar todo entero! ¡Enterito! —gruñó el hombre con rabia, navaja en mano.
El otro permaneció detrás, expectante y temeroso, mirando adelante y atrás reconociendo que el auténtico peligro estaba atrás y aun por llegar. No se le pasaba por la cabeza que su compañero no pudiese con el cornudo, ni de lejos, no cuando él no parecía una amenaza salvo para las cuestiones pseudoarquitectónicas. Distraído por aquello, no vio venir lo que sucedió en menos de tres segundos.
El maleante arremetió contra Jojo con la intención de apuñalarle de frente, algo por el costado, y Jojo paró aquel movimiento lanzando su equipaje, deflectando la trayectoria del brazo para propinar, con su izquierda libre, un golpe con el filo de su mano en una línea trazada directamente desde su ojo hasta la mandíbula. Tras aquello la decisión desapareció de sus ojos, y las fuerzas le desaparecieron, viendose Jojo forzado a cogerle por la camisa para dejarlo lentamente en el suelo.
Aterrorizado. Así había quedado el pobre muchacho que le acompañaba, incapaz de comprender cómo puede alguien dejar incosciente a una persona con un golpe que apenas había sonado, ni hecho volar. No comprendía la precisión anatómica de alguien entregado a sanar el cuerpo humano.
Jojo le miró con una aburrida deferencia, tendiéndole el cuerpo de su amigo lacio como un saco. Él retrocedió medio paso, asustado y dubitativo, con las manos temblonas y ligeramente extendidas. Lo que quería y lo que debía hacer eran cosas muy diferentes.
—Yo... Yo no...
El diablo dejó el cuerpo, le estaba haciendo perder el tiempo. La decisión que tomase, fuese cual fuese, no era de su incumbencia. De hecho, parte de él se arrepintió por siquiera planteársela. Era un criminal, ¿cómo iba a dejar escapar a un criminal? Ni siendo de otro estado, uno que desde luego no era de su incumbencia, debería haberse planteado eso. Dando una patada a la navaja tirada en el suelo, el muchacho agarró un par de las frutas que habian rodado tras el destrozo y se echó a un lado.
No iba a exponerse a entrar al cuerpo a cuerpo con alguien que tenía una katana y estaba perdiendo sangre. No quería perderla él también. Desde allí se dedicó a lanzar los proyectiles como oportuna distracción. Porque cuando te viene volando una manzana a la cara, o una peligrosa piña, uno no puede razonar a tiempo que quizá eso no tiene tanta importancia como el filo de un arma bien esgruimida.
—¡Uy que si sí, que lo vas a pagar todo entero! ¡Enterito! —gruñó el hombre con rabia, navaja en mano.
El otro permaneció detrás, expectante y temeroso, mirando adelante y atrás reconociendo que el auténtico peligro estaba atrás y aun por llegar. No se le pasaba por la cabeza que su compañero no pudiese con el cornudo, ni de lejos, no cuando él no parecía una amenaza salvo para las cuestiones pseudoarquitectónicas. Distraído por aquello, no vio venir lo que sucedió en menos de tres segundos.
El maleante arremetió contra Jojo con la intención de apuñalarle de frente, algo por el costado, y Jojo paró aquel movimiento lanzando su equipaje, deflectando la trayectoria del brazo para propinar, con su izquierda libre, un golpe con el filo de su mano en una línea trazada directamente desde su ojo hasta la mandíbula. Tras aquello la decisión desapareció de sus ojos, y las fuerzas le desaparecieron, viendose Jojo forzado a cogerle por la camisa para dejarlo lentamente en el suelo.
Aterrorizado. Así había quedado el pobre muchacho que le acompañaba, incapaz de comprender cómo puede alguien dejar incosciente a una persona con un golpe que apenas había sonado, ni hecho volar. No comprendía la precisión anatómica de alguien entregado a sanar el cuerpo humano.
Jojo le miró con una aburrida deferencia, tendiéndole el cuerpo de su amigo lacio como un saco. Él retrocedió medio paso, asustado y dubitativo, con las manos temblonas y ligeramente extendidas. Lo que quería y lo que debía hacer eran cosas muy diferentes.
—Yo... Yo no...
El diablo dejó el cuerpo, le estaba haciendo perder el tiempo. La decisión que tomase, fuese cual fuese, no era de su incumbencia. De hecho, parte de él se arrepintió por siquiera planteársela. Era un criminal, ¿cómo iba a dejar escapar a un criminal? Ni siendo de otro estado, uno que desde luego no era de su incumbencia, debería haberse planteado eso. Dando una patada a la navaja tirada en el suelo, el muchacho agarró un par de las frutas que habian rodado tras el destrozo y se echó a un lado.
No iba a exponerse a entrar al cuerpo a cuerpo con alguien que tenía una katana y estaba perdiendo sangre. No quería perderla él también. Desde allí se dedicó a lanzar los proyectiles como oportuna distracción. Porque cuando te viene volando una manzana a la cara, o una peligrosa piña, uno no puede razonar a tiempo que quizá eso no tiene tanta importancia como el filo de un arma bien esgruimida.
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El conflicto se estaba descontrolando. Elyria pensó que podía mantenerlos a raya, que podría tomar el control de la situación hasta que llegasen sus compañeros. Pero se equivocaba. Tanto actuar por encima de su posición le había hecho olvidar a sí misma que solo era una recluta. Aún le quedaba mucho por aprender, y ya estaba pagando las consecuencias de su imprudencia.
No había podido ver los detalles, pero uno de los maleantes estaba en el suelo cerca del mudo. El otro había desaparecido. ¿Muerto? No lo sé, no veo sangre… Y el otro debe estar escondido en algún lado, tengo que tener cuidado, pensó sin saber que había huido por el callejón.
Ella mantenía su posición defensiva. Los dos atacantes se habían quedado congelados en el sitio por unos segundos al ver a su amigo muerto en el suelo. Podría atacar, pero era demasiado arriesgado. Tampoco quería más bajas de las necesarias. Aunque si decidían atacar—no podía prometer nada. Ya atraje a uno en solitario y ahora está muerto en el suelo. Qué hago haciéndome la buena ahora…
“Estas perdiendo sangre y somos más, devuelve lo que robaste y vete.” Dijo uno de los dos hombres frente a ella, llamando a sus compañeros con la mano.
El calor de la batalla le había hecho olvidar por completo su herida. No era el fin del mundo, no parecía que hubiera dañado ningún punto crítico. Pero su camisa blanca y su blazer estaban completamente rojos a la altura del hombro. Vaya truco más malo… ¿Qué tal si te sigo el juego? Pensó mientras llevaba su mano derecha a la herida, fingiendo que habían conseguido que llevase la mano armada a su hombro instintivamente.
Inmediatamente y como sospechaba, ambos hombres se lanzaron al ataque, pensando que la pillarían en un momento de distracción y sin el arma en posición.
“No puedo creer que una prestigiosa Marine cayese en un truco tan tonto,” dijo el primero riendo. Hizo un ataque en horizontal con su daga, apuntando al cuello. El segundo, algo más lento, se movió hacia un lado, preparándose para atacar por su costado.
Elyria, esperando este ataque, había mantenido a Gladius firme, con la mano girada, la punta apuntando a su derecha. En un ágil movimiento, bloqueó el ataque subiendo un poco el arma, aprovechando lo cerca que estaba el hombre para darle una fuerte patada en el estómago, lanzándolo hacia atrás. Si hubiese atacado con la katana, habría quedado expuesta ante el ataque lateral. Usó el impulso de la patada para dar un salto hacia atrás y esquivarlo. Y esta vez sí, aprovechó la posición en la que había quedado tras su ataque fallido. Alzó a Gelatius por encima de su cabeza e hizo un fuerte corte hacia abajo, impactando en el cuello, dejándolo muerto en el suelo. Si, que tonta fuí en caer en un truco así...
Este asalto le había hecho olvidar que había llamado a sus compañeros antes de ir a por ella. Ahora, a unos pocos metros, estaba el hombre al que había lanzado de una patada. Pero no estaba solo. Ahora eran cinco, preparándose para el ataque. Tan solo había quedado uno de ellos atrás, supongo que estaría demasiado asustado.
Mierda, estoy jodida, tengo que hacer algo, pensó. El grupo se preparó para atacar, Elyria no tenía tiempo para pensar qué hacer, pero de repente vió una manzana golpeó con relativa fuerza la cabeza de uno de los maleantes, provocando que se girase. Antes de que se diera cuenta, multitud de frutas volaban hacia el grupo.
“¿Qué cojones haces?” Gritó uno de los hombres, girándose a mirar al mudo. Otro de ellos miró a ambos, y pensando que cuatro serían suficientes, corrió a hacerle parar.
Tengo suerte de que no sepan evaluar sus prioridades… Aprovechando la distracción, que llegaba en el momento perfecto, esprinto hacia uno que se había dado la vuelta unos momentos, pensando que estaba a salvo con sus compañeros delante. Ella simplemente apuntó a su corazón, y le atacó por la espalda, atravesándolo y matándolo antes de sacarla y retroceder. Joder, cuanto le queda a la Marina, deberían haber llegado ya, no creo poder aguantar mucho mas…
No había podido ver los detalles, pero uno de los maleantes estaba en el suelo cerca del mudo. El otro había desaparecido. ¿Muerto? No lo sé, no veo sangre… Y el otro debe estar escondido en algún lado, tengo que tener cuidado, pensó sin saber que había huido por el callejón.
Ella mantenía su posición defensiva. Los dos atacantes se habían quedado congelados en el sitio por unos segundos al ver a su amigo muerto en el suelo. Podría atacar, pero era demasiado arriesgado. Tampoco quería más bajas de las necesarias. Aunque si decidían atacar—no podía prometer nada. Ya atraje a uno en solitario y ahora está muerto en el suelo. Qué hago haciéndome la buena ahora…
“Estas perdiendo sangre y somos más, devuelve lo que robaste y vete.” Dijo uno de los dos hombres frente a ella, llamando a sus compañeros con la mano.
El calor de la batalla le había hecho olvidar por completo su herida. No era el fin del mundo, no parecía que hubiera dañado ningún punto crítico. Pero su camisa blanca y su blazer estaban completamente rojos a la altura del hombro. Vaya truco más malo… ¿Qué tal si te sigo el juego? Pensó mientras llevaba su mano derecha a la herida, fingiendo que habían conseguido que llevase la mano armada a su hombro instintivamente.
Inmediatamente y como sospechaba, ambos hombres se lanzaron al ataque, pensando que la pillarían en un momento de distracción y sin el arma en posición.
“No puedo creer que una prestigiosa Marine cayese en un truco tan tonto,” dijo el primero riendo. Hizo un ataque en horizontal con su daga, apuntando al cuello. El segundo, algo más lento, se movió hacia un lado, preparándose para atacar por su costado.
Elyria, esperando este ataque, había mantenido a Gladius firme, con la mano girada, la punta apuntando a su derecha. En un ágil movimiento, bloqueó el ataque subiendo un poco el arma, aprovechando lo cerca que estaba el hombre para darle una fuerte patada en el estómago, lanzándolo hacia atrás. Si hubiese atacado con la katana, habría quedado expuesta ante el ataque lateral. Usó el impulso de la patada para dar un salto hacia atrás y esquivarlo. Y esta vez sí, aprovechó la posición en la que había quedado tras su ataque fallido. Alzó a Gelatius por encima de su cabeza e hizo un fuerte corte hacia abajo, impactando en el cuello, dejándolo muerto en el suelo. Si, que tonta fuí en caer en un truco así...
Este asalto le había hecho olvidar que había llamado a sus compañeros antes de ir a por ella. Ahora, a unos pocos metros, estaba el hombre al que había lanzado de una patada. Pero no estaba solo. Ahora eran cinco, preparándose para el ataque. Tan solo había quedado uno de ellos atrás, supongo que estaría demasiado asustado.
Mierda, estoy jodida, tengo que hacer algo, pensó. El grupo se preparó para atacar, Elyria no tenía tiempo para pensar qué hacer, pero de repente vió una manzana golpeó con relativa fuerza la cabeza de uno de los maleantes, provocando que se girase. Antes de que se diera cuenta, multitud de frutas volaban hacia el grupo.
“¿Qué cojones haces?” Gritó uno de los hombres, girándose a mirar al mudo. Otro de ellos miró a ambos, y pensando que cuatro serían suficientes, corrió a hacerle parar.
Tengo suerte de que no sepan evaluar sus prioridades… Aprovechando la distracción, que llegaba en el momento perfecto, esprinto hacia uno que se había dado la vuelta unos momentos, pensando que estaba a salvo con sus compañeros delante. Ella simplemente apuntó a su corazón, y le atacó por la espalda, atravesándolo y matándolo antes de sacarla y retroceder. Joder, cuanto le queda a la Marina, deberían haber llegado ya, no creo poder aguantar mucho mas…
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Por un momento el muchacho dudó. No se consideraba lo suficientemente fuerte como para levantar a su compañero. Solo le retrasaría. E, incosciente, si no muerto, solo sería una carga. Una carga que retrasaria a ambos. Decidió pues escapar, sintiéndose mal consigo mismo; un traidor, pero aquel sentimiento ya tendría la oportunidad de atormentarlo cuando no estuviese en peligro.
Jojo no aprobó su decisión, pero tampoco pudo reprobarla. Eso sí, si él estuviera en su misma posición, probablemente hubiera intentado rescatar a su amigo pese a todo. Aunque, bueno, la marina era muy permisiva en su trato a los criminales; demasiado, y por eso fallaba. Aunque, claro, visto lo visto, quizá los más jóvenes estaban muy en contra de los preceptos que los hombres y mujeres de azul y blanco se suponía que debían seguir.
Cuánta muerte. Cuántas vidas arrancadas a base de tajos. Aquel era le poder de las armas. Una habilidad que quedaba aún más patente cuanto más desarrollado estuviese el conocimiento humano; un conocimiento directamente enfocado a destruir a sus semejantes.
La táctica de Jojo surtió efecto, distrayendo a los combatientes con una lluvia de fruta. Una lluvia, que como todas, acabaría manchando el suelo, pero aquello era algo que poca gente tendría en cuenta. Para su desgracia, y viéndolo como el payaso que en cierta manera era, solo atrajo a sí uno de los combatientes. Uno que, para su fortuna, iba desarmado.
—¡Ahora sí que has tirado la fruta, eh! —rugió, lanzando sus brazos para propinar poderosos golpes.
Golpes que el mudo, esta vez, estaba más que dispuesto a recibir. Al fin y al cabo, necesitaba mantener su fachada. Una que, a juzgar por el lejano trote de pasos, no tendría que soportar durante mucho tiempo. Cubriéndose con fingida torpeza, el diablo se metió en el papel que había vivido durante toda su vida.
No era más que un saco de boxeo para otros. Un hombre que no podía gritar, por mucho dolor que sintiese. Un felpudo.
Pero al cuarto trompicón, tras sentir cómo le ardían la cara, los hombros y la espinilla izquierda, el límite que iba siempre forzando fue sobrepasado. Aquel golpe no iba destinado a la cara, ni al pecho, ni a ningún punto que muchos con sentido común habrían determinado como vital. No. Aquel puñetazo medido en dirección pero no en fuerza fue directo bajo las costillas.
La ola de dolor que recorrió al maleante fue solo el principio. Un golpe directo al hígado, con una fuerza tal que lo hizo reventar. Una respuesta innata y anatómica le siguió, bajándole la presión hasta el punto que perdió toda fuerza y cayó al suelo, sin ser capaz de gritar a causa del shock.
Qué bello paralelismo.
Jojo no aprobó su decisión, pero tampoco pudo reprobarla. Eso sí, si él estuviera en su misma posición, probablemente hubiera intentado rescatar a su amigo pese a todo. Aunque, bueno, la marina era muy permisiva en su trato a los criminales; demasiado, y por eso fallaba. Aunque, claro, visto lo visto, quizá los más jóvenes estaban muy en contra de los preceptos que los hombres y mujeres de azul y blanco se suponía que debían seguir.
Cuánta muerte. Cuántas vidas arrancadas a base de tajos. Aquel era le poder de las armas. Una habilidad que quedaba aún más patente cuanto más desarrollado estuviese el conocimiento humano; un conocimiento directamente enfocado a destruir a sus semejantes.
La táctica de Jojo surtió efecto, distrayendo a los combatientes con una lluvia de fruta. Una lluvia, que como todas, acabaría manchando el suelo, pero aquello era algo que poca gente tendría en cuenta. Para su desgracia, y viéndolo como el payaso que en cierta manera era, solo atrajo a sí uno de los combatientes. Uno que, para su fortuna, iba desarmado.
—¡Ahora sí que has tirado la fruta, eh! —rugió, lanzando sus brazos para propinar poderosos golpes.
Golpes que el mudo, esta vez, estaba más que dispuesto a recibir. Al fin y al cabo, necesitaba mantener su fachada. Una que, a juzgar por el lejano trote de pasos, no tendría que soportar durante mucho tiempo. Cubriéndose con fingida torpeza, el diablo se metió en el papel que había vivido durante toda su vida.
No era más que un saco de boxeo para otros. Un hombre que no podía gritar, por mucho dolor que sintiese. Un felpudo.
Pero al cuarto trompicón, tras sentir cómo le ardían la cara, los hombros y la espinilla izquierda, el límite que iba siempre forzando fue sobrepasado. Aquel golpe no iba destinado a la cara, ni al pecho, ni a ningún punto que muchos con sentido común habrían determinado como vital. No. Aquel puñetazo medido en dirección pero no en fuerza fue directo bajo las costillas.
La ola de dolor que recorrió al maleante fue solo el principio. Un golpe directo al hígado, con una fuerza tal que lo hizo reventar. Una respuesta innata y anatómica le siguió, bajándole la presión hasta el punto que perdió toda fuerza y cayó al suelo, sin ser capaz de gritar a causa del shock.
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Estaba empezando a quedarse sin energía. Aun si la herida no era grave, si lo sumamos al esfuerzo que había estado haciendo, empezaba a hacer efecto. Llevaba cuatro asesinatos, no había matado a nadie hasta hoy, y de la nada se había encontrado con cuatro muertos. Para colmo, muertos que tal vez no merecían la muerte como castigo por sus crímenes. Se hacía llamar justa, pero acababa de matar por algo que aún ni sabía lo que era.
Sospechaba que era veneno. Que lo que parecían picaduras era otra cosa mucho más peligrosa. Pero realmente no había podido comprobarlo aún. ¿Y si solo era un grupo de comerciantes intentando vender su fruta en mal estado? La habían atacado, pero tal vez solo defendían lo que les pertenecía. Su instinto le decía que no era eso, pero, ¿tenía derecho usar su instinto para decidir sobre vidas humanas? Es cierto que habían atacado ellos, pero ella sabía perfectamente lo que hacía cuando mandó evacuar.
Finalmente, escuchó el trote de los que probablemente fueran sus compañeros, llegando a la calle del mercado. Ya era hora… pensó aliviada, mirando a los criminales. “Ahora si que no tenéis escapatoria, habéis perdido.”
Los hombres retrocedieron y se miraron entre ellos. Bueno, los que quedaban. Cinco estaban muertos, uno había huido y otro estaba inconsciente en el suelo.
“Que te lo has creído, ¡retirada!” Gritó el mercader con el que primero habló, probablemente el líder del grupo. Sin pensárselo dos veces, abandonaron a su amigo inconsciente y corrieron detrás del puesto. Parece que tenían un plan de huida por si la cosa se torcía. Probablemente, por allí había escapado el hombre que escapó del mudo.
“Alto ahí,” gritó, corriendo rápidamente en dirección al líder, que al ser el que más retirado del callejón estaba, iba detrás del grupo. Gracias a su velocidad, lo alcanzó sin problemas, embistiendo con su hombro fuertemente para tirarlo al suelo, subiéndose encima suyo y colocando sus manos en su espalda.
“Ayudadme, no huyais, ¡traidores!” Gritó con rabia, derrotado al ver que sus compañeros ni siquiera miraban atrás.
“Nadie va a venir a por tí, sois un nido de ratas a los que solo os importa vosotros mismos,” respondió con intensidad en su voz. “¡Alguién, traigan unas esposas!” Gritó en dirección al grupo Marine, que ya estaba en frente del puesto. “¡Y que alguien persiga a esos desgraciados!”
Pero era demasiado tarde para eso, ya habían desaparecido por las calles. Podrían buscarlos, pero no sería tan fácil, probablemente tenían donde esconderse. Cuándo vinieron a arrestar al mercader, se levantó. Ahora que se estaba enfriando, la herida de su hombro comenzaba a arder mucho más. Guardó a Gelatius en su vaina, y llevó su mano a la herida, notando cómo su guante se llenaba de sangre.
Sospechaba que era veneno. Que lo que parecían picaduras era otra cosa mucho más peligrosa. Pero realmente no había podido comprobarlo aún. ¿Y si solo era un grupo de comerciantes intentando vender su fruta en mal estado? La habían atacado, pero tal vez solo defendían lo que les pertenecía. Su instinto le decía que no era eso, pero, ¿tenía derecho usar su instinto para decidir sobre vidas humanas? Es cierto que habían atacado ellos, pero ella sabía perfectamente lo que hacía cuando mandó evacuar.
Finalmente, escuchó el trote de los que probablemente fueran sus compañeros, llegando a la calle del mercado. Ya era hora… pensó aliviada, mirando a los criminales. “Ahora si que no tenéis escapatoria, habéis perdido.”
Los hombres retrocedieron y se miraron entre ellos. Bueno, los que quedaban. Cinco estaban muertos, uno había huido y otro estaba inconsciente en el suelo.
“Que te lo has creído, ¡retirada!” Gritó el mercader con el que primero habló, probablemente el líder del grupo. Sin pensárselo dos veces, abandonaron a su amigo inconsciente y corrieron detrás del puesto. Parece que tenían un plan de huida por si la cosa se torcía. Probablemente, por allí había escapado el hombre que escapó del mudo.
“Alto ahí,” gritó, corriendo rápidamente en dirección al líder, que al ser el que más retirado del callejón estaba, iba detrás del grupo. Gracias a su velocidad, lo alcanzó sin problemas, embistiendo con su hombro fuertemente para tirarlo al suelo, subiéndose encima suyo y colocando sus manos en su espalda.
“Ayudadme, no huyais, ¡traidores!” Gritó con rabia, derrotado al ver que sus compañeros ni siquiera miraban atrás.
“Nadie va a venir a por tí, sois un nido de ratas a los que solo os importa vosotros mismos,” respondió con intensidad en su voz. “¡Alguién, traigan unas esposas!” Gritó en dirección al grupo Marine, que ya estaba en frente del puesto. “¡Y que alguien persiga a esos desgraciados!”
Pero era demasiado tarde para eso, ya habían desaparecido por las calles. Podrían buscarlos, pero no sería tan fácil, probablemente tenían donde esconderse. Cuándo vinieron a arrestar al mercader, se levantó. Ahora que se estaba enfriando, la herida de su hombro comenzaba a arder mucho más. Guardó a Gelatius en su vaina, y llevó su mano a la herida, notando cómo su guante se llenaba de sangre.
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Al fondo llegaban coriendo los de blanco y azul, y a su lado pasaban rápidamente los maleantes sin que Jojo, echado a un lado y apoyado sobre la pared, intentase hacer nada por detenerles. Lamentó haberse dejado golpear por alguien tan fuerte sin recurrir a su rokukishi. Le dolía la cara, le dolía el pecho y el costado, pero sobre todo la cara. Aunque no le había dado en un ojo, su mejilla estaba ardiendo, y supo que no tardaría mucho en que aquella inflamación se transformase en un negro moretón.
Las cosas que hacía el pobre. Como en aquel instante, que pese a estar dolorido estaba abriendo su maleta para tomar de allí el pequeño botiquín que llevaba siempre encima. Levantándose pese al cansancio y el dolor para ir, pasando al pobre diablo que acaba de vomitar del dolor y a los cuerpos que regaban la callejuela, rumbo a la chiquilla que se consideraba marine.
—¡Quieto! —se apresuró a mandar uno de las muchachas del pelotón, apuntando con su arma al cornudo.
Jojo levantó los brazos. Sus compañeros acataron las órdenes de la asesina rápidamente. Y desde ahí, mientras le ponían unas esposas y le preguntaban sin poder ser contestados, contempló como el cansancio sobrevenía a la mujer de cabellos níveos. Mucho se había movido, demasiado se había esforzado, y la sangre que regaba el callejón y sus ropas era prueba de ello.
El mudo no opuso resistencia, no más allá de su discapacidad mientras la "justicia" resolvía aquello y un par de interesados civiles desde lejos, qué puñetas había pasado. Pronto se llevaron a la chica que había causado todo aquello, y a él, y a sus escasos bártulos, les llevaron directos a la comisaría más cercana.
Jojo estaba cansado, muy cansado, tanto como para apoyar su rostro herido en la fría sala cerrada que él siquiera hubiera considerado una celda. Ahí quedaba porque no había querido "colaborar", por mucho que le preguntasen sin dar respuesta, presa de unos brutos tan tontos que no se daban cuenta que no podía hacerlo. Y lo peor es que seguía engrilletado, por su propia seguridad, la misma que no le permitía escribir ni gesticular de una forma más obvia para aquellos seres sin dos dedos de frente.
Al menos estaba solo. Solo en un lugar donde la tecnología, o la falta de, no permitía la presencia de cámaras y donde no habían dejado ningún den-den a la vista. Doblando sus manos con su Kami-e tras concentrarse, Jojo intentó librarse de los grilletes, sin suerte. Una hoja de papel seguía pudiendose romper, y cauteloso, decidió no forzar su principal insturmento por puro miedo. Aquello, sin embargo, le dio la oportunidad para pensar en otras variaciones que quizá, en un futuro, cuando tuviese tiempo de entrenarlas, pudiesen serle más útiles.
Las cosas que hacía el pobre. Como en aquel instante, que pese a estar dolorido estaba abriendo su maleta para tomar de allí el pequeño botiquín que llevaba siempre encima. Levantándose pese al cansancio y el dolor para ir, pasando al pobre diablo que acaba de vomitar del dolor y a los cuerpos que regaban la callejuela, rumbo a la chiquilla que se consideraba marine.
—¡Quieto! —se apresuró a mandar uno de las muchachas del pelotón, apuntando con su arma al cornudo.
Jojo levantó los brazos. Sus compañeros acataron las órdenes de la asesina rápidamente. Y desde ahí, mientras le ponían unas esposas y le preguntaban sin poder ser contestados, contempló como el cansancio sobrevenía a la mujer de cabellos níveos. Mucho se había movido, demasiado se había esforzado, y la sangre que regaba el callejón y sus ropas era prueba de ello.
El mudo no opuso resistencia, no más allá de su discapacidad mientras la "justicia" resolvía aquello y un par de interesados civiles desde lejos, qué puñetas había pasado. Pronto se llevaron a la chica que había causado todo aquello, y a él, y a sus escasos bártulos, les llevaron directos a la comisaría más cercana.
Jojo estaba cansado, muy cansado, tanto como para apoyar su rostro herido en la fría sala cerrada que él siquiera hubiera considerado una celda. Ahí quedaba porque no había querido "colaborar", por mucho que le preguntasen sin dar respuesta, presa de unos brutos tan tontos que no se daban cuenta que no podía hacerlo. Y lo peor es que seguía engrilletado, por su propia seguridad, la misma que no le permitía escribir ni gesticular de una forma más obvia para aquellos seres sin dos dedos de frente.
Al menos estaba solo. Solo en un lugar donde la tecnología, o la falta de, no permitía la presencia de cámaras y donde no habían dejado ningún den-den a la vista. Doblando sus manos con su Kami-e tras concentrarse, Jojo intentó librarse de los grilletes, sin suerte. Una hoja de papel seguía pudiendose romper, y cauteloso, decidió no forzar su principal insturmento por puro miedo. Aquello, sin embargo, le dio la oportunidad para pensar en otras variaciones que quizá, en un futuro, cuando tuviese tiempo de entrenarlas, pudiesen serle más útiles.
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Finalmente había acabado todo. Sus compañeros habían llegado, dos de los hombres fueron arrestados y ya estaba a salvo. Ya de pié, caminó en dirección al sargento Krauss, que estaba dirigiendo al pelotón. Al ver a Elyria, le lanzó una mirada y le indicó que se acercara.
“Cadete, su reporte, ¿qué cojones acaba de pasar aquí?” Demandó, mirándola seriamente.
“Sargento,” respondió haciendo un saludo militar. “Estaba investigando el puesto, parece que estaban envenenando la fruta o algo parecido.” Tomó aire para respirar, estaba agotada. Su mano derecha seguía haciendo presión en la herida de su brazo mientras hablaba. “No pude comprobarlo aún. Quería hacer una investigación en condiciones, pero de repente nos atacaron once hombres. Y bueno… ya ve cómo ha acabado.”
Suspiró al pensar en lo que había hecho, en las vidas que había robado. Aunque ya era demasiado tarde para cambiar eso, ahora era cuando llegaban las consecuencias.
“¿Había civiles en peligro? ¿Por qué no corriste a buscar ayuda?”
“¡No podía dejarles escapar sargento! Querían que me fuera para huir”, gritó.
“¿Y qué has conseguido con todo esto? La mayoría han huido de todas formas. Solo pudimos arrestar a dos de ellos, y a cambio de ello qué tenemos, ¿cinco muertos?”, replicó con autoridad, mirándola a los ojos totalmente serio.
“Pero Sargento… no. Tiene razón,” respondió con resignación.
“Claro que tengo razón, cadete. Sé lo fuerte que eres, sé de lo que eres capaz. Tomaste una decisión difícil, y eso es comendable. Pero también tienes que asumir las consecuencias de tus decisiones. Pudimos arrestar a dos, pero deberías haber huido y pedido ayuda aún si escapaban. Considéralo una derrota.” Puso una mano en su hombro, mirando su herida. “Ya hablamos mañana, ve a que te cierren eso.”
“Sí, mi Sargento. Y lo siento por actuar por mi cuenta, asumo la responsabilidad de estas muertes… De estas muertes innecesarias,” respondió con pena, dejando que uno de sus compañeros la acompañara a que le viera un médico.
Ya con sus heridas cerradas y vendadas, volvió al cuartel. Rápidamente se enteró de que habían encerrado al mudo por no responder a sus preguntas.
“Es mudo, claro que no iba a responder… Dadme la llave y sus cosas anda” Dijo, suspirando profundamente. Cogió la llave que le entregaron, sus pertenencias y caminó a la celda. De caminó guardó el cuaderno que había entre estas en el bolsillo de su chaqueta. Con todo el lío hasta lo había olvidado.
Abrió la celda y caminó hacia el mudo. Se agachó y le quitó los grilletes, dejándolos en el suelo. “Lo siento por mis compañeros. Los nervios de la situación supongo…” Le dijo mirándole a la cara, acompañándolo a la salida.
“Cadete, su reporte, ¿qué cojones acaba de pasar aquí?” Demandó, mirándola seriamente.
“Sargento,” respondió haciendo un saludo militar. “Estaba investigando el puesto, parece que estaban envenenando la fruta o algo parecido.” Tomó aire para respirar, estaba agotada. Su mano derecha seguía haciendo presión en la herida de su brazo mientras hablaba. “No pude comprobarlo aún. Quería hacer una investigación en condiciones, pero de repente nos atacaron once hombres. Y bueno… ya ve cómo ha acabado.”
Suspiró al pensar en lo que había hecho, en las vidas que había robado. Aunque ya era demasiado tarde para cambiar eso, ahora era cuando llegaban las consecuencias.
“¿Había civiles en peligro? ¿Por qué no corriste a buscar ayuda?”
“¡No podía dejarles escapar sargento! Querían que me fuera para huir”, gritó.
“¿Y qué has conseguido con todo esto? La mayoría han huido de todas formas. Solo pudimos arrestar a dos de ellos, y a cambio de ello qué tenemos, ¿cinco muertos?”, replicó con autoridad, mirándola a los ojos totalmente serio.
“Pero Sargento… no. Tiene razón,” respondió con resignación.
“Claro que tengo razón, cadete. Sé lo fuerte que eres, sé de lo que eres capaz. Tomaste una decisión difícil, y eso es comendable. Pero también tienes que asumir las consecuencias de tus decisiones. Pudimos arrestar a dos, pero deberías haber huido y pedido ayuda aún si escapaban. Considéralo una derrota.” Puso una mano en su hombro, mirando su herida. “Ya hablamos mañana, ve a que te cierren eso.”
“Sí, mi Sargento. Y lo siento por actuar por mi cuenta, asumo la responsabilidad de estas muertes… De estas muertes innecesarias,” respondió con pena, dejando que uno de sus compañeros la acompañara a que le viera un médico.
*
* *
Ya con sus heridas cerradas y vendadas, volvió al cuartel. Rápidamente se enteró de que habían encerrado al mudo por no responder a sus preguntas.
“Es mudo, claro que no iba a responder… Dadme la llave y sus cosas anda” Dijo, suspirando profundamente. Cogió la llave que le entregaron, sus pertenencias y caminó a la celda. De caminó guardó el cuaderno que había entre estas en el bolsillo de su chaqueta. Con todo el lío hasta lo había olvidado.
Abrió la celda y caminó hacia el mudo. Se agachó y le quitó los grilletes, dejándolos en el suelo. “Lo siento por mis compañeros. Los nervios de la situación supongo…” Le dijo mirándole a la cara, acompañándolo a la salida.
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Si Jojo hubiera sido una persona normal, casi podríamos haber escuchado un discurso balbuceado correspondiente a la verborrea interior de ideas que cruzaban su cerebro. Pero Jojo no era normal. Como mudo, de una forma que el resto de seres humanos no entenderían, no tenía persé un diálogo interno. Aunque aquello, por supuesto, no significaba que no pensase, solo que lo hacía de una forma diferente, que a muchos nos resultaría ajena.
Apenas levantó la mirada cuando llegó la mujer. Perdido en el vacío, en un mundo imaginario donde las cosas eran el doble de reales que el dolor que padecía, el triste diabo tardó en sentir su presencia como algo -verdaderamente- real. Se levantó estirando su cuello y tras ello procedió a dejarse liberar. Una vez resuelto aquel crucial detalle comenzó a evaluar sus articulaciones, rotándolas con paciencia y una parsimonia prácticamente estudiada.
—Has tardado mucho—hubiera dicho.
Pero siquiera era capaz de imaginar su voz. Simplemente se adjudicava la grave cacofonía de un millar de actores famosos. Desde que sabía que existía, le había encantado el cine y el teatro, aunque rara vez tenía la oportunidad en sus viajes y misiones de darse el gusto de asistir a alguna función.
Pero como era quien era, simplemente se quedó en silencio, en el centro exacto de aquella sala que había repasado en su aburrimiento incontables veces. Que había sido escenario, clase y asilo. Se llevó lentamente las manos a las caderas, apoyándose primero en una y luego en otra en un cómico estiramiento de las últimas de sus vértebras.
Luego se dobló hacia delante y hacia atrás, todo lo largo que era, prácticamente probando la paciencia de aquella muchacha que, sin duda, había sido atendida por médicos. Luego, extrañamente, se giró dándole la espalda, inclinándose hacia delante tal y como acababa justo de hacerlo.
Tomó los grilletes.
La sonrisa que creía haber encontrado volvió a desaparecer. Y griletes en mano, jugueteando con las pesadas cadenas que habían sido su acompañante, caminó finalmente hasta el umbral. Sonrió entonces, tendiéndole el artilugio a la muchacha como si fuera un presente o, más bien, un recuerdo.
Aún faltaba algo que decir, pero él, por lo que era, por quién era, por el rasgo que le definía y que desagradablemente sabía que seguiría definiendole, no podía hacer nada por ello. La siguió, esperando a que la llevase junto a sus cosas, para entonces, al no encontrar la libretilla que le habían quitado, abrir su equipaje.
¿Comprobaba que estaba todo? Sí. Pero también buscaba una de tantas libretillas vacías, repletas de bordes irregulares de hojas arrancadas.
Se le ocurrió la gracia de escribir "Asesina" en secreto, tapándose comicamente para que no pudiera leerle anes de tiempo, para luego, con un poco de saliva, pegarle aquella etiqueta en la frente. Se le ocurrió, y al hacerlo se contempló a si mismo en las hojas vacías.
Lo que definía a un hombre eran sus actos.
Escribió.
"¿Estás bien?"
Y se lo mostró, volviendo a fojar su sonrisa con el propósito que había tenido siempre: por y para los demás.
Apenas levantó la mirada cuando llegó la mujer. Perdido en el vacío, en un mundo imaginario donde las cosas eran el doble de reales que el dolor que padecía, el triste diabo tardó en sentir su presencia como algo -verdaderamente- real. Se levantó estirando su cuello y tras ello procedió a dejarse liberar. Una vez resuelto aquel crucial detalle comenzó a evaluar sus articulaciones, rotándolas con paciencia y una parsimonia prácticamente estudiada.
—Has tardado mucho—hubiera dicho.
Pero siquiera era capaz de imaginar su voz. Simplemente se adjudicava la grave cacofonía de un millar de actores famosos. Desde que sabía que existía, le había encantado el cine y el teatro, aunque rara vez tenía la oportunidad en sus viajes y misiones de darse el gusto de asistir a alguna función.
Pero como era quien era, simplemente se quedó en silencio, en el centro exacto de aquella sala que había repasado en su aburrimiento incontables veces. Que había sido escenario, clase y asilo. Se llevó lentamente las manos a las caderas, apoyándose primero en una y luego en otra en un cómico estiramiento de las últimas de sus vértebras.
Luego se dobló hacia delante y hacia atrás, todo lo largo que era, prácticamente probando la paciencia de aquella muchacha que, sin duda, había sido atendida por médicos. Luego, extrañamente, se giró dándole la espalda, inclinándose hacia delante tal y como acababa justo de hacerlo.
Tomó los grilletes.
La sonrisa que creía haber encontrado volvió a desaparecer. Y griletes en mano, jugueteando con las pesadas cadenas que habían sido su acompañante, caminó finalmente hasta el umbral. Sonrió entonces, tendiéndole el artilugio a la muchacha como si fuera un presente o, más bien, un recuerdo.
Aún faltaba algo que decir, pero él, por lo que era, por quién era, por el rasgo que le definía y que desagradablemente sabía que seguiría definiendole, no podía hacer nada por ello. La siguió, esperando a que la llevase junto a sus cosas, para entonces, al no encontrar la libretilla que le habían quitado, abrir su equipaje.
¿Comprobaba que estaba todo? Sí. Pero también buscaba una de tantas libretillas vacías, repletas de bordes irregulares de hojas arrancadas.
Se le ocurrió la gracia de escribir "Asesina" en secreto, tapándose comicamente para que no pudiera leerle anes de tiempo, para luego, con un poco de saliva, pegarle aquella etiqueta en la frente. Se le ocurrió, y al hacerlo se contempló a si mismo en las hojas vacías.
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