Juramento Hipocrático [Jojo-Natasha-Pasado]

Jojo se sentía, en cierta manera, traicionado. Se suponía que iba a estar en San Poplar para una misión corta y se volvía una vez cumplida, pero justo había llamado la atención de la milicia local, que -por fortuna- estaba demasiado ocupada solventando las cuestiones del envenenamiento de la población como para preocuparse del humilde cornudo. ¡Ah, si las cosas hubieran sido en tierra del Gobierno! ¡La santa institución no habría dejado pasar bajo su atento y agudo ojo la presencia de un ab-humano tan a la ligera! Pero no estaban en ninguna de las buenas tierras de las mil naciones, si no en San Poplar, y con las cosas como estaban, toda ayuda era poca. Y eso era algo que la institución no iba a dejar pasar. Y así, su estancia se alargó y otra nueva misión le fue asignada.

Lo cierto, lo que realmente le molestaba, era que había sido asignado como apoyo a otra agente, con menos misiones cumplidas que él. ¡Una completa desfachatez! ¡Un error burocrático! ¡Una burda equivocación! Mas cuando conoció a Natasha, nada más verla, aceptó darle todo el apoyo que necesitara. ¿Quién era él para quejarse? ¡Nadie! El gobierno le había dado la oportunidad de rondar la belleza hecha carne, obligándoles a vivir en cercanía mientras hacían todo el paripé necesario para cumplir su propósito en aquella tierra.

¿Infiltrarse en un hospital? Perfecto, se necesitaban médicos a puntapala. ¿Conseguir informes de posibles contactos no reglados con hospitales del Gobierno? Aunque no era su fuerte, la chica iba bien preparada. ¿Conseguir información de interés sobre la salud de importantes miembros de la comunidad? Se apañarían...

Mas aunque todo pareciera sencillo a través de sus ojos rosa, Jojo no pudo reprimir una mueca de desagrado al ver cual sería su inmundo papel. Había soñado tanto tantísimo con entrar a un hospital, con hacer el payaso en la sala de pediatría, con hacer felices a los que sufrían, con sanar a los enfermos... Y bam, conserce-celador. Aquello era poco más que un triste recuerdo de sus muchos intentos por entrar en la profesión de manera legal y profesional. Un amargo recuerdo de que, como mudo, era un ser roto relegado a poder hacer lo que... bueno, podía.

¿Quién iba a querer a un médico mudo? ¿Cómo se iba a coordinar con el resto de equipos?

Así llamaba menos la atención. Entrando por un cupo de discapacitados en un trabajo para los poco capacitados. Intentó relegarse a pensar que no había trabajo pequeño, pero estaba un pelín disgustado.  Especialmente teniendo en cuenta que su compañera de piso iba a ser una residente.

[¡Pasa un buen día! :D] Escribió en la pizarra el diablo, mostrándoselo con alegría al mundo.

[justify]Trabajar con mi jefe Hachiro era una cosa, pero trabajar con otros se me hacía francamente aburrido y molesto. Admitía que no me gustaba ese tipo de ambientes de compañeros autoimpuestos, pero las órdenes eran las órdenes y no podía evitar cumplirlas, a pesar de que no me gustara el envoltorio en el que iban. Para mi desgracia o fortuna fui asignada a una misión con un tal "Jojo". Bueno, al menos estaba segura de que sería alguien con cierta cabeza para tratar el asunto delicado que nos atañía.

Por mi parte fui colocada como médico-residente del hospital de San Polar. Sin duda con mi preparación y modales era una buena tapadera, además de este modo podría acceder a ciertas zonas del hospital restringidas a otros. Además de tener acceso a los expedientes y personal  específico del hospital. Vamos, era un puesto inmejorable para empezar a sacar información para la misión que teníamos que llevar a cabo. Mi nombre de doctora era Jennefer.

Mi compañero había sido asignado al puesto de celador, un puesto menor pero de gran utilidad si lo pensabas en frío. Con ello tendría acceso a las llaves del hospital, así como a ciertos documentos informativos de fácil acceso. Fuera como fuere debíamos averiguar si la Revolución y el hospital colaboraban mutuamente....dejando claro que aquel sitio era un nido de ratas sediciosas.

Fuera como fuera, me puse mi atuendo de doctora, y con el portafolios bajo el brazo derecho  me dirigí a la entrada del hospital donde estaría mi compañero. Un lugar de reunión donde ambos podríamos tratar la estrategia a seguir, sobre todo para no pisarnos en el trabajo. También para presentarnos por lo menos. Así que nada más entrar por la puerta pude ver a mi compañero, no sin antes arquear una ceja al ver su peculiar físico. Me llevé la mano a las gafas, colocándomelas nuevamente bien, ya que estas solían descender por el tabique de la nariz.

No le dije nada, salvo un pequeño asentimiento de cabeza, dándole a entender que debía hablar con él en un lugar más recogido.

Todos los ojos estaban puestos en ella. Y con razón. La hermosa doctora que recién había llegado al hospital iba a dar que hablar, ya fuera para bueno o para malo. Lo mismo iba a pasar con el pobre diablo, al cual siempre le habían seguido los rumores, pero esto era típico de encontrar en los puestos que nadie quería. ¿Escapados de un circo? ¿Ex-esclavos? ¡Dicen que aquel otro de allí mató a alguien usando solo su pulgar!

Entabiado en su uniforme gris cemento, Jojo iba tan solo armado con su optimismo y su escoba. El mar de cerillas, pañuelos y envoltorios que se acumulaba siempre allí estaba directamente proporcionado al estrés de la jornada médica. ¿Cuántos pacientes habían muerto aquel día? ¿Cuántas malas noticias se habrían dado? Incluso cogiendo las enfermedades a tiempo, muchas veces era cuestión de suerte -y de la disciplina del paciente, que era algo aún más raro de encontrar- que las cosas fuesen en positivo. Incluso los nacimientos, que en muchos lugares eran tomados como un acontecimiento feliz, podían truncarse rápidamente en algo oscuro. Una raza diferente, un pelo de otro color, unas proporciones extrañas; a veces los desengaños amorosos eran tan graves como las malformaciones que pudieran tener.

Niños sanos que no eran queridos.

Algo absorto en sus pensamientos, en sus recuerdos, Jojo alzó la vista al encontrar por el rabillo del ojo la hermosa presencia de la doctora "Jennefer". Y así, como J.J, que parecia ser el pseudónimo que le daban por defecto los vagos burócratas que le tocaban, terminó de echar la basura al cubo y fue lentamente hacia la sala de mantenimiento liderando el camino.

Afortunadamente no había nadie allí. De momento. Las ventajas de un hospital a todo tren... Uno de una islas cuyas líneas ferroviarias le alimentaban constantemente de los casos de todo el basto archipiélago.

Dejando la escoba y recogedor con sus muchos hermanos, Jojo se acercó a la pequeña salita de descanso ataviada de los muebles reciclados que habían sido desechados de otras salas del edificio. Allí ya no quedaba nada del té con galletas que había traído una buena limpiadora, ni una mísera miga que llevarse a la boca. Al pobre diablo no le quedaría otra que ir después a la cafetería para afrontar con renovadas fuerzas su parte del turno nocturno.

Trabajar, trabajar y nada más que trabajar. Y como persona que se tomaba las cosas en serio, Jojo, con semblante serio, empezó a escribir para comunicarse.

[¿Cuántos te han entrado hoy?]

Ese, o más bien otros temas más turbios, habían suscitados varias porras.

El trabajo en el hospital parecía ser duro , o al menos eso supuse al ver tanto movimiento dentro del edificio. La verdad es que me daba bastante igual todo aquello, ya que solo buscaba cumplir mi objetivo, dar un reporte satisfactorio y volver al cuartel a echarme un cigarro. Y hablando de cigarros, era un buen momento para echar uno en breve. Fuera como fuere las miradas del personal eran un poco acosadoras, y a pesar de esta pequeña incomodidad, no les di demasiada atención, porque sabía lo que pasaba y no tenía demasiada paciencia que digamos.

Aún así tampoco es que me tranquilizara mi compañero, aún así me lo habían asignado y no quedaba otra más que colaborar con él. Era bastante tiquismiquis y lo suscribo, pero no me gusta depender de otros para hacer mi trabajo, pero las órdenes son las órdenes. Así que fue detrás de mi compañero hasta la pequeña sala de descanso. Tras entrar él pasé yo y cerré la puerta. El portafolios que llevaba lo dejé sobre un pequeño sofá que había visto días mejores, y mientras sacaba de la bata un cartón de tabaco, cogí uno de los pitillos del interior con una mano, mientras que con la otra sacaba un mechero y lo encendía.

Di un largo suspiro hacia el techo, lanzando un silbido de humo. Tras esto miré a mi compañero, el cual parecía ser mudo, tal y como exponía el informe previo a conocerlo. Comenzó a escribir para comunicarse conmigo. Esto iba a ser...difícil. Y a pesar de que su pregunta me parecía inapropiada, y más para un agente....no se la respondí. En su lugar di otra calada al cigarro y comencé a hablar yo misma.

- Pongámonos a trabajar si te parece. Cuanto antes hagamos nuestra labor antes podremos dedicarnos a otros quehaceres, agente- volví a exhalar humo por la boca- Imagino que sabe cual es nuestra prioridad: descubrir si esto es un nido de revolucionarios, así que espero que logre alguna información desde su tapadera. Yo haré lo mismo. Primero acudiré a las salas de archivos de los pacientes, para ver si hay algún patrón de similitud entre los ingresados. Quizás podamos sacar algo de información de allí, aparte trataré de echar un vistazo por algunas consultas. Usted tenga los ojos abiertos y la boca...-era mudo- Bueno, ya me entiende. ¿Alguna duda?

La gracieta parecía que iba a costarle cara al pobre Jojo, pero no todas las veces que uno hacía un chiste la gente se lo tomaba a bien. Poniéndose de cuclillas para estar a la misma altura, el pobre diablo cogió la carpeta abandonada entre sus manos en un vulgar intento por no mirarla a los ojos.

La agente le pareció ser era una de esas mujeres hermosas y seguras de sí misma que hacía que las personas, especialmente los hombres, se sintiesen pequeños. ¿Qué hacían entonces? Se enfadaban, comenzaban a dar una pataleta interna, la culpaban, olvidaban el bochorno para volver a repetirlo, se encapsulaban en sí mismos o se convertían en esclavos. Aquellas eran algunas de las opciones más populares para la gente normal. De hecho, el altanero refuerzo de la rubia, que parecia pretendía llevar -como habían demostrado sus palabras y su tono- el liderato de aquella misión, seguramente hubieran suscitado las opciones más crueles. Odiar a una mujer era fácil, especialmente cuando rebosaba poder y belleza.

¿Qué hizo Jojo? ¿Qué camino tomó?

El mismo que ella. Pero no se mostró orgulloso, serio, ni competente. Tampoco se atrevió a hacer la desfachatez de fumar alli dentro, algo que le había molestado muchisimo. Jojo solo se puso en su lugar. Una hazaña que pocos humanos hacían con sus hermanos, y recorrió lo que supuso debió ser su vida gracias a los libros, diarios y, simplemente, a la experiencia de escuchar en silencio durante toda su vida.

Con su sonrisa siempre visible agriada por su ávida imaginación, Jojo bajó finalmente los informes que había recorrido con los ojos sin prestarle tanta atención como a su fuero interno. Negó.

Aquella última parada le había demostrado que no era cruel. Y no serlo, teniendo en cuenta lo que tenía que haber afrontado, era algo bastante difícil. A él mismo le costaba no serlo con gente que parecía que se lo mereciera. Quizá estaba en la naturaleza de todos el deseo de aplicar un castigo.

[Perdón. Si " enc. algo", te lo diré] Escribió en la pizarrita que llevaba colgada.

Tras extenderle la carpeta que había dejado apoyada en sus rodillas, el pobre diablo se puso en pie para retomar su labor. Una que había casi olvidado intentando meterse en el papel de señor de la limpieza. Para él no era fácil pasar desapercibido, ni interpretar un papel, pero por fortuna su personaje era pequeño, insignificante, y como tal sus errores no llamaban en demasía la atención centrada -por fortuna- en la estrella.

Asentí con la cabeza mientras llevaba mi mano hacia el picaporte de la puerta, con la intención de salir. Mi compañero parecía tener claro lo que debía hacer y yo esperaba poder hacer lo mismo. La misión no era tan complicada como para crear grandes problemas. Aún así esperaba poder ver las listas de pacientes, con el objetivo de encontrar a algún paciente que tuviera siempre el mismo médico, y que este último, estuviera vigilado por el Gobierno por motivo de sospecha. Pues normalmente los médicos atienden siempre a un mismo paciente para hacerle el seguimiento, por lo cual no iba a ser tan fácil como esperaba, al menos, mi parte.

Así que antes de salir, no sin coger el portafolios de mis nuevos pacientes, volví a mirar a mi compañero y le dije con tono calmado.

-Me lo dirás, si, de hecho, si podemos encontrarnos aquí en tres horas estaría bien. Creo que será tiempo más que suficiente para rascar algo.

Dicho esto salí por la puerta y me uní al pasillo junto al resto de doctores, enfermeras y señores de mantenimiento que pululaban por la zona de aquí para allá. Como dije, mi primer objetivo era la sala de archivo de pacientes, pues quizás podría encontrar algo. También podía revisar a los pacientes que me habían asignado, alomejor podía sacar algo en claro. Así que sin dudarlo, y mientras me dirigía a la sala de archivo, fui ojeando el folio que llevaba en mis manos, revisando tanto nombres como apellidos de mis pacientes nuevos, y a su vez, tratando de recordar si alguno de esos apellidos estaba registrado en Ennies Lobby.

"Esto va a ser complicado"

Otra opción era visitar algunas habitaciones en protocolo de "rutina y supervisión" puesto que a veces, una cara aportaba más datos que un nombre. Solo esperaba que mi compañero tuviera mejor fortuna que yo, ya que desconocía sus tretas para lograr información, pero vaya, si era un agente...por algo será.

Algo incrédulo, Jojo frunció el ceño. No era solo la desagradable e innecesaria repetición de lo que le había dicho lo que le había molestado, si no que Jennefer había salido de allí fumando. Encogiéndose de hombros sin querer meterse en problemas, porque a él no le hubieran pasado ni de broma la mano por encima, Jojo cogió una fregona y un pequeño cubo con ruedas para hacer la ronda interna antes de la pausa para cenar.

Borrando el texto escrito en su pizarra por un "Perdone, limpiando" que tendría que usar muchas veces a lo largo del día en el tumultuoso ir y venir de pacientes y trabajadores, el diablo comenzó con su labor preguntándose cómo, en su puesto, podría conseguir alguna información. No es que pudiera ir preguntándole a la gente, ni que tuviera acceso a poco más que habitaciones con información clasificada dentro de cajones. En todo caso solo podía hacer su trabajo, permaneciendo atento a su alrededor, mostrando su infinita y cordial sonrisa por mucha miseria que encontrara en aquellos pasillos.

Aunque lo peor era las habitaciones.

De vez en cuando se encontraba con la desagradable impresión de que estorbaba a los familiares allí reunidos para hacer su trabajo. Una breve limpieza, una recogida de las basuras, todo bajo la atenta mirada de un paciente recién abandonado que me culpaba de que su visita tuviese que salir unos agónicos cinco minutos. Aunque a veces lo peor era la gente que estaba sola.

—Hmmm....—exhaló el cincuentón entablillado, conectado a los antiguos goteros—. ¿Mudo o llevas eso para no tener que repetir lo mismo mil veces?

Su voz era carrasposa, pero era mucho menos molesta que su mirada. Desde que había entrado me había analizado, apenas abriendo sus ojos más que lo necesario, como con una calmada sospecha.Alcé el índice acompañado de una sonrisa amable para darle a entender que había acertado con su primera opción.

—Hmm...—volvió a emitir, casi como un arranque de su voz—. Ojalá yo fuera mudo. Así no tendría que preocuparme por querer hablar, porque no podría.

Afortunadamente estaba de espaldas, apoyadas mis manos sobre el cubo de basura absurdamente vacío. La sonrisa se me diluyó, y exhalé para recuperarla tras la ofensiva afirmación del desconsiderado paciente. Me erguí, comprobando que los siete minutos que tenía para cada habitación allí iban a sobrarme. Él seguía mirándome.

Sopesé el salir, pero de nuevo me puse en  el pellejo de otro ser humano.

[¿Qué tal se encuentra?]

¿Qué eran para mí 7 minutos? Para él, sin duda, seriá mucho más.

Los pasillos estaban muy concurridos, como era de esperar. El objetivo era claro, ir directa a la sala de expedientes, lo cual no era muy difícil, ya que cualquier doctor tenía acceso a la sala para revisar los expedientes diarios que les tocaran revisar antes de ir a las consultas, o antes de que les pasaran una lista. Por lo tanto no fue muy difícil encontrar la sala, y mucho menos entrar. Así que ni corta ni perezosa entré en la sala, y no dudé en cerrar la puerta. No puse el pestillo, ya que eso podía traer más dudas y , seguramente, problemas. Total no había nada que temer , ya que si me pillaban allí no era más que una doctora haciendo su trabajo.

Así que una vez dentro procuré ir a el primer archivador que encontré, bueno, no realmente, ya que estaba buscando los últimos ingresos de pacientes el último mes. Me puse a revisar por quince minutos diversos expedientes que me podía parecer "posibles" objetivos, ya que a veces una foto y una poca de información dan más luz que el interrogatorio más exhaustivo.

-Tu no....tu tampoco- ni un solo expediente me daba lo que buscaba, hasta que finalmente logré una pequeña pista. Había localizado dos expedientes sin foto, y apenas sin información médica. Tan sólo ponía la entrada al hospital, la dolencia por la cual habían sido atendidos y poco más. Ni una dirección o contacto. Uno de ellos tenía el nombre de "Alvor" y el otro " Mr X". Arqueé la ceja, pues esto lo había visto antes, y no en un hospital. Así que volví a guardar los expedientes, cerré el archivador y procuré salir de la sala. Necesitaba hablar con mi mudo compañero, pero antes debía echar un vistazo a la habitación 432, donde estaba Alvor.

Alvor era un nombre que había visto tiempo atrás bastante recurrente. Dicho nombre era dado solo en un lugar, en los cuarteles del CP o de la Marina en sus tiempos. Alvor significa, para alguien letrado " el oculto", pero para la gente corriente no deja de ser un nombre más. Si era lo que tenía en la cabeza, me parecía que aquí había gato encerrado, sobre todo porque estaba deseando estar equivocada en una teoría que me rondaba la cabeza.

El pobre anciano no podía -o más bien no debía- hablar con nadie durante su estancia. El contacto con él era mínimo, aunque nada indicaba que tuviese una enfermedad contagiosa que aquello lo impidiera. Simplemente parecía un señor algo cascarrabias, recio y lleno de nudos como el tronco de un árbol, uno que había encontrado una ligera veta de compasión ante la tara del friegasuelos que había venido a visitarle brevemente.

—Hasta los mismísimos de estar aquí tumbado todo el santo día. A ver si pronto me dan el alta ya y me voy.

Estuvo hablando casi todo el rato, preguntándole cosas básicas de la vida que podía responder asintiendo o negando, brevemente añadiendo comentarios sobre su propia vida que parecían sabios consejos llenos de la amargura de la experiencia.

Sin intercambiar nombres se convirtieron allí mismos en buenos conocidos, aunque uno ignoraba del otro casi todo lo que era realmente esencial, la humanidad que compartían lo compensaba. Despidiéndose con una mano rápida y ansiosa, el mudo, cómico en gran parte, desapareció por la puerta haciendo como que le arrastraba una fuerza mayor a él mismo. Le pareció ver una sonrisa, aunque no escuchó del enfermo ninguna carcajada.

Bueno, con su voz casi mejor que no se ría. Ya parece que ha hablado bastante.

Henchido de orgullo y satisfacción por hacer de una sola persona la más ligera de las diferencias en el horrible día a día que todo ser humano debía afrontar en aquella institución, Jojo continuó su camino con los oídos bien atentos a todo detalle. Los de las habitaciones al final de la planta, la 499, parecían haberse metido en una pelea interfamiliar, pero aparte de aquel breve entuerto el resto de los que allí residían parecían simples enfermos cuya razón por estar allí no era -a su juicio- sospechosa.

¿Qué iba a contarle a su compañera? ¿Que no había encontrado nada? ¿Nada de nada? No podía hacer eso. Debía, pero no podía. Simplemente intentó razonar alguna excusa, como que había descartado todos los ocupantes de aquella ala que abarcaba la cuarta centena al completo. Quizá en otras, quizá en la UCI mismo, podría encontrar algo de interés.

Faltaba una hora para su reunión, y media para ir a cenar con rapidez cualquiera que fuera el menú de la cafetería...
—Valiente hija de puta, fumando por los pasillos como si fuera dueña del hospital. Deja que Bob la vea, que se le va a caer la melena —comentó una enfermera regordeta a su compañera, ignorando la presencia del limpiador.

No sabía como le estaría yendo a mi compañero en sus pesquisas, pero bueno, no era algo que me importara demasiado más allá de que no metiera la pata. Por otro lado, yo procuré centrarme en lo que tenía en la cabeza. Algo simple, acudir a la habitación 432, donde estaba ese tal Alvor. Así que procuré buscar la planta donde estaba dicha habitación, y para mi sorpresa estaba en las habitaciones sujetas al sótano, cerca de la salida de emergencia subterránea y del quirófano A2. Esto me hacía duda más todavía, pues el meter a un paciente en un lugar tan alejado no era ni medio normal. Aún así esperaba no tener que encontrarme con problemas para llegar hasta él. Dudaba que los tuviera, ya que como doctora tenía acceso a cualquiera habitación, así que sin más opté por tomar las escaleras que bajaban a la planta del sótano.

Para mi sorpresa no había nadie, salvo un largo pasillo alumbrado por unas pocas luces tintineantes. Se notaba a la legua que era de las zonas más viejas del hospital y aún así tampoco pude ver gente pululando por ahi. Me refería a enfermeras, guardias de seguridad y otros doctores como "yo", aún así comencé a caminar por el pasillo hasta poder otear la habitación que buscaba, Fue entonces cuando una voz se escuchó a mi espalda.

-Disculpe doctora ¿Qué hace aquí?.

Me detuve por unos segundos, y cuando me giré sobre mis tobillos pude ver a un guardia del hospital mirándome con cierta confusión. Vale, de entrada ya había algo raro, porque se supone que los guardas de seguridad están en la planta de arriba y esta zona debería estar cerrada o llena de gente pululando por ella...y no era así en ninguno de los dos casos. Así que con tono calmado y colocándome bien las gafas le respondí:

-Vengo a ver un paciente, me han dado la hoja de ruta y he acabado aquí algo perdida. Afortunadamente he logrado encontrar la sala.

Yendo de vuelta para el almacén de productos para dejar allí los bártulos previo irse a comer, Jojo fue interceptado por uno de sus compañeros. Era un hombre alto, de aspecto cuadriculado y cara de pocos amigos. Un titán que casi rozaba el techo con las palabras "MANTENIMIENTO" bordadas en el uniforme del mismo color que el suyo pero con una tela mucho más desgastada.

—Por fin te encuentro, novato. ¿Tú quién te crees poniéndote a trabajar así de improvisto sin ningún tipo de supervisión? Es tu primerito día, y como tal tienes que ir acompañado de alguien que te enseñe lo duro que es este trabajo y cómo tienes que hacerlo para hacerlo en condiciones. Porque las cosas pueden hacerse de dos maneras, bien o de cualquier forma.

Jojo supuso que aquel era el encargado del turno de noche, que estaba justo por empezar, al cual le acababan de dar la noticia de los nuevos contratados. Ya había tenido su instrucción con el supervisor de día, muchísimo más laxo que aquel gigantón, pero la ética del trabajo parecía diferir mucho entre aquellas dos personalidades. Tanto como la noche y el dia.

El diablo levantó el pulgar con una sonrisa, aceptando lo que parecía una especie de bronca, o más bien un acto para imponer su mandato ante la sangre nueva.

—Te he hecho una pregunta, así que más te vale contestar o vete considerándote despedido.

Jojo frunció el ceño, comenzando a escribir en su pizarrita. Observó con acostumbrada paciencia cómo el desagradable monstrenco se daba cuenta de lo hondo que había metido la pata. Aquello rozaba el decirle a un tipo sin piernas que se levantase porque llevaba mucho tiempo sentado.

—Vamos a la sala de descanso mientras escribes—gruñó el gigante, molesto por... Bueno, a saber por qué.

Nada más llegar, nada más dejar pasar al mudo con dificultad por el estrecho pasillo para quedarse él detrás y cerrar la puerta, el supervisor de nombre ignoto se crujió los dedos.
—Me han dicho que te han visto salir de aquí con la nueva doctora rubia.

Jojo se detuvo, arqueando la espalda instintivamente por la pillada.

—Ah, así que es verdad.

Jojo maldijo su cómica pose, girándose para mirarle mientras movía las manos para intentar librarse de aquella situación. Sabía que si las cosas se torcían tendría que salir de allí luchando, y que en el informe quedaría que el fracaso de aquella misión había sido por su metedura de pata.

—Dicen que pasásteis un rato aquí, aprovechando que no había nadie. Y me pregunto yo, ¿qué haría un médico, un sanador, uno de esos orgullosos tipos con título, con un simple conserje? Sospechoso, muy... sospechoso —añadió, inclinándose hacia él—. Y además, salió fumando...

El diablo se tensó. El gigante alzó su enorme puño cerrado. Y extendió un pulgar lleno de aprobación.
—Mi enhorabuena, me han dicho que está cañón.

El cornudo tardó más de un instante en conectar los puntos. Se puso rojo, negando con los brazos.
—Y en tu primer día nada más y nada menos, los tienes que tener muy bien puestos.

El trabajo de campo era algo muy habitual entre los agentes del Cipher Pol, y si había algo que a Rokuro no le sobraba era precisamente el trabajo. Desde que se había unido a la agencia, tras su adiestramiento, las misiones comenzaron a llegar una detrás de otra sin parar.

El peliblanco no podía evitar pensar que estaba siendo explotado, pero tampoco podía hacer nada al respecto. El trabajo era trabajo, y la falta de mano de obra derivaba en horas extras para la mayoría de agentes. Lo único que esperaba era que, al final del mes, esas horas se vieran reflejadas en su sueldo.

Y también pensaba en el plus de peligrosidad. Una cosa era visitar una isla del Gobierno en mitad de la noche para acabar con una posible amenaza revolucionaria, pero... ¿Infiltrarse en una isla de la Liga de los Mares para buscar revolucionarios y acabar con ellos de forma encubierta? Aquello resultaba más complejo. Por suerte, en esta ocasión contaba con un hombre ya infiltrado, un hombre que había tenido tiempo de ganarse la confianza de todos los trabajadores del mayor hospital de la isla y con suficiente libertad para moverse por cualquier zona del edificio sin resultar sospechoso. Y sí, aquella persona era su amigo y compañero Jojo, el pobre mudo de buen corazón con el que había compartido tanto anteriormente. Rokuro no podía evitar sentirse aliviado; no tenía problemas en cooperar con otros agentes cómo había hecho ya tantas veces, pero lo cierto es que tenía predilección por compañeros con los que ya había trabajado y con los que había formado cierto vínculo.

—Espera, ¿qué? —dijo conmocionado ante su superior cuando le explicó cómo sería su infiltración—. No, no, eso no puede ser.

—Y tanto que puede ser. Necesitas una excusa creíble para poder pasar una noche entera en ese lugar —explicó el hombre de mayor rango—. No lo entiendes. La seguridad de ese sitio es enorme, más que la de algunas bases militares. En San Poplar se toman muy en serio la protección de sus pacientes.

—Pero...—A Rokuro le seguía pareciendo una locura. «Es imposible que salga vivo»—. ¿Entrar con cinco puñaladas y una bala en el pecho? Eso estropearía el cometido de la misión. Me impediría moverme correctamente y no podría desarrollar todas las actividades necesarias para salir exitoso del lugar.

—¿Y qué propones? Tiene que ser creíble —espetó el hombre.

Así fue como Rokuro llegó al gran hospital con un terrible golpe en la cabeza. Posible traumatismo craneoencefálico agudo habían dicho los especialistas. Tenían que dejarlo toda la noche en observación, para comprobar si su estado mejoraba o empeoraba.

El peliblanco maldijo la decisión del Cipher Pol, y aunque prefería aquel golpe en la cabeza antes que las puñaladas y disparos, no podía evitar odiar el dolor que desprendía su cabeza. Claramente el golpe no había sido tan violento como lo había hecho parecer, pero no por ello dejaba de doler.

Y mientras se encontraba en reposo en su habitación, esperó la aparición de su compañero, quién debía de haber sido informado sobre su infiltración y ubicación dentro del hospital. Se encontraba en una habitación para él solo, beneficios del seguro privado que el Gobierno había falsificado para él, y una vez que Jojo llegase podrían ponerse al día y organizarse para llevar a cabo la misión.

Jojo jamás volvió a reunirse con Natasha. La muchacha había desaparecido sin rastro, y eso le hizo andar de puntillas durante su estancia. La primera noche, aquella fatídica primera noche, casi le dio un infarto cuando, mientras limpiaba uno de los innumerables pasillos del hospital, un pequeño niño de la planta de pediatría le llegó llorando porque se había perdido en lo que había empezado siendo una divertida incursión nocturna.

Tardaron una semana, semana en la que su actitud excesivamente cauta y servicial le granjeó demasiadas atenciones -intolerables para su papel como infiltrado-, en informarle por medio de una lagartija gubernamental entrenada de que su compañera había sido relevada de la misión ya que se la necesitaba en otra parte. Aunque claro, incluso si la hubieran capturado y matado, probablemente le hubieran mentido con algo similar. Incapaz de poner en duda -mas por propio autoconvencimiento que por verdadero afan- las palabras de la institucion de mil naciones, Jojo consiguió relajarse algo.

El cambio en su actitud, para su desgracia, pareció ser notado por sus compañeros que no tardaron en abordarle mientras cenaba. Rodeado por el consejo de conserjes, compuestos por tres anodinos muchachos, Jojo no pudo evitar sentirse atrapado.

—Tranqui, J.J; que no te vamos a hacer nada.

Eso, obviamente, no ayudó en absoluto. Era de esas típicas mentiras que se decían con sorna, o con total discrección, justo antes de hacer algo.

—Exactamente, por nosotros no te tienes que preocupar.
—Pero nosotros obviamente sí que nos preocupamos por tí. No sales con nosotros, no te relaccionas.
—Solo limpias y pillas todas las horas extras.
—Que no es que nos quejemos, que estes dispuesto siempre a cambiar turnos a mi me viene del...
—Creo que le estamos mareando.

Jojo no sabía ya a quien mirar. Si a los que le habían flanqueado, o alque se había puesto delante en la mesa en la que en teoría solo cabía uno. Tampoco tenía ni idea como se las habían ingeniado para colocar su comida sin bandeja en cada hueco disponible. El cornudo se quedó mirando su plato, agobiado, buscando alguna excusa por la que irse de allí.
—Sabemos que eres mudo y tal, así que hemos... preparado una lista de preguntejas del tipo sí o no para conocernos mejor.
—Y no se te ocurra mentirnos —amenazó uno.
—Porque sabremos si dices la verdad o no.

Definitivamente tenía que salir de ahí. Enguyendo rapidamente la poca comida que se permitía cenar, Jojo se levantó aun másticando dandole golpecitos a su pizarra donde ponían "Perdone, limpiando", y puso pies en polvorosa. Afortunadamente en el hospital habia muchos sitios en donde esconderse.

La habitación no era especialmente acogedora. Grande y con todas las necesidades para el paciente promedio, sí, pero era fría y el mero hecho de permanecer en ella, completamente solo, causaba depresión. Quizás fuera el color de las paredes; algún otro toque de color no le habría ido mal.

Rokuro esperaba pacientemente mientras notaba como sus latidos latían incansablemente en su cabeza. Le habían asegurado que el golpe no iba a ser perjudicial, aunque quizás tuviera molestias durante varios días.

—No te preocupes por nada —había dicho el médico encargado de golpearlo de tal forma que no sufriese daños permanentes—. Si supieras la cantidad de veces que he tenido que hacer esto... La primera fue un total desastre, pero vaya, desde entonces he aprendido. Dicen que no es un fallo si aprendes algo.

Rokuro no se había sentido especialmente tranquilo, pero hasta donde era capaz de comprender, todo estaba bien. La cabeza le dolía pero no sé encontraba especialmente mareado. Desde la camilla blanca del hospital, todavía sentía cómo podía moverse, y cuando escuchó una serie de golpes provenientes de la ventana de su habitación se levantó.

De pie apenas se mareaba, y caminó tranquilamente hacia la ventana. Corrió las cortinas con destreza causando que un halo de luz lunar le iluminase mientras un águila negra le escudriñaba con la mirada. Rokuro abrió la ventana; sopló el viento proveniente del exterior y sintió un escalofrío en la espalda, pero no le importó.

—Buen chico, Takarashi —le dijo apremiante al águila—. Muy bien hecho.

El animal portaba en su espalda dos paquetes. El primero era, a pesar de estar envuelto en tela negra, reconocible hasta para alguien inexperto. Rokuro extrajo la curva espada, extrajo unos pocos centímetros de la vaina para comprobar su estado y volvió a envainarla, apoyándola sobre la camilla del hospital. Después abrió el segundo paquete, que contenía su ropa de trabajo —no el traje del Cipher Pol sino su propia ropa ninja, más apropiada para sus acciones—, y se vistió con ella. El paquete también contenía unas pocas herramientas, las que se había atrevido a colocar para que Takarashi las introdujera en el hospital sin ser detectado. Shurikens, dos kunais, y tres pergaminos de papel con diversas ilustraciones en su interior.

Una vez vestido y ataviado con toda su indumentaria y equipado con las armas que le había traído el ave, Takarashi cambio su tamaño, adquiriendo uno similar al de un periquito y yendo a volar hasta el hombro de Rokuro. A su vez, el agente usó sus habilidades de la fruta del diablo para generar tinta en sus dedos y dibujar un monigote en el suelo de tamaño humano. Al momento le hizo cobrar vida y lo colocó en la cama que él había ocupado instantes atrás, para taparlo con las sábanas.

A su vez, Rokuro moldeó y concentró chakra en sus manos y pies, lo suficiente para caminar por la pared de la habitación como una araña y quedarse pegado al techo, bocabajo. Ahora, si alguien entraba en la habitación, le confundiría con el monigote de la cama, a la vez que él estaría preparado para reaccionar ante cualquier peligro antes de ser detectado. Toda precaución era poca.

Parecía que Jojo se había librado de sus perseguidores, aunque realmente no salieron corriendo tras él perse, pero si en su mente. Necesitaba tranquilizarse, necesitaba estar solo, y aunque la habitación de un paciente aleatorio no era el mejor lugar para aquello último, no parecía como que el único ocupante se hubiese despertado de su sueño.

Contempló la noche de Poplar a través de la ventana ligeramente abierta, por la que se colaba un frío de tres pares de narices. Un frío que, desde luego, no debía ser bueno para los pacientes. Envuelto en las mantas como un bulto, contempló a la silueta del encamado que, desde luego, debía estar pasando un mal rato -peor a costa de aquella ventana un pelín abierta-. Tras un momento contemplando los edificios a la luz de la luna y las pocas luces de la ciudad, Jojo se acercó con cuidado y todo su ridículo sigilo -que básicamente conllevaba dar pasos muy largos, pronunciados y cómicos como los de un mimo- a la ventana para cerrarla. Un paso, luego otro, otro más. De vez en cuando colaba alguno pequeño, intentando agacharse todo lo que podía como un cangrejo para ocultarse bajo la cobertura del escaso mobiliario. Valiente espía estaba hecho. Había hecho bien en huir si era tan sumamente ridículo en su infiltración, y mucha suerte había tenido relegándose a su papel de limpiador -en el que se volcaba casi olvidando su verdadera función allí-.

Asintió con decisión una vez hubo echado aquel pestillo ligeramente oxidado frente al que tuvo que usar todo su control muscular para que no chirriase -ni para no cargárselo-. Todo parecía irle bien. Y así era, ajeno de la gigantesca y sigilosa araña del techo.

Dándose la vuelta con lentitud, echando un vistazo a lo que era antes un bulto arropado y de espaldas, Jojo contempló el rostro de aquel engendro maldibujado. Si no hubiera sido mudo, probablemente hubiera gritado, pero solo se quedó allí, con la cara de sorpresa y los mocos colgando hasta que reconoció la autoría del maldito espectro que le había hecho saltar el corazón del pecho.

Rokuro... ¿Qué poñetas haría Rokuro en el hospital? Se preguntó. Y apresurándose volvió a darse la vuelta para abrir la ventana, asomándose por ella para comprobar si el ninja había recurrido a recorrer la fachada recurriendo a su agilidad. Mas allí no vio nada, y con razón, porque el ninja estaba en el techo de la habitación, y todo había salido a la perfección para poder emboscar a Jojo.

Allí, arrinconado en una esquina de la habitación sobre la puerta, oculto bajo las sombras, se sentía como una araña al acecho de su presa. No era la primera vez que se sentía de aquella forma y, aunque ya estaba acostumbrado a ello, una mueca de desagrado se dibujó en su boca.

«¿De verdad es todo esto necesario? —se replanteó mientras esperaba a que apareciese alguien, amigo o enemigo—. ¿Desde cuándo me he vuelto tan cauteloso, tan paranoico?».

Sin embargo, cuando escuchó girarse el pomo de la puerta, se tensó, y por un instante pensó que todos sus preparativos habían tenido sentido, aunque la mueca de su boca se tornó en una sonrisa cuando vio aparecer a aquel hombre.

Jojo era una persona fácilmente reconocible. Aún debajo de aquel uniforme sucio y desgastado, sus cuernos y su larga cabellera eran fácilmente reconocibles, aunque tan solo hacía falta observar la pizarra que colgaba sobre su pecho para darse cuenta de quién era en realidad; solo alguien con sus características la necesitaría para comunicarse.

«Pero qué diantres...» pensó Rokuro al ver los cómicos e incomprensibles pasos de su compañero. Jojo era la persona más noble que había conocido, pero aún tenía ciertos detalles que podía pulir. Sin embargo, Rokuro ya se había acostumbrado a él y no le daba importancia a sus extrañas acciones. Al igual que no le dio importancia a que saliera corriendo hacia la ventana sin motivo alguno.

«¿Me estará buscando a mí?» se preguntó cuando se dio cuenta de que él conocía su poder. Entonces, despegando los pies del techo y quedando sujeto solo con la manos, se movió cual araña hacia la ventana de la habitación y, al llegar a la altura de Jojo, se soltó por completo del techo intentando caer con todo el sigilo posible.

—Ya pensaba que no ibas a llegar —susurró apoyando un brazo en el hombro de su amigo, que aún seguía asomado a la ventana.

Tras aquel susto, Rokuro ayudó a Jojo a mantener la compostura y repasaron juntos la misión. Debían encontrar al posible revolucionario o revolucionarios del lugar. El peliblanco le preguntó a su compañero sobre la información que había logrado recopilar. Su forma de comunicación era difícil de entender, pero Rokuro ya tenía experiencia y no le costó comprender a su compañero. Juntos, trazaron un plan de acción y salieron en marcha.

—Cuando acabemos, te invito a tomar algo —dijo con tono amistoso.

La visita del buen amigo ninja, desgraciadamente, no trajo la alegría que debió. Estaba allí por trabajo, para completar una misión que le habían encomendado y de la que el mudo formaba aparte. Estaba allí para interrogar y dar muerte a revolucionarios.

¿Qué revolucionarios? Allí no había de eso. No bajo el concepto en el que El Gobierno lo denominaba, claro. Allí ya no había enemigos. Había conocidos, pacientes que sufrían, personas. Pero su trabajo obligaba a Jojo a cometer actos atroces, aún más atroces cuando uno se daba cuenta de que la propaganda era solo eso.

Siempre había sido bueno. Siempre había tenido en cuenta a los demás -a veces incluso más que a sí mismo. Y ahora se veía en la vicisitud de costumbre. El deber de un agente. El deber como soldado de la nación de mil naciones. El deber que venía como un amargo pago para mantener a los que quería, a los suyos, a salvo.

No tardó mucho en darse cuenta de quién era a quien buscaban. La información que había traído consigo el que había sido, y en teoría seguía siendo, su amigo, no dejaba duda alguna. Aquella era una certeza afilada y oscura, tanto como las habilidades y la espada del ninja. Al mudo no le hizo nada de gracia todo aquello. El objetivo, a sus ojos, no merecía lo que se le venía encima. El gobierno no le había dado razones para su eliminación, ni tampoco debía saberlas, ya que tampoco tenía elección.

Bueno, la tenía, siempre había una elección.

El plan era relativamente sencillo, una vez continuara con su ronda de limpieza, Jojo limpiaría la ventana del objetivo con una bayeta, usando el vaho de su aliento para que su sigiloso compañero pudiera determinar la localización de su víctima. Realmente el mudo poco podía hacer por participar en el interrogatorio, solo podía dejarlo todo preparado para ello. Así, al menos, tampoco tendría que verlo morir… Aunque aquel posterior asesinato iba a llamar, cuanto menos, la atención…

Cumpliendo su tarea, desgraciadamente, y justo en el momento justo, Jojo se vio asaltado por los cazadores. El trío calatraba le había encontrado, y poco podía hacer por la disposición de los jóvenes que entraron con él en la habitación del anciano con la excusa de que a más se repartieran los trabajos, menos tardarían en terminar la jornada.

Sospechoso, cuanto menos. Más cuando se suponía que no debía de molestarse en exceso a los pacientes. Cuatro personas, desde luego, en una habitación, era más que una molestia. Serio, mucho más que de costumbre, Jojo fue a cumplir su parte de la habitación bayeta en mano, limpiando con un poco de vaho tal y como se había acordado.
Algo iba mal. ¿Pero qué?

El reencuentro no había sido conmovedor ni mucho menos. Aunque a los dos agentes infiltrados les habría gustado charlar de algo más que trabajo, apartaron los temas comunes de dos amigos que se vuelven a ver tras mucho tiempo y se centraron en la misión. Al parecer Jojo sabía quién era el objetivo, y enseguida se prepararon para cumplir con su tarea.

El cornudo siguió haciendo su ronda como conserje mientras Rokuro permaneció en la habitación. Abrió la ventana que previamente había cerrado su compañero y observó los alrededores. A lo lejos, cerca de la entrada, había varios guardias haciendo su ronda. Sin embargo, ninguno estaba mirando hacia el interior del edificio. Con pocas indicaciones, Takarashi salió volando y rápidamente aumentó su tamaño. Rokuro, con un movimiento ágil, saltó desde la ventana y cayó sobre la espalda del ave, que ahora tenía tamaña suficiente para transportar a una persona. Rokuro se agachó sobre su alado amigo y se mantuvo observando las ventanas del hospital mientras se camuflaba entre las oscuras plumas del águila.

Al cabo de unos minutos, mientras los guardias apenas veían la silueta de un ave oscura en mitad de la noche, vislumbró la marca de vaho que había acordado con Jojo. Con dos suaves toques sobre el animal, Takarashi voló en dirección a la ventana. Rokuro saltó desde su grupa y, caminando por el aire haciendo uso del Geppou, alcanzó la pared del hospital, sobre la cuál se apoyó moldeando chakra en la planta de sus pies. Allí, en posición horizontal al suelo, caminó hasta el marco de la ventana tras el cuál se asomó.

«¿Quiénes son esos? —se preguntó al observar a los tres hombres que habían entrado en la habitación junto a Jojo. Por sus trajes, parecían conserjes, pero estaban encarando al cornudo, y su presencia resultaba como mínimo sospechosa—. ¿Qué has hecho, Jojo?»

Con delicadeza, comenzó a abrir la ventana lo más sigiloso que pudo y entró inmediatamente. El hombre postrado en la camilla estaba dormido, pero bastaba que alguno de los otros tres diese la voz de alarma para que toda la misión se fuese al traste. Y no podía permitirlo.

Desde la ventana, en cuclillas, realizó un Soru directo contra el conserje de la derecha. En mitad del movimiento desenvainó su espada, cuya punta fue a clavarse en el cuello del hombre, silenciándolo en el acto. Al momento, buscó nervioso con su mirada los ojos de su compañero, dándole a entender lo que debía hacer. En los próximos segundos se decidiría todo. Y más valía que nadie gritase o podían darse por perdidos.

Lo único que tendría que haber hecho Rokuro había sido esperar. Solo un minuto, un mísero minuto, para que la troupe saliese de allí en silencio y calma. Pero no. Estaba bien claro que a Rokuro no le desagradaba para nada su trabajo, y que, como muchos trabajadores, quería terminar todo aquello cuanto antes.

Segundos antes del ataque los compañeros de trabajo se habían dirigido a él como grupo, y con un tono serio, firme, pero respetuoso, comenzaron a pedirle perdón por abordarle de manera tan brusca anteriormente, excusándose, con bastante simpleza, que no querían hacerle daño, que entendían que prefería estar solo, pero que no iban a permitir que aquello siguiera así. No, porque ellos habían estado en la misma situación, justo después de ser liberados.

Liberados.

Aquello resonó, y la historia, las razones y las cosas que había visto y no había del todo comprendido, empezaron a tomar forma en la vívida imaginación del mudo. Dentro de los trabajadores de menor rango, que no menor importancia, de aquel hospital, había un segmento excesivamente respetuoso, amable incluso, un reducto de población que se esforzaba por realizar su trabajo tanto o incluso más que él, pero que se relaccionaba mucho más. En aquel momento le fue evidente que estos eran ex-esclavos, traídos allí para darles una nueva oportunidad en sus vidas. Y quizá, aquello, era la razón por la que el hombre que había dado su vida por y para otros, cuyas historias y reflexiones de apenas cinco minutos eran tan crudas y sinceras como injusto era el mundo, estaba allí ingresado.

Una asociación inexplicable entre un revolucionario y un marine, todo para convertir a esclavos en hombres libres. Una relacción no solo prohibida, sino ilegal, siempre y cuando se siguiese pensando en ellos bajo estos términos. Bajo la cruda denominación del Gobierno Mundial. Una tipificación que ignoraba, y debía ignorar, que tras estos vagos títulos había personas. Personas que Jojo había conocido lo suficiente, lo mínimo, para saber que eran personas.

Y en ese momento, en el momento en que le hubieron abordado obligándole a darle la espalda a la puerta que pretendía abrir, Rokuro entró. Entró y desapareció para hacer desaparecer la vida de una de esas personas con una precisión quirúrgica. La sangre salpicó desde la lesión hecha con rapidez, manchándole el rostro en aquel momento que se había detenido en el tiempo.

¿Traicionaría el bueno de Jojo los designios del Gobierno Mundial?

Al atravesar la ventana y empalar al hombre, sus otros compañeros no pudieron evitar sorprenderse. Por la expresión de sus caras, Rokuro dedujo que se preguntaban qué acababa de ocurrir. ¿Cómo había entrado? ¿Que hacia allí? ¿Por qué ha matado a mi amigo? «He venido a hacer mi trabajo —pensó no sin cierta pena—. Ni más ni menos».

Jojo actuó rápido también. Seguramente su compañero fuera una de las pocas personas a las que menos le gustaba hacer su trabajo que a él mismo, pero apenas si vaciló. Agarró al hombre más cercano por la espalda, torciéndole un brazo y tapando su boca con la mano libre. Todo iba a pedir de boca. Salvo por el hecho de que aún quedaba un hombre.

Rokuro, en circunstancias normales, no habría entrado en la habitación habiendo tanta gente, pero en esta ocasión no tuvo elección. Jojo estaba en problema, rodeado de hombres que posiblemente hubieran descubierto su tapadera, y no podía permitir que eso ocurriera. Entrar en un lugar y asesinar a sangre fría a sus ocupantes no siempre era necesario en su trabajo, pero debía proteger a su compañero. Tenía que hacerlo.

—¿Qué diantres...? —alcanzó a decir el tercer hombre antes de ser alcanzado por un afilado kunai. El acero puntiagudo atravesó la cuenca ocular, produciéndole una muerte instantánea.

«Vaya pena de últimas palabras» pensó Rokuro cuando se puso en pie, observando el cadáver de los dos hombres. Jojo seguía sujetando al último sujeto mientras el paciente seguía postrado en la cama. El ninja se permitió sonreír. Habían superado la fase crítica de la misión y, aunque ahora sólo quedaba el trabajo sucio, casi podía sentir el éxito en su boca. Pero más importante que eso, sentía un gran alivio al saber que Jojo se encontraba a salvo.

—Agente Hush, mantén sujeto a ese hombre —ordenó usando su nombre en clave para evitar desvelar su identidad—. Lo interrogaremos.

El peliblanco no era fanático de los interrogatorios, pero sabía lo suficiente para hacer hablar a más de un hombre. Era un trabajo asqueroso, en más de un sentido, pero era parte de su deber. No tardaron mucho. El joven era un ex-esclavo, al igual que el resto de conserjes, y estaba al tanto de ciertas operaciones de liberación de esclavos que debilitaba el poder del Gobierno Mundial, dirigidas por el anciano de la camilla. No sin maldecir una vez más su horrible trabajo, agarró un pedazo de hilo y estranguló con él al ex-esclavo para deshacerse del testigo.

Rokuro miró a Jojo, al hombre sobre la cama, y otra vez a Jojo.

—¿Quiere hacerlo tú o mejor me encargo yo? —preguntó al cornudo, quién había estado extrañamente inexpresivo a pesar de su mudez, tendiéndole un cuchillo kunai—. Tenemos que darnos prisa, aún nos queda limpiar todo este desastre.

No. Aquello, al menos en esa ocasión, hubiera significado traicionar también a su amigo. Moviéndose como un rayo, sin embargo, se limitó a aplicar fuerza no letal. Una cortesía que su compañero, por desgracia, no parecía compartir en absoluto. No. Allí permaneció Jojo, desviando la mirada del interrogatorio, intentando hacer oídos sordos y ojos ciegos poniendo toda su atención en el pesado sueño del anciano que por nada parecía inmutarse.

Eso que se ahorraban. Pero entretanto, entre que pretendía ignorar los métodos crueles y las sinceras confesiones, Jojo pensó qué demonios conllevaría todo aquello. Además, claro está, del terrible peso para su alma. Como poco, Jojo, el siempre alegre, el mimo sonriente, estaba sombrío.

`[¿Estás a favor de los esclavos?] Le preguntó en escrito, mientras evitaba los charcos de sangre que se habían ido formando entre las baldosas blancas del suelo. Caminó mostrandole la pregunta, hasta llegar a los pies de la cama del objetivo. No podía culparle de lo que había hecho, y en cierta manera le denostaba cierta admiración del todo merecida.

¿Quién era un ser humano para condenar a otro a ser esclavo? No eran pocas veces las que se lo había preguntado, y siempre llegaba a la conclusión de que antes de hacerlo, y a veces incluso a pesar de aún así, esa persona debía perder todo lo que la convertía en... bueno, en un ser humano. Pero luego la línea de los actos atroces se volvía gris y difusa, en muchos ámbitos, y la boca se le agriaba pensando que realmente, en muchas ocasiones, el ser humano era tan solo un animal que podía ser vendido, comprado y usado. Aunque quizá si hubieran sido simples animales aquello le hubiera suscitado mayores preocupaciones al ninja, amante de plumíferos y peludos.

Sabía que iba a decir su compañero, lo conocía bien, y estaba más que claro que evitaría la pregunta. Él tan solo venía a hacer su trabajo, el que fuese, sin contemplar ni preocuparse por los entresijos morales que este conllevaba. Era un buen agente.

Limpió la pizarra, algo que sin duda era mucho más fácil que todo el trabajo que les quedaría por hacer y que, más que probablemente, no podrían realizar a tiempo de manera normal.

[Deberías intentar sacarle información. Pero eso nos deja en riesgo. No parece que sea alguien que se achique frente a-]

No podía decirlo directamente. No. De hecho una parte de él gritaba en contra de todo aquello. Una parte verdaderamente humana. Continuó por detrás.
[¿Alguna forma de llevárnoslo?]

Probablemente no. Como tampoco había forma simple ni clara para limpiar todo aquel desaguisado.

Con ver la expresión de su compañero supo al instante que no estaba preparado para acabar con la misión. No podía culparle. Tras el interrogatorio del conserje, él mismo se sentía asqueado. ¿Pero qué más opciones tenía? Ya se tratase de los ninjas de Yokubogashima o el Gobierno Mundial, todos demostraban siempre ser taimados y traicioneros, dejando a un lado el bien común y los derechos humanos por las ansias de dinero y poder. Rokuro lo sabía bien, al igual que sabía que cualquiera que intentase ir en contra de ellos tendría problemas.

Rokuro suspiró. Sabía que debía terminar el trabajo, y lo antes posible. El tiempo se les echaba encima; aún no habían acabado.

—Supongo que podemos llevarle con nosotros, sí —susurró tras meditar la muda propuesta de su amigo—. Pero antes, debemos limpiar.

No tardaron mucho en organizarse. Mientras Jojo, todavía bajo su tapadera como conserje, fue a buscar múltiples productos de limpieza junto a paños y fregonas, Rokuro empezó a realizar tres grandes y alargados dibujos en el suelo usando una vez más sus poderes frutales. Al acabar, le dio vida a los seres de tinta, quiénes emergieron del suelo. En un instante habían aparecido tres gigantescas serpientes, todas cubiertas de llamativos colores que les confería el aspecto de caricaturas.

A través de las órdenes de Rokuro, las tres serpientes se arrastraron por el suelo hasta cada uno de los tres cadáveres y, dislocando sus mandíbulas, comenzaron a engullir los cuerpos. No fue rápido, ni tampoco agradable, pero consiguieron su objetivo. Una vez se tragaron a los tres cadáveres, Rokuro extrajo un pergamino de entre sus ropas. Lo desenrolló y lo colocó sobre el suelo. Las serpientes volvieron a serpentear hasta llegar al papel, dónde se introdujeron. El papel las absorbió al igual que una esponja absorbe el agua, y en cuestión de segundos las serpientes volvían a ser dibujos y los cadáveres habían desaparecido.

Jojo llegó en el momento perfecto; Rokuro había terminado de deshacerse de los cuerpos y solo quedaba limpiar la sangre. Al parecer, el paciente encamillado era un hombre de sueño profundo. No se despertó en ningún momento. Rokuro y Jojo intentaron hacer el mínimo de ruido, pero aquel sueño resultaba sorprendente. El peliblanco no supo decir cuánto tiempo pasó, pero finalmente lograron dejar la habitación impoluta.

Al acabar, Rokuro hizo señas a Takarashi desde la ventana. El ave, que había permanecido alerta sobrevolando el hospital, descendió hasta posarse en el marco de la ventana. Al final, después de atar y amordazar al hombre, Rokuro ayudó a Jojo a cargarlo sobre la espalda del águila. El plan era que el cornudo escapase de allí; de quedarse podría resultar sospechoso. El cuerpo de conserjes del edificio había desaparecido, y aquello llamaría la atención. Rokuro, en cambio, tenía pensado permanecer un día más allí. Debía terminar con su cuartada para no resultar sospechoso. Era un plan perfecto.

—En cuanto llegues a una zona segura contáctame por Den Den Mushi —dijo aún sabiendo que su compañero no podía hablar—. Si recibo una llamada pero no escucho ninguna voz sabré que todo ha ido bien. Nos veremos pronto, compañero —Intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora. Le habría gustado compartir más tiempo con Jojo, pero el trabajo apremiaba—. Buena suerte.