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Julianna M. Shelley
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Vio a Blaze coger el cadáver de uno de los antiguos decanos y quiso negarse, pero no pudo. No porque le pareciera mal utilizarlo, él ya no iba a necesitarla, si no porque no quería hacer una operación así en un sitio que no fuera estéril. Pero si llegaba a necesitarlo, se alegraría de tenerlo, así que al final asintió y se puso en camino.
Cuando el legionario enfiló hacia el piso franco, no puso pegas. No tenían forma de saber si había llegado el rescate, pensó de repente. El piso franco era sin dudas la mejor opción. Nada más llegar a él, colocó al centurión bocabajo en el sofá e hizo tres cosas. La primera fue respirar hondo. La segunda, comprobar el pulso y la venda improvisada de Limoncello. Era la última vez que iba a mirarle en no poco tiempo.
-Cógele la chaqueta o la camisa y hazle una venda más apretada. – Miró al criminal con dureza.- No voy a darte el gusto de desangrarte poco a poco. Sobrevivirás.- Sentenció.
Por último, se apretó la coleta. No podía perder ni un segundo más. Agarró la alfombra del salón, se la llevó al baño y abrió el grifo de la bañera dejando que se empapara. Mientras, cargó al centurión Curie con todo el cuidado que pudo y lo dejó bocabajo en el baño, sobre la alfombra mojada y extendida. El hombre emitió un quejido de dolor, pero no despertó. No lo sabía, pero eso era bueno. Si tenía fuerzas para quejarse, las tenía para seguir respirando.
Lo que peor estaban eran los pies y las piernas. Eran los que más tiempo habían pasado bajo el ácido y el músculo estaba casi al descubierto. Julianna agarró una toalla y tras mojarla, empezó a empaparle con suavidad. Al contacto con el agua, los restos de ácido que quedaban se unieron y formaron una pequeña película transparente. Ella la agarró con la toalla y la apartó. Repitió el proceso rápida y meticulosamente por todas las zonas que habían sido afectadas. Siguió aplicando toda el agua que pudo, consciente de que era crítico. Sin embargo, llegó un punto en el que no pudo hacer más. El ácido había sido retirado y había logrado bajar la temperatura de la zona. El hombre estaba débil y necesitaría varios trasplantes de piel, pero si intentaba llevarlo a cabo allí corría el riesgo de que una infección se llevara su vida por delante, sin importar lo pequeña que fuera. Se negaba. Envolvió sus piernas en más toallas empapadas y, dejando la puerta abierta para controlarle, salió a reunirse con Blaze.
No estaba solo. Ignoraba lo que había ocurrido mientras estaba con el legionario, pero Maxwell y el resto de heridos de la playa estaban allí. El superior de Blaze solo le hizo una pregunta.
-¿Vivirá?
Julianna meditó un segundo, antes de darse la vuelta, hacerle un gesto para que le siguiera y volver al baño. Con cuidado, levantó la cabeza del centurión y tras coger aire, le dio la bofetada más fuerte que pudo. Un segundo después, el hombre parpadeó y trató de llevarse la mano a la cara. El quejido se oyó claramente en el silencio. Julianna sonrió y le indicó que lo dejara estar.
-Lo siento. Imaginé que preferiría decírselo el mismo.
No estuvo despierto mucho más, pero fue suficiente como para tranquilizarlos a todos. Pasaron horas. Más de las que le habría gustado a Julianna, menos de las ocho que habían indicado inicialmente. Y, de repente, llamaron a la puerta. Por un momento su corazón se saltó un latido, hasta que oyeron la voz de un legionario identificándose y solicitando pasar. Traían una camilla consigo.
Julianna buscó los ojos de Blaze con la mirada. De alguna manera, lo habían conseguido. Habían vencido.
Cuando el legionario enfiló hacia el piso franco, no puso pegas. No tenían forma de saber si había llegado el rescate, pensó de repente. El piso franco era sin dudas la mejor opción. Nada más llegar a él, colocó al centurión bocabajo en el sofá e hizo tres cosas. La primera fue respirar hondo. La segunda, comprobar el pulso y la venda improvisada de Limoncello. Era la última vez que iba a mirarle en no poco tiempo.
-Cógele la chaqueta o la camisa y hazle una venda más apretada. – Miró al criminal con dureza.- No voy a darte el gusto de desangrarte poco a poco. Sobrevivirás.- Sentenció.
Por último, se apretó la coleta. No podía perder ni un segundo más. Agarró la alfombra del salón, se la llevó al baño y abrió el grifo de la bañera dejando que se empapara. Mientras, cargó al centurión Curie con todo el cuidado que pudo y lo dejó bocabajo en el baño, sobre la alfombra mojada y extendida. El hombre emitió un quejido de dolor, pero no despertó. No lo sabía, pero eso era bueno. Si tenía fuerzas para quejarse, las tenía para seguir respirando.
Lo que peor estaban eran los pies y las piernas. Eran los que más tiempo habían pasado bajo el ácido y el músculo estaba casi al descubierto. Julianna agarró una toalla y tras mojarla, empezó a empaparle con suavidad. Al contacto con el agua, los restos de ácido que quedaban se unieron y formaron una pequeña película transparente. Ella la agarró con la toalla y la apartó. Repitió el proceso rápida y meticulosamente por todas las zonas que habían sido afectadas. Siguió aplicando toda el agua que pudo, consciente de que era crítico. Sin embargo, llegó un punto en el que no pudo hacer más. El ácido había sido retirado y había logrado bajar la temperatura de la zona. El hombre estaba débil y necesitaría varios trasplantes de piel, pero si intentaba llevarlo a cabo allí corría el riesgo de que una infección se llevara su vida por delante, sin importar lo pequeña que fuera. Se negaba. Envolvió sus piernas en más toallas empapadas y, dejando la puerta abierta para controlarle, salió a reunirse con Blaze.
No estaba solo. Ignoraba lo que había ocurrido mientras estaba con el legionario, pero Maxwell y el resto de heridos de la playa estaban allí. El superior de Blaze solo le hizo una pregunta.
-¿Vivirá?
Julianna meditó un segundo, antes de darse la vuelta, hacerle un gesto para que le siguiera y volver al baño. Con cuidado, levantó la cabeza del centurión y tras coger aire, le dio la bofetada más fuerte que pudo. Un segundo después, el hombre parpadeó y trató de llevarse la mano a la cara. El quejido se oyó claramente en el silencio. Julianna sonrió y le indicó que lo dejara estar.
-Lo siento. Imaginé que preferiría decírselo el mismo.
No estuvo despierto mucho más, pero fue suficiente como para tranquilizarlos a todos. Pasaron horas. Más de las que le habría gustado a Julianna, menos de las ocho que habían indicado inicialmente. Y, de repente, llamaron a la puerta. Por un momento su corazón se saltó un latido, hasta que oyeron la voz de un legionario identificándose y solicitando pasar. Traían una camilla consigo.
Julianna buscó los ojos de Blaze con la mirada. De alguna manera, lo habían conseguido. Habían vencido.
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