El log pose del timón apuntaba hacia el oeste. También se inclinaba de forma irreal hacia arriba, lo que indicaba que Merveille no andaba lejos. Tampoco necesitabas aquella confirmación, ya que podías ver un total de siete enormes rocas flotantes a apenas un par de millas de distancia. Algunas poseían extraños aros de agua alrededor, otras tenían un tamaño desmesurado y una octava yacía sobre el mar. Tú tenías la teoría de que también flotaba, pues a juzgar por las demás tenías serias dudas acerca de cómo podría sustentarse sobre el mar aquel islote, que debería como mucho llegar a los cien metros de profundidad en una zona de mar bastante más honda. Aun así, te sentías enormemente frustrada de no haber encontrado la manera de subir hasta ahí. ¿Cómo lo hacían los demás?
- Marcus -llamaste.
- Alice -saludó, inclinando la cabeza, manos entrelazadas tras la cadera-. ¿Qué necesitas?
- ¿Cómo se sube?
Zion alzó la mirada con una sonrisa traviesa. No te gustaba esa expresión, era muy similar a la que podías ver en casi todas las personas antes de que dijeran una estupidez. Sin embargo decidiste dar un voto de confianza al pirata. Él no era dado a la cháchara irrelevante ni a hacerse el sabelotodo, por lo que decidiste darle un voto de confianza. Pero cuando te explicó la manera en que él subía habitualmente casi se te desencajó la mandíbula. Aquello no tenía sentido.
- No podemos hacer eso -concluiste, tajante.
- Se lleva haciendo cincuenta años, desde que Ivan Markov...
- No tenemos una vaca a bordo, Marcus. Y aun si fuera así, ¿cómo esperas que un rey marino salte casi medio kilómetro con un barco a la espalda? Eso, asumiendo que funcione, porque...
Él se encogió de hombros.
- Así es como lo hace todo el mundo. Los reyes marinos de esta zona parecen bastante capaces en ese aspecto. Pero si se te ocurre alguna otra...
Suspiraste, anonadada. No solo porque en efecto hubieras podido comprobar empíricamente que un rey marino podía haceros subir hasta una de las islas -por suerte, de las que tenían agua- cargando, sino porque seguir la estúpida teoría de Marcus según la que "la proteína de calidad es proteína de calidad" había hecho que una de esas bestias cayese en el truco poniendo una única y solitaria salchicha de tofu en un anzuelo. Pero por lo menos estabais arriba.
- Esto no ha tenido sentido -farfullaste, espatarrada sobre la cubierta.
- Esto es Grand Line, pequeña. -Te tendió la mano para ayudar a que te levantaras-. No tiene que tener sentido; solo sucede.
- Marcus -llamaste.
- Alice -saludó, inclinando la cabeza, manos entrelazadas tras la cadera-. ¿Qué necesitas?
- ¿Cómo se sube?
Zion alzó la mirada con una sonrisa traviesa. No te gustaba esa expresión, era muy similar a la que podías ver en casi todas las personas antes de que dijeran una estupidez. Sin embargo decidiste dar un voto de confianza al pirata. Él no era dado a la cháchara irrelevante ni a hacerse el sabelotodo, por lo que decidiste darle un voto de confianza. Pero cuando te explicó la manera en que él subía habitualmente casi se te desencajó la mandíbula. Aquello no tenía sentido.
- No podemos hacer eso -concluiste, tajante.
- Se lleva haciendo cincuenta años, desde que Ivan Markov...
- No tenemos una vaca a bordo, Marcus. Y aun si fuera así, ¿cómo esperas que un rey marino salte casi medio kilómetro con un barco a la espalda? Eso, asumiendo que funcione, porque...
Él se encogió de hombros.
- Así es como lo hace todo el mundo. Los reyes marinos de esta zona parecen bastante capaces en ese aspecto. Pero si se te ocurre alguna otra...
Suspiraste, anonadada. No solo porque en efecto hubieras podido comprobar empíricamente que un rey marino podía haceros subir hasta una de las islas -por suerte, de las que tenían agua- cargando, sino porque seguir la estúpida teoría de Marcus según la que "la proteína de calidad es proteína de calidad" había hecho que una de esas bestias cayese en el truco poniendo una única y solitaria salchicha de tofu en un anzuelo. Pero por lo menos estabais arriba.
- Esto no ha tenido sentido -farfullaste, espatarrada sobre la cubierta.
- Esto es Grand Line, pequeña. -Te tendió la mano para ayudar a que te levantaras-. No tiene que tener sentido; solo sucede.
Michaela Albás
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Energía
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Akuma no mi
Varios
Había oído hablar de islas flotantes. Al fin y al cabo, se dirigía a una de ellas. No por voluntad propia, claro. Simplemente estaba en la ruta. Pero la imagen mental que se había hecho mientras leía las descripciones no alcanzaba ni de lejos la impresión que daban los pedruscos en el aire.
Los vieron a lo lejos. Los rumores eran ciertos, se estaba cayendo, poco a poco. Michaela frunció el ceño desde la cubierta. El log pose del barco apuntaba inconfundiblemente hacia arriba. Probablemente no fuera a recalibrarse a menos que subieran. La idea de poder precipitarse en cualquier momento no le agradaba, pero tampoco veía otra salida. Por lo menos algunas de las rocas tenían agua a su alrededor, de alguna manera, lo que solucionaba la pregunta de dónde demonios iban a dejar el barco.
Ahora le quedaba saber cómo iba a subir, aunque llevar el barco hasta arriba no era su trabajo. Charles, el navegante que llevaba con ella la mitad del camino, le había asegurado que no habría ningún problema. Pero también llevaba media hora susurrándole cosas al agua con una caña de pescar un tanto extraña tendida por la borda. Era larga, de acero y tenía un aplique especial para sujetarse al barco. Aguardó un par de minutos más antes de decidir que no quería saber nada.
-Avisadme cuando hayamos llegado.
Se metió en su camarote y dejó que sus serpientes se arremolinaran a su alrededor. Tenía la sensación de que ellas también estaban incómodas con la situación, pero no les culpaba. No les gustaba el mar; a Michaela tampoco.
Gastó su tiempo de encierro forzoso escribiendo una carta con instrucciones para sus mercaderes en los Blues. Por suerte, hacía poco había recibido noticias prometedoras. Los pingüinos habían llegado sanos y salvos y gracias a los cuidados de su gente habían empezado a aparearse. Pronto podrían vender las primeras crías, dejando algunas para fomentar la reproducción.
Escribir la misiva era un trabajo sencillo, pero que dadas las circunstancias requería de toda su concentración. No tanto para escribir, si no para no mirar por la ventana a pesar de los continuos meneos del barco. Se obligó a no apartar los ojos del papel y a ignorar las señales de preocupación de sus mascotas. No podía hacer nada por controlar el barco. Lo que tuviera que pasar, pasaría.
Al final, tras lo que le parecieron horas, llamaron a la puerta. Crawford le informó de que habían llegado sanos y salvos, pero él también parecía un poco pálido. Michaela asintió y colocó a Berry y Aurum en sus hombros, ocultas por su gran abrigo oscuro. Le indicó a Veritas que le siguiera; hacía poco que había llegado a la edad adulta y le vendría bien estirarse. No le gustaba estar encerrada en el pequeño camarote.
Cuando bajaron al puerto le pareció… normal. Duró poco, claro, porque no muy lejos podía verse el borde de la isla. Cogió aire. No iba a mirar. En lugar de eso, escogió la primera calle que vio y echó a andar.
Con suerte, en cuanto estuviera rodeada de edificios se le pasarían las náuseas.
Los vieron a lo lejos. Los rumores eran ciertos, se estaba cayendo, poco a poco. Michaela frunció el ceño desde la cubierta. El log pose del barco apuntaba inconfundiblemente hacia arriba. Probablemente no fuera a recalibrarse a menos que subieran. La idea de poder precipitarse en cualquier momento no le agradaba, pero tampoco veía otra salida. Por lo menos algunas de las rocas tenían agua a su alrededor, de alguna manera, lo que solucionaba la pregunta de dónde demonios iban a dejar el barco.
Ahora le quedaba saber cómo iba a subir, aunque llevar el barco hasta arriba no era su trabajo. Charles, el navegante que llevaba con ella la mitad del camino, le había asegurado que no habría ningún problema. Pero también llevaba media hora susurrándole cosas al agua con una caña de pescar un tanto extraña tendida por la borda. Era larga, de acero y tenía un aplique especial para sujetarse al barco. Aguardó un par de minutos más antes de decidir que no quería saber nada.
-Avisadme cuando hayamos llegado.
Se metió en su camarote y dejó que sus serpientes se arremolinaran a su alrededor. Tenía la sensación de que ellas también estaban incómodas con la situación, pero no les culpaba. No les gustaba el mar; a Michaela tampoco.
Gastó su tiempo de encierro forzoso escribiendo una carta con instrucciones para sus mercaderes en los Blues. Por suerte, hacía poco había recibido noticias prometedoras. Los pingüinos habían llegado sanos y salvos y gracias a los cuidados de su gente habían empezado a aparearse. Pronto podrían vender las primeras crías, dejando algunas para fomentar la reproducción.
Escribir la misiva era un trabajo sencillo, pero que dadas las circunstancias requería de toda su concentración. No tanto para escribir, si no para no mirar por la ventana a pesar de los continuos meneos del barco. Se obligó a no apartar los ojos del papel y a ignorar las señales de preocupación de sus mascotas. No podía hacer nada por controlar el barco. Lo que tuviera que pasar, pasaría.
Al final, tras lo que le parecieron horas, llamaron a la puerta. Crawford le informó de que habían llegado sanos y salvos, pero él también parecía un poco pálido. Michaela asintió y colocó a Berry y Aurum en sus hombros, ocultas por su gran abrigo oscuro. Le indicó a Veritas que le siguiera; hacía poco que había llegado a la edad adulta y le vendría bien estirarse. No le gustaba estar encerrada en el pequeño camarote.
Cuando bajaron al puerto le pareció… normal. Duró poco, claro, porque no muy lejos podía verse el borde de la isla. Cogió aire. No iba a mirar. En lugar de eso, escogió la primera calle que vio y echó a andar.
Con suerte, en cuanto estuviera rodeada de edificios se le pasarían las náuseas.
Aceptaste su mano, pero te levantaste con un gesto de reproche. De alguna forma tenían que haber subido los marineros hacía cien años, o trescientos. Merveille llevaba en el aire desde la primera Gran Era pirata, cuando un hombre la había levantado a través de su fruta del diablo. Sin embargo, era un misterio si siempre había estado formando parte de la ruta o si su gran masa le había dado un magnetismo propio, capaz de obligar a los log poses a doblegarse.
- Espero que no tengamos que hacer eso de nuevo -protestaste.
- Solo si intentas volver a subir.
Callaste, hinchando los mofletes. Sabías que podrías haber subido fácilmente lanzando esferas de oscuridad y enganchando los rieles que Illje te había construido. Sin embargo, Hayato y Sasaki no tenían esa suerte. En parte te daba igual, pero no querías dejar solo a Hayato cerca de tus relojes. "¡Mis relojes!", pensaste entonces, dándote cuenta. Entraste corriendo a la salita donde los guardabas, alarmada, comprobando que de alguna forma todo estaba más o menos en su sitio. Los relojes de pared, quizá, se habían inclinado un poco, y algunos de bolsillo se habían caído en sus vitrinas, amontonados. Te tomaste un poco de tiempo en ordenarlos de nuevo y saliste a cubierta, comprobando que eras de hecho la última en bajar, descontando a Marcus.
- ¿Tú no vas a salir corriendo? -preguntaste.
- Alguien debería quedarse en el barco, y aún no hemos podido resolver mi problema. Será más fácil si por ahora no os relacionan conmigo.
Asentiste. Otro barco estaba llegando cuando te acercabas al tablón, y de él salió alguien. Parpadeaste varias veces, sin terminar de entender del todo lo que veían tus ojos, hasta que la curiosidad te pudo y finalmente diste unos toquecitos en el hombro a Marcus.
- Marcus, Marcus -lo apuraste-. Mira eso.
- Muy guapa -contestó él.
- ¿Es un negro? -preguntaste tú, curiosa.
- Una negra, más bien. ¿Te molesta?
Negaste con la cabeza.
- En absoluto, pero nunca había visto una piel tan morena. En los dibujos son más... Bueno, los textos antropológicos que puedes leer en English Garden son conservadores, cuanto menos.
- Racistas.
- Eso.
Marcus iba a decir algo, pero antes de que emitiese algún sonido tú ya revoloteabas cogiendo un maletín de pinturas -acuarelas, mayormente- y un pequeño lienzo. Llevabas mucho sin pintar, pero algo tan exótico en un paraje tan único no podías dejarlo pasar. La mujer negra no era solo extraña, sino que además era bella. Su porte regio y su color café brillaban tenuemente bajo el Sol envuelto en un vestido hermoso. Saliste corriendo hacia ella, con una sonrisa en los labios e ignorando el dolor en tus tobillos.
- ¡Disculpe! -Casi gritaste, pero lograste solo ser efusiva-. Eres increíble. ¿Podría...? -De pronto te diste cuenta de que igual la molestabas. Desviaste la mirada, un tanto avergonzada, y bajaste los bártulos lentamente-. Perdón, eso no ha sido educado. Lamento mi comportamiento.
- Espero que no tengamos que hacer eso de nuevo -protestaste.
- Solo si intentas volver a subir.
Callaste, hinchando los mofletes. Sabías que podrías haber subido fácilmente lanzando esferas de oscuridad y enganchando los rieles que Illje te había construido. Sin embargo, Hayato y Sasaki no tenían esa suerte. En parte te daba igual, pero no querías dejar solo a Hayato cerca de tus relojes. "¡Mis relojes!", pensaste entonces, dándote cuenta. Entraste corriendo a la salita donde los guardabas, alarmada, comprobando que de alguna forma todo estaba más o menos en su sitio. Los relojes de pared, quizá, se habían inclinado un poco, y algunos de bolsillo se habían caído en sus vitrinas, amontonados. Te tomaste un poco de tiempo en ordenarlos de nuevo y saliste a cubierta, comprobando que eras de hecho la última en bajar, descontando a Marcus.
- ¿Tú no vas a salir corriendo? -preguntaste.
- Alguien debería quedarse en el barco, y aún no hemos podido resolver mi problema. Será más fácil si por ahora no os relacionan conmigo.
Asentiste. Otro barco estaba llegando cuando te acercabas al tablón, y de él salió alguien. Parpadeaste varias veces, sin terminar de entender del todo lo que veían tus ojos, hasta que la curiosidad te pudo y finalmente diste unos toquecitos en el hombro a Marcus.
- Marcus, Marcus -lo apuraste-. Mira eso.
- Muy guapa -contestó él.
- ¿Es un negro? -preguntaste tú, curiosa.
- Una negra, más bien. ¿Te molesta?
Negaste con la cabeza.
- En absoluto, pero nunca había visto una piel tan morena. En los dibujos son más... Bueno, los textos antropológicos que puedes leer en English Garden son conservadores, cuanto menos.
- Racistas.
- Eso.
Marcus iba a decir algo, pero antes de que emitiese algún sonido tú ya revoloteabas cogiendo un maletín de pinturas -acuarelas, mayormente- y un pequeño lienzo. Llevabas mucho sin pintar, pero algo tan exótico en un paraje tan único no podías dejarlo pasar. La mujer negra no era solo extraña, sino que además era bella. Su porte regio y su color café brillaban tenuemente bajo el Sol envuelto en un vestido hermoso. Saliste corriendo hacia ella, con una sonrisa en los labios e ignorando el dolor en tus tobillos.
- ¡Disculpe! -Casi gritaste, pero lograste solo ser efusiva-. Eres increíble. ¿Podría...? -De pronto te diste cuenta de que igual la molestabas. Desviaste la mirada, un tanto avergonzada, y bajaste los bártulos lentamente-. Perdón, eso no ha sido educado. Lamento mi comportamiento.
Michaela Albás
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Precisión
Intelecto
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Instinto
Energía
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Akuma no mi
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Había estudiado lo justo del lugar como para poder desenvolverse por el mismo. No le hacía ni pizca de gracia estar en una isla flotante, pero por suerte dudaba tener que volver a hacerlo una vez pudieran seguir camino.
Merveille se componía de diversos… ecosistemas. Pedruscos. Mirando a su alrededor, le pareció que habían ido a parar a uno de los mejores. Una aldea se erigía en el medio de un montón de campos de flores, que llegaban hasta los bordes del islote. Michaela habría preferido algo con montañas, que evitara la sensación de ir a caerse en cualquier momento, pero teniendo en cuenta que un glaciar era una de las opciones no le parecía haber salido perdiendo tanto. Localizó un cartel de madera colgado en una de las primeras casas, anunciando una posada y decidió dirigirse hacia allí para tomarse un té y relajarse entre las cuatro paredes del lugar. Sin embargo, antes de que pudiera dar dos pasos en esa dirección, un revoltijo rubio apareció a su lado lleno de energía.
Michaela parpadeó confusa, mirando con curiosidad a la jovencita rubia que se le había acercado. Tardó unos segundos en procesar el ''Eres increíble'' por lo inesperado de la situación, pero en cuanto lo hizo, sonrió. Sí, por supuesto. La examinó mientras se disculpaba. ¿Quién era? Impulsiva, pero debían de haberle instruido buenos modales en algún momento. Le hizo un gesto amable.
-Acompáñame.
Siguió su camino hasta la posada, acariciando con una mano la cabeza de Veritas para que se mantuviera a su lado en lugar de ir a curiosear a la recién llegada. No había motivo para ponerla aún más nerviosa. Había visto que llevaba útiles de dibujo; quizá fuera solo una artista itinerante, tal vez la hija de un noble o un mercader en una fase rebelde. Explicaría sus modales y su atrevimiento.
Entró en el lugar e inmediatamente se sintió mejor. Allí dentro, no se intuían los confines del islote. Suspiró y se acercó a la barra.
-Un té negro para mí, por favor. Y lo que pida mi acompañante. Gracias.
Dejó que la joven pidiera y se fue hasta la butaca que había en una esquina para sentarse. Veritas reptó hasta apoyar la cabeza en su regazo y Michaela le hizo un gesto a la desconocida para que tomara una de las otras butacas. Eran pequeñas y sencillas, nada muy lujoso, pero también eran cómodas. Bastaría.
-Dime.- Preguntó, mirándola con curiosidad.- ¿Quién eres y qué buscas?
Merveille se componía de diversos… ecosistemas. Pedruscos. Mirando a su alrededor, le pareció que habían ido a parar a uno de los mejores. Una aldea se erigía en el medio de un montón de campos de flores, que llegaban hasta los bordes del islote. Michaela habría preferido algo con montañas, que evitara la sensación de ir a caerse en cualquier momento, pero teniendo en cuenta que un glaciar era una de las opciones no le parecía haber salido perdiendo tanto. Localizó un cartel de madera colgado en una de las primeras casas, anunciando una posada y decidió dirigirse hacia allí para tomarse un té y relajarse entre las cuatro paredes del lugar. Sin embargo, antes de que pudiera dar dos pasos en esa dirección, un revoltijo rubio apareció a su lado lleno de energía.
Michaela parpadeó confusa, mirando con curiosidad a la jovencita rubia que se le había acercado. Tardó unos segundos en procesar el ''Eres increíble'' por lo inesperado de la situación, pero en cuanto lo hizo, sonrió. Sí, por supuesto. La examinó mientras se disculpaba. ¿Quién era? Impulsiva, pero debían de haberle instruido buenos modales en algún momento. Le hizo un gesto amable.
-Acompáñame.
Siguió su camino hasta la posada, acariciando con una mano la cabeza de Veritas para que se mantuviera a su lado en lugar de ir a curiosear a la recién llegada. No había motivo para ponerla aún más nerviosa. Había visto que llevaba útiles de dibujo; quizá fuera solo una artista itinerante, tal vez la hija de un noble o un mercader en una fase rebelde. Explicaría sus modales y su atrevimiento.
Entró en el lugar e inmediatamente se sintió mejor. Allí dentro, no se intuían los confines del islote. Suspiró y se acercó a la barra.
-Un té negro para mí, por favor. Y lo que pida mi acompañante. Gracias.
Dejó que la joven pidiera y se fue hasta la butaca que había en una esquina para sentarse. Veritas reptó hasta apoyar la cabeza en su regazo y Michaela le hizo un gesto a la desconocida para que tomara una de las otras butacas. Eran pequeñas y sencillas, nada muy lujoso, pero también eran cómodas. Bastaría.
-Dime.- Preguntó, mirándola con curiosidad.- ¿Quién eres y qué buscas?
No pareció ofenderse por tu intromisión. De hecho, sonrió ante ella. Igual que a ti cuando te hacían un halago, por inesperado que fuese. Devolvió tu disculpa con un gesto suave, guiando tu mirada hacia la dirección que tomó de inmediato. Era de pasos firmes, decididos. Se movía casi en un contoneo sutil, casi con la delicadeza de alguien que no olvidaba los modales, aunque con cierta rudeza; la que la edad confería a modo de decisión, asumiste.
- Para mí un earl grey con una parte de leche y tres gotas de whisky, por favor -solicitaste detrás de la exótica mujer que, a pesar de todo, parecía moverse como si aquel lugar le perteneciese y los demás fueran apenas sus invitados.
La seguiste hasta donde se sentó, esperando por instinto a que te invitara a acompañarla. Su actitud era regia, hasta cierto punto, y sentías el impulso de obedecerla en cierto modo. Había en sus gestos cierta autoridad que no sabías de dónde llegaba, pero te alcanzaba a pesar de todo. Era una sensación confusa; nunca, hasta donde recordabas, habías visto a nadie con la actitud de Amedea. Bien era cierto que los gestos sutiles de la reina estaban muy por encima de la mundana elegancia de la mujer café, pero en cierto modo era hipnótico. Asentiste, desorientada, y te sentaste dejando los bártulos justo al pie de tu butaca, esperando.
En realidad no sabías lo que esperabas, y cuando llegó diste un respingo. Su pregunta fue directa y más curiosa que severa, pero aun así no pudiste evitar sentir una losa sobre tu cabeza que te impulsó a desviar la mirada, nerviosa. Para cuando pudiste sostenerla soltaste una risita tratando de quitarle importancia, aunque mostrabas mucho los dientes y se notaba la tensión en tus labios. Tu timidez atacando en el peor momento, como era de esperar.
- Soy Alice Wanderlust, y me gusta pintar. -Te encogiste de hombros, como si estuvieses a punto de confesar un crimen atroz-. Es la primera vez que veo alguien tan... Exótico -te pellizcaste la piel por acto reflejo- y no he podido evitar cogerlo todo y salir corriendo detrás de usted. Sé que no es un comportamiento apropiado, ¡pero es tan llamativa! Como el ónice entre la arena.
¿Bien resuelto? No sabías hasta qué punto tomaría tu curiosidad por su exotismo como un insulto, tampoco si le haría gracia tu comparación. El basalto estaba lejos de ser una piedra preciosa, y si por casualidad pensaba en las toscas paredes de barrancos y no en los finos cantos rodados que descansaban en las playas quizá diera lugar a un momento un tanto incómodo. Quizá por eso tragaste saliva y juntaste valor. No había nada que perder, al fin y al cabo.
- ¿Podría hacerle un retrato a acuarela? -peguntaste, inquieta-. Dos, en realidad. Y le regalaría el que más le guste.
Cerraste las manos, ocultando los pulgares, esperando. Sonreíste, esa vez con más acierto, mientras esperabas. Aunque toda tu cara decía con fuerza "porfi, porfi, porfi".
- Para mí un earl grey con una parte de leche y tres gotas de whisky, por favor -solicitaste detrás de la exótica mujer que, a pesar de todo, parecía moverse como si aquel lugar le perteneciese y los demás fueran apenas sus invitados.
La seguiste hasta donde se sentó, esperando por instinto a que te invitara a acompañarla. Su actitud era regia, hasta cierto punto, y sentías el impulso de obedecerla en cierto modo. Había en sus gestos cierta autoridad que no sabías de dónde llegaba, pero te alcanzaba a pesar de todo. Era una sensación confusa; nunca, hasta donde recordabas, habías visto a nadie con la actitud de Amedea. Bien era cierto que los gestos sutiles de la reina estaban muy por encima de la mundana elegancia de la mujer café, pero en cierto modo era hipnótico. Asentiste, desorientada, y te sentaste dejando los bártulos justo al pie de tu butaca, esperando.
En realidad no sabías lo que esperabas, y cuando llegó diste un respingo. Su pregunta fue directa y más curiosa que severa, pero aun así no pudiste evitar sentir una losa sobre tu cabeza que te impulsó a desviar la mirada, nerviosa. Para cuando pudiste sostenerla soltaste una risita tratando de quitarle importancia, aunque mostrabas mucho los dientes y se notaba la tensión en tus labios. Tu timidez atacando en el peor momento, como era de esperar.
- Soy Alice Wanderlust, y me gusta pintar. -Te encogiste de hombros, como si estuvieses a punto de confesar un crimen atroz-. Es la primera vez que veo alguien tan... Exótico -te pellizcaste la piel por acto reflejo- y no he podido evitar cogerlo todo y salir corriendo detrás de usted. Sé que no es un comportamiento apropiado, ¡pero es tan llamativa! Como el ónice entre la arena.
¿Bien resuelto? No sabías hasta qué punto tomaría tu curiosidad por su exotismo como un insulto, tampoco si le haría gracia tu comparación. El basalto estaba lejos de ser una piedra preciosa, y si por casualidad pensaba en las toscas paredes de barrancos y no en los finos cantos rodados que descansaban en las playas quizá diera lugar a un momento un tanto incómodo. Quizá por eso tragaste saliva y juntaste valor. No había nada que perder, al fin y al cabo.
- ¿Podría hacerle un retrato a acuarela? -peguntaste, inquieta-. Dos, en realidad. Y le regalaría el que más le guste.
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