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El Páramo [Tercera parte] Empty El Páramo [Tercera parte] {Sáb 6 Ene 2024 - 17:51}

Resumen de los diarios anteriores:


CAPÍTULO XV



Estaba sentada en el catre de hierro, su mirada fija en el suelo y sus labios secos y gastados repitiendo en silencio una y otra vez la misma canción. Su rostro afectado por el insomnio y el cansancio reflejaba la desesperanza y la amargura que le acompañaban desde que fue traicionada. Se levantó y caminó con pasos pesados hasta los barrotes. Acercó sus manos y los tocó: estaban fríos y las partes oxidadas resultaban más ásperas. Cerró los ojos y entonó con más fuerza la misma canción hasta que su mente pareció desconectarse de la realidad y fue transportada a un mundo solo de sonidos y frecuencias. Había una en particular, una aguda y distante que escondía ciertas notas traviesas en su actitud tímida. Viajó entre ondas hasta que encontró aquella frecuencia juguetona e introvertida, y entonces se enlazó.  

Los ojos de Christa destellaron con un fulgor azulino, mientras su cabello parecía envuelto en un nimbo de energía eléctrica. Sus manos brillaron con la intensidad de un relámpago y comenzó a jalar, no con su cuerpo, sino con la fuerza que le concebía música. Los barrotes de la celda chillaron como una sinfonía discordante de violines desafinados, un lamento agudo y angustioso. Sin embargo, resistieron con firmeza los desesperados intentos de Christa por doblegarlos y parecían desafiar a la prisionera con una determinación feroz. Iba a intentarlo una segunda vez, pero de pronto la vista se le nubló y comenzó a sangrar por la nariz. No podía escuchar ninguna nota, solo había un inquietante silencio. Luchó por mantenerse de pie y buscó desesperadamente aferrarse a cualquier sintonía, pero fue depredada por un vacío absoluto y cayó inconsciente.  

Estaba por cumplir una semana desde que fue capturada, completamente desconectada de lo que sucedía fuera de esas cuatro paredes. Solo era visitada por un guardia joven, un tipo delgado que imponía poco más que un adolescente egresado de colegio privado, que se encargaba de darle la comida y asegurarse de que todo anduviera bien. El estado de sus leones era desconocido, el paradero de Amara era una incógnita y tampoco tenía la certeza de que Vla hubiese sido liberado. Cada vez que exigía respuestas, el guardia se sobresaltaba y huía de la celda. La duda le carcomía por dentro, la falta de música le enloquecía y las pesadillas le impedían descansar, pero una fuerza interna le impulsaba a seguir adelante.  

Cada vez que se desmayaba producto del duro entrenamiento que estaba haciendo, despertaba en el catre con las manos y la cara limpias. Había llegado a pensar que el responsable era el guardia, pero solo aparecía dos veces al día para llevarle la comida y apenas se acercaba a la celda por miedo a que Christa fuera a hacerle algo, lo que era completamente estúpido. Quizás estaba desarrollando un estado de piloto automático que realizaba funciones básicas de cuidado personal y supervivencia.  

El tiempo en prisión pasaba lento y los minutos parecían horas; las horas, una eternidad. Allí, sola en una celda silenciosa, oscura y seca, poco podía hacer más que esperar el momento adecuado para escapar. Si no fuera por el exhaustivo entrenamiento que estaba realizando, se habría entregado a la locura y habría sido devorada por los pensamientos oscuros y autodestructivos. A veces se preguntaba si era la responsable de su decadente situación, pero ¿en qué clase de mundo vivía como para pensar que confiar en alguien exigía un castigo a cambio? La traición era dolorosa, quemaba por dentro y ennegrecía la luz de la esperanza, era un monstruo que mancillaba todo lo que estaba a su alcance.  

Tener tanto tiempo disponible no solo le permitía reflexionar sobre la traición y practicar un nuevo método de dominio electromagnético, sino que también pensaba en las acciones de la Capilla de Sett. Los altos cargos del Páramo no eran figuras que gustaban de quedarse de brazos cruzados esperando que la vida pasara frente a sus ojos. Si Christa no había sido trasladada a la capital, debía haber una buena razón para ello. Quizás estaban terminando los preparativos para el viaje, o puede que los adoradores de Sett tuviesen más problemas de los que podían manejar. ¿Cuáles eran las intenciones de Archeron, autoridad suprema de la Capilla, y por qué necesitaba a Christa en sus planes? ¿Quería muerta a Christa o acaso planeaba usarle como una herramienta para ganarse el favor del pueblo?  

Un día, mientras Christa practicaba su nueva técnica, la puerta fue abierta violentamente y el guardia, un tipo alto y robusto, empujó a un hombre magullado y ensangrentado. La prisionera se acercó a los barrotes para ver quién sería su vecino de celda. Era rubio, alto y tenía unas feas cicatrices en la cara. Se percató de la inconfundible presencia dominante pero serena de alguien que había conocido hacía poco. Varias preguntas pasaron por la cabeza de Christa, pero la más importante era qué hacía ese hombre en la prisión de Puerto Arenas.  

-Parece que nada ha salido como esperábamos, ¿eh? -comentó Vladimir desde la celda contigua, el líder de la Rebelión del Páramo.  

Christa ignoró las palabras de Vladimir y guardó silencio. No tenía el ánimo ni la energía para hablar con nadie, mucho menos quería dar información de sí misma. Christa comenzó a considerar a todos los habitantes del Páramo como enemigos potenciales. Eran los hijos de una isla corrompida y repugnante, eran unos viles hipócritas, unos sucios mentirosos que vivían solo para ellos mismos, y ninguno de ellos merecía la simpatía ni la compasión de Christa.  

-Creo que todo esto es mi culpa... Tuve que haber escuchado a mis agentes y no apresurarme, pero cuando me enteré de que estabas en manos de Soren... Lo siento, Christa, debí haber actuado mejor para que confiaras en mí.  

Confianza... Christa escupía y se cagaba en la confianza. No iba a volver a creer en nadie más que sus propias mascotas. Quizás en Amara y Ely, pero en nadie más. Había una diferencia importante entre los animales que formaban parte de la Manada de Christa y los humanos: las personas tienen la capacidad de hacer el mal. Priorizar el bienestar propio por sobre el de los demás y actuar conforme a la propia supervivencia eran exigencias de la naturaleza. Sin embargo, traicionar y mentir con la intención de causar daño... Christa nunca había visto a ninguna especie que hiciera algo así, salvo los seres humanos.  

-Es difícil de asimilar, lo sé. Yo también fui traicionado y estuve mucho tiempo enfadado, no quería volver a creer en nadie. Es duro cerrar las heridas que deja una traición -continuó Vladimir, intentando empatizar con Christa, intentando hacer que sus palabras llegasen a su corazón-. Debes mantenerte fuerte y no doblegarte, Christa. Esta es una prueba de tu voluntad: no te permitas caer en la oscuridad.  

La prisionera se derrumbó sobre el suelo y apoyó su espalda en la pared adyacente a la celda de Vladimir. El maldito rebelde tenía un buen punto: no podía permitirse caer en la oscuridad como sucedió con su madre. La Reina Bruja liberó un ejército de muertos y asoló naciones completas en el nombre de la venganza, masacró a cientos de miles de inocentes en su guerra contra el Gobierno Mundial. ¿Acaso iba a seguir los pasos de una mujer como esa? Christa se había jurado a sí misma no dejarse corromper por los infortunios del destino, los recibiría de frente y seguiría hacia delante por dolorosos que fueran, iba a romper el círculo de la venganza que había estado presente en todas las generaciones de los von Steinhell.  

“En última instancia, las personas siempre podrán decidir entre conservar la humanidad o convertirse en una bestia”, recordó sus propias palabras y esbozó una sonrisa cansada.  

-Qué molesto... ¿Siempre has sido así de ruidoso?  

Vladimir soltó una sonrisa de sorpresa del otro lado de la pared.  

-Antes era un poco peor, pero el tiempo cambia a las personas -respondió con una voz serena y profunda como el mar-. ¿Qué piensas hacer?   

-Eso no es asunto tuyo -respondió seca como las arenas del Desierto de Zahín. 

Tenía un plan: echar abajo los barrotes y derribar a cualquiera que se cruzase en su camino hasta la salida. Sonaba bastante básico, pero consideraba ciertos detalles que lo volvían algo más que solo un plan alocado. Se le ocurrían al menos dos formas de recuperar sus pertenencias sin exponerse a riesgos innecesarios, y una vez obtuviese un juego de llaves nada ni nadie le frenaría.  Escaparía de Puerto Arenas antes de que los ‘capas negras’ pudiesen reaccionar y se internaría en los peligrosos cañones del Páramo.  

-Será más fácil escapar si trabajamos juntos -aseguró Vladimir, intentando convencer a Christa.  

-No, no lo será.  


CAPÍTULO XVI 



Dentro de una celda y con tan pocos recursos a su disposición eran limitadas las opciones para perfeccionar la técnica que estaba desarrollando. Por el momento, era capaz de generar un pulso electromagnético y concentrarlo unos pocos segundos en su cuerpo, pues la energía electromagnética se dispersaba con facilidad. El entrenamiento causaba fuertes dolores de cabeza como si se le fuera a partir en dos y se había acostumbrado al sangrado nasal. Estaba totalmente entregada a escapar de la prisión y volverse más fuerte. Quería más poder y estaba dispuesta a romper todos los límites que había alcanzado, aunque significase romperse los huesos y desgarrarse los músculos.  

Cada intento por dominar un pulso electromagnético era doloroso y peligroso, por lo que los evitaba a menos que hubiese descubierto algo prometedor. Su instinto le decía que los barrotes no iban a ceder solo con fuerza bruta. Por ello, probó distintas metodologías para alcanzar su objetivo. En una de sus observaciones notó la presencia de un patrón de roturas milimétricas en las zonas bajas de los barrotes, justo donde se acumulaba el óxido y había mayor humedad. Así que se preguntó: ¿por qué el deterioro del material no es igual a lo largo de toda la estructura? Seguramente, las zonas más afectadas estaban más expuestas a la erosión y, de ser ese el caso, eran menos resistentes que las partes centrales. Aquella idea le permitía enfocar sus esfuerzos en puntos específicos de la jaula y provocar el corte del fierro: con solo uno bastaba para iniciar el escape.  

Emocionada por su descubrimiento, y con una sonrisa en el rostro, agitó las manos y se preparó para generar un pulso electromagnético. Sus labios entonaron la canción y cerró los ojos. Justo después de la quinta inspiración su mente se proyectó a un mundo pintado por ondas de todos colores. Muchas de ellas imitaban lazos que conducían a nubes de ceniza roja con distintas formas. Comenzó a escuchar la frecuencia del acero de los barrotes que, distantes e inamovibles, se alzaban como montañas. Caminó hacia ellos, su cuerpo destellando chispas eléctricas y sus ojos imbuidos en un fulgor azul eléctrico, como si hubiera sido poseída por un rayo. Tocó los fríos barrotes de la prisión y los sintió vibrar, o más bien sintió las corrientes que los atravesaban constantemente. Sabía, también, que estaban reaccionando ante el pulso electromagnético generado por ella. Escaneó el acero como si fuera una especie de radar y notó unas frecuencias escondidas entre tanto ruido, cohibidas por aquellas más vistosas: acababa de encontrar las zonas de debilidad.  

Empezó a empujar los barrotes cuando se percató del movimiento de cuatro manchones rojos que se aproximaban a la celda. La preocupación rompió su concentración y las frecuencias se convirtieron en una cacofonía estridente, apuñalando sin piedad la armonía de la música. El pulso magnético se disipó y Christa sintió el latigazo pocos segundos después. No fue tan doloroso porque apenas duró unos segundos, pero bastó para hacerle doler la cabeza.  

Un hombre poco más alto que Christa y de unos cuarenta años entró a la habitación acompañado de tres guardias, incluyendo al muchacho que se encargaba de la comida. Inspeccionó con sus severos ojos azules a la prisionera y entonces se acarició la barba, intentando descubrir por qué los adoradores de Sett pensaban que era la “chica de la profecía”. Llevó la mano a la empuñadura de la espada que descansaba envainada en su cintura y se acercó a la celda.

-Soy Joseph, el alcaide de la prisión de Puerto Arenas –se presentó, su voz grave resonó por la habitación-. ¿Cómo te trata este lugar?

-Y yo soy Christa, la prisionera de la prisión de Puerto Arenas -devolvió la presentación y le dedicó una sonrisa burlesca-. Excelente, es el lugar donde cualquier chica querría pasar sus vacaciones de verano, aunque vendría bien un poco de aire acondicionado. ¿Qué? ¿Viniste a decirme que instalarán aire acondicionado?

El alcaide miró a Christa con expresión seria, ignorando los sarcasmos. Había tratado con todo tipo de prisioneros y sabía cómo manejarlos: cualquier persona detrás de los barrotes estaba a su merced.

-No es mi culpa que estés en este lugar, pero mantenerte presa es mi responsabilidad. Órdenes son órdenes -se justificó mientras se cruzaba de brazos, endureciendo el ceño-, aunque no me gusten debo obedecer.

-Sí, es más duro estar en paz con uno mismo cuando piensas y te cuestionas las cosas, aunque no es para todo el mundo -respondió Christa: el alcaide era la clase de hombre que más detestaba-. ¿Por qué no me han llevado a la capital? ¿Acaso Archeron no estaba loco por verme?

-Las rutas no son seguras y la situación del Páramo es delicada -contestó con el ceño fruncido; se había ofendido-. Las próximas semanas serán decisivas para nuestro país.

-Es lo que pasa cuando quieres sacrificar chicas inocentes: el país se divide -continuó Christa, provocando aún más al alcaide-. En fin, ¿me dirás a qué viniste o quieres que te siga sacando canas?

-¿Perdón?  

-Has venido porque necesitas algo de mí. Si no fuera así, no habrías venido.

El alcaide meditó un momento su respuesta, su mirada puesta en el vacío, y entonces respondió:  

-Puerto Arenas fue una de las primeras ciudades que se recuperó luego del Colapso, y los Fundadores del Consejo Nacional fueron los que lo permitieron. Nos ayudaron a reconstruir la ciudad y nos protegieron hasta que fuimos capaces de hacerlo nosotros mismos. ¿Sabes qué exigieron a cambio? Solo un barril de vino. -Joseph hizo una pausa y sus ojos se tornaron aún más severos-. Nos mostramos neutrales ante el gobierno de Umbría, pero nuestra lealtad está con el Consejo Nacional. Sin embargo, mientras el alcalde no se recupere de su enfermedad la Capilla gobernará nuestras calles. Si él estuviera bien sería otra persona la que daría las órdenes y tú quedarías libre.   

Christa hizo un esfuerzo por mantenerse estoica ante la revelación del alcaide. Por un momento pudo saborear la libertad, pero no se dejó ilusionar por las palabras de un hombre que acababa de conocer. El alcaide iba a pedir algo a cambio, era la única razón por la que estaba allí en la celda y, seguramente, se trataba de un asunto serio.  

-Me encantan las historias de lealtad y honor, más cuando esclavizas a la gente y matas a los que ya no te sirven -escupió con acidez-. Si lo que buscas es una doctora, estás en el lugar equivocado. ¿Quieres una cabaña en la montaña? Soy tu chica.  

-Sí, es cierto que el Consejo Nacional ha sido duro con los esclavos, aun así... Aun así, lo que hacemos con ellos es un acto de piedad. No tienes idea de lo que esa gente le hizo a nuestro pueblo antes del Colapso –se justificó el alcaide, acomodándose en la silla del escritorio que siempre había estado frente a la celda de Christa, pero que nadie nunca usaba-.  Sé que no tienes conocimientos médicos, pero eres hija de... Ya sabes, las brujas hacen pociones y esas cosas.  

La prisionera contempló la inocencia del alcaide por un momento y luego estalló de risa, gastando sus pocas energías en burlarse del hombre.  

-¿Tan desesperado están que pusieron sus esperanzas en una superstición? Ay, qué tontitos -continuó burlándose, deleitándose de satisfacción mientras los veía enfurecer-. Esta vez han tenido suerte porque no hay nadie que sepa más de pociones mágicas que yo. No conozco los síntomas de la enfermedad, pero es muy probable que pueda curar al alcalde si me dan el tiempo y los recursos necesarios.  

-Diez días... Es todo lo que puedo mantener ocupada a la Capilla. Debes terminar la medicina antes de esa fecha y, una vez haya hecho efecto y el alcalde esté mejor, preparemos tu escape de Puerto Arenas –propuso Joseph, cargando el cuerpo hacia delante.  

-Me parece que esas condiciones me ponen en desventaja, ¿no crees? Esto será lo que haremos: terminaré la medicina en siete días, te daré solo una dosis y, una vez asegures mi libertad, te entregaré el resto. Ah, y prepararás mi escape del Páramo, no solo de Puerto Arenas.  

-¿Quién ha dicho que puedes negociar? Esos son los términos y punto -determinó el alcaide, su voz tornándose imponente y pesada como las olas del mar durante una tormenta.  

-Entonces no hay trato. Si voy a morir de todas formas, me llevaré conmigo a los más que pueda –se sobrepuso Christa a la prepotencia de Joseph, dándole la espalda y acomodándose en el catre.  

El alcaide guardó silencio durante unos incómodos segundos y luego soltó toda su frustración en un pesado suspiro.  

-Está bien, será como tú dices -cedió Joseph después de reflexionarlo.  

-Bien, bien, así es como deben ser las cosas. También quiero una celda vip.  

-No tenemos esas cosas aquí -contestó el alcaide, serio.  

-Había que intentarlo... Por cierto, ¿te da igual que él haya escuchado toda la conversación? -preguntó Christa, refiriéndose a Vladimir.  

-Ya ha hecho todo el daño que ha podido hacer: está condenado a muerte, le quedan siete días.

Christa frunció el ceño, pero no dijo nada. Vladimir era uno de los responsables de la situación actual de la prisionera, así que no debía importarle. Sin embargo, no era agradable escuchar la fecha de muerte de una persona. Había escuchado suficiente basura de Vladimir como para creer que era el peor criminal del Páramo, pero su intuición le hacía creer lo contrario.  


CAPÍTULO XVII 


Los pedidos llegaban a la celda conforme Joseph los conseguía, procurando no levantar sospechas. Poco a poco, ese rincón oscuro y deprimente se convertía en un laboratorio botánico con toda clase de plantas medicinales tradicionales, aunque a veces encontraba alguna flor exótica en el saco. Consiguió el equipamiento básico para elaborar una pócima efectiva, aunque le hubiera gustado tener un alambique de cobre en vez de uno de hierro. Además, obtuvo una radio para matar de una buena vez el horripilante silencio de la cárcel. No tenía mucha esperanza de que fuera a sonar algo de su agrado, pero cualquier cosa era mejor que nada.  

Insistió con vehemencia por una tina, incluso amenazó a Joseph con que no empezaría a trabajar hasta darse un baño, y así accedió a las duchas del personal. La primera vez que salió de ese cuarto, ubicado en lo más recóndito de la prisión, le hizo darse cuenta de lo difícil que sería escapar por su propia cuenta. Tras la puerta del cuarto había una pequeña plataforma conectada a un puente natural acariciado por un oscuro y aterrador vacío. Más allá del puente se alzaba un enorme muro con ventanas y balcones, aunque solo unos pocos de ellos eran vigilados. Christa consiguió identificar los puntos ciegos, pero definitivamente no sería sencillo burlar la primera línea de vigilancia.  

Por dentro, la cosa no pintaba mucho mejor. Había escaleras por todos sitios y un montón de guardias se paseaban de acá para allá, como si en la prisión hubiera exceso de personal. Podía parecer que estaban perdiendo el tiempo, pero todos lucían muy concentrados en lo que hacían. Al fondo del pasillo distinguió un corredor que estaba vacío y, oportunamente, colindaba con unas escaleras que conducían al patio de los reclusos. Usó excusas tontas e infantiles para distraer a los guardias que le acompañaban y exploró el edificio del personal, grabando en su mente aquellos lugares que parecían prometedores. Luego de haber sido regañada más de diez veces por los guardias de la prisión, regresó a su celda con una inquietud en la cabeza: la distribución del personal era extraña.  

Los primeros dos días los dedicó a la identificación de las propiedades intrínsecas de las diferentes plantas, hojas y raíces que tenía a su disposición. Como conocía una buena parte de los recursos donados por Joseph no tuvo que pasar otra vez por el dolor estomacal producido por la hiedra venenosa ni el dolor de cabeza provocado por el floripondio. Por el contrario, tuvo un corto pero intenso episodio alucinógeno al probar un hongo. Dedicó especial atención a una raíz negra que, si la miraba fijamente, podía distinguir destellos fulgurantes como si hubiera una tormenta en su interior. Al probar sus efectos, sintió una dolorosa descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo en un instante. Cayó al suelo, aturdida, y sus músculos se recuperaron después de varias horas. Al final, anotó en su libreta los potentes efectos de la raíz de Fulguris.  

Por fortuna, los próximos intentos de Christa fueron más amables y bondadosos. Descubrió la Aqua Stellaria, una flor de cuatro pétalos blancos y un llamativo pistilo rosa, que tenía un sabor dulce y aliviaba el cansancio. La Rizhoma Luminaris, una raíz endémica del Páramo, era conocida en el mundo de los naturalistas por sus propiedades espectaculares para el tratamiento de la piel. Solía usarse en cremas y ungüentos, pero Christa estaba convencida de que había una manera de extraer todo su potencial en formato líquido; era la única forma de revertir el estado del alcalde de Puerto Arenas.  

De acuerdo con Joseph, el alcalde sufría una enfermedad desconocida que ningún médico de Puerto Arenas había conseguido vencer, o siquiera detener su avance. Al parecer, todo comenzó con la sensación de fatiga extrema y una dolorosa sensación de ardor en la piel, pero en cuestión de horas el alcalde se llenó de pequeñas protuberancias que emergían bajo la piel, similares a ampollas diminutas. Con el paso del tiempo, las protuberancias se convirtieron en esquirlas afiladas que crecían progresivamente, atravesando la piel y causando un intenso dolor. Aquellos doctores más simpatizantes con la Capilla creían que se trataba de una maldición divina, pero los más fieles a la ciencia pensaban que era el efecto de una grave intoxicación.  

Esperaba que el efecto de la Rizhoma Luminaris bastaría para frenar la generación de más esquirlas, y con el tiempo el extracto de Eteraseas sanarían las heridas dejadas por la enfermedad. Para probar los efectos regeneradores de las mezclas Christa se hizo cortes superficiales en el brazo, nada demasiado molesto. En una de las pruebas descubrió que las Eteraseas neutralizaban los efectos de la Rizhoma Luminaris, así que tenía un gran problema por delante. Debía usar la cantidad precisa para que el extracto no neutralizara los efectos regeneradores de las raíces, pero se trataba de una cantidad micrométrica difícil de encontrar. Tampoco tenía todos los recursos del mundo ni le sobraba tiempo como para hacer pruebas infinitas. Por el contrario, se le estaban acabando los ingredientes importantes y tenía la impresión de que la Capilla presionaba cada vez más fuerte, así que debía darse prisa.  

En uno de los experimentos se dio cuenta de que el extracto de Aqua Stellaria potenciaba los efectos de la raíz y anulaba en parte la neutralización generada por las Eteraseas. Anotó aquel gran descubrimiento y siguió adelante con optimismo, pues ahora podía considerar un margen de error bastante más grande que antes. Era importante encontrar la cantidad apropiada de cada ingrediente, pero resultaba más sencillo hacerlo sin que los resultados variasen demasiado al cambiar tan solo un poco los parámetros.  

La metodología por emplear también era fundamental en la elaboración de una pócima. Christa trabajaba rigurosamente y había anotado cada paso en la libreta. Era una acción básica pero que marcaba la diferencia entre un boticario promedio de uno excepcional. En primer lugar, debía lavar meticulosamente la Rizhoma Luminaris para eliminar las impurezas, cortarlas en trozos pequeños y molerlas en un mortero hasta obtener un polvo fino. La Aqua Stellaria se preparaba por separado y había que recolectar las gotas de rocío de sus flores durante las noches. Aquellas flores tenían un reloj biológico extraordinariamente preciso y comenzaban a sudar de noche, liberando parte del agua que absorbían durante el día. Era importante destilar las gotas de rocío hasta obtener el líquido purificado que, luego de reposado cuatro horas, era mezclado con alcohol. Las hojas de Eteraseas, duras y espinosas, eran molidas y sumergidas en el agua purificada de Aqua Stellaria. Por último, mezclaba los ingredientes y calentaba la mezcla a fuego bajo en un cuidadoso proceso de destilación.  

-Te escucho bastante entretenida con tu... brujería, y aprecio que hayas puesto música -bromeó el rebelde del otro lado de la celda-. ¿Has conseguido algún avance?  

-¿Con quién crees que hablas? He conseguido hacer estas cosas asquerosas y completamente inútiles que no sanarían ni a un hombre sano -contestó Christa, mientras preparaba los ingredientes que iba a usar esa noche.  

-¿Cómo vas a sanar a un hombre que no necesita ser sanado?  

-Eh, bueno... No importa, solo quise decir que la cosa no va bien –se aclaró al darse cuenta de que Vladimir no era el hombre más afín para entender sarcasmos-. ¿No estás aterrado? Quedan tres días... Ya sabes, te van a cortar la cabeza.  

-Confío en que mis compañeros me rescatarán antes de que se acabe el tiempo límite. No es la primera vez que me capturan, ¿sabes? -contó como si fuera un motivo por el que sentirse orgulloso-. Me han capturado otras once veces y mis compañeros siempre me han rescatado. Todavía no sé cómo esos malditos locos lo consiguen cada vez que lo intentan, pero sé que esta vez no será la excepción.  

-Compañeros, ¿eh? -replicó, pensando en aquellas personas a las que podía considerar amigas-. ¿Cómo puedes estar seguro de que no se han cansado de rescatarte una y otra vez? No está bien dejar el destino en manos de otro hombre, por eso tengo mi boleto de libertad comprado y un plan de contingencia.  

La idea de recuperar su libertad le hacía trabajar con entusiasmo en la pócima que sanaría al alcalde. Haría cualquier cosa con tal de reunirse cuanto antes con Loki y Kaia, cualquier cosa con tal de alejarlos del Páramo, maldita isla corrupta.  

-Si tu plan de contingencia es echar abajo los barrotes de tu celda y atravesar por la fuerza la prisión hasta llegar a la salida, déjame ser yo quien te diga que es un suicidio –dijo Vladimir, pero no hubo respuesta-. Tú no confías en Joseph ni crees que te sacará de aquí, solo estás comprando tiempo y aprovechándote de su ignorancia, ¿no es así? -Tampoco hubo respuesta-. Te aferras tanto a una situación particular, la cual puede pasar o no, como yo a que mis compañeros vendrán a rescatarme.  

-Es diferente... Yo no me he quedado de brazos cruzados esperando que alguien venga a rescatarme como si fuera una maldita princesa: sé que nadie vendrá a salvarme. Estoy sola en esto y tú también lo estás, ¿por qué no puedes verlo? -le preguntó como si fuera motivo suficiente para sentirse indignada por la incredulidad de Vladimir.  

-¿Venderías a uno de tus amigos por un poco de dinero? ¿Acaso traicionarías a tu gente si el enemigo comienza a tentarte?  

-¿Qué preguntas son esas? Por supuesto que no lo haría -contestó Christa, tajante. Detestaba la traición y la manipulación como para caer en ese juego inescrupuloso.  

-Qué sorpresa, ya somos dos. Y estoy seguro de que mis chicos tampoco lo harían -aseguró Vladimir, serio y tranquilo-. Tú no quieres creer en nadie, y créeme que comprendo tu posición, pero si no estás dispuesta a vender a un amigo, es probable que haya más gente buena como tú allá fuera, ¿no crees? El mundo es gigantesco como no te imaginas y es obvio que habrá gente mala dando vueltas, personas malintencionadas que te usarán y maltratarán como si fueras un trapo de usar y desechar, pero también habrá mucha gente buena que te echará una mano cuando lo necesites. Si no quieres que te vuelvan a traicionar como te ha pasado antes, debes aprender a ver las almas de las personas.  

Christa guardó silencio y las palabras de Vladimir resonaron en su cabeza hasta bien entrada la noche, incluso mientras trabajaba en las pócimas y perfeccionaba la técnica que estaba desarrollando.  


CAPÍTULO XVIII 



Quedaba solo un día para la ejecución de Vladimir, el rebelde más buscado del Páramo, acusado de ir en contra de los intereses nacionales y atentar contra el orden público. Había escuchado que era un anarquista que quemaba ciudades y masacraba caravanas, todo en nombre de la revolución. Algunos pensaban que formaba parte de la Armada Revolucionaria, pero nadie tenía pruebas de que fuera cierto. Quizás Christa no supiera demasiado sobre el rol de Vladimir en el Páramo, pero le parecía difícil creer que una persona tan tranquila pudiera cometer esos crímenes, o al menos de esa naturaleza. Tal vez le juzgaba mal y sí era de esos tipos que arrasan con todo a su alrededor al perder el control, aunque tenía la sensación de que algo andaba mal.  

A pesar de tener demasiadas preocupaciones como para pensar en el destino de otra persona, era difícil mantenerse enfocada en sus asuntos cuando ese destino era la muerte. Creía que estaban siendo demasiado severos con un rebelde que poco había dañado al sistema del Páramo: seguía habiendo esclavos, los capas negras disfrutaban de las Caravanas de la Muerte y los refugiados eran discriminados por los hombres libres. Y, viéndolo desde otro punto de vista, ¿acaso Vladimir no era un héroe al enfrentarse a un gobierno opresor y tirano? Soren le había advertido de que el líder de los rebeldes era la peor escoria del Páramo completo, pero no le parecía que tuviera demasiada razón.  

Por otra parte, estaba segura de haber conseguido las proporciones correctas para la elaboración de la pócima curativa y encima sus otros experimentos resultaron un éxito. Le quedaban ingredientes solo para unas pocas pócimas que, en el peor de los casos, usaría durante la fuga. También tenía pensado llevarse unas cuantas flores y cultivarlas en un lugar seguro, por lo que escondió unas pocas muestras entre el catre y la pared. Además, por si las cosas no estuvieran yendo demasiado bien, estaba a punto de dominar la técnica de dominio electromagnético. En sus últimos intentos había conseguido hacer un corte importante en uno de los barrotes y no se había desmayado luego de usar el pulso electromagnético.  

Todo iba tan bien que parecía extraño.  

Escuchó pasos más allá de la habitación, unos pasos extrañamente ligeros. Dirigió su mirada hacia la puerta y generó un campo electromagnético, preparada para defenderse. Una figura encapuchada que despedía un distintivo aroma a fogata irrumpió en la sala, y se aseguró de que no hubiera ningún guardia cerca. Christa abrió los ojos como platos cuando el hombre se quitó la capucha, revelando un rostro moreno y familiar. Reconocía esa cicatriz que le cruzaba la nariz de mejilla a mejilla y ese espantoso cabello negro era inconfundible. La sorpresa se convirtió en una sonrisa de alivio al saber que el maldito de Soren estaba bien, pero enseguida la preocupación ganó terreno.  

-¡Tú, maldito bastardo! ¡Estás bien! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has podido entrar? -preguntó Christa, acercándose a los barrotes tan emocionada como un niño a punto de abrir un regalo.  

-Ya te lo dije una vez: soy el mejor cazador del Páramo, no hay nadie que tenga mis habilidades -alardeó, tan típico de él-. Con un poco de tiempo habría podido escapar de la sala de tortura donde me tuvo cautivo esa maldita loca, pero agradezco mucho que te hayas entregado por mí -dijo Soren, apurando el paso y comenzó a abrir la celda de Christa-. Y no te preocupes por Loki y Kaia, me he ocupado personalmente de ellos. Sé lo mucho que te importan...  

Christa recordó las palabras de Vladimir. ¿Y si al final era cierto que hubiera gente buena en el mundo? Quizás Hiroshi era el traidor, o puede que la mujer de la Capilla solo estuviera jugando con su mente, pero nada cambiaba el hecho de que alguien había vuelto por ella cuando pensaba que estaba sola. Esa sonrisa de Christa, esa sonrisa dibujada de oreja a oreja reflejaba el más sincero agradecimiento a Soren.  

-Gracias por todo lo que has hecho... Al final resultaste ser un hombre de confianza, eso te lo concedo –dijo Christa y caminó hacia el cazador.  

-No vayas con él -intervino Vladimir, sus manos apretando con fuerza los barrotes de su celda-. Está tramando algo, ¿no lo ves?

-¿Incluso a un día de morir no te cansas de actuar como una maldita serpiente que solo sabe escupir veneno? El pueblo del Páramo estará muy agradecido con la Capilla por haber capturado al revolucionario de juguete que tanto daño ha causado -atacó Soren, volteándose enfadado hacia Vladimir.

-Piénsalo por un momento, Christa. ¿Cómo ha podido infiltrarse en la prisión, robar específicamente las llaves de tu celda, burlar todas las redes de vigilancia y aparecer sin haber levantado una sola alarma? -insistió Vladimir, su rostro severo y valiente enfrentando la ira de Soren.

-Tus inseguridades solo reafirman mi talento, guerrillero -se defendió el cazador y entonces su rostro se tornó tranquilo-. Has resistido bien estos últimos años contra el gobierno del Páramo, debo admitirlo, pero a todos nos toca despertar y comprender que los sueños son solo eso, sueños. Sin embargo, quisiste seguir soñando y al final tu atrevimiento y arrogancia te han conducido a esta situación. Mírate, el favorito de los Lumenhart sentenciado a muerte. ¿Cómo pudiste caer tan bajo cuando todo el pueblo del Páramo tenía tantas expectativas puestas en ti?

Christa guardó silencio solo porque intentaba asimilar todo lo que estaba escuchando. Soren siempre había hablado muy mal de Vladimir como si le guardara un profundo rencor, pero, como en todos los aspectos, el cazador evitaba entregar demasiados detalles. ¿Qué hizo Vladimir como para ganarse el odio de Soren? ¿Y cómo se conocían esos dos? Tampoco sabía que el líder de los rebeldes hubiera sido una persona tan relevante para la alta sociedad del Páramo. Los Lumenhart, ricos y poderosos, eran los únicos capaces de oponerse directamente a los caprichos de la Capilla.

-Nuestro país está completamente roto, pero una persona rota como tú jamás comprenderá que esta situación no está bien. ¿Caravanas de la Muerte? ¿Esclavitud? ¿Refugiados muriendo de hambre? Este no es el futuro que imaginaron los Fundadores -dijo Vladimir, su aura aún permanecía serena pese a las provocaciones de Soren-. Tuviste la oportunidad de pelear por algo más grande que tú, pero te dio miedo y huiste. Has huido toda tu vida, incluso huyes de la verdad.

-¿De qué maldita verdad me estás hablando? -preguntó el cazador, claramente incómodo.

-Yo no maté a tu familia, Soren. Tampoco lo hicieron los capas negras ni los adoradores de Sett -contestó Vladimir, consciente de que nadaba por aguas pantanosas y peligrosas-. Debes aceptar la verdad.

Soren rugió como una bestia enfurecida y se abalanzó sobre la celda de Vladimir. Si no hubiera barrotes, uno de los dos habría muerto.

-¡No hables de mi familia, maldito asesino! ¡Ni se te ocurra mencionar a mi Emma! -gritó el cazador completamente alterado, sus ojos inyectados en sangre y el rostro sudoroso-. Disfrutaré tu muerte como si fuera una cerveza fría después de caminar todo el día por el puto desierto. -Soren se volteó a Christa-. Vámonos.

La duda se presentó ante Christa. Comenzaba a pensar que esa faceta de hombre resentido con todo el mundo no era solo una faceta temporal, sino una parte importante de la personalidad de Soren, lo que le hacía preguntarse: ¿cuánto conocía en realidad a ese hombre? Sabía que tuvo familia, pero desconocía el nombre de su esposa e hijos. ¿Siquiera sabía cuántos hijos tenía? Soren jamás hablaba de sí mismo, no daba detalles de su vida ni le interesaba abrirse con los demás. Podía parecer un tipo sospechoso, pero también era cierto que había arriesgado su propia vida por salvar la de Christa. Tuvo más de una oportunidad para hacerle daño, pero, en vez de eso, le protegió.

-S-Sí, ¿tienes un plan de escape? -preguntó la prisionera, asegurándose de que llevaba en secreto las flores que había guardado antes.

-En el edificio del personal hay un conducto que tiene acceso al río Nissa, pero hay muchos guardias en el camino. Te explicaré los detalles en el camino.

Christa asintió con determinación y caminó hacia la salida, no sin antes mirar hacia atrás y ver la decepción en el rostro de Vladimir. No era rabia ni indignación, solo… decepción.

Los fugitivos cruzaron sin problemas el puente natural y se adentraron en las instalaciones del personal. Christa recordaba a la perfección el lugar, incluso las zonas de mayor concentración de guardias; con un vistazo era suficiente para memorizar los rasgos generales de un paisaje como ese.

-¡Antes de irnos debo recuperar mis cosas! -recordó Christa en un susurro alarmante.

-Tranquila, lo tenía considerado, aunque será bastante riesgoso… Los guardias tienen las pertenencias de los prisioneros más allá del patio, así que debemos pasarlo sin llamar la atención de nadie -respondió Soren.

La prisionera hizo gala de todas sus habilidades como cazadora para pasar desapercibida y evitar la mirada de los guardias. Era bastante más difícil de lo que se veía en las películas de agentes secretos, pero Soren sabía lo que hacía y guiaba bastante a Christa. Cuándo pasar, cuándo esperar, dónde esconderse… Todas esas cosas estaban bajo control. Así, los fugitivos consiguieron llegar al patio de los reclusos sin mayores dificultades. Christa podía sentir que la libertad estaba cerca, que pronto se reuniría con sus leones y por fin, después de tanto, escaparía del Páramo.

No obstante, sus ilusiones se vieron frustradas cuando apareció un pelotón de soldados de la Capilla: los capellanes. A diferencia de los sectarios que rondaban las ciudades más pequeñas del Páramo, aquellos que se habían ganado el derecho a vestir el rojo demostraban tener habilidades de combate extraordinarias. Si bien no igualaban a la unidad élite de los capas negras, eran una fuerza que considerar y enfrentarse a ellos sin ninguna estrategia era un suicidio. Sin importar como se viera, era la oportunidad perfecta para mostrar los frutos de su entrenamiento y lo fuerte que se estaba volviendo.

Un escalofrío recorrió la espalda de Christa y la idea de que algo andaba mal pasó por su cabeza. Se giró para comprobar que no hubiera nadie ocupando la retaguardia y allí lo vio. Estaba sonriendo, pero no era una sonrisa cualquiera, sino una retorcida y aterradora que representaba un placer tan turbio como asqueroso.

-Soren, ¿qué está pasando aquí?
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El Páramo [Tercera parte] Empty Re: El Páramo [Tercera parte] {Sáb 6 Ene 2024 - 17:57}

CAPÍTULO XIX



Los soldados se movieron coordinados como una bandada en vuelo y rodearon a Christa, haciendo sonar las mallas de metal. Apuntaron a la prisionera con sus bastones de guerra y mantuvieron sus posiciones, esperando la señal para iniciar la carga. La mujer de la Capilla, hermosa y misteriosa, observaba la escena desde uno de los tantos balcones del edificio del personal. Joseph, escoltado por dos guardias de la prisión, estaba junto a la mujer con el horror y la frustración grabados en su rostro: todo lo que hacía la Capilla cuestionaba su autoridad como alcaide.  

Christa se dio cuenta de que esos dos estaban hablando y, a juzgar por las expresiones en sus caras, no lo hacían en buenos términos. Quería espiar la conversación y entender mejor la relación entre la sectaria y el nacionalista, pero no estaba en una situación ideal para hacerlo.  

Dirigió la mirada una vez más a Soren, aguardando una explicación. Ya se dio cuenta de lo que pasaba: era demasiado obvio como para ignorarlo. Solo no quería creerlo. Sin embargo, la expresión de satisfacción de Soren y la emboscada de los capellanes eran evidencias suficientes para confirmar lo que más temía; casi prefería que hubiera sido Hiroshi y no Soren.  

-Ni idea de sus intenciones, pero aquí va una advertencia clara: si piensan en acercarse, mejor replanteárselo dos veces porque no voy a dudar en matarlos -declaró Christa, sus ojos destellando una furia que brotaba desde lo más profundo de su ser.  

Los capellanes se miraron entre ellos, sus rostros reflejaban confusión y nerviosismo. Contemplaban la advertencia de Christa, cada uno evaluando los riesgos. Uno de ellos, con gesto orgulloso, decidió desafiar la advertencia de Christa y dio un paso adelante. Sin embargo, los ojos incisivos de la prisionera clavados en el capellán lo paralizaron al instante y una oleada de pánico se reflejó en su rostro antes de retroceder bruscamente.  

No obstante, la amenaza de Christa comenzó a perder efecto cuando Soren se echó a reír a carcajadas.  

-¡Pero qué va a matar esta, si es una blanda! -se burló y enseguida los capellanes se unieron a la risa de Soren-. Además, tampoco es como si pudieras vencerme incluso estando en tu mejor forma -agregó y entonces caminó hacia Christa con paso decidido, demostrándole a los capellanes que la prisionera solo estaba ladrando.  

Era cierto: las manos le temblaban y no se imaginaba matando a Soren. Había formas de hacerlo sin darle tiempo a reaccionar… Veía los remaches de acero en su chaqueta militar y los anillos de plata y oro en sus manos. Los capellanes, si bien empuñaban bastones de madera, llevaban joyas y monedas. Estaba convencida de que podría matarlos a todos con un solo movimiento, pero Soren tenía razón: era una blanda.  

-Eres un maldito bastardo, una sucia rata mentirosa… ¡¿Qué les has hecho a mis leones?! ¡Contéstame! -rugió Christa como una bestia a punto de estallar de ira.  

-¿Acaso no te dije que me ocupé personalmente de ellos? Nunca imaginé que una alfombra de león fuera a ser tan cómoda -continuó Soren con las burlas, deleitándose al ver la expresión de espanto en el rostro de Christa.  

Dominada por la furia, sin siquiera detenerse a pensar si lo que decía Soren era verdad o mentira, se dejó llevar. Lanzó un puñetazo cargado con los sentimientos que había experimentado desde que fue traicionada: decepción, ira, frustración. Descargó toda su rabia en contra del hombre que aclamaba haber matado a Loki y a Kaia. Atacó como si hacerlo fuera a cambiar algo que ya estaba hecho.  

Sin embargo, Soren atajó el puño de Christa con una mano y con la otra contraatacó, propinándole un fuerte puñetazo en el rostro.  

-¡¿Qué creías que conseguirías con esto, perra estúpida?!  

Le propinó otro puñetazo incluso más fuerte que el anterior mientras la sujetaba del brazo para que no se cayera.  

-¡Todo tu futuro, todo le pertenece a Archeron! ¡Tu vida, tus sueños y tu libertad! ¡Incluso tu dignidad!

Otro puñetazo tan duro como si fuera chocar con una pared de cemento.  

-Y lo entenderás de inmediato -le susurró al oído y luego lanzó a Christa como si fuera un trapo-. Tú, empieza -le ordenó a uno de los capellanes.  

El mundo zumbaba a su alrededor y no podía ver con claridad, solo figuras difusas a lo lejos que se acercaban y alejaban en un caótico vaivén. Intentó levantarse, pero el mareo no se lo permitió y cayó bocabajo. Sintió que alguien le dio vuelta y vio el techo de la prisión, lejano e inalcanzable. Debía haber un hermoso cielo estrellado más allá de las piedras, uno que no había visto en semanas… Ah, quería disfrutar de un cielo estrellado…  

-Has tenido mala suerte, eso es todo. Si Archeron le hubiera pedido a otra persona que te capturase en vez de a Valeria, las cosas habrían terminado de otra forma. Quizás habrías perdido un brazo o ambas piernas, pero eso no es nada a diferencia de lo que te harán estos caballeros -continuó Soren, cruzándose de brazos y acabando con una sonrisa burlesca.  

El capellán que había volteado a Christa podía confundirse con uno de los criminales de la prisión. Una sonrisa repugnante con unos pocos dientes en mal estado y una tupida barba negra con canas y restos de comida. Como si tuviera experiencia en lo que hacía, rajó con precisión los pantalones harapientos de Christa y se deleitó con lo que sus ojos veían, remojándose los labios con la lengua. Sus manos ásperas y sucias acariciaron con perversión las piernas de la prisionera y entonces aulló como un lobo hambriento.    

-¿Y este qué hace? ¡Míralo, piensa que es un animal! -se burló uno de los capellanes.  

-¡Date prisa, hombre lobo! ¡Acá hay otro que tiene ganas! -agregó otro de ellos entre risas.  

Poco a poco el aturdimiento se disipaba, las imágenes se volvían más nítidas y los sonidos eran más que solo zumbidos distantes y latentes. Entonces notó las manos del capellán en su cuerpo y una horrible sensación de pánico se apoderó de ella. Actuó por instinto e intentó alejar al hombre, pero como una bestia en celo se resistió con fuerza y arremetió otra vez.  

Christa comenzó a gritar y llamó la atención del resto de los prisioneros, que se acercaron a sus barrotes para ver qué sucedía en el patio. Luchaba como un animal acorralado, arañando y mordiendo, pateando y empujando. Sin embargo, nada bastaba para sacar de encima a un hombre que era casi el doble de grande que ella. Aun así, continuó defendiéndose mientras buscaba la manera de sintonizarse con los campos electromagnéticos para empujar al capellán. Un puñetazo casi tan fuerte como el de Soren le sacó de órbita y de pronto dejó de luchar, parecía como si su cuerpo se hubiera apagado.  

-No seas tan bruto. Archeron la quiere viva -gruñó Soren.  

El capellán solo chasqueó la lengua y volvió a su asunto.  

-Todo esto es por su Santidad -susurró con una mirada rebosante de perversión.  

El hombre se quitó el cinturón y se bajó los pantalones.  

-¡Es suficiente, maldita sea! ¡Ya basta!  

Un chico esbelto y de poca presencia capturó la atención de todo el mundo. El rostro de Joseph se horrorizó al ver quién estaba ahí abajo en el patio de los reclusos, empuñando con manos temblorosas una espada. Retrocedió asustado al recibir tantas miradas, pero no bajó el arma.  

-Esto… ¡Esto no está bien!  

Soren frunció el ceño, enfadado, y se dirigió a la mujer de la Capilla:  

-Este nos está estorbando, Valeria. ¿Lo mato?  

-Sí, en las operaciones importantes siempre hay daños colaterales -respondió sin ninguna expresión en su rostro, encogiéndose de hombros-. ¿Tienes algún problema con eso, alcaide?  

Joseph se quedó helado y mudo como si de pronto hubiera dejado de escuchar, y solo miraba al torpe muchacho.  

Soren sonrió con satisfacción y generó un arco de energía que apareció en su mano. Tensó una cuerda invisible y apuntó con gesto seguro, haciendo los cálculos necesarios para un disparo limpio. Se sorprendió al ver que el muchacho no lloraba ni retrocedía, sino que le enfrentaba con determinación.  

-Eres valiente, chico -reconoció el cazador y entonces disparó.  

Como si hubiera realizado mil veces el mismo movimiento, recibió la flecha eléctrica con su espada y la cortó en dos mitades exactas.  

-¡Déjenla ir, mo-monstruos! -exigió con una mirada fulgurante-. ¿Cómo pueden hacer algo así…?  

Quizás nadie se había dado cuenta hasta ese momento, pero las paredes estaban sudando tanto que parecían como si alguien las hubiera mojado. Una ola de energía invisible y poderosa recorrió el patio de los reclusos, un presagio de que la tormenta estaba llegando. Por alguna razón, todo el mundo miraba con terror y alerta al muchacho, o más bien a lo que se acercaba detrás de él.  

Una figura imponente apareció, opacando al valiente guardia que había enfrentado a Soren. Sus ojos color miel penetraron a los capellanes, paralizándolos del miedo, y se detuvieron en Soren. El terror se reflejó en el rostro del cazador, quien se apresuró en disparar una poderosa flecha eléctrica.  

Vladimir envolvió sus manos de una película negra y brillante y desvió la flecha.  

-Lo que dice el chico es cierto: esto no está bien -intervino el líder de los rebeldes, cinco gigantescas esquirlas de agua levitando a su alrededor-. ¡Esto no está bien! -rugió y los capellanes retrocedieron asustados.  

-Maldita sea… ¡Oye, Valeria, tu plan es una completa basura! ¡¿Qué vamos a hacer ahora?! -gruñó Soren, cambiando el arco por dos dagas de acero; sabía que las flechas eléctricas no iban a funcionar, no contra Vladimir.  

Mientras los peces gordos luchaban entre sí, mientras todo el mundo estaba pendiente de la aparición del líder de los rebeldes, el capellán que sostenía a Christa se dejó llevar por sus deseos carnales. ¿Por qué no disfrutar un poco antes de arriesgar la vida en combate? Su mano áspera, traviesa e insolente subió por las piernas de Christa hasta acomodarse en su cintura y entre caricias buscó su pecho.  

-Quitá la puta mano -ordenó Christa.  

El capellán visualizó su propia muerte atravesado por un centenar de varas de metal colocadas una por una y cayó de espaldas, inconsciente. Christa se había recuperado del aturdimiento y se puso de pie poco a poco. A medida que perforaba a los capellanes con sus ojos profundos y dominantes, caían de rodillas sin capaces de alzar la mirada, como súbditos en presencia de su reina.  

Tal era la presencia que Christa desprendía que volvió a acaparar todas las miradas. El aire parecía pesar a su alrededor y el agua de las paredes, que se había acumulado en pozas, vibraba.  

Y pronto llegó el turno de Soren.

-Tú… ¿Qué les has hecho a estos hombres? -preguntó el cazador, soportando la imponente mirada de Christa. Sus pies retrocedían sin siquiera ser consciente de ello.  

-Es mi futuro. Mi vida y mis sueños. Es mi dignidad y ningún hombre jamás me la arrebatará -enfatizó con fuerza y determinación-, pero, por sobre todas las cosas, es mi libertad. ¡Es mía! -rugió e hizo caer de rodillas a Soren.

Christa sintió una poderosa Voz acercándose a ella desde lo alto del patio, pero no se detuvo. A diferencia de antes, sintió los campos electromagnéticos a su alrededor y vio los hilos de todos colores que envolvían a la mujer de la Capilla, quien había saltado desde el balcón. Para ayudar a que llegase más rápido, Christa tiró de todos los hilos y de pronto la sectaria salió disparada contra el suelo, estampándose violentamente. Tiró una segunda vez de unos hilos conectados a la espada de un guardia, arrebatándole el arma y atrayéndola directo a su mano.  

-Escuché que todo esto fue planeado por ti… ¡¿Qué clase de monstruo retorcido eres como para pensar en hacerme esto?! -bramó cual bestia en contra de su enemigo, mientras Valeria se recuperaba de la caída-. ¿Acaso querías romperme? ¿Quebrantar mi espíritu y entregarme a Archeron como una muñeca de paja sin voluntad? Felicitaciones, genio: me acabas de dar razones para destruir toda esta mierda.  

Valeria soltó un alarido de dolor cuando Christa le atravesó el muslo con la espada, moviendo el arma dentro de la herida para causar más daño.  

-Prepárate porque pienso hacerte sentir la misma desesperación que sentí yo.  

Soren intentó alejar a Christa, pero Vladimir se lo impidió y entonces comenzaron a luchar.  


CAPÍTULO XX



Intentaba ser un buen hombre, era consciente de que a veces era rígido y terco, de que a veces se le pasaba la mano con algún prisionero, pero buscaba corregir sus errores. Había causado mucho daño en el pasado, había hecho cosas crueles y propias de un mal hombre, pero su vida cambió cuando llegó al Páramo. En un principio obró tan mal como lo solía hacer en otras islas que visitaba, pero acabó siendo capturado. Fue cuando conoció al alcalde. Regio e imponente, era un hombre sabio y paciente que veía más allá de las personas, y le dio una segunda oportunidad. Le enseñó a ver la vida desde otra perspectiva, le enseñó el valor de la lealtad, y poco a poco dejó de lado su vida de delincuente, abandonándola por completo cuando se casó con Tassara, la hija del alcalde.  

Joseph era leal al hombre que le había dado la oportunidad de convertirse en mejor persona, y se horrorizó cuando Valeria confesó que ella había envenenado al alcalde. Justo antes de saltar del balcón, le prometió el antídoto a cambio de detener al líder de los rebeldes e impedir que Christa escapara de la prisión. Sin embargo, la verdadera razón por la que se levantaba todos los días de su cama e intentaba mejorar el mundo a su alcance era el estúpido pero valiente muchacho que había enfrentado a Soren, al mercenario más cruel del Páramo. Si se esforzaba por ser un buen hombre, en compensar todo el mal que había hecho de joven, ¿por qué era castigado de esa manera? ¿Por qué debía elegir entre la vida del alcalde y la de su hijo? ¿Por qué el tonto de Stefano había cometido traición por una prisionera?  

La decisión era difícil, pero se había convertido en un hombre que tomaba decisiones duras sin temblarle la mano. Cualquiera que se alzara en contra del orden y la ley, sobre todo en tiempos de crisis, debía ser considerado un enemigo. Era lo que significaba abrazar las propias convicciones, o más bien era lo que quería creer para no admitir que estaba asustado.  

-¡Escúchame bien, Stefano, pues esta será la última lección que escucharás de este viejo! ¡Por primera vez en la vida has tomado una decisión propia y, si quieres ser un hombre de verdad, tienes que lidiar con las consecuencias! ¡Como padre…! -Los ojos de Joseph se tornaron húmedos como perlas mojadas-. ¡Como padre estoy muy orgulloso de ti, hijo!  

El alcaide llevó la mano a la empuñadura de la espada y la desenvainó con movimiento rápido, haciendo saltar llamas negras a su alrededor.  

-¡Pero como alcaide de esta prisión te reconozco como mi enemigo, traidor! ¡Guardias, metan a los malditos prisioneros a sus celdas y capturen al desertor! -ordenó Joseph, notando que algo se rompía por dentro-. Eres mucho más hombre que este viejo asustado, Stefano, pues aún temblando de miedo luchas por lo que consideras correcto. Por favor, no mueras.

Joseph saltó desde el balcón y cayó en picada sobre Christa, al mismo tiempo que los capas negras se movilizaban y los prisioneros en sus celdas exigían que los dejaran salir para unirse a la fiesta.  

Christa usó la misma táctica contra el alcaide y tiró de su espada para estamparlo contra el suelo. Sin embargo, al sentir el más sutil cambio de peso, Joseph soltó su arma y la recuperó una vez sus pies tocaron el suelo. Sin darle tiempo a su oponente para reaccionar, esprintó y ejecutó un limpio corte en forma de medialuna, llamas negras y salvajes propagándose en dirección de la hoja.  

La cazadora empujó un anillo que estaba en el suelo y voló en sentido opuesto, esquivando por poco el ataque del alcaide.  

-Bonitas palabras para un hombre que iba a dejar que me violaran -le espetó Christa suspendida en el cielo, como si colgara de cuerdas invisibles, y entonces sacó un pequeño frasco-. Supongo que ya no tenemos ningún trato.  

Apuró el frasco y comenzó a sentir el estómago caliente, muy caliente. Luego fue el pecho y después la cabeza… En cuestión de segundos, había empezado a arder lo que le hizo darse cuenta de que debía ajustar los efectos de la pócima de potenciación.  

-No podrás escapar de esta prisión: nadie lo ha conseguido en los últimos años -aseguró el alcaide, frunciendo el ceño. Estaba preocupado: si no podía usar su espada, no imaginaba cómo derrotaría a esa peligrosa chica.  

Los capas negras llegaron al patio de los reclusos y atacaron sin mostrar duda ni miedo, pasando por encima de los capellanes que yacían inconscientes en el piso.  

Si bien no había desarrollado su técnica para el combate, la iba a poner a prueba. Esperaba que la pócima sirviera para equilibrar la fuerza de la Sinfonía Elemental, Dominio Electromagnético. Christa se enfocó en la energía electromagnética de su alrededor y entonces generó un pulso en su propio cuerpo, como lo había hecho antes. Su apariencia cambió: su cabello electrizado y blanco despedía chispas eléctricas y sus ojos tenían un fulgor azulado e intimidante.  

Un mundo de ondas de colores apareció frente a sus ojos, ondas que podía escuchar exactamente lo que decían. Una de ellas, agresiva y atormentada, se apresuró hacia Christa e hizo el ademán de atacar. Sin embargo, la cazadora detuvo el avance del hilo como si fuera capaz de controlarlo a la perfección. Empujó el hilo con tal fuerza que lo mandó a volar hasta la pared y más allá de esta.  

-Esto es… ¡Esto es maravilloso!  

La batalla continuó principalmente en dos frentes, uno liderado por Christa en contra de Joseph y los capas negras, y el otro liderado por Vladimir en contra de Soren y unos cuantos soldados. Stefano se dedicaba a correr por el patio de los reclusos, gritando que podía explicar todo, que no era lo que ellos pensaban.  

Christa luchaba con facilidad contra los capas negras, quienes no estaban preparados para enfrentar a una persona que manipulase el metal de esa manera, pues todas sus armas eran de acero. Incluso un espadachín experto como Joseph tenía problemas en manejar adecuadamente su espada, pues los permanentes jalones y tirones lo desequilibraban y disminuía su precisión al atacar. Sin embargo, por muchos capas negras que mandase a volar, por muchos ataques de Joseph que desviase, los enemigos llegaban y llegaban. Estaba empezando a cansarse. Era la primera vez que usaba el Dominio Electromagnético y la pócima de potenciación en conjunto, por lo que el impacto sobre su propio cuerpo era alto.  

Tanto Vladimir como Christa comenzaron a perder terreno en contra de los números dominados por el enemigo. Por cada capa negra que derrotaban aparecía otro dispuesto a ocupar su lugar, y no es que fuesen precisamente débiles. A menos que se los matase, perdían el conocimiento y en pocos minutos lo recuperaban para integrarse otra vez a la batalla. Continuaron con esa estrategia avasalladora hasta que lograron arrinconar a los tres problemáticos.  

-Oh, vamos, ¿en serio pensabas que te saldrías con la tuya? -le preguntó Valeria a Christa, quien se había unido solo después de asegurarse de que todo estuviera bajo control. Cojeaba y se quejaba un montón, pero la herida había dejado de sangrar.  

-¿Escuchas eso, Christa? -le preguntó Vladimir en voz baja, casi en un susurro-. ¿Puedes escucharlo?  

La prisionera cerró los ojos y se concentró en lo que decía el rebelde. Tenía un oído fino y entrenado capaz de oír sonidos que otros humanos eran incapaces de escuchar, pero, fuera de los gritos de los presos y los soldados, no escuchaba nada.  

-¿Te has vuelto loco? -le preguntó de vuelta.  

-¿Es que acaso no escuchas el sonido de la libertad?  

Valeria se quejó de ser ignorada y le ordenó a Joseph que capturase a Christa y le llevase a la sala de tortura y, en caso de no tener una, la habilitarían.  

Fue en ese momento que una de las paredes de la prisión explotó, colapsando sobre media decena de celdas y disparando piedras a altas velocidades que impactaron en algunos soldados. La explosión levantó una enorme y molesta capa de polvo con olor a pólvora quemada, y entonces una fuerte ráfaga de viento disipó la nube.  

-¡Les dije que iba a funcionar, bastardos desagradecidos! ¡¿Cuándo aprenderán a confiar en mí?! ¡Soy un genio! ¡UN GE-NIO! -dijo una voz medio aguda y casi infantil, aunque terriblemente agresiva y arrogante.  

-¡Te has cargado a veinte presos por tu error de cálculos, imbécil! ¡¿Qué le dirás a Vladi de esto?! ¡¿Eh?! -respondió otra voz, femenina y enfadada.  

-Ustedes dos… ¿Hasta cuándo piensan pelear? -intervino otra, una ronca y pesada como si fuera producto de haber fumado veinte cigarrillos por día en los últimos cincuenta años, una que Christa reconocía-. Joder, menudo espectáculo nos hemos marcado.  

Tras el gigantesco agujero que habían hecho se veía una hermosa noche de luna llena. Christa, por primera vez en casi un mes, respiró aire del exterior y se dejó acariciar por la luz plateada.  

En ese momento, entre las diez figuras que había, reconoció dos siluetas que no eran humanas. Una sonrisa se dibujó en su rostro, una sonrisa que reflejaba alivio y agradecimiento. Entre las dos siluetas había una chica que consiguió reconocer luego de que todo el polvo hubiera desaparecido: era Amara.  

-¡Amara! ¡Hiroshi! ¡Y ustedes, chicos…! -Christa alzó la espada en señal de victoria y miró a Soren con una sonrisa provocadora: Loki y Kaia estaban vivos-. Eres un maldito mentiroso.  

-¡Suficiente cháchara! ¡Ya hemos recuperado sus cosas así que nos largamos! -ordenó la misma voz infantil y aguda.  

-¿Irse? No, ninguno de ustedes abandonará esta prisión -se interpuso Valeria, empujando a Joseph para que atacase a los prisioneros, pero el hombre no se movió.  

-Vive y pelea por un nuevo día, hijo -dijo el alcaide y envainó su espada, las llamas desapareciendo a su alrededor.  

Mientras Valeria amenazaba a Joseph con acusarlo de traición, Vladimir sonreía de oreja a oreja mientras levantaba ambos brazos. Las paredes de la prisión comenzaron a crujir, incluso el suelo empezó a retumbar.  

-Cuidaré de Stefano, Joseph -aseguró Vladimir.  

Las paredes reventaron y el agua comenzó a infiltrarse en el patio de los reclusos, empujando a los capas negras y capellanes inconscientes por igual. Vladimir tomó a Christa y a Stefano de los brazos y nadó hacia la salida a medida que el agua subía de nivel.  

-Somos libres, Christa -dijo el líder de los rebeldes.

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El Páramo [Tercera parte] Empty Re: El Páramo [Tercera parte] {Sáb 10 Feb 2024 - 17:19}

Buenas, soy tu moderador para este diario.

Bien, la trama de la historia sin florituras, cumple y continua. Tenemos en diario completo de cárcel, entrenamiento y estudio de ingredientes del Páramo y sus aplicaciones.

Todo bien desarrollado con algo de girito argumental. Si bien es cierto que no comprendo mucho la necesidad de la escena de la agresión sexual, tampoco es algo que ocupe demasiadas líneas. Por otro lado te pediría que a futuro los poderes puntuales de una técnica sean puntuales (ver las fluctuaciones del magnetismo) ya que da la sensación de que tienes la fruta del magnetismo mas que una técnica elemental de magnetismo que se activa solo en determinados momentos.

A parte de esto vamos a peticiones:

- Tercer diario para haki del rey te lo llevas.
- Técnica mítica (Sinfonía Elemental, Dominio Electromagnético) obtenida.
- Creas la poción Fulgurita magnetolíquida (Dado que es mítica, se acoge a reglamento de consumibles)
- Obtienes hierbas y flores necesarias para la Fulgurita y para una poción curativa de categoría genuina pendiente de moderación.
- Potenciación de la técnica no obtenida. (Pasas casi un mes en la cárcel entrenando, palabras textuales del diario. 2 semanas y media para la primera técnica en vez de tres gracias a la fortaleza, 7 días investigando plantas y preparando las pócimas.)

Dicho esto te llevas 1031 px y 103 doblones menos 50 por la técnica mítica, 75 por la Fulgurita y 10 doblones por las flores y materiales para las futuras pociones, total, te quedas en -32 doblones.

Un saludo y lamentamos la demora en la corrección.
Christa
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El Páramo [Tercera parte] Empty Re: El Páramo [Tercera parte] {Dom 11 Feb 2024 - 14:41}

Acepto la moderación.
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El Páramo [Tercera parte] Empty Re: El Páramo [Tercera parte] {Lun 12 Feb 2024 - 17:38}

Hoja actualizada.
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El Páramo [Tercera parte] Empty Re: El Páramo [Tercera parte] {}

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