¿Se puede robar la lluvia?

Me encontraba en un barco de la marina rumbo a Arabasta. Nuestra misión era simple, pero probablemente no fuese fácil. Nos habían advertido de que alguien estaba robando unos polvos de lluvia, sumamente raros e importantes en aquella isla desértica. Gracias a mis 60 años de sabiduría en aquel mundo, sabía que eran capaces de alterar el clima y producir la lluvia, mas esto provocaba más sequía en otros lugares, por eso era tan peligroso que acabase en malas manos.

Estaba junto a varios compañeros, y uno, de aspecto extraño, que no portaba el uniforme de la marina, empezó  a gritar cuando escuchó de otro marine la explicación de los polvos de lluvia. Parecía bastante fanfarrón y liante, sobre todo después de desembarcar, donde demostrando su actitud poco profesional, dijo a gritos que habíamos llegado y que se preparan los bandidos. Mas no era algo que me molestaba, era incluso divertido. Odiaba a la gente sosa y aburrida, al menos así nos reíamos un rato y no se haría tan pesada la misión. El mismo hombre le preguntó al capitán sobre las órdenes, a lo que este respondió con un golpe en su casco y quejándose de sus palabras.

-Tranquilo, capitán, no seas tan estricto con el chaval. Al menos le pone ganas.- Dije yo, con una sonrisa, la cual se desvaneció poco después al sentir un tremendo golpe en la sien. -¿¡Pero qué cojones haces, mocoso!?- Le pregunté exaltado.

-No tengo ninguna intención de hacer caso a tus conejos de viejo charlatán. Me da igual si fuiste un vice-almirante y eres respetado por muchos, incluso superiores a mí, ahora mismo no eres más que un simple recluta, y no toleraré ninguna estupidez ni cualquier acción que ponga en riesgo la misión.- Respondió aquel hombre, bastante serio.

En aquel momento me dieron ganas de romperle el cuello, pero no podía. Por mucho que me molestase, era cierto que ahora no era más que un recluta y mi poder ya no era el de antes, seguramente aquel marine era más fuerte que yo, y plantarle cara no era mi mejor opción, y no solo porque probablemente podría conmigo, si no porque podrían acusarme de traición. Por lo tanto, decidí morderme la lengua y quedarme callado ante su comentario, a pesar de que pudiese parecer ofensivo.

El chico al que había defendido, si es que se le podía llamar así a intervenir en una bronca y acabar siendo uno de los regañados, se me presentó como un tal Kazuo Minato. Afirmaba que aquel hombre no tenía respeto por nadie aunque entendía al igual que yo que montar escándalo no era el mejor modo de llevar una misión de búsqueda y captura. Tal y como él había hecho, procedí a presentarme. -Yo soy Garland Blain, encantado Minato.- Dije de forma breve, nombrándolo por su apellido, tal y como había sugerido.

El capitán dio las órdenes, dividiéndonos en varios grupos y marchando poco después al navío, donde se tumbó frecamente en una de las tumbonas, alegando que alguien tenía que defender el barco, mas parecía que lo que buscaba era relajarse mientras los reclutas hacían el trabajo sucio. Miré hacia mis compañeros, uno de ellos era el pelirrojo, probablemente porque ya estábamos juntos, y los otros dos eran dos reclutas, probablemente más jóvenes todavía que el anterior, uno de ellos tenía la piel morena, de pelo corto y negro mientras que el otro era de tez blanquecina y cabello rubio y medianamente largo. Aquellos chicos permanecían callados, y fue Minato quien rompió el hielo, preguntando como había acabado allí.

-Bueno, si te refieres a como he venido a parar a esta misión, es tan sencillo como ser un recluta y seguir órdenes de los superiores, aunque no creo que tu pregunta sea referida a esa respuesta.- Decía yo, tomando una breve pausa poco después. -Digamos que un percance me dejó para el arrastre. He estado en coma 10 años y mi poder se ha esfumado cual ave al ver su jaula abierta. Me ofrecieron mantener mi puesto, pues no sabían lo que yo sentía, pero era consciente de que no podía mantener un rango de tal calibre. Pedí que me degradaran a recluta hasta que me recuperara, y en resumidas palabras, eso es todo.- Explicaba yo, ante la cuestión de mi compañero. -¿Y qué hay de ti, Minato?- Preguntaba yo, para conocernos mejor.

Sin duda aquel hombre era peculiar, tanto su actitud como su forma de vestir, la cual no era usual en un marine, y menos siendo de tan bajo rango como lo eramos en aquel momento, aunque claro, a veces se permitía cambiar la vestimenta cuando el marine en cuestión necesitaba cierta indumentaria para el combate, que probablemente, tuviera algo que ver.

Tras explicar mi historia, el pelirrojo dijo que era admirable y me puso un sufijo en el nombre en señal de respeto. Aquello me hizo sentir bien, pues a pesar de todo, gustaba que la gente tomase en cuenta todo lo que había hecho en su día. Cuando hacías un trabajo bien hecho, era de agradecer que te felicitaran. Por ello esbocé una sonrisa. Seguimos caminando y este respondió a las preguntas que le había hecho seguidamente. No detalló mucho en la historia, es más, fue bastante breve, pero después de que yo no me explayara al contar mi pasado, no podía quejarme. Por lo visto venía desde lejos y tenía las cosas muy claras. Quería librar al mundo de tanto mal y demostrar a su gente que podía ascender en la marina tal y como ellos esperaban.

-Estoy seguro de que así será, Minato.- Dije yo. Aquel chico me gustaba. Era algo escandaloso, pero se veía de buen corazón, con objetivos nobles y mucha seguridad y confianza. Seguramente llegaría muy lejos, y esperaba poder verlo con mis propios ojos.

Poco después comentó algo bastante curioso y que me dio que pensar. Notaba extraño que estuviésemos buscando por el pueblo, puesto que sería demasiado fácil que los reconociesen y no sería bueno para ellos, de ahí, sacó la conclusión de que los ciudadanos podrían estar pagados para tener la boca cerrada, aunque más que pagados, cosa que me extrañaba de unos delincuentes. A lo mejor simplemente estaban bajo la presión de una amenaza, aunque esperaba que fuese Kazuo quien llevase razón, no quería poner en peligro a ningún civil. El marine, para corroborar lo que dijo, tocó a una ventana cerrada por un par de maderas que al abrirse, mostraron a un hombre de cara rechoncha y un bigote bastante peculiar. Este, en cuanto nos echó el ojo, volvió a cerrar y se escuchó como se alejaba del lugar.

-Vayamos a ver que es lo que ocurre.- Fueron mis palabras antes de tirar abajo la ventana de una patada y entrar rápidamente al edificio.

No era mi intención allanar la morada de un ciudadano ni espantarlo, pero aquel hombre sabía algo, y necesitábamos interrogarle. Si escapaba, podría ser muy peligroso tanto para nosotros como para la gente que residía allí. Empecé a correr pero aquel hombre ya no estaba y tampoco se escuchaba nada. Debía haberse escondido en algún lguar.

-Estad atentos. No puede haber salido de la casa tan rápido, no se ha escuchado la puerta. Seguramente sigue dentro. Tenemos que encontrarlo.- Dije yo mientras observaba toda la habitación donde habíamos ido a parar. Un salón de tamaño medio con una mesa para cuatro junto a sus cuatro asientos, varios adornos de estilo oriental y un sofá con una mesa de noche al frente.

Estuvimos observando aquella habitación, intentando analizar cualquier pista que nos llevara al hombre que buscábamos. Minato, empezó a actuar de forma inusual. Flexionó el cuerpo y las piernas y fue a hurtadillas hasta las escaleras que daban al segundo piso. Empezó a subirlas y cuando dejó de hacer ruido con los escalones que pisaba, increíblemente, salió aquel tipo del armario que había por debajo. Con un salto con aterrizaje desastroso,  lo atrapó. Estaba aterrorizado y nosotros no entendíamos la razón. Eramos marines, por lo que no creo que esperase que le fuésemos a hacer daño, a no ser que hubiera tenido problemas con soldados corruptos, o que tuviera secretos ilegales que no quería confesar.

El pelirrojo hizo que se sentase en el sofá e intentó que este hombre hablara, pero él no dijo nada, no abrió la boca en ningún momento, a lo que Minato le preguntó si era por alguna clase de amenaza. Tampoco profirió palabra alguna. Era bastante extraño, pero aquello era demasiado probable. Me acerqué a él, imponente con mi musculatura y estatura y una mirada penetrante y seria. -Buenos días, ciudadano.- Dije yo para romper el hielo.

-Somos soldados de la marina, y como ha dicho mi compañero, estamos en busca de unos delincuentes que se dedican a robar y comerciar con el polvo de la lluvia. Puesto que eres un residente de este país, deberías saber muy bien para que sirven esos polvos y lo peligroso que es que caiga en manos de esas personas.- Explicaba yo, sin dejar a un lado mi tono frío, ahora mismo no podíamos andar con tonterías. -Si te han amenazado para que no digas nada, no te preocupes. Tenemos un buque en el puerto y varios batallones patrullando la ciudad. No dejaremos que te ocurra nada, te lo prometo.- Añadí, intentando calmar a aquel hombre y que empezase a hablar.

Empezó a balbucear. A hablar con miedo, tembloroso y tartamudeando cada palabra. Nos confirmó que ese era el problema y que no quería morir. Tras esto, dijo un nombre, o más bien un apodo, "Desert Claw". Así se llamaba el líder de aquellos bandidos. Le preguntamos seguidamente si sabía alguna pista de su ubicación, pero no pudo hablar más. Una bala atravesó su cráneo, provocándole la muerte inmediata. Mis ojos se abrieron como platos y rápidamente dirigí mi mirada hacia la ventana. Allí había un hombre enmascarado que no tardó en salir corriendo. -¡¡¡Maldito hijo de puta!!!- Grité, muy cabreado ante aquella situación. -¡¡¡Vamos, no tenemos tiempo que perder, sigamos a ese cabrón!!!- Ordené, a pesar de ser un recluta como ellos y no tener ningún poder por encima del suyo. Salí rápidamente por la ventana y aún podía verse corriendo por las calles de aquel lugar. Empecé a seguirlo, más las carreras no eran mi fuerte, por lo que esperaba que alguno de los de nuestro grupo fuera capaz de alcanzarlo.

Con mi velocidad era imposible que lo alcanzara, aunque Minato parecía mucho más capacitado para esa situación. Seguí avanzando junto a los otros dos marines, que parecían algo asustados, mas no era el momento de ser cobarde. Finalmente el pelirrojo atrapó al delincuente, pero lo que no esperábamos es que acabase rodeado por varios hombres. Dos de ellos se lanzaron a por él, y este con gran velocidad y destreza, detuvo sus ataques, mas no podría estar así por mucho tiempo y la intervención de un tercero, podría ser fatal. Fui tan rápido como pude y con suerte, puede llegar antes de que todos se abalanzasen.

-¡¡¡Sois todos unos malditos cobardes!!!- Exclamaba yo mientras me lanzaba, con el brazo hacia atrás, a por uno de los que había atacado a Minato, concretamente el que le había intentado alcanzar por la espalda.

Mi puñetazo fue devastador. Un golpe directo a sus costillas que le hizo doblarse del dolor. Se agarró con fuerza la parte afectada y me miró con terror. Un segundo ataque fue a parar a su rostro, derribándole y dejándolo inconsciente, o al menos, eso parecía, pues no volvió a levantarse. -¡Vosotros, no os quedéis mirando, venid a luchar!- Exclamaba yo, observando a nuestros dos compañeros que reculaban con cuidado y que parecían querer evitar el enfrentamiento. Si así era, no tenía sentido que siguieran siendo marines. Desenvainaron sus espadas y se unieron a la lucha.

Me lancé a por dos más, bloqueando sus espadas con las manos desnudas. Podría haber sido peligroso, de no ser porque mi fuerza era muy superior a la suya y porque no tardé en crear una pequeña explosión en dichas armas que alcanzó a sus usuarios, triándolos por los suelos con el rostro quemado y parte del pecho.

-El robo es un crimen bastante serio, pero amenazar de muerte y otorgársela a unos simples civiles... Eso no tiene nombre. El peso de la justicia caerá sobre vosotros ¡A base de golpes!- Decía yo, enfatizando la última frase y otorgando poco después un puñetazo al bandido que tenía más cercano, causando una pequeña explosión en su estómago. Antes de que la explosión lo mandara a volar, agarré su cabeza y lo estampé contra el suelo de forma violenta.

Era increíble ver la agilidad, velocidad y la habilidad con la que se desenvolvía Minato en combate. Era al parecer alguien fuerte y a tener en cuenta, a diferencia de nuestros otros compañeros, que apenas bloqueaban aa un enemigo y con dificultad. El pelirrojo, viendo la situación, mandó a aquel par a por refuerzos, de este modo no estorbarían y podrían ser de mayor ayuda si traían más marines. Estos no tardaron en correr como si les fuera la vida en ello, seguramente aliviados por no tener que seguir aquel combate que les superaba. Con esa actitud jamás ascenderían y quedaría como reclutas por el resto de sus vidas. Seguidamente, la mayoría de bandidos que aún quedaban en pie, empezaron a poner pies en polvorosa, mientras Kazuo les gritaba, diciendo que avisaran a su jefe y que se iban a enterar. Esbocé una sonrisa, aunque no tardé en pensar el cabreo que cogería el capitán., pues habíamos formado un buen escándalo, y esos cobardes irían a avisar a su superior, cosa que podría fastidiar la misión, o no.

Seguirlos no era una opción, pero entre aquellos caídos, había varios aún con vida, que podrían decirnos donde estaba la guardia, y estaba seguro de que así sería. Cogí a uno de los que yo mismo había derrotado, tenía la cara un tanto chamuscada, con bastantes heridas. Le di un par de bofetadas flojas para que despertara y empecé a zarandearlo, en cuanto abrió los ojos le lanzó la pregunta. Se negó a responde, por lo que cogí uno de sus brazos y empecé a retorcerlo. Este gritaba del dolor, pero no mediaba palabra, por lo que cada vez giraba más, hasta el punto de casi partirlo. -Si no hablas, te romperé los brazos. Tú mismo.- Dije yo, con aire amenazante.

-¡¡¡Está bien, hablaré, pero no me rompas los brazos!!!- Decía el bandido entre lloriqueos.  
Su respiración era agitada y se notaba que le costaba hablar después de tremenda paliza que había recibido antes. -La base es una tienda. Una tienda de armas. Tiene un pasadizo que conduce al sótano y allí es donde se encuentra el jefe, pero por favor, no le digáis que he sido yo el chivato o me cortará el cuello.- Explicaba este, suplicando por su vida. Le pegué un puñetazo en la barriga y lo volví a dejar inconsciente. Así sería más fácil llevarlo a prisión.

-Bien, al menos ya sabemos donde tenemos que ir. Una tienda de armas, no creo que haya muchas.- Dije yo, mirando a mi compañero.

Minato comentó que podría haber sido tan simple como seguir a los bandidos, pero yo no lo veía de ese modo. Él era rápido, pero yo no, y aunque él podría darme la posición más tarde, nos arriesgábamos a una emboscada o a acabar en sitios erróneos. Además, aquella escoria no merecía otro trato. -Probablemente, pero es la vía más rápida y fiable, y hay muchas vidas en juego.- Dije yo, intentando excusarme ante mi compañero que parecía algo enfadado. Seguidamente llegaron algunos refuerzos y el pelirrojo le comentó lo que habíamos descubierto, a lo que estos llamaron por Den Den mushi al capitán y nos ordenó acabar con la base enemiga. Algunos fueron a llevarse a aquellos bandidos hacia el barco mientras que otros se dirigían con nosotros a aquella tienda de armas donde debía estar la base secreta de los bandidos. Llegamos al edificio en cuestión poco después, con bastantes características que nos aclaraban que habíamos llegado al sitio correcto. Kasuo me ofreció hacer los honores de entrar el primero.

-Está bien.- Dije yo, acercándome a la puerta, cerrada con varios candados improvisidados y preparándome para asestarle un buen golpe.

Eché el cuerpo hacia atrás, flexionando el torso y los brazos para dar un terrible golpe a la puerta unido de una explosión que la derribó y seguramente alertó a nuestros enemigos. No sería un problema, pues no podíamos entrar de forma sigilosa en la guarida de unos bandidos y menos cuando ya sabían que los estábamos buscando. Miré a Minato y cerré el puño. -Hace tiempo comí una fruta del diablo, pero otrogó el poder de crear explosiones con mi propio cuerpo, y de ahí que pueda hacer algo así.- Dije yo, pensando que podría estar algo confuso ante mis extraños poderes. Todos empezamos a entrar en aquel lugar. Muchos de los marines iban armados con espadas o rifles y uno de ellos portaba mi martillo, cosa por la que no pude esbozar una sonrisa. Hacía tiempo que estaban reparándolo y por fin lo habían terminado. Se notaba que aquel recluta lo portaba con bastante dificultad, de hecho, era increíble que hubiese llegado hasta aquí. Agarré aquel enorme arma rojiza y me preparé para dar caña a los bandidos.

Martillo:

Después de romper la puerta, Minato dijo que era sorprendente y aplaudía con las manos como si de verdad la hubiera impresionado. Era alguien muy fuerte y noble, pero parecía algo inocente, aunque no era algo malo del todo, solo temía que aquella actitud le trajera problemas en un futuro. Empezamos a entrar en aquel lugar y seguimos el camino indicado por el bandido para llegar a su guarida, mas tuvimos un percance, caímos en una de sus trampas más obvias, aunque no lo eran tanto cuando avanzábamos con aires de grandeza a por el enemigo. Gran parte del escuadrón cayó a aquel foso de unos cinco metros de profundidad. La caída fue horrible y lo pero de todo sería sacarlos. Minato se adelantó para que no pudieran escapar y propuso que hiciéramos puentes con algunas escaleras de mano, cosa que no era mala idea. Empecé a buscar por la tienda y di con dos de ellas. De madera y aproximadamente de dos metros cada una, pues me igualaban en altura. Las bajé para que las usaran y empezamos a sujetarlas mientras los marines con algo de dificultad subían por ellas, una vez estaban al final, solo hacía falta saltar y estirar un poco. Finalmente estuvimos todos arriba.

-Los que habéis caído quedaos aquí. Vigilad por si alguien viene o intentan escapar. Debéis recuperar vuestras fuerzas, no sería buena idea que entraseis al campo de batalla tras ese golpe.- Dije yo, acercándome de nuevo al hoyo para sacar las escaleras y ponerlas a modo de puente. -¡Vamos, vamos! ¡Paso ligero!- Exclamaba, esperando que pasaran todos los demás lo más rápido posible.

Cuando pasaron todos y empezaron a dirigirse hacia el interior en busca de ayudar a Minato, pasé yo, o eso buscaba, pues acabé rompiendo la escalera. Entre mi peso, el del martillo y el deterioro de las escaleras, la madera cedió y acabó partiéndose, haciendo que cayese al hoyo. Caí de pie y sentí un gran dolor en las piernas, pero nada que no pudiera soportar, el problema era como salir de allí, incluso pensé en avanzar a golpes de martillo, abriéndome camino entre la tierra, pero no era muy buena idea, probablemente acabase bajo ella. Tras varios minutos meditando, pensé en usar el poder de mi fruta a modo de propulsión, y eso hice, golpeé el suelo con fuera y causé una pequeña explosión que junto a un salto, me elevó hasta el final de la trampa. Caí en el suelo de la parte a la que tenía que pasar con el martillo por delante, haciendo un boquete en este.

Corrí hasta llegar al lugar indicado. Una sala con bastante más luz de la esperada. Pude ver como la batalla empezaba. Los soldados ya habían llegado y estaban luchando contra los bandidos, al igual que Kazuo. Además, pude ver algo que me sorprendió bastante, un hombre incluso más grande que yo, portando una maza en sus manos y a punto de aplastar a uno de los nuestros. Me mi martillo en medio de su trayectoria. El choque de estos produjo un fuerte sonido y de no ser porque no era alguien ordinario, me hubiera roto los brazos. Su fuerza era increíble, apenas podía mantener mi arma donde la tenía y mucho menos cuando estaba en una posición con desventaja, pudiendo él usar su peso para hacer más fuerza. Hice una mueca mientras una gota de sudor bajaba por mi frente.

-¿Eso es toda tu fuerza?- Preguntaba con tono arrogante.

La situación empeoraba por segundos. Su fuerza no disminuía y yo, en cambio, iba retrocediendo poco a poco. Si seguía así, me partiría, pues no podría apartarme lo suficientemente rápido como para que su arma con una terrible fuera apisonadora me aplastase alguna parte del cuerpo. Sin embargo, una brillante y rápida actuación del pelirrojo, me brindó la ventaja. En algunos casos, muchos podrían decir que aquello carecía de honor, pero en una pelea contra bandidos y cuando la prioridad era asegurar la vida de nuestros compañeros, el honor era algo que se podía patear cuantas veces se pudiese. Prefería ser un cobarde y mantener a todos mis hombres y perderlos por querer un trato justo con aquellos canallas. El corte que había efectuado Minato le hizo echarse un poco para atrás y desestabilizarse, momento que aproveché para apartarlo con un movimiento fuerte hacia arriba, y en el momento que eso ocurrió, le di un tremendo martillazo en el estómago que lo lanzó despedido contra una de las paredes del refugio.

-Gracias Kazuo, me has salvado de una buena.- Dije yo, esbozando una sonrisa y preparándome para continuar con la refriega que aún no había terminado.

Seguidamente me lancé contra un par de bandidos. A uno le empujé con la parte de arriba de mi maza, de modo que evitaba su posible ataque a uno de los nuestros y luego le di un segundo impacto, esta vez con la cara que solía usar para golpear y lo mandé a volar como a su líder, aunque este al ser más ligero, pareció ascender más de la cuenta. Al otro le pegué una patada en el pecho seguida de un puñetazo con el reverso a la altura de la oreja. Probablemente aquel golpe le destrozaría el tímpano. Tras esto observé el panorama. Nuestros hombres estaban cogiendo la delantera y pronto la misión habría finalizado. Era increíble ver como todos se esforzaban por cumplir su labor.

-¡¡¡Vamos, chicos!!! ¡¡¡Estos ya son nuestros, pronto nos sonreirá la gloria al entregar los polvos de lluvia que habían sido robados por estos ladrones de poca monta!!!- Gritaba yo, intentando subir la moral de mis compañeros, de este modo se esforzarían más y no tardarían en vencer a sus oponente.

Yo por mi parte me acerqué al lider. Sentado en aquella pared, observando atónito el combate que poco tardaría en llegar a su fin. Sus piernas aún emanaban bastante sangre y no parecía querer hacer nada por evitarlo. Si no fuera por Kazuo, y porque aún conservaba algo de remordimientos y compasión a pesar de aquel suceso, hubiera terminado con su sufrimiento en aquel momento, mas me limité a ponerle unas esposas y vendarle las piernas para que no muriese de una hemorragia. -Pasarás una buena temporada bajo la sombra.- Le dije antes de observar el objeto que teníamos que recuperar, para darme cuenta que algunas bolsas estaban rajadas y el polvo esparcido sobre algunos de los bandidos. -Qué cojones... Bien, chicos, una vez hayáis acabado de arrestar a estos bandidos, empezad a llevaros los sacos de polvo de lluvia hacia el pueblo y a meter todo el polvo que podamos recoger del suelo en sacos que no estén rajados.- Ordené, a pesar de no ser ningún líder, y viendo que la batalla ya se había decidido. No obstante no sería quien se limpiaba las manos. Cogí un par de sacos y me los puse a los hombros para llevarlos al pueblo.

Pasó no más de un cuarto de hora y ya habíamos conseguido llevar toda la mercancía al barco de la marina así como a los bandidos arrestados. Pronto estaríamos rumbo alguna cuartel general para que les adjudicaran una celda a aquellos canallas. Cuando llegamos allí, la gente nos elogiaba y vitoreaba por nuestras acciones contra aquella gente que tenían atemorizados a tantos inocentes. Era reconfortante ver como algo tan simple te llenaba de alegría y satisfacción después de un duro trabajo. No obstante, la sonrisa se me borró al ver a nuestro superior durmiendo en su hamaca como si no pasara nada. El marine pelirrojo lo despertó y antes de que le cayera una buena bronca, reportó la misión. Su respuesta fue breve y poco después se dirigió a los civiles para hablar de nuestras hazañas, adquiriéndose a si mismo el mérito a pesar de no haber hecho nada. De no ser porque prefería evitar perder mi puesto, le habría aplastado la cabeza en aquel instante.

-Capitán, estos son los bandidos arrestados, entre ellos el líder.- Dije yo, dando una señal para que trajesen a dichas personas y señalando al tipo que encabezaba su banda de criminales.

La felicitación no fue mayor a la anterior y sus acciones tampoco dejaron de ser diferentes. Seguía autoproclamándose el héroe de Nanohana, y lo peor es que la gente inocente así lo veía. Admiraban a aquel hombre que con unas pocas y falsas palabras había atraído todas su atención. No me importaba que los ciudadanos creyesen algo irreal mientras no les hiciese mal, pero me molestaba ver como alguien se aprovechaba del trabajo de otros, del esfuerzo de tantos marines que habían luchado duro por defender a aquella gente mientras su superior yacía acostado y durmiendo plácidamente.

-Deberíamos partir cuanto antes, señor.- Sugerí, recibiendo una contestación borde y poco profesional por parte del capitán, alegando que él daba las órdenes y él decidía cuando teníamos que partir, sin embargo, no tardó en hacer caso de mi sugerencia, y mandó a levantar el ancla y arriar las velas para zarpar.

Me fui a ayudar con los preparativos del barco y no tardamos en emprender el viaje. El viento soplaba con fuerza y el océano se mostraba tranquilo. EL transcurso del desierto a la sede más próxima, no sería demasiado largo. Los ciudadanos aún nos agradecían lo que habíamos hecho y se despedían de nosotros esbozando una sonrisa de oreja a oreja. Conversé con varios marines, felicitándoles por tan buena actitud y por lo bien que lo habían hecho y poco después me acerqué a Kazuo.

-Eres un gran marine a pesar de ser un recluta. Espero que podamos coincidir alguna vez más, Minato Kazuo. Llega alto y nunca cometas el error que yo cometí. No subestimes a nadie y no empieces una batalla que no puedes ganar.- Dije yo, posando mi mano sobre el hombro de aquel soldado.