Roland von Klauswitz
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Ciertamente estaba fuera de lugar. La enorme ciudad que constituía el núcleo habitado de la isla formaba un paisaje gris y brillante, totalmente artificial y en ocasiones incluso asfixiante. El escaso verde que se observaba provenía de las pequeñas plantas de plástico repartidas por las calles o de los coloridos rótulos que anunciaban la entrada a los espectáculos y casinos. Y allí estaba él, plantado en mitad de una de las avenidas principales con su habitual túnica blanca e ignorando las continuas miradas de la gente que se preguntaba qué demonios hacía un árbol en mitad de Casino Island.
Kodama contempló como a su alrededor no había más que enormes edificios y salas de juego, en aquella ciudad no había el más mínimo espacio para la naturaleza y eso le hacía replantearse la estupidez de los humanos. No entendía como podía existir una isla donde no hubiese una sola planta, al menos hasta su llegada. El hombre-árbol se encaminó hacia su destino, el Casino Lucky Terror, con intención de cumplir su misión lo antes posible, no quería perder más tiempo del necesario en un lugar como ese. Como de costumbre, la Marina lo había enviado a un extraño paraje en pos de llevar la justicia a cada rincón del mundo. Y no le habría importado si hubiese sido un bosque, una selva, etc. pero no soportaba las ciudades, ni mucho menos una tan ruidosa como aquella. Por doquier se veía gente borracha, celebrando su suerte o llorando sus pérdidas en los absurdos juegos de azar que ofrecía aquel pequeño rincón del mundo.
Por suerte él no se dejaría seducir por la aparente simpleza de los casinos, en parte porque no tenía dinero, pero sobretodo por su sentido del deber, de la justicia y, porque no decirlo, de su total desconocimiento de las reglas. No pudo evitar recordar la vez en que intentó jugar al póker con varios compañeros en su época de recluta y acabó ganando sin darse cuenta, para luego tirar por ahí las fichas porque las consideraba nada más que plástico. Desde ese momento decidió que no volvería a jugar, al menos no con gente menos rara que él.
Mientras andaba perdido en sus pensamientos, llegó hasta el Lucky Terror, un amplio casino repleto de máquinas, viejos adinerados y Den Den Mushi de seguridad que observaban cada rincón de aquella enorme sala carente de ventanas. El marine se fue abriendo paso entre la multitud, ignorando las exclamaciones y los golpes contra las máquinas cuando estas no daban el premio deseado, y al final se plantó ante una puerta con un cartel de privado custodiada por un par de hombres trajeados. Según le habían dicho aquella debía ser la sala de seguridad y allí podría ver las grabaciones tomadas por los DDM durante los últimos días.
Tras las habituales explicaciones sobre su peculiar aspecto, por fin fue recibido por el gerente del casino, un diminuto hombrecillo que, en el colmo de lo absurdo, iba vestido con un traje dorado e iba adornado con infinidad de joyas de oro. Incluso sus gafas eran de oro. Aquel tipo parecía que no tenía sentido del gusto, aún menos que él. Mientras observaba al extraño tipejo que presumía de sus pulseras y anillos de oro de una forma muy poco sutil, Kodama resopló y se preguntó de nuevo porque demonios le tocaba a él perseguir a una simple banda de ladrones de casinos.
Kodama contempló como a su alrededor no había más que enormes edificios y salas de juego, en aquella ciudad no había el más mínimo espacio para la naturaleza y eso le hacía replantearse la estupidez de los humanos. No entendía como podía existir una isla donde no hubiese una sola planta, al menos hasta su llegada. El hombre-árbol se encaminó hacia su destino, el Casino Lucky Terror, con intención de cumplir su misión lo antes posible, no quería perder más tiempo del necesario en un lugar como ese. Como de costumbre, la Marina lo había enviado a un extraño paraje en pos de llevar la justicia a cada rincón del mundo. Y no le habría importado si hubiese sido un bosque, una selva, etc. pero no soportaba las ciudades, ni mucho menos una tan ruidosa como aquella. Por doquier se veía gente borracha, celebrando su suerte o llorando sus pérdidas en los absurdos juegos de azar que ofrecía aquel pequeño rincón del mundo.
Por suerte él no se dejaría seducir por la aparente simpleza de los casinos, en parte porque no tenía dinero, pero sobretodo por su sentido del deber, de la justicia y, porque no decirlo, de su total desconocimiento de las reglas. No pudo evitar recordar la vez en que intentó jugar al póker con varios compañeros en su época de recluta y acabó ganando sin darse cuenta, para luego tirar por ahí las fichas porque las consideraba nada más que plástico. Desde ese momento decidió que no volvería a jugar, al menos no con gente menos rara que él.
Mientras andaba perdido en sus pensamientos, llegó hasta el Lucky Terror, un amplio casino repleto de máquinas, viejos adinerados y Den Den Mushi de seguridad que observaban cada rincón de aquella enorme sala carente de ventanas. El marine se fue abriendo paso entre la multitud, ignorando las exclamaciones y los golpes contra las máquinas cuando estas no daban el premio deseado, y al final se plantó ante una puerta con un cartel de privado custodiada por un par de hombres trajeados. Según le habían dicho aquella debía ser la sala de seguridad y allí podría ver las grabaciones tomadas por los DDM durante los últimos días.
Tras las habituales explicaciones sobre su peculiar aspecto, por fin fue recibido por el gerente del casino, un diminuto hombrecillo que, en el colmo de lo absurdo, iba vestido con un traje dorado e iba adornado con infinidad de joyas de oro. Incluso sus gafas eran de oro. Aquel tipo parecía que no tenía sentido del gusto, aún menos que él. Mientras observaba al extraño tipejo que presumía de sus pulseras y anillos de oro de una forma muy poco sutil, Kodama resopló y se preguntó de nuevo porque demonios le tocaba a él perseguir a una simple banda de ladrones de casinos.
Zombienrelleno
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Akuma no mi
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Estaba en mi barco muerto de hambre, con mis fieles compañeros Shion y Raion. Navegaba sin rumbo, por la oscuridad, hasta que a lo lejos divisé una extraña isla con multitud de luces. No sabía que tipo de isla era, pero tenía hambre y quería entrar a alguna taberna. Me acerqué al embarcadero a la máxima velocidad que pude y, allí, amarré mi barco. Bajé y dejé a mis compañeros al cargo del barco, mientras yo me dirigía en busca de una taberna donde comer algo. Caminé por calles, donde las plantas olían a plástico, algo extraño, parecía que aquella isla era totalmente artificial. Por todos lados había gente que apestaba a alcohol por todos lados, unos gritando de alegría y otros de pena. Encontré un gran edificio, donde un gran cartel decía "Casino". No sabía lo que era, pero las luces de colores me llamaban la atención, así que decidí entrar. Un recepcionista me dijo de cambiar mis berrys por fichas, no sabía que quería decir con eso, pero acepté y cambié 10.000 berrys. Empecé a caminar y veía máquinas de todo tipo, gente rodeando una mesa mientras lanzaba uno dados, o otros mirando una especie de plato giratorio con una bolita. Me acerqué a lo de la bolita y hablé al tipo trajeado que había ahí.
- Oye tipo raro. ¿Que es esto?
- Es un juego llamado ruleta. Eliges un número, color o ambas cosas, si aciertas puedes llevarte lo que has apostado más el doble o la mitad.
Empecé a mirar extrañado, no entendía lo que quería decir, pero cogí todas las fichas y las aposté a un número, el número 15 y de color rojo. No se porqué, pero me gustaba. La ruleta empezó a girar y la bolita pasaba de número a número, hasta que se paró. Terminó cayendo en el número que dije y mi dinero se dobló. Ahora contaba con 20.000 berrys y tan feliz, empecé a seguir apostando.
- Oye tipo raro. ¿Que es esto?
- Es un juego llamado ruleta. Eliges un número, color o ambas cosas, si aciertas puedes llevarte lo que has apostado más el doble o la mitad.
Empecé a mirar extrañado, no entendía lo que quería decir, pero cogí todas las fichas y las aposté a un número, el número 15 y de color rojo. No se porqué, pero me gustaba. La ruleta empezó a girar y la bolita pasaba de número a número, hasta que se paró. Terminó cayendo en el número que dije y mi dinero se dobló. Ahora contaba con 20.000 berrys y tan feliz, empecé a seguir apostando.
- recordatorio para mi mismo por si el tema se alarga:
Soy lv 35
Roland von Klauswitz
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La vigilancia en ese lugar era increíble. Por doquier había Den Den Mushi de vídeo, observando cada esquina dentro y fuera del casino. En cierto modo era lógico, pues aquel tipo de negocios solían ser muy lucrativos y sus dueños eran muy recelosos de su fortuna. Los gerentes de los casinos no soportaban que nadie ganase y mucho menos que lo hiciese varias veces seguidas, por lo que vigilaban constantemente a todos los jugadores que, por alguna razón que Kodama no alcanzaba a comprender, entraban allí solo para gastarse el dinero y luego largarse tan felices. Sin embargo poco le importaba a él el dinero o los casinos, lo único que quería era terminar con aquella ridícula misión cuanto antes y poder volver a algún lugar donde hubiese algo de verde. Se sentía fuera de lugar en una ciudad de esa tipo y comenzaba a pensar que alguien intentaría talarlo.
Según le dijo el gerente, entre un montón de charla sin sentido destinada más bien a presumir de su fortuna, le habló sobre un tipo que solía ir todas las semanas a jugar. Por lo visto siempre ganaba algo de dinero y luego se marchaba, por lo que solían tener a un par de tipos echándole un vistazo por si hacía trampas. Aparentemente era un hombre normal que de no haber sido un ganador regular no habría llamado la atención de nadie. Por desgracia para él, cuando los ricos comenzaban a perder dinero siempre encontraban la manera de recuperarlo de una forma u otra y, según declaraciones de otros clientes del casino, ese hombre tuvo un desafortunado accidente tras le que quedo en coma unas semanas.
Kodama escuchó a ratos lo que le decía el hombrecillo vestido de oro, más pendiente de las hipnóticas luces parpadeantes que de otra cosa, aunque logró quedarse con la idea principal: aquel tipo era un idiota. Y la prueba era que culpaba al hombre en coma de haber robado su caja fuerte. Según decía, ese tipo era el único responsable del robo aunque no podía aportar ninguna prueba. El hombre-árbol lo ignoró y comenzó a buscar posibles culpables a través de las imágenes que los DDM retransmitían en directo. No pensaba encontrar a nadie destacable, cuando un tipo moreno llamó su atención, especialmente por ser el único allí vestido de forma poco elegante. Supuso que no le quedaba otra opción más que trabajar un poco, así que suspiró y se resignó a hablar con ese tipo.
El marine salió del despacho sin haber dicho una palabra y bajó al salón de juegos ignorando las exclamaciones del gerente. Nada más poner un pie en la sala las miradas extrañadas comenzaron a arremolinarse a su alrededor, pero su capacidad para pasar de la gente era suficiente como para que no le importase lo más mínimo. Para él, todos los allí presentes no eran más que idiotas que preferían regalarle su dinero a otro tipo a cuidar la naturaleza de su isla. El Roble reprimió las ganas de destrozar aquel sitio y se acercó al joven moreno, plantándose ante él, de nuevo sin decir una palabra, aunque esta vez se debía a que la inmensa cantidad de luces le tenía hipnotizado.
Según le dijo el gerente, entre un montón de charla sin sentido destinada más bien a presumir de su fortuna, le habló sobre un tipo que solía ir todas las semanas a jugar. Por lo visto siempre ganaba algo de dinero y luego se marchaba, por lo que solían tener a un par de tipos echándole un vistazo por si hacía trampas. Aparentemente era un hombre normal que de no haber sido un ganador regular no habría llamado la atención de nadie. Por desgracia para él, cuando los ricos comenzaban a perder dinero siempre encontraban la manera de recuperarlo de una forma u otra y, según declaraciones de otros clientes del casino, ese hombre tuvo un desafortunado accidente tras le que quedo en coma unas semanas.
Kodama escuchó a ratos lo que le decía el hombrecillo vestido de oro, más pendiente de las hipnóticas luces parpadeantes que de otra cosa, aunque logró quedarse con la idea principal: aquel tipo era un idiota. Y la prueba era que culpaba al hombre en coma de haber robado su caja fuerte. Según decía, ese tipo era el único responsable del robo aunque no podía aportar ninguna prueba. El hombre-árbol lo ignoró y comenzó a buscar posibles culpables a través de las imágenes que los DDM retransmitían en directo. No pensaba encontrar a nadie destacable, cuando un tipo moreno llamó su atención, especialmente por ser el único allí vestido de forma poco elegante. Supuso que no le quedaba otra opción más que trabajar un poco, así que suspiró y se resignó a hablar con ese tipo.
El marine salió del despacho sin haber dicho una palabra y bajó al salón de juegos ignorando las exclamaciones del gerente. Nada más poner un pie en la sala las miradas extrañadas comenzaron a arremolinarse a su alrededor, pero su capacidad para pasar de la gente era suficiente como para que no le importase lo más mínimo. Para él, todos los allí presentes no eran más que idiotas que preferían regalarle su dinero a otro tipo a cuidar la naturaleza de su isla. El Roble reprimió las ganas de destrozar aquel sitio y se acercó al joven moreno, plantándose ante él, de nuevo sin decir una palabra, aunque esta vez se debía a que la inmensa cantidad de luces le tenía hipnotizado.
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