Mutou Ryuuji
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Una pequeña embarcación atracó en uno de los muchos barcos que servían de superficie de la "isla", en ésta se podía ver cómo un hombre de alta estatura, resguardado de la lluvia con una túnica de pies a cabeza, estaba acompañado por otra persona de una estatura un poco menor.
- ¿Estás seguro de que es aquí? No me gusta nada el clima, tío. - Era Mutou, que se quejaba a quien parecía ser un compañero revolucionario del mal clima que hacía en la isla, ya que no paraba de llover en aquél momento.
- Ten respeto, Ryuuji, no me llamo tío. Y sí, nuestras fuentes nos han confirmado que los planos se encuentran en este lugar, así que baja del barco de una vez y ponte en marcha.
- ¿De verdad tienes que ser tan borde? Sabes que estas cosas nunca se me han dado bien. Podríais enviar a otro a hacer el trabajo de investigación y dejarme a mí el machacar tipos malos. - Claramente, se le notaba molesto por la situación.
Recibiendo un fuerte puntapie en el trasero, Mutou cayó en las tablas de madera mojadas totalmente por la lluvia, dejando expuesto su rostro. Recuperando la compostura, se giró hacia el barco en el que había venido, para ver que ya estaba a unos cuantos metros de distancia.
- ¡Cabronazo, no te creas que me olvidaré de lo que me acabas de hacer!
Colocándose la capucha nuevamente, se giró nuevamente, y tras un suspiro de clara desilusión, comenzó a examinar los restos del navío en los que se encontraba.
- Sin duda está en muy mal estado. No soy experto en barcos, pero diría que éste en concreto lleva ya un buen tiempo en este lugar.
- ¿Estás seguro de que es aquí? No me gusta nada el clima, tío. - Era Mutou, que se quejaba a quien parecía ser un compañero revolucionario del mal clima que hacía en la isla, ya que no paraba de llover en aquél momento.
- Ten respeto, Ryuuji, no me llamo tío. Y sí, nuestras fuentes nos han confirmado que los planos se encuentran en este lugar, así que baja del barco de una vez y ponte en marcha.
- ¿De verdad tienes que ser tan borde? Sabes que estas cosas nunca se me han dado bien. Podríais enviar a otro a hacer el trabajo de investigación y dejarme a mí el machacar tipos malos. - Claramente, se le notaba molesto por la situación.
Recibiendo un fuerte puntapie en el trasero, Mutou cayó en las tablas de madera mojadas totalmente por la lluvia, dejando expuesto su rostro. Recuperando la compostura, se giró hacia el barco en el que había venido, para ver que ya estaba a unos cuantos metros de distancia.
- ¡Cabronazo, no te creas que me olvidaré de lo que me acabas de hacer!
Colocándose la capucha nuevamente, se giró nuevamente, y tras un suspiro de clara desilusión, comenzó a examinar los restos del navío en los que se encontraba.
- Sin duda está en muy mal estado. No soy experto en barcos, pero diría que éste en concreto lleva ya un buen tiempo en este lugar.
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El mercenario desenrolló la larga hoja de papel y la acercó a la lámpara para que todos los demás la vieran. En ella había representado un barco, dibujado con todo lujo de detalles. Eran un enorme galeón con tres mástiles y medio centenar de cañones por banda. El castillo de proa contaba con un gran cañón plateado el triple de grande que uno normal y el mascarón de proa era el de un león rugiente bañado en oro. En uno de los lados estaba pintado su nombre. El Furia de la Espuma resultaba majestuoso incluso en un simple dibujo y seguramente por eso el capitán Mercer había decidido hacer una inesperada parada en aquel lugar, aunque saciar la codicia de un idiota avaro no era una de las prioridades de Gerald.
Por si fuera poco, la conocida como Isla de los Barcos había resultado ser una profunda decepción para todos. Los codiciosos mercenarios se habían desilusionado al ver el enorme amasijo de madera y velas que formaban la superficie de Baristán. Suponían que allí no encontrarían nada de valor. Para Gerald, la decepción radicaba en que esos estúpidos buscarían en cada rincón hasta dar con el navío que buscaban.
Los mercenarios se hacían llamar rescatadores de tesoros para evitar problemas con la ley y vagaban por los mares en busca de tesoros "perdidos". Aunque ellos entendían que cualquier cosa que no estuviese clavada al suelo estaba perdido y podían llevárselo. El espadachín estaba harto de tratar con ese tipo de gente, pero necesitaba viajar de un lugar a otro y el silencio de los mercenarios era más barato que un barco.
Gerald desembarcó junto con un nutrido grupo de hoscos hombres armados. Aunque el Furia de la Espuma y el tesoro que escondía llevaban perdidos décadas, el capitán había decidido por un capricho pasajero buscarlo nada más oír que existía un lugar formado por barcos naufragados. En cierto sentido tenía lógica, al menos más lógica que el hecho de creer que sería capaz de dar con él.
La lluvia empapó enseguida la capa negra y la capucha con la que Gerald se cubría. Iba junto con el capitán Mercer, sin perderlo de vista, consciente de que en cualquier momento podrían intentar dejarlo allí tirado. Había examinado los recuerdos de toda la tripulación y sabía que no eran de fiar. Por suerte ellos no sabían nada sobre él, de lo contrario, sabrían que él era aún menos de fiar que ellos. Ni siquiera su nombre era real. Se había presentado ante ellos como el empresario Elliot Reiner, un hombre de negocios de dudosa legalidad y con la mano ligera a la hora de compartir sus ganancias con los que le hacían favores.
Evidentemente, no tenía intención de pagar un berrie, pero no venía mal que ellos lo creyesen. En cuanto tuviera una oportunidad, se haría con el barco y se marcharía de allí, dejando al resto el tiempo que quisieran para encontrar su tesoro perdido.
Por si fuera poco, la conocida como Isla de los Barcos había resultado ser una profunda decepción para todos. Los codiciosos mercenarios se habían desilusionado al ver el enorme amasijo de madera y velas que formaban la superficie de Baristán. Suponían que allí no encontrarían nada de valor. Para Gerald, la decepción radicaba en que esos estúpidos buscarían en cada rincón hasta dar con el navío que buscaban.
Los mercenarios se hacían llamar rescatadores de tesoros para evitar problemas con la ley y vagaban por los mares en busca de tesoros "perdidos". Aunque ellos entendían que cualquier cosa que no estuviese clavada al suelo estaba perdido y podían llevárselo. El espadachín estaba harto de tratar con ese tipo de gente, pero necesitaba viajar de un lugar a otro y el silencio de los mercenarios era más barato que un barco.
Gerald desembarcó junto con un nutrido grupo de hoscos hombres armados. Aunque el Furia de la Espuma y el tesoro que escondía llevaban perdidos décadas, el capitán había decidido por un capricho pasajero buscarlo nada más oír que existía un lugar formado por barcos naufragados. En cierto sentido tenía lógica, al menos más lógica que el hecho de creer que sería capaz de dar con él.
La lluvia empapó enseguida la capa negra y la capucha con la que Gerald se cubría. Iba junto con el capitán Mercer, sin perderlo de vista, consciente de que en cualquier momento podrían intentar dejarlo allí tirado. Había examinado los recuerdos de toda la tripulación y sabía que no eran de fiar. Por suerte ellos no sabían nada sobre él, de lo contrario, sabrían que él era aún menos de fiar que ellos. Ni siquiera su nombre era real. Se había presentado ante ellos como el empresario Elliot Reiner, un hombre de negocios de dudosa legalidad y con la mano ligera a la hora de compartir sus ganancias con los que le hacían favores.
Evidentemente, no tenía intención de pagar un berrie, pero no venía mal que ellos lo creyesen. En cuanto tuviera una oportunidad, se haría con el barco y se marcharía de allí, dejando al resto el tiempo que quisieran para encontrar su tesoro perdido.
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La lluvia arreciaba más y más, hasta el punto de que ya era incluso complicado para Mutou ver lo que se encontraba a más de 10 pasos de distancia de él. Con pasos cortos, tanteando el terreno sobre el que se movía para no caer al agua, lo cual era bastante peligroso debido a la espantosa tormenta que se estaba formando en estos momentos. No podía escuchar absolutamente nada, ni el crujir de las tablas de madera que, momentos atrás, resonaban por todo el lugar. Al fin, consiguió divisar casi delante de sus narices lo que parecía ser la puerta hacia uno de los camarotes de la embarcación en la que se encontraba, por lo que entró ya que poco tenía que perder y, para su sorpresa, la habitación en la que se encontraba estaba lo suficientemente bien como para resguardarle de la lluvia, aunque un poco oscuro.
Le costaba hasta escuchar lo que estaba pensando debido a las gotas de agua chocando contra la superficie del barco y el brusco movimiento de las olas del exterior. Sus pensamientos al fin comenzaron a tomar forma, y fue capaz de mantener un diálogo interior.
"Vaya, no me extrañaría nada si me afirmaran que estas bruscas tormentas son las causantes de tantos barcos dañados y destruidos. Lo mejor será que me quede aquí hasta que las cosas se calmen un poquito, o entonces sí que seré incapaz de encontrar alguna pista sobre los planos."
Se volvió a formar una meca de rabia en su rostro, recordando por un instante lo que su compañero le había hecho. Sin duda tendrían que arreglar cuentas más tarde. Volviendo a la realidad, comenzó a tantear con sus manos los alrededores del camarote para ver si encontraba algo con lo que entrar en calor, ya que su túnica había quedado totalmente empapada había perdido parte de su utilidad, y el tanteo dio sus frutos al entrar en contacto con lo que parecía ser un pequeño cajón tirado encima de la única cama de la habitación. Al buscar entre su contenido, nuevamente con la mera sensación en sus manos, le llamó la atención lo que parecía ser un diario.
Le costaba hasta escuchar lo que estaba pensando debido a las gotas de agua chocando contra la superficie del barco y el brusco movimiento de las olas del exterior. Sus pensamientos al fin comenzaron a tomar forma, y fue capaz de mantener un diálogo interior.
"Vaya, no me extrañaría nada si me afirmaran que estas bruscas tormentas son las causantes de tantos barcos dañados y destruidos. Lo mejor será que me quede aquí hasta que las cosas se calmen un poquito, o entonces sí que seré incapaz de encontrar alguna pista sobre los planos."
Se volvió a formar una meca de rabia en su rostro, recordando por un instante lo que su compañero le había hecho. Sin duda tendrían que arreglar cuentas más tarde. Volviendo a la realidad, comenzó a tantear con sus manos los alrededores del camarote para ver si encontraba algo con lo que entrar en calor, ya que su túnica había quedado totalmente empapada había perdido parte de su utilidad, y el tanteo dio sus frutos al entrar en contacto con lo que parecía ser un pequeño cajón tirado encima de la única cama de la habitación. Al buscar entre su contenido, nuevamente con la mera sensación en sus manos, le llamó la atención lo que parecía ser un diario.
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A pesar de la lluvia, la búsqueda continuaba. Caminaron bajo la intensa lluvia a través de docenas de barcos destrozados. La madera de los que estaban construidos era un terreno peligroso y traicionero. Varios hombres se habían precipitado ya a través de maderos podridos hacia el interior de algún barco o habían caído incluso hasta el mar. Muchas embarcaciones habían terminado casi fusionadas, como dos piezas de puzzle que alguien había intentado encajar a la fuerza. Gerald intentaba evitar los grandes charcos que se habían ido formando durante la exploración. No sabía si bajo ellos se ocultaba una puerta abierta, un agujero o una zona de madera podrida y prefería que fuera alguno de los mercenarios quien se partiese una pierna antes que él.
Durante lo que le pareció una eternidad, revisaron todos los navíos por los que pasaron. En el Vieja Marea, el Gusano de Luz y el Oscuro no encontraron más que polvo y óxido, el Rosa Verde y Dorada estaba repleta de cofres vacíos y puertas arrancadas de cuajo, prueba de que no eran los primeros buscadores de tesoros que pasaban por allí y en el Pirata Amable no hallaron más que cadáveres a los que los mercenarios saquearon sin piedad.
-No vamos a encontrar nada por aquí. -dijo Gerald, elevando la voz para hacerse oír por encima de la tormenta-. En esta zona todos los barcos están muy dañados y parecen demasiado antiguos como para que sean el correcto. Si queréis encontrar vuestro tesoro más vale que busquéis en otro lugar antes de que el cementerio de barcos acabe con todos.
Evidentemente, hicieron caso omiso de su advertencia, pero cuando se dieron por vencidos, Mercer decidió por fin seguir los consejos de su pasajero. El bueno de Elliot siempre le había dado buenos consejos, o al menos eso le gustaba hacerle creer. En realidad su intención era acortar la inútil búsqueda y hacer que se alejasen de su barco un poco más.
Fue el propio Gerald el que entró en el siguiente barco, más por aburrimiento que por verdadero interés. Mientras todos los demás se divertían con las joyas semi-oxidadas y los espejos de plata del Dama Blanca, él decidió echar un ojo por ahí. Al entrar se dio cuenta de que debía de haber traído algo de luz, aunque tras buscar un rato dio con un farol de aceite y una caja con un par de cerillas. A la luz anaranjada del pequeño farol, Gerald se adentró en los oscuros pasillos. En ese momento oyó ruido en el interior del navío y se acercó a ver.
Tras explorar un poco dio con un hombre que registraba los cajones de un camarote.
-Buenas tardes. -saludó con cortesía no exenta de desconfianza-. ¿Encontráis algo interesante?
Durante lo que le pareció una eternidad, revisaron todos los navíos por los que pasaron. En el Vieja Marea, el Gusano de Luz y el Oscuro no encontraron más que polvo y óxido, el Rosa Verde y Dorada estaba repleta de cofres vacíos y puertas arrancadas de cuajo, prueba de que no eran los primeros buscadores de tesoros que pasaban por allí y en el Pirata Amable no hallaron más que cadáveres a los que los mercenarios saquearon sin piedad.
-No vamos a encontrar nada por aquí. -dijo Gerald, elevando la voz para hacerse oír por encima de la tormenta-. En esta zona todos los barcos están muy dañados y parecen demasiado antiguos como para que sean el correcto. Si queréis encontrar vuestro tesoro más vale que busquéis en otro lugar antes de que el cementerio de barcos acabe con todos.
Evidentemente, hicieron caso omiso de su advertencia, pero cuando se dieron por vencidos, Mercer decidió por fin seguir los consejos de su pasajero. El bueno de Elliot siempre le había dado buenos consejos, o al menos eso le gustaba hacerle creer. En realidad su intención era acortar la inútil búsqueda y hacer que se alejasen de su barco un poco más.
Fue el propio Gerald el que entró en el siguiente barco, más por aburrimiento que por verdadero interés. Mientras todos los demás se divertían con las joyas semi-oxidadas y los espejos de plata del Dama Blanca, él decidió echar un ojo por ahí. Al entrar se dio cuenta de que debía de haber traído algo de luz, aunque tras buscar un rato dio con un farol de aceite y una caja con un par de cerillas. A la luz anaranjada del pequeño farol, Gerald se adentró en los oscuros pasillos. En ese momento oyó ruido en el interior del navío y se acercó a ver.
Tras explorar un poco dio con un hombre que registraba los cajones de un camarote.
-Buenas tardes. -saludó con cortesía no exenta de desconfianza-. ¿Encontráis algo interesante?
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Mientras continuaba con la revisión del recién adquirido cuaderno, la lluvia comenzó a amainar, haciendo así que el ruido en el ambiente fuera mucho más tenue. Comenzó a palpar con la yema de sus dedos las hojas, las cuales estaban realmente deterioradas debido a la constante humedad del lugar. Segundos después, Mutou creyó haber escuchado lo que parecían ser los pasos de otra persona, aunque le dio mínima importancia al pensar que se trataría de algún tablón resquebrajándose por la fuerza del viento.
Poco duraría su teoría. Mientras deseaba tener alguna fuente de luz alrededor para iluminar la sala e inspeccionar el cuaderno con más detenimiento, como si proviniera de un ser superior, vio como la sala se iluminaba tenuemente, para segundos después escuchar la voz de lo que parecía ser un humano. No iba a esconder el cuaderno, ya que al parecer el otro sujeto ya sabía lo que portaba en sus manos, así que sería una pérdida de tiempo y sólo ayudaría al desconocido a desconfiar de él. La peor parte era que no sabía si se trataba de alguien hostil, ya fuera marine o agente del gobierno, inclusive pirata.
- Difícil diferenciar la tarde de la noche en un lugar como el que nos encontramos. - Mientras se giraba, sostenía el cuaderno con fuerza, en caso de que el hombre intentara algo. - Saludos.
Finalmente fue capaz de observar la figura de aquél hombre que se encontraba frente a él. Sin duda era alguien demasiado elegante y, a primera vista, extremadamente refinado para venir aquí sin un objetivo claro. A diferencia de Mutou, que llevaba una túnica desteñida por el paso del tiempo y rasgada por más de un lugar, el sujeto portaba una capa negra, sin duda muy exquisita.
- Nada interesante por el momento, no. - Retomó el tema del cuaderno que minutos atrás había encontrado. - Hasta ahora no había tenido la oportunidad de leer su contenido, siempre y cuando la humedad no haya desgastado por completo su contenido, ¿sabes?
Observó detenidamente la lámpara que su "compañero" portaba.
- Me llamo Mutou. ¿Quién eres tú? - Se notaba la falta de educación por parte del revolucionario, quien se quedó observando fijamente al hombre portador de la lámpara.
Poco duraría su teoría. Mientras deseaba tener alguna fuente de luz alrededor para iluminar la sala e inspeccionar el cuaderno con más detenimiento, como si proviniera de un ser superior, vio como la sala se iluminaba tenuemente, para segundos después escuchar la voz de lo que parecía ser un humano. No iba a esconder el cuaderno, ya que al parecer el otro sujeto ya sabía lo que portaba en sus manos, así que sería una pérdida de tiempo y sólo ayudaría al desconocido a desconfiar de él. La peor parte era que no sabía si se trataba de alguien hostil, ya fuera marine o agente del gobierno, inclusive pirata.
- Difícil diferenciar la tarde de la noche en un lugar como el que nos encontramos. - Mientras se giraba, sostenía el cuaderno con fuerza, en caso de que el hombre intentara algo. - Saludos.
Finalmente fue capaz de observar la figura de aquél hombre que se encontraba frente a él. Sin duda era alguien demasiado elegante y, a primera vista, extremadamente refinado para venir aquí sin un objetivo claro. A diferencia de Mutou, que llevaba una túnica desteñida por el paso del tiempo y rasgada por más de un lugar, el sujeto portaba una capa negra, sin duda muy exquisita.
- Nada interesante por el momento, no. - Retomó el tema del cuaderno que minutos atrás había encontrado. - Hasta ahora no había tenido la oportunidad de leer su contenido, siempre y cuando la humedad no haya desgastado por completo su contenido, ¿sabes?
Observó detenidamente la lámpara que su "compañero" portaba.
- Me llamo Mutou. ¿Quién eres tú? - Se notaba la falta de educación por parte del revolucionario, quien se quedó observando fijamente al hombre portador de la lámpara.
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"Un cuaderno...", pensó Gerald al ver lo que sostenía en sus manos aquel tipo andrajoso. "Tal vez no sea un cazatesoros, o puede que sea consciente de que no todos los tesoros son metálicos".
El espadachín estudió al tal Mutou con detenimiento. Era alto y fuerte, de mandíbula prominente y ojos peligrosos. Parecía un hombre dado a la lucha, aunque con la basta túnica vieja y raída la que se cubría cubría su musculatura. Pensó en cómo habría llegado hasta allí. Tal vez llevara en el cementerio de barcos mucho tiempo o quizás hubiera algún otro navío esperándole en los alrededores de la "isla".
-Podéis llamarme Elliot si lo deseáis. -dijo Gerald, manteniendo ante todo su falsa identidad. No podía correr el riesgo de que su verdadero nombre saliese a la luz y llegase a oídos equivocados, así que tomaba todas las precauciones posibles incluso con los desconocidos. No... especialmente con los desconocidos-. Una elección interesante. -dijo señalando el cuaderno que sostenía aquel hombre-. No mucha gente se dedicaría a buscar libros en lugar de tesoros o de una forma de abandonar este lugar. ¿Me equivoco al suponer que vais tras algo en concreto?
Si averiguaba qué era lo que ese tipo buscaba allí tal vez pudiera utilizarlo de alguna manera. Aunque en realidad bastaría con tener contacto físico con él para echar un vistazo a sus recuerdos, prefería no correr riesgos innecesarios. Quizás tuviese algún tipo de habilidad y también existía el riesgo de que se diera cuenta de la intrusión en su mente, claro que eso era bastante improbable. Había estado practicando y nadie se daba cuenta nunca.
-Os recomendaría que fueseis discreto con lo que encontráis. -continuó. El sonido de pisadas por encima de ellos le indicaba que los mercenarios habían decidido adentrarse en ese mismo barco-. Si no me equivoco, mis poco ilustres compañeros de viaje pronto llegarán aquí y nunca les ha gustado compartir.
El espadachín estudió al tal Mutou con detenimiento. Era alto y fuerte, de mandíbula prominente y ojos peligrosos. Parecía un hombre dado a la lucha, aunque con la basta túnica vieja y raída la que se cubría cubría su musculatura. Pensó en cómo habría llegado hasta allí. Tal vez llevara en el cementerio de barcos mucho tiempo o quizás hubiera algún otro navío esperándole en los alrededores de la "isla".
-Podéis llamarme Elliot si lo deseáis. -dijo Gerald, manteniendo ante todo su falsa identidad. No podía correr el riesgo de que su verdadero nombre saliese a la luz y llegase a oídos equivocados, así que tomaba todas las precauciones posibles incluso con los desconocidos. No... especialmente con los desconocidos-. Una elección interesante. -dijo señalando el cuaderno que sostenía aquel hombre-. No mucha gente se dedicaría a buscar libros en lugar de tesoros o de una forma de abandonar este lugar. ¿Me equivoco al suponer que vais tras algo en concreto?
Si averiguaba qué era lo que ese tipo buscaba allí tal vez pudiera utilizarlo de alguna manera. Aunque en realidad bastaría con tener contacto físico con él para echar un vistazo a sus recuerdos, prefería no correr riesgos innecesarios. Quizás tuviese algún tipo de habilidad y también existía el riesgo de que se diera cuenta de la intrusión en su mente, claro que eso era bastante improbable. Había estado practicando y nadie se daba cuenta nunca.
-Os recomendaría que fueseis discreto con lo que encontráis. -continuó. El sonido de pisadas por encima de ellos le indicaba que los mercenarios habían decidido adentrarse en ese mismo barco-. Si no me equivoco, mis poco ilustres compañeros de viaje pronto llegarán aquí y nunca les ha gustado compartir.
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No pensó demasiado en si aceptar la advertencia del recién conocido Elliot o no. Quería echarle un vistazo a ese diario y Mutou no estaba dispuesto a perderlo o entregárselo a otro, ni mucho menos. Metió el diario dentro de su túnica, específicamente en el interior del karategi que portaba bajo la misma. Los pasos cada vez sonaban más y más cerca, confirmando la información de Elliot sobre el grupo de mercenarios que se encontraban en la isla. Esperaba que ninguno de los allí presentes le reconocieran, aunque aún no fuera alguien mundialmente conocido, si por cualquier motivo alguno ostentaba rencor hacia los revolucionarios, pondría en grave peligro su misión. Esperaba que, de alguna manera, el diario que había encontrado arrojara algo de luz sobre los planos que buscaba.
Finalmente, los mercenarios invadieron la sala, algunos de ellos también portando varias lamparas de aceite para rebuscar el lugar a fondo. El que parecía ser el líder de dicho grupo ordenó a todos los hombres llevarse todo lo que encontraron con un valor mínimo. Suerte que había llegado unos minutos antes a este lugar, porque estaban destrozando sin piedad absolutamente todo lo que, de alguna manera, se interponía en su búsqueda de chatarra. Un lugar lleno de recuerdos, que en el pasado había albergado vida misma y tendría una historia tan o incluso más interesante como las que jamás se han contado, reducido a mera basura en unos instantes por hombres sedientos de dinero. De alguna forma, esto molestaba a Mutou.
El hombre que había dado la orden momentos atrás, supuesto cabecilla de la banda, al percatarse de él, se acercó sin miramientos hasta encontrarse a escasos centímetros de su rostro. Parecía que lo estaba analizando de pies a cabeza, aunque poco se podía ver con la túnica que el revolucionario portaba.
- Te apesta el aliento, viejo. - El gorila se tapó la nariz con su mano, haciendo una clara mueca de asco. - Apártate.
Con un leve empujón fue capaz de apartar al sujeto. No sabía si esto le molestaría o no, ya que una vez más, el revolucionario había actuado por puro instinto sin pensar en las consecuencias.
Finalmente, los mercenarios invadieron la sala, algunos de ellos también portando varias lamparas de aceite para rebuscar el lugar a fondo. El que parecía ser el líder de dicho grupo ordenó a todos los hombres llevarse todo lo que encontraron con un valor mínimo. Suerte que había llegado unos minutos antes a este lugar, porque estaban destrozando sin piedad absolutamente todo lo que, de alguna manera, se interponía en su búsqueda de chatarra. Un lugar lleno de recuerdos, que en el pasado había albergado vida misma y tendría una historia tan o incluso más interesante como las que jamás se han contado, reducido a mera basura en unos instantes por hombres sedientos de dinero. De alguna forma, esto molestaba a Mutou.
El hombre que había dado la orden momentos atrás, supuesto cabecilla de la banda, al percatarse de él, se acercó sin miramientos hasta encontrarse a escasos centímetros de su rostro. Parecía que lo estaba analizando de pies a cabeza, aunque poco se podía ver con la túnica que el revolucionario portaba.
- Te apesta el aliento, viejo. - El gorila se tapó la nariz con su mano, haciendo una clara mueca de asco. - Apártate.
Con un leve empujón fue capaz de apartar al sujeto. No sabía si esto le molestaría o no, ya que una vez más, el revolucionario había actuado por puro instinto sin pensar en las consecuencias.
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El capitán Mercer se abrió paso a golpes entre los restos del barco, seguido de cerca por buena parte de sus hombres. Casi todos los mercenarios habían decidido seguir a su líder en la exploración y la búsqueda de tesoros y de estos, parecía que casi la mitad de encontraba a bordo de la nave donde Gerald y el tal Mutou se hallaban. Tal y como suponía, en cuanto vieron al desconocido se encararon hacia él. Mercer se acercó para intimidarle y Gerald no pudo reprimir una sonrisa divertida cuando el extraño le echó en cara su halitosis.
El mercenario no pareció tomárselo bien y echó mano a la empuñadura de la espada que colgaba de su cintura. Por suerte para el desconocido, Gerald no encontraba utilidad alguna para el derramamiento de sangre.
-Tomaoslo con calma, capitán. -sugirió tranquilamente-. Lo cierto es que vuestro aliento nunca ha sido el colmo de la higiene, no podéis culparle por ser observador.
Mercer se le quedó mirando durante un par de segundos en completo silencio. Luego se echó a reír de repente y agarró a Gerald por el hombro. Justo en ese momento le llegó su aliento a él también y el olor a vino que emanaba fue demasiado para él. Había llegado el momento de librarse de tan molesta compañía. Tocó su brazo levemente y usó su habilidad para inducirle euforia. La euforia siempre funcionaba con los borrachos. El mercenario reaccionó tal y como Gerald quería. Empezó a reírse más fuerte y a sacudir por los hombros a sus compañeros.
Su alegría pareció contagiarse entre los demás, excepto entre uno. Se trataba de un tipo enorme, vestido con un kimono y con una maza claveteada a la cintura. Era Shave, el más duro de los mercenarios, siempre dispuesto a la bronca y poco dado al humor. Gerald rozó su mano levemente y le indujo una sensación creciente de agresividad. Era fácil inducir a Shave a la violencia, sobre todo cuando un idiota borracho le sacudía riéndose como un loco.
Shave apartó a Mercer de un manotazo y Gerald aprovechó para escabullirse. Los ánimos iban a caldearse rápidamente, ya que los alegres mercenarios no tardarían en empezar una pelea, o al menos con eso contaba.
El mercenario no pareció tomárselo bien y echó mano a la empuñadura de la espada que colgaba de su cintura. Por suerte para el desconocido, Gerald no encontraba utilidad alguna para el derramamiento de sangre.
-Tomaoslo con calma, capitán. -sugirió tranquilamente-. Lo cierto es que vuestro aliento nunca ha sido el colmo de la higiene, no podéis culparle por ser observador.
Mercer se le quedó mirando durante un par de segundos en completo silencio. Luego se echó a reír de repente y agarró a Gerald por el hombro. Justo en ese momento le llegó su aliento a él también y el olor a vino que emanaba fue demasiado para él. Había llegado el momento de librarse de tan molesta compañía. Tocó su brazo levemente y usó su habilidad para inducirle euforia. La euforia siempre funcionaba con los borrachos. El mercenario reaccionó tal y como Gerald quería. Empezó a reírse más fuerte y a sacudir por los hombros a sus compañeros.
Su alegría pareció contagiarse entre los demás, excepto entre uno. Se trataba de un tipo enorme, vestido con un kimono y con una maza claveteada a la cintura. Era Shave, el más duro de los mercenarios, siempre dispuesto a la bronca y poco dado al humor. Gerald rozó su mano levemente y le indujo una sensación creciente de agresividad. Era fácil inducir a Shave a la violencia, sobre todo cuando un idiota borracho le sacudía riéndose como un loco.
Shave apartó a Mercer de un manotazo y Gerald aprovechó para escabullirse. Los ánimos iban a caldearse rápidamente, ya que los alegres mercenarios no tardarían en empezar una pelea, o al menos con eso contaba.
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Vale, una vez más lo había conseguido. Sin comerlo ni beberlo, los ánimos en aquél podrido camarote empezaron a caldearse en cuestión de segundos. Eso sí, gracias a Elliot y a su aparente influencia sobre los mercenarios, el derramamiento se evitó durante unos segundos. El capitán se había vuelto completamente loco, agitando a todo el que tenía a su alrededor y dejando escapar una risa digna de un esquizofrénico.
- ¿Se puede saber qué te pasa, viejo? - Es como si la situación molestara a Mutou, aunque en cierta manera le venía de perlas, ya que si aprovechaba la confusión del momento, quizás podría salir de ahí sin empezar ninguna pelea. - Bueno, creo que aquí no pinto nada...
Mientras se hacía paso a través de los múltiples mercenarios, que no paraban de reírse, se percató de algo, o más bien de alguien. Llegó a toparse con un hombre, un poco más alto que Mutou, que vestía con un kimono, lo cual le pareció bastante irónico al revolucionario, ya que él mismo portaba un karategi. Después de observarle durante un pequeño instante, se percató de que en su rostro había aparecido una mueca de asco, mientras miraba fijamente a todos los que se encontraban en el interior del camarote. Agarrando la gran maza que portaba en su cintura, la balanceó de un lado a otro, dejando escapar un grito de rabia. Esquivando el feroz ataque por los pelos, Ryuuji observó cómo el mercenario no diferenciaba amigo de enemigo, barriendo el lugar con todo el que se le ponía por delante.
- Debes de estar de broma.
Finalmente, los consecutivos swings del mercenario tomaron como objetivo al revolucionario, el cual con un rostro serio, decidió intentar ponerle fin. Plantando ambos pies en la madera podrida, esperó al momento justo para detener el golpe vertical. Usando ambas manos, agarró los antebrazos del mercenario, parando durante un instante su ataque, pero la dañada madera no pudo soportar tal presión y se rompió bajo los pies de Mutou, haciéndole caer al piso de abajo.
- ¿Se puede saber qué te pasa, viejo? - Es como si la situación molestara a Mutou, aunque en cierta manera le venía de perlas, ya que si aprovechaba la confusión del momento, quizás podría salir de ahí sin empezar ninguna pelea. - Bueno, creo que aquí no pinto nada...
Mientras se hacía paso a través de los múltiples mercenarios, que no paraban de reírse, se percató de algo, o más bien de alguien. Llegó a toparse con un hombre, un poco más alto que Mutou, que vestía con un kimono, lo cual le pareció bastante irónico al revolucionario, ya que él mismo portaba un karategi. Después de observarle durante un pequeño instante, se percató de que en su rostro había aparecido una mueca de asco, mientras miraba fijamente a todos los que se encontraban en el interior del camarote. Agarrando la gran maza que portaba en su cintura, la balanceó de un lado a otro, dejando escapar un grito de rabia. Esquivando el feroz ataque por los pelos, Ryuuji observó cómo el mercenario no diferenciaba amigo de enemigo, barriendo el lugar con todo el que se le ponía por delante.
- Debes de estar de broma.
Finalmente, los consecutivos swings del mercenario tomaron como objetivo al revolucionario, el cual con un rostro serio, decidió intentar ponerle fin. Plantando ambos pies en la madera podrida, esperó al momento justo para detener el golpe vertical. Usando ambas manos, agarró los antebrazos del mercenario, parando durante un instante su ataque, pero la dañada madera no pudo soportar tal presión y se rompió bajo los pies de Mutou, haciéndole caer al piso de abajo.
Ichizake
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Gerald ni siquiera esperó a que empezara la pelea. Había convivido suficientes días con esa gente como para saber que no era difícil enfrentarlos entre sí, aunque después de unos cuantos golpes volvían a ser tan amigos como siempre. Sin embargo, era un momento perfecto para librarse de ellos y dirigirse hacia el barco. Aunque en realidad aún había algo allí que le llamaba la atención. "¿Qué hace un tipo como ese buscando cuadernos en un barco abandonado?", pensó. Se planteó que tal vez fuera buena idea echar un vistazo al contenido de esas páginas, aunque solo fuera para saciar su curiosidad.
Consciente de lo absurdo de sus intenciones, decidió esperar y darle una oportunidad al joven cazatesoros. Si el tal Mutou tenía medio cerebro, saldría de allí en cuanto a los estúpidos mercenarios les diera por abalanzarse unos encima de otros. Así que se plantó en la cubierta del barco, a cubierto de la lluvia bajo la vela rasgada. Esperaría allí a que saliera y le robaría el cuaderno. Sabía que no era el plan más honorable del mundo pero el honor era un lujo que pocos podían permitirse.
Sin embargo, al destino le gustaba jugar a un juego llamado: "Vamos a fastidiar a Gerald". Mutou no salía y su paciencia empezaba a acabarse. Desde allí aun alcanzaba a oír los ruidos de la pelea y se preguntó si había sido buena idea. "Quizás Shave se lo haya merendado", pensó. A algunos les gustaba bromear diciendo que Shave se comió a un tipo una vez, pero nunca se lo había tomado en serio. Aunque en realidad, viendo sus ojos, uno habría pensado que ese tipo era capaz de cualquier cosa.
Cuando se hartó de esperar, se asomó de nuevo al interior del navío. No se habría sorprendido más si las paredes hubiesen comenzado a hablar. Antes incluso de que pudiera adentrarse entre la madera podrida que daba forma al barco, la cubierta comenzó a agrietarse bajo sus pies. Más tarde averiguaría que la pelea se había vuelto más violenta de lo que él había supuesto y que el endeble barco viejo no lo había soportado, pero por el momento, solo podía pensar en que al universo le apetecía jugar un rato con él. Respiró hondo e intentó caer sobre algo blando.
Consciente de lo absurdo de sus intenciones, decidió esperar y darle una oportunidad al joven cazatesoros. Si el tal Mutou tenía medio cerebro, saldría de allí en cuanto a los estúpidos mercenarios les diera por abalanzarse unos encima de otros. Así que se plantó en la cubierta del barco, a cubierto de la lluvia bajo la vela rasgada. Esperaría allí a que saliera y le robaría el cuaderno. Sabía que no era el plan más honorable del mundo pero el honor era un lujo que pocos podían permitirse.
Sin embargo, al destino le gustaba jugar a un juego llamado: "Vamos a fastidiar a Gerald". Mutou no salía y su paciencia empezaba a acabarse. Desde allí aun alcanzaba a oír los ruidos de la pelea y se preguntó si había sido buena idea. "Quizás Shave se lo haya merendado", pensó. A algunos les gustaba bromear diciendo que Shave se comió a un tipo una vez, pero nunca se lo había tomado en serio. Aunque en realidad, viendo sus ojos, uno habría pensado que ese tipo era capaz de cualquier cosa.
Cuando se hartó de esperar, se asomó de nuevo al interior del navío. No se habría sorprendido más si las paredes hubiesen comenzado a hablar. Antes incluso de que pudiera adentrarse entre la madera podrida que daba forma al barco, la cubierta comenzó a agrietarse bajo sus pies. Más tarde averiguaría que la pelea se había vuelto más violenta de lo que él había supuesto y que el endeble barco viejo no lo había soportado, pero por el momento, solo podía pensar en que al universo le apetecía jugar un rato con él. Respiró hondo e intentó caer sobre algo blando.
Mutou Ryuuji
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Para la sorpresa de Mutou, el impacto no fue tan devastador como esperaba en un primer momento. Todo lo contrario, había sido delicado, notaba como si estuviera encima del colchón más cómodo del mar. Palpando lo que tenía a su alrededor con su mano derecha, mientras seguía sentado en la mullida superficie, acabó percatándose de que todo el suelo a su alrededor se encontraba mojado. Decidió oler su mano, pensando que era simplemente agua o incluso sangre, pero acabó siendo un olor agradable.
- Uhm... ¿Esto es lo que creo que es? - Decidió olisquear de nuevo la palma de su mano, confirmando sus sospechas. - Sí, esto es sin duda sake, puede que del North Blue... ¿O era del East?
De pronto, un ruido que provenía de la superficie en la que se encontraba terminó sacando al revolucionario de su ensimismamiento. Parecía como... un humano. Palpando ahora, con la misma mano empapada en sake, lo que tenía a sus pies. Menuda sorpresa.
Notó cómo algo le agarraba el brazo con suma fuerza y le lanzaba al otro lado de la habitación, rompiendo con su cuerpo un objeto de madera. Al ser empapado de nuevo por el mismo líquido que el suelo, se le vino a la cabeza, estaban en la despensa del barco. El dolor se hizo presente después del impacto, cosa de la que no se había percatado hasta ahora debido al olor del sake.
Definitivamente el único que podría haber lanzado de esa manera al gorila era aquél mercenario con kimono, por un momento hasta se había olvidado de él, y ahora estaba cabreado tras haber sido utilizado como un colchón humano.
- Uhm... ¿Esto es lo que creo que es? - Decidió olisquear de nuevo la palma de su mano, confirmando sus sospechas. - Sí, esto es sin duda sake, puede que del North Blue... ¿O era del East?
De pronto, un ruido que provenía de la superficie en la que se encontraba terminó sacando al revolucionario de su ensimismamiento. Parecía como... un humano. Palpando ahora, con la misma mano empapada en sake, lo que tenía a sus pies. Menuda sorpresa.
Notó cómo algo le agarraba el brazo con suma fuerza y le lanzaba al otro lado de la habitación, rompiendo con su cuerpo un objeto de madera. Al ser empapado de nuevo por el mismo líquido que el suelo, se le vino a la cabeza, estaban en la despensa del barco. El dolor se hizo presente después del impacto, cosa de la que no se había percatado hasta ahora debido al olor del sake.
Definitivamente el único que podría haber lanzado de esa manera al gorila era aquél mercenario con kimono, por un momento hasta se había olvidado de él, y ahora estaba cabreado tras haber sido utilizado como un colchón humano.
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