Melchor
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Akuma no mi
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En un puerto de cuyo nombre no me quiero ni acordar, al pie de la montaña, vivía nuestro amigo Marco en una humilde morada, no obstante esa es otra historia que algún día será contada. Hoy, en ese mismo pueblo, el joven príncipe Melchor desembarca tras una larga travesía, y no muy lejos de allí se encontraba una bella y sexy mujer que, aunque ninguno lo sabía en ese momento, iba a ser importante en su vida y viceversa.
Las damas primero querida~
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Reiko
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Akuma no mi
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El viento mecía el suave cabello dorado de la mujer. Reiko no había tenido tiempo a colocar su diadema puesto a que había salido con prisas del barco marine. No entendía que tenía qué hacer en aquella isla, simplemente vigilar, pero ¿el qué?. La muchacha consideraba una estupidez que a alguien como ella la mandasen hacer un trabajo tan simple. Sus ansias y ambiciones eran subir alto y llegar lejos, quería sentirse orgullosa de si misma y también dedicarle a sus padres de lo que era capaz.
Avanzaba con parsimonia por las tranquilas calles de aquel pueblo. Su mano estaba apoyada sobre la empuñadura de su preciada espada. Recordaba sus inicios en la revolución, apenas era una muchacha recién formada y con ganas de comerse el mundo. Las ilusiones solían dominar su mente y siempre se dejaba llevar por ellas. ¿Quién lo iba a decir? La futura revolución arrodillándose ante la marina. Sonaba estúpido, pero a la vez tenía cierto sentido. La vida de Reiko no consistía en saquear. La revolución servía para proclamar un mundo mejor, ¿qué mejor que la propia Reiko adentrándose en el gobierno para lograrlo?
La muchacha solía perderse mucho en su mente. Se despejó al chocarse contra una señora. Se disculpó haciendo una leve reverencia y prosiguió su camino, sin saber qué hacer. -Siento que va a ser un día largo... - Habló para sí soltando un leve suspiro y deteniéndose para observar el ambiente.
Avanzaba con parsimonia por las tranquilas calles de aquel pueblo. Su mano estaba apoyada sobre la empuñadura de su preciada espada. Recordaba sus inicios en la revolución, apenas era una muchacha recién formada y con ganas de comerse el mundo. Las ilusiones solían dominar su mente y siempre se dejaba llevar por ellas. ¿Quién lo iba a decir? La futura revolución arrodillándose ante la marina. Sonaba estúpido, pero a la vez tenía cierto sentido. La vida de Reiko no consistía en saquear. La revolución servía para proclamar un mundo mejor, ¿qué mejor que la propia Reiko adentrándose en el gobierno para lograrlo?
La muchacha solía perderse mucho en su mente. Se despejó al chocarse contra una señora. Se disculpó haciendo una leve reverencia y prosiguió su camino, sin saber qué hacer. -Siento que va a ser un día largo... - Habló para sí soltando un leve suspiro y deteniéndose para observar el ambiente.
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Amaba la madre mar como a mi mismísima madre y a mi reino, la sensación de libertad que tenía navegando sobre ella no podía compararla con nada que hubiese conocido hasta el día de hoy. Libertad era la palabra que mejor la definía sin lugar a dudas, no obstante no podía vivir en ella eternamente, era un ser humano, por lo que estaba condicionado a mi especie. Pisar tierra al fin trasmitía en mí una sensación de paz y seguridad que recorría cada milímetro de mi cuerpo. Esta sensación duraría tan solo unos días, pues mis ansias por vivir en esta libertad tan peligrosa tiraría de mi pronto.
- Volvemos a vernos una vez más querida madre tierra. – Dije en tono melodioso aún con voz baja. – Aunque sea tan solo por unos días…
Frente a mí se encontraba un colorido puerto pesquero recibiéndome con una suave brisa. Como todo puerto pesquero la actividad a estas horas de la mañana era intensa, los pescadores ya habían partido y las tiendas estaban ofreciendo sus productos a viva voz, siendo las mayoría de estas de productos pesqueros como era lógico.
Observé en adelante una verdulería, la cual miré con cierto asco sabiendo que no iban a detectar mi gesto. A su lado, una frutería me llamó más la atención por sus relucientes manzanas rojas. Sin vacilar me aproximé a ella contemplando la variedad de productos que tenía, eligiendo finalmente una al azar asegurándome de su calidad posteriormente. Pagué al tiempo que extraía un pequeño cuchillo de mi bolsillo y comencé a trocearla comiendo cada porción inmediatamente después del corte. No era quizás el mejor de los desayunos, ni al que estaba acostumbrado, pero desde luego era sano y satisfactorio.
Contemplé entonces con más detalle la gente que circulaba por el lugar, algunas mujeres mayores andaban juntas en corrillo, comentando cosas que no alcanzaba a escuchar. En otro lado había un grupo de niños jugando a piratas y marines, lo cual me produjo cierta risa nostálgica al recordarme a mí mismo de pequeño jugando a lo mismo con Baltasar y Gaspar. A lo lejos, había un par de ancianos pescando con sus cañas el pescado que podían, pero mi observación quedó interrumpida cuando una mujer cerca de mi impactó contra una señora algo más mayor. Pronto vi que ambas estaban bien, pero mi mirada se quedó centrada en la joven. Ella era desde luego una chica preciosa, de esas que uno piensa que son inalcanzables para sí mismo pero que de tener oportunidad las haría la mujer más feliz del mundo. Contemplé más a la mujer, contemplando que sin dudas estaba distraída en sus pensamientos.
Aparté la mirada de la dama para no incomodarla demasiado cuando observé el suelo, donde encontró una diadema en el lugar exacto en el que la joven había impactado antes. Riendo levemente terminé la manzana y me sequé las manos mirando al cielo.
- Vaya, así que es capricho del destino que la conozca ¿No? – Pensé en tono bromista acercándome para coger la diadema.
De inmediato me acerqué a la joven y carraspeando un poco la voz anteriormente para llamar su atención me coloqué frente a ella sonriente.
- Disculpe las molestias señorita, más en su anterior choque creo que se le cayó esta diadema. – Dije tendiendo mi mano con la diadema en esta bien sujeta a la espera de que ella lo recogiese. – Por cierto, disculpe mis modales por no presentarme al comienzo, mi nombre es Melchor, un joven viajero en busca de aventuras por este mundo tan peculiar.
- Volvemos a vernos una vez más querida madre tierra. – Dije en tono melodioso aún con voz baja. – Aunque sea tan solo por unos días…
Frente a mí se encontraba un colorido puerto pesquero recibiéndome con una suave brisa. Como todo puerto pesquero la actividad a estas horas de la mañana era intensa, los pescadores ya habían partido y las tiendas estaban ofreciendo sus productos a viva voz, siendo las mayoría de estas de productos pesqueros como era lógico.
Observé en adelante una verdulería, la cual miré con cierto asco sabiendo que no iban a detectar mi gesto. A su lado, una frutería me llamó más la atención por sus relucientes manzanas rojas. Sin vacilar me aproximé a ella contemplando la variedad de productos que tenía, eligiendo finalmente una al azar asegurándome de su calidad posteriormente. Pagué al tiempo que extraía un pequeño cuchillo de mi bolsillo y comencé a trocearla comiendo cada porción inmediatamente después del corte. No era quizás el mejor de los desayunos, ni al que estaba acostumbrado, pero desde luego era sano y satisfactorio.
Contemplé entonces con más detalle la gente que circulaba por el lugar, algunas mujeres mayores andaban juntas en corrillo, comentando cosas que no alcanzaba a escuchar. En otro lado había un grupo de niños jugando a piratas y marines, lo cual me produjo cierta risa nostálgica al recordarme a mí mismo de pequeño jugando a lo mismo con Baltasar y Gaspar. A lo lejos, había un par de ancianos pescando con sus cañas el pescado que podían, pero mi observación quedó interrumpida cuando una mujer cerca de mi impactó contra una señora algo más mayor. Pronto vi que ambas estaban bien, pero mi mirada se quedó centrada en la joven. Ella era desde luego una chica preciosa, de esas que uno piensa que son inalcanzables para sí mismo pero que de tener oportunidad las haría la mujer más feliz del mundo. Contemplé más a la mujer, contemplando que sin dudas estaba distraída en sus pensamientos.
Aparté la mirada de la dama para no incomodarla demasiado cuando observé el suelo, donde encontró una diadema en el lugar exacto en el que la joven había impactado antes. Riendo levemente terminé la manzana y me sequé las manos mirando al cielo.
- Vaya, así que es capricho del destino que la conozca ¿No? – Pensé en tono bromista acercándome para coger la diadema.
De inmediato me acerqué a la joven y carraspeando un poco la voz anteriormente para llamar su atención me coloqué frente a ella sonriente.
- Disculpe las molestias señorita, más en su anterior choque creo que se le cayó esta diadema. – Dije tendiendo mi mano con la diadema en esta bien sujeta a la espera de que ella lo recogiese. – Por cierto, disculpe mis modales por no presentarme al comienzo, mi nombre es Melchor, un joven viajero en busca de aventuras por este mundo tan peculiar.
Reiko
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Aquel lugar estaba rodeado de pequeños comercios que llamaban la atención de la joven rubia. Desde puestos de comida hasta de venta de todo tipo de objetos. Reiko respiró profundamente y, un olor hediondo le llamó la atención, a su lado se encontraba un puesto de verduras. Su cara adquirió una expresión de asco y tratando de girarse, se encontró con un puesto de juguetes. En los estantes había un montón de muñecas de porcelana. La muchacha abrió los ojos como platos ¿quién era capaz de juntar lo que más odiaba? Reiko quería escapar de ese lugar, si sus mayores odios se habían juntado se sentiría desprotegida. Miró fijamente a las muñecas, estas ni se inmutaron –como era normal-. Posó la mano en su empuñadura y se quedó pensativa en si cortarlas o no.
Hoy no, pensó. No debía crear el caos, era una agente del orden. Trataba de cerciorarse de que no le harían nada, eran simples muñecas… creadas por el diablo. Gruñó y se alejó de aquel puesto echando visuales hacia atrás de vez en cuando. Definitivamente hoy no era su día de suerte: Verduras y muñecas, solo faltaban que los niños apareciesen armando escándalo. Cierto era que no le agradaban, pero tampoco es que le encantase soportarlos, así que verlos armar ruido irrumpía su soledad aunque en aquella plaza iba a tener más bien poca. Reiko prefería no tener que estar de servicio y así disfrutar un poco de su tiempo libre, paseando y visitando el pueblo. Nuestra chica era toda una curiosa.
La muchacha miró al cielo. El azul predominaba por todo el lugar, no había ni una sola pincelada de las nubes. El sol brillaba en lo alto, e incluso se podía decir que hacía algo de calor, una temperatura realmente agradable aunque Reiko prefería la lluvia y sentir el frío, era de gustos extraños la muchacha. Siguió caminando mientras veía a la gente comprar y pasear. Por el aspecto se podía deducir que la villa era bastante tranquila y sus aldeanos parecían felices. Era un buen sitio para vivir según Reiko, quizás cuando sus sueños se hubiesen cumplido se retirase a este lugar para descansar. Domica no era el hogar que ella buscaba, el foco de los revolucionarios y los piratas no era su sitio, así que cuanto más lejos estuviera, mejor. Podría parecer idiota al pensar eso, pero sabía que tardaría mucho en volver allí.
Suspiró. Una pequeña brisa movió su cabello. Se dio cuenta que lo llevaba suelto y pensó en la diadema, la cual debía habérsele caído. Cuando iba a girarse escuchó una voz grave tras ella. Se dio la vuelta del todo y, frente a ella, se encontraba un hombre de cabellos blancos, bastante alto y con unos ropajes extravagantes, que sujetaba su diadema.
-Gracias. – Respondió mientras entrecerraba sus ojos a la vez que sonreía. La recogió y, mientras escuchaba al hombre llamado Melchor, la colocó en su cabeza recogiendo todo su cabello. Una vez terminó de hablar él continuó ella. – Mi nombre es Reiko, al contrario que tú, no soy una viajera, estoy cumpliendo mi trabajo de velar por la seguridad de las personas en este lugar. – El tono de la muchacha era serio, pero su voz, a la vez, dulce. Un gran contraste en su personalidad. – Espero que encuentre muchas aventuras y las disfrute usted que puede.- Reiko no negaría que le encantaría recorrer el mundo, pero eso era otra historia.
Hoy no, pensó. No debía crear el caos, era una agente del orden. Trataba de cerciorarse de que no le harían nada, eran simples muñecas… creadas por el diablo. Gruñó y se alejó de aquel puesto echando visuales hacia atrás de vez en cuando. Definitivamente hoy no era su día de suerte: Verduras y muñecas, solo faltaban que los niños apareciesen armando escándalo. Cierto era que no le agradaban, pero tampoco es que le encantase soportarlos, así que verlos armar ruido irrumpía su soledad aunque en aquella plaza iba a tener más bien poca. Reiko prefería no tener que estar de servicio y así disfrutar un poco de su tiempo libre, paseando y visitando el pueblo. Nuestra chica era toda una curiosa.
La muchacha miró al cielo. El azul predominaba por todo el lugar, no había ni una sola pincelada de las nubes. El sol brillaba en lo alto, e incluso se podía decir que hacía algo de calor, una temperatura realmente agradable aunque Reiko prefería la lluvia y sentir el frío, era de gustos extraños la muchacha. Siguió caminando mientras veía a la gente comprar y pasear. Por el aspecto se podía deducir que la villa era bastante tranquila y sus aldeanos parecían felices. Era un buen sitio para vivir según Reiko, quizás cuando sus sueños se hubiesen cumplido se retirase a este lugar para descansar. Domica no era el hogar que ella buscaba, el foco de los revolucionarios y los piratas no era su sitio, así que cuanto más lejos estuviera, mejor. Podría parecer idiota al pensar eso, pero sabía que tardaría mucho en volver allí.
Suspiró. Una pequeña brisa movió su cabello. Se dio cuenta que lo llevaba suelto y pensó en la diadema, la cual debía habérsele caído. Cuando iba a girarse escuchó una voz grave tras ella. Se dio la vuelta del todo y, frente a ella, se encontraba un hombre de cabellos blancos, bastante alto y con unos ropajes extravagantes, que sujetaba su diadema.
-Gracias. – Respondió mientras entrecerraba sus ojos a la vez que sonreía. La recogió y, mientras escuchaba al hombre llamado Melchor, la colocó en su cabeza recogiendo todo su cabello. Una vez terminó de hablar él continuó ella. – Mi nombre es Reiko, al contrario que tú, no soy una viajera, estoy cumpliendo mi trabajo de velar por la seguridad de las personas en este lugar. – El tono de la muchacha era serio, pero su voz, a la vez, dulce. Un gran contraste en su personalidad. – Espero que encuentre muchas aventuras y las disfrute usted que puede.- Reiko no negaría que le encantaría recorrer el mundo, pero eso era otra historia.
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Mi corazón dio un ligero salto al ver el dulce y bonito gesto que la joven me dedicó. Parecía que el universo entero conspiraba por mostrarme la faceta más bella de la mujer, acompañando tan tierna sonrisa con la iluminación perfecta del sol y una suave brisa. A decir verdad tardé unos segundos en reaccionar, tiempo que por fortuna pasó desapercibido al estar ella presentándose.
Salí del pequeño trance al caer en la cuenta de algo, ella era una soldado de la marina, lo cual la convertía en una potencial rival y oponente en el futuro. No sabía si sería capaz de derrotarme, pero si sabía que no tenía motivos para pelear con ella ni quería tenerlo en toda mi vida.
- Maldita sea mi suerte… - Pensé aun manteniendo la sonrisa. – La primera mujer que conozco desde que salgo de mi reino, y tiene que ser una mujer que pueda llevarme a prisión. ¿Qué más puede pasarme?
Ciertamente estaba algo asustado por este hecho, sin embargo no podía evitar seguir lo que dictaba mis instintos sobre ella y como debía de comportarme. Ser sinceros es algo primordial, aunque evitaría nombrar mi descendencia, si corriese el rumor de que un pirata navegaba por los mares no tardaría en tener a una gran multitud de personas tras mi cabeza.
- ¿Usted que puede? Señorita, puede que esté cometiendo una locura, pero algo me dice al verla que debo correr el riesgo. – Me moví levemente a un lado suyo al tiempo que cogía aire para hablar. – Mi nombre es Melchor, como ya le dije, no obstante hay algo que quizás deba saber usted… soy un pirata. – Acto seguido levanté la mano izquierda con el puño cerrado y el índice levantado al igual que el pulgar. – Sin embargo debo de aclarar dos cosas. La primera es que no soy un pirata que cometa delitos, ciertamente solo viajo y lucho a aquellos por los que hay que luchar, mis espadas solo sirven a la justicia… lo cual hará que se pregunte ¿Por qué no entro a la marina entonces? Pues resulta que deseo viajar por libre, aplicar mi propia justicia… sé que esto es muy debatible y discutible, pero…
Acto seguido me quedé mirando un largo camino a pie que llevaba a lo que parecía un pequeño parque donde había multitud de árboles. Calculaba que debería tener también algunos bancos, y quizás hasta un pequeño río aprovechando la cercanía del mar, así que contemplando nuevamente a la dama hice una leve reverencia.
- Le propongo ir a ese parque… ahí hablaremos más tranquilos, desde luego estoy seguro de que puede permitirse una pequeña escapada… si le pillan solo diga que iba tras un pirata, al fin y al cabo, es la pura verdad ¿No cree? – Pregunté con cierta melodía en mi voz a la cuál le siguió una suave risa a medida que comenzaba a encaminarme. – Oiga, si lo desea echo a correr, así será más creíble eso de que me está persiguiendo. – Añadí sacando la lengua a modo de carantoña infantil.
Estaba siendo perfectamente consciente de que me estaba jugando el acabar en prisión cuando a duras penas empecé mi viaje hasta conocer a mi verdadero padre y conocer mundo, pero había algo en esa joven que me impulsaba a mostrarme más abierto, relajado y hasta divertido. Era casi como volver a ser un pequeño juguetón, solo que con más conocimiento de lo que hago en un cuerpo adulto.
Salí del pequeño trance al caer en la cuenta de algo, ella era una soldado de la marina, lo cual la convertía en una potencial rival y oponente en el futuro. No sabía si sería capaz de derrotarme, pero si sabía que no tenía motivos para pelear con ella ni quería tenerlo en toda mi vida.
- Maldita sea mi suerte… - Pensé aun manteniendo la sonrisa. – La primera mujer que conozco desde que salgo de mi reino, y tiene que ser una mujer que pueda llevarme a prisión. ¿Qué más puede pasarme?
Ciertamente estaba algo asustado por este hecho, sin embargo no podía evitar seguir lo que dictaba mis instintos sobre ella y como debía de comportarme. Ser sinceros es algo primordial, aunque evitaría nombrar mi descendencia, si corriese el rumor de que un pirata navegaba por los mares no tardaría en tener a una gran multitud de personas tras mi cabeza.
- ¿Usted que puede? Señorita, puede que esté cometiendo una locura, pero algo me dice al verla que debo correr el riesgo. – Me moví levemente a un lado suyo al tiempo que cogía aire para hablar. – Mi nombre es Melchor, como ya le dije, no obstante hay algo que quizás deba saber usted… soy un pirata. – Acto seguido levanté la mano izquierda con el puño cerrado y el índice levantado al igual que el pulgar. – Sin embargo debo de aclarar dos cosas. La primera es que no soy un pirata que cometa delitos, ciertamente solo viajo y lucho a aquellos por los que hay que luchar, mis espadas solo sirven a la justicia… lo cual hará que se pregunte ¿Por qué no entro a la marina entonces? Pues resulta que deseo viajar por libre, aplicar mi propia justicia… sé que esto es muy debatible y discutible, pero…
Acto seguido me quedé mirando un largo camino a pie que llevaba a lo que parecía un pequeño parque donde había multitud de árboles. Calculaba que debería tener también algunos bancos, y quizás hasta un pequeño río aprovechando la cercanía del mar, así que contemplando nuevamente a la dama hice una leve reverencia.
- Le propongo ir a ese parque… ahí hablaremos más tranquilos, desde luego estoy seguro de que puede permitirse una pequeña escapada… si le pillan solo diga que iba tras un pirata, al fin y al cabo, es la pura verdad ¿No cree? – Pregunté con cierta melodía en mi voz a la cuál le siguió una suave risa a medida que comenzaba a encaminarme. – Oiga, si lo desea echo a correr, así será más creíble eso de que me está persiguiendo. – Añadí sacando la lengua a modo de carantoña infantil.
Estaba siendo perfectamente consciente de que me estaba jugando el acabar en prisión cuando a duras penas empecé mi viaje hasta conocer a mi verdadero padre y conocer mundo, pero había algo en esa joven que me impulsaba a mostrarme más abierto, relajado y hasta divertido. Era casi como volver a ser un pequeño juguetón, solo que con más conocimiento de lo que hago en un cuerpo adulto.
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