Señor Nat
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Condiciones: Sin condiciones. ¿Van a luchar, siquiera?
Reino Sakura: Antiguo Reino de Drum renombrado a Reino de Sakura. Es una isla que siempre está en época invernal y donde sus habitantes se reconocen por ser buenos médicos. Posee una ciudad cerca de la costa llamada Cimarrón y una cadena de montañas en forma de tambor de las cuales, la del medio es la más grande. Una de las montañas tiene un castillo en la parte superior.
Empieza 1-Dexter 2-Aka
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El viento silbaba al rozar contra el bosque, deslizándose entre sus árboles, e incluso las ramas de estos. La mayoría, desprovistos de hojas, apenas daban refugio a unos pocos animales en el interior de sus troncos. Familias de ardillas, mayormente, que se resguardaban del frío bajo la corteza, en pequeños huecos que hacían las veces de hogar para las pequeñas criaturas, quienes observaban a un nuevo visitante de la isla, algo diferente al resto, quien no parecía verse afectado por el clima invernal de Sakura.
- Han pasado dos años... Y parece que fuera ayer.
El antaño pelirrojo observaba con una sonrisa melancólica la nívea capa que cubría cual manto el suelo del lugar, inmaculada, con una superficie prácticamente plana, a excepción de alguna que otra huella producida por la fauna local, o incluso por los comerciantes que habrían llegado desde el puerto, dispuestos a vender sus bienes a las gentes del pueblo. El vaho se formaba desde sus labios y nariz a causa de su respiración, pues la temperatura interna del pirata contrastaba en gran medida con la del lugar. Cualquiera que le hubiera visto en ese momento habría pensado que estaba completamente loco, pues apenas llevaba abrigo cuando debían de encontrarse a unos pocos grados bajo cero. Digo más, incluso llevaba parte del pecho al descubierto, como si no sintiera aquello en absoluto. Y, de hecho, así era. Poco a poco fue avanzando por aquél desierto helado, que parecía imperturbable pese al paso del tiempo, como si todo siguiera exactamente igual que años atrás. Y pensar que, sin embargo, allí habían ocurrido tantas cosas... Suficientes como para cambiar una vida, o incluso varias de ellas. Pues así había sido con ellos, ¿no? Jamás lograría evitar que aquella tierra provocara en él sentimientos contradictorios. La calidez del Sol y el frío de un iceberg al mismo tiempo. El abrazo de una joven cuya sonrisa era capaz de eclipsar a las estrellas, y la marcha de un hombre que bien podría haber sido algo más que un amigo... Un hermano. Su mano apretó levemente el papel que sostenía entre sus dedos, y por sexta vez en aquel día volvió a mirar la foto del hombre al que medio mundo estaba buscando, pues la otra mitad trataba de alejarse de él.
- Hasta para meterte en problemas tienes que hacerlo a lo grande -susurró para sí, recordando la particular presentación que tuvo que soportar por parte de aquel hombre de pelo bicolor, soltando una leve risa tras ello. ¿Qué le habría llevado a hacer lo que hizo? ¿Por qué ahora y no antes?- Definitivamente, debe de haber un plan... ¿No? Me pregunto si creerás que merezco conocerlo ahora.
Lentamente comenzó a alzar la mirada, dirigiendo esta justo hacia la cumbre de la enorme montaña que se alzaba ante él. Era tan alta que, desde su posición, apenas era capaz de ver dónde culminaba su cima. Y, aun así, pese a la considerable distancia que les separaba, su presencia chocaba contra la de él. "Te encontré", pensó, pues nadie más podía poseer semejante poder en un lugar como ese. No sin pasar completamente desapercibido, al menos. Había pasado mucho tiempo desde su primer y único encuentro, pero jamás podría olvidar aquella sensación sobrecogedora que producía su simple presencia. Incluso parecía haberse incrementado después de aquellos dos años. No le extrañaba que el precio por su cabeza hubiera alcanzado semejantes cifras.
Dos enormes alas doradas surgieron a su espalda, de forma tan repentina que los pequeños animales que le observaban se escondieron por un instante, asustados ante aquella visión. Con tanta facilidad como fuerza empleó en ellas, el azabache dio un salto y comenzó a batir las alas, alzando el vuelo y comenzando a ascender rápidamente, siguiendo el relieve de la montaña. El tiempo que tardó en alcanzar la cima, sin embargo, fue breve, y en tan solo unos pocos minutos ya se encontraba prácticamente en ella. Ahora podía percibirle con mayor intensidad, y no necesitó poner mucho empeño en dar con él. Ahí estaba, como si nada estuviera ocurriendo en el mundo, tal vez disfrutando de un descanso o, simplemente, pensando en... Bueno, cosas de Dexter. El pirata se acercó con calma, plantándose a un lado de él aún con el cartel en la mano. Guardó silencio durante unos pocos segundos, los cuales dedicó a observar el horizonte, que dibujaba una clara curva desde allí.
- ¿Qué fue del mero espectador? -dijo al fin, volviendo su mirada a él.
- Han pasado dos años... Y parece que fuera ayer.
El antaño pelirrojo observaba con una sonrisa melancólica la nívea capa que cubría cual manto el suelo del lugar, inmaculada, con una superficie prácticamente plana, a excepción de alguna que otra huella producida por la fauna local, o incluso por los comerciantes que habrían llegado desde el puerto, dispuestos a vender sus bienes a las gentes del pueblo. El vaho se formaba desde sus labios y nariz a causa de su respiración, pues la temperatura interna del pirata contrastaba en gran medida con la del lugar. Cualquiera que le hubiera visto en ese momento habría pensado que estaba completamente loco, pues apenas llevaba abrigo cuando debían de encontrarse a unos pocos grados bajo cero. Digo más, incluso llevaba parte del pecho al descubierto, como si no sintiera aquello en absoluto. Y, de hecho, así era. Poco a poco fue avanzando por aquél desierto helado, que parecía imperturbable pese al paso del tiempo, como si todo siguiera exactamente igual que años atrás. Y pensar que, sin embargo, allí habían ocurrido tantas cosas... Suficientes como para cambiar una vida, o incluso varias de ellas. Pues así había sido con ellos, ¿no? Jamás lograría evitar que aquella tierra provocara en él sentimientos contradictorios. La calidez del Sol y el frío de un iceberg al mismo tiempo. El abrazo de una joven cuya sonrisa era capaz de eclipsar a las estrellas, y la marcha de un hombre que bien podría haber sido algo más que un amigo... Un hermano. Su mano apretó levemente el papel que sostenía entre sus dedos, y por sexta vez en aquel día volvió a mirar la foto del hombre al que medio mundo estaba buscando, pues la otra mitad trataba de alejarse de él.
- Hasta para meterte en problemas tienes que hacerlo a lo grande -susurró para sí, recordando la particular presentación que tuvo que soportar por parte de aquel hombre de pelo bicolor, soltando una leve risa tras ello. ¿Qué le habría llevado a hacer lo que hizo? ¿Por qué ahora y no antes?- Definitivamente, debe de haber un plan... ¿No? Me pregunto si creerás que merezco conocerlo ahora.
Lentamente comenzó a alzar la mirada, dirigiendo esta justo hacia la cumbre de la enorme montaña que se alzaba ante él. Era tan alta que, desde su posición, apenas era capaz de ver dónde culminaba su cima. Y, aun así, pese a la considerable distancia que les separaba, su presencia chocaba contra la de él. "Te encontré", pensó, pues nadie más podía poseer semejante poder en un lugar como ese. No sin pasar completamente desapercibido, al menos. Había pasado mucho tiempo desde su primer y único encuentro, pero jamás podría olvidar aquella sensación sobrecogedora que producía su simple presencia. Incluso parecía haberse incrementado después de aquellos dos años. No le extrañaba que el precio por su cabeza hubiera alcanzado semejantes cifras.
Dos enormes alas doradas surgieron a su espalda, de forma tan repentina que los pequeños animales que le observaban se escondieron por un instante, asustados ante aquella visión. Con tanta facilidad como fuerza empleó en ellas, el azabache dio un salto y comenzó a batir las alas, alzando el vuelo y comenzando a ascender rápidamente, siguiendo el relieve de la montaña. El tiempo que tardó en alcanzar la cima, sin embargo, fue breve, y en tan solo unos pocos minutos ya se encontraba prácticamente en ella. Ahora podía percibirle con mayor intensidad, y no necesitó poner mucho empeño en dar con él. Ahí estaba, como si nada estuviera ocurriendo en el mundo, tal vez disfrutando de un descanso o, simplemente, pensando en... Bueno, cosas de Dexter. El pirata se acercó con calma, plantándose a un lado de él aún con el cartel en la mano. Guardó silencio durante unos pocos segundos, los cuales dedicó a observar el horizonte, que dibujaba una clara curva desde allí.
- ¿Qué fue del mero espectador? -dijo al fin, volviendo su mirada a él.
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Observaba el horizonte, prestando especial atención al sol alzándose y recreándose en la pequeña zona de calor que había encontrado en la montaña más alta del reino de Drum. Bueno, decir encontrado era maquillar un poco la verdad, pues según había llegado aisló de viento la zona y prendió de llamas azules un pequeño anillo, en cuyo interior se sentó. Sin embargo había encontrado un pequeño oasis donde estar resguardado de miradas ajenas y los molestos perseguidores que estaban importunándole día sí día también. ¿Cuánto más tendría que pasar para que la Marina dejase de jugar a "atrapa al Dragón"? Empezaba a aburrirse, pero si podía evitar hacer daño a la gente, aunque fuera a ellos, debía hacerlo.
-Tampoco estás aquí- dijo para sí mismo, pero en voz alta. El legendario cazador Alex Drachen había desaparecido hacía ya más de dos años, y no lograba localizarlo. En ningún lado, ni siquiera había tratado de comunicarse con él. Ni siquiera tras la vuelta de sus carteles a las imprentas el antiguo rey de la caza se había dejado ver en público, ni en privado. "¿Tan mal le sentó perder ese estúpido torneo?", se preguntó, sin dejar de mirar el cielo aún añil mientras el sol lo tintaba de ámbar y lapislázuli. "¿O desapareciste ahí a causa de alguien?".
Las preguntas se arremolinaban en su mente, y los planes que tenía junto a él y Krauser podían irse a la porra si no lo encontraba. Sin embargo, pocas opciones quedaban ya, y la idea de que estuviera muerto cada vez más sonaba con fuerza en su mente. Ahora serían sólo dos, en cualquier caso, y ninguno de ellos enlazado de ninguna manera al Gobierno, sin tener forma de sacar algo de información. De un día para otro todas sus capacidades de cambiar el mundo se habían esfumado... Aunque podía encontrar más gente para compensar. Los métodos debían adaptarse, y los objetivos no podían alcanzarse con el plan original, pero al menos no tenían por qué tirarlo todo por la borda.
Se le escapó un bostezo, y se dio cuenta de cuánto tiempo llevaba sin dormir. ¿Dos semanas, tal vez tres? De repente se sintió muy cansado, y dejó que el abrazo de la noche se lo llevara en aquel amanecer...
Abrió de nuevo los ojos, y el sol estaba en lo alto. El círculo se había apagado, pero el anillo formado por la nieve derretida seguía ahí, y bajo el sol la temperatura era agradable. Seguía solo, pero estaba algo más descansado, y una presencia conocida pareció detenerse en la isla. No era Krauser, ni Alex, ni tampoco nadie que hubiera parecido querer ayudarle con sus cosas, pero tampoco lo podía culpar; se había comportado como un cretino. "Aunque lo de la Ivankov fue muy divertido". Tampoco entendía del todo por qué había enfadado tanto al muchacho... o muchacha, para que le lanzase una llamarada; al fin y al cabo había sido sólo una broma inocente. Más o menos.
-Dos años, Suoh- dijo, suspirando por un instante. Su presencia era considerablemente más fuerte que la última vez, casi terrorífica. Aún estaba lejos de su máximo potencial, pero se acercaba a pasos agigantados. ¿Tal vez ahora pudiera luchar contra él sin contenerse? En realidad aquello importaba más bien poco, pues dudaba que llegaran a entablar combate. Al fin y al cabo, no tenían ningún motivo para ello, máxime cuando ya no tenía por qué cazarlo.
El tiempo había pasado deprisa a ratos, lentamente en otros momentos. Akagami se acercaba a él, lo sentía como Dexter al dragón antes que él, o quizá al mismo tiempo, ¿Qué más daba? Estaba allí, volando velozmente, y en muy poco tiempo el pirata aterrizó junto a él. ¿Qué debía responder a sus cuestiones? El cartel marcaba una cifra inhumana, una cantidad que nunca creyó que vería bajo su cara... Pero ahí estaba, sujeta por un Akagami moreno que le inquiría sobre sus actos.
-Llegas tarde- comentó, incorporándose.
-Tampoco estás aquí- dijo para sí mismo, pero en voz alta. El legendario cazador Alex Drachen había desaparecido hacía ya más de dos años, y no lograba localizarlo. En ningún lado, ni siquiera había tratado de comunicarse con él. Ni siquiera tras la vuelta de sus carteles a las imprentas el antiguo rey de la caza se había dejado ver en público, ni en privado. "¿Tan mal le sentó perder ese estúpido torneo?", se preguntó, sin dejar de mirar el cielo aún añil mientras el sol lo tintaba de ámbar y lapislázuli. "¿O desapareciste ahí a causa de alguien?".
Las preguntas se arremolinaban en su mente, y los planes que tenía junto a él y Krauser podían irse a la porra si no lo encontraba. Sin embargo, pocas opciones quedaban ya, y la idea de que estuviera muerto cada vez más sonaba con fuerza en su mente. Ahora serían sólo dos, en cualquier caso, y ninguno de ellos enlazado de ninguna manera al Gobierno, sin tener forma de sacar algo de información. De un día para otro todas sus capacidades de cambiar el mundo se habían esfumado... Aunque podía encontrar más gente para compensar. Los métodos debían adaptarse, y los objetivos no podían alcanzarse con el plan original, pero al menos no tenían por qué tirarlo todo por la borda.
Se le escapó un bostezo, y se dio cuenta de cuánto tiempo llevaba sin dormir. ¿Dos semanas, tal vez tres? De repente se sintió muy cansado, y dejó que el abrazo de la noche se lo llevara en aquel amanecer...
Abrió de nuevo los ojos, y el sol estaba en lo alto. El círculo se había apagado, pero el anillo formado por la nieve derretida seguía ahí, y bajo el sol la temperatura era agradable. Seguía solo, pero estaba algo más descansado, y una presencia conocida pareció detenerse en la isla. No era Krauser, ni Alex, ni tampoco nadie que hubiera parecido querer ayudarle con sus cosas, pero tampoco lo podía culpar; se había comportado como un cretino. "Aunque lo de la Ivankov fue muy divertido". Tampoco entendía del todo por qué había enfadado tanto al muchacho... o muchacha, para que le lanzase una llamarada; al fin y al cabo había sido sólo una broma inocente. Más o menos.
-Dos años, Suoh- dijo, suspirando por un instante. Su presencia era considerablemente más fuerte que la última vez, casi terrorífica. Aún estaba lejos de su máximo potencial, pero se acercaba a pasos agigantados. ¿Tal vez ahora pudiera luchar contra él sin contenerse? En realidad aquello importaba más bien poco, pues dudaba que llegaran a entablar combate. Al fin y al cabo, no tenían ningún motivo para ello, máxime cuando ya no tenía por qué cazarlo.
El tiempo había pasado deprisa a ratos, lentamente en otros momentos. Akagami se acercaba a él, lo sentía como Dexter al dragón antes que él, o quizá al mismo tiempo, ¿Qué más daba? Estaba allí, volando velozmente, y en muy poco tiempo el pirata aterrizó junto a él. ¿Qué debía responder a sus cuestiones? El cartel marcaba una cifra inhumana, una cantidad que nunca creyó que vería bajo su cara... Pero ahí estaba, sujeta por un Akagami moreno que le inquiría sobre sus actos.
-Llegas tarde- comentó, incorporándose.
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El chico se quedó observando al infame pirata con una ceja alzada. ¿Que llegaba tarde? ¿Tarde para qué? ¿Esperaba siquiera su llegada o, simplemente, le estaba tomando el pelo de nuevo? Muchas fueron las preguntas que comenzaron a asaltar su mente, siendo incapaz de dejar de lado el hecho de que muy posiblemente le estuviera vacilando. Tampoco sería tan extraño, pues aquella era la imagen que le había dado años atrás. Jamás entendería cómo alguien así había llegado tan alto, más allá de su exagerado nivel de poder. "Quizá sea solo fachada", se dijo a sí mismo, justo antes de encogerse de hombros. El aire no corría en la cima, lo cual resultaba sumamente extraño pues, aunque él no lo sintiera, lo normal sería que el clima se mostrara difícil.
- No es precisamente fácil encontrarte, ¿sabes? -decidió seguirle el rollo, viéndose falto de ganas de terminar irritándose por la peculiar forma de abordar los temas del Yonkou- Lo cual resulta un tanto irónico cuando todo el mundo parece estar buscándote.
Mientras le hablaba tenía que mirar hacia arriba pues, como era de esperar, la diferencia de alturas seguía siendo bastante palpable. ¿Había crecido más o tan solo era su imaginación? Casi le resultaba molesto tener que alzar la cabeza para poder hablarle a la cara y no a su torso. Pero en fin, qué le vamos a hacer. "En cualquier caso... Hay algo en él que no me encaja", pensaba mientras le escudriñaba, observando su cabeza. Algo le resultaba terriblemente extraño, pero no era capaz de entender de qué se trataba. Quizá fueran sus ropas o, simplemente, la cantidad de tiempo que había pasado desde la última vez.
Su mirada volvió a centrarse en el horizonte, por encima de las nubes, donde la luz del Sol no se veía obstruida por estas. El sitio era un auténtico mar de calma y serenidad, perfecto para evadirse del mundo real. ¿Sería ese el motivo por el que se encontraba en Drum? "No lo creo."
- ¿Cómo se convierte un shichibukai en el hombre más buscado del mundo? -siguió, tras unos instantes de silencio- Siento curiosidad por saber lo que hiciste para que te expulsaran... Y más aún por entender el motivo de estas cifras.
Volvió a mirar el cartel una última vez, no pudiendo apartar la mirada de aquella cifra descomunal. Su brazo se estiró para ofrecerle el papel, por si estaba interesado en ver cuánto valía su cabeza ahora o, si ya lo sabía... No sé, admirar su propia foto. Con lo poco que sabía de él bien podía verle capaz de quedarse embobado consigo mismo. Dejó escapar un suspiro antes de acercarse al borde de la cima, queriendo ver con sus propios ojos la distancia que les separaba en ese instante del suelo. Por un momento se preguntó si sería capaz de ver desde allí el cuerpo de Mikoto, pensamiento del que se deshizo inmediatamente, cerrando los ojos y negando con levedad. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? No el suficiente, desde luego. Sakura siempre sería aquella espina clavada en su corazón. Una espina de fuego, ardiente como una estrella. Esbozó una sutil sonrisa melancólica y, sin siquiera mirarle, continuó.
- No has respondido mi pregunta.
- No es precisamente fácil encontrarte, ¿sabes? -decidió seguirle el rollo, viéndose falto de ganas de terminar irritándose por la peculiar forma de abordar los temas del Yonkou- Lo cual resulta un tanto irónico cuando todo el mundo parece estar buscándote.
Mientras le hablaba tenía que mirar hacia arriba pues, como era de esperar, la diferencia de alturas seguía siendo bastante palpable. ¿Había crecido más o tan solo era su imaginación? Casi le resultaba molesto tener que alzar la cabeza para poder hablarle a la cara y no a su torso. Pero en fin, qué le vamos a hacer. "En cualquier caso... Hay algo en él que no me encaja", pensaba mientras le escudriñaba, observando su cabeza. Algo le resultaba terriblemente extraño, pero no era capaz de entender de qué se trataba. Quizá fueran sus ropas o, simplemente, la cantidad de tiempo que había pasado desde la última vez.
Su mirada volvió a centrarse en el horizonte, por encima de las nubes, donde la luz del Sol no se veía obstruida por estas. El sitio era un auténtico mar de calma y serenidad, perfecto para evadirse del mundo real. ¿Sería ese el motivo por el que se encontraba en Drum? "No lo creo."
- ¿Cómo se convierte un shichibukai en el hombre más buscado del mundo? -siguió, tras unos instantes de silencio- Siento curiosidad por saber lo que hiciste para que te expulsaran... Y más aún por entender el motivo de estas cifras.
Volvió a mirar el cartel una última vez, no pudiendo apartar la mirada de aquella cifra descomunal. Su brazo se estiró para ofrecerle el papel, por si estaba interesado en ver cuánto valía su cabeza ahora o, si ya lo sabía... No sé, admirar su propia foto. Con lo poco que sabía de él bien podía verle capaz de quedarse embobado consigo mismo. Dejó escapar un suspiro antes de acercarse al borde de la cima, queriendo ver con sus propios ojos la distancia que les separaba en ese instante del suelo. Por un momento se preguntó si sería capaz de ver desde allí el cuerpo de Mikoto, pensamiento del que se deshizo inmediatamente, cerrando los ojos y negando con levedad. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? No el suficiente, desde luego. Sakura siempre sería aquella espina clavada en su corazón. Una espina de fuego, ardiente como una estrella. Esbozó una sutil sonrisa melancólica y, sin siquiera mirarle, continuó.
- No has respondido mi pregunta.
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-Oh, déjame ver- dijo, ignorando lo de que era difícil de encontrar. Sabía lo que valía, pero siempre le resultaba llamativa la imagen que habían elegido-. Siempre me hace gracia ver cómo, de todas las imágenes que podían elegir, me han puesto con la ropa de carnaval. Aunque... Oye, no me queda ni tan mal. ¿Qué me dirías si me vistiera así a diario? Sería imponente, y como mínimo divertido. Iríamos a juego, ahora que tú te vistes como un pirata y todo.
Se quedó un instante mirando las cifras de nuevo. Diez cifras, una recompensa estúpidamente alta por algo que no terminaba de entender. Es decir, lo comprendía perfectamente, pero le parecía una desfachatez por parte del Gobierno Mundial que le sumaran tanta recompensa por trabajos hechos para ellos. Era una prueba de por qué no debía haber confiado en ellos desde un principio, pero aún así lo había hecho. Bueno, en aquel momento la prueba no existía, por lo que técnicamente él era inocente en el momento en que aceptó el trato.
-Mil seiscientos cincuenta millones de berries. ¿Tú crees que me pagarían la suma íntegra si me entrego voluntariamente?- esperaba una mirada tan propia del pelirro... pelinegro, hastiada. Espera un momento, ¿Pelinegro? ¿Se había teñido? Vaya, eso sí que era una noticia interesante-. Vale, ahora en serio. Puede ser por tres cosas: La primera y menos probable es que Minato haya ido llorando a los peces gordos y estos le hayan hecho caso. Otra opción es que se hayan dado cuenta de la conversación que tuve con cierto monarca sobre los límites del juego limpio en una guerra y me consideren un traidor por no haberlo hecho antes. Y la que creo que es, aunque no estoy seguro, visité Mariejoa hace un año. Fue divertido hasta que me avisaron de que habría consecuencias.
Esperó contando hacia atrás la reacción de incredulidad de Akagami. Aunque ahora debería llamarlo Kurogami. Estaba hecho todo un adulto, con sus mechas doradas y su ropa de persona mayor. Tenía que reconocerlo, su apariencia era mucho más imponente que antes, y su presencia imponía infinitamente más.
-Respecto a la cifra- diría, tras la respuesta del pirata, fuera cual fuese-, supongo que mi peligrosidad es muy alta debido a que Kirito y Zero pisaron suelo bajo mi bota. Ese titular siempre me pareció terrible, como si yo hubiera hecho el tonto pisándoles la cabeza o algo... Eso lo hizo Karl una vez, y fue asqueroso. Creo que aún guardo por el barco el periódico de aquel día; sangre por todas partes, y todo por un pobre diablo que no pudo escapar del Marine.
La otra pregunta... Se dejó caer en la nieve de espaldas, sin querer responderla. No durante un momento, unos segundos para pensar una respuesta adecuada. Tampoco quería dar la adecuada. ¿Quería responder? No, no quería. El pasado dolía, los recuerdos molestaban y no tenía una justificación lógica para lo que había hecho. "Me dejé llevar", podría decir, pero no lo comprendería. Sólo él lo entendía, y ni siquiera del todo. En fin, lo mejor sería explicarse lo mejor posible.
-Y tú llevas mechas- no había empezado bien. Pero bueno, podía arreglarlo. O eso esperaba-. Sólo mirar no es lo que se lleva en estos tiempos, estamos obligados a actuar.
¿Estaban? ¿Ambos? Incluir a Akagami no era una idea, pero si él quería aliarse al ejército que poco a poco iban conformando no se lo iba a impedir. Krauser encabezaba la lista, y ahora que Byakuro no podía ser parte de ella estaría bien tener alguien para sustituirlo. "Hablando de sustituir", pasó por su mente el recuerdo de Mura en el East Blue; ya no había Red Demons. Eso limitaba la ayuda que podía obtener de él, pero... Quién sabe, cualquier ayuda era bienvenida, al fin y al cabo.
Se quedó un instante mirando las cifras de nuevo. Diez cifras, una recompensa estúpidamente alta por algo que no terminaba de entender. Es decir, lo comprendía perfectamente, pero le parecía una desfachatez por parte del Gobierno Mundial que le sumaran tanta recompensa por trabajos hechos para ellos. Era una prueba de por qué no debía haber confiado en ellos desde un principio, pero aún así lo había hecho. Bueno, en aquel momento la prueba no existía, por lo que técnicamente él era inocente en el momento en que aceptó el trato.
-Mil seiscientos cincuenta millones de berries. ¿Tú crees que me pagarían la suma íntegra si me entrego voluntariamente?- esperaba una mirada tan propia del pelirro... pelinegro, hastiada. Espera un momento, ¿Pelinegro? ¿Se había teñido? Vaya, eso sí que era una noticia interesante-. Vale, ahora en serio. Puede ser por tres cosas: La primera y menos probable es que Minato haya ido llorando a los peces gordos y estos le hayan hecho caso. Otra opción es que se hayan dado cuenta de la conversación que tuve con cierto monarca sobre los límites del juego limpio en una guerra y me consideren un traidor por no haberlo hecho antes. Y la que creo que es, aunque no estoy seguro, visité Mariejoa hace un año. Fue divertido hasta que me avisaron de que habría consecuencias.
Esperó contando hacia atrás la reacción de incredulidad de Akagami. Aunque ahora debería llamarlo Kurogami. Estaba hecho todo un adulto, con sus mechas doradas y su ropa de persona mayor. Tenía que reconocerlo, su apariencia era mucho más imponente que antes, y su presencia imponía infinitamente más.
-Respecto a la cifra- diría, tras la respuesta del pirata, fuera cual fuese-, supongo que mi peligrosidad es muy alta debido a que Kirito y Zero pisaron suelo bajo mi bota. Ese titular siempre me pareció terrible, como si yo hubiera hecho el tonto pisándoles la cabeza o algo... Eso lo hizo Karl una vez, y fue asqueroso. Creo que aún guardo por el barco el periódico de aquel día; sangre por todas partes, y todo por un pobre diablo que no pudo escapar del Marine.
La otra pregunta... Se dejó caer en la nieve de espaldas, sin querer responderla. No durante un momento, unos segundos para pensar una respuesta adecuada. Tampoco quería dar la adecuada. ¿Quería responder? No, no quería. El pasado dolía, los recuerdos molestaban y no tenía una justificación lógica para lo que había hecho. "Me dejé llevar", podría decir, pero no lo comprendería. Sólo él lo entendía, y ni siquiera del todo. En fin, lo mejor sería explicarse lo mejor posible.
-Y tú llevas mechas- no había empezado bien. Pero bueno, podía arreglarlo. O eso esperaba-. Sólo mirar no es lo que se lleva en estos tiempos, estamos obligados a actuar.
¿Estaban? ¿Ambos? Incluir a Akagami no era una idea, pero si él quería aliarse al ejército que poco a poco iban conformando no se lo iba a impedir. Krauser encabezaba la lista, y ahora que Byakuro no podía ser parte de ella estaría bien tener alguien para sustituirlo. "Hablando de sustituir", pasó por su mente el recuerdo de Mura en el East Blue; ya no había Red Demons. Eso limitaba la ayuda que podía obtener de él, pero... Quién sabe, cualquier ayuda era bienvenida, al fin y al cabo.
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Los ojos del pirata se tornaron blancos al alzar la mirada, justo al momento en que un pesado suspiro salía de sus labios. Mantener una conversación con ese hombre podía resultar realmente tedioso e irritante a veces. Se preguntaba si así era su forma de ser o, simplemente, buscaba molestarle. Fuera cual fuera el caso, lograba colmar su paciencia, aunque trataría de aguantar un poco aquella vez. No quería tener que volver a verle medio desnudo por quemarle la ropa, sobre todo cuando sabía que sus llamas probablemente no tendrían mayor efecto en él que ese. Berthil ladeó el cuerpo, mirándolo de lado con una mueca. Sí, tenía que dar el cante hasta en su cartel, aquello no era nada nuevo... Pero, ¿carnaval? ¿En serio? ¿Cómo podía permitirse ese tipo de distracciones? Intentaba responderse a sí mismo mientras observaba a su enorme acompañante desde abajo, al tiempo que este observaba su propia recompensa.
- No eres el único que cambia de ropa de vez en cuando, aunque intuyo que los motivos son bastante diferentes.
Se mostraba calmado, o al menos lo hizo durante unos cuantos segundos, antes de que volviera a soltar otra estupidez. Rodó los ojos, ladeó ligeramente la cabeza y le miró con cansancio. Casi pudo notar la diversión en su mirada, pero decidió que era mejor no responderle. Cuanto más entrase en su juego, más se alargaría este. No había tardado en darse cuenta de que, después de todo, lo mejor era ignorar aquellas cosas. Sin embargo, no pudo ocultar su sorpresa e incredulidad a medida que comenzaba a hablar de las posibles causas de aquella aberrante recompensa. Cuando llegó al punto de Mariejoa... Simplemente no pudo contenerse.
- Que crees que... -murmuró al principio- Que no estás seguro de... -su tono de voz iba en aumento- ¿Que fue divertido? ¿¡Pero cómo puedes siquiera dudar de que ese sea el motivo!? ¡Te has colado en la Tierra Sagrada como si nada y esperas que..!
Casi había comenzado a hiperventilar. Le dio la espalda, tratando de controlar su respiración y contando hasta diez una y otra vez a toda velocidad. Tardó unos cuantos segundos en aplacar sus ganas de continuar despotricando frente a él. Lo cierto es que le habría venido bien una bolsa para respirar.
- Está bien, está bien... Estoy tranquilo... Estoy bien... -susurró para sí mismo, antes de devolverle la mirada al yonkou.
El tema de la derrota de aquellos piratas le pareció tan ínfimo después de lo ya dicho que apenas llegó a darle la importancia que merecía. Observó cómo se dejaba caer sobre la nieve tras su pregunta, con la mente en otra parte. Ese tío era increíble, aunque aún no estaba seguro de si en el buen sentido o en el malo. Lo único que tenía claro era que se trataba de un auténtico monstruo. ¿Quién se colaba en las tierras de los tenryuubitos y salía con vida? El simple hecho de poner un pie sobre su tierra santa podía suponer que toda la Marina se te echara encima en unos pocos minutos. Y, aun así... Ahí estaba, vivito y coleando, con una de las recompensas más exageradas del Nuevo Mundo, como si no se tratara de nada fuera de lo normal. ¿Tan fácil era para Dexter lo que para él resultaba casi inalcanzable? Apretó el puño, bajando la mirada ante el recuerdo de Anna. El pirata lograba que todo pareciera demasiado fácil, pero para Berthil era muy distinto, probablemente al igual que para la gran mayoría de la gente. Sin embargo, otro estúpido comentario logró sacar al chico de estos pensamientos, por suerte para él.
- ¿Qué? -parpadeó repetidas veces, atónito no porque se hubiera dado cuenta de aquello... Que también. Con lo poco que le conocía, se esperaba que ni siquiera se acordase de su color de pelo original o que, simplemente, no le diera la menor importancia. Pero había evadido momentáneamente su pregunta. Aun así, más que cabrearse, tan solo provocó que Berthil soltara una risa ahogada, corta, al tiempo que cerraba los ojos y negaba lentamente. Finalmente, tras obtener la respuesta que quería, siguió- ¿Obligados? ¿Tú y yo?
Casi por un instante sintió que no debía haber dicho eso, aunque no le duró demasiado. La idea de cooperar con aquél hombre le resultaba tan terrible como interesante. No podía evitar sentir curiosidad por lo que ocurría en la mente del dragón. ¿Y quién podría? Era alguien enigmático, desde un punto de vista estúpido, pero enigmático. Y, desde lo más profundo de su ser, el azabache seguía aún con aquella corazonada. "Tiene un plan".
- Supongamos, hipotéticamente, que es cierto que estamos... "Obligados a actuar" -respondió, cruzándose de brazos y dándole la espalda y volviendo a mirar hacia abajo desde el borde, perdiendo su mirada en las nubes de más abajo-. ¿Cuál es la meta? Si te planteas dejar de ser un mero espectador... Debe de haber un motivo detrás. Y, probablemente, si no has culminado con esto aún... Es porque no puedes hacerlo solo -"por increíble que parezca", pensó, antes de continuar-. Si ese es el caso, entonces también estás obligado a buscar ayuda. Pero no sabes cuán útil podría ser la que yo pueda brindarte, ¿verdad? Bien, pues cuéntame qué buscas... Y entonces podremos comenzar a hablar de qué puedo ofrecer.
El chico se giró, clavando su mirada en el yonkou. Por un momento, se formó un silencio tenso que, de forma inesperada, fue roto por el menor de los dos.
- Y tu pelo está invertido.
- No eres el único que cambia de ropa de vez en cuando, aunque intuyo que los motivos son bastante diferentes.
Se mostraba calmado, o al menos lo hizo durante unos cuantos segundos, antes de que volviera a soltar otra estupidez. Rodó los ojos, ladeó ligeramente la cabeza y le miró con cansancio. Casi pudo notar la diversión en su mirada, pero decidió que era mejor no responderle. Cuanto más entrase en su juego, más se alargaría este. No había tardado en darse cuenta de que, después de todo, lo mejor era ignorar aquellas cosas. Sin embargo, no pudo ocultar su sorpresa e incredulidad a medida que comenzaba a hablar de las posibles causas de aquella aberrante recompensa. Cuando llegó al punto de Mariejoa... Simplemente no pudo contenerse.
- Que crees que... -murmuró al principio- Que no estás seguro de... -su tono de voz iba en aumento- ¿Que fue divertido? ¿¡Pero cómo puedes siquiera dudar de que ese sea el motivo!? ¡Te has colado en la Tierra Sagrada como si nada y esperas que..!
Casi había comenzado a hiperventilar. Le dio la espalda, tratando de controlar su respiración y contando hasta diez una y otra vez a toda velocidad. Tardó unos cuantos segundos en aplacar sus ganas de continuar despotricando frente a él. Lo cierto es que le habría venido bien una bolsa para respirar.
- Está bien, está bien... Estoy tranquilo... Estoy bien... -susurró para sí mismo, antes de devolverle la mirada al yonkou.
El tema de la derrota de aquellos piratas le pareció tan ínfimo después de lo ya dicho que apenas llegó a darle la importancia que merecía. Observó cómo se dejaba caer sobre la nieve tras su pregunta, con la mente en otra parte. Ese tío era increíble, aunque aún no estaba seguro de si en el buen sentido o en el malo. Lo único que tenía claro era que se trataba de un auténtico monstruo. ¿Quién se colaba en las tierras de los tenryuubitos y salía con vida? El simple hecho de poner un pie sobre su tierra santa podía suponer que toda la Marina se te echara encima en unos pocos minutos. Y, aun así... Ahí estaba, vivito y coleando, con una de las recompensas más exageradas del Nuevo Mundo, como si no se tratara de nada fuera de lo normal. ¿Tan fácil era para Dexter lo que para él resultaba casi inalcanzable? Apretó el puño, bajando la mirada ante el recuerdo de Anna. El pirata lograba que todo pareciera demasiado fácil, pero para Berthil era muy distinto, probablemente al igual que para la gran mayoría de la gente. Sin embargo, otro estúpido comentario logró sacar al chico de estos pensamientos, por suerte para él.
- ¿Qué? -parpadeó repetidas veces, atónito no porque se hubiera dado cuenta de aquello... Que también. Con lo poco que le conocía, se esperaba que ni siquiera se acordase de su color de pelo original o que, simplemente, no le diera la menor importancia. Pero había evadido momentáneamente su pregunta. Aun así, más que cabrearse, tan solo provocó que Berthil soltara una risa ahogada, corta, al tiempo que cerraba los ojos y negaba lentamente. Finalmente, tras obtener la respuesta que quería, siguió- ¿Obligados? ¿Tú y yo?
Casi por un instante sintió que no debía haber dicho eso, aunque no le duró demasiado. La idea de cooperar con aquél hombre le resultaba tan terrible como interesante. No podía evitar sentir curiosidad por lo que ocurría en la mente del dragón. ¿Y quién podría? Era alguien enigmático, desde un punto de vista estúpido, pero enigmático. Y, desde lo más profundo de su ser, el azabache seguía aún con aquella corazonada. "Tiene un plan".
- Supongamos, hipotéticamente, que es cierto que estamos... "Obligados a actuar" -respondió, cruzándose de brazos y dándole la espalda y volviendo a mirar hacia abajo desde el borde, perdiendo su mirada en las nubes de más abajo-. ¿Cuál es la meta? Si te planteas dejar de ser un mero espectador... Debe de haber un motivo detrás. Y, probablemente, si no has culminado con esto aún... Es porque no puedes hacerlo solo -"por increíble que parezca", pensó, antes de continuar-. Si ese es el caso, entonces también estás obligado a buscar ayuda. Pero no sabes cuán útil podría ser la que yo pueda brindarte, ¿verdad? Bien, pues cuéntame qué buscas... Y entonces podremos comenzar a hablar de qué puedo ofrecer.
El chico se giró, clavando su mirada en el yonkou. Por un momento, se formó un silencio tenso que, de forma inesperada, fue roto por el menor de los dos.
- Y tu pelo está invertido.
Dexter Black
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-Sí- respondió, cerrando los ojos mientras el gélido viento azotaba su cuerpo tumbado-. Tú y yo. Ya has aprendido a ser un dragón al fin y al cabo. ¿Quieres un caramelo como recompensa?
Rió un poco, sin abrir los ojos, y dejó sus manos bajo la nuca, sintiendo el contraste entre el calor de su cabeza y el frío de la nieve. En cierto sentido era agradable, aunque por otro lado podría constiparse si no. No, de hecho no podía, había desarrollado gran resistencia a las enfermedades víricas en su... ¿Retiro espiritual? ¿Secuestro? Secuestro era la adecuada, pero tuvo mucho tiempo para reflexionar. Vida, muerte, el significado de su existencia, el porqué de tantas cosas...
-¿La meta? Castillos en el aire- terminó por decir. Akagami tenía mucho que aportar, a pesar de su temperamento y del poco sentido del humor que demostraba. Era fuerte y bastante valiente, y tenía el don de la oportunidad. Al fin y al cabo, había aparecido ahí en el momento justo. Aunque eso podía ser simple casualidad-. En Mariejoa se respira un aire más puro y liviano, ayuda a pensar. Me ayudó mucho durante los meses siguientes a darme cuenta de que no puedo mantenerme sin hacer nada, simplemente reuniendo montañas y montañas de oro. El orden que maneja el mundo está podrido, y aunque esto lo sé desde hace... ¿Qué día es hoy?- esperó una respuesta mientras en su mente se vislumbraba la fecha- ¿Miércoles? Pues unos doce años. Y, lo que te decía, a pesar de saberlo no he hecho nada. Es tiempo de cambiarlo.
Se levantó del suelo. Empezaba a tener frío, y la sensación era bastante desagradable. Su ropa estaba húmeda por atrás y no transpiraba bien, Aunque tras dormir sobre la nieve, ¿Cómo extrañarse? Se sacudió un poco para que al menos el pelo no quedara tieso, y escuchó lo que el pelirrojo tenía que decir al respecto, llevándose una mano a la cabeza.
-¡Así que es eso!- había notado, aunque no le dio importancia, que su pelo no estaba como siempre, pero lo había achacado a la falta de costumbre-. Sabía que tenía algo diferente, pero no pensé que fuera eso. ¡Gracias!
Se quedó mirando a su coleta, embobado por los dos colores. Nunca se había fijado realmente en ello, pero era algo que lo hacía único. Era más largo, mucho más largo de lo que nunca lo hubiera llevado, y fuera de la pulcritud que siempre lo había caracterizado... Se sentía bien, era un toque de anarquía en el orden que siempre había imperado sobre su cuerpo.
-Me sienta bien, ¿No te parece? La recompensa, me refiero. Ahora puedo dejar de moverme con sigilo y discreción, y tengo un plan en el que tú tienes cabida, mi joven amigo. ¿Te he hablado de Fiordia?- no, claro que no lo había hecho. Crear su propio país y declarar la guerra al Gobierno Mundial era algo que siempre había tenido en mente desde que pisó el Ojo, pero ahora lo tenía al alcance de la mano. Sólo necesitaba los aliados adecuados, y con la Revolución de su parte gracias a Krauser, no podía salir mal-. Fiordia es la guerra al Gobierno Mundial, un país que ejerza influencia sobre los cuatro mares cardinales desde el Nuevo Mundo y se extienda como un virus hasta que no quede poder concentrado en Mariejoa- levantó el puño, apretándolo lentamente mientras en su cara se formaba una sonrisa-. Un lugar donde ser libres y felices, desde el que luchar por todos.
Hizo una pausa, reflexionando sobre sus palabras, y se dio cuenta de algo. No podía ser, ¿Por qué? En fin...
-Ha sonado idealista y megalómano- rió-, pero voy a hacerlo. Y tú conmigo.
Rió un poco, sin abrir los ojos, y dejó sus manos bajo la nuca, sintiendo el contraste entre el calor de su cabeza y el frío de la nieve. En cierto sentido era agradable, aunque por otro lado podría constiparse si no. No, de hecho no podía, había desarrollado gran resistencia a las enfermedades víricas en su... ¿Retiro espiritual? ¿Secuestro? Secuestro era la adecuada, pero tuvo mucho tiempo para reflexionar. Vida, muerte, el significado de su existencia, el porqué de tantas cosas...
-¿La meta? Castillos en el aire- terminó por decir. Akagami tenía mucho que aportar, a pesar de su temperamento y del poco sentido del humor que demostraba. Era fuerte y bastante valiente, y tenía el don de la oportunidad. Al fin y al cabo, había aparecido ahí en el momento justo. Aunque eso podía ser simple casualidad-. En Mariejoa se respira un aire más puro y liviano, ayuda a pensar. Me ayudó mucho durante los meses siguientes a darme cuenta de que no puedo mantenerme sin hacer nada, simplemente reuniendo montañas y montañas de oro. El orden que maneja el mundo está podrido, y aunque esto lo sé desde hace... ¿Qué día es hoy?- esperó una respuesta mientras en su mente se vislumbraba la fecha- ¿Miércoles? Pues unos doce años. Y, lo que te decía, a pesar de saberlo no he hecho nada. Es tiempo de cambiarlo.
Se levantó del suelo. Empezaba a tener frío, y la sensación era bastante desagradable. Su ropa estaba húmeda por atrás y no transpiraba bien, Aunque tras dormir sobre la nieve, ¿Cómo extrañarse? Se sacudió un poco para que al menos el pelo no quedara tieso, y escuchó lo que el pelirrojo tenía que decir al respecto, llevándose una mano a la cabeza.
-¡Así que es eso!- había notado, aunque no le dio importancia, que su pelo no estaba como siempre, pero lo había achacado a la falta de costumbre-. Sabía que tenía algo diferente, pero no pensé que fuera eso. ¡Gracias!
Se quedó mirando a su coleta, embobado por los dos colores. Nunca se había fijado realmente en ello, pero era algo que lo hacía único. Era más largo, mucho más largo de lo que nunca lo hubiera llevado, y fuera de la pulcritud que siempre lo había caracterizado... Se sentía bien, era un toque de anarquía en el orden que siempre había imperado sobre su cuerpo.
-Me sienta bien, ¿No te parece? La recompensa, me refiero. Ahora puedo dejar de moverme con sigilo y discreción, y tengo un plan en el que tú tienes cabida, mi joven amigo. ¿Te he hablado de Fiordia?- no, claro que no lo había hecho. Crear su propio país y declarar la guerra al Gobierno Mundial era algo que siempre había tenido en mente desde que pisó el Ojo, pero ahora lo tenía al alcance de la mano. Sólo necesitaba los aliados adecuados, y con la Revolución de su parte gracias a Krauser, no podía salir mal-. Fiordia es la guerra al Gobierno Mundial, un país que ejerza influencia sobre los cuatro mares cardinales desde el Nuevo Mundo y se extienda como un virus hasta que no quede poder concentrado en Mariejoa- levantó el puño, apretándolo lentamente mientras en su cara se formaba una sonrisa-. Un lugar donde ser libres y felices, desde el que luchar por todos.
Hizo una pausa, reflexionando sobre sus palabras, y se dio cuenta de algo. No podía ser, ¿Por qué? En fin...
-Ha sonado idealista y megalómano- rió-, pero voy a hacerlo. Y tú conmigo.
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