Aki D. Arlia
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Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Aki se despidió de la posadera con una sonrisa. Había vuelto a teñirse el pelo de negro y se había colocado las lentillas verdes antes de salir de la habitación que había alquilado. Debería ser suficiente para que nadie la reconociera, junto con la capa. Se hizo una coleta mientras comenzaba a caminar; la dueña de la posada le había hablado de unos jardines que había hacia el oeste, y lo cierto es que no perdía nada por echarles un vistazo. Eso es lo que hace la gente normal cuando está de vacaciones, ¿Verdad? En dos días salía un barco rumbo a la Red Line, y podría cogerlo. Sería el principio de su viaje de vuelta a casa.
Pero hasta entonces...
Aki suspiró. Lo cierto es que se estaba aburriendo un poco. Y hacía calor. ¿Por qué hacía tanta calor?. Se quitó la capa, revelando un top negro sin mangas y una falda algo corta pero que le ocultaba bien los cuchillos. Mejor... aunque seguía sudando. Dio un par de vueltas tratando de ubicarse. Después de la aventura del día anterior, cuando había acabado completamente perdida, había tenido bastante cuidado de pedir todas las indicaciones necesarias. Estaba bastante segura de saber donde estaba, no pasaría nada por girar una o dos esquinas y ver si encontraba una taberna o un puesto de helados.
Y eso hizo. La suerte le sonrió, y encontró a un hombre arrastrando un carrito con una sombrilla y una inestable torre de vasos en la superficie. Se acercó a él y le compró una botella de naranjada por un par de berries. ¡Por fin! Luego, trató de seguir su camino... sin darse cuenta de que estaba yendo en dirección contraria.
Pero hasta entonces...
Aki suspiró. Lo cierto es que se estaba aburriendo un poco. Y hacía calor. ¿Por qué hacía tanta calor?. Se quitó la capa, revelando un top negro sin mangas y una falda algo corta pero que le ocultaba bien los cuchillos. Mejor... aunque seguía sudando. Dio un par de vueltas tratando de ubicarse. Después de la aventura del día anterior, cuando había acabado completamente perdida, había tenido bastante cuidado de pedir todas las indicaciones necesarias. Estaba bastante segura de saber donde estaba, no pasaría nada por girar una o dos esquinas y ver si encontraba una taberna o un puesto de helados.
Y eso hizo. La suerte le sonrió, y encontró a un hombre arrastrando un carrito con una sombrilla y una inestable torre de vasos en la superficie. Se acercó a él y le compró una botella de naranjada por un par de berries. ¡Por fin! Luego, trató de seguir su camino... sin darse cuenta de que estaba yendo en dirección contraria.
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