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La noche reinaba en la isla de Jaya. Los criminales más atroces habían comenzado a violar, saquear y asesinar a las personas. Era realmente un sitio horrible, lugar dónde un almirante podía pasárselo en grande. La luna estaba llena, iluminando gran parte de aquellas calles. Los piratas caminaban de un lado a otro entre risas y demás. Allí toda la gente iba armada con espadas, navajas y pistolas. Eran realmente tipos peligrosos y hechos para joder a las personas de las formas más salvajes posibles. Apenas había animales por el pueblo, no eran tan tontos como para quedarse en aquel maldito sitio. Los bares estaban a reventar de personas y en ellos solo se escuchaban carcajadas y demás. Tal vez los peores asesinos podían estar allí como si estuvieran en su casa, el ambiente sería bueno para ellos. Las pobres personas inocentes que había en la isla vivían con un miedo atroz a salir a la calle. Sabían que podían morir a la mínima de cambio.
Una figura caminaba por una de aquellas calles. Era una silueta alta que iba totalmente encapuchada. Dos borrachos se quedaron mirándola y no tardaron en cortarle el paso con un par de machetes. – Mira lo que tenemos aquí, vamos arrodíllate y empieza a suplicar… – Dijo uno de ellos, estaba bastante gordo y poseía una perilla sucia. Era calvo y además tenía unos ojos pequeños y negros. El otro hombre era el típico rubiales de ojos azules que permanecía serio y orgulloso. La silueta entonces se quedó quieta y después de unos momentos estiró su mano derecha, agarrando del cuello a aquel tipo. La fuerza de aquel ser era relativamente exagerada y no tardó en empezar a relamerse. El viento entonces sopló con fuerza, retirando su capucha hasta dejar ver bien su rostro. El tipo rubio entró en pánico y empezó a gritar de puro terror. – ¡El perro del diablo! ¡Es Kedra! – Trató de huir lo más rápido posible pero debido a su borrachera iba tropezando con los cubos de basura y los objetos de la calle.
Aquel tipo era castaño, de cabellos pinchudos. Sus ojos eran dorados y el fondo de éstos totalmente negro. Sus dientes estaban afilados y mostraba una expresión seria. No tardó mucho en quitarse aquella prenda, quedando con el torso desnudo. Su cuerpo era exageradamente musculoso y en la zona del corazón tenía un tatuaje de una media luna. Portaba unos pantalones blancos y unas botas de acero del mismo color que la prenda inferior. La pesadilla comenzó a apretar su mano hasta notar como el cuello de aquel infeliz se partía como si de una remita se tratase. Una vez lo hizo, lanzó el cuerpo a un lado y se quedó mirando al que trataba de huir. Sonrió de lado y colocó su mano derecha en el suelo, de una extraña humareda surgieron dos perros negros como la noche y de ojos rojizos. – Kage, Yami, a comer… – Dijo entonces al mismo tiempo que los cánidos infernales corrían a por el borracho. Cuando estuvieron cerca se lanzaron a por él, mordiéndole el cuello y comenzando a comérselo violentamente. El poderoso pirata se quedó mirando la escena de forma inexpresiva y simplemente se cruzó de brazos. Las tonterías no eran algo que el cadejo pudiera soportar.
Una figura caminaba por una de aquellas calles. Era una silueta alta que iba totalmente encapuchada. Dos borrachos se quedaron mirándola y no tardaron en cortarle el paso con un par de machetes. – Mira lo que tenemos aquí, vamos arrodíllate y empieza a suplicar… – Dijo uno de ellos, estaba bastante gordo y poseía una perilla sucia. Era calvo y además tenía unos ojos pequeños y negros. El otro hombre era el típico rubiales de ojos azules que permanecía serio y orgulloso. La silueta entonces se quedó quieta y después de unos momentos estiró su mano derecha, agarrando del cuello a aquel tipo. La fuerza de aquel ser era relativamente exagerada y no tardó en empezar a relamerse. El viento entonces sopló con fuerza, retirando su capucha hasta dejar ver bien su rostro. El tipo rubio entró en pánico y empezó a gritar de puro terror. – ¡El perro del diablo! ¡Es Kedra! – Trató de huir lo más rápido posible pero debido a su borrachera iba tropezando con los cubos de basura y los objetos de la calle.
Aquel tipo era castaño, de cabellos pinchudos. Sus ojos eran dorados y el fondo de éstos totalmente negro. Sus dientes estaban afilados y mostraba una expresión seria. No tardó mucho en quitarse aquella prenda, quedando con el torso desnudo. Su cuerpo era exageradamente musculoso y en la zona del corazón tenía un tatuaje de una media luna. Portaba unos pantalones blancos y unas botas de acero del mismo color que la prenda inferior. La pesadilla comenzó a apretar su mano hasta notar como el cuello de aquel infeliz se partía como si de una remita se tratase. Una vez lo hizo, lanzó el cuerpo a un lado y se quedó mirando al que trataba de huir. Sonrió de lado y colocó su mano derecha en el suelo, de una extraña humareda surgieron dos perros negros como la noche y de ojos rojizos. – Kage, Yami, a comer… – Dijo entonces al mismo tiempo que los cánidos infernales corrían a por el borracho. Cuando estuvieron cerca se lanzaron a por él, mordiéndole el cuello y comenzando a comérselo violentamente. El poderoso pirata se quedó mirando la escena de forma inexpresiva y simplemente se cruzó de brazos. Las tonterías no eran algo que el cadejo pudiera soportar.
Ragerok Gure
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Ragerok se encontraba en una habitación oscura del hotel en el que se hospedaba. Las persianas rotas dejaban entrar unos leves rayos de luz lunar que hacían que la visión no fuese totalmente imposible. El olor a humedad invadía la sala, pero el chico respiraba a través de su pañuelo. Lo último que necesitaba era coger un puto resfriado. El chico, tirado sentado en la cama, jugaba a hacer puntería con sus puñales, lanzándolos contra las cucarachas que correteaban por las paredes. Estaba en aquella isla porque no le quedaba más remedio. Hasta dentro de un par de días no salía ningún barco de pasajeros hacia otra isla, por lo que se vio obligado a disfrutar de una desagradable estancia en aquel lugar, y mataba el tiempo de aquella forma.
Aquel entretenimiento duró poco, pues al rato de empezar, la dueña del edificio acudió al escuchar el constante golpeteo. Aquella mujer medía cerca de tres metros, y tenía el cuerpo musculoso. Entró, arrancando la puerta, y al ver lo que estaba haciendo el chico, la mujer, de una onda de choque, lo lanzó fuera del establecimiento, mandándolo muy lejos. Tras lanzarlo a él, lanzó el puñal rosa que quedaba clavado en la pared, al grito de "Y no vuelvas por aquí".
Menudo golpe había recibido. El asesino cayó en el suelo de una pequeña calle a la cual llegaba levemente el brillo de una farola medio fundida. Tras aterrizar, algo que hizo cubriéndose con haki para minimizar daños, el puñal calló justo entre sus piernas en un arrebato de suerte, pues de haber caído unos cuantos centímetros más arriba, se habría clavado en sus pendientes reales. Sacudiéndose un poco la cabeza, apoyó la mano en el suelo para notarlo totalmente mojado. Al mirar, vio un gran charco de sangre a su lado. Era imposible que hubiese sufrido una herida tan grave. O quizás sí. Al mirar mejor, pudo ver como la sangre venía de un cadáver que estaba siendo devorado por dos perros mientras un hombre los observaba. Aquella era una situación muy grotesca.
El chico se levantó y miró al hombre.
-Me gustan estos animales.-Dijo a modo de saludo.
Aquel entretenimiento duró poco, pues al rato de empezar, la dueña del edificio acudió al escuchar el constante golpeteo. Aquella mujer medía cerca de tres metros, y tenía el cuerpo musculoso. Entró, arrancando la puerta, y al ver lo que estaba haciendo el chico, la mujer, de una onda de choque, lo lanzó fuera del establecimiento, mandándolo muy lejos. Tras lanzarlo a él, lanzó el puñal rosa que quedaba clavado en la pared, al grito de "Y no vuelvas por aquí".
Menudo golpe había recibido. El asesino cayó en el suelo de una pequeña calle a la cual llegaba levemente el brillo de una farola medio fundida. Tras aterrizar, algo que hizo cubriéndose con haki para minimizar daños, el puñal calló justo entre sus piernas en un arrebato de suerte, pues de haber caído unos cuantos centímetros más arriba, se habría clavado en sus pendientes reales. Sacudiéndose un poco la cabeza, apoyó la mano en el suelo para notarlo totalmente mojado. Al mirar, vio un gran charco de sangre a su lado. Era imposible que hubiese sufrido una herida tan grave. O quizás sí. Al mirar mejor, pudo ver como la sangre venía de un cadáver que estaba siendo devorado por dos perros mientras un hombre los observaba. Aquella era una situación muy grotesca.
El chico se levantó y miró al hombre.
-Me gustan estos animales.-Dijo a modo de saludo.
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Los perros continuaban alimentándose de aquel idiota. La carne era despedazada sin piedad alguna en las bocas de aquellos seres. Era todo un manjar de pesadilla, debido a la escena tan tétrica e impactante. De todas formas era lo menos cruel que podía verse en aquella jodida isla del crimen. Por suerte, el castaño tenía el poder suficiente como para erradicar a aquellos imbéciles él solo. La pereza era la causa de que por el momento no lo hubiese hecho. Por algo era el pecado capital que le habían impuesto. Siempre estaba haciendo el vago o durmiendo. También podía atribuírsele el orgullo y la ira, disponía de varios pero el principal sin duda era la pereza. Desde que su cabeza costaba tanto, le gustaba salir más a sitios dónde hubiese personas. Así podría alimentarse del miedo de ellas o simplemente aplastar a los marines que tratasen de atacarle. Ya había tenido peleas con muchísimos de ellos, pero continuaba sin ser derrotado por nadie. Su mala leche, fuerza y velocidad, eran armas muy difíciles de vencer. De hecho, en esos momentos podía haber reventado tres edificios durante el altercado con los dos idiotas. Se había contenido con mucho esfuerzo, tampoco iba a gastar energías tontamente.
En ese momento, su haki de observación le indicó que una presencia se acercaba. El nivel de poder no era malo, de hecho les daba mil vueltas a los dos idiotas. Sin embargo a su lado no era para tanto. De todas formas no podía fiarse, siempre había sorpresas que indicaban lo contrario. Ya le había pasado en el combate contra Jin y Madara, dónde casi estuvo a punto de perder la vida. Debía encontrar a aquellos desgraciados y exterminarlos. Ya había oído sobre la muerte de Bisutomaru, de modo que solo le quedaban dos piezas que combatir. Cuando el joven cayó al suelo, hizo un comentario que provocó un alzamiento de ceja por parte del lobo. No entendía como aquella persona podía estar de tan buen humor o al menos aparentarlo. Había salido volando, lo que indicaba que lo habían tirado o se había caído y, allí estaba, siendo amable. Aquella isla no estaba llena de tanta basura al parecer. Había excepciones y el pequeño castaño parecía ser una de ellas. En ese momento los dos perros de oscuridad desaparecieron en una humareda que volvió a su dueño. El tiempo había terminado para ellos, tan solo podía invocarlos para un par de minutos. La verdad es que tampoco le daba mucha importancia a aquello.
El luchador se quedó mirando al chico con toda la tranquilidad del mundo. Sus dorados ojos brillaban de forma exagerada. El fondo oscuro los hacía realmente tétricos, pero tampoco le importaba, su aspecto era lo de menos. – Podrían considerarse demonios, en lugar de animales. – Dijo con un tono frío e inexpresivo. No tenía intenciones hostiles hacia el chico, no le había hecho nada. Entonces fue cuando de la entrada del callejón surgieron dos tipos trajeados. Sus sombreros eran bastante grandes, portaban armas de fuego en sus manos. Aquello hizo al lobo fruncir el ceño. Parar golpes o cortes podía ser fácil, pero las balas eran otro asunto y tan solo su mejor haki podría pararlas, esperando a que ellos no tuviesen. Si era así, iba a tener que pasarlo un poco mal. – Kedra, suelta al chico y pon las manos en alto. El gobierno no tolerará tus acciones. – Efectivamente, eran agentes y encima parecían muy seguros de sí mismos. El luchador entrecerró los ojos despacio, mirándolos de forma calmada. En vez de arrestar a criminales que mataran por diversión, iban a por él. Eran idiotas al parecer. Su sorpresa llegó cuando uno de ellos imbuyó su brazo en haki y le apuntó con un revólver. – Rompisteis con la historia… – Dijo simplemente. El miedo empezó a apoderarse de aquellos tipos. Aquella frase solía decirla el cadejo justo antes de matar a una persona. Estaban bastante nerviosos al parecer. El asesino miraba de reojo al chico castaño para ver su reacción.
En ese momento, su haki de observación le indicó que una presencia se acercaba. El nivel de poder no era malo, de hecho les daba mil vueltas a los dos idiotas. Sin embargo a su lado no era para tanto. De todas formas no podía fiarse, siempre había sorpresas que indicaban lo contrario. Ya le había pasado en el combate contra Jin y Madara, dónde casi estuvo a punto de perder la vida. Debía encontrar a aquellos desgraciados y exterminarlos. Ya había oído sobre la muerte de Bisutomaru, de modo que solo le quedaban dos piezas que combatir. Cuando el joven cayó al suelo, hizo un comentario que provocó un alzamiento de ceja por parte del lobo. No entendía como aquella persona podía estar de tan buen humor o al menos aparentarlo. Había salido volando, lo que indicaba que lo habían tirado o se había caído y, allí estaba, siendo amable. Aquella isla no estaba llena de tanta basura al parecer. Había excepciones y el pequeño castaño parecía ser una de ellas. En ese momento los dos perros de oscuridad desaparecieron en una humareda que volvió a su dueño. El tiempo había terminado para ellos, tan solo podía invocarlos para un par de minutos. La verdad es que tampoco le daba mucha importancia a aquello.
El luchador se quedó mirando al chico con toda la tranquilidad del mundo. Sus dorados ojos brillaban de forma exagerada. El fondo oscuro los hacía realmente tétricos, pero tampoco le importaba, su aspecto era lo de menos. – Podrían considerarse demonios, en lugar de animales. – Dijo con un tono frío e inexpresivo. No tenía intenciones hostiles hacia el chico, no le había hecho nada. Entonces fue cuando de la entrada del callejón surgieron dos tipos trajeados. Sus sombreros eran bastante grandes, portaban armas de fuego en sus manos. Aquello hizo al lobo fruncir el ceño. Parar golpes o cortes podía ser fácil, pero las balas eran otro asunto y tan solo su mejor haki podría pararlas, esperando a que ellos no tuviesen. Si era así, iba a tener que pasarlo un poco mal. – Kedra, suelta al chico y pon las manos en alto. El gobierno no tolerará tus acciones. – Efectivamente, eran agentes y encima parecían muy seguros de sí mismos. El luchador entrecerró los ojos despacio, mirándolos de forma calmada. En vez de arrestar a criminales que mataran por diversión, iban a por él. Eran idiotas al parecer. Su sorpresa llegó cuando uno de ellos imbuyó su brazo en haki y le apuntó con un revólver. – Rompisteis con la historia… – Dijo simplemente. El miedo empezó a apoderarse de aquellos tipos. Aquella frase solía decirla el cadejo justo antes de matar a una persona. Estaban bastante nerviosos al parecer. El asesino miraba de reojo al chico castaño para ver su reacción.
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