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dharkel - [Privado -Dharkel, Haruka & Zane] ¡Eh, tú, ese dinero es mío! Un extraño encuentro en la ciudad que nunca duerme. Empty [Privado -Dharkel, Haruka & Zane] ¡Eh, tú, ese dinero es mío! Un extraño encuentro en la ciudad que nunca duerme. {Dom 31 Jul 2016 - 17:18}

Las fuertes y aleatorias corrientes me llevaron a las remotas aguas que rodeaban la isla de Dark dome, también conocida como la isla que nunca duerme. Se encontraba en un recóndito rincón del grand line que llevaba sumida en la oscuridad desde el principio de los tiempos, pues en todo momento del día alguna de las lunas que orbitan alrededor de la tierra se interpone entre ella y la luz solar justo en ese rincón del mar.

Llevaba varios días en aquel lugar, un grandioso hotel dirigido por preciosas mujeres de grandes dotes y anchas cinturas. Un paraíso propiamente dicho, si no fuera porque eran muy rancias con todo lo que tuviera pene, aunque siendo concretos… para los que poseyeran pene y no gozaran de un alto nivel adquisitivo. Spanner, aburrido, se había vuelto al barco a investigar no sé qué cosa que encontró en uno de los laboratorios de I+D de allí, así que estaba solo ante el peligro.

“Maldito pelimorado, siempre me deja solo…” –pensé, mientras me cruzaba de brazos en el bar del hotel.

—Oye, jefa –dije a la camarera, cuya areola podría haberme saltado un ojo cuando se giró–, ¿sabes dónde puedo encontrar diversión por estos lares?

—¿Un chico como tú? –me miró de arriba abajo–. Vete al sur, lo pasarás bien –sonrió.

—Está bien, gracias –respondí con educación, pensando en que se refería al decir eso de “un chico como yo”.
Poco después, tras terminarme mi jarra de cerveza, me dirigí a la zona sur. Las calles estaban muy concurridas, sin embargo, a medida que me alejaba de la región más céntrica de la ciudad los bulevares se eran más desérticos, con unos locales cuya clientela podría decirse que se ganaba la vida de forma poco honorable.
Dharkel Asrai Nymraif
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La muchacha de grandes ojos redondeados hizo un ademán negativo con la cabeza al enseñarle el retrato del hombre que estaba buscando. Todas las pistas me habían llevado hasta aquel preciso instante, a aquella mugrienta taberna donde se reunían los despojos que no eran aceptados en lo más céntrico de la ciudad.

“Una oportunidad para hacer dinero” - pensé. El viaje había sido largo y los sobornos costosos. Las monedas comenzaban a ausentarse de mis bolsillos. Tenía que remediar aquella situación.

- Eh, pelirrojo - dije intentando llamar la atención del hombre situado a un par de taburetes de distancia -. ¿No eres local, verdad? - Pregunté sabiendo la respuesta. En esas tierras era fácil distinguir a un extranjero -. ¿Sabes jugar a las cartas? - Indagué guiñándole un ojo.

¿Me fiaba de él? No. Pero era más fácil recurrir a viejos trucos de engaño con un compañero. Más tarde podríamos repartirnos el botín, o mejor aún, agenciármelo todo y desaparecer sin dejar rastro.

La camarera nos sirvió un par de tragos y comenzamos a planear la jugada. Algo fácil y poco elegante, pero no podía pedirle más a un extraño de capacidades dudosas. Tras elegir a nuestras víctimas, un pequeño grupo de ludópatas ebrios, nos sentamos en la mesa adyacentemente y pusimos un pequeño saquito con monedas sobre la misma.

- ¿A qué jugamos? - Pregunté apoyando las katanas sobre el respaldo de la silla.
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Tras varios meses de tortura en una isla deshabitada, con la única compañía de mi abuelo y su estúpido abanico de metal, había conseguido mejorar en creces mis habilidades.

Como recompensa, el viejo me había dado unos días libres, haciéndome prometer que volvería tras el fin de semana para retomar mi entrenamiento y recordándome que, si no lo hacía, él vendría a buscarme personalmente. Y eso... eso prefería ahorrármelo.

Me desperecé mirando al cielo nocturno eterno de Dark Dome, sorprendida de que aquella fuese la isla más cercana a la casa del abuelito y pensando en cómo invertir mi tiempo libre allí. Por supuesto, en un lugar como aquel había muchas cosas que hacer.
Me adentré en la ciudad de las luces mirando a mi alrededor con curiosidad en busca de algún lugar donde tomar algo y quizá disfrutar de compañía humana. Compañía humana que no fuese un viejo malhablado que me insultase constantemente y me pegase collejas con un abanico de metal, a ser posible.

Entré al local que se me antojó más apetecible y me acerqué a la barra para pedir algo de beber. Una camarera de generosa delantera me sirvió una cerveza en una jarra de cristal, y no pude evitar observar su pecho con cierta envidia en los ojos y mirar mi pecho plano pensando "algún día..."

Me di media vuelta sobre el taburete y me crucé de piernas con pose elegante para observar el clima del bar, y pude ver a un par de jóvenes sentándose frente dos aguerridos hombretones, dispuestos a jugar a las cartas.
Aquello podía ser interesante, así que tomé un sorbo de mi cerveza y me quedé observando desde la barra.
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El olor rancio a licor del malo y las ofertas me llevaron a una mugrienta taberna llena de gente de poco fiar y meretrices de todo tipo, a cada cual más puerca que la anterior, rozándose con todo aquello que creía que tenían dinero para comprar sus servicios, por sucios y depravados que fueran.
Mientras estaba en la barra tomándome una jarra de cerveza aguada, tras una breve discusión con el tabernero después de servirme aquella aberración del mejor liquido elemento de la creación, el zumo de cebada. Un muchacho de melena larga me ofreció echar una partida de cartas con unos sujetos que estaban sentados tras nosotros, guiñándome un ojo. Sabía que de aquello no podía salir nada bueno, sobre todo porque no conocía de nada a aquel sujeto, pero estaba aburrido, así que le seguí el juego; después de todo, el aura de la mayoría de los presentes no era superior a la mía, por lo que no eran muy fuertes.

—Podemos echar una partida de póquer cubierto, ¿qué opináis, señores? –comenté, mientras me sentaba con mi jarra en la mano, al lado de un sujeto de más pelo en el rostro que en la cabeza.

Un hombre gruñó.

—¿Y las presentaciones? –preguntó–. Malditos forasteros…

—Disculpe nuestra cortesía, caballero. Mi nombre es Zane D. Kenshin, de Sabaody. Y éste es mi compañero… -le señalé para que se presentara.

Tras ello, el muchacho barajó los naipes con ágiles movimientos y repartió dos cartas a cada uno, descartando una y poniendo tres cartas en el tablero, boca abajo.

“Un rey y una jota…” –pensé.

—Subo la mínima a doscientos berries –dije antes de levantar las cartas, esbozando una media sonrisa vacilante en el rostro.

En la barra, una muchacha se puso a mirarnos, con curiosidad.

—¡Chiquilla! –exclamé, intentando llamar su atención– ¿Te apetece jugar? –le pregunté–, que estás a tiempo.

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Asentí en silencio a la propuesta del pelirrojo para hacer presión sobre aquellos hombres, a la par que observaba a una muchacha internarse en el local. “¿Alguno de estos será su padre?” - Me cuestioné al observarla. Difícilmente alcanzaría la mayoría de edad. Haciendo caso omiso a su llegada volví a centrarme en lo que estaba sucediendo en la mesa.

- Éinkil - respondí tajante.

Revisaron una a una las cartas, confirmando que se hallaban todas en el montón. Acto seguido cogí la baraja y, tras mezclarlas con una soltura que podría tildarse de sospechosa, repartí un par de naipes a cada jugador, descartando uno y poniendo otros tres sobre el centro de la mesa, boca abajo.

“Tienes que estar de coña…” - Pensé sin hacer ningún gesto de duda. Dos ases se dibujaban frente a mí.

Todos los jugadores hicieron sus apuestas. De repente, Zane llamó la atención de la chiquilla, creando un momento de distracción que aproveché para ocultar ambos ases bajo la mesa y cambiarlos por un dos y un siete.

- Lo veo y subo trescientos - dije con el semblante serio.

Una vez finalizadas las rondas pertinentes de apuestas y puesta de cartas sobre el tablero, uno de los hombres gruñó decepcionado.

- ¡Sí joder! ¡Full! - Exclamó uno de ellos arramplando con las monedas sobre la mesa -. ¡Os voy a desplumar! - No pude evitar mirar a mi compañero con complicidad.
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Le di un largo trago a la cerveza al tiempo que los cuatro hombres comenzaban a jugar y los observé con atención. El pelirrojo no parecía del tipo inteligente, pero tenía un brillo pícaro en los ojos que haría desconfiar a cualquiera. El melenas parecía serio y formal, pero de todos es sabido que las apariencias engañan.
Los otros dos... Los otros no parecían tener muchas luces, pero sí tenían pinta de enfadarse con facilidad y utilizar sus peludos músculos cada vez que tenían ocasión.

Cumplían, en general, todos los requisitos para volver aquella partida interesante. ¿La conclusión más probable? Los grandullones enfadándose tras haber sido timados y comenzando una pelea con los otros dos, que probablemente perderían. O quizá confundía la opción más probable con la más divertida. Lo importante es que me darían un buen espectáculo.

Sin embargo, el pelirrojo me llamó la atención con espontaneidad y me invitó a unirme. Me terminé la cerveza restante, dejé la jarra sobre la barra y me acerqué a ellos.

-No sé jugar realmente a esto, pero... si os parece bien -esbocé una sonrisa dulce e inocente aprovechándome de mi aspecto infantil, y me senté a la mesa con pose tímida-. Ah, cierto. Yo... me llamo Dilara -me presenté con fingida timidez. Me pasaron un par de cartas y les eché un ojo. Tenía un seis y un cuatro. Nada especial-. Las cartas buenas eran reyes, reinas, ases y jotas, ¿no? -comprobé con tono inocente, antes de volver a mirar mis cartas y esbozar una enorme sonrisa-. Entonces lo veo y lo doblo.

Faroles. Tan antigua y honorable tradición para los jugadores de póquer como lo era huir para los piratas.
Cuando la ronda hubo terminado, uno de los grandullones emitió un gruñido de resignación, mientras el otro exclamaba con euforia. ¿Full?
Las miradas cómplices que se intercambiaron los otros dos llamaron más mi atención.
Aquello se ponía interesante.
Lo importante para mí era saber si estaba en el lado timador... o el timado.
Aunque esperaba que no fuesen a timar a una chiquilla con aspecto dulce e inocente como Dilara.

"Bendito aspecto infantil, siempre tan útil. Gracias, dragoncito."
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El posadero de antebrazos tatuados, trajo una tercera ronda de aquella aguada y asquerosa cerveza, cuyo agrio sabor mejoraba a medida que bajaba lentamente por mi gaznate. Estábamos en la sexta ronda, todos habíamos perdido o ganado dinero en mayor o menor medida, salvo Einkil, que lo que perdía volvía a ganarlo en la siguiente tanda. ¿Casualidad? Seguramente no. Había pasado toda mi vida trabajando en una taberna y conocía a los tipos como él, pero lo peor de todo es que venía después si no salía bien, que era lo más probable que sucediera, sobre todo desde que la muchacha se sentó, que no quitaba el ojo de encima al pelilargo.

—¿Bueno y a qué os dedicáis? –pregunté, intentando que dejaran de mirar a Einkil mientras repartía las cartas.

—Yo solo estoy de paso –dijo uno de los sujetos de la mesa, precisamente el que más dinero estaba apostado–, espero que venga un barco para dirigirme al archipiélago sabaody.

—¿El archipiélago? –me sorprendí–. Yo soy de allí, es donde conocí al ludopata este –señalé con la jarra a Einkil–. Si tienes tiempo pásate por la taberna de Vic, en el manglar doce, y dale recuerdos.

—Sí, el territorio de Orzech -dijo.

—¿Conoces a mi hermano? –inquirió Zane.

El hombre no respondió, simplemente miró a otro individuo de la mesa y se calló.

—¿Y el resto? Como habéis llegado aquí –volví a preguntar.

La chica y el pelilargo hablaron, para después continuar jugando a las cartas. No era muy buena mano, una pareja de doses, pero con suerte podría tener un trío o una doble pareja, aunque era poco probable. Cuando llegó mi turno no tenía muy claro que hacer, tan solo me quedaban dos mil berries para apostar, así que jugué un farol.

Sonrei.

—Voy con todo –dije llevando todo el dinero al centro, esperando que se retiraran y llevarme la mínima, que era lo que estaba en el centro de la mesa.
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¿Cuánto tiempo había pasado desde que empezamos a jugar? Difícilmente podría decirlo. En aquella isla la noche se alargaba hasta la eternidad. Sin ninguna duda sería un buen lugar en el que montar un casino y lucrarse a costa de los ingenuos busca fortunas.

Las miradas se habían centrado en mí. Así sería difícil realizar los pertinentes juegos de manos requeridos para tal arte. Por suerte, Zane logró que durante unos segundos desviasen la atención a él, aprovechando para situar un par de ases marcados sobre la mesa, boca abajo y tras repartir las cartas a todos los jugadores.

- Antes de empezar, señores… y señorita, ¿qué les parece un todo o nada? - Pregunté llevando todo el dinero que me quedaba al centro de la mesa. Era hora de acabar con la farsa y desplumarles.

Antes de darnos cuenta ya estábamos en la fase final. Enseñé mi mano, en la cual se encontraban los dos ases que había ocultado en la primera ronda, que sumado a los otros dos sobre la mesa hacía la mano más elevada del juego, salvo por una escalera de color, algo sumamente improbable debido a la manipulación.

- ¡¿Qué farsa es esta?! - Exclamó uno de ellos al ver todas las cartas boca arriba mientras se ponía de pie derribando la silla. Había pasado completamente por alto un detalle. En total había cinco sietes, repitiendo el mismo palo.

Antes de que el asunto fuese a mayores, agarré todo el dinero que pude como si estuviese haciendo pesca de arrastre y emprendí la huida. Si el pelirrojo conseguía salir vivo de allí me encontraría en uno de los callejones cercanos.
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Durante lo que duró la partida, no le quité la vista de encima al melenas de dedos ágiles. Sus habilidades para mezclar cartas denotaban experiencia previa en el juego, y sus miradas cómplices con el pelirrojo me decían que estaba pasando algo. O que estaban flirteando. Esa también podía ser una opción válida.

El pelirrojo llamó nuestra atención en un fútil intento de entablar una conversación coloquial fingidamente espontánea, o quizá simplemente quería charlar, y los dos grandullones cayeron en su trampa como peces en una red de arrastre. Por mi parte, sin embargo, mantuve la calma y la mirada al frente, dejando que el melenas aprovechase esa ocasión para hacer algo, si es que quería hacer algo. Los juegos eran más interesantes de aquella manera. Y yo demasiado desconfiada como para no ver venir los tongos.

Tras optar por la opción del "todo" como respuesta a la pregunta del melenas prestidigitador, volví a echar un ojo a mis cartas, totalmente inútiles. Ese día no estaba teniendo suerte alguna.

El melenas terminó con un full de ases en sus manos. Podría haber colado, no obstante, de no ser porque sobre la mesa se encontraban volteados cinco sietes, lo cual no debería ser posible. Los grandullones se pusieron como furias, y yo me llevé una mano al rostro en un gesto de resignación, al tiempo que el melenas cogía el dinero y se marchaba a todo correr cual bellaco.

Mientras los gorilas se ensañaban a gritos, amenazas y acusaciones con el pelirrojo, me levanté con calma y salí del local para perseguir al melenudo. El dinero con el que había llegado a la isla formaba parte del sueldo de científica del gobierno que había ahorrado durante mi estancia trabajando como tal, y me dolía un poco que me lo arrebatasen de manera tan descarada, pero no me alteré porque, después de todo, no sería difícil encontrarlo. Y emociones como la ira suelen nublarte el juicio y te impiden pensar con frialdad.

Apuré en paso por las calles mirando a todas partes en búsqueda del larguirucho melenas, hasta finalmente encontrarlo contando su botín en un callejón pobremente iluminado. Me crucé de brazos y me acerqué a él con pose altanera al tiempo que esbozaba una sonrisa.

- Buen intento. Si no hubiese sido por los sietes, nos habrías desplumado. Ha sido entretenido ver cómo te las apañabas para trucar la jugada poco a poco. Ahora, ¿puedes devolverme mi dinero? O, lo que es incluso mejor... ¿Qué te parece si nos dividimos el tesoro conseguido en tres partes iguales? Porque debemos contar con el pelirrojo, ¿no es así? -le dije, sin dejar de sonreír.

Mis palabras no dejaban de ser hipótesis infundadas, basadas en lo que había visto durante la partida. No había visto indicios reales de que esos dos se conociesen previamente, o estuviesen amañando juntos la partida. Pero la clave para que te digan la verdad es dar la impresión de que ya la sabes. Si hablas de esa manera, normalmente la gente reaccionará de dos formas: o se reirán en tu cara y te dirán la verdad porque estabas tremendamente equivocada, o te seguirán el juego dando por hecho que ya lo sabes todo y confirmarán tus teorías. Hay una tercera opción, consistente en mentir y seguirle el juego al interlocutor haciéndole creer que está en lo correcto, pero al tratarse de una reacción instantánea, no suele darse.
Así que observé con atención al estafador que tenía enfrente, asegurándome de interponerme entre él y la salida del callejón y atenta a cualquier reacción involuntaria, esperando su respuesta.
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No sabría decir cuántas horas llevábamos jugando. Las rondas sucedían de forma muy lenta, tanto que me quedé sin tema de conversación con aquellos hombres. La muchacha, por su parte, solo hacía observar en silencio, no hablaba nada; algo me decía que sabía a que estábamos jugando mi nuevo amigo y yo, pero no le di importancia.

Nos encontrábamos ya en la última ronda, en mi mano había buenas cartas, pero ¿y en el tablero? Tres sietes descubiertos sobre la mesa, a falta de destapar dos cartas. El melenudo apostó todo, levantando sus cartas, todos hicieron lo mismo, así que, ¿Por qué no? Puse todo el dinero que tenía sobre la mesa y enseñe mis cartas. Las manos estaban igualadas, acto seguido el melenudo sacó las dos cartas que faltaban y no podía creer lo que estaba sucediendo.

“Vamos, no me jodas” –pensé, llevando mi mano al mango de una de mis katanas, al ver que sobre la mesa había cinco sietes, algunos del mismo palo.

Los hombres que estaban en la mesa empezaron a gritar y mirarme con desconfianza, como si yo fuera el culpable de lo que ocurría. Mientras me veía acorralado por cuatro sujetos de aspecto poco amigable, Eínkil cogía todo el dinero y salía de allí. Me concentré en su aura para seguirle después, era alguien con un espíritu fuerte,

—El rollo bukake no me va mucho –dije al verme rodeado.

—No estás en condiciones de hacer bromas, pelirrojo –me dijo uno de ellos, mientras se ponía unos puños americanos.

Sonreí.

—¿Estáis seguros de esto? –pregunté, sacando un par de centímetros mis katana–. Por qué podemos evitarlo.

Emitiendo un berrido, uno de los que estaban detrás se abalanzó sobre mí. Antes esto, ágilmente me eché a un lado y alcé la pierna poniéndole una zancadilla, cayéndose al suelo. Intenté volver a sentir el aura del melenudo y estaba algo lejos del local, no podía perder más tiempo allí. Así que, sin más dilación. Desenfundé dos de mis katanas y las llevé tras mi nuca.

—Os lo voy a repetir una vez más, ¿estáis seguro de esto? –pregunté.

Ni se molestaron en responder, cuando uno de ellos desenfundó un revolver. Tras ello, arqueé las katanas hacia adelante creando una onda de viento que mandó a volar todo lo que había en la taberna. Aprovechando ese barullo me fui de la taberna en busca del pelilargo.
En cuanto lo encontré, estaba hablando con la muchacha, ¿estarían compinchados? No lo sabía, pero no dudé en concentrarme y lanzarles una llamarada, que poco a poco iba formando la figura de un ave.

Furaitofaiā hōku:

—Habéis intentado timar al pelirrojo equivocado –dije mientras me crujía el cuello.
Dharkel Asrai Nymraif
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Así una caja de madera y la utilicé como asiento. El callejón estaba desértico, salvo por algún que otro felino que pasaba de largo en busca de presas con las que saciarse, o simplemente juguetear. Estaba algo inquieto. No sabía si el pelirrojo conseguiría salir de allí, ni en las condiciones en las que quedaría.

“Mejor para mí” - Pensé mientras comenzaba a contar un fajo de billetes. Al poco rato después, la cría a la que habíamos intentado timar se posó frente a mí con una sonrisa dibujada en su rostro.

- Aún estoy perfeccionando la técnica - dije haciendo caso omiso a su sugerencia. Ella seguía sonriendo. Era inquietante -. Toma, ahora puedes largarte - le tendí uno de los fajos en la mano con indiferencia y continué con mi labor. No quería que hiciese demasiadas preguntas. Tampoco podía delatar a un compañero “caído en acto de servicio”. Iba contra el noble código de los timadores. Si no nos respetábamos entre nosotros, ¿quién lo iba a hacer?

De repente, noté un fuerte empujón. Caí de espaldas contra el suelo, sin poder reaccionar y esparciendo los preciados pedazos de papel teñidos por el aire. Éstos no tardaron en ser consumidos por un ave de fuego que se estrelló contra la pared, dejando una notable marca negruzca. ¿Qué acababa de pasar?

Alcé la mirada y observé cómo Zane se internaba en el callejón mientras decía que le habíamos intentado timar. Mis teorías sobre trabajar con desconocidos eran ciertas. No te podías fiar de alguien que no conocía el sagrado código no escrito. Observé también el poco dinero que había conseguido sobrevivir al fuego, ahora inservible. Todo el esfuerzo previo había sido inútil.

- Te has coronado, jefe - dije irónico mientras me levantaba. Aunque tampoco me convenía provocarle demasiado. Al fin y al cabo no conocía su potencial bélico.

- ¿Así que jefe, eh? - Una voz gutural afloró tras el pelirrojo -. ¡Tú serás el primero en caer! - Dijo mientras señalaba al pelirrojo. Acto seguido, varios amenazantes secuaces irrumpieron en el callejón dispuestos a cobrarse la deuda con sangre.

“Si tan solo tuviera el gancho…” - Me lamenté profundamente de haber dejado casi todo mi equipo en aquel hotel. Nunca sabías cuándo iba a ser necesario. Me limité a observar al pelirrojo, ignorando completamente a la cría. Quería saber a lo que me tendría que enfrentar de no aclararse el asunto.
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dharkel - [Privado -Dharkel, Haruka & Zane] ¡Eh, tú, ese dinero es mío! Un extraño encuentro en la ciudad que nunca duerme. Empty Re: [Privado -Dharkel, Haruka & Zane] ¡Eh, tú, ese dinero es mío! Un extraño encuentro en la ciudad que nunca duerme. {Dom 7 Ago 2016 - 16:17}

El melenas me pasó sin rechistar un fajo de billetes, que acepté y me puse a contar enseguida. No sabía con exactitud el dinero que habían ganado porque no lo había contado, pero la cantidad que tenía entre manos parecía bastante razonable.

Me giré para guardar los billetes en el bolso que llevaba, y pude ver entonces al pelirrojo tras nosotros, lanzando lo que parecía ser una ráfaga de fuego en nuestra dirección, con cara de pocos amigos.
Casi involuntariamente, solté el dinero y volví a girar al tiempo que alargaba mis manos hacia el melenas, empujándolo y tirándolo al suelo para luego agacharme y cubrirme la cabeza con ambas manos.

Lo que parecía ser un pájaro de fuego sobrevoló peligrosamente cerca de mi coronilla y se fue a estrellar contra la pared del fondo del callejón, que quedó ennegrecida. Por el camino, engulló los billetes que habían salido volando debido al empujón y los convirtió en poco más que trozos de papel quemado e inservible.
Ah, mis ahorros... El dinero que había conseguido a cambio de vender mi alma al Gobierno Mundial durante un año entero de mi vida, chamuscado. No todo, por supuesto, pero... Me seguía provocado una punzada en el corazón ver mi bonito dinero desaparecer sin haber sido adecuadamente invertido en mis caprichos o necesidades. Mi gozo en un pozo.
Emití un suspiro de resignación y volví a incorporarme al tiempo que me colocaba el pelo y comprobaba que no se me había quemado en el proceso.

-¿Pero vosotros dos no estabais trabajando juntos? -pregunté, mirando al pelirrojo de soslayo y llevándome las manos a la espalda con disimulo, dispuesta a sacar las pistolas en caso necesario.

Tras un comentario sarcástico del melenudo, una voz desconocida respondió, llamando instantáneamente mi atención y poniéndome en guardia. En los callejones oscuros hay poca visibilidad, después de todo. Nunca se está demasiado alerta.

Antes de poder hacer nada por evitarlo, fuimos acorralados por un grupo de cinco hombres, entre ellos el que parecía ser el cabecilla, que se aseguraron de que no tuviésemos vía de escape alguna.
Así, el pelirrojo, el melenas y yo quedamos con las paredes del callejón a nuestra espalda y nuestros flancos, y los cinco mafiosos al frente. Lo único que podíamos hacer era enfrentarnos a ellos para salir.
O... salir por arriba, pero esa no era opción para todo el mundo, probablemente.
Y, si bien me importaba poco el destino de mis acompañantes cuyos nombres ni siquiera había memorizado, no me apetecía en absoluto mostrar mis poderes en aquel lugar. Después de todo, bastaba un chivatazo para ser añadida a la lista de usuarios de akuma no mi. Y no me interesaba que el Gobierno Mundial, ni la Marina, estuviesen al tanto de mis habilidades.

Así que empuñé las elbow blades que guardaba en mis botas y me coloqué en posición ofensiva, quedando sin quererlo frente al melenas. No era un callejón precisamente amplio.

Al tiempo que dos de los mafiosos con sus trajes y sus cigarros se enfrentaban al pelirrojo, otros dos se acercaron al melenas y a mí, mientras el "cabecilla" hundía las manos en los bolsillos y se limitaba a observar.
Viendo que el melenas no parecía tener intención de enfrentarse a los mafiosos, decidí encargarme de ellos yo misma. Sería más rápido de esa manera.

Sujeté bien los filos y esperé el momento adecuado para atacar. Cuando los mafiosos estuvieron lo suficientemente cerca, lancé una de las elbow blades con un movimiento horizontal rotatorio hacia el de mi derecha, al que llamaré "el bigotes", provocando que el filo lateral de la misma se clavase en su brazo. El tipo soltó un grito de dolor y se llevó la mano buena al brazo dañado inmediatamente. A sabiendas de que se quitaría la daga antes de atacarme y eso me daba tiempo, centré mi atención en el otro, que había sacado una pistola.

Me preparé para una batalla cuerpo a cuerpo, volviendo a guardar la daga en la bota con un movimiento rápido y alargando mi brazo derecho para darle un golpe seco con la palma de la mano en la muñeca, obligándolo a soltar el arma. Seguidamente continué con un juego de pies que me situó a sus espaldas, donde decidí jugar un rato. Al tiempo que el pistolas intentaba darse la vuelta y alcanzarme, seguí sus movimientos para mantenerme siempre espalda con espalda y evitarlo. El bigotes se abalanzó sobre mí con un grito de furia entonces, tras haberse quitado la daga y haberla tirado a un lado del callejón. Aproveché la situación para valerme de mi agilidad y esquivar el puñetazo que intentaba darme, y provocar que su puño impactase en la nuca de su compañero.
El pistolas cayó de bruces al suelo con un gruñido de dolor dejándome sin escudo para la espalda, así que le di al bigotes una patada en la boca del abdomen. El tipo fue inteligente, porque recibió el golpe como buenamente pudo y aprovechó la ocasión para sujetarme la pierna, no sin esbozar una sonrisa de satisfacción que decía claramente "la has cagado".
Sin embargo, utilicé sus manos como apoyo para pasar a esa pierna todo el peso de mi cuerpo y salté para efectuar una patada con la pierna libre, golpeándole la sien derecha con mi pie izquierdo.

Ambos caímos al suelo, pero yo fui la primera en levantarse. Aproveché el momento de confusión para coger la Dominator, colocarla directamente en el nivel tres y apuntar al pistolas, que estaba recuperando su arma y volvía a levantarse.
Al tenerlo tan cerca de mí, coloqué la boca de la Dominator sobre su cabeza y disparé, dejándolo inconsciente al instante.

Uno menos.
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A mi pesar, el ataque que realicé no calcinó a mis timadores. Me encontraba frente a ellos, sin apartarles la mirada, con la mano posada en el mango de una de mis katanas por si tuviera que atacarles de nuevo. El callejón estaba oscuro y apenas se veía nada, al menos desde mi posición, distinguiendo solo sus voces.

—¿Juntos? Claro –respondí–, de forma puntual, para conseguir algo de efectivo y reírnos un rato. No para que me dejara en una taberna combatiendo con una panda de imbéciles –espeté.

Tras un comentario irónico de melenudo, una voz grave sonó tras de mí, llamando mi atención.

—No habéis elegido el mejor día para tocarme los cojones –dije girando mi cabeza, intentando ver algo de reojo, aunque no conseguía ver nada en claro salvo las brasas del puro que fumaba uno de ellos, posiblemente el cabecilla. En pocos segundos estuvimos rodeados, dos tras el timador y la canija y tres a mis espaldas.

—Esos dos para vosotros, de los tres de aquí atrás me encargo yo –dije dándome la vuelta.

Me acerqué un par de metros para reducir las distancias con mis oponentes. Éstos parecían muy seguros de sí mismos, con una cadena de metal en cada mano como arma, algo que no había visto desde que dejé el archipiélago hace varios años. Quería acabar rápido con el combate, después de todo tenía asuntos pendientes con Einkil, así que opté por la vía fácil. Rápidamente, desenfundé mi sakabatou y la tiré contra el hombre del puro en línea recta. Tras ello, a gran velocidad, corrí hacia hacía los otros dos, en el camino esquive un par de cajas rotas por culpa de mi anterior ataque, colocándome frente a mis oponentes en pocos segundos, desenfundado mis katanas cubiertas de haki y los ataqué en cruz, abriendo los brazos todo lo posible para alcanzarlos. Seguidamente, arremetí sobre el primero de ellos, cabizbajo, haciendo un corte ascendente con mi katana de derecha y clavándole la izquierda en el costado.
Miré al otro por el rabillo del ojo, que estaba a punto de golpearme. Sin pensarlo mucho, me agaché todo lo posible esquivando su cadenazo, que rozó mi precioso cuero cabelludo, mientras giraba mi katana cogiéndola de forma inversa y clavársela en el pecho, girándola al sacarla.

Ahora, solo quedaba el del puro, que miraba expectante con mi katana en la mano.

—Yo que tú no intentaba atacarme con mi propia arma –le advertí, yendo hacia él.

—Yo no soy como esa escoria de segunda, conmigo va a tener que sudar sangre –dijo él, tirando el puro al suelo y corriendo hacia mí.

En guardia baja, cerré los ojos. Me concentré en mi respiración, que estaba más tranquila de lo habitual, en el caminar de las ratas, que paseaban a sus anchas entre nosotros, como si fueran las reinas del lugar. Los pasos del pureta, que estaban más cerca, a pocos metros de mí. Abrí los ojos y allí estaba, a menos de un metro y medio, cargando mi preciosa katana de filo inverso con ambas manos, intentando encestarme un golpe demoledor. Sin embargo, lo pude prever, con un ágil movimiento me eché hacia la derecha y con un movimiento ascendente con mi diestra le amputé ambos brazos, haciéndole soltar mi sakabatou.

—No es cortés para un espadachín utilizar el arma de su contrincante para vencerle –le dije.
Dharkel Asrai Nymraif
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Un par de maleantes trajeados se acercaron hacia nuestra posición. Dilara desenvainó un par de extraña dagas y se posicionó frente a mí. Aquello podría ser interesante. ¿De qué sería capaz una simple niña? Apoyé un pie y la espalda en la pared, adoptando una postura relajada, a la par que buscaba pacientemente el tabaco. Una vez lo encontré, lo esparcí sobre la palma de la mano y puse un papelillo encima. Antes de darme cuenta tenía un perfecto cigarrillo liado sobre mis labios. Deslicé ágilmente un fósforo de madera y prendí el cigarro.

“¿Qué clase de sujetos son estos?” - Pensé al ver cómo se deshacían rápidamente de ellos. No me convenía cabrearlos.

- ¡Espera! - Grité cuando la refriega parecía haber finalizado. No obstante, parecía que no había sido suficiente para Zane. Cogí la misma caja sobre la que minutos antes me hallaba sentado y la situé junto al postrado “pureta” -. Tienes unas heridas bastante feas - dije mientras exhalaba humo sobre los muñones. El hombre solo se limitó a gruñir -. Aquí el jefe tiene habilidades médicas - dije señalando al pelirrojo -. Pero sobrevivir tiene un precio y a este ritmo no parece que lo vayas a lograr. Queremos cien millones… para cada uno -. Puntualicé con indiferencia.

- ¡Jodete! - Exclamó el hombre entre carcajadas. Extraje una de las ganzúas de los guantes y la clavé en uno de los muñones, retorciéndola. Acto seguido, hice lo mismo en con el otro.

- No me gusta ensuciar mis herramientas de trabajo. Podemos hacerlo fácil o difícil. Tú eliges -. Dije mirando de reojo a Zane y Dilara. Contaba con que me cubriesen la espalda. El hombre aún se negaba a hablar. Extraje ambas ganzúas y le hice una señal al espadachín -. Parece que se niega a hablar. Todo tuyo - éste alzó ambas espadas sobre su cabeza y cuando parecía que iban a impactar, finalmente soltó la información que estaba buscando.

- Hay una caja fuerte con dinero suficiente en el casino de Bet Gold en el distrito central. ¡Os puedo llevar! - Exclamó desesperado.

- ¿Qué opináis? - Pregunté a mis “compañeros” -. Dejarle vivo sería un error. Vosotros decidís - finalicé mientras limpiaba mis herramientas con el pañuelo del “pureta”.
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Tras noquear al pistolas, el bigotes volvió a levantarse emitiendo un gruñido de dolor, pero sus movimientos fueron demasiado lentos. Me situé frente a él y lo apunté con la Dominator, que iluminaba mi rostro de un tétrico y pálido color azulado.

- Demasiado tarde -comenté, antes de volver a apretar el gatillo. El bigotes se desplomó de nuevo sobre la calzada y guardé la Dominator con un suspiro-. El efecto en estos dos sólo durará unos diez segundos, así que no tenemos mucho tiempo que perder -avisé, al tiempo que observaba cómo el pelirrojo amputaba los brazos del cabecilla. Emití un gruñido de incoformismo. ¿Para qué me había esforzado en no matar a esos dos si ahora iba el pelirrojo y desmembraba a los otros? Bueno, eso me daba licencia. Ladeé la cabeza y volví a empuñar las elbow blades, antes de clavar una en la pierna derecha del bigotes y otra en el costado del pistolas, provocando heridas graves que, de no ser debidamente atendidas, podrían producir la muerte por desangramiento-. Olvidadlo.

El melenas no había participado en absoluto en la pelea, pero ahora había tomado la iniciativa y lucía sus habilidades de torturador ante nosotros. Tras un corto abuso, el cabecilla del puro cantó. O quizá estaba mintiendo.

-Está bien, señor Fumador. ¿Cómo podemos asegurarnos de que la información que compartes con nosotros es cierta? Si tuvieses, no sé... la llave para abrir esa caja fuerte de la que hablas, por ejemplo... -sugerí.

El pobre mafioso se retorcía de dolor, lo que me hizo dudar de si había escuchado mis palabras, pero aparentemente así fue.

- ¡En mi cuello! -señaló. Le desabotoné el primer botón de la camisa y saqué una cadena de oro, de la que colgaba una llave fabricada posiblemente con el mismo metal-. Esa es la llave. ¡Lo juro! Si me lleváis con vosotros...

-Claro, es totalmente lógico y normal ver a un hombre desangrándose entrando en un casino con compañía sospechosa, nadie pensará que ocurre algo... Esto es lo que vamos a hacer. Nosotros vamos a "confiar" en que estás diciendo la verdad e iremos al casino a comprobar el contenido de esa caja fuerte. Y, si lo que dices es cierto, entonces tú debes "confiar" en que nosotros volveremos a este callejón a devolver tus brazos al lugar donde pertenecen. Disponemos de unos minutos antes de que los músculos se mueran y sea imposible reinjertarlos, así que deseános suerte -le dije con una ligera sonrisa de fingida amabilidad, al tiempo que le hacía un torniquete mal hecho para que se creyese la trola. Seguiría desangrándose, pero a menor velocidad- ¿Os parece? -consulté con los otros dos, levantándome y limpiándome la sangre en el traje del cabecilla.

Ambos estuvieron de acuerdo, así que apuramos el paso hacia el susodicho casino.
Antes de entrar al enorme local iluminado, los detuve.

- Tú llamas demasiado la atención con esa ropa y ese pelo -le dije al pelirrojo- y tú... no inspiras confianza -le dije al melenas-. Así que esto es lo que haremos. Me haré pasar por una niña rica, y vosotros actuaréis como mis guardaespaldas. Procurad parecer... profesionales -pedí, dudando de si podrían conseguirlo, al tiempo que me tapaba las armas con la ropa y me recogía el largo pelo en dos coletas para lograr un aspecto mucho más infantil y vulnerable.

A continuación entramos al casino, y me acerqué directamente a recepción flanqueada por el pelirrojo y el melenas. ¿Cómo habían dicho que se llamaban? Bah, no importa.

-¡Hola! ¿Para acceder a las cajas fuertes, tengo que hablar contigo? -pregunté, con tono risueño y la voz más aguda de lo normal. El recepcionista asintió, y me preguntó quién era mirando con desconfianza a los dos "guardaespaldas" que me acompañaban-. Vengo por encargo del tito. Está muy ocupado pero necesitaba recoger algo de su caja fuerte, así que me envió a mí. Y como las calles nunca son seguras de noche, me ha puesto guardaespaldas. ¿Lo pillas? Nunca son seguras de noche. ¡De noche! -salté, antes de reírme de mi propio chiste, al tiempo que le enseñaba la llave al recepcionista.

El joven nos condujo amablemente hasta la caja fuerte y nos dejó allí con una sonrisa, pero algo en su rostro me dio qué desconfiar. Bien podía estar llamando al segundo siguiente al señor Fumador para asegurarse de que yo era efectivamente su sobrina y no una vulgar ladrona. Y eso podía darnos problemas.
Abrí la caja fuerte y examiné su contenido. Algunas joyas, un par de relojes y varios fajos gruesos de billetes. Muchos fajos gruesos de billetes.

-Parece que no mentía -comenté, para seguidamente escuchar cómo volvía a abrirse la puerta.
Zane D. Kenshin
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Al parecer el timador era más sádico de lo que aparentaba, y eso era algo que me gustaba. La típica persona que, aunque no te fieras de ella, es conveniente tenerla cerca para que te haga el lío y te acabe timando a ti también. La muchacha, por su parte, parecía ser algo más racional, pero bajo esa carita de niña buena se escondía alguien muy calculador.

—¿Qué le pasa a mi pelo? –pregunté de mala gana, ante el comentario de la muchacha–. ¿Yo? ¿De guardaespaldas? –inquirí con gesto de asombro. Durante unos minutos estuve en silencio, mientras la chiquilla y Eínkil hablaban, era una buena opción entrar por la puerta principal alguna vez para robar, pero no era mi estilo. Si fuera por mí, me presentaba en el casino y daba dos cortes causando el caos, entraba en la caja fuerte y me llevaba todo lo posible. Pero no, esta gente no opinaba igual, así que accedí.

—Si no queda más remedio… -me crucé de brazos–. Está bien, jugaremos a protegerte, canija –dibujé en mi cara una sonrisa vacilante, poco de fiar.

Después de disimular las manchas de sangre y acicalarme un poco, fuimos al casino tras la muchacha, cuyos aires de superioridad me hacía gracia. O era verdaderamente un niña pija, que jugaba donde no debía, o me encontraba ante la mejor embustera y manipuladora que había tenido el placer de conocer.

—Es buena… -dije al timador–, demasiado buena.

Nos dirigimos directos a la caja fuerte. Al abrirla estaba repleta de joyas y fajos de billetes, un buen botín la verdad, pero que dividido se quedaría en nada.
Volvió a abrirse la puerta por donde habíamos entrado y se presentaron unos diez mafiosos armados hasta los dientes, acompañados del dueño del casino; alguien fácil de reconocer por como lo estaban defendiendo dos armarios empotrados que tenía como guardaespaldas.

—Seguro que esto no entraba en tu plan, ¿verdad señorita Dilara? –pregunté con ironía, mientras agarraba el mango de mi katana, aunque no tardé en soltarlo.

Aquel lugar estaba repleto de tiradores, y no hay nada que odiara más que una persona que utilizara armas de fuego; me repugnaban. En aquella situación sol vi una opción factible, salir volando. Sin pensarlo, me adelanté un par de pasos y empecé a transformarme en un ave antropomorfa de gran envergadura. Tras ello, agarré a mis “nuevos amigos” y me impulsé hacia el muro de mi izquierda, rompiéndolo con un placaje y echando a volar después. En pocos segundos estábamos a tres o cuatro manzanas del casino, en el tejado de uno de los edificios.

—Acabamos de realizar la más antigua de las tradiciones piratas –dije mientras volvía a mi forma humana–. Huir –esbocé una sonrisa.

Dharkel Asrai Nymraif
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“¿Quién necesita una llave pudiendo forzar la cerradura?” - Pensé al escuchar cómo Dilara solicitaba algún tipo de prueba que confirmase la información. Según mi experiencia alguien intentando aferrarse desesperadamente a su vida nunca mentía. Aquel era el mejor “suero de la verdad”. Tras conseguir una llave dorada nos pusimos camino hacia nuestro premio, pero no sin antes hacerle creer a aquel mafioso que volveríamos a socorrerle.

La cría impuso su plan antes de llegar al casino. ¿Estaba completamente de acuerdo? No. Pero había visto cómo se desenvolvían en combate y me convenía estar cerca. Yo por mi parte solo tenía que fingir un aire de superioridad, dejando completamente visibles ambas katanas y mostrando con orgullo la cicatriz que recorría mi rostro.

- Si algo puede salir mal, saldrá mal. Sería conveniente acordar un punto de reunión - sugerí -. A un par de calles había una plaza con multitud de salidas. Parece ser la mejor opción.

El plan parecía estar funcionando. Sin embargo, no me fiaba. ¿Tan fácil era entrar en la cámara acorazada? ¿Sin ningún tipo de identificación? Aquello me alertó. Tendríamos que coger el botín y largarnos antes de que fuese demasiado tarde.

Ante el comentario de Zane sobre las habilidades de nuestra reciente “compañera” solo pude asentir. Aunque bajo mi criterio aún le faltaba experiencia. No me la imaginaba llevando una vida de penurias y timos constantes, pero tampoco una llena de comodidades. Alguien con un excesivo capital no tendría la necesidad de aprender a combatir, y mucho menos con tal agilidad y eficiencia.

Al llegar a la sala donde almacenaban las cajas de seguridad disipé mis pensamientos. No era el momento de analizarles.

- Yo me encargo de estas - dije mientras extraía otro par de cajas de un peso considerable. Acto seguido volví a extraer las ganzúas y me puse manos a la obra.

Antes de dame cuenta, y sin haber finalizado mis nobles labores, un “enorme pajarraco” me agarró y tiró de mí. Por suerte pude asir una de las dos cajas, dejando atrás la segunda. Éste se impulsó hacia un lateral y derribó el muro. Acto seguido emprendió el vuelo.

- ¿Qué cojones acaba de pasar? - Pregunté molesto cuando aterrizamos. Había estado demasiado absorto en forzar la cerradura y me había “perdido” todo acontecimiento previo. Por suerte no había perdido las ganzúas.

El pelirrojo respondió con una sonrisa dibujada en su rostro. Como si aquella situación fuese algo que celebrar. Al parecer era un usuario de las temibles akuma no mi. ¿Era así como nos había atacado en el callejón?

Una vez aclarado el asunto, y abierta la caja que había “tomado prestada durante un tiempo indefinido”, nos repartimos el botín.

- Parece que vamos a necesitar un tasador… - comenté al observar la gran cantidad de joyas que había.
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La puerta quedó bloqueada por un grupo de hombres con pinta de pocos amigos, así que dejé la caja fuerte y me volví despacio, alerta.

- Conozco a Biles desde hace más de diez años, y nunca ha mencionado nada sobre una sobrina... -comentó el tipo del medio, el único que no iba armado. Probablemente el dueño del casino. O el jefe del amputado. Quizá las dos cosas.

Tan sólo dispuse de unos segundos para mirar con rapidez a mi alrededor, moviendo exclusivamente los ojos. No había ventanas y la sala tenía todas las paredes excepto una recubiertas de metal, donde estaban incrustadas las cajas fuertes extraíbles. A nuestra izquierda había un conducto de ventilación, el único de la sala, pero era pequeño. Yo podría haberme escabullido por allí sin problemas gracias a mi tamaño, pero mis dos compañeros no disfrutaban de esa ventaja.
Además, cualquier movimiento podría suponer convertirse en un colador, ya que había más armas de fuego apuntándonos de las que me gustaría.
Creí que no me quedaba más remedio que utilizar mis poderes para enviar volando a los enemigos con una ráfaga y salir de allí a toda velocidad, pero no tuve tiempo de hacer nada.

El pelirrojo se transformó delante de mis narices en una especie de híbrido de pájaro y humano, y enseguida até cabos. Su habilidad para crear fuego y ahora su transformación... El pelirrojo era un usuario de akuma no mi. Y no una akuma cualquiera. No conocía a ningún pájaro que echase fuego.
Antes de poder hacer nada, me sujetó por la cintura con uno de sus brazos al tiempo que agarraba al melenas con el otro, y salió despedido hacia la única pared libre, rompiéndola en el proceso y echando a volar hacia la libertad.

- ¿Qué estás haciendo, idiota? ¡No se toca! ¿Por qué tocas? ¡No toques!-exclamé, dándole un golpe en la espalda con uno de mis puños.

Después de viajar unos metros a toda velocidad, aterrizamos sobre un tejado y el pelirrojo volvió a su forma humana.
Ante su comentario, sólo pude esbozar una ligera sonrisa.

- Esa es una tradición de familia para mí -comenté, antes de echarle un vistazo al melenas, que se había hecho con una caja fuerte y estaba abriéndola con la ayuda de unas ganzúas, con mano experta. Alcé las cejas en una ligera mueca de sorpresa y aprobación, y luego suspiré-. Lo que acaba de pasar es que este tipo es un usuario de akuma no mi. Y, teniendo en cuenta que pareces ser un pájaro capaz de crear fuego, me atrevería a decir que eres usuario de zoan mitológica. La discrección no va contigo, ¿no? -solté ante el comentario del melenas, mirando al pelirrojo con una mezcla de resignación y vergüenza ajena.


"Menudo par... Por un lado un tipo que no parece estar dispuesto a pelear, pero que cuenta con habilidades propias de un ladrón experimentado. Por otro lado, un idiota descarado que no duda en mostrar que es un usuario de akuma no mi delante de un montón de gente..."

A continuación, me acerqué al borde del tejado para vigilar los alrededores. Sólo había algunos peatones caminando por las calles. El pelirrojo nos había alejado lo suficiente del casino, haciéndonos ganar tiempo. Pero tarde o temprano acabarían encontrándonos, así que debíamos movernos deprisa.

Eché un vistazo al interior de la caja fuerte que había abierto el melenas, y asentí con la cabeza. Repartimos las joyas entre una bolsa de tela que ofrecí desinteresadamente y los bolsillos de la capa del melenas, bajamos del tejado y echamos a caminar por las calles en busca de un lugar donde convertir las joyas en dinero, abandonando la caja fuerte forzada a su suerte sobre el tejado. Atrajimos unas cuantas miradas curiosas porque, después de todo, teníamos manchas de sangre en la ropa y íbamos armados, pero tras unos minutos encontramos un local donde tasar las joyas, que ponía en la entrada: "No hacemos preguntas".
Sin duda un lugar como aquel estaba acostumbrado a las mafias y el dinero de dudosa procedencia.
Entramos al local, ocupado únicamente por un anciano tras un mostrador lleno de joyas.

- ¿Podrías tasarnos unas cuantas joyas? -pedí con una ligera sonrisa, al tiempo que dejábamos la bolsa de tela sobre el mostrador, llamando la atención del viejo.
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¿En serio estaban hablando de buscar un tasador? Lo más parecido que había de tasadores en esta isla eran las casas de empeños, y no había que ser un tío muy inteligente para saber que muchas de ellas solían trabajar para mafias o gente del estilo. Pero si eso era lo que querían, no sería yo quien le dijeras que no, después de todo si la situación lo requería me iba volando y a seguir viviendo.
Pese a que estábamos lejos del casino,  era cuestión de tiempo que nos encontraran, así que había que moverse rápido.

Estuvimos deambulando un buen rato por las cercanías hasta que encontramos una casa de empeños con mal aspecto. Tenía barrotes por todos lados y cristales rotos y con un dueño que parecía más un mafioso que un tasador. Al entrar la muchacha cogió las joyas y se las entregó. El hombre tardó un rato en evaluar las joyas, ojeándolos con un anteojo progresivo y raspándolo sobre un líquido que diría los quilates. Había visto hacer eso a mi hermano Orzech durante meses, así que sabía cómo iba el sistema de tasación.

—Son falsas –dijo el dependiente.

—¡¿Cómo que falsas?! –exclamé–. ¿Estás loco o qué?

—¿Estás insinuando que no sé hacer mi trabajo? –preguntó.

—Insinúo que no estás intentando timar –contesté–, ahí habrá como dos kilos en joyas, no me creo que todo sea falso.

—A mi no me cuestiones, muchacho –el segurata que había en la entrada cerró la puerta con llave, mientras sujetaba una porra y se azotaba en la mano.

"Bien, Zane. Tú como siempre"
Dharkel Asrai Nymraif
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Tras dejar a nuestras espaldas aquel tejado y deambular por varias calles y callejones, dejé que mis nuevos compañeros se adelantasen varios metros con la excusa de vaciar la vejiga. Mientras me acercaba a la pared desabrochando la cremallera del pantalón vi algo que llamó mi atención.

“¿Un golpe de suerte? ¿O de mala suerte?” - Pensé mientras observaba varios carteles de recompensa rasgados. Allí se encontraba aquel peculiar personaje: Zane D. Kenshin valorado en 55 millones y… ¿Dilara? No podía estar completamente seguro, ya que tanto el nombre como la recompensa habían desaparecido. Arranqué ambos carteles y los guardé disimuladamente entre la capa.

Finalmente dimos con lo que estábamos buscando. Un local de mala muerte asediado de barrotes de hierro templado y un cartel cuanto menos sospechoso. Justo lo que necesitábamos.

Al internarnos en la “tienda” un hombre de avanzada edad y aspecto de tener pocos amigos dejó sus quehaceres para atendernos cuando la joven puso sobre el mostrador la bolsa repleta de joyas. Al poco rato después nos dijo que aquellas piezas eran falsas. El pelirrojo en un alarde de sabiduría extrema se encaró, ocasionando que el que parecía ser el único guardia de seguridad del local nos encerrase. No podía comprender cómo alguien tan impulsivo había conseguido una recompensa tan “elevada” y seguía vivo para contarlo.

- Vamos a calmarnos todos un poco - dije mientras ponía sobre el mostrador ambos carteles de recompensa. El anciano, al ver la suma retrocedió ligeramente -. ¿Podrías decirle a tu perro guardián que la violencia no es necesaria? - Éste hizo un ademán de cargar hacia nosotros. Por fortuna, el encargado lo tranquilizó haciendo un gesto con la mano -. Ahora, si fueses tan amable de volver a tasar las joyas… No queremos causar problemas. Solo un trato justo - Finalicé apoyándome sobre la vitrina, cerca del montón de joyas sobre las que el hombre trabajaba antes de nuestra llegada. Si podía llevarme al menos un par de ellas todo aquel sinsentido habría valido la pena.

El intento de timador volvía a revisar las gemas, ahora con mayor paciencia y esmero. Irónicamente no sabía mucho del mundo de la tasación, pero sí sabía lo que era ganar tiempo. Y sin duda era lo que estaba haciendo. Probablemente haber mostrado los carteles fue un error por mi parte.

- Voy a salir a echarme un cigarro. No queremos que el humo arruine tu meticuloso trabajo - comenté. El guardia parecía nervioso cuando pasé a su lado, reacio en un principio a abrirme la puerta, mas no tardó en ceder.

Una vez en el exterior, y sin nadie a la vista, me escondí entre unos palés apilados. Si mis sospechas eran ciertas no tardarían en aparecer un grupo más numeroso para dar caza a mis compañeros. De ser así, aquellos tablones de madera me darían la cobertura necesaria pero sin negarme la visibilidad.
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A pesar de que en el interior había una cantidad de joyas importante, las ventanas que daban al exterior del local, es decir, a la calle, estaban rotas y tenían barrotes, lo que contrastaba con lo que había dentro.

El viejo se puso a examinar el interior de la bolsa que le entregué con parsimonia, y no tardó en decir que aquellas joyas eran falsas. El pelirrojo saltó con personalidad explosiva, lo que me dio tiempo para pensar.

El viejo no tenía motivos para decir que aquellas joyas eran falsas, no de buenas a primeras. Así que aquello sólo podía significar una cosa. Por un motivo u otro, el tasador sabía de dónde había salido nuestro tesoro, y se negaba a ayudarnos. Lo que podía implicar que, o bien le daba miedo el dueño real del tesoro y sus allegados, o bien trabajaba para ellos.

Por supuesto, no era más que elucubraciones de mi cabeza paranoica y desconfiada. Pero tenía sentido.
¿Qué otro motivo podía tener el tasador para decir que aquellas joyas eran falsas?

El guarda de la entrada cerró la puerta y la situación se tornó tensa, pero el melenas intervino con rapidez tranquilizando un poco el ambiente. Había colocado un par de papeles sobre la mesa, haciendo recapacitar al tasador. ¿Qué clase de papel tenía ese poder?
Me acerqué al mostrador de nuevo y eché un vistazo. Allí había un wanted para el pelirrojo con una suma de 55 millones por su cabeza. También había parte de otro wanted, en el que sólo se podía ver ya poco más que el marco y la foto. El nombre y la cantidad habían sido arrancados.
Cogí este último y lo observé con cierta estupefacción.
Ciertamente, me había ganado aquello y no esperaba salir de rositas después de asesinar a mi superior y huir del Gobierno Mundial destruyendo sus instalaciones por el camino y robando alguna que otra cosilla, pero llevaba desde entonces aislada del mundo en la isla deshabitada donde entrenaba con el abuelo, lo que me había impedido ver mi wanted.
¿Cuánta recompensa tendría por mi cabeza? ¿Sería más que la del pelirrojo?
¿Y quién me había sacado esa foto tan horrible y la había entregado a la Marina?

Lo peor de aquello era que empezaba a hacerme notar. Y eso no podía ser bueno.
Si alguien reconocía mi rostro y me identificaba como Mirai D. Murasakibara, estaba perdida.
Y, por desgracia, debido al efecto de la akuma no mi, no había envejecido demasiado en los últimos siete años.
Estaba en problemas.

Aunque ya lo sabía.

El melenas salió entonces, llamando mi atención. ¿Adónde iba?
Me acerqué al pelirrojo con fingida espontaneidad y me coloqué a su lado, para poder susurrarle sin que los otros dos nos escuchasen.

- Esto no me tiene buena pinta -le dije en voz baja, sin mirarlo-. Creo que el tasador está en el ajo.

Sí.
El tasador temía o cooperaba con el dueño de las joyas.
Había cerrado la puerta.
Y ahora no teníamos manera de escapar.
Desde luego, la cosa no pintaba bien.
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Estuve a punto de desenfundar una de mis katanas para atacar al guardia de seguridad de la tienda, cuando el melenas intervino poniendo dos papeles sobre el mostrador de la tienda. Aquello me resultó extraño, después de todo en las pocas horas que habíamos estado juntos sólo se había dedicado a huir. Al echar un vistazo al mostrador lo vi, aquellos papeles eran dos carteles de se busca. Uno era de Dilara, estaba más que claro. Y el otro era mío.

“55.400.000 Berries… Cuando Spanner se entere va a matarme”

No pude creerlo, ¿cómo había llegado a tener una recompensa tan alta por mi cabeza? Eso era imposible, o tal vez no. A mi mente vino la guerra en la que participe con la hermandad y el estúpido marine que se tropezó ante mis narices. ¿Habría sido por eso? Porque que yo recordara solo había atacado a tres o cuatro marines rasos, poco más.

Cuando salí de mi expectación me fijé en el dependiente. Se encontraba tembloroso, como si supiera que habíamos robado las joyas a algún mafioso local. Echaba mirada de complicidad al seguridad, para después mirarnos a nosotros con desconfianza. Einkil había salido a fumar un cigarro, o eso dijo. Usé mi mantra para percibir su aura y, si, estaba fuera, no nos había mentido.

La canija se acercó a mí con disimulo y me dijo lo más evidente, algo que yo ya había deducido, que esta gente sabía más de los que parecía.

—¿No me digas? –ironicé.

Me mordí el labio inferior, pensativo. ¿Qué podía hacer en una situación como aquella? Lo más factible era huir de allí, por no decir lo más sensato.
Golpeé con la funda de mi katana a la muchacha un par de veces para llamar su atención. Una vez lo hice, le insinué con un delicado movimiento de cuello que era hora de irnos. Pero antes me abalancé hacia el mostrador cogiendo las joyas.

—Socio, estás tardando mucho, así que nos vamos –metí todas las joyas en su bolsa de tela y me dispuse a salir del lugar. No obstante fue imposible.

Al girarme estábamos rodeados por cinco hombres armados. Dos de ellos apuntaban a Eikil fuera de la tienda, mientras que los otros tres nos impedían salir de allí, sin contar al segurata que estaba tras ellos.

—Así que sois vosotros los que estáis causando tanto alboroto en nuestra ciudad –dijo el que parecía ser el jefe.

—Creo que te estás equivocando de personas –les dije amarrando la bolsa a mi cinturón–. Dilara, vámonos.

—No tengáis tanta prisa –los otros dos sacaron dos pistolas cada uno y nos apuntaron–.Calmaos, chicos, calmaos. Hemos venido a hablar –dio una seña para que sus hombres bajaran las armas–. Pelirrojo, según nos han dicho tú eres el líder de esta cuadrilla de ladrones, ¿me equivoco?

—La verdad es que el jefazo es el que está afuera con el cigarro, yo solo soy un simple mandado –contesté.

El hombre sonrió.

—¿Me estás diciendo que el único de vosotros tres que no tiene recompensa es el líder? –preguntó con cierto retintín.

—¿Desde cuándo el líder de una banda se mancha las manos? –contesté con otra pregunta.

—Tienes razón –respondió. –Chicos, traed al de fuera.

De forma brusca y sin menor reparo, cogieron a Einkil y lo empujaron contra nosotros.

—Mirad, me da igual quien sea el líder. La jefa me ha dicho que quiere reunirse con vosotros en su casa, así que voy a llevaros con ella. Tiene una oferta que no vais a poder rechazar, sobre todo ella –señaló a Dilara–. Nos ha dicho que tengamos cuidado contigo.

Me cruce de brazos y miré a mis compañeros. A mí me daba igual ir a visitar al líder de estos mafiosos de segunda. Lo que no me daba igual era que me apuntaran, no me gustaba que lo hicieran, pero todo dependía de ellos.
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- Un solo movimiento y acabas como un colador - dijo una voz a mis espaldas.

Posicioné el cigarro prendido sobre mis labios y levanté ambas manos, dejando ver que no tenía nada en ellas. Conocía de sobra el “protocolo reglamentario” de las mafias y asociaciones criminales comunes y seguramente aquellos no fuesen muy diferentes al resto. No tardaron en cachearme, retirándome las pocas pertenencias que llevaba en el momento, incluidas ambas armas. Por suerte, me dejaron conservar el cigarro.

Lo que no alcanzaba a comprender es cómo me habían encontrado tan fácilmente. Sin duda aún me quedaba un largo camino por recorrer en el sendero del ocultismo.

- Cuidado con esas katanas. Valen más que todo el dinero que puedas acumular en toda tu vida - dije “gentilmente” cuando finalmente me giré, encarándome con cinco hombres armados. ¿Era cierto? A niveles de valor comercial no, pero sin duda poseían un gran valor sentimental para mí y no me podía permitir perderlas o dañarlas. O eso me decía a mí mismo para evitar desenvainarlas.

Dos de aquellos criminales se quedaron “custodiándome” a las afueras del local mientras que los otros tres se internaron en el local, dejando la puerta abierta, pero bloqueando su paso a través de ella. Yo por mi parte me dediqué a observar la situación que se daba dentro de la tienda entre calada y calada.

Sin previo aviso y de una forma un tanto brusca, ocasionando que el tabaco cayese al suelo, mis custodios me cogieron de los brazos y me llevaron junto a mis “compañeros”. Al parecer tenían una oferta laboral. Algo que no todos los días se veía. Me erguí orgulloso, dando un paso al frente. Ya era hora de que alguien valorase mi “noble” oficio.

- Mejoraría la forma de presentación, sin ninguna duda. Si fueseis tan amable de devolverme mis pertenencias... - dije haciendo una pequeña pausa mientras tendía la mano al que parecía ser el mando de aquel pequeño pelotón - estaría encantado de prestaros mis servicios - el hombre se me quedó mirando durante unos segundos que parecieron una eternidad

- No os lo estoy pidiendo. Entregad las armas - finalizó tajante. El resto volvieron a apuntarnos, amenazantes.

- Está bien, está bien… Iremos voluntariamente - hice un gesto con la cabeza a Zane y a Dilara. Parecía que la idea de entregar las armas era algo que no les gustaba especialmente, pero por mi propio bien esperaba que entrasen en razón. No obstante, no me iría de aquella isla sin recuperar a Alias y a Olav, aunque aquello finalizase mi vida y no pudiese cumplir mi objetivo final. Tenía que ser inteligente y seguirles el juego.
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El pelirrojo me indicó con un gesto de cabeza que era hora de marcharnos, pero las cosas no iban a ser fáciles. El propietario del local no me quitaba los ojos de encima, así que decidí no moverme, y continuar con todos los sentidos alerta.

A los pocos segundos, el amago de Zane de marcharse del lugar sin mayor complicación resultó fútil, al ver cómo tres hombres entraban en el local claramente armados.

Por la ventana pude ver al melenas, acompañado de otros dos tipos.
Estábamos en problemas.

Podía abandonarlos y huir sola, lo cual resultaba de hecho la opción más factible, pero el hecho de que la puerta estuviese abierta me hacía desconfiar. Eso implicaba que aquellos tipos eran demasiado descuidados, o tenían suficiente confianza en que no podríamos salir ni con la puerta abierta. Me decanté por la segunda opción y me llevé lentamente una mano a la espalda, por debajo de la chaqueta, para sujetar la empuñadura de la Dominator.

"Puedo noquear a dos de ellos lo suficientemente rápido como para que no puedan evitarlo, pero el restante atacará y los dos de fuera entrarán como refuerzo. Podría disparar al que parece el líder para crear la confusión. Si son meros peones, probablemente no sabrán qué hacer a continuación y eso me dará tiempo suficiente para aprovechar la confusión y escabullirme. Pero eso implicaría probablemente volar, y no tengo intención de mostrar mis poderes tan pronto. Ya bastante es tener recompensa...", cavilé, analizando todas las posibilidades.

Los dos de fuera obligaron al melenas a entrar entonces, y no pude evitar emitir un chasquido de decepción con la lengua.
Con cinco matones en el local era poco probable salir de allí sin utilizar mis poderes.

El líder de aquella pandilla estereotipada continuó su monólogo, y sus palabras llamaron mi atención.
Analicé la información que recibía a toda velocidad, procurando mantener una fachada de impasibilidad.

"Jefa. Es una mujer. Es una mujer rica. Una mujer rica que reside aquí habitualmente porque tiene casa, no está alojándose en un hotel. Una mujer rica, inteligente, influyente. Una de las personas que controla los hilos desde detrás de las bambalinas, que maneja la ciudad, incluso la isla.", supuse. Las siguientes palabras me sorprendieron notablemente. "¿Una oferta que yo no podré rechazar? ¿Cómo sabe que no podré rechazarla? ¿Qué saben de mí? Es imposible que sepan nada, no soy una delincuente conocida, no he cometido delitos en público. Aunque, si tiene contactos en los bajos fondos, que probablemente los tenga porque ella misma trabaja en el lado oscuro de la sociedad, quizá conozca mi gremio de asesinos. Y, en ese caso, quizá esté al tanto del asesinato de Gary y la alta traición. ¿O quizá estoy pensando demasiado? Pero ha dicho que deben tener cuidado conmigo... ¿Es sencillamente porque, después de todo, me las apañé para asesinar en terreno del Gobierno, destruir instalaciones de su propiedad y huir ilesa? ¿O quizá es porque asesiné a Gary, mi líder y supuesto mentor del grupo de asesinos? ¿Se refiere a que soy peligrosa porque me escabullo con facilidad? ¿O porque traiciono a mi propia gente?". Todos estos pensamientos pasaban a toda velocidad por mi cerebro y se entrecruzaban y hacían eco, se repetían a distintas velocidades en distintas líneas de mi pensamiento y se retorcían sin cesar.

Pero, sobre todo, debía decidir cómo actuar.
Sin embargo, al encontrarme en estado paranoico y sobrereflexivo, no me quedó más remedio que actuar de manera natural. ¿Aceptar su oferta? ¿Rechazarla? ¿Huir? ¿Pelear? Eso no importaba.

- Okey-Dokey -acepté con una sonrisa, al tiempo que sacaba la Dominator. La dejé en el suelo, para luego sacar las pistolas gemelas, las dagas y los cartuchos de dinamita, que coloqué en un montoncito a mis pies. Seguidamente alcé las manos-. Podéis registrarme, eso es todo lo que tengo. Pero devolvédmelo, que me ha costado lo suyo conseguirlo, ¿eh? -uno de los matones se acercó a recoger el batiburrillo de armas y me lanzó una mirada atónita-. ¿Qué? Soy una chica de recursos.

"Y aunque me dejéis sin armas, puedo defenderme perfectamente utilizando únicamente mi cuerpo para pelear. Aunque apuesto a que eso no lo sabéis, o me habríais atado ya. Aunque, al no poder usar mis armas, debo andarme con cuidado. Si golpeo demasiado fuerte podéis haceros preguntas innecesarias, ¿verdad?", les dije en mi cabeza, al tiempo que esbozaba una sonrisa inocente y resuelta.

Tras refunfuñar, el pelirrojo accedió a entregar sus katanas a regañadientes y los matones se apartaron de la puerta al tiempo que el líder nos señalaba hacia el exterior. Nos vendaron los ojos y nos ataron las manos, por supuesta "precaución". Dos de ellos salieron primero seguidos del jefe, luego nosotros, y los otros tres cerrando el grupo, lo que nos dejaba totalmente rodeados, sin espacio para maniobrar.
Nos condujeron por las calles iluminadas artificialmente y nos obligaron a meternos por algunas callejuelas sin casi iluminación, probablemente con la intención de hacer que nos perdiésemos y no supiésemos dónde estábamos, ni cómo volver. Una acción inútil teniendo en cuenta que dos terceras partes podíamos volar. Aunque eso tampoco parecían saberlo.

Tras unos minutos de empujones para que caminásemos más rápido, me dio la impresión de que habíamos llegado a nuestro destino. El barullo de los transeúntes había desaparecido y en aquella zona concreta reinaba el silencio absoluto. Estaba bien iluminada, o eso intuía por la luz roja que se filtraba a través del pañuelo alrededor de mi cabeza y de mis párpados cerrados.

Emití un ligero suspiro y me crují las muñecas como si fuese algo natural, para comprobar lo bien sujeta que estaba la cuerda, y si podía soltarme o no.

- ¿Listos para conocer a nuestra jefa? -inquirió el mafioso líder.

- He venido a jugar, después de todo -respondí, con una sonrisa pícara en el rostro.

"Y me encanta enfrentarme a un buen reto.", pensaba, al tiempo que unas manos me retiraban las vendas de los ojos.
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Uno de los mafiosos hizo gala de sus cuestionables modales y nos pidió de una forma de todo menos amigable que le entregáramos nuestras armas. ¿En serio aquel sujeto me estaba diciendo que le diera mis katanas? No podía creerlo. Me hice el remolón durante unos minutos, mientras apoyaba mi mano sobre el mango de mi preciada cesura. Podría haber acabado con ellos de dos movimientos, o tal vez en menos si me hubiera envuelto en fuego quemando todo el local y los presentes. Sin embargo, no podía hacerlo. Einkil y Dilara, aunque un poro rancios y reservados, no me caían del todo mal como para quemarlos vivos.

Einkil ya había entregado sus armas. La muchacha, por su parte, parecía no saber que hacer, aunque acabó entregando todas y cada una de ellas. La hija de Satanás tenía un arsenal guardado en su cuerpo.

“¿Pero qué coño?” –pensé sorprendido. Ni los miembros de mi hermandad tenían tantas armas guardadas.

Con desgana, y refunfuñando un buen rato, les entregué mis tres katanas.

—Solo te voy a decir una cosa, colega –cogí por el brazo a quien guardó a mis pequeñas–. Como cuando las recupere tenga algún rasguño… más vale que reces todo lo que sepas porque te voy a enviar con el creador –le advertí.

—No creo que estés en condiciones de amenazar a nadie, pelirrojo –contestó de inmediato a mi amenaza, haciendo un movimiento brusco con su brazo para que me soltara.

Sonreí, al mismo tiempo que metía las manos en mis bolsillos.

Tras ello, nos amordazaron y nos llevaron a pie hacia su base. Dimos multitud de vueltas sin sentido, era como si quisieran liarnos. Sin embargo, no tuvieron en cuenta, porque no lo sabían, que yo era un excelente navegante y sabía memorizar diferentes rutas, ya fuera en barco o a pie.

Pasado un buen rato llegamos a su base, allí no se molestaron en quitarnos las cuerdas, pero si las vengas que cubrían nuestros ojos. Cuando mi vista se acostumbró al gran foco que iluminaba la sala, pude ver frente a mí una bellezón de mujer en plena madures. Situada en la línea entre la juventud y la vejez, con todo en su sitio; simplemente perfecta.

Sin razón lógica alguna, la mafiosa hizo que salieran sus hombres, algo que aproveché para prender mis manos de fuego y deshacerme de las cuerdas.

—Bueno, ¿qué quieres de nosotros? –pregunté estirando los brazos, para luego cruzarlos.

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