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Llevaba mucho tiempo sin verla y necesitaba volver. Sabía que lo tendría difícil y que tendría que esconderse, sin embargo, necesitaba verla. La última vez que habló con ella fue por carta, tan solo para informarle sobre su decisión de unirse a la marina, hará cosa de un mes. Tenían vidas clandestinas y aquel era un amor definitivamente prohíbido, por lo tanto era de esperar dicho distanciamiento durante tanto tiempo, sin embargo... Él sabía que nunca la abandonaría.
Empezó a bajar la pasarela del barco. Llevaba puesto un largo abrigo marrón que llegaba hasta los tobillos, sobre una camiseta roja y unos pantalones negros. Con el pelo largo y suelto, llevaba el ojo quemado completamente tapado por un gran parche, con el propósito de no ser reconocido a simple vista. Caminó por puerto, adentrándose en la ciudad. Tan solo tenía que acercarse a palacio y descubrir la forma d colarse en la habitación de Azula.
Aunque, tal vez, con suerte ella estuviera fuera, haciendo... no importa lo que esté haciendo. Tan solo quería verla. Se llevó la mano al bolsillo, notando el frío tacto del metal de lo que tenía guardado. Suspiró aliviado, al ver que aquello que había conseguido seguía allí. No podía perderse, no podía desaparecer. Al menos no aquel día. Se adentró en la ciudad, dispuesto a encontrarla otra vez.
Empezó a bajar la pasarela del barco. Llevaba puesto un largo abrigo marrón que llegaba hasta los tobillos, sobre una camiseta roja y unos pantalones negros. Con el pelo largo y suelto, llevaba el ojo quemado completamente tapado por un gran parche, con el propósito de no ser reconocido a simple vista. Caminó por puerto, adentrándose en la ciudad. Tan solo tenía que acercarse a palacio y descubrir la forma d colarse en la habitación de Azula.
Aunque, tal vez, con suerte ella estuviera fuera, haciendo... no importa lo que esté haciendo. Tan solo quería verla. Se llevó la mano al bolsillo, notando el frío tacto del metal de lo que tenía guardado. Suspiró aliviado, al ver que aquello que había conseguido seguía allí. No podía perderse, no podía desaparecer. Al menos no aquel día. Se adentró en la ciudad, dispuesto a encontrarla otra vez.
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Un suspiro escapó de sus labios. ¿Cuánto tiempo había pasado? Meses quizás. Largos meses sin saber nada de él. Iba a ser una larga noche para la princesa, una de las interminables noches en las que se pasaba mirando el espejo, charlando con el reflejo, con la única persona que la entendía y, quizás, la intentaba proteger. Al contrario que otros, no mostraban ese interés tanto como la figura espectral.
-Azula, llevas días deprimida, eso no es normal en la princesa del rayo - Pronunció.
La hija del emperador no paraba de mirar por la ventana, observaba el ocaso en su esplendor. El reflejo se podía observar en el cristal del ventanal. Azula no apartó la mirada, simplemente se limitó a poner mala cara.
-¿Qué más da? Siento que el palacio se me cae encima - Musitó.
El silencio que había en aquellos momentos no era normal. Últimamente todo era lúgubre en la cabeza de Azula. Las preocupaciones rondaban su cabeza a diario, algo estaba por llegar. Llevaban demasiado tiempo sin hacer un ataque los revolucionarios y aquello tenía en vilo a la princesa. El emperador estaba haciendo negociaciones por todo el imperio y, la mayoría de veces, ella se quedaba al cargo. Cada vez se sentía más obsesionada con que la atacasen mientras suplía a su padre.
-Necesito tomar aire fresco.
Esas fueron sus palabras. Se colocó los brazaletes de cuero y se fue, dejando solo al reflejo. Abandonó el palacio y se dirigió a los jardines imperiales. Rodeada de naturaleza... si, estaría bien. Se acercó hasta un árbol y tiró de una rama para coger un ramillete de lilas. El dulce aroma la inundó y sonrió. Le encantaba el olor a lilas, sobre todo si iba acompañado de grosellas.
-Azula, llevas días deprimida, eso no es normal en la princesa del rayo - Pronunció.
La hija del emperador no paraba de mirar por la ventana, observaba el ocaso en su esplendor. El reflejo se podía observar en el cristal del ventanal. Azula no apartó la mirada, simplemente se limitó a poner mala cara.
-¿Qué más da? Siento que el palacio se me cae encima - Musitó.
El silencio que había en aquellos momentos no era normal. Últimamente todo era lúgubre en la cabeza de Azula. Las preocupaciones rondaban su cabeza a diario, algo estaba por llegar. Llevaban demasiado tiempo sin hacer un ataque los revolucionarios y aquello tenía en vilo a la princesa. El emperador estaba haciendo negociaciones por todo el imperio y, la mayoría de veces, ella se quedaba al cargo. Cada vez se sentía más obsesionada con que la atacasen mientras suplía a su padre.
-Necesito tomar aire fresco.
Esas fueron sus palabras. Se colocó los brazaletes de cuero y se fue, dejando solo al reflejo. Abandonó el palacio y se dirigió a los jardines imperiales. Rodeada de naturaleza... si, estaría bien. Se acercó hasta un árbol y tiró de una rama para coger un ramillete de lilas. El dulce aroma la inundó y sonrió. Le encantaba el olor a lilas, sobre todo si iba acompañado de grosellas.
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El chico llevaba un rato caminando con su mantra activado, buscando aquella presencia que tanto lo reconfortaba. Se acercaba a palacio, intentando encontrarla. Por suerte, no tardó en localizarla. Estaba fuera en los jardines. Sabía que los jardines estaban abiertos al público, sin embargo... Muy probablemente la princesa tendría guardias cerca. Llegó hasta los jardines para confirmar su sospecha. Azula estaba junto a un árbol de lilas florecido, oliendo una de aquellas ramas. Al borde del jardín se encontraban dos guardias. No podía ser visto. Antes de que lo vieran dio media vuelta y rodeó el jardín. Entraría por el otro lado, sí. Los guardias de Reddo eran fáciles de esquivar.
Se acercó por fin a Azula por su izquierda. La mano le temblaba. Llevaba mucho sin verla. Y si... ¿Y si se había enfadado con él? ¿Y si no quería verle? Lo cierto es que no tenía excusa. Sin embargo... El olor de las lilas llegó hasta sus fosas nasales. Su mano, hasta ahora cerrada en un tenso puño nervioso, se relajó. Respiró hondo y se acercó a su princesa.
- Buenos días... alteza.
Sabía que por su voz y el tono en el que habló ella lo reconocería enseguida. Siempre lo hacía.
Se acercó por fin a Azula por su izquierda. La mano le temblaba. Llevaba mucho sin verla. Y si... ¿Y si se había enfadado con él? ¿Y si no quería verle? Lo cierto es que no tenía excusa. Sin embargo... El olor de las lilas llegó hasta sus fosas nasales. Su mano, hasta ahora cerrada en un tenso puño nervioso, se relajó. Respiró hondo y se acercó a su princesa.
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Azula estaba tan inmersa en sus pensamientos que no se imaginó lo que le esperaba detrás. En cuanto escuchó la voz de Zuko se asustó. Se giró rápidamente sorprendida. El corazón le latía a mil por hora al verlo allí, tan... de repente. ¿Cómo se había colado? El jardín real estaba lleno de guardias; era muy peligroso acceder.
La princesa se había quedado sin palabras al verle allí. Lo único que pudo hacer fue esbozar una sonrisa de oreja a oreja y abalanzarse a sus brazos. Lo abrazó como nunca antes lo había hecho. Cerro los ojos, hundiendo la cabeza en su hombro. Estuvo un buen rato así. Lo había echado mucho de menos. Nunca sabía si estaba bien o mal, si le pasaba algo malo. Era un sin vivir cuando no estaba a su lado.
Se separó, no sin antes besarlo dulcemente. Un largo beso para contrarrestar el tiempo que habían estado separados. Lo miró a los ojos, aquellos ojos ambarinos iguales a los suyos. Examinó cada detalle de su rostro como si fuese la primera vez que lo veía.
-¿Cómo...? Si papá te encuentra aquí te matará... - replicó la princesa asustada. Después, se cruzó de brazos, con cierta cara de enfado -. ¿Dónde has estado? Me tuviste preocupada todo este tiempo. Me dolía no saber lo que te pudiera pasar, que te hirieran, que te mataran, agh.
La princesa lo miró con pena. Esperaba que pudiese comprender la situación por la que ella pasaba. En su caso no era el mismo, en el palacio del imperio no había por qué tener miedo a nada. Era seguro.
-Te he echado de menos - Sonrió.
La princesa se había quedado sin palabras al verle allí. Lo único que pudo hacer fue esbozar una sonrisa de oreja a oreja y abalanzarse a sus brazos. Lo abrazó como nunca antes lo había hecho. Cerro los ojos, hundiendo la cabeza en su hombro. Estuvo un buen rato así. Lo había echado mucho de menos. Nunca sabía si estaba bien o mal, si le pasaba algo malo. Era un sin vivir cuando no estaba a su lado.
Se separó, no sin antes besarlo dulcemente. Un largo beso para contrarrestar el tiempo que habían estado separados. Lo miró a los ojos, aquellos ojos ambarinos iguales a los suyos. Examinó cada detalle de su rostro como si fuese la primera vez que lo veía.
-¿Cómo...? Si papá te encuentra aquí te matará... - replicó la princesa asustada. Después, se cruzó de brazos, con cierta cara de enfado -. ¿Dónde has estado? Me tuviste preocupada todo este tiempo. Me dolía no saber lo que te pudiera pasar, que te hirieran, que te mataran, agh.
La princesa lo miró con pena. Esperaba que pudiese comprender la situación por la que ella pasaba. En su caso no era el mismo, en el palacio del imperio no había por qué tener miedo a nada. Era seguro.
-Te he echado de menos - Sonrió.
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El chico correspondió al abrazo, rodeando con fuerza cariñosa a aquella que le daba sentido a su vida. Cuando lo hizo no pudo evitar sentir el olor de sus cabellos. Dulces lilas y grosellas... tal como la recordaba. Cuando la princesa se separó de él para ponerse de puntillas, el dragón se inclinó hacia delante y le correspondió el beso. La diferencia de altura hacía aquellas cosas difíciles, pero no inalcanzables. Cerró los ojos, perdiéndose en aquel momento. Siempre que la besaba sentía lo mismo. Que no existía nadie más. Que estaban solos en el centro del universo y que el tiempo se detenía simplemente para ellos. Deseaba con todas sus fuerzas que aquello fuese verdad. Entonces la chica empezó a separarse, pero el sargento se negó. Volvió a unir sus labios con los de ella una vez más. Hacía demasiado tiempo... Cuando por fin la dejó marchar, habló mirándolo a los ojos.
- No me importa correr el riesgo. Necesitaba verte-dijo respondiendo a la primera de sus preguntas-. Bueno, la vida del marine es complicada. Misión aquí, misión allá... Pero no voy a morir sin decirte adiós. No lo permitiré-el dragón entonces se llevó la mano al bolsillo del largo abrigo, rebuscando-. Perdona que venga así... es un disfraz, ya sabes... a ver... Aquí está.
Sacó del bolsillo una delgada cadena brillante. Estiró el brazo, buscando que aquello se viese lo máximo posible. De la cadena colgaba, en un colgante, un círculo plateado y tallado con runas simbólicas, sujetando una piedra del color del ámbar. Dentro de la piedra había una forma que recordaba a una lágrima. Era plana y brillaba como el metal.
- Es... una escama. Es mía-dijo tocándose el pecho, justo el lugar dónde se había arrancado una escama en forma híbrida-. Pagué a un joyero para que la fosilizara en ámbar endurecido y la colocase en un colgante de plata...-tendió el brazo hacia Azula y sonrió-. Es para ti.
- No me importa correr el riesgo. Necesitaba verte-dijo respondiendo a la primera de sus preguntas-. Bueno, la vida del marine es complicada. Misión aquí, misión allá... Pero no voy a morir sin decirte adiós. No lo permitiré-el dragón entonces se llevó la mano al bolsillo del largo abrigo, rebuscando-. Perdona que venga así... es un disfraz, ya sabes... a ver... Aquí está.
Sacó del bolsillo una delgada cadena brillante. Estiró el brazo, buscando que aquello se viese lo máximo posible. De la cadena colgaba, en un colgante, un círculo plateado y tallado con runas simbólicas, sujetando una piedra del color del ámbar. Dentro de la piedra había una forma que recordaba a una lágrima. Era plana y brillaba como el metal.
- Es... una escama. Es mía-dijo tocándose el pecho, justo el lugar dónde se había arrancado una escama en forma híbrida-. Pagué a un joyero para que la fosilizara en ámbar endurecido y la colocase en un colgante de plata...-tendió el brazo hacia Azula y sonrió-. Es para ti.
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Sonrió ante sus explicaciones. Todo era tan complicado, un ir y venir de problemas siempre. Si no era él, era ella. Apenas tenían tiempo para verse y disfrutar de un pequeño momento a solas. Pero hoy era el día para ellos, hoy solo existían los dos y nadie le arrebataría ese momento. La princesa vio como Zuko revolvía en sus bolsillos tratando de encontrar algo hasta que este se lo tendió en la mano. La princesa se quedó perpleja al ver algo tan minúsculo y reluciente. La cogió entre sus manos, embelesada por el brillo de la que parecía ser una lágrima.
La lágrima estaba dentro de un círculo, unido a un colgante de plata en cuyo interior se mostraban unas runas simbólicas. La lágrima era del color de ámbar y brillaba como si fuera oro. La princesa miró a Zuko al enterarse de que era una escama de dragón suya. Azula jamás querría que él sufriera algo de dolor solo por recibir un regalo. Sonrió y la apretó con fuerza. Después, la introdujo por la cabeza hasta que posó por encima de su pecho.
-Es preciosa - Musitó, mirándola mientras la tocaba con la mano. Ahora tendría algo suyo que estaría para siempre sobre su corazón.
Después lo miró a los ojos, alzando el brazo cerca del cuello del abrigo y acercándolo suavemente hasta sus labios, los cuales pudo sentir una vez más. Esbozó una dulce sonrisa mientras le besaba y se separó, mordiéndose el labio inferior. Miró al ambarino cielo y pensó en algo, seguro que le gustaba. A lo lejos se podían escuchar aplausos y melodías de laúdes.
-¡Ven conmigo! - Exclamó con emoción mientras le cogía de la mano y tiraba con suavidad para que le siguiera -. Cuando me siento mal, vengo a escuchar a una bardo. Tiene una voz magnífica. Espero que te guste.
La princesa llevó a Zuko hasta un pequeño claro en los jardines. Mientras que los bancos estaban ocupados, ella prefirió quedarse a la entrada del lugar por precaución. No quería que descubrieran que su amor prohibido estaba con ella. Delante de los bancos había un pequeño escenario en el que una muchacha de cabellos dorados tocaba el laúd. La mujer empezó a cantar y, de ella, brotó una dulce melodía capaz de embriagar cualquier corazón.
La lágrima estaba dentro de un círculo, unido a un colgante de plata en cuyo interior se mostraban unas runas simbólicas. La lágrima era del color de ámbar y brillaba como si fuera oro. La princesa miró a Zuko al enterarse de que era una escama de dragón suya. Azula jamás querría que él sufriera algo de dolor solo por recibir un regalo. Sonrió y la apretó con fuerza. Después, la introdujo por la cabeza hasta que posó por encima de su pecho.
-Es preciosa - Musitó, mirándola mientras la tocaba con la mano. Ahora tendría algo suyo que estaría para siempre sobre su corazón.
Después lo miró a los ojos, alzando el brazo cerca del cuello del abrigo y acercándolo suavemente hasta sus labios, los cuales pudo sentir una vez más. Esbozó una dulce sonrisa mientras le besaba y se separó, mordiéndose el labio inferior. Miró al ambarino cielo y pensó en algo, seguro que le gustaba. A lo lejos se podían escuchar aplausos y melodías de laúdes.
-¡Ven conmigo! - Exclamó con emoción mientras le cogía de la mano y tiraba con suavidad para que le siguiera -. Cuando me siento mal, vengo a escuchar a una bardo. Tiene una voz magnífica. Espero que te guste.
La princesa llevó a Zuko hasta un pequeño claro en los jardines. Mientras que los bancos estaban ocupados, ella prefirió quedarse a la entrada del lugar por precaución. No quería que descubrieran que su amor prohibido estaba con ella. Delante de los bancos había un pequeño escenario en el que una muchacha de cabellos dorados tocaba el laúd. La mujer empezó a cantar y, de ella, brotó una dulce melodía capaz de embriagar cualquier corazón.
La princesa, sin soltar aún la mano del marine, apoyó la cabeza en él, observando el pequeño espectáculo.
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