Nunca pasa nada bueno después de las dos... de la tarde [Privado/Pasado - Zane & Therax]

Therax apartó como pudo a la horda de niños hambrientos que se abalanzó sobre él con las manos tendidas en cuanto descendió del modesto barco velero que había accedido a transportarle en aquella ocasión. Tenía que hacerse con un barco o algo, porque la manera en que viajaba actualmente dejaba mucho que desear.

Frente a él se encontraba la decadente ciudad de Valstone, con sus chabolas esperando a ser demolidas y sus habitantes aguardando la muerte por inanición. ¿Qué clase de persona podría elegir vivir en un lugar así? Mientras andaba absorto en sus pensamientos, paseó por las estrechas calles del barrio pesquero con Tib, su mascota, pisándole los talones; y sus sables cruzados en la parte baja de la espalda, ya que conocía la fama que tenía la ciudad.

Había llegado allí en busca de un viejo amigo de su padre, a quien tenía que pedirle una larga ristra de explicaciones en cuanto a varios asuntos de vital importancia para él. No conocía su localización exacta. De hecho, lo único que le había llevado hasta allí había sido la vana indicación de alguien que llevaba varios años sin verlo, por lo que era posible que se hubiera mudado a otro lugar o vete tú a saber.

Siguiendo el protocolo del viajero en tierra extraña, deambuló por las calles en busca de la típica plaza grande y concurrida para intentar dar con alguien que le diese una primera pista. Tras varias horas en busca de la dichosa plaza, que no se dignaba a aparecer, el rubio llegó a un cruce de calles. Un oxidado reloj que marcaba las dos de la tarde contempló cómo una para nada despreciable fila de marines pasaba a paso ligero entre él y Therax. ¿Adónde irían? ¿Y qué hacía allí la Marina?

Hastiado por la monotonía de aquellas cochambrosas calles, el chico decidió investigar un poco. Irónicamente, la fila de patitos vestidos de azul y blanco le llevó a una amplia plaza cuya única decoración era una vieja fuente situada en el centro que, en algún momento, debió tener algo similar a varios angelitos orinando hacia los cuatro puntos cardinales. Había que tener mal gusto.

A diferencia de lo que Therax esperaba, en aquella ocasión no divisó ni un alma en el lugar. Al parecer no podría obtener información por allí. La larga procesión de marines se aproximaba a una discreta taberna situada en una de las entradas de la plaza, que hacía esquina con el callejón que desembocaba en la misma. Allí aguardaba un contingente aún más numeroso. Las miradas de los uniformados se dirigían hacia el interior.

- Sí, es él... Parece que sí... ¿Qué hacemos?... ¿Entramos?... Sí, parece que está bebiendo.... Es ahora o nunca...

- ¡Venga, todo el mundo para adentro! -exclamó uno de ellos, con un uniforme ligeramente diferente, al tiempo que le propinaba al que se encontraba más cerca de la puerta un puntapié de tanta envergadura que lo introdujo en el local. El resto de la tropa entró precipitadamente siguiendo la estela del primero, mientras un reducido grupo aguardaba fuera.

Therax se acercó a la entrada para observar el interior y comprobar qué era lo que podía suscitar tanto interés en la Marina.

Dado que el temeroso y reducido grupo de marines que esperaba fuera tenía toda su atención puesta en lo que sucedía dentro de la taberna, Therax no tuvo problemas a la hora de situarse junto a ellos para contemplar lo que acontecía en el interior. El tipo gritón que había introducido al que debía ser subordinado de una patada leía unos carteles de "Se busca". «¿Serán revolucionarios, piratas o delincuentes de poca monta?», se preguntó el rubio mientras se ponía de puntillas para intentar ver mejor.

Cuando al fin lo consiguió, la imagen que se apareció ante él provocó que le diera un vuelco el corazón. El maldito chucho amargado lo había vuelto a hacer: apareciendo de la nada, César se había colado en el local y se disponía a morder con lo que quedaba de su dentadura el trasero de uno de los marines.

El domador supo que había llevado a cabo su intención, porque, a pesar de que la mayoría de la clientela abandonó precipitadamente el lugar en cuanto vio el cariz que comenzaba a tomar el asunto, impidiéndole ver lo que ocurría, un agudo grito de dolor salió del interior de la cantina. «Como si no tuviera bastantes problemas con Tib, ahora éste se va a poner también a tocar los huevos», pensó el muchacho.

Aprovechando el revuelo que el lobo de Domica había causado, los tres tipos a los que pretendían arrestar abandonaron precipitadamente el establecimiento. Junto a él pasaron como dos exhalaciones un tipo de una más que notable envergadura, así como una mujer que no fue capaz de distinguir muy bien debido a que el tercero de ellos, un tipo pelirrojo, fue a chocar de frente contra él, cayendo los dos al suelo con un sonoro golpe.

-¡Mira que hay sitio para salir! -exclamó el espadachín mientras se pasaba la mano por la zona del impacto.

Mientras tanto, los marines parecían ir saliendo poco a poco de la confusión que el mordisco del viejo lobo había generado. El malhumorado jefe, cuyo rango Therax era incapaz de distinguir, calificaba a sus hombres mediante adjetivos que eran de todo menos amables. Cuando se quedó satisfecho, se giró hacia la puerta de la taberna para encontrar al rubio y al pelirrojo tirados en el suelo. César, por su parte, había vuelto con su dueño y se sentaba junto a Tib a la izquierda del muchacho, luciendo su permanente cara de desagrado.

La imagen que vio el marine hizo que atara cabos de manera equivocada, y un par de gruesas venas hicieron acto de presencia en la frente y el cuello del malhumorado representante de la autoridad.

-¡Atrapad al "Descamisetado"! -vociferó a sus hombres mientras bañaba en saliva a los que se situaban más cerca de él-. ¡Y al rubio del chucho también! ¡Si le ha ayudado a escapar, debe ir con él! -añadió. Desde el suelo, Therax dirigió la mirada a los pocos marines que se habían quedado fuera, los cuales contemplaban lo que sucedía con cara de no entender nada. «Esto tiene que ser una broma», se dijo, al tiempo que se levantaba y corría como un poseso hacia las calles que le habían llevado hasta allí. Recordaba que estaban plagadas de callejones y recovecos, así que podría intentar perderlos de vista por allí.

Tras girar la cabeza para ver si lo seguían, comprobó que lo que sucedía a sus espaldas era algo más que eso. El "Descamisetado", como lo habían llamado los marines, se había quedado unos instantes en el lugar donde había aterrizado tras el impacto y, después de sacarse dos alas a saber de dónde, había comenzado a volar en su dirección.

Al pasar cerca de su posición, los agarró tanto a Tib como a él. Viendo que César se iba a quedar allí, Therax estiró los brazos para cogerlo en el último momento. El malhumorado cánido, como de costumbre, respondió dándole un no muy fuerte pero molesto mordisco en la mano. «¿Ni en esta situación puede estarse quieto, o qué?», se dijo el espadachín.

El pelirrojo se alejó de la zona arrastrando su pesada carga. Mientras volaban, haciendo caso del consejo del improvisado piloto, el rubio procuró que ni su cuerpo ni el del viejo lobo se movieran mucho. Sin embargo, su mente no paraba de dar vueltas al motivo por el cual la Marina podría estar presente en una isla que, en principio, no pertenecía al Gobierno Mundial. ¿Sería a causa de su alado recién conocido? Por otro lado, ¿de dónde coño se había sacado ese tío las alas para poder volar?

Tras dejar atrás el lugar del conflicto, aterrizó en una zona de lo más desagradable. Mirase a donde mirase, el domador solo podía ver líquenes que se esforzaban por envolverlo todo y la humedad parecía empeñada en agobiar a todo el que osase poner un pie por allí. Tanto Tib como César parecían tener una opinión similar a la de su dueño, porque, tras oler por encima algunas zonas de musgo con un aspecto particularmente malo, arrugaron el hocico y se alejaron lo máximo posible.

-Therax -respondió el muchacho mientras, esbozando una mueca de asco, trataba inútilmente de despegarse la ropa de la piel-. Y no te preocupes, todo lo que sea incordiar a la Marina es bien recibido -añadió, dando la batalla contra la humedad por perdida y dirigiéndole una sonrisa al pelirrojo.

-¿Se puede saber quién eres y por qué mandan tanta gente a por ti? -inquirió Therax de forma directa. El agobio que sentía a causa del ambiente provocaba que soltase todo lo que venía a su mente tal y como lo pensaba.

Therax no pudo hacer otra cosa más que sonreír ante la teatral presentación del pelirrojo. «¿La tendrá preparada de antemano para ocasiones como esta o se le habrá ocurrido sobre la marcha?», pensó el rubio por un segundo, antes de que Zane realizara su pregunta. Lo cierto era que no sabía cómo definirse... Definitivamente había decidido que quería seguir ese camino, pero no sabía si en su situación actual se le podría calificar como pirata.

-Hmmm... Digamos que aspiro a serlo -respondió el domador tras meditar unos segundos cuál debía ser su respuesta.

Mientras tanto, aprovechando que la agobiante niebla que había amenazado con asfixiarles tras aterrizar comenzaba a desaparecer, Tib reanudó su exploración del terreno, procurando no acercar demasiado su hocico al desagradable y maloliente verdín que cubría la mayor parte del área. César, por otro lado, había aprendido la lección y procuraba mantenerse alejado del asqueroso liquen.

Hechas las presentaciones, el pelirrojo comenzó a recorrer el único sendero visible en la zona, el cual, curiosamente, no se encontraba tapizado por la alfombra verde que se expandía por el lugar. ¿Por qué el musgo no habría cubierto también esa vereda? ¿Acaso la había cubierto y alguien se había encargado de volver a dejarla en buen estado? Therax no lo sabía y, si alguien le propusiera averiguarlo, aceptaría sin duda.

Súbitamente, un grito a lo lejos seguido de un disparo puso a ambos espadachines en alerta. El sobresalto vino acompañado por un batir de incontables alas que, asustadas, se alejaban a toda velocidad del lugar donde se había producido el estruendo. La calma que había sido rota por aquellos repentinos ruidos volvió a reinar en los alrededores, pero no en el interior del rubio, que le devolvía a Zane la mirada de confusión que éste le dirigía.

-No sé a ti, pero ese caminito tan sospechoso, el grito y el disparo me están llamando a voces -comentó Therax y, tras detenerse a pensar unos segundos, añadió: Yo voy a ver qué ha pasado... ¿Vienes?

Sin añadir nada más, comenzó a caminar siguiendo el único sendero apreciable. No podría volver a la ciudad hasta dentro de un rato al menos, ya que la Marina seguiría buscándolos. En consecuencia, tenía que buscar algo para matar el tiempo, y aquel misterioso suceso era un pasatiempo tan válido como cualquier otro.

Tras asegurarse de que tanto Tib como César marchasen tras él, si Zane le siguiera, le preguntaría qué le había llevado hasta un lugar tan decadente como Valstone. En caso contrario, simplemente seguiría su camino en la dirección de la que creía que había provenido el alboroto.

-Hmmm... Creo que lo más acertado sería decir que a mí me echaron a la mar -dijo Therax para, acto seguido, darle una patada a un pequeño cúmulo del repulsivo musgo y lanzarlo en dirección a César. El viejo lobo le dirigió un gruñido amenazante que no hizo más que provocar una sonrisa de satisfacción en el rubio. Se planteó si dar algunos detalles más acerca de su pasado a su interlocutor pero, por mucho que le hubiera sacado de aquel apuro hacía un rato, seguía siendo poco más que un desconocido. En consecuencia, optó por no revelar más información y seguir caminando.

El silencio no duró mucho, porque poco tiempo después una imagen nada agradable se presentó ante ellos. La visión de una joven desangrada vino precedida por unos gemidos lastimeros de Tib, que había olido la sangre bastante antes. El espadachín avanzó en dirección al cuerpo inerte mientras un sinfín de preguntas sin respuesta se agolpaban en su mente. ¿Quién era aquella muchacha? ¿Qué hacía allí? ¿Quién la había matado? ¿Por qué?

Una respuesta poco o nada aclaradora en forma de disparo borró cualquier pensamiento de la mente del muchacho. Justo después, un sonido de rebote le indicó que el proyectil había ido en dirección al pelirrojo. «¿En serio lo ha desviado?», se preguntó el rubio al tiempo que fijaba su vista en Zane. Como si le hubiese leído la mente, César emitió un gruñido en forma de burla.

-¿Ni entre balas puedes estarte callad...? -No pudo terminar su reproche, porque una advertencia del pelirrojo le hizo darse cuenta de lo complicado de la situación-. ¿Sabes de dónde ha venido el disparo? -preguntó al tiempo que trataba de identificar alguna presencia con su Haki de observación. No obstante, el individuo se encontraba demasiado lejos para el nivel que él poseía o se ocultaba de algún modo.

Decidió hacer caso del consejo del otro espadachín y desenvainó ambos sables, adoptando una postura defensiva y extendiendo todo lo posible su Haki en previsión de un nuevo ataque.

-¿Alguna idea?

Therax aprovechó el momento en que Zane se abalanzaba sobre el sujeto para correr en la misma dirección que él. Su intención era aprovechar que estaba centrado en el pelirrojo para interponerse en su trayectoria e impedir que pusiese distancia con ellos, ya que esperaba que en el combate cercano no encontraran problemas para derrotarle.

No obstante, se vio obligado a detenerse un segundo cuando, después de embestir al tirador tras hacer aparecer sus alas, Zane dejó al descubierto un rostro femenino.

-¿Cómo? -preguntó el rubio al escuchar la demanda del espadachín-. Espero que eso sea una broma. -Pero no, no lo era. El pelirrojo no parecía tener ni la más mínima intención de hacer nada en contra de aquella muchacha, que apuntaba a ambos con sus revólveres-. No me lo puedo creer -añadió Therax al tiempo que se apresuraba en cubrir la distancia que le separaba de la chica y se abalanzaba sobre ella.

Mientras el domador corría, la pistolera dirigió sus dos revólveres hacia él y accionó los gatillos justo cuando saltaba sobre ella. Ambos proyectiles volaron en dirección al espadachín, provocando sendas heridas en sus hombros unos instantes antes de que placara a quien las había disparado.

Podía notar cómo el ardor se extendía desde el lugar donde las balas le habían dañado, pero trató de ignorarlo y empleó las empuñaduras de sus espadas para golpear las muñecas de la chica, que soltó sus armas tras dejar escapar un gemido de dolor.

-¡Que me tenga que llevar un balazo... no, dos balazos por un tío que no conozco! -exclamó el rubio. Aprovechando la distracción, la castaña le propinó una patada en el pecho para quitárselo de la encima y se lanzó en dirección a sus pistolas. No obstante, Therax alcanzó a darles una patada con la fortuna -buena o mala- de que fueron a parar a los pies del pelirrojo-. ¡Ni se te ocurra dejar que las coja! -gritó mientras le dirigía una mirada entre asesina y temerosa a Zane.

Al mismo tiempo, la muchacha se había erguido y, tras darle una nueva patada al domador, había comenzado a correr frenéticamente en dirección a sus armas.

Therax no pudo más que emitir un suspiro de alivio al ver cómo Zane impedía que la castaña recuperase sus armas. Por un momento había temido que, en un nuevo alarde de aquella peculiar actitud hacia las mujeres, el pelirrojo optara por devolverle a la chica lo que era suyo. No obstante la sensación duró poco, porque unos instantes después una incómoda y terrorífica sensación se cernió sobre él, expulsando cualquier pensamiento o emoción positivos de su mente. ¿Qué demonios era aquello? Nunca había sentido nada así, pero algo desde lo más profundo de su ser le indicaba que se alejase de allí.

Aquella extraña percepción se esfumó del mismo modo en que había llegado, dejando en él un misterioso malestar y un recuerdo que le costaría olvidar mientras viviera. Entonces dirigió una mirada al pelirrojo, ignorando incluso el gemido de queja que profirió Tib cuando la chica tropezó con él en su torpe huida. El espadachín parecía no haberse percatado de la sobrecogedora presencia que había inundado la zona unos segundos antes... ¿Acaso tendría él algo que ver con ella? No se le ocurría otra explicación plausible, pero esa respuesta sólo daba lugar a que otra pregunta se abriese hueco en su mente: ¿quién demonios era aquel tipo?

-¿Has tenido algo que ver co...? -comenzó a preguntar el rubio unos segundos después, pero una voz en la distancia le interrumpió. ¿Por qué siempre había alguien que le impedía terminar lo que tenía que decir? Era algo que le crispaba sobremanera, pero el hecho de que le ocurriese una y otra vez había provocado que terminase por acostumbrase.

En lugar de quejarse, dirigió su mirada al lugar del que provenía el imperativo anuncio de detención. No recordaba si aquel era el tipo que había tratado de detener al pelirrojo anteriormente en la posada, pero tampoco importaba mucho. A fin de cuentas, la situación sería la misma fuese quien fuese el marine. ¡Qué obstinados podían llegar a ser!

-Y supongo que ahora es cuando nos vamos otra vez, ¿no? -dijo Therax al tiempo que desenvainaba sus katanas en previsión de lo que pudiera pasar. Tib se había acercado junto a él y César... bueno, el viejo lobo había permanecido en todo momento junto a Zane-. Nos vamos a quedar sin isla para escondernos.

La respuesta de Zane dejó a Therax un tanto desconcertado. ¿Cómo que el cielo? La respuesta iluminó su mente justo cuando vio que el pelirrojo se lanzaba hacia él, cogiendo a César y cambiando de forma en el proceso. «Otra vez a volar no, por favor», pensó el rubio mientras cogía a Tib en brazos. No obstante, la única alternativa era luchar contra los marines, y el enfrentamiento no tenía visos de resultarles demasiado favorable. En consecuencia, optó por guardarse sus reticencias y tratar de facilitarle el trabajo lo máximo posible al piloto.

Se alejaron volando rápidamente de la zona. A sus espaldas, las voces de los representantes de la autoridad les tildaban cuanto menos de cobardes, pero poco a poco los gritos fueron atenuándose hasta convertirse en un lejano y ahogado murmullo. Therax se esforzó por moverse lo menos posible durante el vuelo. Lo último que quería era resbalarse de las manos de Zane -o lo que tuviera aquella especie de híbrido- y caer desde las alturas.

Un comentario del pelirrojo anunciando que quedaba poco le tranquilizó en gran medida. Tib se había mantenido prácticamente inmóvil en sus brazos. Al igual que su dueño, el pequeño no se llevaba demasiado bien con las grandes altitudes, así que se había centrado en no moverse ni mirar hacia abajo.

El aterrizaje tuvo lugar en una zona aparentemente deshabitada. Un faro se erguía solitario en un cabo bastante alejado del lugar del que provenían. «Me he visto más de medio Valstone en un rato; algo es algo», se dijo el espadachín al tiempo que soltaba a su mascota, tratando de encontrar el lado positivo a la continua huida que venía llevando a cabo.

-¿Cómo?, ¿me vas a dejar aq...? -Therax no pudo concluir su pregunta, porque para ese momento el pelirrojo ya se encontraba a bastante distancia-. ¿Y ahora hacia dónde vamos? -añadió, en esa ocasión dirigiéndose a sus mascotas-. No me mires así. He visto la patada y te la has merecido. A ver si así aprendes a comportarte un poco mejor.