Ernest F. Mühner
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Bajó del bote de un salto y dio un emocionado grito de felicidad, llevándose en consecuencia un capón de su maestro. El rubio lo miró con el ceño fruncido mientras se frotaba la cabeza. Jack podía ser anarquista, pero era demasiado maniático y estricto en algunas cosas, entre otras odiaba llamar la atención. Deformación profesional, posiblemente, pero frustrante para alguien Ernest. Con un suspiro se sacó un peine del bolsillo y se volvió a poner bien su excéntrico peinado, con la melena en punta. No pudo evitar mostrar una sonrisa de felicidad mientras avanzaban por el camino hacia la ciudad. Al fin tras cinco largos años concluía su entrenamiento y podría mostrar lo que valía como miembro de la Armada Revolucionaria. De acuerdo a lo hablado con el asesino, iba con el atuendo correspondiente a su alter ego, von Liebknecht. Pese a que sus superiores sabrían su identidad real, a ojos tanto del resto de la Revolución y del mundo Liebknecht era su identidad real. Ernest Mühner era sólo un inocente civil dedicado a la medicina.
- ¿Cuál es el plan ahora? ¿Dejarme en la oficina de reclutamiento y ya?
- Si no aprendéis a desenvolveros por vos mismo en este cruel mundo, mi buen Fried, acabaréis muerto antes de lo que imagináis. Sin embargo mal hado me cruce si tras todo este tiempo no os he cogido cierto aprecio. No, os llevaré ante alguien más importante que un simple reclutador. Espero que estéis listo para las arduas tareas que os aguardan, pues este hombre no es de los mercedosos. Desde este día jugáis en primera línea.
La idea de pasar a trabajar en tareas importantes era excitante y muy motivadora, al tiempo que le hacía preguntarse ante quién le estaba llevando como para describirlo así. Jack no había sido un mentor precisamente bondadoso o comprensivo así que la idea de ir a parar a alguien incluso peor era... inquietante. Por un lado era un alivio librarse del asesino y de sus entrenamientos a muerte, pero por otro iba a echarle de menos. Se había acostumbrado ya a sus manías, a sus gustos y a charlas amistosas con él cuando estaba de humor. Había empezado incluso a pillarle los puntos flacos y saber cómo tirarle de la lengua al habitualmente silencioso anarquista. Ciertamente lo iba a extrañar mucho. Tras entrar en la ciudad el asesino se detuvo frente a un edificio con aspecto de cuartel y le tendió una carta.
- Preguntad por Dranser y dadle esto. Él se encargará del resto. Buena ventura y libertad, compañero.
- Adiós, Jack. Espero que volvamos a vernos en el frente de batalla.
Chocaron las manos y se las apretaron firmemente. Sin un comentario más, el asesino se giró y desapareció rápidamente tras una esquina. "Y eso es todo... ni un abrazo. En fin, no puedo decir que no me lo esperara." Abrió la puerta y entró en el edificio, encontrándose en una desierta y silenciosa sala de estar. Salvo por las ventanas, con las persianas a medio bajar, la estancia no tenía ninguna luz quedando en penumbras. Cerró la puerta algo inquieto, y con la carta en la mano dijo:
- ¿Hola? Busco a Dranser. Tengo una carta para él - dijo en voz alta, nervioso.
- aspecto:
- ¿Cuál es el plan ahora? ¿Dejarme en la oficina de reclutamiento y ya?
- Si no aprendéis a desenvolveros por vos mismo en este cruel mundo, mi buen Fried, acabaréis muerto antes de lo que imagináis. Sin embargo mal hado me cruce si tras todo este tiempo no os he cogido cierto aprecio. No, os llevaré ante alguien más importante que un simple reclutador. Espero que estéis listo para las arduas tareas que os aguardan, pues este hombre no es de los mercedosos. Desde este día jugáis en primera línea.
La idea de pasar a trabajar en tareas importantes era excitante y muy motivadora, al tiempo que le hacía preguntarse ante quién le estaba llevando como para describirlo así. Jack no había sido un mentor precisamente bondadoso o comprensivo así que la idea de ir a parar a alguien incluso peor era... inquietante. Por un lado era un alivio librarse del asesino y de sus entrenamientos a muerte, pero por otro iba a echarle de menos. Se había acostumbrado ya a sus manías, a sus gustos y a charlas amistosas con él cuando estaba de humor. Había empezado incluso a pillarle los puntos flacos y saber cómo tirarle de la lengua al habitualmente silencioso anarquista. Ciertamente lo iba a extrañar mucho. Tras entrar en la ciudad el asesino se detuvo frente a un edificio con aspecto de cuartel y le tendió una carta.
- Preguntad por Dranser y dadle esto. Él se encargará del resto. Buena ventura y libertad, compañero.
- Adiós, Jack. Espero que volvamos a vernos en el frente de batalla.
Chocaron las manos y se las apretaron firmemente. Sin un comentario más, el asesino se giró y desapareció rápidamente tras una esquina. "Y eso es todo... ni un abrazo. En fin, no puedo decir que no me lo esperara." Abrió la puerta y entró en el edificio, encontrándose en una desierta y silenciosa sala de estar. Salvo por las ventanas, con las persianas a medio bajar, la estancia no tenía ninguna luz quedando en penumbras. Cerró la puerta algo inquieto, y con la carta en la mano dijo:
- ¿Hola? Busco a Dranser. Tengo una carta para él - dijo en voz alta, nervioso.
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Los ojos del espadachín se abrieron despacio. Un golpe en la cabeza le había despertado de su siesta y eso no le hizo gracia. Estaba sentado en un sillón de cuero bastante cómodo. Buscó con la mirada al causante y pudo ver a la pelirroja. La joven luchadora de ojos purpura asignada para que él no hiciese el vago. El rebelde soltó un suspiro de frustración y volvió a cerrar los ojos. Cuando recibió otro golpe seco en el cogote abrió de nuevo los ojos. La joven permanecía callada y con una mirada seria. En su mano poseía un periódico enrollado con el que le azotaba cual caballo. El general entonces bostezó y se espabiló un poco. Ella poseía una carta en la mano y parecía estar enfadada. El espadachín entonces se incorporó y clavó los codos en la mesa de en frente.
- Vale, sé que no he leído la carta todavía, pero te juro que iba a hacerlo en una horita.
- Pues la visita ha llegado, idiota. Ahora debes recibir al nuevo y…
- ¡¿Qué nuevo?!
- ¡Lee la puta carta! – Gritó ella mosqueada.
El maestro de los animales asintió con la cabeza y abrió el sobre. Aquella mujer tenía un humor peor que la otra pelirroja, joder… Las cosas estaban demasiado agresivas. Ya uno no podía ni echarse una siesta después de comer. El pollo le había sentado un poco mal de hecho, y por ello tras pasarse veinte minutos en el baño decidió dormir un poco.
Dranser empezó a leer la carta con calma. Dejando de lado las amenazas del Renegado sobre consoladores para hombres en caso de puteos innecesarios a su alumno y los disfraces del chico, le llamó la atención que quisiera ingresar en la rebelión. El tío de la máscara era un tío misterioso con un historial magnifico, pero que él nunca llegó a conocer. Que le hablase así le hizo que su ceja derecha temblase un poco y una sonrisa siniestra se formara en su rostro. Genial, el chico ya tenía puntos positivos, aunque conociendo al domador…
- Muy bien… ¿Dices que ya está aquí?
- Sí, lleva en la sala de espera diez minutos. Olfman lo envió allí.
Una gota de sudor cayó por la cabeza del general. Que ese mastodonte calvo de dos metros y ojos dorados mandase a gente a la sala de espera en lugar de amenazarlos era un alivio. Desde la última visita le había echado dos broncas para que se calmase. El general entonces se colocó en pie y sin decir nada abandonó la sala.
Silver llevaba una camisa azul marino de manga larga, con varias medallas por la zona del pecho y galardones en los hombros, unos pantalones a juego, zapatos y un total de cinco fundas de espada. Cuatro estaban a la izquierda, mientras que Ichinose estaba en la derecha. Esa cabrona debía estar controlada.
El espadachín abrió entonces la puerta a la sala que daba la sala de espera. Era un sitio pequeño, adornado con una mesa de cristal, plantas de plástico, paredes blancas y revistas sobre “El buen comer”. Dirigió su mirada hacia la única persona que había, un chico. Estaba claro que debía de ser la persona elegida. Se quedó mirándole fijamente sin decir nada. Era algo más bajo que el general y algo menor. Fue en ese momento cuando Dranser ladeó la cabeza. Ese chico era el aprendiz del Renegado.
- Buenas…
No sabía qué hora era.
- Buenas. – Repitió. – Soy el general Silver D. Dranser, uno de los cinco capullos que están al mando tras el jefazo. Líder de la división Espada de Quimera y hombre despertado de su siesta.
El revolucionario se dirigió a una de las estanterías y tras sacar un libro verde se abrió una pequeña apertura. Algo de frío manaba de ella y fue entonces cuando sacó dos botellas de té helado de limón. Eran de un litro. Le lanzó una a él y se quedó la otra. Tras meter el libro el pequeño agujero se cerró. Eso lo había hecho él.
- Esto a nadie. En fin, ya he leído la carta… Pero me gustaría saber sobre ti, dime todo lo que pienses que deba saber, tiempo. – Dijo sonriendo de forma sádica y sacando un cronómetro del bolsillo.
- Vale, sé que no he leído la carta todavía, pero te juro que iba a hacerlo en una horita.
- Pues la visita ha llegado, idiota. Ahora debes recibir al nuevo y…
- ¡¿Qué nuevo?!
- ¡Lee la puta carta! – Gritó ella mosqueada.
El maestro de los animales asintió con la cabeza y abrió el sobre. Aquella mujer tenía un humor peor que la otra pelirroja, joder… Las cosas estaban demasiado agresivas. Ya uno no podía ni echarse una siesta después de comer. El pollo le había sentado un poco mal de hecho, y por ello tras pasarse veinte minutos en el baño decidió dormir un poco.
Dranser empezó a leer la carta con calma. Dejando de lado las amenazas del Renegado sobre consoladores para hombres en caso de puteos innecesarios a su alumno y los disfraces del chico, le llamó la atención que quisiera ingresar en la rebelión. El tío de la máscara era un tío misterioso con un historial magnifico, pero que él nunca llegó a conocer. Que le hablase así le hizo que su ceja derecha temblase un poco y una sonrisa siniestra se formara en su rostro. Genial, el chico ya tenía puntos positivos, aunque conociendo al domador…
- Muy bien… ¿Dices que ya está aquí?
- Sí, lleva en la sala de espera diez minutos. Olfman lo envió allí.
Una gota de sudor cayó por la cabeza del general. Que ese mastodonte calvo de dos metros y ojos dorados mandase a gente a la sala de espera en lugar de amenazarlos era un alivio. Desde la última visita le había echado dos broncas para que se calmase. El general entonces se colocó en pie y sin decir nada abandonó la sala.
Silver llevaba una camisa azul marino de manga larga, con varias medallas por la zona del pecho y galardones en los hombros, unos pantalones a juego, zapatos y un total de cinco fundas de espada. Cuatro estaban a la izquierda, mientras que Ichinose estaba en la derecha. Esa cabrona debía estar controlada.
El espadachín abrió entonces la puerta a la sala que daba la sala de espera. Era un sitio pequeño, adornado con una mesa de cristal, plantas de plástico, paredes blancas y revistas sobre “El buen comer”. Dirigió su mirada hacia la única persona que había, un chico. Estaba claro que debía de ser la persona elegida. Se quedó mirándole fijamente sin decir nada. Era algo más bajo que el general y algo menor. Fue en ese momento cuando Dranser ladeó la cabeza. Ese chico era el aprendiz del Renegado.
- Buenas…
No sabía qué hora era.
- Buenas. – Repitió. – Soy el general Silver D. Dranser, uno de los cinco capullos que están al mando tras el jefazo. Líder de la división Espada de Quimera y hombre despertado de su siesta.
El revolucionario se dirigió a una de las estanterías y tras sacar un libro verde se abrió una pequeña apertura. Algo de frío manaba de ella y fue entonces cuando sacó dos botellas de té helado de limón. Eran de un litro. Le lanzó una a él y se quedó la otra. Tras meter el libro el pequeño agujero se cerró. Eso lo había hecho él.
- Esto a nadie. En fin, ya he leído la carta… Pero me gustaría saber sobre ti, dime todo lo que pienses que deba saber, tiempo. – Dijo sonriendo de forma sádica y sacando un cronómetro del bolsillo.
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La estancia tembló ligeramente cuando una mole de dos metros de altura con cara de pocos amigos entró en ella. ¿Sería aquel tipo Dranser? Lo que le faltaba, pasaba de un asesino psicópata a un matón con pinta de ir a destrozarlo a puñetazos de un momento a otro. Le tendió la carta con una sonrisa nerviosa y dijo, tratando de usar un tono lo más amistoso posible:
- ¡Buenas! Soy...
Le arrebató la carta de las manos violentamente y se volvió hacia la puerta. Un escalofrío recorrió la espalda, aún algo asustado por lo cerca que aquel bicharraco había estado de él. El hombre le hizo un gesto con la mano y con cierta reticencia Ernest lo siguió. Hacía un tiempo no hubiera creído posible encontrar a un hombre más silencioso que Jack, pero hasta él tenía días en que era hablador. Ahora ya no estaba tan seguro de su creencia anterior. Cada vez tenía más pinta de que acabaría echando de menos los combates amistosos a muerte del Renegado, y cuando el tipo se paró frente a una puerta y le echo una mirada fría como el hielo, las piernas de Ernest comenzaron a temblar.
- Entra aquí y espera dentro. El jefe vendrá cuando pueda.
¿El jefe? Sin quitarle los ojos de encima al tipo ni darle la espalda, entró en la estancia. Mala idea, pues por querer mantener vigilado al gigantón no puso atención a otro peligros y las consecuencias de pisar una lata caminando de espaldas... bueno, para resumir, que se metió un buen trompazo contra el suelo. Algo destelló a unos metros de él, y tras ponerse bien las gafas se dio cuenta de que había una moneda bajo un sofá. Con una sonrisa, alargó la mano y la cogió.
- ¡Oh, un berrie! - dijo en el momento en que se cerraba la puerta.
Frotándose aún la espalda por el tortazo, dejó su maleta de viaje, su mochila y la carabina junto al sillón y se acomodó en este. Aliviado por el reposo tras el largo viaje, dio un suspiro de placer y apoyó los pies en la mesa. Vista la situación, no parecía que el señor malas pulgas fuese Dranser o no hubiera ido a buscar a su jefe sin siquiera leer la carta. ¿O era tan cazurro como para eso? Jack no era la clase de persona que se juntara con gente poco avispada. Sacó el peine y un pequeño espejo de mano y comenzó a retocarse el pelo mientras esperaba, con un perfeccionismo que rallaba en la obsesión. Tras comprobar que tenía el pelo perfecto, le sonrió a su reflejo y guardó las cosas, apoyando los brazos en el respaldo del sofá y las piernas en la mesa. De repente la puerta se abrió y entró un hombre joven más alto que él, vestido de militar luciendo una buena cantidad de condecoraciones y con cinco espadas en el cinto a falta de una. El extraño le miró fijamente sin decir nada, provocándole cierta incomodidad. Algo vacilante, preguntó:
- Hola... ¿Dranser?
Al principio parecía un poco desorientado, pero en cuanto se presentó el joven médico se impresionó bastante. ¿Jack le había llevado frente a uno de los seis Oficiales Generales? Se levantó de un respingo y alzó y bajó la mano varias veces, dudando su debía hacer alguna clase de saludo militar o no. Aún no tenía muy claro cómo funcionaba la Revolución por dentro y cómo llevaban el tema de la jerarquía y la disciplina. Esperaba que no fuese muy estricto, no era lo suyo obedecer a mandones con aires de superioridad. Dranser era una caja de sorpresas, pues tras abrir un compartimento secreto le pasó una botella de té helado con limón. Esbozando una sonrisa, pensó: "¡Oye, igual es un tío majo y todo!" Abrió el recipiente y le dio un buen trago disfrutando del sabor.
- ¡Muchas gracias, señor!
Su alegría duró poco. Tras unos segundos de estupefacción asimilando las palabras de Dranser, se fijó en el cronómetro y asumió lo que significaba aquello. "¡SU PUTA MADRE!" Nervioso como un niño en su primer día de colegio, comenzó a tartamudear.
- Esto... yo... me llamo Ern... Frederi... Ernest... ¡joder! Mi identidad es Ernest, pero para evitar pel... problemas me conocen como Frederick, ya sabe, por si los de traje - mientras hablaba gesticulaba mucho, haciéndose un lío y atropellándose con las palabras. Decidiendo cambiar de táctica, tomó aire - ¡Usocarabinaconmiradeprecisiónysoyunmédicocompetentetengolaakumanomidelsolheestudiadohistoriaymegustan... las... bebidas con cafeína!
Se apoyó contra el respaldo del sofá, respirando hondo para recuperar el aliento.
- ¿Quiere... saber... algo más? - dijo, resoplando.
- ¡Buenas! Soy...
Le arrebató la carta de las manos violentamente y se volvió hacia la puerta. Un escalofrío recorrió la espalda, aún algo asustado por lo cerca que aquel bicharraco había estado de él. El hombre le hizo un gesto con la mano y con cierta reticencia Ernest lo siguió. Hacía un tiempo no hubiera creído posible encontrar a un hombre más silencioso que Jack, pero hasta él tenía días en que era hablador. Ahora ya no estaba tan seguro de su creencia anterior. Cada vez tenía más pinta de que acabaría echando de menos los combates amistosos a muerte del Renegado, y cuando el tipo se paró frente a una puerta y le echo una mirada fría como el hielo, las piernas de Ernest comenzaron a temblar.
- Entra aquí y espera dentro. El jefe vendrá cuando pueda.
¿El jefe? Sin quitarle los ojos de encima al tipo ni darle la espalda, entró en la estancia. Mala idea, pues por querer mantener vigilado al gigantón no puso atención a otro peligros y las consecuencias de pisar una lata caminando de espaldas... bueno, para resumir, que se metió un buen trompazo contra el suelo. Algo destelló a unos metros de él, y tras ponerse bien las gafas se dio cuenta de que había una moneda bajo un sofá. Con una sonrisa, alargó la mano y la cogió.
- ¡Oh, un berrie! - dijo en el momento en que se cerraba la puerta.
Frotándose aún la espalda por el tortazo, dejó su maleta de viaje, su mochila y la carabina junto al sillón y se acomodó en este. Aliviado por el reposo tras el largo viaje, dio un suspiro de placer y apoyó los pies en la mesa. Vista la situación, no parecía que el señor malas pulgas fuese Dranser o no hubiera ido a buscar a su jefe sin siquiera leer la carta. ¿O era tan cazurro como para eso? Jack no era la clase de persona que se juntara con gente poco avispada. Sacó el peine y un pequeño espejo de mano y comenzó a retocarse el pelo mientras esperaba, con un perfeccionismo que rallaba en la obsesión. Tras comprobar que tenía el pelo perfecto, le sonrió a su reflejo y guardó las cosas, apoyando los brazos en el respaldo del sofá y las piernas en la mesa. De repente la puerta se abrió y entró un hombre joven más alto que él, vestido de militar luciendo una buena cantidad de condecoraciones y con cinco espadas en el cinto a falta de una. El extraño le miró fijamente sin decir nada, provocándole cierta incomodidad. Algo vacilante, preguntó:
- Hola... ¿Dranser?
Al principio parecía un poco desorientado, pero en cuanto se presentó el joven médico se impresionó bastante. ¿Jack le había llevado frente a uno de los seis Oficiales Generales? Se levantó de un respingo y alzó y bajó la mano varias veces, dudando su debía hacer alguna clase de saludo militar o no. Aún no tenía muy claro cómo funcionaba la Revolución por dentro y cómo llevaban el tema de la jerarquía y la disciplina. Esperaba que no fuese muy estricto, no era lo suyo obedecer a mandones con aires de superioridad. Dranser era una caja de sorpresas, pues tras abrir un compartimento secreto le pasó una botella de té helado con limón. Esbozando una sonrisa, pensó: "¡Oye, igual es un tío majo y todo!" Abrió el recipiente y le dio un buen trago disfrutando del sabor.
- ¡Muchas gracias, señor!
Su alegría duró poco. Tras unos segundos de estupefacción asimilando las palabras de Dranser, se fijó en el cronómetro y asumió lo que significaba aquello. "¡SU PUTA MADRE!" Nervioso como un niño en su primer día de colegio, comenzó a tartamudear.
- Esto... yo... me llamo Ern... Frederi... Ernest... ¡joder! Mi identidad es Ernest, pero para evitar pel... problemas me conocen como Frederick, ya sabe, por si los de traje - mientras hablaba gesticulaba mucho, haciéndose un lío y atropellándose con las palabras. Decidiendo cambiar de táctica, tomó aire - ¡Usocarabinaconmiradeprecisiónysoyunmédicocompetentetengolaakumanomidelsolheestudiadohistoriaymegustan... las... bebidas con cafeína!
Se apoyó contra el respaldo del sofá, respirando hondo para recuperar el aliento.
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La primera impresión que se llevó del chico fue bastante buena, pues no parecía el típico chulo de barrio que iría con aires de grandeza. Había tenido suerte siempre en sus fichajes. Ni Galia ni Ryuken le habían defraudado y ahora la presentaban a otra joven promesa. Se mantuvo callado con el cronómetro en mano y después vio que se puso a hablar, aunque algo “atropellado”. Quizás haber sacado aquel objeto fue demasiado, pero siempre solía hacerlo y todos picaban. En ningún momento lo había activado. De hecho, estaba sin pilas. Mantuvo su mirada en él de forma calmada y cuando aumentó la velocidad sonrió. Con sus buenos sentidos entendió la mayoría de cosas. Akuma no mi de Sol… Una paramecia seguramente y tal vez podía emitir calor y luz. Era lo único que le venía a la mente. Al fin algo ardiente en el grupo. Entre niebla, piedras, hielo y oro…
- Con eso me basta, Ernest-kun. De hecho…
Dejó el cronómetro frente a él, el cual se veía apagado. Lo introdujo en su bolsillo tras mostrar una pequeña sonrisa y después le miró de forma arrogante. Tenía frente a él un tirador de larga distancia y además con estudios sobre la historia. Tal vez en un futuro podría ayudarle a buscar aquellas piedras con letras que decían cosas sobre la antigüedad y el siglo vacío. Tampoco recordaba muy bien el hecho, pero fue uno de los planes que dejó hacía ya años Jin Surfer. El encontrar un arma de destrucción enorme. Akatsuki sin duda fue una mancha en la revolución, pero si hubiesen durado más habría sido un caos. Soltó un pequeño suspiro y le dio un trago a la botella de té que tenía.
- No estés nada nervioso. Con los otros generales tienes todo el derecho del mundo, pero no conmigo. Soy de esos idiotas que tratan a sus hombres como hijos en lugar de soldados. Puedes tutearme, puedes estar seguro de que voy a cuidarte y hacerte un grande… Y puedes contar conmigo para lo que quieras. Tus sueños con mis sueños y ahora tu vida tiene una armadura, esa armadura es mi espada. – Mencionó sonriendo de forma bastante arrogante, como si estuviese muy seguro de poder con todo el mundo.
Silver tenía una autoestima envidiable y siempre estaba de buen humor pese a lo que ocultaba en su interior. Le hizo una señal al chico para que le siguiese y para que cogiese su arma. Caminó hasta llegar a la parte trasera del edificio. Había un ring de combate de piedra y de gran tamaño. Estaba totalmente rodeado de árboles, cosa bastante buena para esconderse. Dranser desenfundó a Shiro Kiba, su katana plateada. Solo lanzó un corte, o eso al menos habría visto una persona normal debido a su velocidad. Uno de los árboles quedó cortado en unos siete pedazos. El espadachín guardó su arma y con una fuerza considerable agarró un trozo de madera. Tras una leve risa siniestra empezó a lanzar troncos hacia arriba en distintas direcciones.
- ¡Fuego! – Gritó indicándole que les disparase.
Quería ver su puntería y lanzó un total de siete pedazos en intervalos de cuatro segundos. Una vez hubiese terminado se quedó mirándole con una expresión calmada y se acercó. Ahora tan solo tendría que ver a cuantos había acertado. Con que le hubiese dado a cuatro estaría más que satisfecho.
- Con eso me basta, Ernest-kun. De hecho…
Dejó el cronómetro frente a él, el cual se veía apagado. Lo introdujo en su bolsillo tras mostrar una pequeña sonrisa y después le miró de forma arrogante. Tenía frente a él un tirador de larga distancia y además con estudios sobre la historia. Tal vez en un futuro podría ayudarle a buscar aquellas piedras con letras que decían cosas sobre la antigüedad y el siglo vacío. Tampoco recordaba muy bien el hecho, pero fue uno de los planes que dejó hacía ya años Jin Surfer. El encontrar un arma de destrucción enorme. Akatsuki sin duda fue una mancha en la revolución, pero si hubiesen durado más habría sido un caos. Soltó un pequeño suspiro y le dio un trago a la botella de té que tenía.
- No estés nada nervioso. Con los otros generales tienes todo el derecho del mundo, pero no conmigo. Soy de esos idiotas que tratan a sus hombres como hijos en lugar de soldados. Puedes tutearme, puedes estar seguro de que voy a cuidarte y hacerte un grande… Y puedes contar conmigo para lo que quieras. Tus sueños con mis sueños y ahora tu vida tiene una armadura, esa armadura es mi espada. – Mencionó sonriendo de forma bastante arrogante, como si estuviese muy seguro de poder con todo el mundo.
Silver tenía una autoestima envidiable y siempre estaba de buen humor pese a lo que ocultaba en su interior. Le hizo una señal al chico para que le siguiese y para que cogiese su arma. Caminó hasta llegar a la parte trasera del edificio. Había un ring de combate de piedra y de gran tamaño. Estaba totalmente rodeado de árboles, cosa bastante buena para esconderse. Dranser desenfundó a Shiro Kiba, su katana plateada. Solo lanzó un corte, o eso al menos habría visto una persona normal debido a su velocidad. Uno de los árboles quedó cortado en unos siete pedazos. El espadachín guardó su arma y con una fuerza considerable agarró un trozo de madera. Tras una leve risa siniestra empezó a lanzar troncos hacia arriba en distintas direcciones.
- ¡Fuego! – Gritó indicándole que les disparase.
Quería ver su puntería y lanzó un total de siete pedazos en intervalos de cuatro segundos. Una vez hubiese terminado se quedó mirándole con una expresión calmada y se acercó. Ahora tan solo tendría que ver a cuantos había acertado. Con que le hubiese dado a cuatro estaría más que satisfecho.
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El rubio bebió un largo trago de su botella para refrescarse la garganta y atajar un poco sus nervios. Disfrutó del sabor de la bebida y la agradable sensación mientras esta bajaba por su garganta, y algo más calmado y animado se secó el sudor de la frente y observó al espadachín. Este le mostró el cronómetro apagado y se lo guardó con una sonrisa un tanto de cabrón, para disgusto del revolucionario. "Me he puesto nervioso por la mayor gilipollez posible. Pues empezamos bien..." Sin embargo a continuación Dranser lo sorprendió totalmente. ¿Para bien? Sí, aunque cinco años con Jack lo habían hecho desconfiar hasta de su propia sombra. Le agradó muchísimo la actitud del oficial y si realmente era así estaría encantado de servir bajo sus órdenes, pero hasta comprobarlo con sus propios ojos preferiría mantenerse mínimamente alerta. Por otro lado la idea de dejarse de paranoias y relajarse era extremadamente tentadora... el chiflado de su mentor le había obligado a mantenerse alerta las veinticuatro horas del día mientras estaban juntos, llegando incluso a atacarle mientras dormía para obligarlo a estar atento al más mínimo ruido en todo momento. "Tal vez de ahí vengan mis trastornos del sueño" pensó, con una gota de sudor en la frente.
- ¡Sí señ... jef...! Hmmm... ¿cómo debo dirigirme a ti? - preguntó mientras cogía la carabina.
Se colgó el fusil del hombro con la correa y volvió a coger la botella de té, dándole un trago antes de seguir al revolucionario. Este lo guió por una serie de pasillos hasta un patio trasero rodeado de árboles y con un pequeño ring de piedra. ¿Iba a medir su poder en combate o algo así? "Espero sinceramente que no." No sólo porque no le apetecía medirse con un oficial general, sino porque no le apetecía comenzar el día con violencia. Cuando Dranser se acercó a un árbol llevando la mano a una de sus katanas ¿por qué diablos tenía tantas? lo descolocó totalmente. ¿Qué diablos pretendía? ¿Tan poco aprecio le tenía a las plantas? Tras hacer gala de un impresionante e innecesario despliegue de poder, cogió uno de los cachos de árbol y lo lanzó hacia arriba, gritándole que disparase.
- ¡Me cago en la puta! - exclamó, dejando caer el té.
Cogió el fusil con ambas manos y tiró del cerrojo para cargar la siguiente bala. Rápidamente apoyó la culata contra el hombro y tomó aire mientras alineaba la mira de metal y calculaba a ojo la trayectoria del tronco. Una detonación y sonido de madera astillada resonaron por el jardín, seguidos por el ruido del casquillo contra el suelo cuando tiró nuevamente del cerrojo. Acabada la sorpresa inicial, se centró totalmente en la tarea y comenzó a hacer un blanco tras otro, tal vez con no la mejor velocidad o con una puntería impecable, pero sí una aceptable combinación de ambas. Y desde luego suficiente para hacer blanco a unos objetivos tan cercanos. Acostumbrado como estaba a las endiabladas pruebas del Renegado, disparar a un cacho de tronco al vuelo a unos siete metros no era nada del otro mundo. O eso pensaba, pues en el sexto tiro se emocionó y la carabina se le resbaló un poco por el retroceso. El arma se le disparó sola de nuevo cuando intentaba volver a colocarla bien, y la bala se fue a vivir su vida. Tras hacerle una visita a la baldosa número trece del ring contando desde... desde algún lado, rebotó contra el mango de una de las katanas del oficial e hizo blanco en el último tronco. Boquiabierto, el rubio se colocó bien las gafas en un tic nervioso, y se apresuró a decir.
- ¡Ha-ha sido totalmente deliberado, por supuesto! Más o menos...
- ¡Sí señ... jef...! Hmmm... ¿cómo debo dirigirme a ti? - preguntó mientras cogía la carabina.
Se colgó el fusil del hombro con la correa y volvió a coger la botella de té, dándole un trago antes de seguir al revolucionario. Este lo guió por una serie de pasillos hasta un patio trasero rodeado de árboles y con un pequeño ring de piedra. ¿Iba a medir su poder en combate o algo así? "Espero sinceramente que no." No sólo porque no le apetecía medirse con un oficial general, sino porque no le apetecía comenzar el día con violencia. Cuando Dranser se acercó a un árbol llevando la mano a una de sus katanas ¿por qué diablos tenía tantas? lo descolocó totalmente. ¿Qué diablos pretendía? ¿Tan poco aprecio le tenía a las plantas? Tras hacer gala de un impresionante e innecesario despliegue de poder, cogió uno de los cachos de árbol y lo lanzó hacia arriba, gritándole que disparase.
- ¡Me cago en la puta! - exclamó, dejando caer el té.
Cogió el fusil con ambas manos y tiró del cerrojo para cargar la siguiente bala. Rápidamente apoyó la culata contra el hombro y tomó aire mientras alineaba la mira de metal y calculaba a ojo la trayectoria del tronco. Una detonación y sonido de madera astillada resonaron por el jardín, seguidos por el ruido del casquillo contra el suelo cuando tiró nuevamente del cerrojo. Acabada la sorpresa inicial, se centró totalmente en la tarea y comenzó a hacer un blanco tras otro, tal vez con no la mejor velocidad o con una puntería impecable, pero sí una aceptable combinación de ambas. Y desde luego suficiente para hacer blanco a unos objetivos tan cercanos. Acostumbrado como estaba a las endiabladas pruebas del Renegado, disparar a un cacho de tronco al vuelo a unos siete metros no era nada del otro mundo. O eso pensaba, pues en el sexto tiro se emocionó y la carabina se le resbaló un poco por el retroceso. El arma se le disparó sola de nuevo cuando intentaba volver a colocarla bien, y la bala se fue a vivir su vida. Tras hacerle una visita a la baldosa número trece del ring contando desde... desde algún lado, rebotó contra el mango de una de las katanas del oficial e hizo blanco en el último tronco. Boquiabierto, el rubio se colocó bien las gafas en un tic nervioso, y se apresuró a decir.
- ¡Ha-ha sido totalmente deliberado, por supuesto! Más o menos...
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- Dranser, o Silver, como veas. – Dijo con un tono calmado.
Él prefería su nombre, pero muchos le llamaban por el apellido, ya se había acostumbrado. Estuvo observando al chico disparar con aquella buena habilidad y debía admitir que se había quedado asombrado. En su rostro podía verse una sonrisa pasota como de costumbre. Dranser siempre tenía aquella mirada de “Aquí manda mi polla” en todos los momentos. Tan solo la cambiaba a la hora de pelear, la cual era incluso más arrogante aunque fuese perdiendo. Tal vez en algún que otro momento de su vida pudo ser capaz de mostrar una cara de preocupación en una pelea. Sus azulados ojos observaban cada tronco ser impactado por las balas de su nuevo recluta. Se distrajo un segundo buscando algo en su bolsillo y escuchó un sonido metálico que le hizo sentir un leve impacto en la cintura.
Los ojos del general se abrieron algo más de la cuenta cuando notó un leve escozor en las pupilas. Sus orbes tomaron un leve color purpura y sus venas de la frente se marcaron. Rápidamente llevó ambas manos a la funda de su katana más poderosa, Ichinose. El arma vibraba de forma violenta y emitía un humo oscuro. La cabrona estaba a punto de salir por ella misma de su funda. Dranser clavó una rodilla en el suelo y tras fruncir el ceño la presionó hacia dentro con fuerza para que no saliera.
- ¡Cariño estate quieta! ¡No ha sido a posta! ¡Cielo!
“Matémosle, no merece estar aquí… Y de paso matemos a ese idiota calvo de dentro…” Resonó en la mente del espadachín. Silver tragó saliva y tras unos momentos hizo uso de todas sus fuerzas para mantener la espada fuera. La vaina incluso se agrietó un poco y una especie de “lenguas” de oscuridad asomó por ellas, como si allí dentro estuviese el mismísimo demonio. Finalmente, el rebelde tomó el control empleando su haki del rey sin querer. El suelo se agrietó un poco y algunos árboles temblaron. Su presencia hizo incluso que la pelirroja se asomase por una ventana con el ceño fruncido. Su fuerte voluntad hizo a la espada relajarse. El espadachín finalmente caminó hasta el tirador.
- No te preocupes por eso, no suelen caerle bien los nuevos. Ichinose es una espada un poco peculiar, pero con el tiempo te acostumbrarás a su presencia.
“Cielo, ya no me quieres… Joo…” Escuchó Dranser en su cabeza en aquel siniestro tono que le hizo tragar un poco de saliva. Negó un poco con la cabeza y finalmente se dio cuenta de que todo había vuelto a la realidad. El aura de maldad ya no estaba y sus ojos cambiaron a azulados. Se quedó de nuevo mirando al chico y después de unos momentos la mayor de las sonrisas siniestras del mundo se formó en su rostro.
- Dime, colega ¿Te mola el papeleo? – Al ver a la pelirroja en la ventana tosió. – Digo, ¿Te gusta el papeo? Tenemos una cafetería que es genial y podemos hablar de tu ingreso oficial en Quimera, me ha molado tu estilo y me gustaría tenerte conmigo. – Si accedía caminaría con él para comer algo.
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Si en algún momento le había preocupado que Dranser se enfadara por el tiro, eso fue antes de que se llevase una de las mayores sorpresas (y sustos, todo sea dicho) de su vida. No sólo comenzó a temblar como si fuera a salirse solita de la vaina a vivir la vida, sino que comenzó a rezumar oscuridad, y los ojos de su dueño cambiaron. Se giró para dirigirse al edificio cuando, bendita su suerte, vio al mal hecho mujer en una ventana. ¿Qué era peor? ¿Una espada maligna cabreada o una pelirroja con malas pulgas? Se quedó entre ambas, indeciso y temblando, cuando de repente notó una presencia más intensa que todas ellas, tan fuerte que notó un desvanecimiento y se cayó al suelo, babeando y temblando. Su sobresalto no duró mucho, pero la impresión no se le fue del cuerpo y cuando Dranser se le acercó apenas acertó a balbucear palabras inconexas. El hecho de que se levantara torpemente apoyándose en el fusil, por otro lado, debió ser respuesta más que de sobra.
- Eh... ah... comer... - carraspeó - papeles...
Siguió al revolucionario con aire aún algo ausente y sacudiendo la cabeza de vez en cuando, intentando volver totalmente en sí. ¿Qué diablos había sido esa sensación? Era como si un ser de poder inconmensurable le hubiese aplastado con el mero peso de su mirada, asfixiándole y haciéndose sentir tan insignificante y frágil como una pequeña hormiga. Mientras caminaba e iba recuperando la calma, recordó las lecciones de Jack y lo que le había explicado sobre el haki. ¿Había sido aquello el famoso haoshoku? No sabía nada de él salvo por las lecciones del revolucionario, pero se ajustaba bastante a la descripción. El hecho de que no lo hubiera noqueado totalmente, en caso de serlo, era un milagro. Tal vez según se concentrase o no en una persona variaba su intensidad... eso le daría cierto sentido. O tal vez se estaba montando una película en su cabeza y sólo estaba sugestionado por la impresión y no había usado nada similar.
- Oye Dranser, ¿estás seguro? Apenas hemos hablado cinco minutos y sólo me has visto dar unos pocos disparos. Me refiero - comenzó a gesticular, nervioso porque le pudiera malinterpretar - me encantaría entrar en la Venganza de la Quimera. Sería un auténtico honor trabajar con revolucionarios de tal calibre como tú o el ex-Almirante Krauser, pero, ¿realmente estoy a la altura?
Había escuchado muchas historias de aquel grupo, que se había ido volviendo cada vez más famoso en los últimos años, especialmente entre los revolucionarios. Sus integrantes se reducían a un grupo muy selecto escogido cuidadosamente por los líderes de la división, y todos ellos eran la flor y nata de la Revolución. Los mejores entre los mejores. Había novatos claro está, pero incluso ellos eran de lo más prometedor que había en la Armada. Él que acababa de terminar su entrenamiento y no había conseguido ninguna clase de mérito, ¿qué pintaba rodeado de auténticas leyendas vivientes? Creía que acabaría estorbando más que ayudando, aunque... quién sabe. Tal vez Dranser pretendiera entrenarlo primero o (lo que sería lo lógico) lo mandaría a misiones a la altura de sus capacidades. Se apartó un mechón de pelo de la cara, pensativo, y olfateó percibiendo el inconfundible aroma a tabaco barato y café que era casi obligatorio en toda cafetería que se preciara. Era casi hasta un aroma nostálgico, pese a lo asqueroso del mismo.
- Para mí un perrito caliente y una cola - le dijo a la camarera, con una sonrisa agradable mientras tomaba asiento.
- Eh... ah... comer... - carraspeó - papeles...
Siguió al revolucionario con aire aún algo ausente y sacudiendo la cabeza de vez en cuando, intentando volver totalmente en sí. ¿Qué diablos había sido esa sensación? Era como si un ser de poder inconmensurable le hubiese aplastado con el mero peso de su mirada, asfixiándole y haciéndose sentir tan insignificante y frágil como una pequeña hormiga. Mientras caminaba e iba recuperando la calma, recordó las lecciones de Jack y lo que le había explicado sobre el haki. ¿Había sido aquello el famoso haoshoku? No sabía nada de él salvo por las lecciones del revolucionario, pero se ajustaba bastante a la descripción. El hecho de que no lo hubiera noqueado totalmente, en caso de serlo, era un milagro. Tal vez según se concentrase o no en una persona variaba su intensidad... eso le daría cierto sentido. O tal vez se estaba montando una película en su cabeza y sólo estaba sugestionado por la impresión y no había usado nada similar.
- Oye Dranser, ¿estás seguro? Apenas hemos hablado cinco minutos y sólo me has visto dar unos pocos disparos. Me refiero - comenzó a gesticular, nervioso porque le pudiera malinterpretar - me encantaría entrar en la Venganza de la Quimera. Sería un auténtico honor trabajar con revolucionarios de tal calibre como tú o el ex-Almirante Krauser, pero, ¿realmente estoy a la altura?
Había escuchado muchas historias de aquel grupo, que se había ido volviendo cada vez más famoso en los últimos años, especialmente entre los revolucionarios. Sus integrantes se reducían a un grupo muy selecto escogido cuidadosamente por los líderes de la división, y todos ellos eran la flor y nata de la Revolución. Los mejores entre los mejores. Había novatos claro está, pero incluso ellos eran de lo más prometedor que había en la Armada. Él que acababa de terminar su entrenamiento y no había conseguido ninguna clase de mérito, ¿qué pintaba rodeado de auténticas leyendas vivientes? Creía que acabaría estorbando más que ayudando, aunque... quién sabe. Tal vez Dranser pretendiera entrenarlo primero o (lo que sería lo lógico) lo mandaría a misiones a la altura de sus capacidades. Se apartó un mechón de pelo de la cara, pensativo, y olfateó percibiendo el inconfundible aroma a tabaco barato y café que era casi obligatorio en toda cafetería que se preciara. Era casi hasta un aroma nostálgico, pese a lo asqueroso del mismo.
- Para mí un perrito caliente y una cola - le dijo a la camarera, con una sonrisa agradable mientras tomaba asiento.
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- Desde que te vi ahí sentado ya estabas dentro, chico. No soy de ese tipo de personas que hacen a los nuevos saltar muros, correr o tener físico de gimnasio para entrar. Tan solo te hice disparar para ver tus habilidades. – Mencionó al mismo tiempo que avanzaba junto a él con ambas manos en los bolsillos. – La primera impresión es lo que cuenta, y soy experto en ese tipo de cosas.
Se sentó en frente y escuchó su pedido. Estuvo a punto de pedir, cuando de repente el vaso de agua de la mesa de al lado empezó a temblar de forma exagerada. Ladeó un poco la ceja derecha al no entender lo que pasaba. Era como si una bestia gigante se estuviese acercando. Activó su haki de observación y pudo notar más de cien auras corriendo hacia ellos. Rápidamente colocó las manos en los bordes de la mesa para que la tirasen al pasar y frunció el ceño. Unos cien revolucionarios empezaron a hacer cola mientras gritaban y se quitaban las camisetas mostrando sus cuerpos. Además, sacaban sus carteras y emitían ruidos similares a gorilas en celo.
- ¿Qué cojones pasa hoy, Akira? – Preguntó a la camarera mientras suspiraba.
- Hoy tenemos la oferta esa especial de una vez cada cuatro meses. El bocadillo relleno de lonchas de bacón frito, queso fundido, pollo rebozado, una gamba gigante, salsa especial, caviar y especias del Oeste. Todos los hombres de la isla están de camino.
Una gota de sudor cayó por la cabeza del depredador, el cual se llevó la mano derecha a la frente. Y pensar que cada cuatro meses se formaba aquel ejército de luchadores hambrientos… Incluida la división de luchadores de sumo de la isla. Esos gigantes apartaban gente a lo bestia y rugían como osos. El espadachín entonces miró a la camarera de forma calmada y una sonrisa siniestra se formó en su rostro.
- ¿Tú eres la que sirve?
- S-si…
- Tráete dos para llevar. Después de eso creo que… – Miró a su acompañante – Corre como nunca en tu vida. – Una vez dijo eso se puso en pie y se preparó.
Todos estaban gritando y furiosos haciendo cola, pero en ese momento la camarera le entregó a cada uno de ellos un bocadillo envuelto en papel de plata. Al hacerlo todo el lugar miró hacia ellos con los ojos iluminados. Dranser sin esperar más salió corriendo del lugar esperando a que el chico le siguiera. Salió disparado por uno de los pasillos mientras escuchaba los gritos de los armarios empotrados y demás rebeldes a sus espaldas.
- ¡No dejéis que se escapen! ¡Cogedlos!
- ¡Corre, chico! ¡Esa gente vive por este bocadillo! ¡Imagínate que son agentes de nivel superior al mío! – Dijo para motivarle mientras salía disparado.
Una vez estuvo en la calle saltó hacia el frente y activando su habilidad del topo hizo un agujero. Empezó a cavar a toda velocidad bajo tierra mientras iba directo hacia una zona sin árboles. Si el chico entraba en el agujero vería que era de un tamaño similar al de ellos dos. De esa forma estarían a salvo de los fornidos. Al cabo de tres minutos o cosa así, el depredador hizo un agujero en la superficie y llegaron a un claro verdoso y agradable. Se sentó a un lado y empezó a reírse.
- ¡Jajajaja! No ha estado mal ¿Eh? – Dijo abriendo el bocadillo.
Se sentó en frente y escuchó su pedido. Estuvo a punto de pedir, cuando de repente el vaso de agua de la mesa de al lado empezó a temblar de forma exagerada. Ladeó un poco la ceja derecha al no entender lo que pasaba. Era como si una bestia gigante se estuviese acercando. Activó su haki de observación y pudo notar más de cien auras corriendo hacia ellos. Rápidamente colocó las manos en los bordes de la mesa para que la tirasen al pasar y frunció el ceño. Unos cien revolucionarios empezaron a hacer cola mientras gritaban y se quitaban las camisetas mostrando sus cuerpos. Además, sacaban sus carteras y emitían ruidos similares a gorilas en celo.
- ¿Qué cojones pasa hoy, Akira? – Preguntó a la camarera mientras suspiraba.
- Hoy tenemos la oferta esa especial de una vez cada cuatro meses. El bocadillo relleno de lonchas de bacón frito, queso fundido, pollo rebozado, una gamba gigante, salsa especial, caviar y especias del Oeste. Todos los hombres de la isla están de camino.
Una gota de sudor cayó por la cabeza del depredador, el cual se llevó la mano derecha a la frente. Y pensar que cada cuatro meses se formaba aquel ejército de luchadores hambrientos… Incluida la división de luchadores de sumo de la isla. Esos gigantes apartaban gente a lo bestia y rugían como osos. El espadachín entonces miró a la camarera de forma calmada y una sonrisa siniestra se formó en su rostro.
- ¿Tú eres la que sirve?
- S-si…
- Tráete dos para llevar. Después de eso creo que… – Miró a su acompañante – Corre como nunca en tu vida. – Una vez dijo eso se puso en pie y se preparó.
Todos estaban gritando y furiosos haciendo cola, pero en ese momento la camarera le entregó a cada uno de ellos un bocadillo envuelto en papel de plata. Al hacerlo todo el lugar miró hacia ellos con los ojos iluminados. Dranser sin esperar más salió corriendo del lugar esperando a que el chico le siguiera. Salió disparado por uno de los pasillos mientras escuchaba los gritos de los armarios empotrados y demás rebeldes a sus espaldas.
- ¡No dejéis que se escapen! ¡Cogedlos!
- ¡Corre, chico! ¡Esa gente vive por este bocadillo! ¡Imagínate que son agentes de nivel superior al mío! – Dijo para motivarle mientras salía disparado.
Una vez estuvo en la calle saltó hacia el frente y activando su habilidad del topo hizo un agujero. Empezó a cavar a toda velocidad bajo tierra mientras iba directo hacia una zona sin árboles. Si el chico entraba en el agujero vería que era de un tamaño similar al de ellos dos. De esa forma estarían a salvo de los fornidos. Al cabo de tres minutos o cosa así, el depredador hizo un agujero en la superficie y llegaron a un claro verdoso y agradable. Se sentó a un lado y empezó a reírse.
- ¡Jajajaja! No ha estado mal ¿Eh? – Dijo abriendo el bocadillo.
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El ambiente en la cafetería estaba calmado... demasiado calmado. Le costaba creer que nadie fuese a presentarse a la hora de comer, más aún con aquel agradable aroma proveniente de la cocina. El estómago le rugió con fuerza, haciéndole desviar la mirada avergonzado. Tal vez debería pedir lo que fuera que estaban preparando en lugar del perrito, pero ahora ya estaba. Tenía antojo de algo grasiento. De repente un temblor lo sacó de su ensimismamiento, poniéndolo alerta. ¿Qué diablos era aquel sonido? Cogió el vaso de plástico que le tendía la camarera y comenzó a sorber con la pajita, observando la cara de preocupación de Dranser. Espera... si era algo lo suficientemente serio como para poner nervioso a un Oficial General de la Revolución, ¿qué clase de monstruo estaba en camino? Escuchó la conversación de su superior con la camarera, suspirando de puro alivio y riendo alegremente.
- Ya me estabais preocupando. Un grupo de revolucionarios hambriento no tiene que ser tan terrorífico, ¿no?
Llamar al mal tiempo... craso error. La puerta de abrió de par en par y una horda de engendros vigoréxicos difícilmente catalogables como humanos entraron dando gritos y agitando sus berries en el aire. Visto lo visto sí que comenzaba a ser preocupante, pero mientras hicieran cola... de repente algo se estrelló contra su cara y a duras penas lo dio agarrado con la mano libre. Era algo alargado envuelto en papel de aluminio que desprendía calor. Tardó unos instantes en darse cuenta de lo que era, más o menos lo que tardó Dranser en abandonar la sala a la carrera. "Oh, mierda..." Miró alternativamente su bocadillo y las fieras y voraces miradas de la turba de luchadores hambrientos, decidiendo si valoraba más su vida o su hambre. Esbozó una sonrisa nerviosa ante la horda saludándoles con la mano del bocata, temblando de pies a cabeza. Probablemente la idea más estúpida que había tenido en mucho tiempo.
- Bu-buenas... yo ya me iba...
Donde segundos antes estaba él cuando empezó a correr, una mole de aproximadamente doscientos kilos cayó agrietando el suelo. A esta le siguió el resto del ejército de sebosos y vigoréxicos, entre gritos furiosos e insultos a cada cuál más imaginativo. Decidió guardarse "cara anchoa" y "chupavinagre" para futuros usos, tal vez para alguna aparición del doctor Gaburu. Sin embargo, más preocupado por mantener su comida y su integridad física, siguió esquivando revolucionarios mientras llamaba a gritos histéricos a Dranser, aterrado. De repente el suelo comenzó a subir y lo sepultó, haciéndole caer. ¿O simplemente ya había ahí un agujero y había sido lo bastante idiota como para no verlo? Uno de los luchadores de sumo intentó seguirlo, quedándose encajado en la entrada y dejándolo a oscuras.
- ¡Flare!
Su cuerpo empezó a emitir una suave luz anaranjada, desvelando un túnel de aspecto poco natural. ¿Algún animal lo habría hecho? Ignorando los rugidos del luchador de sumo y decidiendo alejarse lo más rápido de él antes de que empezara a deslizarse agujero abajo con su grasa corporal o algo, avanzó por el túnel. Este se extendía profundamente y aún pasó varios minutos bajo tierra antes de encontrar una salida hacia el exterior. Alegrado de salir del claustrofóbico espacio, se impulsó fuera mientras desactivaba su habilidad, encontrándose con Dranser que comía su bocadillo. Un tic en el ojo fue la respuesta a las palabras del oficial.
- ¿No ha estado mal? ¿NO HA ESTADO MAL? ¡CASI ME MATAN UNA PANDA DE CHIFLADOS POR UN PUTO BOCADILLO! Y tú dices "no ha estado mal."
Le dio una patada al árbol para intentar desahogarse, haciéndose daño en el proceso y acabando saltando a la pata coja. El dolor aumentó su ira pero también lo devolvió a la realidad, haciéndole reaccionar. Se sentó enfurruñado y comenzó a beber su cola a grandes tragos, ahogando en azúcar y cafeína sus penas. Pues menudo primer día en la Armada Revolucionaria... esperaba que no estuvieran todos igual de tarados. Al final el psicópata de Jack iba a resultar ser el más normal.
- Ya me estabais preocupando. Un grupo de revolucionarios hambriento no tiene que ser tan terrorífico, ¿no?
Llamar al mal tiempo... craso error. La puerta de abrió de par en par y una horda de engendros vigoréxicos difícilmente catalogables como humanos entraron dando gritos y agitando sus berries en el aire. Visto lo visto sí que comenzaba a ser preocupante, pero mientras hicieran cola... de repente algo se estrelló contra su cara y a duras penas lo dio agarrado con la mano libre. Era algo alargado envuelto en papel de aluminio que desprendía calor. Tardó unos instantes en darse cuenta de lo que era, más o menos lo que tardó Dranser en abandonar la sala a la carrera. "Oh, mierda..." Miró alternativamente su bocadillo y las fieras y voraces miradas de la turba de luchadores hambrientos, decidiendo si valoraba más su vida o su hambre. Esbozó una sonrisa nerviosa ante la horda saludándoles con la mano del bocata, temblando de pies a cabeza. Probablemente la idea más estúpida que había tenido en mucho tiempo.
- Bu-buenas... yo ya me iba...
Donde segundos antes estaba él cuando empezó a correr, una mole de aproximadamente doscientos kilos cayó agrietando el suelo. A esta le siguió el resto del ejército de sebosos y vigoréxicos, entre gritos furiosos e insultos a cada cuál más imaginativo. Decidió guardarse "cara anchoa" y "chupavinagre" para futuros usos, tal vez para alguna aparición del doctor Gaburu. Sin embargo, más preocupado por mantener su comida y su integridad física, siguió esquivando revolucionarios mientras llamaba a gritos histéricos a Dranser, aterrado. De repente el suelo comenzó a subir y lo sepultó, haciéndole caer. ¿O simplemente ya había ahí un agujero y había sido lo bastante idiota como para no verlo? Uno de los luchadores de sumo intentó seguirlo, quedándose encajado en la entrada y dejándolo a oscuras.
- ¡Flare!
Su cuerpo empezó a emitir una suave luz anaranjada, desvelando un túnel de aspecto poco natural. ¿Algún animal lo habría hecho? Ignorando los rugidos del luchador de sumo y decidiendo alejarse lo más rápido de él antes de que empezara a deslizarse agujero abajo con su grasa corporal o algo, avanzó por el túnel. Este se extendía profundamente y aún pasó varios minutos bajo tierra antes de encontrar una salida hacia el exterior. Alegrado de salir del claustrofóbico espacio, se impulsó fuera mientras desactivaba su habilidad, encontrándose con Dranser que comía su bocadillo. Un tic en el ojo fue la respuesta a las palabras del oficial.
- ¿No ha estado mal? ¿NO HA ESTADO MAL? ¡CASI ME MATAN UNA PANDA DE CHIFLADOS POR UN PUTO BOCADILLO! Y tú dices "no ha estado mal."
Le dio una patada al árbol para intentar desahogarse, haciéndose daño en el proceso y acabando saltando a la pata coja. El dolor aumentó su ira pero también lo devolvió a la realidad, haciéndole reaccionar. Se sentó enfurruñado y comenzó a beber su cola a grandes tragos, ahogando en azúcar y cafeína sus penas. Pues menudo primer día en la Armada Revolucionaria... esperaba que no estuvieran todos igual de tarados. Al final el psicópata de Jack iba a resultar ser el más normal.
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Dranser mordió con ganas su delicioso bocadillo, sintiendo un sabor que le costó mucho explicar. Una sensación de placer le invadió totalmente y su respuesta fue una especie de gemido mientras acariciaba con su mano libre la hierba. No podía explicar tanto placer en su boca, mucho más que cuando descubrió de niño lo que era la masturbación. Se frotó uno de sus ojos limpiando una pequeña lágrima y después continuó devorando como si fuese una bestia. La cosa estaba bastante clara, esos bestias luchaban por aquel manjar y por ello se sintieron ofendidos al ver a ellos con sus bocadillos. En cuanto su compañero salió bloqueó el túnel con algunos hilos de telaraña, principalmente para que nadie cayese, pues los podía crear de un grosor algo más práctico para aquel tipo de cosas. Tosió unos segundos y fue entonces cuando se quedó mirando al ofendido chico que pateaba el árbol al ritmo de quejas.
- Cambiando de tema, te voy a dar a escoger entre tres categorías en la Quimera. La primera son los demonios, los ayudantes personales de Krauser K. Redfield. Su papel son las misiones de alto riesgo y los roles de destrucción, como hacer descarrilar trenes o luchar con Vice-Almirantes. Es solo un ejemplo, claro. La segunda son los Espadas, soy el único que pertenece a esa categoría y soy el líder de hecho. Nos infiltramos en el gobierno, realizamos servicios algo más discretos y somos los que más riesgos corremos. Por últimos están los Colmillos, se ocupan de las misiones de ejecución, asesinatos y masacres enemigas. Ante todo casi siempre vamos juntos, pero en grandes islas nos dividimos a veces en esos grupos ¿En cuál crees que encajas más?
En cuanto terminó de preguntarle mostró una pequeña sonrisa engreída y mordió el bocadillo con ganas. Actualmente había muchos demonios, un espada y tres colmillos. Era cuestión de tiempo que él escogiese. Dranser entonces pegó su espalda al tronco de un árbol y acarició la funda de Ichinose con cuidado. Aquella espada debía ser custodiada cada poco tiempo si no quería perder la cabeza, era duro vivir con ella. La acarició despacio y después de unos momentos notó un leve cosquilleo en los dedos. Lanzó una mirada siniestra hacia el nuevo integrante y con su mano libre le señaló usando el dedo índice.
- En cuanto a lo de antes ¡Este es nuestro día a día! Si te ha parecido una locura, imagínate lo que vivirás en las misiones. Entrenamos cada minuto para ser los mejores y para ello usamos métodos raros, como huir por un bocadillo. En menos de un mes vas a notar un cambio brutal en tu cuerpo y mente. Adáptate a todo, y no habrá quién pueda toserte. Estoy seguro de que “El Renegado” sabe muy bien lo que hace, pero aquí vas a convivir con chalados. Habrá explosiones, descargas, niebla, sangre, gritos, risas, alcohol, diversión y una enorme cantidad de locuras que te acompañaran desde el amanecer al anochecer. Somos la Venganza De La Quimera, una familia que lucha y convive junta para lograr sus metas.
En cuanto terminó de decir aquello mordió de nuevo su bocadillo, terminándose la primera mitad. Masticó despacio observando a los ojos del chico fijamente y sonriendo como si no conociera el sentimiento de la tristeza, aunque su sonrisa era demasiado engreída. Siempre tenía esa cara de hecho, incluso en batallas o en casos de vida o muerte. Esperó ahora una respuesta del joven mientras comía tranquilamente.
- Cambiando de tema, te voy a dar a escoger entre tres categorías en la Quimera. La primera son los demonios, los ayudantes personales de Krauser K. Redfield. Su papel son las misiones de alto riesgo y los roles de destrucción, como hacer descarrilar trenes o luchar con Vice-Almirantes. Es solo un ejemplo, claro. La segunda son los Espadas, soy el único que pertenece a esa categoría y soy el líder de hecho. Nos infiltramos en el gobierno, realizamos servicios algo más discretos y somos los que más riesgos corremos. Por últimos están los Colmillos, se ocupan de las misiones de ejecución, asesinatos y masacres enemigas. Ante todo casi siempre vamos juntos, pero en grandes islas nos dividimos a veces en esos grupos ¿En cuál crees que encajas más?
En cuanto terminó de preguntarle mostró una pequeña sonrisa engreída y mordió el bocadillo con ganas. Actualmente había muchos demonios, un espada y tres colmillos. Era cuestión de tiempo que él escogiese. Dranser entonces pegó su espalda al tronco de un árbol y acarició la funda de Ichinose con cuidado. Aquella espada debía ser custodiada cada poco tiempo si no quería perder la cabeza, era duro vivir con ella. La acarició despacio y después de unos momentos notó un leve cosquilleo en los dedos. Lanzó una mirada siniestra hacia el nuevo integrante y con su mano libre le señaló usando el dedo índice.
- En cuanto a lo de antes ¡Este es nuestro día a día! Si te ha parecido una locura, imagínate lo que vivirás en las misiones. Entrenamos cada minuto para ser los mejores y para ello usamos métodos raros, como huir por un bocadillo. En menos de un mes vas a notar un cambio brutal en tu cuerpo y mente. Adáptate a todo, y no habrá quién pueda toserte. Estoy seguro de que “El Renegado” sabe muy bien lo que hace, pero aquí vas a convivir con chalados. Habrá explosiones, descargas, niebla, sangre, gritos, risas, alcohol, diversión y una enorme cantidad de locuras que te acompañaran desde el amanecer al anochecer. Somos la Venganza De La Quimera, una familia que lucha y convive junta para lograr sus metas.
En cuanto terminó de decir aquello mordió de nuevo su bocadillo, terminándose la primera mitad. Masticó despacio observando a los ojos del chico fijamente y sonriendo como si no conociera el sentimiento de la tristeza, aunque su sonrisa era demasiado engreída. Siempre tenía esa cara de hecho, incluso en batallas o en casos de vida o muerte. Esperó ahora una respuesta del joven mientras comía tranquilamente.
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