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Seikyu, una hermosa ciudad costera con un comercio floreciente, bonitos paseos marítimos y una buena cantidad de lugares respetables y sitios donde aprovechar el tiempo tanto para turisteo como ocio o negocios. Y tú por supuesto, por no variar, estás en la taberna más cochambrosa del barrio del puerto vaciando botella tras botella. ¿Tienes siquiera claro cómo has llegado a este lugar? En fin, tú me lo dirás que lo sabrás mejor que yo. El local parece la clásica tasca de mala muerte, con su tabernero con parche de rigor y su grupete de marineros de aspecto dudoso jugando a las cartas en un rincón. No es precisamente un lugar silencioso, pero ni la mitad de bullicioso que un bar al uso.
No sé cuál es exactamente tu objetivo en esta ciudad, pero has leído que hoy habrá una importante exposición de obras de arte en la casa de gobernación. Posiblemente unsucio pirata respetable admirador de las piezas de valor histórico como tú estará interesado en echarles el guante o ir a echar un ojo en general. O tal vez no te interese una mierda y prefieras vagabundear por los barrios bajos, hacer un estudio de mercado de los muy variados licores locales o simplemente pillarte la cogorza del siglo. Tú dirás. Por cierto, ¿a dónde ha ido a parar tu cartera?
No sé cuál es exactamente tu objetivo en esta ciudad, pero has leído que hoy habrá una importante exposición de obras de arte en la casa de gobernación. Posiblemente un
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Llevaba días igual, puede que incluso semanas. De isla en isla, de taberna en taberna, debían de quedar pocos antros en el mar del norte por los que no hubiese pasado aún. Ya había perdido la noción del tiempo. Probablemente me la habría dejado en el fondo de alguna botella. Y allí estaba otra vez, con la cabeza sobre la barra de algún tugurio, apestando a alcohol y esperando a que el tabernero atendiese mi petición.
- Creo recordar que te pagué para que no estuviese vacía. - Reclamé, tratando evitar que se me trabase la lengua al hablar, dado el lamentable estado en el que me encontraba.
- Me sorprende que te acuerdes si quiera de tu nombre. - El tipo soltó una sonora carcajada mientras se acercaba, para finalmente rellenarme la jarra.
Me supuso un considerable esfuerzo volver a levantarme, solo para dar un trago con el que casi la vació de nuevo, y enseguida volver a dejarme caer sobre la barra. Había pasado casi una década desde la última vez que me encontré en una situación similar. Reunir a mis camaradas, a mis amigos, y volver a formar junto a ellos una tripulación me habían ayudado a dejar atrás aquella oscura época. Pero ahora que nos habíamos decidido a llevar nuestro viaje un paso más allá, los fantasmas del pasado volvían para atormentarme. Y por triste o deprimente que fuese, emborracharme era lo único que los mantenía a raya.
- Qué pensarían aquellos que me siguen si me viesen ahora... - me lamentaba en voz alta. Todos a mi alrededor podían oírme, pero a ninguno le sorprendía que hablase solo. Después de todo, tan solo era un borracho más, o algún pobre desgraciado que se habría vuelto loco.
Mientras me ahogaba en la autocompasión y el alcohol barato, un grito de dolor me sacó de mis pensamientos y me trajo de vuelta a la realidad. Me di la vuelta, justo a tiempo de ver como un tipo se ponía en pie y se lanzaba contra otro. Enseguida intervino un tercero, que trató de sujetar al primero, pero un cuarto y un quinto se lanzaron de lleno a la refriega. En menos de un minuto el tranquilo y para nada agradable ambiente de la taberna se había convertido en un intercambio de puñetazos, patadas y golpes bajos de todo tipo.
- Lamentable... - murmuré, encogiéndome de hombros.
Me puse en pie y di otro trago a la cerveza, apurándola hasta el final. Dejé la jarra vacía sobre la barra. Para acto seguido, y sin tan siquiera pensármelo, meterme en mitad del tumulto y comenzar a repartir como el que más. Aquello no iba conmigo, pero me serviría para despejarme y, para que negarlo, para descargar la frustración que sentía.
- Creo recordar que te pagué para que no estuviese vacía. - Reclamé, tratando evitar que se me trabase la lengua al hablar, dado el lamentable estado en el que me encontraba.
- Me sorprende que te acuerdes si quiera de tu nombre. - El tipo soltó una sonora carcajada mientras se acercaba, para finalmente rellenarme la jarra.
Me supuso un considerable esfuerzo volver a levantarme, solo para dar un trago con el que casi la vació de nuevo, y enseguida volver a dejarme caer sobre la barra. Había pasado casi una década desde la última vez que me encontré en una situación similar. Reunir a mis camaradas, a mis amigos, y volver a formar junto a ellos una tripulación me habían ayudado a dejar atrás aquella oscura época. Pero ahora que nos habíamos decidido a llevar nuestro viaje un paso más allá, los fantasmas del pasado volvían para atormentarme. Y por triste o deprimente que fuese, emborracharme era lo único que los mantenía a raya.
- Qué pensarían aquellos que me siguen si me viesen ahora... - me lamentaba en voz alta. Todos a mi alrededor podían oírme, pero a ninguno le sorprendía que hablase solo. Después de todo, tan solo era un borracho más, o algún pobre desgraciado que se habría vuelto loco.
Mientras me ahogaba en la autocompasión y el alcohol barato, un grito de dolor me sacó de mis pensamientos y me trajo de vuelta a la realidad. Me di la vuelta, justo a tiempo de ver como un tipo se ponía en pie y se lanzaba contra otro. Enseguida intervino un tercero, que trató de sujetar al primero, pero un cuarto y un quinto se lanzaron de lleno a la refriega. En menos de un minuto el tranquilo y para nada agradable ambiente de la taberna se había convertido en un intercambio de puñetazos, patadas y golpes bajos de todo tipo.
- Lamentable... - murmuré, encogiéndome de hombros.
Me puse en pie y di otro trago a la cerveza, apurándola hasta el final. Dejé la jarra vacía sobre la barra. Para acto seguido, y sin tan siquiera pensármelo, meterme en mitad del tumulto y comenzar a repartir como el que más. Aquello no iba conmigo, pero me serviría para despejarme y, para que negarlo, para descargar la frustración que sentía.
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Felicidades capitán, eres todo un ejemplo para tu tripulación. Alcohol, peleas de bar, borracheras de semanas... no sé si eres alguien que sabe vivir o un perfecto imbécil. Por cierto, bonito derechazo, le has volado la mitad de los dientes a ese tío. En todo caso mientras estás en mitad de tu pelea un hombre entra en el bar, un tipo enorme, tan grande que apenas cabe en el local. Va vestido con una camiseta de asas blanca, pantalones deportivos negros y unas cadenas que lleva enganchadas en torno a su torso. Su pelo es negro, corto y ligeramente en punta y tiene una expresión feroz, luciendo una sonrisa que bien podría ser en realidad una mueca o algo... no parece que venga precisamente buscando alcohol. O al menos no solo alcohol.
- ¿Una pelea y nadie me ha invitado? - choca sus puños entre sí, con una sonrisa y se relame - Venga, dadme un buen espectáculo y tal vez os deje salir enteros.
Tengo una buena y una mala noticia que quiero compartir contigo. La buena es que aún me queda más de la mitad de mi botella de Nestea. La mala es que todo el mundo está retrocediendo y tratando de escaparse, algunos saltando por las ventanas y otros escondiéndose tras la barra o bajo mesas. Sin más objetivos cercanos, el tipo se fija en ti y se relame, soltando una fuerte risotada a continuación.
- ¿Y tú, enano? Muéstrame tu fuerza. Venga, te cedo el primer puñetazo.
Se agacha para quedar a tu altura mostrándose una mejilla, observándote con una expresión burlona. Por si lo dudabas... sí, es más fuerte que tú. ¿Pero cuándo ha sido eso un impedimento para ti?
- ¿Una pelea y nadie me ha invitado? - choca sus puños entre sí, con una sonrisa y se relame - Venga, dadme un buen espectáculo y tal vez os deje salir enteros.
Tengo una buena y una mala noticia que quiero compartir contigo. La buena es que aún me queda más de la mitad de mi botella de Nestea. La mala es que todo el mundo está retrocediendo y tratando de escaparse, algunos saltando por las ventanas y otros escondiéndose tras la barra o bajo mesas. Sin más objetivos cercanos, el tipo se fija en ti y se relame, soltando una fuerte risotada a continuación.
- ¿Y tú, enano? Muéstrame tu fuerza. Venga, te cedo el primer puñetazo.
Se agacha para quedar a tu altura mostrándose una mejilla, observándote con una expresión burlona. Por si lo dudabas... sí, es más fuerte que tú. ¿Pero cuándo ha sido eso un impedimento para ti?
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Con cada golpe que lograba encajar y, para que negarlo, con alguno que otro que recibía, la adrenalina y la emoción del momento fueron invadiendo mi cuerpo. Eso hizo que mi mente se despejase, al menos un poco. Lo suficiente como para ser consciente de que, de buenas a primeras, todos los participantes de la reyerta se retiraban con el rabo entre las piernas.
El tintineo de vasos y botellas, temblando con cada paso que daba el recién llegado, hicieron que centrase toda mi atención en él. A diferencia del resto, me mantuve en pie en el centro del local. Con la mirada clavada en aquel tipo tan peculiar. Era casi tan alto como Balagus, aunque con un aspecto mucho más... ¿humano? Pero independientemente de lo que aparentase, podía sentir en él una fuerza para nada desdeñable. Lo cual no hacía sino incrementar mi interés.
No obstante, la prepotencia que manifestó, en especial en su forma de dirigirse a mí, me hizo sentir especialmente molesto. Puede que no tuviese buen aspecto, y definitivamente no me encontraba en mi mejor momento. Pero de ahí a tratarme como si fuese uno más de aquel montón de cobardes... sin duda alguna debía darle una lección.
Sin pronunciar palabra alguna sacudí ligeramente la cabeza, tratando de despejarme un poco más. Alcé los brazos, en guardia, al tiempo que retrocedía la pierna derecha, ladeando ligeramente el torso. Me mantuve en esa posición, concentrándome durante unos instantes, mientras la piel de mi brazo derecho se endurecía ligeramente, volviéndose pétrea al tacto. Además, mi musculatura se vio ligeramente incrementada. Un mero indicio de un aumento de fuerza mucho mayor.
Preparado al fin, lancé un puñetazo con la diestra directo a la zona superior de su mandíbula, justo en el punto que él mismo me ofrecía. En mitad de la trayectoria imbuí el mismo con haki de armadura, aumentando aún más la potencia del golpe. Quizás estaba exagerando, pero por algún motivo sentía la imperiosa necesidad de demostrarle a aquel desconocido que se había equivocado al juzgarme.
El tintineo de vasos y botellas, temblando con cada paso que daba el recién llegado, hicieron que centrase toda mi atención en él. A diferencia del resto, me mantuve en pie en el centro del local. Con la mirada clavada en aquel tipo tan peculiar. Era casi tan alto como Balagus, aunque con un aspecto mucho más... ¿humano? Pero independientemente de lo que aparentase, podía sentir en él una fuerza para nada desdeñable. Lo cual no hacía sino incrementar mi interés.
No obstante, la prepotencia que manifestó, en especial en su forma de dirigirse a mí, me hizo sentir especialmente molesto. Puede que no tuviese buen aspecto, y definitivamente no me encontraba en mi mejor momento. Pero de ahí a tratarme como si fuese uno más de aquel montón de cobardes... sin duda alguna debía darle una lección.
Sin pronunciar palabra alguna sacudí ligeramente la cabeza, tratando de despejarme un poco más. Alcé los brazos, en guardia, al tiempo que retrocedía la pierna derecha, ladeando ligeramente el torso. Me mantuve en esa posición, concentrándome durante unos instantes, mientras la piel de mi brazo derecho se endurecía ligeramente, volviéndose pétrea al tacto. Además, mi musculatura se vio ligeramente incrementada. Un mero indicio de un aumento de fuerza mucho mayor.
Preparado al fin, lancé un puñetazo con la diestra directo a la zona superior de su mandíbula, justo en el punto que él mismo me ofrecía. En mitad de la trayectoria imbuí el mismo con haki de armadura, aumentando aún más la potencia del golpe. Quizás estaba exagerando, pero por algún motivo sentía la imperiosa necesidad de demostrarle a aquel desconocido que se había equivocado al juzgarme.
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La fuerza del impacto manda volando al gigantón, que destroza la pared del bar y la fachada del edificio del enfrente. Felicidades capitán, si tu intención era causar un barullo, lo has logrado. Y puedo mejorarte el día: tu rival parece más enfadado que herido, pues con un grito de rabia se levanta. Sí que parece cabreado, pues el suelo vibra por la intensidad de su rugido. Para cuando te das cuenta está de nuevo a tu lado y su puño está a punto de estamparse en tu cara, pero entonces un bastón se interpone en su trayectoria y el puño choca con una barrera invisible. A tu lado hay un hombre alto y de edad avanzada vestido con un elegante traje azul oscuro. Además de su bastón de gentleman lleva un fedora a juego con su chaqueta y una corbata negra perfectamente anudada. Tiene el pelo blanco y una mirada fría, de ojos azul intenso, que contrasta con su sonrisa.
- Detente Oodamui. A nuestro señor no le gustaría que destruyas su ciudad o mates a su invitado. Si usas toda tu fuerza en un sitio como este, serás el único superviviente.
El hombre gruñe y mira con ferocidad al anciano, pero baja el puño. Entonces inspira hondo varias veces y te mira con seriedad.
- Pegas fuerte, hombrecillo. Cuando logres ser poderoso ven a buscarme y midamos nuestro poder - muestra una sonrisa fiera y añade - Te veré en el Nuevo Mundo, si logras llegar.
Tras eso se gira y se va por el hueco que causó cuando lo mandaste volando. Te has dado cuenta mientras te hablaba de que pese a haber salido volando estaba intacto salvo por algo de polvo en sus ropas, no le has hecho ni un rasguño. Por cierto, entre su nombre, la mención al Nuevo Mundo y su aspecto te has dado cuenta de que sabes quién es: Oodamui el Boxeador, Comandante de la Quinta División de Shichi no Akuma. Sí, le has pegado a uno de los hombres de confianza de un puto Yonkou y has salido entero. Si los huevos no se te han subido a la garganta del susto, es posible que quieras fardar de esta anécdota o algo. El anciano te sonríe con amabilidad y te tiende una botella azul.
- Tome esto, señor Syxel. Es un tónico para rebajar el alcohol, no creo que quiera ir a visitar a nuestro señor en este estado. Aquí tiene la invitación; preséntese en la mansión de Tomatsu en cuatro horas.
Es probable que no quieras fiarte del viejales, pero alguien al que el mismísimo Oodamui obedece es una persona a tomar en cuenta. En todo caso, si miras la invitación verás en una impecable caligrafía un texto impersonal y escueto:
No tiene firma, pero tiene un sello en lacre rojo: un pentáculo invertido inscrito en un círculo. En fin, no tienes ni puñetera idea de cómo diablos vas a apañarte en caso de que pretendas ir, pues posiblemente no tengas encima vestimenta formal. Por no tener no tienes ni dinero. ¿Sabes siquiera dónde está Tomatsu? Por cierto, el amable anciano paga por ti los destrozos y tu consumición con un anillo de plata con el mismo símbolo que tu carta. El tabernero abre mucho los ojos y le hace una profunda reverencia al hombre, que sonríe y se desvanece en el aire sin dejar rastro. En fin, si no se te ocurre que hacer tal vez quieras echar un vistazo a esa catedral. Posiblemente tal vez quieras saquearla igual que el templo del pobre viejales de la última vez. O robarle al cura la sotana para no ir con tus ropas apestando a alcohol. Tal vez necesites también una ducha...
- Detente Oodamui. A nuestro señor no le gustaría que destruyas su ciudad o mates a su invitado. Si usas toda tu fuerza en un sitio como este, serás el único superviviente.
El hombre gruñe y mira con ferocidad al anciano, pero baja el puño. Entonces inspira hondo varias veces y te mira con seriedad.
- Pegas fuerte, hombrecillo. Cuando logres ser poderoso ven a buscarme y midamos nuestro poder - muestra una sonrisa fiera y añade - Te veré en el Nuevo Mundo, si logras llegar.
Tras eso se gira y se va por el hueco que causó cuando lo mandaste volando. Te has dado cuenta mientras te hablaba de que pese a haber salido volando estaba intacto salvo por algo de polvo en sus ropas, no le has hecho ni un rasguño. Por cierto, entre su nombre, la mención al Nuevo Mundo y su aspecto te has dado cuenta de que sabes quién es: Oodamui el Boxeador, Comandante de la Quinta División de Shichi no Akuma. Sí, le has pegado a uno de los hombres de confianza de un puto Yonkou y has salido entero. Si los huevos no se te han subido a la garganta del susto, es posible que quieras fardar de esta anécdota o algo. El anciano te sonríe con amabilidad y te tiende una botella azul.
- Tome esto, señor Syxel. Es un tónico para rebajar el alcohol, no creo que quiera ir a visitar a nuestro señor en este estado. Aquí tiene la invitación; preséntese en la mansión de Tomatsu en cuatro horas.
Es probable que no quieras fiarte del viejales, pero alguien al que el mismísimo Oodamui obedece es una persona a tomar en cuenta. En todo caso, si miras la invitación verás en una impecable caligrafía un texto impersonal y escueto:
- A la atención del capitán Silver D. Syxel,
Queda usted invitado a una cena en la casa del gobernador a las ocho de la tarde del presente día. Se ruega vestimenta formal.
No tiene firma, pero tiene un sello en lacre rojo: un pentáculo invertido inscrito en un círculo. En fin, no tienes ni puñetera idea de cómo diablos vas a apañarte en caso de que pretendas ir, pues posiblemente no tengas encima vestimenta formal. Por no tener no tienes ni dinero. ¿Sabes siquiera dónde está Tomatsu? Por cierto, el amable anciano paga por ti los destrozos y tu consumición con un anillo de plata con el mismo símbolo que tu carta. El tabernero abre mucho los ojos y le hace una profunda reverencia al hombre, que sonríe y se desvanece en el aire sin dejar rastro. En fin, si no se te ocurre que hacer tal vez quieras echar un vistazo a esa catedral. Posiblemente tal vez quieras saquearla igual que el templo del pobre viejales de la última vez. O robarle al cura la sotana para no ir con tus ropas apestando a alcohol. Tal vez necesites también una ducha...
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El resultado provocado por el golpe resulta ser mucho más exagerado de lo que cabría esperar. Pues el enorme desconocido salió despedido, causando graves destrozos en la taberna y el edificio de enfrente. Por un instante me planteé si realmente se me había ido de las manos. Pero en cuanto le vi levantarse, sacudirse de encima los escombros sin daño alguno y dirigirse hacia mi enfurecido, me di cuenta de que lo cierto era que no había sido suficiente.
Mientras el beligerante individuo avanzaba hacia mí con alarmantes intenciones me llevé la mano a la cadera, buscando la empuñadura de mi espada. Pero tan solo palpé el aire donde esta debía estar, y recordé entonces por qué no la llevaba encima. Tragué saliva, pues ya le tenía encima, y mientras alzaba su puño con la clara intención de devolverme el golpe, me preparé para encajarlo. Mas no fue necesario, ya que este se detuvo de súbito, generando una corriente de aire que me revolvió la cabellera.
Parpadeé perplejo y dirigí la mirada al recién llegado. Un hombre de avanzada edad, trajeado y exageradamente formal, que había logrado detener a aquel gigante sin aparente esfuerzo y, lo que resultaba aún más inquietante, tranquilizarle con apenas un par de frases. Escuché lo que ambos dijeron con atención y, en ese preciso momento, quedé paralizado. La boca se me secó por completo y un sudor frío me recorrió la espalda. Con la mente despejada y ya prácticamente libre de los efectos del alcohol, no fue difícil encajar las piezas del puzzle. ¿Dónde cojones me había metido?
Sin mediar palabra, extendí la mano y tomé la pequeña botella que el anciano me ofrecía, así como la carta que la acompañaba. No necesitaba aquel brebaje, dado que mi peculiar condición me complicaba enormemente la tarea de embriagarme, y cuando lo lograba, no duraba demasiado. Pero tampoco me atreví a rechazar su oferta. Lo que si hice fue leer el contenido de la carta que, aunque breve, resultaba cuánto menos interesante. Alcé la vista del papel y mi mirada se encontró con la de aquel hombre. Supuse que aguardaba una respuesta, por lo que me limité a asentir. Él tampoco añadió palabra alguna, y tras compensar al dueño del local entregándole un extraño anillo, desapareció sin más.
Durante al menos un par de minutos permanecí allí, en pie, inmóvil en el mismo punto. Sosteniendo la botella en una mano y la invitación en la otra. Dándole vueltas a cuanto acababa de suceder, asimilando la situación en la que me encontraba y tratando de decidir lo que debía hacer a continuación. En el mejor de los casos, aceptar la invitación podría ayudarme a resolver aquello por lo que mi tripulación y yo nos habíamos separado. Y en el peor, disfrutaría de una cena gratis y me ahorraría reducir el ya mermado peso de mi bolsa. Mi bolsa…
- Hijos de… - maldije en voz alta al ser consciente de que esta había desaparecido. A saber dónde o cuándo la habría perdido. - Hay que joderse.
Poco podría hacer ya para resolver ese asunto, por lo que traté de centrarme. Releí una vez más la invitación, para luego guardar esta y el tónico en los bolsillos de mi abrigo. Lo primero sería encontrar el lugar indicado. Y dado que no tenía ni la más mínima idea de a donde debía ir, volví a acercarme a la barra para dirgirme al tabernero.
- ¿Cómo puedo llegar hasta Tomatsu? - pregunté sin más.
Mientras el beligerante individuo avanzaba hacia mí con alarmantes intenciones me llevé la mano a la cadera, buscando la empuñadura de mi espada. Pero tan solo palpé el aire donde esta debía estar, y recordé entonces por qué no la llevaba encima. Tragué saliva, pues ya le tenía encima, y mientras alzaba su puño con la clara intención de devolverme el golpe, me preparé para encajarlo. Mas no fue necesario, ya que este se detuvo de súbito, generando una corriente de aire que me revolvió la cabellera.
Parpadeé perplejo y dirigí la mirada al recién llegado. Un hombre de avanzada edad, trajeado y exageradamente formal, que había logrado detener a aquel gigante sin aparente esfuerzo y, lo que resultaba aún más inquietante, tranquilizarle con apenas un par de frases. Escuché lo que ambos dijeron con atención y, en ese preciso momento, quedé paralizado. La boca se me secó por completo y un sudor frío me recorrió la espalda. Con la mente despejada y ya prácticamente libre de los efectos del alcohol, no fue difícil encajar las piezas del puzzle. ¿Dónde cojones me había metido?
Sin mediar palabra, extendí la mano y tomé la pequeña botella que el anciano me ofrecía, así como la carta que la acompañaba. No necesitaba aquel brebaje, dado que mi peculiar condición me complicaba enormemente la tarea de embriagarme, y cuando lo lograba, no duraba demasiado. Pero tampoco me atreví a rechazar su oferta. Lo que si hice fue leer el contenido de la carta que, aunque breve, resultaba cuánto menos interesante. Alcé la vista del papel y mi mirada se encontró con la de aquel hombre. Supuse que aguardaba una respuesta, por lo que me limité a asentir. Él tampoco añadió palabra alguna, y tras compensar al dueño del local entregándole un extraño anillo, desapareció sin más.
Durante al menos un par de minutos permanecí allí, en pie, inmóvil en el mismo punto. Sosteniendo la botella en una mano y la invitación en la otra. Dándole vueltas a cuanto acababa de suceder, asimilando la situación en la que me encontraba y tratando de decidir lo que debía hacer a continuación. En el mejor de los casos, aceptar la invitación podría ayudarme a resolver aquello por lo que mi tripulación y yo nos habíamos separado. Y en el peor, disfrutaría de una cena gratis y me ahorraría reducir el ya mermado peso de mi bolsa. Mi bolsa…
- Hijos de… - maldije en voz alta al ser consciente de que esta había desaparecido. A saber dónde o cuándo la habría perdido. - Hay que joderse.
Poco podría hacer ya para resolver ese asunto, por lo que traté de centrarme. Releí una vez más la invitación, para luego guardar esta y el tónico en los bolsillos de mi abrigo. Lo primero sería encontrar el lugar indicado. Y dado que no tenía ni la más mínima idea de a donde debía ir, volví a acercarme a la barra para dirgirme al tabernero.
- ¿Cómo puedo llegar hasta Tomatsu? - pregunté sin más.
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El tabernero te dirige una mirada extraña. Crees captar una mezcla de duda y desconfianza con miedo. Sin embargo esta no tarda en desaparecer sustituida por una actitud cortés en cuanto te responde:
- Está en el interior de la isla, a unos treinta kilómetros. El camino que sale de la puerta este va directo a allí. Si no quieres pegarte la caminata, hay una diligencia que sale de los establos de esa puerta cada tres horas.
Bien, no tienes dinero y probablemente ese carruaje no sea gratis. Además no sabes los horarios. ¿Cuál será tu decisión ahora? Dado que hay un camino, si decides ir volando no debería perderte. Sólo queda esperar que nadie te impida pasar por ir vestido de esta manera y apestando a alcohol, pero si se limitan a mirarte mal no creo ni que te importe demasiado, ¿verdad?
- Está en el interior de la isla, a unos treinta kilómetros. El camino que sale de la puerta este va directo a allí. Si no quieres pegarte la caminata, hay una diligencia que sale de los establos de esa puerta cada tres horas.
Bien, no tienes dinero y probablemente ese carruaje no sea gratis. Además no sabes los horarios. ¿Cuál será tu decisión ahora? Dado que hay un camino, si decides ir volando no debería perderte. Sólo queda esperar que nadie te impida pasar por ir vestido de esta manera y apestando a alcohol, pero si se limitan a mirarte mal no creo ni que te importe demasiado, ¿verdad?
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Tras escuchar las indicaciones de aquel hombre, y sin dar mayor importancia a la mirada que me había dirigido, me limité a darle las gracias por la información y abandonar el local. Caminé durante unos minutos por las calles, dirigiéndome al este, y no pasé por alto el hecho de la gente con la que me cruzaba no dejaba de observarme. Sin duda debido al aspecto que debía tener, por no hablar del olor a alcohol que se negaba a abandonarme. Pero hasta que no resolviese mi pequeño problema de efectivo, o más bien la falta del mismo, poco podría hacer para solucionarlo. Aunque tampoco es que me preocupase demasiado.
Al cabo de un rato me encontraba ya en la puerta este, la misma que el tabernero me había indicado. Recorrí con la mirada el amplio camino que se extendía ante mí, hasta perderse hacia el interior de la isla. Decidido a no perder más tiempo comencé a avanzar. Dando pasas cada vez más rápido, hasta casi ir corriendo, y en cuanto hube avanzado unos metros di un salto y, en mitad del mismo, mi cuerpo comenzó a cambiar. En lugar de que mis pies volviesen a tocar tierra fui ascendiendo, alejándome cada vez más del suelo mientras batía con fuerza un par de emplumadas alas.
No necesitaba de ningún servicio ni transporte, y mucho menos pensaba ir a pie. Adoptando la forma de un halcón podría ir volando y recorrer esa distancia sería tarea fácil, por lo que así lo hice. Manteniéndome a buena altura, pero lo suficientemente cerca para no perder de vista el camino, continué sobrevolándolo. Aunque aquella no era una experiencia nueva para mí, volar de esa forma era algo diferente, especial. El sentimiento de libertad que podía sentir me recordaba a cuándo comencé a navegar.
Dirigí la vista al espeso bosque que tenía debajo. Este había ido creciendo desde que salí de Seikyu hasta ocupar prácticamente todo el territorio que alcanzaba a ver ahora. No obstante, el camino se habría paso a través del mismo, y continué siguiéndolo hasta llegar a la que supuse, sería Tomatsu.
La ciudad que ahora veía ante mi parecía más un pueblo, aunque bastante grande, y al igual que el camino estaba completamente rodeado por bosque. Me disponía a descender, pero encontré un segundo sendero, el cual se alejaba hasta llegar a una enorme mansión cercana.
“Ha sido más rápido de lo que esperaba”.
Descendí en picado frente a la misma. Y para cuando volví a pisar tierra ya había vuelto a mi forma humana. Dirigiéndome entonces a la entrada me sacudí un poco el abrigo y me atusé el pelo, inútilmente. Nada de eso serviría de mucho, pero al menos el paseo aéreo me había servido para quitarme de encima el olor a alcohol. Lástima no poder decir lo mismo de la ropa que llevaba. Una vez estuviese frente a la puerta sacaría la invitación que llevaba en el bolsillo y llamaría a la misma.
Al cabo de un rato me encontraba ya en la puerta este, la misma que el tabernero me había indicado. Recorrí con la mirada el amplio camino que se extendía ante mí, hasta perderse hacia el interior de la isla. Decidido a no perder más tiempo comencé a avanzar. Dando pasas cada vez más rápido, hasta casi ir corriendo, y en cuanto hube avanzado unos metros di un salto y, en mitad del mismo, mi cuerpo comenzó a cambiar. En lugar de que mis pies volviesen a tocar tierra fui ascendiendo, alejándome cada vez más del suelo mientras batía con fuerza un par de emplumadas alas.
No necesitaba de ningún servicio ni transporte, y mucho menos pensaba ir a pie. Adoptando la forma de un halcón podría ir volando y recorrer esa distancia sería tarea fácil, por lo que así lo hice. Manteniéndome a buena altura, pero lo suficientemente cerca para no perder de vista el camino, continué sobrevolándolo. Aunque aquella no era una experiencia nueva para mí, volar de esa forma era algo diferente, especial. El sentimiento de libertad que podía sentir me recordaba a cuándo comencé a navegar.
Dirigí la vista al espeso bosque que tenía debajo. Este había ido creciendo desde que salí de Seikyu hasta ocupar prácticamente todo el territorio que alcanzaba a ver ahora. No obstante, el camino se habría paso a través del mismo, y continué siguiéndolo hasta llegar a la que supuse, sería Tomatsu.
La ciudad que ahora veía ante mi parecía más un pueblo, aunque bastante grande, y al igual que el camino estaba completamente rodeado por bosque. Me disponía a descender, pero encontré un segundo sendero, el cual se alejaba hasta llegar a una enorme mansión cercana.
“Ha sido más rápido de lo que esperaba”.
Descendí en picado frente a la misma. Y para cuando volví a pisar tierra ya había vuelto a mi forma humana. Dirigiéndome entonces a la entrada me sacudí un poco el abrigo y me atusé el pelo, inútilmente. Nada de eso serviría de mucho, pero al menos el paseo aéreo me había servido para quitarme de encima el olor a alcohol. Lástima no poder decir lo mismo de la ropa que llevaba. Una vez estuviese frente a la puerta sacaría la invitación que llevaba en el bolsillo y llamaría a la misma.
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En el momento en que vas a llamar la puerta se abre. Delante tuya hay una criatura difícilmente calificable como humana. En cierto modo lo es, pero tiene patas de cabra con pezuñas verdes relucientes, piel ligeramente rojiza, ojos brillantes de tonos de dorado y blanco sin esclerótica ni pupila y de tonos cambiantes que parece imitar la lava y dos pequeñas alas de murciélago rojas en su espalda. Va vestido con un traje de mayordomo.
- El señor Syxel, supongo - coge tu invitación - Llega usted tres horas, cuarenta y dos minutos y seis segundos antes de la hora - dice, comprobando un reloj de bolsillo de oro - Por favor, acompáñeme. Su Majestad aún está ocupado con sus asuntos y la fiesta no comenzará hasta dentro de media hora, así que le llevaré a un sitio donde podrá... - te mira de arriba a abajo, mientras busca una palabra apropiada - adecentarse.
Te dirige una sonrisa enigmática, mostrando una boca llena de dientes alargados y afilados como cuchillas, y se da la vuelta. Supongo que no eres lo bastante cafre como para no seguirle, pero si así lo decides ignora el resto del post tras la descripción del hall. Te hayas en una habitación enorme, y frente a ti hay una puerta descomunal de doble hoja con un relieve de una calavera humana rodeada por un pentáculo. A cada lado de la estancia hay tres puertas más pequeñas y una escalera de caracol que da a una balconada interior. El extraño mayordomo se dirige a la escalera de la derecha, guiándote a la parte de arriba. En la parte de arriba hay otra buena cantidad de puertas, tanto en las paredes de los lados como la de enfrente de la fachada. Sin más el sátiro entra por la tercera y llegáis a un baño de lo que sólo se puede definir como lujo y derroche. Hay una enorme bañera dorada donde podrías tranquilamente echarte unos largos, una puerta con un cartel donde pone "sauna", infinidad de sales de baño y una máquina de masajes. De fondo suena música suave.
- Tan sólo indíqueme si desea alguna clase de ropa en concreto. Llevaré a la lavandería la que lleva ahora. Si desea cualquier cosa, no tiene más que tocar la campanilla. Ahora disfrute y relájese, en esta casa nuestra prioridad es el placer de los huéspedes - vuelve a sonreír de manera extraña. ¿O es sólo que es tan raro que todo lo que hace lo parece? - E insisto, cualquier cosa. Su Majestad nos ha dado orden de complacer sus deseos.
- El señor Syxel, supongo - coge tu invitación - Llega usted tres horas, cuarenta y dos minutos y seis segundos antes de la hora - dice, comprobando un reloj de bolsillo de oro - Por favor, acompáñeme. Su Majestad aún está ocupado con sus asuntos y la fiesta no comenzará hasta dentro de media hora, así que le llevaré a un sitio donde podrá... - te mira de arriba a abajo, mientras busca una palabra apropiada - adecentarse.
Te dirige una sonrisa enigmática, mostrando una boca llena de dientes alargados y afilados como cuchillas, y se da la vuelta. Supongo que no eres lo bastante cafre como para no seguirle, pero si así lo decides ignora el resto del post tras la descripción del hall. Te hayas en una habitación enorme, y frente a ti hay una puerta descomunal de doble hoja con un relieve de una calavera humana rodeada por un pentáculo. A cada lado de la estancia hay tres puertas más pequeñas y una escalera de caracol que da a una balconada interior. El extraño mayordomo se dirige a la escalera de la derecha, guiándote a la parte de arriba. En la parte de arriba hay otra buena cantidad de puertas, tanto en las paredes de los lados como la de enfrente de la fachada. Sin más el sátiro entra por la tercera y llegáis a un baño de lo que sólo se puede definir como lujo y derroche. Hay una enorme bañera dorada donde podrías tranquilamente echarte unos largos, una puerta con un cartel donde pone "sauna", infinidad de sales de baño y una máquina de masajes. De fondo suena música suave.
- Tan sólo indíqueme si desea alguna clase de ropa en concreto. Llevaré a la lavandería la que lleva ahora. Si desea cualquier cosa, no tiene más que tocar la campanilla. Ahora disfrute y relájese, en esta casa nuestra prioridad es el placer de los huéspedes - vuelve a sonreír de manera extraña. ¿O es sólo que es tan raro que todo lo que hace lo parece? - E insisto, cualquier cosa. Su Majestad nos ha dado orden de complacer sus deseos.
Syxel
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El aspecto de la criatura que acababa de abrir la puerta, por sorprendente que parezca, no era lo más extraño que había visto a lo largo del día. Por lo que, tras un par de segundos para reponerme de la sorpresa inicial, le tendí la invitación. De manera casi instintiva centré mi kenbunshoku haki él, y aunque la presencia que pude sentir era demasiado... extraña, no parecía tener intenciones hostiles. Aun así, escuché lo que decía sin bajar la guardia.
- Lamento presentarme así, pero he tenido unas semanas complicadas - me limité a excusarme tras su esperado reproche sobre mi aspecto.
Sin añadir nada más dio media vuelta y echó a andar. Atravesé el umbral y le seguí en silencio, pero observando cada detalle a nuestro alrededor a medida que avanzábamos. La decoración interior se diferenciaba mucho del estilo de la edificación que había podido apreciar desde fuera. Todo estaba lleno de cráneos, estrellas de cinco puntas y simbología similar. A eso le sumaba el encuentro con Oodamui en la taberna, y la referencia de quién me había recibido a su majestad cuando supuestamente había sido invitado por el gobernador. Definitivamente, en mi cabeza estaba dando vueltas a idea demasiado disparatada. ¿Cómo de improbable sería opción?
Dejé de darle vueltas por un momento cuando atravesamos otra puerta, encontrándonos en lo que parecía ser un baño de proporciones exageradas. Di varios pasos, dejando atrás a mi acompañante, y una media sonrisa se dibujó en mi rostro. Le escuché mientras me quitaba el abrigo y la camisa, y cuando terminó de hablar, me giré hacia él arqueando una ceja. Todo parecía demasiado surrealista, pero a la par era una situación tan sumamente atractiva que me costaba resistirme. Decidido a dejarme llevar, me acerqué a un pequeño banco cercano y tomé asiento para quitarme las botas. Mientras, le di algunas indicaciones muy concretas sobre la vestimenta que quería. Me puse en pie de nuevo y el tipo continuaba allí, mirándome fijamente.
- Si aún me quedan unas horas, supongo que podría comer algo y disfrutar de compañía - continué, terminando de desvestirme, para luego introducirme en la enorme bañera. La sensación del agua caliente cubriéndome tras tantos días era reconfortante. Así que me apoyé de espaldas al borde y me permití relajarme un rato.
- Lamento presentarme así, pero he tenido unas semanas complicadas - me limité a excusarme tras su esperado reproche sobre mi aspecto.
Sin añadir nada más dio media vuelta y echó a andar. Atravesé el umbral y le seguí en silencio, pero observando cada detalle a nuestro alrededor a medida que avanzábamos. La decoración interior se diferenciaba mucho del estilo de la edificación que había podido apreciar desde fuera. Todo estaba lleno de cráneos, estrellas de cinco puntas y simbología similar. A eso le sumaba el encuentro con Oodamui en la taberna, y la referencia de quién me había recibido a su majestad cuando supuestamente había sido invitado por el gobernador. Definitivamente, en mi cabeza estaba dando vueltas a idea demasiado disparatada. ¿Cómo de improbable sería opción?
Dejé de darle vueltas por un momento cuando atravesamos otra puerta, encontrándonos en lo que parecía ser un baño de proporciones exageradas. Di varios pasos, dejando atrás a mi acompañante, y una media sonrisa se dibujó en mi rostro. Le escuché mientras me quitaba el abrigo y la camisa, y cuando terminó de hablar, me giré hacia él arqueando una ceja. Todo parecía demasiado surrealista, pero a la par era una situación tan sumamente atractiva que me costaba resistirme. Decidido a dejarme llevar, me acerqué a un pequeño banco cercano y tomé asiento para quitarme las botas. Mientras, le di algunas indicaciones muy concretas sobre la vestimenta que quería. Me puse en pie de nuevo y el tipo continuaba allí, mirándome fijamente.
- Si aún me quedan unas horas, supongo que podría comer algo y disfrutar de compañía - continué, terminando de desvestirme, para luego introducirme en la enorme bañera. La sensación del agua caliente cubriéndome tras tantos días era reconfortante. Así que me apoyé de espaldas al borde y me permití relajarme un rato.
Ivan Markov
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El se ríe con suavidad y niega con la cabeza. Parece en cierto modo decepcionado.
- Esta es la casa del placer, capitán. Podría haber concretado cuanto deseara: sexo, etnia, color de pelo, edad, raza... incluso el número - te vuelve a examinar de arriba a abajo - Pero supongo que es usted de gustos sencillos. En nada vendrán un par de nuestras chicas a hacerle la espera más agradable - vuelve a sonreír mostrando sus afilados colmillos - Con comida, claro.
Sale de la estancia con tu ropa vieja, mientras te bañas. Tras tus desventuras en la ciudad y tu vuelo hacia el interior de la isla, el agua caliente relaja tus músculos y resulta extremadamente agradable. De hecho rara vez te has sentido tan en paz. Todas tus preocupaciones dejan de tener importancia y pasan a un segundo plano. ¿Qué importa mientras puedas seguir ahí, simplemente flotando en el agua? ¿Para qué echarse a la búsqueda de tesoros? Para cuando te das cuenta te has adormecido en el agua y has estado a punto de quedarte dormido. Entonces te percatas de que no estás solo en la bañera, y ves a dos mujeres entrando en el agua. Una es bajita y pelirroja, mientras que la otra es morena de pelo y piel. Aunque son hermosas, no son algo de otro mundo; has visto ya a otras capaces de quitarte el aliento a muchos hombres con una mirada. Y sin embargo hay algo en ella que inflama al momento tu deseo. Tal vez sea su actitud, su sonrisa al acercarse a ti y echarse encima tuya, o algo más. ¿Tiene importancia, sin embargo, cuál es la causa? Todo lo que cabe en tu mente ahora es la arrolladora necesidad de complacer tus más bajos impulsos.
Unos cuantos revolcones, botellas de cava y bandejas de canapés después, la puerta del baño se abre y el ser de antes entra con una maleta llena de ropa limpia. Puedes elegir el aspecto del traje que llevarás; parece que se haya traído un armario entero para que escojas y hay de todo un poco, aunque en general muchos de los conjuntos parecen ropa elegante de estética pirata. No parece que sea hora de seguir divirtiéndose, pues tras dejarlo todo junto a la bañera se retira a una esquina, y las chicas salen del agua cogiendo toallas.
- Su Majestad os recibirá el breves. Ya que os ha hecho el honor de haceros un hueco y atenderos antes, os aconsejaría no retrasaros.
- Esta es la casa del placer, capitán. Podría haber concretado cuanto deseara: sexo, etnia, color de pelo, edad, raza... incluso el número - te vuelve a examinar de arriba a abajo - Pero supongo que es usted de gustos sencillos. En nada vendrán un par de nuestras chicas a hacerle la espera más agradable - vuelve a sonreír mostrando sus afilados colmillos - Con comida, claro.
Sale de la estancia con tu ropa vieja, mientras te bañas. Tras tus desventuras en la ciudad y tu vuelo hacia el interior de la isla, el agua caliente relaja tus músculos y resulta extremadamente agradable. De hecho rara vez te has sentido tan en paz. Todas tus preocupaciones dejan de tener importancia y pasan a un segundo plano. ¿Qué importa mientras puedas seguir ahí, simplemente flotando en el agua? ¿Para qué echarse a la búsqueda de tesoros? Para cuando te das cuenta te has adormecido en el agua y has estado a punto de quedarte dormido. Entonces te percatas de que no estás solo en la bañera, y ves a dos mujeres entrando en el agua. Una es bajita y pelirroja, mientras que la otra es morena de pelo y piel. Aunque son hermosas, no son algo de otro mundo; has visto ya a otras capaces de quitarte el aliento a muchos hombres con una mirada. Y sin embargo hay algo en ella que inflama al momento tu deseo. Tal vez sea su actitud, su sonrisa al acercarse a ti y echarse encima tuya, o algo más. ¿Tiene importancia, sin embargo, cuál es la causa? Todo lo que cabe en tu mente ahora es la arrolladora necesidad de complacer tus más bajos impulsos.
Unos cuantos revolcones, botellas de cava y bandejas de canapés después, la puerta del baño se abre y el ser de antes entra con una maleta llena de ropa limpia. Puedes elegir el aspecto del traje que llevarás; parece que se haya traído un armario entero para que escojas y hay de todo un poco, aunque en general muchos de los conjuntos parecen ropa elegante de estética pirata. No parece que sea hora de seguir divirtiéndose, pues tras dejarlo todo junto a la bañera se retira a una esquina, y las chicas salen del agua cogiendo toallas.
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