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Una alta figura ataviada con una negra chilaba se acercaba a paso ligero al destartalado bar. Su cara estaba cubierta por un turbante del mismo color que sus ropas, las cuales estaban llenas de arena. El bar estaba apartado de la sociedad y se encontraba en un barrio marginal y empobrecido. La madera de la puerta parecía mal tallada y el enorme letrero estaba inclinado, mientras rezaba el nombre de La Serpiente de Arena. Pero aquello, a la clientela, no le importaba. La gente que regentaba aquel bar era de mala calaña y tan solo quería hacer sombríos negocios y beber como patos. La figura entró, dando un empujón a la puerta. Después de todo, aquel era su establecimiento. El jolgorio que había en su interior se detuvo de golpe. La figura se descubrió la cara, mostrando un rostro atractivo de altos pómulos, con una cicatriz cruzando su ojo derecho. Todo el mundo levantó su copa y gritó con alegría, excepto una persona.
─¿Eres idiota? Te marchas a hacer vete tú a saber el qué y mientras yo aquí, sola.
Nikola, su socia del bar, camarera y amante era una mujer de piel morena y castaños cabellos, con claros ojos verdes que destacaban en su oscura tez. Worgen sonrió con picardía y la besó, con una mano en la cintura de la chica, recibiendo una sutil bofetada.
─He ido a rellenar nuestras arcas -dijo mientras se quitaba la túnica y el turbante, a la par que le tiraba a Nikola una bolsa llena de monedas -. Parece que los puestos mercantiles de carne prosperan.
─¿Ya has robado al viejo Oswald? -dijo un borracho, rodeándole con el brazo. Worgen veía como Nikola seguía con su trabajo tras guardarse la bolsa -. Sabes que ese desgraciado no se corta un pelo y viene con toda su familia de endógamos.
─Tranquilo -contestó Worgen, mientras se quitaba el brazo del borracho de encima -. Ese no es problema mío.
Y se sentó en la barra de su propio bar mientras el hombre lo observaba confuso por aquella extraña declaración. Se sirvió él mismo una botella de ron de debajo de la barra, pues ya sabía donde estaban. y dio un largo trago a morro, esperando. A los dos minutos se sentó una figura encapuchada a su lado. Nikola le colocó una jarra en silencio y el ladrón se la llenó del ron que estaba bebiendo.
─Creía que no vendrías.
─Los buenos golpes se hacen esperar -contestó el encapuchado, arrastrando las palabras -. Así que… tienes un buen golpe, ¿no?
Worgen pretendía hacer un último golpe con la ayuda del hombre más peligroso de Hauoli. El único matón que no pertenecía a Los Cobras y que aún así tenía una peligrosa fama en la isla. La intención de Worgen, por una vez en toda su vida, no tenía tonos traicioneros, pues no podía arriesgarse a morir a manos del gran Martillo, que era como lo llamaban. Su intención era dividir el botín… y marcharse de Hauoli con él.
─Es sencillo -dijo en un susurro -. Tú y yo cogeremos un camello, viajaremos hasta el otro lado del río, entraremos en el templo y…
─¿Templo? -su voz se notaba ahora con un ligero nerviosismo -¿Y enfadar al mafioso más peligroso de la isla?
─¿Ese no eras tú?
─Hablo del gobernador, gilipollas. Tiene ojos por todas partes, seguro que tiene el puñetero templo vigilado.
─¡Por eso! Debe tener algo bueno y valioso, seguro que…
─No pienso participar en tu suicidio colectivo.
Y se marchó, tirando el vaso de ron al suelo. Worgen apretó los puños, conteniendo la rabia. ¿Es que todo el mundo en esa isla eran unos puñeteros cobardes? Dio un golpe a la mesa, enfadado. Nikola lo miró, sabiendo que en aquel momento era mejor no decirle nada.
─¿Eres idiota? Te marchas a hacer vete tú a saber el qué y mientras yo aquí, sola.
Nikola, su socia del bar, camarera y amante era una mujer de piel morena y castaños cabellos, con claros ojos verdes que destacaban en su oscura tez. Worgen sonrió con picardía y la besó, con una mano en la cintura de la chica, recibiendo una sutil bofetada.
─He ido a rellenar nuestras arcas -dijo mientras se quitaba la túnica y el turbante, a la par que le tiraba a Nikola una bolsa llena de monedas -. Parece que los puestos mercantiles de carne prosperan.
─¿Ya has robado al viejo Oswald? -dijo un borracho, rodeándole con el brazo. Worgen veía como Nikola seguía con su trabajo tras guardarse la bolsa -. Sabes que ese desgraciado no se corta un pelo y viene con toda su familia de endógamos.
─Tranquilo -contestó Worgen, mientras se quitaba el brazo del borracho de encima -. Ese no es problema mío.
Y se sentó en la barra de su propio bar mientras el hombre lo observaba confuso por aquella extraña declaración. Se sirvió él mismo una botella de ron de debajo de la barra, pues ya sabía donde estaban. y dio un largo trago a morro, esperando. A los dos minutos se sentó una figura encapuchada a su lado. Nikola le colocó una jarra en silencio y el ladrón se la llenó del ron que estaba bebiendo.
─Creía que no vendrías.
─Los buenos golpes se hacen esperar -contestó el encapuchado, arrastrando las palabras -. Así que… tienes un buen golpe, ¿no?
Worgen pretendía hacer un último golpe con la ayuda del hombre más peligroso de Hauoli. El único matón que no pertenecía a Los Cobras y que aún así tenía una peligrosa fama en la isla. La intención de Worgen, por una vez en toda su vida, no tenía tonos traicioneros, pues no podía arriesgarse a morir a manos del gran Martillo, que era como lo llamaban. Su intención era dividir el botín… y marcharse de Hauoli con él.
─Es sencillo -dijo en un susurro -. Tú y yo cogeremos un camello, viajaremos hasta el otro lado del río, entraremos en el templo y…
─¿Templo? -su voz se notaba ahora con un ligero nerviosismo -¿Y enfadar al mafioso más peligroso de la isla?
─¿Ese no eras tú?
─Hablo del gobernador, gilipollas. Tiene ojos por todas partes, seguro que tiene el puñetero templo vigilado.
─¡Por eso! Debe tener algo bueno y valioso, seguro que…
─No pienso participar en tu suicidio colectivo.
Y se marchó, tirando el vaso de ron al suelo. Worgen apretó los puños, conteniendo la rabia. ¿Es que todo el mundo en esa isla eran unos puñeteros cobardes? Dio un golpe a la mesa, enfadado. Nikola lo miró, sabiendo que en aquel momento era mejor no decirle nada.
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Los labios del pirata se torcieron en una mueca de disgusto, apenas ocultada por el cuello de su chaqueta o la sombra que proyectaba el sombrero sobre su rostro. «¿Cinco mil berries por una botella de vino? Ni yo timo de forma tan descarada» se quejaba internamente, observando la botella del Gran Reserva que sostenía entre sus dedos. «Ya tiene que saber tan bien como suave es el tacto de la piel de una prostituta de lujo, porque si no, no lo entiendo». Casi se encontraba indignado, y con cada segundo dedicado a darle vueltas parecía que aquella sensación iba en aumento poco a poco. Alzó la cabeza entonces para observar al regente de la bodega, cuyos ojos le observaban con una mezcla de inquietud y miedo. Quizá que el acero de Duncan se encontrase peligrosamente cerca de su yugular tuviera algo que ver.
─ Bebida de reyes, dices -su tono se elevó entre los lloriqueos del cano comerciante-. ¿De qué estaban hechas las uvas? ¿De oro?
─ E-es vino envejecido durante diez años, caballero... Supone mucho esfuerzo, dedicación y cuidado producir lotes de tal calidad... No es como si hubiera que ser un experto para...
Un sonido pomposo recorrió la sala en el momento en que Deian descorchó la valiosa botella. Echó un vistazo al interior de la misma por la boquilla y acercó la nariz para notar el aroma del licor, segundos antes de llevársela a la boca y dar unos cuantos tragos, sin tomarse el más mínimo momento para degustar la bebida. Huelga decir que no tenía mucha idea de vinos ni de la forma en la que debían ser catados o apreciados. Mejor dicho, sí lo sabía, pero poco le interesaba e incluso consideraba que se trataba de una completa majadería. Tras vaciar prácticamente media botella, soltó un sonoro suspiro al sentir el calor del alcohol ascender por su pecho y garganta.
─ Bah... No está mal, pero prefiero el ron. Y es más barato -se encogió de hombros-. En fin. Chase...
El vigía se acercó al capitán, que le tendió la botella de vino y dio media vuelta, dispuesto a salir del local.
─ Como ordene, capitán -se limitó a responder, aprovechando para dar un sorbo antes de estrellar el recipiente sobre la cabeza del comerciante, rompiendo el vidrio y haciendo que cayera sobre la madera del suelo, inconsciente.
─ Qué desperdicio de vino... -murmuró Duncan mientras envainaba la espada, negando levemente con la cabeza-. ¿A qué estáis esperando? -preguntó al aire, dirigiéndose a los tripulantes que allí se encontraban-. Guardadlo todo en cajas y llevadlo a la bodega. ¡Rápido!
La Espina Negra se encontraba atracada en uno de los puertos fluviales de Hauoli, no demasiado lejos de allí. La ciudad, de carácter oriental, era transitada por innumerables personas, ya fueran ciudadanos o comerciantes y tenderos. El bullicio era notable, casi tanto como el calor que hacía. Deian casi se arrepentía de levar puesta su chaqueta, pero si quería destacar no podía permitirse el lujo de ir con una simple camisa. Quizá fuera buena idea hacerse con algún turbante, pese a ello, pero no tendría la misma clase que su preciado sombrero. Tampoco importaba demasiado, aguantaría como alguien rudo y fuerte que era.
Habían hecho una pequeña parada en el distrito comercial para reponer provisiones y, ya que estaban, adquirir alguna que otra mercancía que poder vender después. Lógicamente, la presencia de una tienda de vinos como aquella no pasó inadvertida y se convirtió, rápidamente, en su objetivo. No causaron demasiado revuelo. De hecho, cualquiera que les viera pensaría que habían comprado algunas cajas para consumo propio o interés comercial... Siempre y cuando no reconocieran el rostro de Shawn o se fijasen en qué barco estaban cargándolas, claro. Sin embargo, el objetivo principal que tenía no era ese, sino el de localizar un pequeño establecimiento de mala muerte con bastante fama en aquellas aguas. «Los Cobras. De entrada el nombre es un tanto cutre... Espero que sus miembros no lo sean también».
Con la mercancía robada, quitaron las amarras y continuaron su ascenso por el río. Su destino aún se encontraba algo más alejado del nucleo urbano, pues no era un lugar que conviniera tener cerca de la gente corriente. Después de todo, los clientes que frecuentaban La Serpiente de Arena eran peligrosos, o eso decían. Tardarían poco más de media hora en atracar de nuevo. Tan solo Deian y Duncan desembarcarían en aquella ocasión. Chase probablemente se echaría a dormir y Allyson supervisaría que todo estuviera en orden durante su ausencia. Los demás... Se limitarían a custodiar La Espina mientras los mayores jugaban a los negocios.
Finalmente divisaron el variopinto edificio que conformaba el bar. Se escuchaba algo de bullicio en su interior, tal y como esperaban. Tan solo el hecho de que se encontrara en aquella zona daba a entender que no era un lugar para la gente de a pie, lo cual solo pudo resultar satisfactorio para el castaño. Parecía haber tomado la decisión correcta al seguir los rumores. Esperaba no sentirse decepcionado.
─ ¡Con permiso, caballeros! -exclamó mientras se adentraba en el local, abriendo la puerta enérgicamente y avanzando junto a Duncan despreocupadamente. Despreocupado él, claro, no el veterano, que se mantenía alerta-. ¿Con quién tengo que hablar para que me sirvan un buen trago aquí? ¿Con esta preciosidad? -prosiguió escandalosamente, refiriéndose claramente a la belleza de ébano que servía las mesas.
Su llegada parecía haber resultado molesta en cierta medida para el resto de clientes, aunque seguramente hubieran sido su entrada. Duncan suspiró, seguramente lamentándose por verse envuelto en aquellas situaciones junto al capitán. Tomaron asiento junto a la barra, aguardando a que les atendieran.
─ Bebida de reyes, dices -su tono se elevó entre los lloriqueos del cano comerciante-. ¿De qué estaban hechas las uvas? ¿De oro?
─ E-es vino envejecido durante diez años, caballero... Supone mucho esfuerzo, dedicación y cuidado producir lotes de tal calidad... No es como si hubiera que ser un experto para...
Un sonido pomposo recorrió la sala en el momento en que Deian descorchó la valiosa botella. Echó un vistazo al interior de la misma por la boquilla y acercó la nariz para notar el aroma del licor, segundos antes de llevársela a la boca y dar unos cuantos tragos, sin tomarse el más mínimo momento para degustar la bebida. Huelga decir que no tenía mucha idea de vinos ni de la forma en la que debían ser catados o apreciados. Mejor dicho, sí lo sabía, pero poco le interesaba e incluso consideraba que se trataba de una completa majadería. Tras vaciar prácticamente media botella, soltó un sonoro suspiro al sentir el calor del alcohol ascender por su pecho y garganta.
─ Bah... No está mal, pero prefiero el ron. Y es más barato -se encogió de hombros-. En fin. Chase...
El vigía se acercó al capitán, que le tendió la botella de vino y dio media vuelta, dispuesto a salir del local.
─ Como ordene, capitán -se limitó a responder, aprovechando para dar un sorbo antes de estrellar el recipiente sobre la cabeza del comerciante, rompiendo el vidrio y haciendo que cayera sobre la madera del suelo, inconsciente.
─ Qué desperdicio de vino... -murmuró Duncan mientras envainaba la espada, negando levemente con la cabeza-. ¿A qué estáis esperando? -preguntó al aire, dirigiéndose a los tripulantes que allí se encontraban-. Guardadlo todo en cajas y llevadlo a la bodega. ¡Rápido!
La Espina Negra se encontraba atracada en uno de los puertos fluviales de Hauoli, no demasiado lejos de allí. La ciudad, de carácter oriental, era transitada por innumerables personas, ya fueran ciudadanos o comerciantes y tenderos. El bullicio era notable, casi tanto como el calor que hacía. Deian casi se arrepentía de levar puesta su chaqueta, pero si quería destacar no podía permitirse el lujo de ir con una simple camisa. Quizá fuera buena idea hacerse con algún turbante, pese a ello, pero no tendría la misma clase que su preciado sombrero. Tampoco importaba demasiado, aguantaría como alguien rudo y fuerte que era.
Habían hecho una pequeña parada en el distrito comercial para reponer provisiones y, ya que estaban, adquirir alguna que otra mercancía que poder vender después. Lógicamente, la presencia de una tienda de vinos como aquella no pasó inadvertida y se convirtió, rápidamente, en su objetivo. No causaron demasiado revuelo. De hecho, cualquiera que les viera pensaría que habían comprado algunas cajas para consumo propio o interés comercial... Siempre y cuando no reconocieran el rostro de Shawn o se fijasen en qué barco estaban cargándolas, claro. Sin embargo, el objetivo principal que tenía no era ese, sino el de localizar un pequeño establecimiento de mala muerte con bastante fama en aquellas aguas. «Los Cobras. De entrada el nombre es un tanto cutre... Espero que sus miembros no lo sean también».
Con la mercancía robada, quitaron las amarras y continuaron su ascenso por el río. Su destino aún se encontraba algo más alejado del nucleo urbano, pues no era un lugar que conviniera tener cerca de la gente corriente. Después de todo, los clientes que frecuentaban La Serpiente de Arena eran peligrosos, o eso decían. Tardarían poco más de media hora en atracar de nuevo. Tan solo Deian y Duncan desembarcarían en aquella ocasión. Chase probablemente se echaría a dormir y Allyson supervisaría que todo estuviera en orden durante su ausencia. Los demás... Se limitarían a custodiar La Espina mientras los mayores jugaban a los negocios.
Finalmente divisaron el variopinto edificio que conformaba el bar. Se escuchaba algo de bullicio en su interior, tal y como esperaban. Tan solo el hecho de que se encontrara en aquella zona daba a entender que no era un lugar para la gente de a pie, lo cual solo pudo resultar satisfactorio para el castaño. Parecía haber tomado la decisión correcta al seguir los rumores. Esperaba no sentirse decepcionado.
─ ¡Con permiso, caballeros! -exclamó mientras se adentraba en el local, abriendo la puerta enérgicamente y avanzando junto a Duncan despreocupadamente. Despreocupado él, claro, no el veterano, que se mantenía alerta-. ¿Con quién tengo que hablar para que me sirvan un buen trago aquí? ¿Con esta preciosidad? -prosiguió escandalosamente, refiriéndose claramente a la belleza de ébano que servía las mesas.
Su llegada parecía haber resultado molesta en cierta medida para el resto de clientes, aunque seguramente hubieran sido su entrada. Duncan suspiró, seguramente lamentándose por verse envuelto en aquellas situaciones junto al capitán. Tomaron asiento junto a la barra, aguardando a que les atendieran.
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Un ruido a su espalda, así como una lasciva voz refiriéndose a Nikola, indicó al ladrón que acababa de entrar en escena uno o varios clientes. Sin embargo, no se preocupó en girarse, aunque estuviesen intentando meter baza con la camarera. El ladrón sabía muy bien que la chica podía defenderse sola ante ese tipo de declaraciones. Es más… ¿Quién le prohibía acostarse con quién le diera la gana? Desde luego, él no. Aunque sabía que cualquiera que se acercara a ella de esa forma no se ganaría ese privilegio. Cogió la botella y la besó, inclinando la cabeza hacia atrás y vaciando en su gaznate todo el contenido de esta. Estaba demasiado enfadado como para hacer caso a los nuevos clientes, pero no lo suficiente como para buscar pelea con estos. Tiró la botella vacía al suelo mientras buscaba tras la barra una segunda botella mientras escuchaba a Nikola, con su notable actitud, rechazar amablemente la oferta del nuevo.
Fue entonces cuando se dio cuenta. Era nuevo. Aquella voz no la había escuchado antes, de eso estaba seguro. ¿Qué demonios hacía un recién llegado a Hauoli en aquel bar? Solo había una posible respuesta. Era uno “de los suyos”. No de la banda, sino del mundo criminal. Aquella era su oportunidad. Criminales nuevos que no conocían la peligrosidad de robar el templo… Debía montar un espectáculo.
─¡Sois todos un atajo de cobardes! -gritó a la par que se levantaba y tiraba al suelo la botella, rompiéndola en mil pedazos de cristal, llamando la atención de todos en el bar-. Vais de criminales por la vida. De ladrones, asesinos, embusteros y estafadores. ¡Y no sois capaces de ver una oportunidad de oro cuando se planta ante vuestras narices! Me dais vergüenza. ¡Solo es un templo! ¿Quién sabe la de tesoros que guarda? ¡Nadie! Y no queréis saberlo. Y os hacéis llamar ladrones… Sois escoria.
Uno de los hombres se levantó, con el ceño fruncido y se acercó a Worgen, mirándolo desde lo alto. No llegó a decir nada, pues con velocidad, la serpiente le clavó una de sus dagas en el abdomen. El hombre se llevó las manos a la herida mientras caía al suelo, gritando de dolor.
─Deberías saber -dijo el ladrón mientras volvía a guardarse el arma - que siempre tengo impregnadas las dagas con mi propio veneno. Por si acaso. Y que no me gusta que intenten intimidarme en mi bar- colocó el pie sobre la herida del matón, la cual empezaba a sucumbir ante la necrosis, y pisó con fuerza, provocando un desgarrador grito de dolor -, pedazo de escoria. ¡¿Alguien ha cambiado de idea respecto al golpe?!
Fue entonces cuando se dio cuenta. Era nuevo. Aquella voz no la había escuchado antes, de eso estaba seguro. ¿Qué demonios hacía un recién llegado a Hauoli en aquel bar? Solo había una posible respuesta. Era uno “de los suyos”. No de la banda, sino del mundo criminal. Aquella era su oportunidad. Criminales nuevos que no conocían la peligrosidad de robar el templo… Debía montar un espectáculo.
─¡Sois todos un atajo de cobardes! -gritó a la par que se levantaba y tiraba al suelo la botella, rompiéndola en mil pedazos de cristal, llamando la atención de todos en el bar-. Vais de criminales por la vida. De ladrones, asesinos, embusteros y estafadores. ¡Y no sois capaces de ver una oportunidad de oro cuando se planta ante vuestras narices! Me dais vergüenza. ¡Solo es un templo! ¿Quién sabe la de tesoros que guarda? ¡Nadie! Y no queréis saberlo. Y os hacéis llamar ladrones… Sois escoria.
Uno de los hombres se levantó, con el ceño fruncido y se acercó a Worgen, mirándolo desde lo alto. No llegó a decir nada, pues con velocidad, la serpiente le clavó una de sus dagas en el abdomen. El hombre se llevó las manos a la herida mientras caía al suelo, gritando de dolor.
─Deberías saber -dijo el ladrón mientras volvía a guardarse el arma - que siempre tengo impregnadas las dagas con mi propio veneno. Por si acaso. Y que no me gusta que intenten intimidarme en mi bar- colocó el pie sobre la herida del matón, la cual empezaba a sucumbir ante la necrosis, y pisó con fuerza, provocando un desgarrador grito de dolor -, pedazo de escoria. ¡¿Alguien ha cambiado de idea respecto al golpe?!
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El ambiente pareció calmarse un poco una vez tomaron asiento, regresando al ajetreo que probablemente tuvieran allí montado antes de su llegada. Claro está, esta calma no concernía ni a Deian, ni a Duncan ni, por supuesto, a la belleza que les atendía. Los ojos del capitán no dejaron de recorrer su hermosa figura ni por un solo instante. Tan atractiva resultaba que a punto estuvo de prescindir de la bebida y pedirla a ella como consumición. Su actitud no pareció pasar inadvertida por la joven, que dedicó la mayor y más sincera muestra de asco hacia el castaño en forma de mueca. «Me encanta cuando se hacen las duras» pensó, aún sin apartar la mirada. Mientras tanto, Duncan se limitaba a otear las estanterías que se encontraban más allá de la barra, probablemente buscando cuál de aquellos licores era más "potable". No por nada era famosa en su tripulación la exquisitez de los gustos del espadachín.
─ Oye, bombón de licor -comenzó Deian, ante lo que el veterano le dedicó la menos sutil y más incrédula de las miradas-, ¿qué tal si me pones un trago del mejor ron que tengáis en este antro y, de paso, dejas caer esas posaderas por aquí? -Con calma, acompañó su petición con un gesto de su mano, golpeando la madera de la barra con la palma suavemente.
La mujer, variando su expresión de apio hasta alcanzar otra mucho más dulce, le dedicó una dulce sonrisa que no tardó en contagiársele, aunque en su caso era menos deslumbrante. A continuación, con una velocidad que ni él mismo vio venir, la camarera hizo aparecer un pequeño cuchillo de donde solo los dioses saben para clavarlo sobre el mueble, justo entre el dedo índice y el corazón. Tras esto, con toda la calma del mundo, la mujer depositó un vaso y una botella frente a Shawn.
─ No sé si es el mejor, pero sin duda es todo lo que obtendrás de mí -aclaró, refiriéndose a la bebida-. Y te aseguro que si vuelves a dirigirme la palabra, la próxima vez no fallaré. Ni tampoco irá a tu mano -su expresión entonces fue tan sombría que Duncan dio un leve respingo cuando le miró súbitamente-. ¿Y tú que quieres? No tengo todo el día.
─ Eh... Póngame una copa del whisky que tiene ahí, por favor -señalando el mismo.
«¿Por favor? Qué educado te has vuelto, compañero» pensó el menor, observando con una media sonrisa el afilado utensilio que a punto estuvo de perforarle la mano. ¡Menudo carácter se gastaba! Justo como a él le gustaban. En fin, si no encontraba lo que había ido a buscar al menos podría pasar lo que restaba de día intentando seducir a la muchacha. No tenía ni idea de la cruz que le había caído, pese a los suspiros de resignación de su acompañante. Tomó la botella de ron y se sirvió él mismo, ya que parecía que su nueva amiga no estaba dispuesta a servirle tras lo ocurrido. Al menos la diversión estaba asegurada.
Fue entonces cuando, de repente, un grandullón que no se encontraba muy lejos de ellos reventó su bebida contra el suelo, desparramando el contenido y los fragmentos de la misma por el suelo. «Lástima de alcohol». Iba a ignorar lo que tuviera que decir. Al fin y al cabo, tan solo parecía un tío que se había pasado con la bebida y descargaba su frustración contra los allí presentes. Sin embargo, las palabras "templo", "oportunidad", "oro" y "tesoro" captaron la atención del castaño, que clavó sus ojos de esmeralda en el verdulero. Pudo notar cierta sobreactuación por su parte, lo que le hizo llegar a unas pocas conclusiones: podía estar intentando herir el orgullo de aquella gente para conseguir aliados que, probablemente, no había obtenido a la hora de emprender aquel golpe del que hablaba. Una táctica que si bien era un tanto pobre serviría para provocar alguna reacción en los más impulsivos... Y así fue. De hecho, uno de los clientes se irguió y le plantó cara, claramente ofendido por sus palabras, lo que tuvo un desenlace fatal. Deian no pudo hacer más que ensanchar una sonrisa al ver cómo el armario le clavaba un cuchillo al otro sin miramiento alguno. «Me agrada la actitud de esta gente», se diría a sí mismo antes de cerrar los ojos y continuar bebiendo, aún sonriente. La otra opción que se le había ocurrido, si no quedaba claro aún, es que pretendiera llamar la atención de los recién llegados; es decir, ellos. Sin duda, si no mentía y habían rehusado el colaborar con él en ese robo, el templo del que hablaba debía ser más peligroso de lo que quería hacerles creer. Si no era así, como mínimo habría muchas supersticiones rondando al rededor del mismo, pero no estaba al tanto de esas cosas. Fuera lo que fuera, ¿a quién le importaba? En cualquiera de los dos casos ese tío tenía las pelotas suficientes como para ignorar el riesgo y seguir lo que su avaricia le dictaba... Cosa que no iba a pasar por alto.
─ Pues suena interesante -afirmó el pirata, alzando la voz para que se le escuchara con claridad-. Casi parece merecer tanto la pena que hasta un niño de diez años se daría cuenta de ello, ¿verdad? -Tomó entonces la botella y se llevó la misma a los labios, dando un largo trago antes de proseguir- Entonces, ¿cuál es el truco? -Se puso en pie y se acercó hasta el moribundo que se encontraba bajo el pie del alborotador- Si tanto miedo les da que se dan por aludidos al llamarles cobardes, quiere decir que hay un riesgo a tener en cuenta. Y lo que es más importante... Que a ti te da igual -le miró directamente entonces, sonriendo con malicia-. Justo lo que estaba buscando. ¿Qué plan tienes y qué ofreces, grandullón?
Todos parecieron mirar con incredulidad al recién llegado, incluso la camarera, aunque por su expresión más bien debía de estar pensando en lo estúpido que era por dejarse engañar por el apuñalador. Duncan, por su parte, se limitó a beber su whisky. Sabía que el capitán se las apañaba solo.
─ Oye, bombón de licor -comenzó Deian, ante lo que el veterano le dedicó la menos sutil y más incrédula de las miradas-, ¿qué tal si me pones un trago del mejor ron que tengáis en este antro y, de paso, dejas caer esas posaderas por aquí? -Con calma, acompañó su petición con un gesto de su mano, golpeando la madera de la barra con la palma suavemente.
La mujer, variando su expresión de apio hasta alcanzar otra mucho más dulce, le dedicó una dulce sonrisa que no tardó en contagiársele, aunque en su caso era menos deslumbrante. A continuación, con una velocidad que ni él mismo vio venir, la camarera hizo aparecer un pequeño cuchillo de donde solo los dioses saben para clavarlo sobre el mueble, justo entre el dedo índice y el corazón. Tras esto, con toda la calma del mundo, la mujer depositó un vaso y una botella frente a Shawn.
─ No sé si es el mejor, pero sin duda es todo lo que obtendrás de mí -aclaró, refiriéndose a la bebida-. Y te aseguro que si vuelves a dirigirme la palabra, la próxima vez no fallaré. Ni tampoco irá a tu mano -su expresión entonces fue tan sombría que Duncan dio un leve respingo cuando le miró súbitamente-. ¿Y tú que quieres? No tengo todo el día.
─ Eh... Póngame una copa del whisky que tiene ahí, por favor -señalando el mismo.
«¿Por favor? Qué educado te has vuelto, compañero» pensó el menor, observando con una media sonrisa el afilado utensilio que a punto estuvo de perforarle la mano. ¡Menudo carácter se gastaba! Justo como a él le gustaban. En fin, si no encontraba lo que había ido a buscar al menos podría pasar lo que restaba de día intentando seducir a la muchacha. No tenía ni idea de la cruz que le había caído, pese a los suspiros de resignación de su acompañante. Tomó la botella de ron y se sirvió él mismo, ya que parecía que su nueva amiga no estaba dispuesta a servirle tras lo ocurrido. Al menos la diversión estaba asegurada.
Fue entonces cuando, de repente, un grandullón que no se encontraba muy lejos de ellos reventó su bebida contra el suelo, desparramando el contenido y los fragmentos de la misma por el suelo. «Lástima de alcohol». Iba a ignorar lo que tuviera que decir. Al fin y al cabo, tan solo parecía un tío que se había pasado con la bebida y descargaba su frustración contra los allí presentes. Sin embargo, las palabras "templo", "oportunidad", "oro" y "tesoro" captaron la atención del castaño, que clavó sus ojos de esmeralda en el verdulero. Pudo notar cierta sobreactuación por su parte, lo que le hizo llegar a unas pocas conclusiones: podía estar intentando herir el orgullo de aquella gente para conseguir aliados que, probablemente, no había obtenido a la hora de emprender aquel golpe del que hablaba. Una táctica que si bien era un tanto pobre serviría para provocar alguna reacción en los más impulsivos... Y así fue. De hecho, uno de los clientes se irguió y le plantó cara, claramente ofendido por sus palabras, lo que tuvo un desenlace fatal. Deian no pudo hacer más que ensanchar una sonrisa al ver cómo el armario le clavaba un cuchillo al otro sin miramiento alguno. «Me agrada la actitud de esta gente», se diría a sí mismo antes de cerrar los ojos y continuar bebiendo, aún sonriente. La otra opción que se le había ocurrido, si no quedaba claro aún, es que pretendiera llamar la atención de los recién llegados; es decir, ellos. Sin duda, si no mentía y habían rehusado el colaborar con él en ese robo, el templo del que hablaba debía ser más peligroso de lo que quería hacerles creer. Si no era así, como mínimo habría muchas supersticiones rondando al rededor del mismo, pero no estaba al tanto de esas cosas. Fuera lo que fuera, ¿a quién le importaba? En cualquiera de los dos casos ese tío tenía las pelotas suficientes como para ignorar el riesgo y seguir lo que su avaricia le dictaba... Cosa que no iba a pasar por alto.
─ Pues suena interesante -afirmó el pirata, alzando la voz para que se le escuchara con claridad-. Casi parece merecer tanto la pena que hasta un niño de diez años se daría cuenta de ello, ¿verdad? -Tomó entonces la botella y se llevó la misma a los labios, dando un largo trago antes de proseguir- Entonces, ¿cuál es el truco? -Se puso en pie y se acercó hasta el moribundo que se encontraba bajo el pie del alborotador- Si tanto miedo les da que se dan por aludidos al llamarles cobardes, quiere decir que hay un riesgo a tener en cuenta. Y lo que es más importante... Que a ti te da igual -le miró directamente entonces, sonriendo con malicia-. Justo lo que estaba buscando. ¿Qué plan tienes y qué ofreces, grandullón?
Todos parecieron mirar con incredulidad al recién llegado, incluso la camarera, aunque por su expresión más bien debía de estar pensando en lo estúpido que era por dejarse engañar por el apuñalador. Duncan, por su parte, se limitó a beber su whisky. Sabía que el capitán se las apañaba solo.
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El moreno dio una última patada al rostro del matón, rompiéndole la nariz, añadiendo insulto a la injuria. Se acercó a la barra y cogió una de las servilletas y empezó a limpiar la daga de sangre y, por consiguiente, también de veneno. Tras ello, se sacó del bolsillo una botellita verdosa y vertió un par de gotas en la hoja del arma, volviéndola a su estado envenenado original. La guardó en su vaina mientras miraba, por el rabillo del ojo, al recién llegado, esperando su reacción. Que no tardó en llegar. La serpiente sonrió con malicia al ver que se había dado cuenta de por qué había montado aquel espectáculo. Pasó al otro lado de la barra y cogió una botella de grog, la bebida alcohólica más fuerte y cara del establecimiento. Entonces, señalando a la puerta del fondo, dijo:
─¿Vienes?
Cuando el, aparentemente, maleante aceptó, cogió un par de jarras de peltre y se dirigió a la puerta, esperando que le siguiera. La mantuvo abierta con jocosa caballerosidad y la cerró cuando entró, echando el pestillo. La sala tenía un cómodo sofá con forma de semicirculo y, en medio, una mesa circular. Se sentó en uno de los lados y señaló el opuesto al recién llegado. Colocó ambas jarras y las llenó del poco apetitoso visualmente brebaje.
─Al otro lado del río, y del oasis, hay un vasto desierto. Y, en medio de ese desierto, un templo. Una tumba donde descansa… algún antiguo rey, no lo sé y la verdad no me importa. Lo que si me importa es que a este tipo de reyes se los enterraba con todo su patrimonio. Y digo yo… ¿Para qué coño quiere un muerto todo ese oro? Y yo quiero marcharme de esta isla de mala muerte, moverme por el bajo mundo del Grand Line, donde el dinero abunda de verdad. El trato es este. Tú y los tuyos me ayudáis a entrar allí y desvalijar eso. Estoy dispuesto a dejar de lado mi avaricia y cederos un sesenta y cinco por ciento del tesoro, con la condición de que el gobernador no tenga ni puta idea de que yo he participado en esto y no pueda culpárseme de nada. Además de llevarme lejos de aquí para que pueda empezar mi viaje y utilizar el dinero para empezar mi propio… imperio.
Terminó de hablar con una sonrisa. Tenía preparada una chilaba con la cual se cubriría la cara si era necesario, pero muy importante que nadie supiese que había tomado parte en aquel robo.
─¿Vienes?
Cuando el, aparentemente, maleante aceptó, cogió un par de jarras de peltre y se dirigió a la puerta, esperando que le siguiera. La mantuvo abierta con jocosa caballerosidad y la cerró cuando entró, echando el pestillo. La sala tenía un cómodo sofá con forma de semicirculo y, en medio, una mesa circular. Se sentó en uno de los lados y señaló el opuesto al recién llegado. Colocó ambas jarras y las llenó del poco apetitoso visualmente brebaje.
─Al otro lado del río, y del oasis, hay un vasto desierto. Y, en medio de ese desierto, un templo. Una tumba donde descansa… algún antiguo rey, no lo sé y la verdad no me importa. Lo que si me importa es que a este tipo de reyes se los enterraba con todo su patrimonio. Y digo yo… ¿Para qué coño quiere un muerto todo ese oro? Y yo quiero marcharme de esta isla de mala muerte, moverme por el bajo mundo del Grand Line, donde el dinero abunda de verdad. El trato es este. Tú y los tuyos me ayudáis a entrar allí y desvalijar eso. Estoy dispuesto a dejar de lado mi avaricia y cederos un sesenta y cinco por ciento del tesoro, con la condición de que el gobernador no tenga ni puta idea de que yo he participado en esto y no pueda culpárseme de nada. Además de llevarme lejos de aquí para que pueda empezar mi viaje y utilizar el dinero para empezar mi propio… imperio.
Terminó de hablar con una sonrisa. Tenía preparada una chilaba con la cual se cubriría la cara si era necesario, pero muy importante que nadie supiese que había tomado parte en aquel robo.
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Se estremeció ligeramente ante el sonido que produjo el tabique al partirse. Por cómo sonó debió de ser bastante doloroso, más aún teniendo en cuenta la desagradable herida que le había ocasionado la daga del grandullón. Ese tío no se andaba con chiquitas, lo cual le agradaba hasta puntos insospechados. Era el tipo de gente que había ido a buscar hasta ese antro de mala muerte, así que parecía que no había perdido el tiempo, después de todo. Sus orbes esmeralda siguieron cada movimiento del moreno, quien se dispuso a limpiar su arma y coger alguna botella tras la barra. Parecía que estaba dispuesto a contarle el plan... Y Shawn lo estaba a escucharle.
El sonido del pestillo resonó tras él una vez entraron en la "sala de reuniones", notoriamente mejor cuidada que el propio bar. En cierto sentido le recordaba a una sala privada, donde los clientes más exquisitos pudieran llevar bellas damas costeadas para disfrutar de su compañía, con toda la tranquilidad e intimidad que alguien de anchos bolsillos pudiera merecer. El pirata no pudo evitar preguntarse si la camarera entraría en la lista de consumiciones del local, pese a que fuera una idea que descartó rápidamente. «Con ese carácter nadie pagaría por ella. Bueno, a lo mejor yo sí, pero nadie tiene tantos huevos» dedujo, sopesando la posibilidad de que la hubiesen quitado de la carta tras algún desagradable incidente.
Su anfitrión le ofreció sentarse entonces en un sofá con forma de media rosquilla, justo en el lado contrario al de él. El castaño llevó la mano libre al sombrero, quitándoselo para dejarlo apoyado sobre la mesa, depositando a un lado la botella de ron que aún conservaba. Después de todo el dueño le había servido un trago para compartir, así que no podía ser tan descortés como para rechazarlo. Además, probablemente se tratase de una de las bebidas más caras del lugar, si no la que más, y ya que invitaba él no le haría el feo. Se recostó en el respaldo del mueble con total naturalidad, pasando el brazo por el mismo apoyando la pierna derecha sobre la contraria para más comodidad. Ya a sus anchas, hizo un gesto con la mano para indicarle que podía comenzar con la explicación.
A simple vista el plan no parecía nada fuera de lo común. Simplemente tenían que ir allí, eliminar cualquier oposición que se encontrasen, facilitar el paso al interior del templo y arrasar con todo. Probablemente hubiera alguna guarnición allí habilitada para asegurarse de que nadie entrase sin permiso, nada de lo que él y sus tripulantes no pudieran ocuparse. Estuvo a punto de increpar al contrario por no darle importancia a la entidad del monarca que allí tuviera su tumba. No por despreciar el interés histórico que aquello tuviera, sino porque quizá habrían podido calcular mejor la cuantía del valor del tesoro de saber el nombre. Al menos si era lo suficientemente famoso. «Bueno, tampoco importa demasiado».
─ Así que, en resumen... Vamos allí, eliminamos cualquier resistencia que haya, te cedemos el paso y nos conduces hasta el tesoro, llevándonos mis tripulantes y yo todo el mérito y proporcionándote un salvoconducto a... Donde sea que quieras ir. ¿No? -Deian posó la mirada sobre las jarras, tomando la suya y dando un largo trago. La bebida era tan fuerte que incluso se le achinaron los ojos al tragar, sintiendo un intenso ardor recorrer su garganta y acomodarse en su pecho. Cuando terminó, soltó un largo suspiro- Esto sí que es un buen trago, joder -clamó antes de volver a dejar el recipiente en su sitio-. Diría que el porcentaje me parece razonable y el plan sencillo, así que en principio no habría muchas réplicas por mi parte... Salvo una -volvió a recostarse, tranquilamente-. Ahora que sé de la existencia de ese botín y teniendo en cuenta que si puedo ocuparme de abrirte camino podría tomar también control del templo hasta encontrarlo... ¿Para qué te necesito? -Sus labios formaron una amplia sonrisa- ¿Qué me impide largarme yo solo y quedarme la totalidad del premio? Si intentas detenerme, tendrás que enfrentarte a mí. En el supuesto caso de que me eliminases, queda Duncan, quien podría escapar o morir también pero, independientemente de que ninguno de los dos salga vivo de aquí, aún queda toda una tripulación de ratas y una buena batería de cañones que no dudarán en venir hasta aquí si nos retrasamos demasiado. Probablemente saqueasen y redujesen a escombros este antro... No por mí, sino porque sin una mano que les ponga firmes probablemente arramplasen con todo al ver mi cadáver. Tus compañeros... No parecen estar en buenas relaciones contigo actualmente, y menos después del número que les has montado. Si no querían ir a un simple templo, dudo mucho que les apetezca enfrentarse a una banda de piratas armados hasta los dientes, ¿no crees?
El capitán soltó una sonora carcajada, recreándose en su deducción y poniéndose en pie, posando ambas manos a la altura de la cadera mientras clavaba la mirada en la de su anfitrión. Se la estaba jugando al hablarle así a alguien de su calaña, pero no importaba. Después de todo, tenía su as en la manga si el moreno trataba de hacerle algo. Se limitó a observar su expresión y reacción tras aquello, tomándose unos cuantos segundos antes de continuar.
─ Así que... Si no puedes darme un buen argumento, la oferta pasa a ser de un ochenta por ciento para mí y mis hombres, y un veinte para ti como... Incentivo por la información. Si no puedes darme un motivo o rechazas el trato, entonces me largaré e iré junto a mis hombres por mi cuenta. Tú decides.
Tras esto se encogió de hombros. En parte hablaba con sinceridad y en parte no. Tan solo restaba conocer su respuesta antes de tomar una decisión.
El sonido del pestillo resonó tras él una vez entraron en la "sala de reuniones", notoriamente mejor cuidada que el propio bar. En cierto sentido le recordaba a una sala privada, donde los clientes más exquisitos pudieran llevar bellas damas costeadas para disfrutar de su compañía, con toda la tranquilidad e intimidad que alguien de anchos bolsillos pudiera merecer. El pirata no pudo evitar preguntarse si la camarera entraría en la lista de consumiciones del local, pese a que fuera una idea que descartó rápidamente. «Con ese carácter nadie pagaría por ella. Bueno, a lo mejor yo sí, pero nadie tiene tantos huevos» dedujo, sopesando la posibilidad de que la hubiesen quitado de la carta tras algún desagradable incidente.
Su anfitrión le ofreció sentarse entonces en un sofá con forma de media rosquilla, justo en el lado contrario al de él. El castaño llevó la mano libre al sombrero, quitándoselo para dejarlo apoyado sobre la mesa, depositando a un lado la botella de ron que aún conservaba. Después de todo el dueño le había servido un trago para compartir, así que no podía ser tan descortés como para rechazarlo. Además, probablemente se tratase de una de las bebidas más caras del lugar, si no la que más, y ya que invitaba él no le haría el feo. Se recostó en el respaldo del mueble con total naturalidad, pasando el brazo por el mismo apoyando la pierna derecha sobre la contraria para más comodidad. Ya a sus anchas, hizo un gesto con la mano para indicarle que podía comenzar con la explicación.
A simple vista el plan no parecía nada fuera de lo común. Simplemente tenían que ir allí, eliminar cualquier oposición que se encontrasen, facilitar el paso al interior del templo y arrasar con todo. Probablemente hubiera alguna guarnición allí habilitada para asegurarse de que nadie entrase sin permiso, nada de lo que él y sus tripulantes no pudieran ocuparse. Estuvo a punto de increpar al contrario por no darle importancia a la entidad del monarca que allí tuviera su tumba. No por despreciar el interés histórico que aquello tuviera, sino porque quizá habrían podido calcular mejor la cuantía del valor del tesoro de saber el nombre. Al menos si era lo suficientemente famoso. «Bueno, tampoco importa demasiado».
─ Así que, en resumen... Vamos allí, eliminamos cualquier resistencia que haya, te cedemos el paso y nos conduces hasta el tesoro, llevándonos mis tripulantes y yo todo el mérito y proporcionándote un salvoconducto a... Donde sea que quieras ir. ¿No? -Deian posó la mirada sobre las jarras, tomando la suya y dando un largo trago. La bebida era tan fuerte que incluso se le achinaron los ojos al tragar, sintiendo un intenso ardor recorrer su garganta y acomodarse en su pecho. Cuando terminó, soltó un largo suspiro- Esto sí que es un buen trago, joder -clamó antes de volver a dejar el recipiente en su sitio-. Diría que el porcentaje me parece razonable y el plan sencillo, así que en principio no habría muchas réplicas por mi parte... Salvo una -volvió a recostarse, tranquilamente-. Ahora que sé de la existencia de ese botín y teniendo en cuenta que si puedo ocuparme de abrirte camino podría tomar también control del templo hasta encontrarlo... ¿Para qué te necesito? -Sus labios formaron una amplia sonrisa- ¿Qué me impide largarme yo solo y quedarme la totalidad del premio? Si intentas detenerme, tendrás que enfrentarte a mí. En el supuesto caso de que me eliminases, queda Duncan, quien podría escapar o morir también pero, independientemente de que ninguno de los dos salga vivo de aquí, aún queda toda una tripulación de ratas y una buena batería de cañones que no dudarán en venir hasta aquí si nos retrasamos demasiado. Probablemente saqueasen y redujesen a escombros este antro... No por mí, sino porque sin una mano que les ponga firmes probablemente arramplasen con todo al ver mi cadáver. Tus compañeros... No parecen estar en buenas relaciones contigo actualmente, y menos después del número que les has montado. Si no querían ir a un simple templo, dudo mucho que les apetezca enfrentarse a una banda de piratas armados hasta los dientes, ¿no crees?
El capitán soltó una sonora carcajada, recreándose en su deducción y poniéndose en pie, posando ambas manos a la altura de la cadera mientras clavaba la mirada en la de su anfitrión. Se la estaba jugando al hablarle así a alguien de su calaña, pero no importaba. Después de todo, tenía su as en la manga si el moreno trataba de hacerle algo. Se limitó a observar su expresión y reacción tras aquello, tomándose unos cuantos segundos antes de continuar.
─ Así que... Si no puedes darme un buen argumento, la oferta pasa a ser de un ochenta por ciento para mí y mis hombres, y un veinte para ti como... Incentivo por la información. Si no puedes darme un motivo o rechazas el trato, entonces me largaré e iré junto a mis hombres por mi cuenta. Tú decides.
Tras esto se encogió de hombros. En parte hablaba con sinceridad y en parte no. Tan solo restaba conocer su respuesta antes de tomar una decisión.
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Cualquiera esperaría que tras la amenaza del pirata, la sonrisa en el rostro de la serpiente se borrase, cosa que no ocurrió. Es más, pareció incluso ensancharse. Dio un trago de grog cuando el recién llegado terminó de hablar, aclarándose la garganta tras ello. Dejó la jarra vacía en la mesa de un golpe.
─Tienes razón, este si es un buen trago -dijo levantándose y caminando hacia la puerta. Le quitó el pestillo, la abrió y asomó la cabeza-. ¡¡Aamir!!
Se alejó de la puerta. Al rato entró por ella un hombre, vestido con una cota de malla y unos anchos pantalones marrones, así como unas botas que acababan en puntas retorcidas hacia arriba. Sobre la cabeza llevaba un turbante rojo oscuro sujeto con una cinta negra y, en la cintura, llevaba envainada una cimitarra. Aamir era un hombre alto, de tez oscura y ojos pardos, con una larga perilla recogida con una goma. Worgen se sentó, indicándole que entrara del todo y volviese a cerrar la puerta.
─¿Ocurre algo?
─Nada, solo quiero que me respondas a unas preguntas. La primera, Aamir. El espectáculo de antes… ¿Era algo nuevo?
─No… -dijo extrañado, cruzándose de brazos-. Cada semana montas mierdas así.
─¿Os importo algo?
─¿Tú? No. ¿Tu bar? Sí.
─¿Y qué haríais si alguien amenazase la estructura de este establecimiento en el que os reunís?
─¿Qué ocurre? -dijo llevándose la mano al mango de la cimitarra-. ¿Alguien va a atacarlo?
─Solo responde, Aamir.
─Cazaríamos al bastardo y le haríamos pagar los daños… con sangre -Aamir volvió a su postura relajada.
─Muy bien, Aamir. Solo quedan dos preguntas. El tío a que me he cargado. ¿Quién era? No lo reconocí.
─Un viajero. No era de los nuestros, eso seguro. Hace un momento Ahmed le rajó la garganta para rematarlo y le quitó todo lo que tenía encima. Aunque se peleó con Rajeesh y…
─Última pregunta, Aamir. Y esta va porque mi nuevo amigo tiene curiosidad, así que respóndele a él. ¿Cuántos somos?
Aamir sonrió, colocando su mano izquierda en el mango de la cimitarra, en una pose confiada y algo arrogante.
─Los Cobras contamos con un líder, el gran ladrón Rahlad, y siete lugartenientes. Worgen, Ahmed, Rajeesh, Ali, Aamina, Baqir y yo, Aamir. Además, contamos con aproximadamente veinte asaltadores y noventa bandidos repartidos por la zona pobre de la ciudad e incluso por el desierto en campamentos. Hay un motivo por el que el gobernador no nos ha matado aún, y eso es porque somos ciento dieciocho ladrones dando por saco.
─Gracias, Aamir. Puedes irte -cogió la botella y se la tiró al ladrón, que la cogió al vuelo-. Toma algo de grog.
El bandido sonrió, aunque algo confuso por las repentinas preguntas, y se marchó cerrando la puerta tras de sí. Worgen se levantó un poco para desenvainar una de sus dagas y se volvió a acomodar, apoyando por completo la espalda en el respaldo. Cogió la daga y colocó la punta en el dedo de la mano contraria, mirando el arma y jugando con esta.
─No suele gustarme que me amenacen, pero a Rahlad le gusta menos. Teniendo en cuenta que tengo ganas de marcharme de aquí… voy a pasar un poco por alto el cabreo, aunque voy a reducir mi oferta al cincuenta por ciento. No puedo pasarlo por alto del todo. Así que… dime -con un movimiento de mano lanzó el cuchillo, que se clavó en la pared-. ¿Aceptas o le digo a Rahlad que planeas destrozar su bonito y preciado bar?
─Tienes razón, este si es un buen trago -dijo levantándose y caminando hacia la puerta. Le quitó el pestillo, la abrió y asomó la cabeza-. ¡¡Aamir!!
Se alejó de la puerta. Al rato entró por ella un hombre, vestido con una cota de malla y unos anchos pantalones marrones, así como unas botas que acababan en puntas retorcidas hacia arriba. Sobre la cabeza llevaba un turbante rojo oscuro sujeto con una cinta negra y, en la cintura, llevaba envainada una cimitarra. Aamir era un hombre alto, de tez oscura y ojos pardos, con una larga perilla recogida con una goma. Worgen se sentó, indicándole que entrara del todo y volviese a cerrar la puerta.
─¿Ocurre algo?
─Nada, solo quiero que me respondas a unas preguntas. La primera, Aamir. El espectáculo de antes… ¿Era algo nuevo?
─No… -dijo extrañado, cruzándose de brazos-. Cada semana montas mierdas así.
─¿Os importo algo?
─¿Tú? No. ¿Tu bar? Sí.
─¿Y qué haríais si alguien amenazase la estructura de este establecimiento en el que os reunís?
─¿Qué ocurre? -dijo llevándose la mano al mango de la cimitarra-. ¿Alguien va a atacarlo?
─Solo responde, Aamir.
─Cazaríamos al bastardo y le haríamos pagar los daños… con sangre -Aamir volvió a su postura relajada.
─Muy bien, Aamir. Solo quedan dos preguntas. El tío a que me he cargado. ¿Quién era? No lo reconocí.
─Un viajero. No era de los nuestros, eso seguro. Hace un momento Ahmed le rajó la garganta para rematarlo y le quitó todo lo que tenía encima. Aunque se peleó con Rajeesh y…
─Última pregunta, Aamir. Y esta va porque mi nuevo amigo tiene curiosidad, así que respóndele a él. ¿Cuántos somos?
Aamir sonrió, colocando su mano izquierda en el mango de la cimitarra, en una pose confiada y algo arrogante.
─Los Cobras contamos con un líder, el gran ladrón Rahlad, y siete lugartenientes. Worgen, Ahmed, Rajeesh, Ali, Aamina, Baqir y yo, Aamir. Además, contamos con aproximadamente veinte asaltadores y noventa bandidos repartidos por la zona pobre de la ciudad e incluso por el desierto en campamentos. Hay un motivo por el que el gobernador no nos ha matado aún, y eso es porque somos ciento dieciocho ladrones dando por saco.
─Gracias, Aamir. Puedes irte -cogió la botella y se la tiró al ladrón, que la cogió al vuelo-. Toma algo de grog.
El bandido sonrió, aunque algo confuso por las repentinas preguntas, y se marchó cerrando la puerta tras de sí. Worgen se levantó un poco para desenvainar una de sus dagas y se volvió a acomodar, apoyando por completo la espalda en el respaldo. Cogió la daga y colocó la punta en el dedo de la mano contraria, mirando el arma y jugando con esta.
─No suele gustarme que me amenacen, pero a Rahlad le gusta menos. Teniendo en cuenta que tengo ganas de marcharme de aquí… voy a pasar un poco por alto el cabreo, aunque voy a reducir mi oferta al cincuenta por ciento. No puedo pasarlo por alto del todo. Así que… dime -con un movimiento de mano lanzó el cuchillo, que se clavó en la pared-. ¿Aceptas o le digo a Rahlad que planeas destrozar su bonito y preciado bar?
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Los orbes del castaño analizaron cada gesto de su anfitrión. Sus palabras, lejos de lo que pudiera haber esperado en un primer momento, no lograron desestabilizar la calma y serenidad del ladrón, sino que incluso parecieron divertirle en cierta medida. ¿No le estaba tomando en serio? No, no era eso. Estaba claro que había creído en sus palabras pues, después de todo, fue él mismo quien trató de lograr su ayuda. Nunca lo habría hecho de no haber visto a un aliado peligrosamente potencial. Entonces, si no le estaba desestimando, la única opción restante era que se guardase un as bajo la manga. Uno que le cubriera las espaldas frente al peligro que pudiera representar su banda y los cañones de La Espina Negra. Alzó una ceja al ver que se demoraba en responder, e incluso siguió sus pasos con la mirada cuando comenzó a aproximarse hacia la puerta. ¿Pensaba echarle de allí por amenazarle o tenía algún plan? Fuera como fuese, la mano izquierda del pirata se acomodó cerca de la empuñadura de Pacificadora, dispuesto a abrir fuego de ser necesario.
En cuanto abrió la puerta, lo primero que hizo fue llamar a un tal Aamir. Estaba seguro de que Duncan se habría percatado de ello, de no ser que ya estuviera borracho como una cuba y probablemente siendo sableado por la camarera de ébano. Fuera como fuese, si solo iban a ser dos personas debía ser capaz de poder lidiar con la situación por sus propios medios. ¿Qué clase de capitán sería si dos ladronzuelos pudieran con él? Pero no, dudaba que pretendieran hacerle nada. Después de todo, ¿por qué tomarse la molestia?
─ Así que es eso -murmuró imperceptiblemente, relajando la postura y riéndose por lo bajo antes de volver a tomar asiento, acomodándose en el sofá.
Lo que vino después fue un interrogatorio por parte del propio Worgen a su compañero, en un intento de mostrarle a Deian cuán equivocado había estado al momento de amenazarle o de intentar jugársela. En realidad, lo que menos se sentía era intimidado, pero esto no era culpa del dueño del local. Lo cierto es que no le preocupaba demasiado la situación, ya que no había tenido la intención de arrasar el bar en ningún momento. De hecho, ni siquiera en su amenaza iba implícito que fuera a ser él quien diese la orden, sino todo lo contrario. Después de todo, la hipotética situación se daría si no salía con vida de allí, y las represalias vendrían por parte de sus subordinados, no de él. Lejos de aquello, había obtenido información realmente valiosa. Si todo lo que había dicho era cierto, que aún estaba en duda, de salir de allí y pretender llevarse todo el botín él solo, probablemente todo un ejército de ladrones se le echaría encima para arrebatarle el premio. No le apetecía tener que lidiar con semejantes números, por mucho que viera capaces a sus hombres y a él mismo de superarlos.
En cuanto el de la cota de malla se largó, el criminal cruzó las piernas y pasó ambos brazos por el respaldo del asiento, dejando escapar un suspiro.
─ Si tuvieras mejor capacidad cognitiva probablemente serías tú el líder de vuestra organización y no el tal Rahlad -observó con calma el cuchillo, ahora clavado en una de las paredes de la habitación, antes de volver su atención al moreno-. No sé hasta qué punto debería darme miedo un ejército de ladrones que no se atreven a asaltar un simple templo -esbozó de nuevo una sonrisa-, pero los números son los números y no tengo ni el tiempo ni las ganas de tener que lidiar con tanta gente. Muy bien, compañero, parece que tenemos un trato. Iré avisando a mis chicos. Tú dirás cuándo partimos.
Se puso en pie, dispuesto a regresar hacia la sala principal del edificio. Si su nuevo aliado no tenía nada que objetar ni se lo impedía, saldría por la puerta y buscaría a Duncan para ordenarle dar el aviso en la Espina. Él permanecería allí, como "seguro" de que cumpliría con el trato y no se daría a la fuga.
En cuanto abrió la puerta, lo primero que hizo fue llamar a un tal Aamir. Estaba seguro de que Duncan se habría percatado de ello, de no ser que ya estuviera borracho como una cuba y probablemente siendo sableado por la camarera de ébano. Fuera como fuese, si solo iban a ser dos personas debía ser capaz de poder lidiar con la situación por sus propios medios. ¿Qué clase de capitán sería si dos ladronzuelos pudieran con él? Pero no, dudaba que pretendieran hacerle nada. Después de todo, ¿por qué tomarse la molestia?
─ Así que es eso -murmuró imperceptiblemente, relajando la postura y riéndose por lo bajo antes de volver a tomar asiento, acomodándose en el sofá.
Lo que vino después fue un interrogatorio por parte del propio Worgen a su compañero, en un intento de mostrarle a Deian cuán equivocado había estado al momento de amenazarle o de intentar jugársela. En realidad, lo que menos se sentía era intimidado, pero esto no era culpa del dueño del local. Lo cierto es que no le preocupaba demasiado la situación, ya que no había tenido la intención de arrasar el bar en ningún momento. De hecho, ni siquiera en su amenaza iba implícito que fuera a ser él quien diese la orden, sino todo lo contrario. Después de todo, la hipotética situación se daría si no salía con vida de allí, y las represalias vendrían por parte de sus subordinados, no de él. Lejos de aquello, había obtenido información realmente valiosa. Si todo lo que había dicho era cierto, que aún estaba en duda, de salir de allí y pretender llevarse todo el botín él solo, probablemente todo un ejército de ladrones se le echaría encima para arrebatarle el premio. No le apetecía tener que lidiar con semejantes números, por mucho que viera capaces a sus hombres y a él mismo de superarlos.
En cuanto el de la cota de malla se largó, el criminal cruzó las piernas y pasó ambos brazos por el respaldo del asiento, dejando escapar un suspiro.
─ Si tuvieras mejor capacidad cognitiva probablemente serías tú el líder de vuestra organización y no el tal Rahlad -observó con calma el cuchillo, ahora clavado en una de las paredes de la habitación, antes de volver su atención al moreno-. No sé hasta qué punto debería darme miedo un ejército de ladrones que no se atreven a asaltar un simple templo -esbozó de nuevo una sonrisa-, pero los números son los números y no tengo ni el tiempo ni las ganas de tener que lidiar con tanta gente. Muy bien, compañero, parece que tenemos un trato. Iré avisando a mis chicos. Tú dirás cuándo partimos.
Se puso en pie, dispuesto a regresar hacia la sala principal del edificio. Si su nuevo aliado no tenía nada que objetar ni se lo impedía, saldría por la puerta y buscaría a Duncan para ordenarle dar el aviso en la Espina. Él permanecería allí, como "seguro" de que cumpliría con el trato y no se daría a la fuga.
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El moreno sonrió cuando el pirata dejó su presencia. La negociación había terminado ya, por suerte. Se levantó y fue a por su daga, volviendo a guardarla en su cintura. Estaba impaciente, tenían que salir ya. Volvió a colocarse sobre la cabeza la negra tela con la que llegó. Después volvería a cubrirse la cara, ya que no quería que su cara apareciese en carteles de se busca. Al menos no todavía. Aquello le recordó… Durante la conversación tenía la extraña sensación de que la cara de su invitado le sonaba. Su mente hizo “click”, recordando la tanda de carteles de Se Busca que vino con el periódico la semana pasada. Los nuevos criminales del West Blue.
Salió de la habitación y, a grandes zancadas, subió por las escaleras hasta su despacho. Entró, cerrando con pestillo tras él, como era costumbre, y se sentó en su silla tras la mesa. Abrió el cajón y sacó un pequeño montón de papeles. Pasó entre ellos hasta que encontró lo que buscaba, confirmando sus sospechas.
─Deian K. Shawn… Veinte millones quinientos mil...-murmuró mientras se encendía un puro de calidad que acababa de sacar de otro cajón-. Vaya vaya…
Aquello no cambiaba en absoluto sus planes, pues no le importaba lo más mínimo como se ganaba la vida su compañero. Sin embargo, podía servirle como vía de escape si algo iba mal. Si por algún motivo su cara quedase al descubierto y los viesen los guardias. Solo tendría que descargar uno de los virotes de su ballesta sobre la frente del pirata, enseñar el cartel y decir que era un cazarrecompensas fingiendo ser su aliado y buscando el momento justo para atacar. Esperaba no tener que llegar a ese extremo, pues siempre estaba bien tener a un contacto en el mundo de la piratería. Alguien que pueda mover mercancía de una isla a otra.
Dobló el cartel y se lo guardó en el interior de sus ropajes. Salió del despacho, cerrando con llave tras de sí, como de costumbre, y bajó de nuevo al bar. Al pasar junto a Deian, sin detenerse, dijo:
─Detrás del bar hay dos camellos. Ven solo, demasiada gente llamaría la atención.
Y salió del bar. Se dirigió raudo y veloz hacia los camellos mientras tiraba el puro y se cubría la cara.
Salió de la habitación y, a grandes zancadas, subió por las escaleras hasta su despacho. Entró, cerrando con pestillo tras él, como era costumbre, y se sentó en su silla tras la mesa. Abrió el cajón y sacó un pequeño montón de papeles. Pasó entre ellos hasta que encontró lo que buscaba, confirmando sus sospechas.
─Deian K. Shawn… Veinte millones quinientos mil...-murmuró mientras se encendía un puro de calidad que acababa de sacar de otro cajón-. Vaya vaya…
Aquello no cambiaba en absoluto sus planes, pues no le importaba lo más mínimo como se ganaba la vida su compañero. Sin embargo, podía servirle como vía de escape si algo iba mal. Si por algún motivo su cara quedase al descubierto y los viesen los guardias. Solo tendría que descargar uno de los virotes de su ballesta sobre la frente del pirata, enseñar el cartel y decir que era un cazarrecompensas fingiendo ser su aliado y buscando el momento justo para atacar. Esperaba no tener que llegar a ese extremo, pues siempre estaba bien tener a un contacto en el mundo de la piratería. Alguien que pueda mover mercancía de una isla a otra.
Dobló el cartel y se lo guardó en el interior de sus ropajes. Salió del despacho, cerrando con llave tras de sí, como de costumbre, y bajó de nuevo al bar. Al pasar junto a Deian, sin detenerse, dijo:
─Detrás del bar hay dos camellos. Ven solo, demasiada gente llamaría la atención.
Y salió del bar. Se dirigió raudo y veloz hacia los camellos mientras tiraba el puro y se cubría la cara.
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