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Dark Dome City, la Ciudad de la Noche Eterna. Podía sonar como un pintoresco destino de buenas a primeras, aunque lo cierto es que se trataba de todo lo contrario. La isla era toda una metrópoli, llena de ruido, ajetreo y vida, independientemente de hacia dónde mirases... Siempre y cuando obviases de tu campo visual los oscuros callejones que se extendían cual telaraña entre los enormes rascacielos y edificios del lugar. Tecnológicamente avanzada a su tiempo, para alguien con cierto conocimiento técnico se trataba de una zona con un desarrollo mucho más avanzado de lo que cualquiera menos puesto en el tema pudiera decir. La notable contaminación lumínica de la gigantesca urbe compensaba en mayor o menor medida la ausencia de día, por lo que, probablemente, sus habitantes no notasen demasiada diferencia. Sin embargo, si había algo realmente peculiar en aquella sociedad eran, de hecho, sus propios ciudadanos, siendo esta formada en un porcentaje mayoritario por mujeres.
Kusanagi se había quejado en un principio por el trabajo. ¿Quién no? Por suerte, no cabía la menor duda de que toda reticencia o enfado que pudiera tener el agente se había disuelto a la hora de poner un pie en la ciudad. Podríamos decir que esto era debido al interés científico que el chico, un genio en su campo, pudiera denotar... Pero no. De hecho apenas había reparado en ello. ¿Cómo iba a hacerlo cuando su atención era incapaz de desviarse de las preciosas féminas que pululaban allí y allá? No importaba dónde pusiera el ojo -nunca mejor dicho-, mirase donde mirase todo lo que veía eran preciosas mujeres vestidas de forma... Bastante poco sutil, debía decir. Nada de lo que quejarse, claro está. Tanto era así, que se desvió cerca de treinta minutos de su cometido y del motivo por el que le habían destinado a aquella isla.
Dark Dome City era una isla independiente, por lo que carecía de trato alguno con el Gobierno Mundial. La ausencia de agentes o marines era compensada con su propia seguridad local, así como con sus propias fuerzas armadas. Sin embargo, los carteles de recompensa del Paraíso también llegaban hasta sus distritos y departamentos de seguridad, por lo que no era raro que, de vez en cuando, se informase a los cargos del Gobierno sobre la presencia de delincuentes de fama mundial por la zona. El pelirrojo había sido asignado a un comité de investigación formado por algunos marines ante la sospecha de que un criminal prioritariamente buscado andaba haciendo de las suyas. De hecho, el lugar hacia el que debía dirigirse era ni más ni menos que la escena de un crimen: el asesinato de la regente de un club de bastante renombre.
─ ¿Quién puede ser tan desalmado como para hacerle daño a estas obras de arte? -Susurraba, abriéndose paso entre el gentío de las transitadas calles- No tiene corazón...
Dejó escapar un pesado suspiro al ver a lo lejos el local, cercado por algunos agentes locales. También podían distinguirse algunos uniformes de la Marina. Parecía que se retrasaba un poco, pero no pasaba nada. ¿O sí?
Kusanagi se había quejado en un principio por el trabajo. ¿Quién no? Por suerte, no cabía la menor duda de que toda reticencia o enfado que pudiera tener el agente se había disuelto a la hora de poner un pie en la ciudad. Podríamos decir que esto era debido al interés científico que el chico, un genio en su campo, pudiera denotar... Pero no. De hecho apenas había reparado en ello. ¿Cómo iba a hacerlo cuando su atención era incapaz de desviarse de las preciosas féminas que pululaban allí y allá? No importaba dónde pusiera el ojo -nunca mejor dicho-, mirase donde mirase todo lo que veía eran preciosas mujeres vestidas de forma... Bastante poco sutil, debía decir. Nada de lo que quejarse, claro está. Tanto era así, que se desvió cerca de treinta minutos de su cometido y del motivo por el que le habían destinado a aquella isla.
Dark Dome City era una isla independiente, por lo que carecía de trato alguno con el Gobierno Mundial. La ausencia de agentes o marines era compensada con su propia seguridad local, así como con sus propias fuerzas armadas. Sin embargo, los carteles de recompensa del Paraíso también llegaban hasta sus distritos y departamentos de seguridad, por lo que no era raro que, de vez en cuando, se informase a los cargos del Gobierno sobre la presencia de delincuentes de fama mundial por la zona. El pelirrojo había sido asignado a un comité de investigación formado por algunos marines ante la sospecha de que un criminal prioritariamente buscado andaba haciendo de las suyas. De hecho, el lugar hacia el que debía dirigirse era ni más ni menos que la escena de un crimen: el asesinato de la regente de un club de bastante renombre.
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