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-¿Dónde ha dicho que nos iba a dejar? -preguntó Therax mientras contemplaba los alrededores, tratando de recordar las palabras del capitán de la embarcación que le había llevado hasta allí. Desde que había visto los manglares en la distancia, con su antigua y orgullosa presencia rompiendo la monotonía del océano, su mente había comenzado a divagar. ¿Habría llegado ya alguno de sus compañeros al archipiélago? ¿Tendría que encargarse de las heridas de una sardina o tratar de curar alguna extraña enfermedad venérea? Lo cierto era que no le extrañaría encontrarse con un cuadro similar a ése, pero esperaba que no fuera así.
El modesto barco había atracado hacía apenas cinco minutos y, como de costumbre cada vez que viajaba de esa manera, había esperado para ser el último en bajar. En aquella región del mundo a la gente le costaba mucho más sorprenderse, pero los recuerdos que le traían los barcos de pasajeros habían hecho que optase por ser cauto. ¿Quién sabía si allí habría algún energúmeno que se asustase por la extraña presencia de dos cánidos a bordo?
Fuera como fuere, allí se encontraba. No tenía la menor idea del número del manglar sobre el que había puesto sus pies. Por otro lado, tampoco recordaba cuál era exactamente el punto de encuentro. ¿Acaso habían fijado alguno antes de separarse? Juraría que no, pero habían sido dos años muy intensos y un olvido como aquél sería comprensible.
-Mira que eres inútil. Ni para recordar dos números sirves -observó la mecánica voz que emanaba del collar de César.
-Cállate -ordenó sin más el domador. Ni siquiera dirigió una mirada al viejo lobo. Estaba acostumbrado a sus sarcásticos comentarios y ya ni se inmutaba por ellos. Él lo sabía, pero aun así parecía continuar disfrutando con ellos. Therax sonrió para sí mientras se ponía en marcha. Lo cierto era que los echaría de menos si algún día le faltaran.
El lomo de Tib rozó su muslo derecho, y el rubio comprobó con un rápido vistazo que el Muryn se había puesto a su altura y caminaba pegado a él. El más veterano de la pareja, cómo no, caminaba un poco más atrás. Los años pasaban factura, y la artrosis hacía que cada vez fuese más difícil para él seguir el ritmo de sus compañeros. O puede que simplemente fuese un vago o que prefiriese que los otros hicieran de escudo humano en caso de que hubiera problemas. A decir verdad, cualquiera de las opciones era perfectamente factible.
-¿Sabéis qué? Si ya han llegado a Sabaody nos va a ser muy fácil encontrarlos. Sólo tenemos que ir hacia cualquier alboroto y acabaremos encontrando a Luka, a Zane o a Hou en el centro de todo.
El modesto barco había atracado hacía apenas cinco minutos y, como de costumbre cada vez que viajaba de esa manera, había esperado para ser el último en bajar. En aquella región del mundo a la gente le costaba mucho más sorprenderse, pero los recuerdos que le traían los barcos de pasajeros habían hecho que optase por ser cauto. ¿Quién sabía si allí habría algún energúmeno que se asustase por la extraña presencia de dos cánidos a bordo?
Fuera como fuere, allí se encontraba. No tenía la menor idea del número del manglar sobre el que había puesto sus pies. Por otro lado, tampoco recordaba cuál era exactamente el punto de encuentro. ¿Acaso habían fijado alguno antes de separarse? Juraría que no, pero habían sido dos años muy intensos y un olvido como aquél sería comprensible.
-Mira que eres inútil. Ni para recordar dos números sirves -observó la mecánica voz que emanaba del collar de César.
-Cállate -ordenó sin más el domador. Ni siquiera dirigió una mirada al viejo lobo. Estaba acostumbrado a sus sarcásticos comentarios y ya ni se inmutaba por ellos. Él lo sabía, pero aun así parecía continuar disfrutando con ellos. Therax sonrió para sí mientras se ponía en marcha. Lo cierto era que los echaría de menos si algún día le faltaran.
El lomo de Tib rozó su muslo derecho, y el rubio comprobó con un rápido vistazo que el Muryn se había puesto a su altura y caminaba pegado a él. El más veterano de la pareja, cómo no, caminaba un poco más atrás. Los años pasaban factura, y la artrosis hacía que cada vez fuese más difícil para él seguir el ritmo de sus compañeros. O puede que simplemente fuese un vago o que prefiriese que los otros hicieran de escudo humano en caso de que hubiera problemas. A decir verdad, cualquiera de las opciones era perfectamente factible.
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La media luna dejó caer su ancla en el borde de uno de los maglares sin ley de la zona externa del archipiélago poco antes del medio día, finalizando de aquella manera uno de los trabajos más extenuantes que la pelirroja tuviera que llevar a cabo desde hacía mucho tiempo. Casi echaba de menos entrenar con ropa de verano y descalza en el reino de Sakura. Akane se dejó caer en la cubierta de su pequeño barco, dejando caer los brazos a lo largo. Un suspiro de alivio se le escapó de entre los labios justo antes de que una lluvia de babas le cayese encima. Su no tan pequeña Nala, pensando que la chica quería jugar, se había acercado corriendo al verla tirada en el suelo y ahora se entretenía lamiendo el rostro de su dueña, así como las manos que trataban de evitarlo.
-Nala, tranquila. Por favor... ¡Nala!- Se quejaba entre carcajadas la felina. Sin embargo, aún pasaron un par de minutos hasta que la enorme cánida decidió quitarse de encima suya, quedando a su lado, sentada y moviendo alegremente la cola. Mura se restregó la manga de la camiseta que llevaba por la cara, limpiándose así en parte. -De verdad... Menos mal que pensaba tomar una ducha antes de ir a por provisiones.- Dijo para sí misma antes de ponerse en pie, bostezando. Se encontraba agotada tras el viaje. Algo comprensible teniendo en cuenta que había pasado horas llamando por DDM a Bakagami para pedir ayuda a la hora de redirigir el rumbo de su barco. Ella no era navegante. No sabía leer las estrellas ni las corrientes, o lo que fuese que hiciera Akagami al timón. Bien era cierto que su embarcación tenía lo necesario para llevarla al borde del paraíso sin necesidad de que un humano la guiase, pero nunca era bueno fiarse.
"Menos mal que a la vuelta nos acompañara Akagami..." Pensó, mientras se adentraba en el baño de su camarote, desvistiéndose. No tardó mucho en acabar bajo una cascada de agua caliente. Cerró los ojos mientras divagaba por razones varias. Habían pasado muchos años en los que no supo nada acerca de los Blue Roses, y más aún en los que no había vuelto a contactar con Dawn. Mejor dicho, con las personas que cuidaban de ella. Pero era lo mejor. O eso quería creer la pelirroja: Ella era una criminal cuya vida podía finalizar en cualquier momento. Un barco pirata no era lugar para una niña. Eran motivos más que suficientes para mantener en secreto su existencia. Aunque no quitaba que quisiera contárselo por lo menos a Berthil y a su capitán. ¿No eran también su familia? ¿Pero cómo reaccionarían?
-Hay tiempo para ello...- Sentenció finalmente, antes de cerrar el grifo y coger una toalla con la que secarse y cubrir su cuerpo desnudo. Tenía cosas que hacer, como ir a comprar provisiones para lo que quedaba de viaje, tomar algo y cotillear. Sí. Tras dos años sin hacer caso al mundo, estaría bien ver que cosas habían cambiado en su ausencia. Nada más estuvo lista, salió sin un rumbo fijo.
Llevaba el pelo recogido en una trenza, dejando solo su flequillo y un largo mecho a un lado de la cara, sueltos. Sus ropas eran oscuras: Un pantalón ajustado negro, una camisa granate, con un marón y botas altas de cuero -del mismo color del cinto. Llevaba además dos brazaletes de cuero trenzado negro, y sus dagas ocultas entre sus prendas. Además de un bolso con parte de su dinero y otras cosas. Además de ir subida encima de Nala.
-Sumire, quédate para proteger el barco y recibir a Aka si aparece. En caso de que suceda cualquier cosa, contactarme. ¿De acuerdo?-
-Nala, tranquila. Por favor... ¡Nala!- Se quejaba entre carcajadas la felina. Sin embargo, aún pasaron un par de minutos hasta que la enorme cánida decidió quitarse de encima suya, quedando a su lado, sentada y moviendo alegremente la cola. Mura se restregó la manga de la camiseta que llevaba por la cara, limpiándose así en parte. -De verdad... Menos mal que pensaba tomar una ducha antes de ir a por provisiones.- Dijo para sí misma antes de ponerse en pie, bostezando. Se encontraba agotada tras el viaje. Algo comprensible teniendo en cuenta que había pasado horas llamando por DDM a Bakagami para pedir ayuda a la hora de redirigir el rumbo de su barco. Ella no era navegante. No sabía leer las estrellas ni las corrientes, o lo que fuese que hiciera Akagami al timón. Bien era cierto que su embarcación tenía lo necesario para llevarla al borde del paraíso sin necesidad de que un humano la guiase, pero nunca era bueno fiarse.
"Menos mal que a la vuelta nos acompañara Akagami..." Pensó, mientras se adentraba en el baño de su camarote, desvistiéndose. No tardó mucho en acabar bajo una cascada de agua caliente. Cerró los ojos mientras divagaba por razones varias. Habían pasado muchos años en los que no supo nada acerca de los Blue Roses, y más aún en los que no había vuelto a contactar con Dawn. Mejor dicho, con las personas que cuidaban de ella. Pero era lo mejor. O eso quería creer la pelirroja: Ella era una criminal cuya vida podía finalizar en cualquier momento. Un barco pirata no era lugar para una niña. Eran motivos más que suficientes para mantener en secreto su existencia. Aunque no quitaba que quisiera contárselo por lo menos a Berthil y a su capitán. ¿No eran también su familia? ¿Pero cómo reaccionarían?
-Hay tiempo para ello...- Sentenció finalmente, antes de cerrar el grifo y coger una toalla con la que secarse y cubrir su cuerpo desnudo. Tenía cosas que hacer, como ir a comprar provisiones para lo que quedaba de viaje, tomar algo y cotillear. Sí. Tras dos años sin hacer caso al mundo, estaría bien ver que cosas habían cambiado en su ausencia. Nada más estuvo lista, salió sin un rumbo fijo.
Llevaba el pelo recogido en una trenza, dejando solo su flequillo y un largo mecho a un lado de la cara, sueltos. Sus ropas eran oscuras: Un pantalón ajustado negro, una camisa granate, con un marón y botas altas de cuero -del mismo color del cinto. Llevaba además dos brazaletes de cuero trenzado negro, y sus dagas ocultas entre sus prendas. Además de un bolso con parte de su dinero y otras cosas. Además de ir subida encima de Nala.
-Sumire, quédate para proteger el barco y recibir a Aka si aparece. En caso de que suceda cualquier cosa, contactarme. ¿De acuerdo?-
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El plan del rubio era perfecto para encontrar a sus compañeros. No podía fallar, pero lo hizo. «¿Es que ésta va a ser la primera isla en la que no lían la de Dios?», se preguntó. Lo cierto era que caminaba sin rumbo fijo, aunque se había asegurado de no alejarse de la zona portuaria. Si se encontraba con quien le había llevado hasta allí podría preguntarle en qué manglar se encontraba. Claro que también podía interrogar al respecto a cualquiera que pasase por allí, pero prefería no establecer contacto con demasiada gente hasta encontrarse con sus compañeros.
Terminó por detenerse frente a un cartel grande y descolorido. El paso de los años había desgastado la imagen que figuraba en él, aunque unas letras seguían siendo legibles: "The Big Mermaid. Repuestos Marítimos". El espadachín torció un poco el gesto ante el nombre del establecimiento, pues de haberlo oído en otro lugar pensaría que correspondía a un prostíbulo o algún tugurio de características similares.
Fuera como fuere, tal vez allí pudiesen ayudarle. No era descabellado pensar que hubiera sido necesario para los Arashi comprar algo en ese comercio. El barco podría necesitar algún tipo de reparación y aquél era el sitio indicado para adquirir los materiales. ¿Se habría encargado Nox de mantener en buen estado el navío? Esperaba que sí, aunque el paso del tiempo era innegable e ineludible. Con un sinfín de ideas aún rondando su mente, se decidió a entrar en la tienda para intentar obtener algo de información.
Una campana colocada sobre el marco de la puerta avisó de que el domador acababa de entrar, pero nadie salió a atenderle. «No me extraña que esté así», se dijo, comprobando que el estado del interior era tan lamentable como el del letrero. El polvo reinaba en la estancia, siendo especialmente abundante sobre el mostrador que había a un par de metros de distancia de Therax.
Había varias estanterías con multitud de productos que, pese a lo que cabría esperar, parecían encontrarse en buen estado. No obstante, la mayoría del material se encontraba tras la barra que separaba al cliente del inexistente dueño. El rubio avanzó unos pasos, deteniéndose frente a un pequeño timbre que no dudó en presionar con fuerza. Sin embargo, estaba roto y no nació de él ni el más mínimo sonido.
-Estupendo -murmuró.
-¿Hay alguien ahí? -dijo entonces una voz maltratada por el paso de los años. Procedía de alguno de los pasillos que conformaban los muebles entre los que se repartían los distintos útiles náuticos.
-Sí -respondió Therax en voz alta, escuchando a continuación cómo unos pasos cortos y rápidos se dirigían hacia él.
Terminó por detenerse frente a un cartel grande y descolorido. El paso de los años había desgastado la imagen que figuraba en él, aunque unas letras seguían siendo legibles: "The Big Mermaid. Repuestos Marítimos". El espadachín torció un poco el gesto ante el nombre del establecimiento, pues de haberlo oído en otro lugar pensaría que correspondía a un prostíbulo o algún tugurio de características similares.
Fuera como fuere, tal vez allí pudiesen ayudarle. No era descabellado pensar que hubiera sido necesario para los Arashi comprar algo en ese comercio. El barco podría necesitar algún tipo de reparación y aquél era el sitio indicado para adquirir los materiales. ¿Se habría encargado Nox de mantener en buen estado el navío? Esperaba que sí, aunque el paso del tiempo era innegable e ineludible. Con un sinfín de ideas aún rondando su mente, se decidió a entrar en la tienda para intentar obtener algo de información.
Una campana colocada sobre el marco de la puerta avisó de que el domador acababa de entrar, pero nadie salió a atenderle. «No me extraña que esté así», se dijo, comprobando que el estado del interior era tan lamentable como el del letrero. El polvo reinaba en la estancia, siendo especialmente abundante sobre el mostrador que había a un par de metros de distancia de Therax.
Había varias estanterías con multitud de productos que, pese a lo que cabría esperar, parecían encontrarse en buen estado. No obstante, la mayoría del material se encontraba tras la barra que separaba al cliente del inexistente dueño. El rubio avanzó unos pasos, deteniéndose frente a un pequeño timbre que no dudó en presionar con fuerza. Sin embargo, estaba roto y no nació de él ni el más mínimo sonido.
-Estupendo -murmuró.
-¿Hay alguien ahí? -dijo entonces una voz maltratada por el paso de los años. Procedía de alguno de los pasillos que conformaban los muebles entre los que se repartían los distintos útiles náuticos.
-Sí -respondió Therax en voz alta, escuchando a continuación cómo unos pasos cortos y rápidos se dirigían hacia él.
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Nala caminaba a paso tranquilo por el suelo del manglar en el que se encontraba, observando todo con una curiosidad equivalente a la intranquilidad de su dueña. Había demasiada gente a pesar de ser tan temprano y eso causaba molestia a la felina. Tras dos años de aislamiento el público le resultaba irritante, sobretodo estando en la zona sin ley. Había demasiadas personas en ese lado que podrían plantearse intentar robar a su preciada cánida para venderla. Y también otros tantos ojos curiosos. Gente escandalosa que se asustaba solo con observar al animal. Tanto ruido junto hacía que sus orejas doliesen. "Vamos a ir a un lugar más tranquilo". Estuvo por decir, pero eso sería estúpido. Si quería comprar debería poner mala cara y aguantarse.
Y eso hizo, durante la siguiente media hora, Akane y su acompañante habían logrado alcanzar la zona comercial más "limpia" del manglar, donde varios puestos de alimentos se peleaban por lograr al mejor postor.. Cabe decir que los precios eran escandalosos. Pero el carácter de la joven ayudaba a abaratar las compras y su cuerpo también, para que engañarnos. Sobretodo cuando varias fundas de armas colgaban de su ropa. Para cuando concluyeron su paseo por el mercado, todavía les quedaba dinero para ir a tomar algo en alguna taberna. -Parece que ya podemos irnos, Nala.- Exclamó la pelinaranja, pero la cánida hizo caso omiso. Estaba muy ocupada olisqueando algo: Comida, otro animal similar a ella o alguien conocido, estaba entre la lista de posibilidades de Mura. También podía ser la naturaleza quien la reclamase. De ser eso último, sería mejor alejarse del lugar a uno más despejado.
-¡Vamos, Nala!- La llamó, subiéndose en su lomo, aferrando en una de sus manos el ticket de su última compra. Todo estaría en su barco antes del anochecer, o eso le habían asegurado.
En menos de un parpadeo, el enorme animal se había puesto a trotar en una dirección fija, siguiendo el rastro que hubo captado antes. Aceleró de forma tan vertiginosa que Mura necesito tumbar su cuerpo sobre ella y aferrarse a su pelaje hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Y cuando se detuvo, a nada estuvo de salir volando. -¡¿A qué ha venido eso?!- Se quejó, algo aturdida. Le costó unos cuantos segundos reubicarse tras el paseito. Encontrándose de frente con un establecimiento de recambios. Nala se sentó y tras oler el aire de nuevo, empezó a ladrar, moviendo la cola alegremente de un lado a otro.
-¿Uh?-
Y eso hizo, durante la siguiente media hora, Akane y su acompañante habían logrado alcanzar la zona comercial más "limpia" del manglar, donde varios puestos de alimentos se peleaban por lograr al mejor postor.. Cabe decir que los precios eran escandalosos. Pero el carácter de la joven ayudaba a abaratar las compras y su cuerpo también, para que engañarnos. Sobretodo cuando varias fundas de armas colgaban de su ropa. Para cuando concluyeron su paseo por el mercado, todavía les quedaba dinero para ir a tomar algo en alguna taberna. -Parece que ya podemos irnos, Nala.- Exclamó la pelinaranja, pero la cánida hizo caso omiso. Estaba muy ocupada olisqueando algo: Comida, otro animal similar a ella o alguien conocido, estaba entre la lista de posibilidades de Mura. También podía ser la naturaleza quien la reclamase. De ser eso último, sería mejor alejarse del lugar a uno más despejado.
-¡Vamos, Nala!- La llamó, subiéndose en su lomo, aferrando en una de sus manos el ticket de su última compra. Todo estaría en su barco antes del anochecer, o eso le habían asegurado.
En menos de un parpadeo, el enorme animal se había puesto a trotar en una dirección fija, siguiendo el rastro que hubo captado antes. Aceleró de forma tan vertiginosa que Mura necesito tumbar su cuerpo sobre ella y aferrarse a su pelaje hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Y cuando se detuvo, a nada estuvo de salir volando. -¡¿A qué ha venido eso?!- Se quejó, algo aturdida. Le costó unos cuantos segundos reubicarse tras el paseito. Encontrándose de frente con un establecimiento de recambios. Nala se sentó y tras oler el aire de nuevo, empezó a ladrar, moviendo la cola alegremente de un lado a otro.
-¿Uh?-
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La sombra de quien fuese que le había respondido comenzó a ser visible, acompañando a unos pasos parsimoniosos que cada vez se encontraban más cerca del domador. Therax se disponía a responder, aunque aún no había decidido cómo demonios intentaría obtener información sobre su banda sin levantar sospechas. Siempre había sido un completo inútil en labores como aquélla. «Hay una primera vez para todo», se dijo en un vano intento por darse ánimos.
No obstante, antes incluso de que la silueta de su anfitrión emergiese de entre las estanterías repletas de útiles náuticos, la puerta situada a sus espaldas se abrió con gran estrépito. Una masa de pelo anaranjado se arrojó sobre Tib, que no emitió ni el más mínimo sonido que indicase que pensaba defenderse de aquel ataque. ¿Qué demonios estaba sucediendo?
El espadachín permaneció de pie, inmóvil y contemplando cómo el blanco y el naranja rodaban por el suelo de la tienda, casi fundiéndose en un único ser que gruñía y gemía por partida doble. Fue en una de las innumerables vueltas que, al conseguir apreciar el morro del animal invasor, fue capaz de reconocerlo. Había crecido, y mucho. ¿Cuánto hacía desde la última vez que había visto a Nala? Dos años tal vez; seguramente más.
No obstante, el aspecto del cánido daba a entender que su desarrollo había sido completamente diferente de lo esperado. Tib había crecido, sí, pero no de la forma que lo había hecho la mascota de Mura... casi antinatural. ¿Acaso se habría encargado ella de estimularlo de algún modo? A saber, pero eso no era algo que le concerniese ni le importase. En vez de eso dirigió su atención a las pequeñas y sucias ventanas que se repartían por el lugar.
La del pelo anaranjado no debía encontrarse muy lejos de allí, a no ser que Nala se hubiese perdido o hubiese optado por escaparse. Aquello era algo más que improbable, así que enseguida desestimó esa posibilidad y trató de forzar un poco la vista para ver entre el polvo y la suciedad. ¿Quién era capaz de trabajar en un lugar con tanta mierda? Algún guarro, eso seguro.
Fuera como fuese, lo cierto era que no había modo de distinguir qué había más allá de los opacos cristales. Ignorando por completo al muryn y a su compañera, centró su atención en la puerta y dio un par de pasos en dirección a ella.
-¿Eres tú quien me ha llamado? -inquirió la misma voz cascada tras él. No obstante, ignoró la pregunta por el momento y siguió dando la espalda al mostrados. Claro que era él; ¿acaso había alguien más allí que pudiese hablar? «Ahora te va a tocar esperar a ti», pensó, sonriéndose y cruzándose de brazos en espera de que la dueña del animal que acababa de irrumpir en la tienda apareciese.
No obstante, antes incluso de que la silueta de su anfitrión emergiese de entre las estanterías repletas de útiles náuticos, la puerta situada a sus espaldas se abrió con gran estrépito. Una masa de pelo anaranjado se arrojó sobre Tib, que no emitió ni el más mínimo sonido que indicase que pensaba defenderse de aquel ataque. ¿Qué demonios estaba sucediendo?
El espadachín permaneció de pie, inmóvil y contemplando cómo el blanco y el naranja rodaban por el suelo de la tienda, casi fundiéndose en un único ser que gruñía y gemía por partida doble. Fue en una de las innumerables vueltas que, al conseguir apreciar el morro del animal invasor, fue capaz de reconocerlo. Había crecido, y mucho. ¿Cuánto hacía desde la última vez que había visto a Nala? Dos años tal vez; seguramente más.
No obstante, el aspecto del cánido daba a entender que su desarrollo había sido completamente diferente de lo esperado. Tib había crecido, sí, pero no de la forma que lo había hecho la mascota de Mura... casi antinatural. ¿Acaso se habría encargado ella de estimularlo de algún modo? A saber, pero eso no era algo que le concerniese ni le importase. En vez de eso dirigió su atención a las pequeñas y sucias ventanas que se repartían por el lugar.
La del pelo anaranjado no debía encontrarse muy lejos de allí, a no ser que Nala se hubiese perdido o hubiese optado por escaparse. Aquello era algo más que improbable, así que enseguida desestimó esa posibilidad y trató de forzar un poco la vista para ver entre el polvo y la suciedad. ¿Quién era capaz de trabajar en un lugar con tanta mierda? Algún guarro, eso seguro.
Fuera como fuese, lo cierto era que no había modo de distinguir qué había más allá de los opacos cristales. Ignorando por completo al muryn y a su compañera, centró su atención en la puerta y dio un par de pasos en dirección a ella.
-¿Eres tú quien me ha llamado? -inquirió la misma voz cascada tras él. No obstante, ignoró la pregunta por el momento y siguió dando la espalda al mostrados. Claro que era él; ¿acaso había alguien más allí que pudiese hablar? «Ahora te va a tocar esperar a ti», pensó, sonriéndose y cruzándose de brazos en espera de que la dueña del animal que acababa de irrumpir en la tienda apareciese.
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-Voy a tener que enseñarle a esperar antes de entrar en establecimientos ajenos.- Musitó Mura, quien se encontraba sentada en el suelo tras haber rodado por la espalda de su cánida compañera. Esta se había lanzado a interior del establecimiento, prácticamente tirando la puerta abajo y parte de la vieja pared. Esperaba que el dueño no las regañase mucho, o al menos que tanto alboroto no hubiera sido en vano. Aunque lo segundo parecía claro que no. Mura olisqueó el aire, arrugando la nariz y soltando un estornudo por culpa del polvo que había causado Nala. "Deberían limpiar más estos árboles gigantes". Se quejó mentalmente, antes de ponerse en pie. Al menos entre tanto polvo había podido distinguir la fragancia de una persona que le resultaba conocida. No tanto como para poder discernir con facilidad quién era. Por suerte, el boquete enfrente de ella permitía ver la cabellera rubia de Therax.
La joven esbozó una sonrisa, al imaginarse que el causante de aquella reacción en Nala hubiera sido Tibb. Con esa idea, y el sigilo del que la chica disponía, esta trató de internarse en la vivienda, aprovechando la confunsión que hubiera causado su pequeña mascota. Se apoyó tranquilamente en una de las ventanas y, tras ver como el rubito se cruzaba de brazos, habló. -¿No te has traído al cascarrabias contigo?- Preguntó con tono divertido, también cruzada de brazos. -Ha pasado tiempo, Ther. Aunque es curioso. No esperaba verte, y menos en esta zona de Sabaody.-
En verdad, solo se habían visto una vez en su vida, hacía unos años en una isla desierta del North Blue, así que tampoco podía decir si el chico era una persona normal o algo más... ¿Un pirata? Parecía demasiado bueno como para ser un desalmado bucanero. Además, viajaba solo con sus mascotas... Pero tampoco se sorprendió al ver como asesinaba a otras personas... De ser un marine hubiera sabido de su identidad y ya la habrían capturado... ¿Revolucionario? Quizás... Como fuera, ya lo preguntaría cuando el chico terminase de tratar sus asuntos. -Le ha llamado el caballero de ahí.- Contestó Akane al hombre de avanzada edad, señalando al chico.
La joven esbozó una sonrisa, al imaginarse que el causante de aquella reacción en Nala hubiera sido Tibb. Con esa idea, y el sigilo del que la chica disponía, esta trató de internarse en la vivienda, aprovechando la confunsión que hubiera causado su pequeña mascota. Se apoyó tranquilamente en una de las ventanas y, tras ver como el rubito se cruzaba de brazos, habló. -¿No te has traído al cascarrabias contigo?- Preguntó con tono divertido, también cruzada de brazos. -Ha pasado tiempo, Ther. Aunque es curioso. No esperaba verte, y menos en esta zona de Sabaody.-
En verdad, solo se habían visto una vez en su vida, hacía unos años en una isla desierta del North Blue, así que tampoco podía decir si el chico era una persona normal o algo más... ¿Un pirata? Parecía demasiado bueno como para ser un desalmado bucanero. Además, viajaba solo con sus mascotas... Pero tampoco se sorprendió al ver como asesinaba a otras personas... De ser un marine hubiera sabido de su identidad y ya la habrían capturado... ¿Revolucionario? Quizás... Como fuera, ya lo preguntaría cuando el chico terminase de tratar sus asuntos. -Le ha llamado el caballero de ahí.- Contestó Akane al hombre de avanzada edad, señalando al chico.
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En efecto, una silueta no tardó en detenerse en el agujero que Nala había creado al acceder al establecimiento. El contraste entre la luz que imperaba fuera y la penumbra que reinaba dentro impedía distinguir sus facciones o su ropa siquiera. No obstante, Therax enseguida reconoció a quién pertenecía esa figura. Era bueno para todo lo que implicase recordar, apariencias incluidas.
-Dijo la alegría de la huerta -espetó César desde su posición junto al mostrador, dando a entender que sabía por quién iba el comentario de Mura.
El rubio no pudo reprimir una sonrisa. Adoraba presenciar los enfados de la más vieja de sus mascotas, sobre todo cuando no tenían nada que ver con él. Le producía cierta satisfacción ver cómo vomitaba su bilis sobre alguien que no fuese él, aunque no era capaz de definir los motivos.
Fuera como fuere, Mura era probablemente la persona que menos hubiera esperado encontrarse allí, y no podía evitar pensar que era algo bastante sospechoso. ¿Acaso se estaba volviendo un paranoico? El desarrollo que habían tenido los acontecimientos en Buia predisponía a ello, de eso no cabía duda. Sacudió brevemente la cabeza, tratando de despejar sus dudas. Ambos habían combatido juntos y habían estado bastante cerca de morir. ¿A qué demonios vendría que manifestase una actitud hostil?
-Yo tampoco creía que te encontraría aquí -respondió el espadachín, dándose la vuelta y encarándose al vendedor. Era un tipo de mediana edad, aunque su aspecto dejaba claro que los años no le habían tratado bien. Un par de cicatrices llamaba la atención en su cara, y llevaba su cabellera pelirroja recogida en una trenza que caía hasta su cintura-. Estoy de paso, ya sabes. Buscando a unos amigos antes continuar con mi camino.
No tenía sentido desconfiar de ella, pero tampoco era buena idea ir anunciando a los cuatro vientos quiénes eran sus compañeros de viaje. La suma que se ofrecía por su cabeza no era la más alta de cuantas se podían ver, pero era más que suficiente para llevar una vida cómoda sin preocupaciones.
No obstante, quería interrogar al dependiente sobre alguno de sus amigos y la presencia de Mura no le resultaba demasiado cómoda. Aunque, bien pensado, ¿cuántas probabilidades había de que reconociese a los Arashi por una vaga descripción? Pocas, o eso esperaba él.
-Buenas tardes -comenzó a decir el rubio, obteniendo algo parecido a un gruñido como respuesta-. Me gustaría saber si han pasado por aquí unos amigos míos. Uno es alto y pelirrojo. Suele llevar varias espadas y se comporta como un verdadero gañán. También puede que viniera un tipo mayor que usa una máscara, o un gyojin con pinta de estar siempre enfadado. ¿Les suena alguno de ellos?
El tipo arqueó una ceja, aparentemente sorprendido ante las descripciones. Se tomó unos segundos para pensar su respuesta, o para valorar si debía contestar siquiera. Fuera cual fuese la opción acertada, lo cierto es que el silencio fue de lo más incómodo para el espadachín. No sabía cómo interpretarlo y, por otro lado, temía que sus explicaciones hubiesen sido demasiado claras. ¿Gyojines y abueletes con máscara? De esos no había muchos, pero sería demasiada mala suerte que la del pelo anaranjado intuyese a quiénes se refería.
-¿Se puede saber qué tienen esos tipos? -terminó por responder el vendedor-. Eres la séptima persona que viene a preguntarme por ellos en lo que va de semana, aunque debo reconocer que eres el que menos pinta de delincuente tiene -añadió, analizando al rubio de la cabeza a los pies-. No quiero problemas, así que te diré lo mismo que a los demás. Sí, vinieron hace algunas semanas. Querían materiales para reparar un ancla y algunas cosas de la bodega. No sé nada más, así que, si no vas a comprar nada, puedes irte por donde has venido.
Therax se disponía a mostrar su agradecimiento por la información, pero se encontró de pleno con una espalda escoliótica que no parecía muy dispuesta a continuar la conversación. Se habían metido en líos, cosa que no le sorprendió en absoluto. De hecho, tal vez aquello hiciese más fácil la tarea de encontrarlos. Cuando se dio la vuelta, Mura aún seguía allí.
-¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? -preguntó, caminando hasta detenerse frente a ella.
-¡Ah! ¡Tú! ¡Te va a tocar pagar eso! -exclamó de repente el dueño del local, mostrando un dedo acusador que señalaba a Mura.
-Dijo la alegría de la huerta -espetó César desde su posición junto al mostrador, dando a entender que sabía por quién iba el comentario de Mura.
El rubio no pudo reprimir una sonrisa. Adoraba presenciar los enfados de la más vieja de sus mascotas, sobre todo cuando no tenían nada que ver con él. Le producía cierta satisfacción ver cómo vomitaba su bilis sobre alguien que no fuese él, aunque no era capaz de definir los motivos.
Fuera como fuere, Mura era probablemente la persona que menos hubiera esperado encontrarse allí, y no podía evitar pensar que era algo bastante sospechoso. ¿Acaso se estaba volviendo un paranoico? El desarrollo que habían tenido los acontecimientos en Buia predisponía a ello, de eso no cabía duda. Sacudió brevemente la cabeza, tratando de despejar sus dudas. Ambos habían combatido juntos y habían estado bastante cerca de morir. ¿A qué demonios vendría que manifestase una actitud hostil?
-Yo tampoco creía que te encontraría aquí -respondió el espadachín, dándose la vuelta y encarándose al vendedor. Era un tipo de mediana edad, aunque su aspecto dejaba claro que los años no le habían tratado bien. Un par de cicatrices llamaba la atención en su cara, y llevaba su cabellera pelirroja recogida en una trenza que caía hasta su cintura-. Estoy de paso, ya sabes. Buscando a unos amigos antes continuar con mi camino.
No tenía sentido desconfiar de ella, pero tampoco era buena idea ir anunciando a los cuatro vientos quiénes eran sus compañeros de viaje. La suma que se ofrecía por su cabeza no era la más alta de cuantas se podían ver, pero era más que suficiente para llevar una vida cómoda sin preocupaciones.
No obstante, quería interrogar al dependiente sobre alguno de sus amigos y la presencia de Mura no le resultaba demasiado cómoda. Aunque, bien pensado, ¿cuántas probabilidades había de que reconociese a los Arashi por una vaga descripción? Pocas, o eso esperaba él.
-Buenas tardes -comenzó a decir el rubio, obteniendo algo parecido a un gruñido como respuesta-. Me gustaría saber si han pasado por aquí unos amigos míos. Uno es alto y pelirrojo. Suele llevar varias espadas y se comporta como un verdadero gañán. También puede que viniera un tipo mayor que usa una máscara, o un gyojin con pinta de estar siempre enfadado. ¿Les suena alguno de ellos?
El tipo arqueó una ceja, aparentemente sorprendido ante las descripciones. Se tomó unos segundos para pensar su respuesta, o para valorar si debía contestar siquiera. Fuera cual fuese la opción acertada, lo cierto es que el silencio fue de lo más incómodo para el espadachín. No sabía cómo interpretarlo y, por otro lado, temía que sus explicaciones hubiesen sido demasiado claras. ¿Gyojines y abueletes con máscara? De esos no había muchos, pero sería demasiada mala suerte que la del pelo anaranjado intuyese a quiénes se refería.
-¿Se puede saber qué tienen esos tipos? -terminó por responder el vendedor-. Eres la séptima persona que viene a preguntarme por ellos en lo que va de semana, aunque debo reconocer que eres el que menos pinta de delincuente tiene -añadió, analizando al rubio de la cabeza a los pies-. No quiero problemas, así que te diré lo mismo que a los demás. Sí, vinieron hace algunas semanas. Querían materiales para reparar un ancla y algunas cosas de la bodega. No sé nada más, así que, si no vas a comprar nada, puedes irte por donde has venido.
Therax se disponía a mostrar su agradecimiento por la información, pero se encontró de pleno con una espalda escoliótica que no parecía muy dispuesta a continuar la conversación. Se habían metido en líos, cosa que no le sorprendió en absoluto. De hecho, tal vez aquello hiciese más fácil la tarea de encontrarlos. Cuando se dio la vuelta, Mura aún seguía allí.
-¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? -preguntó, caminando hasta detenerse frente a ella.
-¡Ah! ¡Tú! ¡Te va a tocar pagar eso! -exclamó de repente el dueño del local, mostrando un dedo acusador que señalaba a Mura.
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Mura se sobresaltó al escuchar la voz tras su espalda, justo cuando iba a salir por la puerta con el rubio. Bueno, era lo justo. Su mascota acababa de hacer un desastre en la tienda ajena así que no se podía evitar. “Y yo que pensaba que nos habíamos librado…” Pensó, antes de mirar a Therax con una cara que pedía que por favor esperase un momento. Girándose para mirar al hombre con una leve sonrisa nerviosa caminó hasta el recibidor, donde agachó la cabeza a modo de disculpa. —Siento mucho que Nala se descontrolase… Espero que con esto sea suficiente. —Dijo mientras sacaba de su bolsa el lugar en el que había guardado sus “Berries de emergencia”. El resto de su dinero lo había dejado en el barco, a buen recaudo con Sumire. Un millón de Berries para reparar una puerta y una pared, así como cualquier cosa que se hubiera podido romper con las vueltas que había dado Nala por el suelo. No era precisamente un animal pequeño así que. El hombre bufó antes de tomar el dinero.
—Supongo que esta cantidad bastará…—Dijo contando los billetes del Fajo. Mura suspiró aliviada y estuvo a punto de irse cuando el mayor pareció percatarse de algo. —Hmmm… Oye, chica. ¿No es demasiado llamativo que andes paseándote por aquí? Más si vas destrozando tiendas. —A la pelirroja se le heló la sangre. Bueno, era normal que la reconociera, pero no quería admitirlo.
—No se preocupe. —Su tono fue seco, cortante incluso. —Sé cuidarme sola. Vamos Nala. —Avisó a su acompañante, antes de ponerse a la altura de su rubio acompañante. —Eso ha sido un mal trago…—Suspiró, mirando de reojo a Nala. —La próxima vez, hazme el favor de ser más paciente. Ya no eres un cachorro. —El animal pareció entenderla, porque se limitó a bajar la cabeza y las orejas, caminando con la cola hacia abajo tras soltar un gemido deprimido. —Bueno, bueno, tampoco es para deprimirse…— Añadió acariciándole el lomo mientras andaban. Después, se volvió hacia Therax. Estaba cambiado, incluso para haber pasado dos años le notaba un tanto distinto. Aunque su chucho cascarrabias seguía siendo como siempre, por lo que sabía que era él.
—La verdad es que solo estamos de paso, camino a casa y tal. Pero nuestro barco no puede atravesar lo que queda de recorrido sin un navegante bueno, así que estamos esperando a que venga nuestro “héroe” a llevarnos a casa. — Héroe no era realmente la palabra que usaría Mura para referirse a Bakagami, pero decir que estaba esperando por el dragón no era una opción, y tampoco quería ser redundante con lo de necesitar un navegante, por lo que lo dejaría estar. —Lo de antes, lo siento, a mí me pilló por sorpresa también. Estaba dando una vuelta con esta enana…— “Bueno, enana. Ha crecido mucho ella solita”. Pensó. —Cuando debió reconocer el rastro de Tibb y salió corriendo. Me tiró de encima suya, no te haces a la idea de lo doloroso que ha sido. —
Mura dejó un espacio tras sus explicaciones, esperando que el chico comentase algo al respecto mientras ella se preguntaba qué clase de amigos tenía el contrario. Por la descripción dada al encargado de la tienda, tenían pinta de ser casi igual de variopintos que los Blue Rose. De hecho, lo del pelirrojo con espadas le podría sonar de algo, pero tras dos años en el reino de Sakura apartada de todo contacto con el exterior era difícil para ella tratar de pensar en alguien que encajase con esa descripción. La chica de por si nunca se había interesado por las noticias que llevaban las gaviotas en sus periódicos. —Y no esperaba que estuvieras buscando a unos amigos. ¿Viajas con ellos ahora? La última vez que te vi ibas solo de un lado a otro. —
—Supongo que esta cantidad bastará…—Dijo contando los billetes del Fajo. Mura suspiró aliviada y estuvo a punto de irse cuando el mayor pareció percatarse de algo. —Hmmm… Oye, chica. ¿No es demasiado llamativo que andes paseándote por aquí? Más si vas destrozando tiendas. —A la pelirroja se le heló la sangre. Bueno, era normal que la reconociera, pero no quería admitirlo.
—No se preocupe. —Su tono fue seco, cortante incluso. —Sé cuidarme sola. Vamos Nala. —Avisó a su acompañante, antes de ponerse a la altura de su rubio acompañante. —Eso ha sido un mal trago…—Suspiró, mirando de reojo a Nala. —La próxima vez, hazme el favor de ser más paciente. Ya no eres un cachorro. —El animal pareció entenderla, porque se limitó a bajar la cabeza y las orejas, caminando con la cola hacia abajo tras soltar un gemido deprimido. —Bueno, bueno, tampoco es para deprimirse…— Añadió acariciándole el lomo mientras andaban. Después, se volvió hacia Therax. Estaba cambiado, incluso para haber pasado dos años le notaba un tanto distinto. Aunque su chucho cascarrabias seguía siendo como siempre, por lo que sabía que era él.
—La verdad es que solo estamos de paso, camino a casa y tal. Pero nuestro barco no puede atravesar lo que queda de recorrido sin un navegante bueno, así que estamos esperando a que venga nuestro “héroe” a llevarnos a casa. — Héroe no era realmente la palabra que usaría Mura para referirse a Bakagami, pero decir que estaba esperando por el dragón no era una opción, y tampoco quería ser redundante con lo de necesitar un navegante, por lo que lo dejaría estar. —Lo de antes, lo siento, a mí me pilló por sorpresa también. Estaba dando una vuelta con esta enana…— “Bueno, enana. Ha crecido mucho ella solita”. Pensó. —Cuando debió reconocer el rastro de Tibb y salió corriendo. Me tiró de encima suya, no te haces a la idea de lo doloroso que ha sido. —
Mura dejó un espacio tras sus explicaciones, esperando que el chico comentase algo al respecto mientras ella se preguntaba qué clase de amigos tenía el contrario. Por la descripción dada al encargado de la tienda, tenían pinta de ser casi igual de variopintos que los Blue Rose. De hecho, lo del pelirrojo con espadas le podría sonar de algo, pero tras dos años en el reino de Sakura apartada de todo contacto con el exterior era difícil para ella tratar de pensar en alguien que encajase con esa descripción. La chica de por si nunca se había interesado por las noticias que llevaban las gaviotas en sus periódicos. —Y no esperaba que estuvieras buscando a unos amigos. ¿Viajas con ellos ahora? La última vez que te vi ibas solo de un lado a otro. —
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¡Y tanto que había crecido! Sólo había que ver inmensa mole canina que había reemplazado a la criatura que en su día conociese como Nala. No obstante, que conservase esa naturaleza juguetona propia de los cachorros le hizo pensar que seguía siendo ella. De cualquier modo, resultaba fascinante el ritmo al que crecían aquellos seres. ¿Dónde demonios se habría topado con ella?
—Sí —respondió, organizando sus recuerdos para poder hacer un resumen que escondiese la verdadera naturaleza de los Arashi—. Poco tiempo después de conocerte acabé en un barco rumbo a Arabasta, claro que por aquel entonces yo no sabía que ese lugar existía. Tib lo pasó fatal con ese calor asfixiante, la verdad y César... Bueno, César siempre está mal, y cuando no lo está también se queja por no estarlo. Aprendes a tolerarlo, pero de vez en cuando me sigue sacando de quicio, para qué te voy a mentir.
Caminaban a paso lento entre los edificios construidos en la base de los manglares. Las pompas ascendían con parsimonia, elevándose hacia las alturas sin pausa pero sin prisa. Los reflejos que la luz les arrancaba resultaban cuanto menos hermosos, aunque la conversación y la costumbre los hacía difíciles de apreciar en su justa medida.
—Allí tuve un pequeño problema.
—Qué raro —interrumpió César, ganándose una mirada acusadora.
—Pequeño problema. —Lo fulminó con la mirada—. Terminé corriendo por el puerto y me topé con ellos, que tampoco estaban en una situación mucho mejor. La cuestión es que acabamos mezclándonos, subí a su barco y cuando me di cuenta habíamos zarpado. No tiene mucho más, la verdad, aunque poco a poco han terminado por convertirse en algo así como mi familia. Bueno, sí, mi familia... Sin como ni nada —sonrió.
Habían ido avanzando lentamente, sin ser demasiado conscientes de lo que les rodeaba. Poco a poco se habían ido adentrando en la zona más transitada del manglar, y donde antes se divisaban parejas que conversaban había corrillos de diverso tamaño que alzaban la voz para hacerse oír.
—¿Se puede saber hacia dónde estás caminando? —le interpeló César, que se había sentado y no se mostraba dispuesto a dar un paso hasta que marcasen un rumbo fijo—. Ya estoy muy mayor para andar dando paseos inútiles que no me llevan a ningún sitio. De aquí no me muevo. —Sentenció, lamiéndose una pata y atrayendo la mirada de varios transeúntes.
—Sí —respondió, organizando sus recuerdos para poder hacer un resumen que escondiese la verdadera naturaleza de los Arashi—. Poco tiempo después de conocerte acabé en un barco rumbo a Arabasta, claro que por aquel entonces yo no sabía que ese lugar existía. Tib lo pasó fatal con ese calor asfixiante, la verdad y César... Bueno, César siempre está mal, y cuando no lo está también se queja por no estarlo. Aprendes a tolerarlo, pero de vez en cuando me sigue sacando de quicio, para qué te voy a mentir.
Caminaban a paso lento entre los edificios construidos en la base de los manglares. Las pompas ascendían con parsimonia, elevándose hacia las alturas sin pausa pero sin prisa. Los reflejos que la luz les arrancaba resultaban cuanto menos hermosos, aunque la conversación y la costumbre los hacía difíciles de apreciar en su justa medida.
—Allí tuve un pequeño problema.
—Qué raro —interrumpió César, ganándose una mirada acusadora.
—Pequeño problema. —Lo fulminó con la mirada—. Terminé corriendo por el puerto y me topé con ellos, que tampoco estaban en una situación mucho mejor. La cuestión es que acabamos mezclándonos, subí a su barco y cuando me di cuenta habíamos zarpado. No tiene mucho más, la verdad, aunque poco a poco han terminado por convertirse en algo así como mi familia. Bueno, sí, mi familia... Sin como ni nada —sonrió.
Habían ido avanzando lentamente, sin ser demasiado conscientes de lo que les rodeaba. Poco a poco se habían ido adentrando en la zona más transitada del manglar, y donde antes se divisaban parejas que conversaban había corrillos de diverso tamaño que alzaban la voz para hacerse oír.
—¿Se puede saber hacia dónde estás caminando? —le interpeló César, que se había sentado y no se mostraba dispuesto a dar un paso hasta que marcasen un rumbo fijo—. Ya estoy muy mayor para andar dando paseos inútiles que no me llevan a ningún sitio. De aquí no me muevo. —Sentenció, lamiéndose una pata y atrayendo la mirada de varios transeúntes.
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Mura escuchó las palabras del muchacho sobre cómo había encontrado su propia “familia”. La verdad, tenía cierta curiosidad sobre qué clase de problemas le habían llevado a esa situación tan rara como para acabar zarpando con unos desconocidos. Aunque viendo la forma en que se conocieron quizás simplemente estaba en su naturaleza. Cuando se detuvieron, no pudo evitar hacerse la misma pregunta que el viejo borde que acababa de acomodarse en el suelo. Bueno, ella y Nala solo estaban paseando aprovechando el tiempo hasta que Aka diera señales de vida así que les daba más bien igual a donde ir si no se perdían. —Si necesitas que te lleven, Chucho, Nala podría cargarte sin problemas. —Comentó mientras ella misma se ofrecía a levantarle del suelo para subirlo encima de la cánida que, nada más escuchó las palabras de mura se tumbó, para facilitar que se subiera. —¿Ves? A ella no le molesta ayudar a sus mayores. —
Seguramente escamaría al perro, aunque era la menor de sus preocupaciones. Tras terminar de picarle un poco más, le tocaba hablar con el rubio. Si tenía un rumbo fijo estaba bien, pero el precio por su cabeza era demasiado alto como para querer que nadie la reconociera en una multitud y bastante llamaba la atención un perro “gigante” y otros dos no tan grandes, sobretodo habiendo uno parlante. —Aunque tengo que darle la razón en que, si quieres encontrar a tus amigos, ir como un pollo sin cabeza no va a servir de mucho. ¿No tienes nada con lo que rastrearlos? —
¿Quizás había sido un poco borde? Esperaba que no. También entendía que con tanta gente quizás usar el olfato de Tibb –porque César no parecía querer colaborar con el chico- pudiera ser complicado. Lo mismo pasaba con Nala y con el suyo propio. Demasiados olores mezclados. Lo que sí podían hacer era revisar los manglares que hacían las veces de puerto. —Tal vez sea mejor que busquemos por las zonas portuarias en vez de adentrarnos en la ciudad. Si quieres yo puedo ayudarte a encontrarlos. ¿Cómo es el barco? —
También era cierto que nadie le había preguntado por su ayuda, así que no le sorprendería que le dijera algo como “eso no es de tu incumbencia” o “puedo yo solo”. Por otro lado, de nuevo, el chico era demasiado bueno y amable como para verle rechazando la ayuda de una persona que conoce desde antes y llevaba mucho sin ver. También le debía un favor. Que ella no se había quedado en una isla desierta atrapada por coger el barco equivocado. En cualquier caso, corría a su cuenta decidir si quería pasar el resto de día buscando, si se tomaría un descanso o cualquier cosa.
—Cierto, también puedo llamar a Sumire para que nos ayude a buscar. Pero eso según lo que vayas a hacer. —Dijo, aunque era más un pensamiento en voz alta que otra cosa.
Seguramente escamaría al perro, aunque era la menor de sus preocupaciones. Tras terminar de picarle un poco más, le tocaba hablar con el rubio. Si tenía un rumbo fijo estaba bien, pero el precio por su cabeza era demasiado alto como para querer que nadie la reconociera en una multitud y bastante llamaba la atención un perro “gigante” y otros dos no tan grandes, sobretodo habiendo uno parlante. —Aunque tengo que darle la razón en que, si quieres encontrar a tus amigos, ir como un pollo sin cabeza no va a servir de mucho. ¿No tienes nada con lo que rastrearlos? —
¿Quizás había sido un poco borde? Esperaba que no. También entendía que con tanta gente quizás usar el olfato de Tibb –porque César no parecía querer colaborar con el chico- pudiera ser complicado. Lo mismo pasaba con Nala y con el suyo propio. Demasiados olores mezclados. Lo que sí podían hacer era revisar los manglares que hacían las veces de puerto. —Tal vez sea mejor que busquemos por las zonas portuarias en vez de adentrarnos en la ciudad. Si quieres yo puedo ayudarte a encontrarlos. ¿Cómo es el barco? —
También era cierto que nadie le había preguntado por su ayuda, así que no le sorprendería que le dijera algo como “eso no es de tu incumbencia” o “puedo yo solo”. Por otro lado, de nuevo, el chico era demasiado bueno y amable como para verle rechazando la ayuda de una persona que conoce desde antes y llevaba mucho sin ver. También le debía un favor. Que ella no se había quedado en una isla desierta atrapada por coger el barco equivocado. En cualquier caso, corría a su cuenta decidir si quería pasar el resto de día buscando, si se tomaría un descanso o cualquier cosa.
—Cierto, también puedo llamar a Sumire para que nos ayude a buscar. Pero eso según lo que vayas a hacer. —Dijo, aunque era más un pensamiento en voz alta que otra cosa.
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—Chucho tu padre, niñata —espetó el lobo al tiempo que comenzaba a darse un baño en una zona peligrosamente cercana a sus partes nobles—. Estás hablando con uno de los ancestrales guardianes del bosque de Domica, así que muestra un poco de respeto, ¿quieres? Y dile a ese cachorro hormonado que puedo caminar por mí mismo.
Therax le reprendió con la mirada, mas César se la sostuvo sin ningún problema antes de continuar con su inoportuno lavado. El muy desgraciado no tenía pelos en la lengua y, pese a que el rubio estuviese acostumbrado a ello, hasta él se daba cuenta de que había quebrado por completo cualquier límite establecido.
—Los problemas, como te podrás imaginar. Normalmente van dejando una ristra de gente enfadada a sus espaldas. Estoy convencido de que este lugar no es la excepción, pero es demasiado grande y a saber dónde les ha dado por pararse a molestar —sonrió, reanudando la marcha—. Aunque creo que eso podría ser buena idea —continuó, poniendo rumbo al puerto—. Si ves a un pez muy grande borracho, seguramente sea uno de mis compañeros.
El paseo continuó y la idea de llamar a Sumire surgió. El espadachín no pudo evitar recordar a la niña —¿o sería más apropiado clasificarla como dragón?— que viajaba junto a Mura. Se sintió tentado de pedirle que la llamara, pero finalmente desistió. No había motivo para obligarla a ir hasta allí sólo para que él tardase menos en encontrar al resto de los Arashi.
—Como prefieras —respondió finalmente, encogiéndose de hombros—, pero si viene no la hagas ir a buscar a nadie. Con saludarla me doy por satisfecho.
No tardaron en verse rodeados por pescadores que transportaban sus mercancías, capataces que coordinaban a los operarios de la zona y borrachos, muchos borrachos. La zona de los muelles era el enclave perfecto para los propietarios de las tabernas y garitos de toda índole. Los marineros, hartos de pasar interminables horas en el mar, aprovechaban cada minuto en tierra firme para ahogar sus existencias en alcohol. Aquélla era una actitud que el domador nunca había entendido demasiado bien, pero tampoco se creía con la autoridad moral para juzgar a nadie.
Echó un rápido vistazo a los navíos que se podían apreciar a lo lejos. Ninguno de ellos correspondía al de sus compañeros, así que negó con la cabeza para señalarle a la pelirroja que el que buscaba no se encontraba entre ellos.
—Podríamos ir de bar en bar, pero no creo que sea lo más apropiado.
Therax le reprendió con la mirada, mas César se la sostuvo sin ningún problema antes de continuar con su inoportuno lavado. El muy desgraciado no tenía pelos en la lengua y, pese a que el rubio estuviese acostumbrado a ello, hasta él se daba cuenta de que había quebrado por completo cualquier límite establecido.
—Los problemas, como te podrás imaginar. Normalmente van dejando una ristra de gente enfadada a sus espaldas. Estoy convencido de que este lugar no es la excepción, pero es demasiado grande y a saber dónde les ha dado por pararse a molestar —sonrió, reanudando la marcha—. Aunque creo que eso podría ser buena idea —continuó, poniendo rumbo al puerto—. Si ves a un pez muy grande borracho, seguramente sea uno de mis compañeros.
El paseo continuó y la idea de llamar a Sumire surgió. El espadachín no pudo evitar recordar a la niña —¿o sería más apropiado clasificarla como dragón?— que viajaba junto a Mura. Se sintió tentado de pedirle que la llamara, pero finalmente desistió. No había motivo para obligarla a ir hasta allí sólo para que él tardase menos en encontrar al resto de los Arashi.
—Como prefieras —respondió finalmente, encogiéndose de hombros—, pero si viene no la hagas ir a buscar a nadie. Con saludarla me doy por satisfecho.
No tardaron en verse rodeados por pescadores que transportaban sus mercancías, capataces que coordinaban a los operarios de la zona y borrachos, muchos borrachos. La zona de los muelles era el enclave perfecto para los propietarios de las tabernas y garitos de toda índole. Los marineros, hartos de pasar interminables horas en el mar, aprovechaban cada minuto en tierra firme para ahogar sus existencias en alcohol. Aquélla era una actitud que el domador nunca había entendido demasiado bien, pero tampoco se creía con la autoridad moral para juzgar a nadie.
Echó un rápido vistazo a los navíos que se podían apreciar a lo lejos. Ninguno de ellos correspondía al de sus compañeros, así que negó con la cabeza para señalarle a la pelirroja que el que buscaba no se encontraba entre ellos.
—Podríamos ir de bar en bar, pero no creo que sea lo más apropiado.
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El bicho pulgoso acababa de conseguir enfadar a la pelirroja con sus formas. Algo que se notaba mínimamente en su cara y en Nala que al notar el enfado de su dueña había gruñido, mostrando los dientes por un momento. Pero Mura la había detenido a tiempo. No le molestaba lo de “su padre”. Sabía porque pretendía ser un insulto. Pero alguien que no tiene ni un trazo de memoria sobre donde nació… Lo que no le gustaba era el tono que aquella máquina le ofrecía. Seguramente el real no diferenciara mucho. Pudo notar como el rubio le sostenía la mirada con el entrecejo arrugado. Akane suspiró. —No te preocupes. Estoy acostumbrada a lidiar con viejos cascarrabias. —Dijo, tratando de hacer más amena la situación. —Aunque si tan poco te cuesta andar no entiendo tantas quejas por moverte. Si no lo haces, oh gran guardián, vas a quedarte atrofiado. —
Así, su camino les llevó a uno de los puertos del archipiélago. Aunque más que un archipiélago era simplemente un montón de árboles gigantes con las raíces entrelazadas. De hecho, eran muy peculiares. ¿Cómo se habrían formado? Era raro que las plantas crecieran de esa forma con agua salada. O que se mantuvieran sin ningún problema a pesar de las corrientes marinas. Seguramente tuviera su explicación, pero Mura nunca había sido alguien interesada en aprender la teoría de cómo funcionan todas las cosas. Quizás en parte por su desagrado por los científicos.
Sus divagaciones iban y venían mientras seguían su camino hacia el puerto, interrumpidas por las breves preguntas o comentarios del rubio, las cuales contestaba con más o menos velocidad. “¿Un sendero de estragos y descontentos a su paso?” Akane se preguntaba qué clase de persona con esa definición podría haber captado la atención de alguien tan… Amable, bueno, tranquilo… Esas eran las palabras con las que definiría al rubio. No le terminaban de casar.
Al llegar al puerto, la decepción se palpaba en la cara del menor… ¿Era menor que ella? En verdad parecía tener su misma edad. Bueno, eso no importaba. —¿No están entonces? Therax negó con la cabeza. —Es un barco normal el que buscamos, ¿no? Aunque bueno, hay más sitios donde hayan podido dejar el barco, tanto otros puertos como zonas “ocultas”. ¿Tendrían tus amigos algún motivo para esconder su navío? — La pregunta salió de sus labios más como un pensamiento en voz alta que como una pregunta dirigida, al contrario, pero Mura fue capaz de disimular con facilidad esa diferencia. Además, el rubio acababa de proponer preguntar de bar en bar. —Sería poco efectivo, en especial si llevan varios días aquí. —Admitió, tratando de no buscar segundos significados a eso de “no ser apropiado”. Sus ojos se abrieron de la sorpresa cuando el chico comentó algo de un pez borracho, en parte porque le dijo que les había conocido en Arabastra. “Pobre personaje”. Pensó ante la mención del árido país.
Un momento: Un hombre Gyojing, un espadachín pelirrojo… Se le venía a la mente una banda pirata con la que aún no se había cruzado en persona ni una sola vez. ¿Estaría en lo cierto? —Oye Therax, la banda con la que estás yendo…—Miró a todos lados para asegurarse de que no había nadie que pudiera poner la oreja, más por él que por ella misma. —¿Son piratas? —Preguntó en un murmuro. No era como si por el archipiélago no pasaran piratas a menudo, ella era un ejemplo de ello. Aunque el contrario parecía no haberse dado cuenta aún de ello.
Así, su camino les llevó a uno de los puertos del archipiélago. Aunque más que un archipiélago era simplemente un montón de árboles gigantes con las raíces entrelazadas. De hecho, eran muy peculiares. ¿Cómo se habrían formado? Era raro que las plantas crecieran de esa forma con agua salada. O que se mantuvieran sin ningún problema a pesar de las corrientes marinas. Seguramente tuviera su explicación, pero Mura nunca había sido alguien interesada en aprender la teoría de cómo funcionan todas las cosas. Quizás en parte por su desagrado por los científicos.
Sus divagaciones iban y venían mientras seguían su camino hacia el puerto, interrumpidas por las breves preguntas o comentarios del rubio, las cuales contestaba con más o menos velocidad. “¿Un sendero de estragos y descontentos a su paso?” Akane se preguntaba qué clase de persona con esa definición podría haber captado la atención de alguien tan… Amable, bueno, tranquilo… Esas eran las palabras con las que definiría al rubio. No le terminaban de casar.
Al llegar al puerto, la decepción se palpaba en la cara del menor… ¿Era menor que ella? En verdad parecía tener su misma edad. Bueno, eso no importaba. —¿No están entonces? Therax negó con la cabeza. —Es un barco normal el que buscamos, ¿no? Aunque bueno, hay más sitios donde hayan podido dejar el barco, tanto otros puertos como zonas “ocultas”. ¿Tendrían tus amigos algún motivo para esconder su navío? — La pregunta salió de sus labios más como un pensamiento en voz alta que como una pregunta dirigida, al contrario, pero Mura fue capaz de disimular con facilidad esa diferencia. Además, el rubio acababa de proponer preguntar de bar en bar. —Sería poco efectivo, en especial si llevan varios días aquí. —Admitió, tratando de no buscar segundos significados a eso de “no ser apropiado”. Sus ojos se abrieron de la sorpresa cuando el chico comentó algo de un pez borracho, en parte porque le dijo que les había conocido en Arabastra. “Pobre personaje”. Pensó ante la mención del árido país.
Un momento: Un hombre Gyojing, un espadachín pelirrojo… Se le venía a la mente una banda pirata con la que aún no se había cruzado en persona ni una sola vez. ¿Estaría en lo cierto? —Oye Therax, la banda con la que estás yendo…—Miró a todos lados para asegurarse de que no había nadie que pudiera poner la oreja, más por él que por ella misma. —¿Son piratas? —Preguntó en un murmuro. No era como si por el archipiélago no pasaran piratas a menudo, ella era un ejemplo de ello. Aunque el contrario parecía no haberse dado cuenta aún de ello.
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—¿Piratas? Bueno, si le preguntas a cualquiera que no los conozca dirá que sí, que son unos malvados corsarios que arrasan lo que encuentran a su paso sin preguntar, no respetando la vida de ancianos y niños. Pero si me preguntas a mí, no son nada de eso. Me han acogido sin preguntar ni pedir nada a cambio y, bueno, hasta donde yo sé no han dañado a nadie que no les haya atacado primero. Al menos no junto a mí, y dudo que lo hayan hecho antes —replicó, perdiendo su vista entre el gentío y buscando alguna pista que le indicase dónde podían estar los Hermanos de la Tormenta.
Puso rumbo al este, pues un considerable alboroto atraía la atención de los transeúntes y, a decir verdad, ese hecho encajaba a la perfección con la naturaleza de sus compañeros.
—Nos separamos hará cosa de dos años, porque todos tenían algo que hacer y no podían posponerlo. Prometimos reunirnos aquí, pero no tengo modo de ponerme en contacto con ellos. Estoy seguro de que están aquí, pero este lugar es demasiado grande como para encontrarlos en seguida, así que no me queda otra opción que seguir buscando.
—¡Ese hijo de puta se ha llevado mis pollos asados sin preguntar y sin pagar! —Aquello sonaba sorprendentemente propio de cualquiera de sus compañeros, pero cabía la posibilidad de que cualquier otro sujeto poco apegado a las normas convencionales que regían la sociedad fuese el culpable.
—Perdone, ¿quién ha sido? —interrumpió Therax, siendo fulminado por una mirada asesina inyectada en sangre. Aquel tipo realmente quería estrangular con sus propias manos al responsable.
—Un pez grande y con una nariz enorme como una sierra.
—¿Por dónde se ha ido?
—¡Por allí! —exclamó, apuntando hacia el gentío. Las cabezas de las personas impedían distinguir alguna silueta familiar, pero al espadachín no le cupo la menor duda de que era el camino a seguir.
—¿Me acompañas, o tienes que irte ya? —preguntó a Mura—. Creo que ese tipo podría ser Luka; la descripción cuadra perfectamente con él, y la actitud también.
Puso rumbo al este, pues un considerable alboroto atraía la atención de los transeúntes y, a decir verdad, ese hecho encajaba a la perfección con la naturaleza de sus compañeros.
—Nos separamos hará cosa de dos años, porque todos tenían algo que hacer y no podían posponerlo. Prometimos reunirnos aquí, pero no tengo modo de ponerme en contacto con ellos. Estoy seguro de que están aquí, pero este lugar es demasiado grande como para encontrarlos en seguida, así que no me queda otra opción que seguir buscando.
—¡Ese hijo de puta se ha llevado mis pollos asados sin preguntar y sin pagar! —Aquello sonaba sorprendentemente propio de cualquiera de sus compañeros, pero cabía la posibilidad de que cualquier otro sujeto poco apegado a las normas convencionales que regían la sociedad fuese el culpable.
—Perdone, ¿quién ha sido? —interrumpió Therax, siendo fulminado por una mirada asesina inyectada en sangre. Aquel tipo realmente quería estrangular con sus propias manos al responsable.
—Un pez grande y con una nariz enorme como una sierra.
—¿Por dónde se ha ido?
—¡Por allí! —exclamó, apuntando hacia el gentío. Las cabezas de las personas impedían distinguir alguna silueta familiar, pero al espadachín no le cupo la menor duda de que era el camino a seguir.
—¿Me acompañas, o tienes que irte ya? —preguntó a Mura—. Creo que ese tipo podría ser Luka; la descripción cuadra perfectamente con él, y la actitud también.
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