Aleksandar Mostovoi
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La diosa fortuna parecía sonreírle aquella mañana. Una caverna abandonada lejos de la civilización junto a un río de agua cristalina y lleno de peces. Por si le parecía poco, aquellos peces eran especialmente torpes, lo suficiente para dejarse atravesar por una larga rama afilada, otro regalo de la suerte. Sí, hoy el día había amanecido bien. ¿Qué más iba a pedir? Tras años sin tener especial suerte, había encontrado un pequeño paraíso no demasiado lejos de una población tranquila, aquello era un tesoro para él.
Aleksandar caminaba empapado, con sus dos peces ensartados en la rama cual trofeo. Se dirigía a la pequeña cueva en la que había acampado, por lo que había oído días atrás, aquellas minas se utilizaban para extraer oro, y en principio se dirigió para ver si tenía un poco más de suerte, pero no. Vino buscando oro y encontró cobre… pero con el cobre también se consigue una pequeña fortuna.
Se quitó la ropa, dejó cada prenda extendida sobre una roca para que se secara con el sol y apoyó su rama con peces en otra mientras comenzó a encender un fuego. No era un experto, tenía un par de heridas en los dedos debido a haberlos aplastado un par de veces con las piedras que frotaba para soltar chispas, y las palmas de las manos con unos pocos callos. Odiaba esa sensación.
Cuando pudo encender el fuego clavó la estaca procurando dejar sus presas cerca de la llama para que se fueran asando. En lo que esperaba fué en busca de su libro, su mayor tesoro, aquel libro con la gaviota azul zafiro dibujada en la portada. Tenía marcas de humedad, resultado de haberlo manoseado sin secarse debidamente. Lo abrió desde la primera página y volvió a sumergirse en esas líneas que había leído tantas veces. Docenas, cientos… miles de veces. Se detuvo un momento para apartar los peces del fuego y comer. Cuando volvió a su libro se tumbó, lo acomodó sobre su pecho y prosiguió releyendo, casi ni se dió cuenta de cuando se le había caído en la cara tras quedarse profundamente dormido.
Volaba, atravesaba las nubes dejando una estela azulada tras de sí. Volaba junto a una bandada de pájaros migratorios, pero no parecían tener prisa. Era como si le mirasen, como si pudiesen hablar con él en su mente, en una habitación donde el lenguaje no suponía barrera alguna para la comunicación. Y en esa habitación, las aves le sonreían, y él les devolvía la sonrisa. Volaron en círculos, descendían hacia abajo en espirales y cuando estaban a apenas un palmo del suelo repetían un rápido ascenso de vuelta a las nubes. El mundo era tan pequeño desde ahí arriba, tan minúsculo, tan libre y despreocupado… Podía ver su casa, a miles de kilómetros de donde se encontraba, miles de kilómetros que sobrevoló con su bandada en apenas un segundo.
Pudo ver toda la aldea durante un instante, antes de cerrarse al vuelo y comenzar a caer justo sobre el tejado de su casa. Caía en picado, a esa velocidad atravesaría el tejado y aterrizaría justo sobre su…
-¡Ah!
Se despertó sobresaltado, esa sensación de estamparte de bruces de una caída en un sueño, y por un momento pensó que eso había sido todo. Que se trataba de un sueño muy largo, y que ya estaba de vuelta a la realidad, en su casa… Pero no, aquello no era su cama, no era más que un lecho de hierba. Un lecho de hierba que se había adaptado al contorno de su espalda, y los rayos del sol le habían estado acariciando todo ese tiempo, sumiéndolo en un estado de descanso maravilloso.
-Jeje.. -Ahí estaba su característica sonrisa- Bueno, pues tampoco se está tan mal.
Se puso en pié, se puso de nuevo la ropa, nuevamente seca y un poco más limpia gracias al agua (y lo mejor, con todo el hedor desaparecido) y se acomodó su katana a la cintura. Se colocó firmemente su libro, su tesoro, bajo el brazo y arrancó un pequeño matojo de hierba, levantado la mano.
-Muy bien, señor viento… -Abrió la mano- ¿Hacia dónde?
Y el viento arrastró los yerbajos en dirección a la ciudad.
Aleksandar caminaba empapado, con sus dos peces ensartados en la rama cual trofeo. Se dirigía a la pequeña cueva en la que había acampado, por lo que había oído días atrás, aquellas minas se utilizaban para extraer oro, y en principio se dirigió para ver si tenía un poco más de suerte, pero no. Vino buscando oro y encontró cobre… pero con el cobre también se consigue una pequeña fortuna.
Se quitó la ropa, dejó cada prenda extendida sobre una roca para que se secara con el sol y apoyó su rama con peces en otra mientras comenzó a encender un fuego. No era un experto, tenía un par de heridas en los dedos debido a haberlos aplastado un par de veces con las piedras que frotaba para soltar chispas, y las palmas de las manos con unos pocos callos. Odiaba esa sensación.
Cuando pudo encender el fuego clavó la estaca procurando dejar sus presas cerca de la llama para que se fueran asando. En lo que esperaba fué en busca de su libro, su mayor tesoro, aquel libro con la gaviota azul zafiro dibujada en la portada. Tenía marcas de humedad, resultado de haberlo manoseado sin secarse debidamente. Lo abrió desde la primera página y volvió a sumergirse en esas líneas que había leído tantas veces. Docenas, cientos… miles de veces. Se detuvo un momento para apartar los peces del fuego y comer. Cuando volvió a su libro se tumbó, lo acomodó sobre su pecho y prosiguió releyendo, casi ni se dió cuenta de cuando se le había caído en la cara tras quedarse profundamente dormido.
Volaba, atravesaba las nubes dejando una estela azulada tras de sí. Volaba junto a una bandada de pájaros migratorios, pero no parecían tener prisa. Era como si le mirasen, como si pudiesen hablar con él en su mente, en una habitación donde el lenguaje no suponía barrera alguna para la comunicación. Y en esa habitación, las aves le sonreían, y él les devolvía la sonrisa. Volaron en círculos, descendían hacia abajo en espirales y cuando estaban a apenas un palmo del suelo repetían un rápido ascenso de vuelta a las nubes. El mundo era tan pequeño desde ahí arriba, tan minúsculo, tan libre y despreocupado… Podía ver su casa, a miles de kilómetros de donde se encontraba, miles de kilómetros que sobrevoló con su bandada en apenas un segundo.
Pudo ver toda la aldea durante un instante, antes de cerrarse al vuelo y comenzar a caer justo sobre el tejado de su casa. Caía en picado, a esa velocidad atravesaría el tejado y aterrizaría justo sobre su…
-¡Ah!
Se despertó sobresaltado, esa sensación de estamparte de bruces de una caída en un sueño, y por un momento pensó que eso había sido todo. Que se trataba de un sueño muy largo, y que ya estaba de vuelta a la realidad, en su casa… Pero no, aquello no era su cama, no era más que un lecho de hierba. Un lecho de hierba que se había adaptado al contorno de su espalda, y los rayos del sol le habían estado acariciando todo ese tiempo, sumiéndolo en un estado de descanso maravilloso.
-Jeje.. -Ahí estaba su característica sonrisa- Bueno, pues tampoco se está tan mal.
Se puso en pié, se puso de nuevo la ropa, nuevamente seca y un poco más limpia gracias al agua (y lo mejor, con todo el hedor desaparecido) y se acomodó su katana a la cintura. Se colocó firmemente su libro, su tesoro, bajo el brazo y arrancó un pequeño matojo de hierba, levantado la mano.
-Muy bien, señor viento… -Abrió la mano- ¿Hacia dónde?
Y el viento arrastró los yerbajos en dirección a la ciudad.
Andy G. War
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“Yo soy parte de la guerra y la guerra es parte de mí. Es mi principio y es mi fin. Vivo por mi familia y ellos viven para mí. Soy el hermano mayor y es lo único que necesitas saber de mi”
Kurohana, ¿qué rayos trajo a Andy a esta isla gobernada por un demonio? Territorios de un Yonkou… Lion D. Émile. En la ciudad de Seikyu, en el centro de la ciudad puedes ver claramente en el edificio más alto una bandera muy reconocida… la Jolly Roger que solo puede generar temor en los corazones de aquellos que no sean capaz de tratar con el mismísimo diablo: los Shichi no Akuma.
Pero basta ya de tanto cuento de hadas y tanto cuento sacado de los mares, El hermano mayor es totalmente indiferente hacia lo rumores escuchado, puesto que lo único que necesita saber sobre los Yonkou es que son los cuatro piratas más fuerte, nada más.
- Lion D. Émile. - Susurro, observando el símbolo que identificaba a tan poderosa banda pirata. - Algún día espero poder verte en acción… no solo a ti… a todos los más fuertes.
El tiempo dio paso, llegando al medio día, tiempo para almorzar y llenar el estómago. Comer es algo que disfruta Andy como si de encontrar riquezas se tratase, satisfacer el paladar con comida y bebida para el nada lo puede superar, aunque... tal vez una cosa o dos puedan, pero no llevan al caso. Busco y busco por toda la ciudad hasta encontrar un lugar donde poder comer tranquilo, llegando a encontrar un pequeño bar en una esquina llamado: El pequeño demonio.
El local no era muy grande: unas cuantas mesas, se podían contar a lo mucho 5. Una barra no muy grande y el cantinero, que se encontraba limpiando un enorme baso, ya que el local se encontraba vacío.
-¿Mal día jefe? – Pregunto el pequeño hombre mientras tomaba asiento en la barra justo al frente de este.
- Más o menos, en la mañana he tenido unos cuantos clientes pero nada del otro mundo, ¿algo que quieras… niño?
- Si… una botella de Sake y un plato de lo mejor que tenga en este lugar… si no es mucha molesta.
- ¿No eres muy joven para estar tomando licor?
- Si… eso dicen.
Aleksandar Mostovoi
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La ciudad ¿Por qué razón habría decidido el viento que debería ir allí? Aleksandar ya sabía que la ciudad no suele ofrecer muchas oportunidades a gente como él, y menos con esas pintas de impresentable que llevaba. Acercarse al gentío no le serviría de nada. Sin embargo, había aprendido (o eso quiere ver él) que el viento es un guía eterno, un espíritu que de indica hacia dónde ir si es que pretendes vivir libre. El viento conoce cada rincón del mundo, y como el viento, Aleksandar los conocerá. El viento fluye, y el joven vagabundo con él.
Pensaba qué podría hacer en la ciudad. ¿Gastar sus pocas monedas? Tal vez, pero ¿En qué? ¿Una carta a sus padres? Diablos, ya se estaba cansando de aquello. ¿Contarles otra mentira? ¿Volver a decirles que estaba bien y que no le llegaban sus cartas porque viaja todo el tiempo en barco?
Era absurdo ¿Qué sentido tenía que siguiera malviviendo? ¿Y si el sueño de antes era una señal? Tal vez ya era hora de abandonar un sueño estúpido, de bajar de las nubes y poner los piés sobre la tierra. Tal vez ya era hora de…
-Por las barbas de...
Algo brillaba en el suelo.
¿Lo habría visto bien?
¿Estaba alucinando?
- … ¿Esto es…?
Oro. Una pequeña pero reluciente piedra de oro. Le cabía de sobra en un puño, pero por poco que fuera seguro que había suficiente para poder permitirse una comida en condiciones, o un baño de verdad, tal vez una noche en una posada o un largo, largo viaje en barco de vuelta a casa. ¿Era eso lo que el viento le había intentado decir? ¿Tenía razón en abandonar esa porquería de vida y volver a la villa? Quizás ni siquiera tendría que haberse ido de casa.
-Maldita sea… -Gruñó sin querer borrar su sonrisa- Pues nada, al puerto, a pedir un billete de tercera clase.
Su estómago rugió. Pese a haber comido hacía un par de horas, su estúpido estómago estaba exigiendo comida nuevamente. ¿Es que no se contentaba con lo de aquella mañana? ¿No entendía que no se podía permitir comer demasiado?
No, claro que no. Después de todo no puedes tomar decisiones por tu cuerpo.
-Antes tendré que comer.
Pero no tan deprisa, antes tenía que “preparar el escenario”. Para empezar, no iba a darle la pieza de oro entera a ningún posadero, antes tendría que empeñarla, y cualquiera que viese a alguien con sus andrajosas pintas llevando incluso menos de lo que Aleksandar llevaba, se lo quitarían de las manos y le acusarían de ladrón. Tenía que parecer realmente que se había encontrado aquel pequeño tesoro, y por desgracia, brillaba demasiado… y él demasiado poco.
Antes de partir, arrojó la piedra de oro contra las mismas rocas en las que había dejado secarse antes su ropa. Volvió a arrojarla con todas sus fuerzas, una y otra vez, contra las rocas, contra el suelo… Tenía que parece sucia, recién desenterrada.
Cuando se dió por satisfecho continuó con lo más complicado, su propio aspecto.
Poco podía hacer, ya se había sumergido en el agua antes, había quitado toda la suciedad que pudo de su vestimenta y ya ni siquiera apestaba a dejado. Poco podía hacer salvo afeitarse un poco la barba y cortarse el pelo. Pero ¿Con su katana? No tenía nada más que tuviera filo, pero ¿En serio, con su katana? No la usaba nunca y ahora se veía obligado a darle su primer uso para algo que consideraba indigno para una espada… Pero no le quedaba de otra.
Se acercó al río, se fijó lo mejor que pudo en su rostro, reflejado en la calmada corriente. Suspiró resignado y desenvainó su espada. Con cuidado fué rasurando a escasos milímetros de su cara. No pensaba quitarse toda la barba, le había cogido cariño a su cara peluda, pero al menos verse un poco más decente. No fué de extrañar que, por mucho cuidado que pusiera, se acabase cortando más de una vez. No acostumbraba a afeitarse mucho, y menos con una espada.
Acabó la tarea con unos pequeños cortes repartidos por el mentón y contento en cierta manera de que su espada hubiese probado, por fin, la sangre.
Su cabello le supuso menos trabajo, aún seguía un poco húmedo pero no le supuso mayor problema. Sujetó su melena en un puño, relativamente cerca de su nuca y de un tajo cortó lo sobrante, usando su propio puño como límite. Si ahora quisiera recogerse el pelo no sería una coleta muy larga, apenas le bajaría de los hombros. Todo su cabello estaba cortado a la misma altura, seguro que no se vería demasiado bien, pero nada que una coleta atada en ese momento no disimulara y un futuro corte en condiciones no arreglase. Una vez listo todo marchó por fin a la ciudad.
El camino se le hizo bastante corto a decir verdad, una hora de camino andando despacio ¿Qué prisa tenía de todas formas?
Su estómago no tardó en recordárselo. Estaba muerto de hambre, deseando comer de un plato después de tanto tiempo… Y los olores de los restaurantes de la zona acariciaban sus fosas nasales con deliciosas mezclas de especias.
“Un plato de curry picante” pensó. “¿Dónde hay una maldita casa de empeños?"
No le llevó mucho tiempo encontrar una. Sin barbas de vagabundo y sin el cabello desaliñado la gente no le hacía demasiadas muecas de asco y algunos hasta le escuchaban al hablar, unos pocos hasta le respondían y le señalaban a dónde podía ir.
¡3000 berries! No era precisamente una fortuna pero era más que suficiente para lo poco que tenía que hacer. De hecho solo tenía que hacer dos cosas, dos cosas antes de poner rumbo a casa, y sus piernas ya le empezaban a arrastrar hasta la primera: Llenarse de curry picante.
Si bien su olfato le impidió tener alguna dificultad en llegar al bar, lo difícil fué decidirse a entrar. Irónico sabiendo el hambre que tenía, pero preocupado tener que soportar de nuevo miradas de asco sobre su presencia. Soñaba con el momento en el que pudiera ponerse ropas sin arañazos y realmente limpias.
“Pronto…”
Respiró profundamente, se fijó en el nombre del bar. “El pequeño demonio”. Calzaba como anillo al dedo junto al aroma a curry de su cocina, y eso hizo que su imborrable sonrisa luciera como pocas veces. Por fin se decidió a entrar.
-¡Buenas tardes, jefe!
Se apresuró a la barra, el bar estaba casi vacío. -“Mejor”.
-¡Si es tan amable póngame un tazón bien grande de eso que huele tan bien de su cocina! -Dijo no tardando en dejar un puñado de monedas en la barra, para que se fijase en que no estaba de broma.
El mesero aun así no pudo evitar fijarse en aquellos… trapos. En aquellos trapos que llevaba puestos. Sin embargo, la manera que tuvo de hablar le apartó las críticas de su cabeza.
-Tengo muchas cosas que huelen rico en mi cocina, muchacho. -Dijo mientras frotaba la barra con un paño húmedo- ¿Puedes especificar? Tengo carta por si quieres echarle un vistazo.
-Si en esa carta que me dice tiene usted curry picante no necesito mirar más. Imagino que sabrá igual de bien que huele ¿No?
El mesero arqueó una ceja
-¿Igual de bien? -Preguntó divertido- Prepárate, chico, tu paladar no ha experimentado nada como lo que vas a probar.
-Eso lo decidirá el picante.
-Si te quemas demasiado te puedo invitar a un vaso de leche. -Caminó hacia la cocina- En seguida vuelvo.
Echó un vistazo al interior del establecimiento. Sin el mesero presente solo había una única persona impidiendo que el bar estuviese vacío. ¿Un poco más bajito que él, tal vez? Melena castaña, vistiendo un poncho -“Un poncho, eso me hubiera venido genial todo este tiempo.”- Había venido solo, o eso parecía. ¿Igual conocía al mesero? Como fuera, no era momento de iniciar una conversación con un desconocido, quizás le apeteciera únicamente tomarse una copa solo, en compañía de nadie.
-Buenas tardes -Le dijo sonriendo, con un tono de confianza de tontorrón y sin fijar mucho la vista en él.
Formalidades realizadas. ¿Se daría por satisfecho?
Pensaba qué podría hacer en la ciudad. ¿Gastar sus pocas monedas? Tal vez, pero ¿En qué? ¿Una carta a sus padres? Diablos, ya se estaba cansando de aquello. ¿Contarles otra mentira? ¿Volver a decirles que estaba bien y que no le llegaban sus cartas porque viaja todo el tiempo en barco?
Era absurdo ¿Qué sentido tenía que siguiera malviviendo? ¿Y si el sueño de antes era una señal? Tal vez ya era hora de abandonar un sueño estúpido, de bajar de las nubes y poner los piés sobre la tierra. Tal vez ya era hora de…
-Por las barbas de...
Algo brillaba en el suelo.
¿Lo habría visto bien?
¿Estaba alucinando?
- … ¿Esto es…?
Oro. Una pequeña pero reluciente piedra de oro. Le cabía de sobra en un puño, pero por poco que fuera seguro que había suficiente para poder permitirse una comida en condiciones, o un baño de verdad, tal vez una noche en una posada o un largo, largo viaje en barco de vuelta a casa. ¿Era eso lo que el viento le había intentado decir? ¿Tenía razón en abandonar esa porquería de vida y volver a la villa? Quizás ni siquiera tendría que haberse ido de casa.
-Maldita sea… -Gruñó sin querer borrar su sonrisa- Pues nada, al puerto, a pedir un billete de tercera clase.
Su estómago rugió. Pese a haber comido hacía un par de horas, su estúpido estómago estaba exigiendo comida nuevamente. ¿Es que no se contentaba con lo de aquella mañana? ¿No entendía que no se podía permitir comer demasiado?
No, claro que no. Después de todo no puedes tomar decisiones por tu cuerpo.
-Antes tendré que comer.
Pero no tan deprisa, antes tenía que “preparar el escenario”. Para empezar, no iba a darle la pieza de oro entera a ningún posadero, antes tendría que empeñarla, y cualquiera que viese a alguien con sus andrajosas pintas llevando incluso menos de lo que Aleksandar llevaba, se lo quitarían de las manos y le acusarían de ladrón. Tenía que parecer realmente que se había encontrado aquel pequeño tesoro, y por desgracia, brillaba demasiado… y él demasiado poco.
Antes de partir, arrojó la piedra de oro contra las mismas rocas en las que había dejado secarse antes su ropa. Volvió a arrojarla con todas sus fuerzas, una y otra vez, contra las rocas, contra el suelo… Tenía que parece sucia, recién desenterrada.
Cuando se dió por satisfecho continuó con lo más complicado, su propio aspecto.
Poco podía hacer, ya se había sumergido en el agua antes, había quitado toda la suciedad que pudo de su vestimenta y ya ni siquiera apestaba a dejado. Poco podía hacer salvo afeitarse un poco la barba y cortarse el pelo. Pero ¿Con su katana? No tenía nada más que tuviera filo, pero ¿En serio, con su katana? No la usaba nunca y ahora se veía obligado a darle su primer uso para algo que consideraba indigno para una espada… Pero no le quedaba de otra.
Se acercó al río, se fijó lo mejor que pudo en su rostro, reflejado en la calmada corriente. Suspiró resignado y desenvainó su espada. Con cuidado fué rasurando a escasos milímetros de su cara. No pensaba quitarse toda la barba, le había cogido cariño a su cara peluda, pero al menos verse un poco más decente. No fué de extrañar que, por mucho cuidado que pusiera, se acabase cortando más de una vez. No acostumbraba a afeitarse mucho, y menos con una espada.
Acabó la tarea con unos pequeños cortes repartidos por el mentón y contento en cierta manera de que su espada hubiese probado, por fin, la sangre.
Su cabello le supuso menos trabajo, aún seguía un poco húmedo pero no le supuso mayor problema. Sujetó su melena en un puño, relativamente cerca de su nuca y de un tajo cortó lo sobrante, usando su propio puño como límite. Si ahora quisiera recogerse el pelo no sería una coleta muy larga, apenas le bajaría de los hombros. Todo su cabello estaba cortado a la misma altura, seguro que no se vería demasiado bien, pero nada que una coleta atada en ese momento no disimulara y un futuro corte en condiciones no arreglase. Una vez listo todo marchó por fin a la ciudad.
El camino se le hizo bastante corto a decir verdad, una hora de camino andando despacio ¿Qué prisa tenía de todas formas?
Su estómago no tardó en recordárselo. Estaba muerto de hambre, deseando comer de un plato después de tanto tiempo… Y los olores de los restaurantes de la zona acariciaban sus fosas nasales con deliciosas mezclas de especias.
“Un plato de curry picante” pensó. “¿Dónde hay una maldita casa de empeños?"
No le llevó mucho tiempo encontrar una. Sin barbas de vagabundo y sin el cabello desaliñado la gente no le hacía demasiadas muecas de asco y algunos hasta le escuchaban al hablar, unos pocos hasta le respondían y le señalaban a dónde podía ir.
¡3000 berries! No era precisamente una fortuna pero era más que suficiente para lo poco que tenía que hacer. De hecho solo tenía que hacer dos cosas, dos cosas antes de poner rumbo a casa, y sus piernas ya le empezaban a arrastrar hasta la primera: Llenarse de curry picante.
Si bien su olfato le impidió tener alguna dificultad en llegar al bar, lo difícil fué decidirse a entrar. Irónico sabiendo el hambre que tenía, pero preocupado tener que soportar de nuevo miradas de asco sobre su presencia. Soñaba con el momento en el que pudiera ponerse ropas sin arañazos y realmente limpias.
“Pronto…”
Respiró profundamente, se fijó en el nombre del bar. “El pequeño demonio”. Calzaba como anillo al dedo junto al aroma a curry de su cocina, y eso hizo que su imborrable sonrisa luciera como pocas veces. Por fin se decidió a entrar.
-¡Buenas tardes, jefe!
Se apresuró a la barra, el bar estaba casi vacío. -“Mejor”.
-¡Si es tan amable póngame un tazón bien grande de eso que huele tan bien de su cocina! -Dijo no tardando en dejar un puñado de monedas en la barra, para que se fijase en que no estaba de broma.
El mesero aun así no pudo evitar fijarse en aquellos… trapos. En aquellos trapos que llevaba puestos. Sin embargo, la manera que tuvo de hablar le apartó las críticas de su cabeza.
-Tengo muchas cosas que huelen rico en mi cocina, muchacho. -Dijo mientras frotaba la barra con un paño húmedo- ¿Puedes especificar? Tengo carta por si quieres echarle un vistazo.
-Si en esa carta que me dice tiene usted curry picante no necesito mirar más. Imagino que sabrá igual de bien que huele ¿No?
El mesero arqueó una ceja
-¿Igual de bien? -Preguntó divertido- Prepárate, chico, tu paladar no ha experimentado nada como lo que vas a probar.
-Eso lo decidirá el picante.
-Si te quemas demasiado te puedo invitar a un vaso de leche. -Caminó hacia la cocina- En seguida vuelvo.
Echó un vistazo al interior del establecimiento. Sin el mesero presente solo había una única persona impidiendo que el bar estuviese vacío. ¿Un poco más bajito que él, tal vez? Melena castaña, vistiendo un poncho -“Un poncho, eso me hubiera venido genial todo este tiempo.”- Había venido solo, o eso parecía. ¿Igual conocía al mesero? Como fuera, no era momento de iniciar una conversación con un desconocido, quizás le apeteciera únicamente tomarse una copa solo, en compañía de nadie.
-Buenas tardes -Le dijo sonriendo, con un tono de confianza de tontorrón y sin fijar mucho la vista en él.
Formalidades realizadas. ¿Se daría por satisfecho?
Andy G. War
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-Buenas tardes.- Respondió tranquila y amablemente mientras esperaba sus alimentos. Al darse cuenta de quien provenía el saludo, se le quedo mirando fijamente por unos momentos. Después de unos momentos Andy extendió su brazo derecho señalando un asiento que se encontraba a su costado. Al parecer el hermano mayor tendría algo de compañía… ¿Quién lo diría no?
- Comer acompañado siempre es algo gratificante… y más en estos tiempos… soy Andy… puedo percatar que la vida no le ha tratado bien… pero en el océano eso no importa mucho… la vida esta llena de mil y un posibilidades ¿no lo cree?
Se podía escuchar claramente como el dueño del local preparaba todo. Desde la barra se podía sentir el fuerte olor a curry y luego se podía apreciar un delicioso aroma a carne. Tan deliciosas eran las fragancias, que el pequeño hombre no pudo evitar pasar su lengua sobre los dientes imaginando su sabor y textura. Se notaba claramente en el rostro de Andy las ganas de comer que tenía.
- Comer es uno de los grandes placerres de la vida… y se debería disfrutar de ello en todo momento… ¿no lo cree?
Al momento llego el jefe con la botella de sake que el pequeño había pedido anteriormente. Este la tomo y la abrió. Dio un profundo trago, como si fuese un hombre que hubiera pasado en el desierto días sin tomar una gota de agua. Miro de nuevo al hombre que recién llego y le extendió la botella, con una enorme sonrisa y una mirada que solo expresaba felicidad. Pronto seria la hora de comer y, para Andy estar acompañado es lo mejor.
- Vamos bebe… la comida pronto llegara… no hay comida que valga si un buen trago y grata compañía.
- Comer acompañado siempre es algo gratificante… y más en estos tiempos… soy Andy… puedo percatar que la vida no le ha tratado bien… pero en el océano eso no importa mucho… la vida esta llena de mil y un posibilidades ¿no lo cree?
Se podía escuchar claramente como el dueño del local preparaba todo. Desde la barra se podía sentir el fuerte olor a curry y luego se podía apreciar un delicioso aroma a carne. Tan deliciosas eran las fragancias, que el pequeño hombre no pudo evitar pasar su lengua sobre los dientes imaginando su sabor y textura. Se notaba claramente en el rostro de Andy las ganas de comer que tenía.
- Comer es uno de los grandes placerres de la vida… y se debería disfrutar de ello en todo momento… ¿no lo cree?
Al momento llego el jefe con la botella de sake que el pequeño había pedido anteriormente. Este la tomo y la abrió. Dio un profundo trago, como si fuese un hombre que hubiera pasado en el desierto días sin tomar una gota de agua. Miro de nuevo al hombre que recién llego y le extendió la botella, con una enorme sonrisa y una mirada que solo expresaba felicidad. Pronto seria la hora de comer y, para Andy estar acompañado es lo mejor.
- Vamos bebe… la comida pronto llegara… no hay comida que valga si un buen trago y grata compañía.
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Le sorprendió lo educada y sincera que había sido la respuesta… Aunque tal vez demasiado sincera. No le molestó, desde luego, no estaba acostumbrado a que mucha gente le hablase, solo se sintió un poco avergonzado. No hacía falta mirarle durante mucho rato para darse cuenta de lo mismo que dedujo su… ¿Acompañante? Andy dijo llamarse.
Procuró no darle muchas vueltas al asunto “Esto se va a acabar pronto, vas a volver a casa.” meditó en su cabeza.
-Alek -Respondió- Me llamo Alek… Aleksandar. Y… Sí, eso creo.
"La vida está llena de mil y una posibilidades" ¿Eh? Hacía mucho tiempo que había dejado de creer en eso.
Se fijó en el taburete que le señaló Andy. Normalmente se habría limitado a contestar un “estoy bien aquí, gracias” o “no se moleste” o alguna excusa barata… Pero se había sumergido en el río unas pocas horas atrás y había procurado lavarse él y su ropa lo mejor que pudo -que hubiese sido mejor de tener algo de jabón- por lo que aquel día no incomodaría demasiado con un olor nauseabundo. Hoy simplemente no olía a absolutamente nada salvo quizás a algún manchón de hierba. “Ojalá fuese lavanda”. De modo que ¿Por qué no? No le vendría mal un poco de conversación.
-Ojalá pudiera decir que lo disfrute en todo momento. -Dijo tomando asiento a su lado- Bueno, quiero decir… Lo disfruto siempre que puedo… -Cortó la frase. Ya tenía bastante con que se notase a leguas que no tenía suficiente para comer todos los días como para encima admitirlo a la cara.
-Creo que me has enten…
¿Hay mejor manera de hacer callar a alguien que ofreciéndole un trago? Sin contar, claro está, los carnosos labios de una dama. Pero no había ninguna en el establecimiento, y dudaba mucho tener pronto la ocasión de que aquello pasase, de modo que ¿Había mejor manera? Si la había que bajase Dios y lo demostrara. Y poco hubiera importado que bajase ningún dios, él no creía en ninguna divinidad salvo quizás la caprichosa diosa Fortuna y el despiadado Destino, por lo que no iba a creer en su palabra.
Dudando un poco extendió el brazo para agarrar la botella. ¿Cuanto hacía que no se llevaba ni la más mínima gota de alcohol a la boca? Años, probablemente desde que se fué de casa. Qué ironía que el día que tenía pensado volver volviera a probarlo. Era casi como volver a beber después de dejarlo, pero… ¿Iba a ser tan maleducado de rechazar un trago?
Eso jamás.
Le supo demasiado fuerte, había perdido toda costumbre y sintió como si la garganta le ardiera, y no pudo evitar toser para apartarse el picor de la garganta -curioso que no disfrutase de un sabor picante, con lo que le gustaba-. Dejó la botella en la mesa mientras que con una mano se limpiaba la saliva de la boca y las lágrimas de los ojos, casi le escocían.
-Cof… Maldita sea, no recordaba lo fuerte que estaba esto -Dijo riendo, riendo de verdad. Le daba igual haber hecho el ridículo bebiendo, de alguna manera se sentía cómodo con ello. -Me hubiera gustado verme la cara, debo de haber quedado ridículo jajajaja -Y ahí estaba, su inconfundible sonrisa- ¿Qué te trae por aquí, Andy?
Igual resultaba un tanto irónico que fuese él quien preguntase aquello, pero todo sea por mantener los modales.
Procuró no darle muchas vueltas al asunto “Esto se va a acabar pronto, vas a volver a casa.” meditó en su cabeza.
-Alek -Respondió- Me llamo Alek… Aleksandar. Y… Sí, eso creo.
"La vida está llena de mil y una posibilidades" ¿Eh? Hacía mucho tiempo que había dejado de creer en eso.
Se fijó en el taburete que le señaló Andy. Normalmente se habría limitado a contestar un “estoy bien aquí, gracias” o “no se moleste” o alguna excusa barata… Pero se había sumergido en el río unas pocas horas atrás y había procurado lavarse él y su ropa lo mejor que pudo -que hubiese sido mejor de tener algo de jabón- por lo que aquel día no incomodaría demasiado con un olor nauseabundo. Hoy simplemente no olía a absolutamente nada salvo quizás a algún manchón de hierba. “Ojalá fuese lavanda”. De modo que ¿Por qué no? No le vendría mal un poco de conversación.
-Ojalá pudiera decir que lo disfrute en todo momento. -Dijo tomando asiento a su lado- Bueno, quiero decir… Lo disfruto siempre que puedo… -Cortó la frase. Ya tenía bastante con que se notase a leguas que no tenía suficiente para comer todos los días como para encima admitirlo a la cara.
-Creo que me has enten…
¿Hay mejor manera de hacer callar a alguien que ofreciéndole un trago? Sin contar, claro está, los carnosos labios de una dama. Pero no había ninguna en el establecimiento, y dudaba mucho tener pronto la ocasión de que aquello pasase, de modo que ¿Había mejor manera? Si la había que bajase Dios y lo demostrara. Y poco hubiera importado que bajase ningún dios, él no creía en ninguna divinidad salvo quizás la caprichosa diosa Fortuna y el despiadado Destino, por lo que no iba a creer en su palabra.
Dudando un poco extendió el brazo para agarrar la botella. ¿Cuanto hacía que no se llevaba ni la más mínima gota de alcohol a la boca? Años, probablemente desde que se fué de casa. Qué ironía que el día que tenía pensado volver volviera a probarlo. Era casi como volver a beber después de dejarlo, pero… ¿Iba a ser tan maleducado de rechazar un trago?
Eso jamás.
Le supo demasiado fuerte, había perdido toda costumbre y sintió como si la garganta le ardiera, y no pudo evitar toser para apartarse el picor de la garganta -curioso que no disfrutase de un sabor picante, con lo que le gustaba-. Dejó la botella en la mesa mientras que con una mano se limpiaba la saliva de la boca y las lágrimas de los ojos, casi le escocían.
-Cof… Maldita sea, no recordaba lo fuerte que estaba esto -Dijo riendo, riendo de verdad. Le daba igual haber hecho el ridículo bebiendo, de alguna manera se sentía cómodo con ello. -Me hubiera gustado verme la cara, debo de haber quedado ridículo jajajaja -Y ahí estaba, su inconfundible sonrisa- ¿Qué te trae por aquí, Andy?
Igual resultaba un tanto irónico que fuese él quien preguntase aquello, pero todo sea por mantener los modales.
Andy G. War
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Aquel hombre se dio a conocer como Aleksandar, “un nombre bastante único” fue lo primero que se le paso por la mente al líder de la familia “G”. Escucho cada palabra y observo los gestos del hombre en el proceso. Se percató por completo de su situación actual no solo por sus vestimentas, más que la manera de expresas algunas cosas terminaba de corroborar lo que el pequeño pelinegro pensaba.
- Puedo entender muy claramente señor Aleksandar… y no te preocupes… en todo los años que tengo de vida… una de las cosas más importantes que he aprendido es a no juzgar a nadie por su apariencias… o situación actual… después de todo… todos somos hijos del mar.
Las risas se adueñaron del lugar cuando el rubio no pudo soportar el sake. Andy le dio unas cuantas palmadas en la espalda tratando de ayudarle mientras aún seguía riendo, tratando de ayudarle.
- En todos los años que he vivido primera vez que veo a un hombre reaccionar de esta manera ante el sake… creo que usted está más que falto de práctica con la bebida - dijo sonriendo. - Además… ¿qué tiene de malo quedar en ridículo de vez en cuando? Son cosas que pasan.
Para muchos resultaría extraña la manera de hablar de Andy G. War, después de todo físicamente era un niño de tan solo 16 años, pero este hombre siempre lleva consigo algunas cosas más que simplemente una apariencia juvenil, y esas cosas son: edad y conocimiento.
La pregunta que realizo el joven Aleksandar al hermano mayor no lo incómodo para nada, era totalmente irónico, pero eso no importaba en lo absoluto, después de todo Andy tienes planes a gran escala y… solo necesitaba tiempo para lograrlo.
- ¿Que hago aquí?. - Dijo mientras tomaba la botella de sake. - Realmente… solo busco potencial en los jóvenes retoños de este mundo… busco hermanos que se unan a mi causa… que sientan el llamado del océano… que estén dispuesto a luchar… sin miedo… sin remordimientos… en búsqueda de hacer que este mundo sepa… que yo estoy aquí… Andy G. War… The Big Brother.[/i]
Después de decir aquello, el pequeño dio un trago profundo de su bebida tratando de calmar su sed. Al momento, el jefe habría traído todo lo que ambos habían ordenado con anterioridad. Para Andy se le había traído un enorme plato lleno de carne, el olor que esta emanaba era magnifico. Para el rubio su plato de curry que no lucia nada mal.
- Es hora de comer mi amigo… no olvides dar gracias por los alimentos.
- Puedo entender muy claramente señor Aleksandar… y no te preocupes… en todo los años que tengo de vida… una de las cosas más importantes que he aprendido es a no juzgar a nadie por su apariencias… o situación actual… después de todo… todos somos hijos del mar.
Las risas se adueñaron del lugar cuando el rubio no pudo soportar el sake. Andy le dio unas cuantas palmadas en la espalda tratando de ayudarle mientras aún seguía riendo, tratando de ayudarle.
- En todos los años que he vivido primera vez que veo a un hombre reaccionar de esta manera ante el sake… creo que usted está más que falto de práctica con la bebida - dijo sonriendo. - Además… ¿qué tiene de malo quedar en ridículo de vez en cuando? Son cosas que pasan.
Para muchos resultaría extraña la manera de hablar de Andy G. War, después de todo físicamente era un niño de tan solo 16 años, pero este hombre siempre lleva consigo algunas cosas más que simplemente una apariencia juvenil, y esas cosas son: edad y conocimiento.
La pregunta que realizo el joven Aleksandar al hermano mayor no lo incómodo para nada, era totalmente irónico, pero eso no importaba en lo absoluto, después de todo Andy tienes planes a gran escala y… solo necesitaba tiempo para lograrlo.
- ¿Que hago aquí?. - Dijo mientras tomaba la botella de sake. - Realmente… solo busco potencial en los jóvenes retoños de este mundo… busco hermanos que se unan a mi causa… que sientan el llamado del océano… que estén dispuesto a luchar… sin miedo… sin remordimientos… en búsqueda de hacer que este mundo sepa… que yo estoy aquí… Andy G. War… The Big Brother.[/i]
Después de decir aquello, el pequeño dio un trago profundo de su bebida tratando de calmar su sed. Al momento, el jefe habría traído todo lo que ambos habían ordenado con anterioridad. Para Andy se le había traído un enorme plato lleno de carne, el olor que esta emanaba era magnifico. Para el rubio su plato de curry que no lucia nada mal.
- Es hora de comer mi amigo… no olvides dar gracias por los alimentos.
Aleksandar Mostovoi
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-Cosas que pasan, sí señor -Dijo, levantando el brazo en un brindis imaginario.
Lo cierto es que había pasado tanta vergüenza en todos estos años que toser un poco por no soportar el ardor del alcohol en su garganta tras tanto tiempo no le importó lo más mínimo, sino que fué un simple motivo por el que compartir unas risas.
Compartir unas risas… Hacía ya mucho que perdió la esperanza de que aquello pasase pronto. ¿Qué más sorpresas guardaba aquel día?
La respuesta le vino enseguida, como si se la hubiera formulado en persona al mismo destino y este le hubiera contestado a través de la boca del pelinegro.
Escuchó con atención lo que Andy le contó. Parecía ser una persona ambiciosa, con visión de futuro, y sin embargo, no le inspiró a Alek la sensación de arrogancia que solían transmitir la mayoría de personas ambiciosas que había conocido. Aquello era algo nuevo para él.
Tal vez no fueran tan distintos, ambos tenían alma de soñadores, aunque no se parecieran demasiado entre sí.
-Bueno, el mundo no lo sé, pero un servidor sabe que estás aquí, hablando conmigo.
Bromeó, tal vez buscando un punto entre la cordialidad y la confianza. Para una vez que tenía una conversación agradable e interesante… O mejor dicho, para una vez que tenía una conversación con alguien que no viviera en su cabeza, prefería sentirse realmente cómodo.
-Pues Andy, te deseo suerte en tu búsqueda. Yo mismo soñaba con echarme a la mar a recorrer el mundo, como todos… De hecho…
Se lo pensó un poco antes de llevarse la mano bajo su chaqueta de mezclilla. ¿Estaba dispuesto a hablar de lo que había soñado con conseguir con alguien a quien había conocido apenas unos minutos antes? Además, ya había renunciado a seguir persiguiendo su sueño. ¿Qué sentido tenía que hablase ahora de ello?
Aunque por otra parte…
-... De hecho, ya que me has contado tu sueño -Se decidió a sacar su viejo libro- Creo que lo justo es que te hable del mío.
Acarició la gaviota de color zafiro de la cubierta con nostalgia.
-Verás, est-
El dueño acababa de traer los platos a la barra, y el intenso aroma picante del arroz con curry se coló por sus fosas nasales, acariciándolas con una mano en llamas.
-... Y tanto que doy las gracias. Discúlpame.
Antes de contar nada, antes de mostrar el fuego de sus ojos cuando hablaba de su sueño, quería sentir auténtico fuego en su paladar. Recogió un puñado en un tenedor, se lo acercó a la nariz y aspiró una vez más el olor de su plato favorito. Entonces se lo llevó a la boca… Y sintió cómo sus papilas explotaron de felicidad. No era en absoluto como el regustillo picante del saque, no, este picante era justamente el que había disfrutado toda su vida en su casa, una casa de unos locos adictos a la comida picante hasta el punto de añadir guindilla a casi todos sus platos.
Tragó, la boca le ardía, de su ojo izquierdo resbaló una lagrimilla de felicidad. Hacía demasiado tiempo que no comía así de bien, y el reencuentro con el arroz con curry fué simplemente demasiado bueno para ser verdad.
-Mmmm… Como si me hubiese metido un trozo del suelo de azufre del mismísimo infierno en la boca. -Balbuceó sin terminar de tragar, y sintió como si al hablar respirase puro fuego- Está delicioso, el mejor que he probado nunca. ¡Y con eso quiero decir que ha superado al de mi madre, caballero, que ya es mucho decir!
Terminó de tragar y dió un par de mordiscos más antes de limpiarse los labios -que tenían ya el sabor del picante impregnado- y continuar con lo que estaba a punto de contar a Andy.
-Verás, Andy. Este libro me lo regaló mi padre hace bastante tiempo. Al principio lo veía simplemente como una serie de datos sin importancia, pero a medida que lo iba leyendo iba descubriendo una historia sin terminar.
Y ahí fué cuando el fuego de su boca volvió a sus ojos
-Te lo puedo contar en pocas palabras. Este libro habla de un reino antiguo en una isla no especificada, de una sociedad que lo protegía de la cual no dice mucho y de unos maestros forjadores de armas o algo así... Parece un puzzle, lo sé. Eso es lo que me gusta. Me gustaría poder terminar este puzzle al que le faltan piezas, por eso mismo soñaba con navegar por el mundo, para encontrar las piezas que faltan y resolverlo… Pero creo que el señor Destino me ha dejado muy claro que no estoy hecho para navegar.
Volvió a comer un puñado de arroz con curry, apagando el fuego de sus ojos mientras intentaba que el curry encendiera el otro… Pero esta vez le estaba costando, hablar de su sueño y admitir que tuvo que renunciar a él le había enfriado por completo.
-En fin, creo que no todos hemos nacido con la misma suerte. Algunos sueños tienen que quedar en sueños y algunos puzzles sencillamente han perdido sus piezas y no pueden completarse.
Lo cierto es que había pasado tanta vergüenza en todos estos años que toser un poco por no soportar el ardor del alcohol en su garganta tras tanto tiempo no le importó lo más mínimo, sino que fué un simple motivo por el que compartir unas risas.
Compartir unas risas… Hacía ya mucho que perdió la esperanza de que aquello pasase pronto. ¿Qué más sorpresas guardaba aquel día?
La respuesta le vino enseguida, como si se la hubiera formulado en persona al mismo destino y este le hubiera contestado a través de la boca del pelinegro.
Escuchó con atención lo que Andy le contó. Parecía ser una persona ambiciosa, con visión de futuro, y sin embargo, no le inspiró a Alek la sensación de arrogancia que solían transmitir la mayoría de personas ambiciosas que había conocido. Aquello era algo nuevo para él.
Tal vez no fueran tan distintos, ambos tenían alma de soñadores, aunque no se parecieran demasiado entre sí.
-Bueno, el mundo no lo sé, pero un servidor sabe que estás aquí, hablando conmigo.
Bromeó, tal vez buscando un punto entre la cordialidad y la confianza. Para una vez que tenía una conversación agradable e interesante… O mejor dicho, para una vez que tenía una conversación con alguien que no viviera en su cabeza, prefería sentirse realmente cómodo.
-Pues Andy, te deseo suerte en tu búsqueda. Yo mismo soñaba con echarme a la mar a recorrer el mundo, como todos… De hecho…
Se lo pensó un poco antes de llevarse la mano bajo su chaqueta de mezclilla. ¿Estaba dispuesto a hablar de lo que había soñado con conseguir con alguien a quien había conocido apenas unos minutos antes? Además, ya había renunciado a seguir persiguiendo su sueño. ¿Qué sentido tenía que hablase ahora de ello?
Aunque por otra parte…
-... De hecho, ya que me has contado tu sueño -Se decidió a sacar su viejo libro- Creo que lo justo es que te hable del mío.
Acarició la gaviota de color zafiro de la cubierta con nostalgia.
-Verás, est-
El dueño acababa de traer los platos a la barra, y el intenso aroma picante del arroz con curry se coló por sus fosas nasales, acariciándolas con una mano en llamas.
-... Y tanto que doy las gracias. Discúlpame.
Antes de contar nada, antes de mostrar el fuego de sus ojos cuando hablaba de su sueño, quería sentir auténtico fuego en su paladar. Recogió un puñado en un tenedor, se lo acercó a la nariz y aspiró una vez más el olor de su plato favorito. Entonces se lo llevó a la boca… Y sintió cómo sus papilas explotaron de felicidad. No era en absoluto como el regustillo picante del saque, no, este picante era justamente el que había disfrutado toda su vida en su casa, una casa de unos locos adictos a la comida picante hasta el punto de añadir guindilla a casi todos sus platos.
Tragó, la boca le ardía, de su ojo izquierdo resbaló una lagrimilla de felicidad. Hacía demasiado tiempo que no comía así de bien, y el reencuentro con el arroz con curry fué simplemente demasiado bueno para ser verdad.
-Mmmm… Como si me hubiese metido un trozo del suelo de azufre del mismísimo infierno en la boca. -Balbuceó sin terminar de tragar, y sintió como si al hablar respirase puro fuego- Está delicioso, el mejor que he probado nunca. ¡Y con eso quiero decir que ha superado al de mi madre, caballero, que ya es mucho decir!
Terminó de tragar y dió un par de mordiscos más antes de limpiarse los labios -que tenían ya el sabor del picante impregnado- y continuar con lo que estaba a punto de contar a Andy.
-Verás, Andy. Este libro me lo regaló mi padre hace bastante tiempo. Al principio lo veía simplemente como una serie de datos sin importancia, pero a medida que lo iba leyendo iba descubriendo una historia sin terminar.
Y ahí fué cuando el fuego de su boca volvió a sus ojos
-Te lo puedo contar en pocas palabras. Este libro habla de un reino antiguo en una isla no especificada, de una sociedad que lo protegía de la cual no dice mucho y de unos maestros forjadores de armas o algo así... Parece un puzzle, lo sé. Eso es lo que me gusta. Me gustaría poder terminar este puzzle al que le faltan piezas, por eso mismo soñaba con navegar por el mundo, para encontrar las piezas que faltan y resolverlo… Pero creo que el señor Destino me ha dejado muy claro que no estoy hecho para navegar.
Volvió a comer un puñado de arroz con curry, apagando el fuego de sus ojos mientras intentaba que el curry encendiera el otro… Pero esta vez le estaba costando, hablar de su sueño y admitir que tuvo que renunciar a él le había enfriado por completo.
-En fin, creo que no todos hemos nacido con la misma suerte. Algunos sueños tienen que quedar en sueños y algunos puzzles sencillamente han perdido sus piezas y no pueden completarse.
Andy G. War
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-Mi amigo… ¿no has pensado… que es tu turno de terminar esa historia sin fin?
Dijo mientras se disponía a disfrutar de sus alimentos con total calma, escuchando cada palabra que el hombre soltaba. Su historia le pareció interesante, llena de un principio pero lastimosamente sin un fin. Pero para Andy esto no tenía nada de malo. Para él todas esas cosas tenían una solución: salir a alta mar y luchar por ello hasta el final.
- Renunciar… es algo que no debería ser una opción para ti… la vida está llena de muchas posibilidades… y yo soy una de ellas… El futuro es incierto… muchas cosas me aguardan… y estoy dispuesto a ayudar aquellos que estén dispuestos a convertirse en mis pequeños hermanos… piénsalo… además… se nota a millas nautas que la vida no te he tratado bien… es momento que tengas un cambio de mareas…
Después de aquellas palabras dio otro largo trago a su bebida terminándola. Levanto su brazo dándole una señal al cantinero que trajera otra botella, tenía ganas de seguir bebiendo un poco más. Después de un rato este llego con la botella, Andy la abrió y prosiguió con dar otro profundo trago. Mirando a su acompañante esperando una respuesta de este. El pequeño hombre solo sonreía y le miraba con tranquilidad.
- Además, es agradable comer a tu lado… ¿por qué no hacerte mi hermano pequeño? Tengo suficiente dinero para que comamos y además y si se acaba pues obtendremos más a nuestra manera… después de todo… soy un pirata.
- Se nota la llama viva en tus ojos pequeño, muchos piratas han pasado por aquí en esta isla, por “obvias” razones ninguno de ellos puede tocar este lugar, pero tú eres el primero en mucho tiempo además de él que noto que no tiene ni una pisca de malas intenciones en sus ojos. - Dijo el cantinero mientras limpiaba un vaso con un pañuelo, al parecer al ver a hermano mayor decir esas palabras le levanto los ánimos - Tu… ocultas más de lo que aparentas ¿no es así?
- ¿Tanto se nota jefe? – Respondió Andy con una sonrisa bien marcada.
- Tengo bastante años en esta isla, he visto ir y venir muchas personas pero en ti… hay algo diferente. Es como si no pudiera evitar seguirte. Muestras tanto desinterés en las cosas, pero a la vez te interesa todas las cosas… eres como la combinación de todo y nada… y tal vez pueda notar algo más… pero no puedo saber que es ese pequeño dato que se me escapa.
- Pues ya que ha llegado hasta este punto le diré el factor que le falta mi amigo… tengo 40 años
Dijo mientras se disponía a disfrutar de sus alimentos con total calma, escuchando cada palabra que el hombre soltaba. Su historia le pareció interesante, llena de un principio pero lastimosamente sin un fin. Pero para Andy esto no tenía nada de malo. Para él todas esas cosas tenían una solución: salir a alta mar y luchar por ello hasta el final.
- Renunciar… es algo que no debería ser una opción para ti… la vida está llena de muchas posibilidades… y yo soy una de ellas… El futuro es incierto… muchas cosas me aguardan… y estoy dispuesto a ayudar aquellos que estén dispuestos a convertirse en mis pequeños hermanos… piénsalo… además… se nota a millas nautas que la vida no te he tratado bien… es momento que tengas un cambio de mareas…
Después de aquellas palabras dio otro largo trago a su bebida terminándola. Levanto su brazo dándole una señal al cantinero que trajera otra botella, tenía ganas de seguir bebiendo un poco más. Después de un rato este llego con la botella, Andy la abrió y prosiguió con dar otro profundo trago. Mirando a su acompañante esperando una respuesta de este. El pequeño hombre solo sonreía y le miraba con tranquilidad.
- Además, es agradable comer a tu lado… ¿por qué no hacerte mi hermano pequeño? Tengo suficiente dinero para que comamos y además y si se acaba pues obtendremos más a nuestra manera… después de todo… soy un pirata.
- Se nota la llama viva en tus ojos pequeño, muchos piratas han pasado por aquí en esta isla, por “obvias” razones ninguno de ellos puede tocar este lugar, pero tú eres el primero en mucho tiempo además de él que noto que no tiene ni una pisca de malas intenciones en sus ojos. - Dijo el cantinero mientras limpiaba un vaso con un pañuelo, al parecer al ver a hermano mayor decir esas palabras le levanto los ánimos - Tu… ocultas más de lo que aparentas ¿no es así?
- ¿Tanto se nota jefe? – Respondió Andy con una sonrisa bien marcada.
- Tengo bastante años en esta isla, he visto ir y venir muchas personas pero en ti… hay algo diferente. Es como si no pudiera evitar seguirte. Muestras tanto desinterés en las cosas, pero a la vez te interesa todas las cosas… eres como la combinación de todo y nada… y tal vez pueda notar algo más… pero no puedo saber que es ese pequeño dato que se me escapa.
- Pues ya que ha llegado hasta este punto le diré el factor que le falta mi amigo… tengo 40 años
Aleksandar Mostovoi
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“Mi amigo… ¿no has pensado… que es tu turno de terminar esa historia sin fin?”
Pues claro que lo había hecho. Esa misma pregunta se la hizo él mismo cinco años atrás, tan lleno de ilusión, tan lleno de esperanzas… Tan iluso.
La pregunta le sumergió en el pasado. De repente la taberna desapareció en una neblina negra a sus ojos. Se encontraba en su casa, tumbado en su cama con los brazos extendidos sobre su cabeza sujetando su libro recién regalado por su padre, cuando apenas tenía diez primaveras. Subía y bajaba las piernas dando pequeñas patadas en el colchón. Sus ojos recorrían las palabras y las fotografías y su mente se transportaba a una isla ubicada a saber donde, pero que ya había visto tantas veces que casi podría decirse que era suya, completamente suya.
Se vió entonces en el puerto, a punto de subir a un barco preparado para zarpar. Se estaba despidiendo de sus padres, con una sonrisa en sus labios y el sol brillando en lo alto. Un parpadeo. Una tormenta furiosa. El barco hecho trizas, él mismo llegando de milagro a la isla más cercana a su posición. Todo lo que llevaba a bordo pertenecía ahora a Davy Jones, junto al resto de la tripulación, sus sueños de ser arqueólogo y todo su futuro con él.
Se vió mendigando, medio muerto de hambre, siendo tratado con la punta del pié, mordiéndose la lengua por cada vez que se le había antojado robar comida. Se vió escribiendo cientos de mentiras a sus padres solo para que supieran que seguía vivo…
Se vió aquella misma mañana, cuando Fortuna despertó generosa con él, y Destino tan dispuesto a marearlo como siempre. Tumbado al sol, dando una cabezadita dejando sus trapos limpios y secos….
“... cambio de mareas”
Volvió a la realidad como si la fuerza de la gravedad hubiese tirado de su consciencia hacia abajo. Apenas había escuchado lo que dijo Andy, y se dió asco. Asco por haber tenido esa poca educación de no escuchar cuando le hablaban, y asco por lo que iba a hacer.
-... Discúlpame.
En cuanto su acompañante dejó de beber se llevó la botella a los labios y ni tan siquiera hizo el esfuerzo por tragar, sencillamente dejó que el líquido recorriera su garganta y bajara hasta su estómago, ignorando por completo el escozor y la sequía que le produjo aquello. Era de los que preferían pedir permiso a pedir disculpas, y disculparse antes de hacer algo no era típico de él.
Mientras bebía como si él hubiese pagado el alcohol escuchó con atención la propuesta de Andy. No le había quedado muy claro qué quería decir con eso de “hacerse su hermano pequeño”, pero sobre entendió que le estaba pidiendo que navegara con él. Mentiría si dijera que aquello no le sorprendió. Lo hizo, tanto como el que le estaba sugiriendo no preocuparse nunca más por comer si le acompañaba… Pero lo que más le sorprendió fué con lo que terminó sentenciando.
Un pirata…
La sorpresa llegó acompañada con las quejas de su garganta por todo el alcohol de golpe, y quiso aprovechar para toser un poco -de una manera mucho menos escandalosa que la última vez, todo sea dicho- para intentar disimular que se había… puesto nervioso.
-L-lo s-siento… Lo necesitaba.
Al tabernero, sin embargo, no pareció sorprenderle. No terminaba de entender por qué, pero supuso que aquel hombre había visto a demasiado piratas como para reconocer a uno de un vistazo -cosa que confirmó más tarde-, y sin embargo, Alek no era capaz de distinguir qué podía tener Andy para que se le pudiera reconocer como un pirata.
Comenzaron a hablar de la isla en la que se encontraban.
-... ¿Obvias razones? -Preguntó arqueando una ceja- ¿Qué pasa con esta isla?
Jamás, en toda su vida, había hecho una pregunta con tan poca importancia como aquella. No es que lo supiera en ese momento, de hecho iba a corregir su pregunta cambiando el orden de la importancia, pero… ¿Cuantos años acababa de decir que tenía?
-Dis… ¿Disculpa?
Sí, esa era un pregunta más apropiada para ese momento. ¿Estaba hablando en serio? Fuera así o no, quiso mostrarse casi desinteresado en aquello, pretendiendo tomárselo como una broma, manteniendo el mismo tono de antes.
-Madre mía, ya quisiera yo conservarme así de bien cuando los cumpla jajajajaja.
Un poco más relajado se limpió los rastros de sake de su barba bicromática con los jirones de la manga de su chaqueta y miró a Andy a los ojos.
Suspiró.
-Andy… -necesitaba aprovechar el tiempo que tenía antes de que los efectos del alcohol empezaran a asomar en su cabeza- pareces una buena persona, y te agradezco la invitación… -Venga, piensa con calma antes de hablar, no hay prisa- Poder terminar este rompecabezas siempre ha sido mi sueño… -No pienses en lo que pretendías hacer cuando hubieses terminado de comer- Pero… -No pienses en volver a casa- No estoy seguro de si ha llegado todavía el momento para el que esté preparado. -No dejes la frase ahí, vamos, es una buena oportunidad para alcanzar tus sueños- … -¿Pero qué demonios te pasa?
Se tomó un momento para respirar profundamente, aspirando de nuevo los pocos vapores que seguían emanando del arroz con curry caliente y usando este aroma para avivar su cerebro de nuevo.
-Te propongo algo -Bien, sabía que eras capaz de no dejar escapar esta oportunidad-. Se que es difícil de creer pero tengo un par de asuntos que atender, solo unos cabos sueltos que pretendo atar bien antes de dejarlo todo. -No estaba seguro de hasta qué punto era aquello cierto ni lo que pretendía hacer-. Si para cuando nos volvamos a encontrar sigues queriendo que este trotamundos te acompañes solo dímelo y te prometo que aceptaré. Algo me dice que no pasará mucho antes de que coincidamos de nuevo. ¿Qué me dices?
Extendió la mano sobre la mesa, esperando la respuesta de Andy, aceptase o no.
Pues claro que lo había hecho. Esa misma pregunta se la hizo él mismo cinco años atrás, tan lleno de ilusión, tan lleno de esperanzas… Tan iluso.
La pregunta le sumergió en el pasado. De repente la taberna desapareció en una neblina negra a sus ojos. Se encontraba en su casa, tumbado en su cama con los brazos extendidos sobre su cabeza sujetando su libro recién regalado por su padre, cuando apenas tenía diez primaveras. Subía y bajaba las piernas dando pequeñas patadas en el colchón. Sus ojos recorrían las palabras y las fotografías y su mente se transportaba a una isla ubicada a saber donde, pero que ya había visto tantas veces que casi podría decirse que era suya, completamente suya.
Se vió entonces en el puerto, a punto de subir a un barco preparado para zarpar. Se estaba despidiendo de sus padres, con una sonrisa en sus labios y el sol brillando en lo alto. Un parpadeo. Una tormenta furiosa. El barco hecho trizas, él mismo llegando de milagro a la isla más cercana a su posición. Todo lo que llevaba a bordo pertenecía ahora a Davy Jones, junto al resto de la tripulación, sus sueños de ser arqueólogo y todo su futuro con él.
Se vió mendigando, medio muerto de hambre, siendo tratado con la punta del pié, mordiéndose la lengua por cada vez que se le había antojado robar comida. Se vió escribiendo cientos de mentiras a sus padres solo para que supieran que seguía vivo…
Se vió aquella misma mañana, cuando Fortuna despertó generosa con él, y Destino tan dispuesto a marearlo como siempre. Tumbado al sol, dando una cabezadita dejando sus trapos limpios y secos….
“... cambio de mareas”
Volvió a la realidad como si la fuerza de la gravedad hubiese tirado de su consciencia hacia abajo. Apenas había escuchado lo que dijo Andy, y se dió asco. Asco por haber tenido esa poca educación de no escuchar cuando le hablaban, y asco por lo que iba a hacer.
-... Discúlpame.
En cuanto su acompañante dejó de beber se llevó la botella a los labios y ni tan siquiera hizo el esfuerzo por tragar, sencillamente dejó que el líquido recorriera su garganta y bajara hasta su estómago, ignorando por completo el escozor y la sequía que le produjo aquello. Era de los que preferían pedir permiso a pedir disculpas, y disculparse antes de hacer algo no era típico de él.
Mientras bebía como si él hubiese pagado el alcohol escuchó con atención la propuesta de Andy. No le había quedado muy claro qué quería decir con eso de “hacerse su hermano pequeño”, pero sobre entendió que le estaba pidiendo que navegara con él. Mentiría si dijera que aquello no le sorprendió. Lo hizo, tanto como el que le estaba sugiriendo no preocuparse nunca más por comer si le acompañaba… Pero lo que más le sorprendió fué con lo que terminó sentenciando.
Un pirata…
La sorpresa llegó acompañada con las quejas de su garganta por todo el alcohol de golpe, y quiso aprovechar para toser un poco -de una manera mucho menos escandalosa que la última vez, todo sea dicho- para intentar disimular que se había… puesto nervioso.
-L-lo s-siento… Lo necesitaba.
Al tabernero, sin embargo, no pareció sorprenderle. No terminaba de entender por qué, pero supuso que aquel hombre había visto a demasiado piratas como para reconocer a uno de un vistazo -cosa que confirmó más tarde-, y sin embargo, Alek no era capaz de distinguir qué podía tener Andy para que se le pudiera reconocer como un pirata.
Comenzaron a hablar de la isla en la que se encontraban.
-... ¿Obvias razones? -Preguntó arqueando una ceja- ¿Qué pasa con esta isla?
Jamás, en toda su vida, había hecho una pregunta con tan poca importancia como aquella. No es que lo supiera en ese momento, de hecho iba a corregir su pregunta cambiando el orden de la importancia, pero… ¿Cuantos años acababa de decir que tenía?
-Dis… ¿Disculpa?
Sí, esa era un pregunta más apropiada para ese momento. ¿Estaba hablando en serio? Fuera así o no, quiso mostrarse casi desinteresado en aquello, pretendiendo tomárselo como una broma, manteniendo el mismo tono de antes.
-Madre mía, ya quisiera yo conservarme así de bien cuando los cumpla jajajajaja.
Un poco más relajado se limpió los rastros de sake de su barba bicromática con los jirones de la manga de su chaqueta y miró a Andy a los ojos.
Suspiró.
-Andy… -necesitaba aprovechar el tiempo que tenía antes de que los efectos del alcohol empezaran a asomar en su cabeza- pareces una buena persona, y te agradezco la invitación… -Venga, piensa con calma antes de hablar, no hay prisa- Poder terminar este rompecabezas siempre ha sido mi sueño… -No pienses en lo que pretendías hacer cuando hubieses terminado de comer- Pero… -No pienses en volver a casa- No estoy seguro de si ha llegado todavía el momento para el que esté preparado. -No dejes la frase ahí, vamos, es una buena oportunidad para alcanzar tus sueños- … -¿Pero qué demonios te pasa?
Se tomó un momento para respirar profundamente, aspirando de nuevo los pocos vapores que seguían emanando del arroz con curry caliente y usando este aroma para avivar su cerebro de nuevo.
-Te propongo algo -Bien, sabía que eras capaz de no dejar escapar esta oportunidad-. Se que es difícil de creer pero tengo un par de asuntos que atender, solo unos cabos sueltos que pretendo atar bien antes de dejarlo todo. -No estaba seguro de hasta qué punto era aquello cierto ni lo que pretendía hacer-. Si para cuando nos volvamos a encontrar sigues queriendo que este trotamundos te acompañes solo dímelo y te prometo que aceptaré. Algo me dice que no pasará mucho antes de que coincidamos de nuevo. ¿Qué me dices?
Extendió la mano sobre la mesa, esperando la respuesta de Andy, aceptase o no.
- Andy:
- Creo que con tu siguiente post podemos dejar este rol por terminado. Dejándolo así puedo permitirme acabar mi moderado y conseguir mi fruta antes de zarpar y unirme a la banda.
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-Esta isla pertenece a un Yonkou pequeño Aleksandar… no es bueno hacer ejercer el oficio en este territorio…
El pequeño hombre escucho atentamente cada palabra que el rubio pronunciaba. El hermano mayor no podía evitar sonreír. Podía ver potencial en este hombre, sentía que este hombre llegaría lejos, teniendo potencial para muchas cosas, y sin lugar a dudas, estaba dispuesto a esperar lo que hiciera falta para que el fuera parte de su familia.
- Te prometo algo… te diré el motivo de por cual tengo este cuerpo cuando regreses a buscarme… te doy esa promesa - Andy saco de su bolsillo lo que parecía ser un papel con algo anotado - ten mi número de den den mushi… y créeme… entiendo tus motivos mejor que nadie… no es bueno para la salud dejar cabos sueltos… y más en este mundo…
De un solo trago termino de vaciar la botella de sake que tenía, saco de su bolsillo un fajo de billetes dejándolo en la mesa. Se levantó de un golpe y se dirigió a la puerta en búsqueda de la salida.
- Conserva el cambio jefe… y tu… mi futuro hermano… ten en mente esto… la guerra nos aguarda… y con un solo propósito… para lograr vivir como nos plazca…
El pequeño hombre escucho atentamente cada palabra que el rubio pronunciaba. El hermano mayor no podía evitar sonreír. Podía ver potencial en este hombre, sentía que este hombre llegaría lejos, teniendo potencial para muchas cosas, y sin lugar a dudas, estaba dispuesto a esperar lo que hiciera falta para que el fuera parte de su familia.
- Te prometo algo… te diré el motivo de por cual tengo este cuerpo cuando regreses a buscarme… te doy esa promesa - Andy saco de su bolsillo lo que parecía ser un papel con algo anotado - ten mi número de den den mushi… y créeme… entiendo tus motivos mejor que nadie… no es bueno para la salud dejar cabos sueltos… y más en este mundo…
De un solo trago termino de vaciar la botella de sake que tenía, saco de su bolsillo un fajo de billetes dejándolo en la mesa. Se levantó de un golpe y se dirigió a la puerta en búsqueda de la salida.
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