Izumi Kobayashi
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Era la primera vez después de dos largos años y medio que Izumi podía caminar con cierta tranquilidad por la calle. Las ropas que llevaba no eran para nada las que solía llevar, pero se le hacían muy cómodas. Estaba cubierta por una larga túnica encapuchada de un celeste muy claro –a juego con sus ojos-, que le llegaba hasta los tobillos, y que le servía para protegerse de la intensidad del sol. Su brillante pelo azul seguía recogido en un lazo rojo, el que la había acompañado más de media vida. Calzaba unas sandalias de tela fina que había llevado consigo desde Dressrosa, resultándole más útiles que nunca. La piel todavía le olía a protector solar.
La chica se encontraba perdida entre el bullicio de la gente, aunque lo único que buscaba era estar sola, una sensación que echaba de menos desde hacía tiempo. Su cuerpo todavía estaba resentido del último combate que había tenido, y no le venía mal descansar un poco. Había conseguido limpiar las heridas en el mar de Katorea, pero el calor no ayudaba a olvidarse de ellas.
- Todos muertos… - susurró con una leve sonrisa traviesa en sus labios. No echaba en falta a ninguno de sus antiguos compañeros. Pero sobretodo, no echaba en falta a su capitán.
Su sable la acompañaba, oculto bajo la túnica, ligado a su cintura mediante una correa de cuero, y enfundado por una envoltura del mismo material. Era de alguna manera una maldición que la perseguía allá a dónde fuera, y de la que no podía desprenderse hasta que llegara el día indicado. Llevaba en la mano un trozo de pan ya mordisqueado, era lo primero que comía desde que había llegado a Alabasta la noche anterior, y estaba excepcionalmente delicioso.
Izumi se adentró en una de las calles menores de Alubarna que atravesaban la principal, por la que la chica estaba caminando. No sabía muy bien lo que buscaba, quizás un sitio donde pudiera descansar en tranquilidad. Le pegó un nuevo mordisco al pan y siguió caminando. Aunque la calle no fuera principal, seguía habiendo puestos de mercados, la mayoría con artículos exóticos que la chica no había visto en su vida. Encontró entonces un sitio que parecía el perfecto: una cafetería tranquila y abierta donde solo había mesas –alguna que otra ocupada por alguien-, una barra con un camarero, y un techo que había sombra, muy parecido a los techos sol y sombra típicos de Dressrosa, pero sin la parte de sol. Se acercó a una de las mesas y se sentó en la primera silla que tenía a mano. Cuando apoyó todo su cuerpo sobre ella, dejó salir un largo suspiro; ya no recordaba lo que era relajarse.
Se acercó el camarero para atenderla, con lo que cualquiera diría que era una sonrisa muy agradable. Izumi ni le miró a los ojos.
- Algo fresco. Mejor si tiene alcohol – realmente la joven no tenía ni idea de qué bebía la gente allí más allá de la preciada agua por la que tanto habían luchado hacía tiempo. Dejó que el hombre lo decidiera por ella.
La chica se encontraba perdida entre el bullicio de la gente, aunque lo único que buscaba era estar sola, una sensación que echaba de menos desde hacía tiempo. Su cuerpo todavía estaba resentido del último combate que había tenido, y no le venía mal descansar un poco. Había conseguido limpiar las heridas en el mar de Katorea, pero el calor no ayudaba a olvidarse de ellas.
- Todos muertos… - susurró con una leve sonrisa traviesa en sus labios. No echaba en falta a ninguno de sus antiguos compañeros. Pero sobretodo, no echaba en falta a su capitán.
Su sable la acompañaba, oculto bajo la túnica, ligado a su cintura mediante una correa de cuero, y enfundado por una envoltura del mismo material. Era de alguna manera una maldición que la perseguía allá a dónde fuera, y de la que no podía desprenderse hasta que llegara el día indicado. Llevaba en la mano un trozo de pan ya mordisqueado, era lo primero que comía desde que había llegado a Alabasta la noche anterior, y estaba excepcionalmente delicioso.
Izumi se adentró en una de las calles menores de Alubarna que atravesaban la principal, por la que la chica estaba caminando. No sabía muy bien lo que buscaba, quizás un sitio donde pudiera descansar en tranquilidad. Le pegó un nuevo mordisco al pan y siguió caminando. Aunque la calle no fuera principal, seguía habiendo puestos de mercados, la mayoría con artículos exóticos que la chica no había visto en su vida. Encontró entonces un sitio que parecía el perfecto: una cafetería tranquila y abierta donde solo había mesas –alguna que otra ocupada por alguien-, una barra con un camarero, y un techo que había sombra, muy parecido a los techos sol y sombra típicos de Dressrosa, pero sin la parte de sol. Se acercó a una de las mesas y se sentó en la primera silla que tenía a mano. Cuando apoyó todo su cuerpo sobre ella, dejó salir un largo suspiro; ya no recordaba lo que era relajarse.
Se acercó el camarero para atenderla, con lo que cualquiera diría que era una sonrisa muy agradable. Izumi ni le miró a los ojos.
- Algo fresco. Mejor si tiene alcohol – realmente la joven no tenía ni idea de qué bebía la gente allí más allá de la preciada agua por la que tanto habían luchado hacía tiempo. Dejó que el hombre lo decidiera por ella.
Katharina von Steinhell
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Arabasta era uno de los principales reinos del mundo y, pese a eso, Katharina no había tenido la oportunidad de conocer la tierra del desierto. Allí todo lucía seco, desde las personas hasta el árido paisaje. Pero la bruja no estaba en ese lugar para simplemente conocer la arquitectura y cultura local, sino que se sentía en la necesidad de descubrir qué tan cierto era la existencia de un Poneglyph. La primera vez que vio uno de esos enormes bloques de piedra, fue en una ruina de Luethenia, el cual estaba impregnado con un poderoso conjuro que se sobrepuso, incluso, al tiempo.
Katharina vestía una hermosa túnica ajustada en la cintura, variando entre colores marrones y violetas, con bordes dorados. Las mangas crecían a medida que terminaban, mientras que sus piernas estaban cubiertas por unas pantis oscuras. La cabeza de la bruja era protegida por una capucha que contaba con uno que otro detalle dorado. Una de las cosas que más le gustaba de viajar, era comprar diferentes prendas acordes a la cultura local. Por otra parte, para que la gente no le mirase raro ni nada, transformó su guadaña negra en un bastón mientras que la Hoja de Argoria en un colgante.
No podía permitirse perder el tiempo, ya que aún tenía que cumplir con el maldito pedido de Bon, el Revolucionario. Tenía que actuar con rapidez y conseguir información cuanto antes, así que lo primero era dirigirse hacia una taberna. Toda buena historia comienza en una taberna, ¿eh? Su destino solo fue interrumpido por la repentina aparición de una cafetería, buen lugar donde hacer unas cuantas preguntas. Al ingresar solo se encontró con dos personas, una chica de cabello azul que era atendida por un camarero, y otro más. Tomó asiento frente a la mesa del rincón, el lugar que más le gustaba.
—Me vendría bien algo de café helado, por favor, además de pastel de chocolate. Si no hay problemas, quiero un sándwich de carne y... —ojeó rápidamente la carta— Creo que con eso estamos.
El hombre que le atendió escribió velozmente el pedido y, tras hacer una leve reverencia, se retiró. No esperó mucho tiempo para que el muchacho llegase con lo que la bruja solicitó.
—Por cierto, ¿conoces algún lugar netamente turístico?
Katharina vestía una hermosa túnica ajustada en la cintura, variando entre colores marrones y violetas, con bordes dorados. Las mangas crecían a medida que terminaban, mientras que sus piernas estaban cubiertas por unas pantis oscuras. La cabeza de la bruja era protegida por una capucha que contaba con uno que otro detalle dorado. Una de las cosas que más le gustaba de viajar, era comprar diferentes prendas acordes a la cultura local. Por otra parte, para que la gente no le mirase raro ni nada, transformó su guadaña negra en un bastón mientras que la Hoja de Argoria en un colgante.
No podía permitirse perder el tiempo, ya que aún tenía que cumplir con el maldito pedido de Bon, el Revolucionario. Tenía que actuar con rapidez y conseguir información cuanto antes, así que lo primero era dirigirse hacia una taberna. Toda buena historia comienza en una taberna, ¿eh? Su destino solo fue interrumpido por la repentina aparición de una cafetería, buen lugar donde hacer unas cuantas preguntas. Al ingresar solo se encontró con dos personas, una chica de cabello azul que era atendida por un camarero, y otro más. Tomó asiento frente a la mesa del rincón, el lugar que más le gustaba.
—Me vendría bien algo de café helado, por favor, además de pastel de chocolate. Si no hay problemas, quiero un sándwich de carne y... —ojeó rápidamente la carta— Creo que con eso estamos.
El hombre que le atendió escribió velozmente el pedido y, tras hacer una leve reverencia, se retiró. No esperó mucho tiempo para que el muchacho llegase con lo que la bruja solicitó.
—Por cierto, ¿conoces algún lugar netamente turístico?
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