William White
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Akuma no mi
Varios
Era un día nublado y tranquilo, típico día de otoño, el viento mecía con justa ira las ramas de los árboles, arrancando las últimas y débiles hojas marchitas de los árboles. Las marrones hojas caían caprichosas en un último viaje antes de caer en los pequeños charcos de la lluvia del día anterior. Unos furtivos rayos de sol que atravesaban impetuosos y valientes el oscurecido cielo advertían de que era de día un día más.
William se encontraba de pie, apoyado en una esquina de una calle cualquiera de Baristan, aquella isla formada a partir de los pecios de barcos que con el tiempo habían sido arrastrados hacia aquella extraña ubicación. El joven contrabandista se encontraba fumando un cigarrillo de tabaco de liar, al cual, últimamente se había aficionado. El chico dio una calada dejando el pitillo depositado en sus labios, tras lo cual comenzó a frotar sus manos con ansia, y a exhalar humo y vaho por partes iguales. Hacía frío, lo suficiente como para que los vagabundos se refugiaran al calor en sus hogueras que antaño fueron barriles de aceite industrial. Pero aquel frescor matutino no distinguía ni de ricos ni de pobres, aunque bien era cierto que la clase apoderada podría refugiarme mejor de aquellas inclemencias. Ellos serían los mecenas de las nuevas generaciones, nueva generación a la que quería pertenecer. Pero solo había tres tipos de personas en Baristan: traficantes, donantes y pacientes.
El joven sonrió él tenía ahora en su poder una libreta que le había dado su propio mecenas, un joven a la mar de extravagante, el caso es que la libreta contenía desde antiguos candidatos que había conocido el joven a lo largo de sus periplos, como contactos comerciales con los cuales había realizado transacciones. Sin duda, la bitácora había acabado valiendo mucho más de lo que le había reclamado su mecenas, aunque en un principio hubiera parecido prácticamente una burla.
El joven rebusco en el interior de su gabardina grisácea ligeramente desfasada. Aquella mañana vestía la misma ropa que hacia un par de días, aquellos vaqueros oscuros ajustados, con aquellos botines unisex de color negro mate. Bajo la gabardina, llevaba una camisa blanca de tela que acaba en un atrevido escote a su espalda dejando entrever así su último tatuaje, el cual hacía apenas una semana había dejado de irritarle la piel. El joven se había dejado una especie de flequillo con la mitad de pelo que se había dejado largo, aunque continuaba teniendo el pelo recogido formando esa especie de coleta o moño.
El chico en esta ocasión se había propuesto encontrar a un contacto de la lista con el que empezar a hacer negocios, del que seguramente sacará un buen pico a fin de cuentas sus últimos tres viajes habían sido de polizón en barcos, el chico creía que le estaba pillando el gustillo a eso de viajar de forma gratuita, a fin de cuentas, era mucho más rentable. Ante el la puerta de lo que parecía ser otro fumadero de opio de la ciudad, marineros desorientados se encontraban a sus puertas, fuera como fuera aquellos sitios eran buenos lugares para solicitar objectos insólitos o bien para encontrar gentes que interesadas en los mismo, sin darle muchas vueltas a la cabeza decidió entrar el el local, tan solo sabía el nombre del encargado, Yasmin, por lo que apurando una última calada abrió la puerta y se adentro en el tugurio.
William se encontraba de pie, apoyado en una esquina de una calle cualquiera de Baristan, aquella isla formada a partir de los pecios de barcos que con el tiempo habían sido arrastrados hacia aquella extraña ubicación. El joven contrabandista se encontraba fumando un cigarrillo de tabaco de liar, al cual, últimamente se había aficionado. El chico dio una calada dejando el pitillo depositado en sus labios, tras lo cual comenzó a frotar sus manos con ansia, y a exhalar humo y vaho por partes iguales. Hacía frío, lo suficiente como para que los vagabundos se refugiaran al calor en sus hogueras que antaño fueron barriles de aceite industrial. Pero aquel frescor matutino no distinguía ni de ricos ni de pobres, aunque bien era cierto que la clase apoderada podría refugiarme mejor de aquellas inclemencias. Ellos serían los mecenas de las nuevas generaciones, nueva generación a la que quería pertenecer. Pero solo había tres tipos de personas en Baristan: traficantes, donantes y pacientes.
El joven sonrió él tenía ahora en su poder una libreta que le había dado su propio mecenas, un joven a la mar de extravagante, el caso es que la libreta contenía desde antiguos candidatos que había conocido el joven a lo largo de sus periplos, como contactos comerciales con los cuales había realizado transacciones. Sin duda, la bitácora había acabado valiendo mucho más de lo que le había reclamado su mecenas, aunque en un principio hubiera parecido prácticamente una burla.
El joven rebusco en el interior de su gabardina grisácea ligeramente desfasada. Aquella mañana vestía la misma ropa que hacia un par de días, aquellos vaqueros oscuros ajustados, con aquellos botines unisex de color negro mate. Bajo la gabardina, llevaba una camisa blanca de tela que acaba en un atrevido escote a su espalda dejando entrever así su último tatuaje, el cual hacía apenas una semana había dejado de irritarle la piel. El joven se había dejado una especie de flequillo con la mitad de pelo que se había dejado largo, aunque continuaba teniendo el pelo recogido formando esa especie de coleta o moño.
El chico en esta ocasión se había propuesto encontrar a un contacto de la lista con el que empezar a hacer negocios, del que seguramente sacará un buen pico a fin de cuentas sus últimos tres viajes habían sido de polizón en barcos, el chico creía que le estaba pillando el gustillo a eso de viajar de forma gratuita, a fin de cuentas, era mucho más rentable. Ante el la puerta de lo que parecía ser otro fumadero de opio de la ciudad, marineros desorientados se encontraban a sus puertas, fuera como fuera aquellos sitios eran buenos lugares para solicitar objectos insólitos o bien para encontrar gentes que interesadas en los mismo, sin darle muchas vueltas a la cabeza decidió entrar el el local, tan solo sabía el nombre del encargado, Yasmin, por lo que apurando una última calada abrió la puerta y se adentro en el tugurio.
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