Mi primera aventura [Orión] [Moderado 2]

Golpeas la puerta, pero nada sucede. Cuando comienzas a plantearte si te habrán engañado, cuando consideras la posibilidad de que Karlos no se encuentre en casa, las bisagras rechinan al tiempo que ante ti se va mostrando un par de pies. Pertenecen a un tipo de mediano tamaño para un humano, encorvado hacia delante y con una nariz grande y aguileña. De hecho, si te esfuerzas seguramente puedas apreciar los largos pelos canosos que salen de los orificios de la misma.

Lanza un rápido vistazo alrededor y, antes de que tengas tiempo de decir nada, se dispone a cerrar con un malhumorado portazo. Puedes escuchar algo así como "malditos mocosos hijos de puta, cuando los pille pienso despellejarlos". Instantes después, su rostro desaparece en la penumbra. No obstante, tienes margen de tiempo para colarte en el interior del taller instantes antes de que te estampen un portazo en los morros.

Una vez dentro, si es que finalmente decides entrar, comprobarás que el lugar se encuentra sumido en la penumbra. Velas a medio consumir se encuentran repartidas de forma estratégica, situándose sobre las paredes, el mobiliario e incluso grandes montones de papeles que se acumulan por doquier. Sin embargo, lo más llamativo son las paredes. un sinfín de carteles publicitarios las cubren casi por completo, dejando minúsculos huecos entre si que revelan los carcomidos listones de madera que conforman realmente las paredes.

Dichos carteles están marcados, coloreados y unidos entre sí por un hilo rojo que incluso va de una estancia a otra. El cuadro es cuanto menos obsesivo y, por qué no, tétrico. ¿Qué demonios investiga Karlos? ¿En qué tiene tanto interés? ¿Qué puede causar que no sólo abandone de ese modo su negocio, sino también a sí mismo?

Si lo sigues comprobarás que se sienta frente a una gran mesa, la cual ha debido ser usada con anterioridad para fijar diferentes elementos de los barcos en construcción antes de ser lijados y puestos a punto. Frente a él hay varios carteles más, que escruta minuciosamente mientras murmura lo que se le viene a la mente.

-¿Dónde será la próxima, pedazo de hijo de puta? Sangre... de acuerdo; control... de acuerdo. ¿El almacén de "La Basílica"? No, allí fue la última y no lo harán dos veces en el mismo lugar.

Está en tu mano presentarte e interrumpirle, dejar que termine su poco productivo razonamiento o explorar mejor el lugar antes de decidir qué hacer.

Karlos, asustado, libera un grito más propio de un asustadizo niño pequeño que de un veterano artesano. No te espera ahí y, antes de que te dé tiempo a decir nada, extiende la mano e intenta aplastarte como si fueses una cucaracha. No obstante, la edad y tanto tiempo viviendo entre tinieblas afectan negativamente a la vista. Su puntería ya no es la mejor y falla el tortazo. Entonces y sólo entonces, te escucha.

Al escuchar el nombre de Rodrigo su mirada cansada y furiosa parece desaparecer, aunque sólo sea por un momento, tornándose nostálgica y hasta feliz. Mas dicho cambio se deshace enseguida y retoma su huraña actitud habitual. Sus ojos reposan sobre el objeto que le tiendes, completamente fijo.

-¿En serio?¿Tú? -musita-. De acuerdo, ven conmigo -añade, indicándote que le sigas con la misma mano con la que te ha intentado matar. Se detiene ante uno de los papeles que abarrotan las paredes. Es un mapa con numerosas cruces marcadas con un color rojo sangre-. Rodrigo y yo somos amigos desde la niñez, y créeme si te digo que este barrio estaba mucho peor entonces. Un tipo, Rigoberto, era quien controlaba la zona. Todo pasaba por él, desde la venta delos huevos y el pan hasta el tráfico de armas y personas. "Papi", se hacía llamar. Nosotros nunca estuvimos interesados en unirnos a él, aunque vivíamos en la calle y, en teoría, ése debía ser nuestro destino sin importar lo que quisiésemos. Ese chisme que traes es lo que usábamos para saber en quién podíamos confiar y en quién no.

Hace una larga pausa, tras la cual se aproxima a un cajón y extrae una vieja fotografía. Aparece él, muchos años atrás, así como un mocoso de pelo rizado que se sienta en sus hombros. En el reverso del marco hay fijada otra fotografía más pequeña, de quien parece ser el mismo chico pero con más edad.

-Y este es mi hijo, Karter. Verás, tras la muerte de Rigoberto su imperio no murió. En vez de eso, su hijo Riggio fue el encargado de continuar con el negocio familiar. Descubrió una mina de oro al probar suerte con las peleas callejeras hace unos años, y desde entonces son muchos los jóvenes que han ido desapareciendo... como Karter... Esa placa que traes representaba la hermandad y la promesa de prestar ayuda siempre que fuese necesario. Si Rodrigo te la ha dado debe ser por algo... Dime, ¿me ayudarías a encontrar a mi hijo? Te daré cualquier cosa que me pidas a cambio, siempre que sea posible para mí.

En caso de que aceptes, comprobarás que aquello en lo que estaba trabajando Karlos no era más que el sistema mediante el que Riggio monta las peleas. Aún no ha descubierto el patrón, pero el hecho es que los interesados siempre saben dónde será la siguiente y acuden sin falta. La última fue en una fábrica abandonada. Anteriormente se usaba para procesar productos cárnicos, pero lleva varios años abandonada. Te pedirá que empieces por allí. ¿Y bien, qué harás?

-Claro -dice, visiblemente aliviado ante tu buena disposición a echarle una mano-. ¿Cómo se me ha podido pasar? Supongo que la edad me impide estar tan atento como antes -reflexiona, más para él mismo que para ti. Por cierto, ¿no te parece extraño que no le sorprenda ver a alguien de tu tamaño? Es cuanto menos llamativo.

Se aproxima a un cajón situado en una pequeña mesa bajo el mapa frente al que se ha detenido en primer lugar. Está a punto de salirse de su hueco y caer con estrépito, pero unas ancianas y callosas manos lo impiden en el último momento.

-Yo también he dado algún que otro paseo para ver si averiguaba algo nuevo, pero no he tenido suerte. Usaba este mapa para recordar dónde habían sido todas las peleas -comenta al tiempo que te entiende el pergamino. Tampoco parece reaccionar a tu información... ¿Es que no le importa que creas haberte topado con la fuente de todos sus males, con los tipos que llevan atormentándole a saber cuánto tiempo?

A saber, pero te acompaña educadamente a la puerta y la cierra tras dirigirte una mirada llena de agradecimiento. Comprobarás que la fábrica a la que hacía mención anteriormente aparece marcada con una cruz algo mayor que las demás. Hay al menos media docena de ellas, y una se encuentra peligrosamente cerca de tu ubicación. Más concretamente, a dos calles y no más de cinco minutos de camino. Es tu elección hacerle caso a Karlos e ir a la factoría abandonada u optar por la opción más cercana y rápida.

Das muchas vueltas, ya sea porque no eres capaz de orientarte demasiado bien con el mapa o porque éste es una auténtica basura. El caso es que, cuando quieres darte cuenta, descubres que has llegado a tu destino casi sin quererlo. Pero allí no hay ni un alma. Las luces están apagadas mires donde mires, pero si haces un esfuerzo podrás escuchar algo así como un murmullo.

¿Será verdad lo que estás escuchando o es sólo una mala pasada que te juegan la oscuridad y el silencio de la noche? A saber, pero confío en que eres un tontatta curioso y, al menos, intentarás comprobar de dónde viene ese ruido. Si lo haces, descubrirás que proviene de un estrecho callejón adyacente al edificio. No hay ni una mísera luz; tan sólo cubos de basura que nadie ha pasado a vaciar en mucho tiempo y gatos, muchos gatos. Maúllan como si les fuese la vida en ello, y es que tal vez les vaya.

Entre tanta negrura distingues dos siluetas muy cercanas entre sí, que cuchichean hasta que súbitamente se callan. Un leve cambio en su actitud te hace pensar que te han visto y te miran, aunque puede que sólo sean imaginaciones tuyas. Sería un poco raro que siendo tan pequeño te viesen en medio de la noche, ¿no? Vete a saber, pero el hecho es que una de ellas echa a correr como si un demonio amenazase con arrebatarle la vida. La otra, por el contrario, comienza a caminar de espaldas, manteniéndote siempre frente a ella en lo que supones será su campo visual. Es como si cubriera la retirada de la otra sombra. ¿Y bien?

-¡Para, para! -exclama el que había comenzado a caminar de espaldas. ¿O es ella? Sí, tiene una voz suave e inconfundiblemente femenina-. No viene nadie. Debe haber sido un gato.

La otra sombra hace caso a la primera. Si te acercas más -no demasiado, a ver si te van a pillar- comprobarás que la segunda voz sigue siendo un misterio para ti. ¿Está hablando siquiera? Vamos a suponer que sí, porque eres capaz de identificar a la perfección una localización -plaza de Marshall the Third- y una hora aproximada -al alba-. Parece ser que es la mujer quien informa al otro sujeto y, tras un discreto pago que se ejecuta a través de un apretón de manos, cada cual se marcha por su camino.

Aún tienes muchas horas hasta que se vuelvan a encontrar y no tienes ni idea de dónde está esa plaza... aunque tienes un mapa. De todos modos, sigues sin saber de qué estaban hablando. Está claro que es algo turbio y probablemente ilegal, pero podría ser narcotráfico o venta de armas, vete tú a saber. ¿Y si todo es fruto de una lamentable coincidencia?

Tal vez la opción más acertada sea seguir a alguno de los sospechosos, ¿no? En caso de que sigas a la cobradora, terminará por entrar en un edificio en ruinas a cinco calles de donde te encuentras. Hay ratas tan grandes como tú, así como un murmullo lejano y un sonido metálico más propio de una forja que de un lugar abandonado. La sombra pagadora caminará mucho más hasta entrar en una taberna de los suburbios. Está abarrotada de encapuchados, así que deberías andarte con ojo si no quieres que te descubran.

La suciedad es dueña y señora del lugar, tanto que parece haberse fundido con el establecimiento. Es como la relación entre ambos hubiera llegado a un punto en el que el segundo no pudiera ser concebido sin la primera. No sé... Da un poco de grima, para qué vamos a engañarnos. Logras llegar hasta la posición que crees segura, junto a una destartalada combinación de elementos de barrera que pretende ser una mesa.

No obstante, y pese a que ninguno de los encapuchados te ve, puedes comprobar a tu paso cómo las paredes están un estado tan lamentable como el resto del local. Numerosos orificios asolan los puntos donde entra en contacto con el suelo. Si has prestado atención, sabrás que hay algo ahí dentro. Escuchas patas que se mueven a toda velocidad, así como iracundos ojos rojizos que se detienen sobre ti apenas un instante antes de volver a desaparecer. Da un poco de mal rollo, ¿no te parece?

Mientras tanto, la persona a la que has perseguido les ha comunicado a los demás la información por la que ha pagado. Por desgracia para ti estabas atento a los agujeros -o lo que te apetezca- y no has podido escuchar su voz. Sin embargo, vuelves a la situación que hay frente a ti cuando uno de los desconocidos habla. Tiene una voz ronca y profunda, que llega hasta ti como si rebotase entre las paredes de una gruta.

-De acuerdo. -Parece ansioso y excitado-. Además tenemos asegurado el próximo Coliseo -añade, dando unos golpes en el suelo con lo que parece ser un bastón metálico-. Ha sido difícil. Cada vez cuesta más encontrar indeseables que nadie echará de menos y he tenido que abrir el abanico de posibilidades.

-¡Nos vas a meter en un lío! Nosotros no nos encargamos de eso. Sólo pagamos para que nos dejen asistir.

-¡Oh, vamos! ¡Cállate! Sabes que estaban empezando a traer menos gladiadores. Si ellos no pueden hacerlo, tendremos que echarles una mano.

La conversación sigue, pero comienzan a divagar entre asuntos que te interesan entre poco y nada. El gesto del tipo hace pensar en que mantienen a alguien retenido en algún lugar bajo tus pies, ¿no crees? Puedes permanecer en la sala por si escuchas algo más que sea de utilidad... aunque cada vez hay más ojos rojizos clavados en ti. Por otro lado, si investigas un poco encontrarás una tabla de madera rota bajo lo que algún día fue la barra de un bar. Si decides entrar, comprobarás que un largo pasillo oscuro conduce hasta una nueva abertura de la que, cómo no, emana luz.

Nota:

Caminas por el pasillo, que, si bien es poco más alto que tú, te ha podido engañar en lo que a su anchura se refiere. De hecho, hay espacio suficiente para que diez tontattas como tú caminen juntos hombro con hombro. Y al final, la luz. Caminas hacia ella, de acuerdo, pero se encuentra más lejos de lo que parecía en un primer momento.

Por otro lado,la temperatura no tiene nada que ver con la que había arriba. Hace bastante frío y la humedad muerde tus huesos sin piedad. Eso que se escucha... ¿son pisadas? No, no puede ser. ¿Quién más podría haber en una grieta del suelo que has descubierto por casualidad?

La luz no es más que un resquicio abierto junto a una viga del techo del sótano. Por debajo de ti hay al menos seis jaulas, cada una de las cuales contiene a un hombre y una mujer. Cuando intentas bajar hasta su altura, una especie de grito de lo más desagradable suena a tus espaldas y una garra surca el aire en dirección a tu hombro. Recibas el golpe o no, cuando decidas —o puedas— comprobar qué te ha agredido encontrarás a una rata de pelo grisáceo. Es tan alta como tú y bastante más ancha y larga. Te observa con unos ojos rojos cargados de ansia asesina al tiempo que muestra sus dientes.

Vuelve a lanzarse a por ti, esta vez con clara intención de morderte la cabeza.

La rata suela un quejido lastimero a la vez que se lleva las garras a la cara en un gesto que, de ser humana, dejaría claro que le ha dolido bastante. Sea como sea, el gesto apenas dura unos instantes. Lo que se tarda en respirar un par de veces y vuelves a ocupar el centro de su punto de mira. Se mueve rápidamente hasta situarte entre ella y el resquicio del que emana la luz. ¿Cuánta distancia habrá hasta el suelo? ¿Cuatro, cinco metros? ¿No es eso mucho para un sótano? ¿Te estarán jugando tus sentidos una mala pasada? No lo sé, pero tu tenaz depredadora no va a permitir que te pares a estimarlo. Se lanza a por ti una vez más, lanzando un par de zarpazos en dirección a tu torso. Por cierto, la grieta se encuentra a unos cuatros pasos de distancia de ti.

Pues parece que la rata del demonio no te sigue, no señor. La endemoniada debe tener miedo a las alturas o algo por el estilo, porque ni siquiera aciertas a ver sus rojizos ojos desde donde te encuentras. Sea como sea, puedes notar cómo las miradas se clavan en ti. Seis parejas de ojos te miran tras unos barrotes de hierro que privan a sus propietarios de la libertad. Son ojos cansados, tristes y resignados. Todos menos dos de ellos. Dos iris de un intenso color violáceo te miran desde la jaula más cercanas, a apenas medio metro de ti. Y entonces, una de sus manos cae a toda velocidad sobre ti. Si buscas algún atisbo de irracionalidad en su mirada, comprobarás que ésta no existe. ¿Habrá sido alguna clase de acción preventiva?

A saber, pero ante ti se abren varias opciones. Puedes detenerte a hablar con los prisioneros e intentar atar los cabos que aún se te escapan de esta historia. Otra opción puede ser girarte para comprobar de dónde vienen los molestos ronquidos que percuten tu tímpano una y otra vez. Si lo haces, verás que un encapuchado ronca junto a una mesa. La silla sobre la que se sienta se encuentra inclinada hacia atrás, manteniéndose fija sobre sus patas traseras mientras se apoya en la pared. Justo sobre la cabeza de quien debe ser el carcelero, a una distancia sorprendemente asemejable a la longitud de tu gancho, un juego de llaves relucen como el mayor de los tesoros.¿Será buena idea liberarles? Te han intentado aplastar —espero que no lo hayan logrado, porque el resto del post no tendría mucho sentido—.

—¡Coño, una rata que habla! —exclama el aparente propietario de la mano que casi te zurra, pero un susurro acalla su voz.

—No es una rata, ¿no lo ves? Es más como... una persona en miniatura. ¿Y si nos lo estamos imaginando?

Entonces hablas, dando al traste con todas las elucubraciones de los prisioneros y causando que cuatro ojos castaños queden detenidos sobre ti. Están enrojecidos, señal de que llevan mucho tiempo sin descansar en condiciones y, por qué no, sin cerrarse para conciliar el sueño siquiera.

—Intento encontrar algo que llevarme a la boca, ¿tú qué crees? Pensabas que eras una rata o algo así y la cosa no está para andarse con muchos remilgos. —Tiene el deje típico del gracioso del grupo, ése que no desaparece ni en los peores momentos. Es un tipo de piel cetrina y pelo azabache. Es de una envergadura considerable, aunque es evidente que el tiempo de cautiverio y ayuno han hecho mella en él. Junto a él, una cría que con suerte llegará a los quince años exhibe un rostro cansado y triste.

—No quiero comérmelo —comenta la muchacha—. Si habla es como si me comiese a una persona, y eso sí que no. —Parece que aún piensan que podrían comerte si quisieran—. Dime, ¿has venido a salvarnos? —te pregunta de repente, sustituyendo por un instante cualquier rastro de tristeza por pura y sencilla esperanza.

—No sé qué o quién es, Meredith, pero nadie sabe dónde estamos. No van a venir a por nosotros, y mucho menos alguien tan minúsculo. Díselo tú —espeta en una clara referencia a tu persona.

Nadie parece reaccionar al primer nombre, pero cuando dices Karlos el semblante del paliducho cambia completamente. La ansiedad se apodera al instante de su rostro, provocando que se aproxime a los barrotes que os separan e intente inútilmente introducir su cabeza entre ellos. Al ver que le es imposible, extiende los brazos en tu dirección y te habla con un tono entre amenazante y suplicante.

—¿De qué conoces a mi padre? ¿¡Qué le has hecho!? —grita a consecuencia de la excitación. Si prestas atención durante un instante, comprobarás que el carcelero ha dejado de roncar, pero si miras en su dirección verás que continúa durmiendo. Parece que te has librado. Le expliques o no al muchacho por qué te encuentras allí para que se relaje, por fin vas a coger aquello que tanto ansían los prisioneros. De hecho, si te fijas verás que los ocupantes de las demás celdas también te miran con interés y nerviosismo. Los ojos de muchos de ellos guardan semejanza con los del pirado al que te enfrentaste en la calle, ¿te acuerdas? Aunque parece que estos aún conservan el raciocinio... no tienen la mirada tan ida.

Sea como sea, consigues alcanzar las llaves sin que el vigilante recupere la consciencia y te dispones a liberar a los cautivos. ¿Qué harás ahora? Puedes optar por liberar sólo al chico y a Meredith, aunque ahí hay muchas almas que tal vez no merezcan acabar sus días de ese modo. Hagas lo que hagas, lamento comunicarte que las puertas chirrían al ser abiertas y el holgazán al fin se despierta. Se ve que no le hace demasiada gracia que estés ahí, y mucho menos lo que estás haciendo.

Si sólo liberas a los que te interesan:

Si abres todas las jaulas:

Nota:

Creía que resultaba obvio, pero veo que no. Esos cabos sueltos a los que haces referencia se irían resolviendo de haber escogido la segunda opción. Como has optado por la primera, lo que me parece estupendo, simplemente te irás de la isla sin saber quién es Meredith y qué más había detrás del grupo de encapuchados. Puedes usar la idea para un diario o lo que te plazca si quieres darle algún final.

En cuanto a lo de padre e hijo, me remito a la nota que te puse en en post anterior. Tienes que recoger tu barco e imagino que Karter irá contigo, el momento perfecto para escenificar ese reencuentro si es que quieres que conste cómo se produce.

En capítulos anteriores del tontatta valiente... escribió:En caso de que optes por la primera opción, puedes narrar cómo os las ingeniáis para zafaros de vuestro perseguidor —o para derrotarlo— y cómo se produce el reencuentro entre padre e hijo, así como la entrega del barco que Karlos te ha prometido. Es una vía para terminar el moderado si así lo quieres.

Lo dicho, por mi parte el moderado ha llegado a su fin y puedes entregarlo y hacer la correspondiente petición. ¡Nos vemos por los mares!