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Se encontraba de vuelta en Baristan, esta era su tercera vez allí y ya había comenzado a fraguarse un “nombre, ya no había fumadero de opio en el que no se mencionase algo sobre un joven que obtenía todo aquello que se le pedía en un plazo inferior a tres semanas. Nadie sabía su nombre, solo aquellos con los que había acordado algo conocían su aspecto, por lo que su identidad era desconocida para muchos. Aquello le tranquilizaba por el momento, ya había tenido el placer de encontrarse con la Cipher Pol bajo el seudónimo de Zaphir, no deseaba que comenzarán a rastrearle bajo esta identidad.
En cualquier caso, imaginaba que aún no sería considerado como alguien problemático, tan solo había hecho algunos movimientos por el West y el East, un par por el North aprovechando algunas de sus escalas en el primer cuarto del Grand Line. Por el momento podía respirar tranquilo.
En esta ocasión su motivo del viaje era la búsqueda de un particular sujeto, Elliot Reiner, un hombre que podía jactarse de no haber roto jamás un trato y trabajar para numerosos bandos. Revolucionarios, piratas, marines, cualquier facción era bienvenida siempre que estuviera dispuesto pagar el precio. El hombre era discreto también, ya que no disponía de recompensa, lo cual se traducía en una sola cosa, potencial desconocido. Fuera como fuera, estaba dispuesto a asumir el riesgo de conocerlo y tras seguirle el rastro por más de dos semanas de forma intermitente había conseguido una pista de que se encontraba allí.
-Haz lo de siempre Binks, y esta vez no salgas del barco, no quiero tener problemas con tus amigos- le ordené con tono tremendamente severo.
Binks era un antiguo heroinómano el cual había tomado malos derroteros en Baristan volviéndose adicto al juego, y por consecuencia, acabó debiendo mucho dinero a unas de las mafias de aquel pecio, me había costado bastante encontrarle y forzarle a trabajar como timonel a cambio de saldar su deuda. A cambio había conseguido a fiel escudero el cual me había estado llevando de un lugar para otro tal como lo habíamos acordado. Él era un hombre de mediana edad, rodando la treintena pelo corto blanco, barba medio afeitada y expresiones redondeadas. El enclenque no llegaría ni al metro setenta, aunque lo más llamativo del hombre fue los delgados brazos que tenía, en algunos de ellos se podían ver la marca que habían dejado los opiáceos en su piel. Lo más llamativo de él es que resulto ser biólogo de profesión, por lo que había acabado resultando en ocasiones más útil que la bitácora del Gran O’Conell, una de las referencias que había estado tomando por el West y probablemente el mayor secreto de su meteórico éxito.
-Pensarás sobre lo que te dije- me comentó el con tono serio y preocupado.
-Dependerá de lo que vayamos a estar por aquí- le respondí tajante -Te confirmare por den den mushi- me despedí, dando un salto al puerto y escabulléndome rápidamente entre el bullicio y el caos de la ciudad portuaria.
En aquel lugar había de todo, marineros, grumetes y porteadores se entremezclaban con una minoría de pescadores y balleneros que repostaban en sus viajes, carga y descarga de todo tipo de bienes, algunos de dudoso origen y calidad. En las mesas de las tabernas de la costa se podían oír el sonido de los peniques y el tañido de las campanas de los pregoneros. Le era inevitable sorprenderse cada vez que visitaba aquel lugar, realmente el dicho era más que apropiado.
-“Si existe, está en Baristan”- musitó por lo bajo para sus adentros.
Entre tanto se comenzó a dirigir un fumadero “El té del viajero”, un local regentado el señor Ming, un asiático brazos largos de tez amarillenta que le había ido dando los distintos y estrambóticos encargos de sus clientes. Era por todos sabido que los fumaderos siempre eran buenos sitios para conseguir o solicitar productos esotéricos, desde pequeños ídolos hasta la más exóticas de las sustancias.
El humo y la niebla no hacían otra cosa que humedecer el ambiente, con un cielo que amenazaba tormenta. Ahora, más alejado de la actividad portuaria tan solo escuchaba mis pisadas en los charcos y el sonido de las chimeneas de las fábricas.
En cualquier caso, imaginaba que aún no sería considerado como alguien problemático, tan solo había hecho algunos movimientos por el West y el East, un par por el North aprovechando algunas de sus escalas en el primer cuarto del Grand Line. Por el momento podía respirar tranquilo.
En esta ocasión su motivo del viaje era la búsqueda de un particular sujeto, Elliot Reiner, un hombre que podía jactarse de no haber roto jamás un trato y trabajar para numerosos bandos. Revolucionarios, piratas, marines, cualquier facción era bienvenida siempre que estuviera dispuesto pagar el precio. El hombre era discreto también, ya que no disponía de recompensa, lo cual se traducía en una sola cosa, potencial desconocido. Fuera como fuera, estaba dispuesto a asumir el riesgo de conocerlo y tras seguirle el rastro por más de dos semanas de forma intermitente había conseguido una pista de que se encontraba allí.
-Haz lo de siempre Binks, y esta vez no salgas del barco, no quiero tener problemas con tus amigos- le ordené con tono tremendamente severo.
Binks era un antiguo heroinómano el cual había tomado malos derroteros en Baristan volviéndose adicto al juego, y por consecuencia, acabó debiendo mucho dinero a unas de las mafias de aquel pecio, me había costado bastante encontrarle y forzarle a trabajar como timonel a cambio de saldar su deuda. A cambio había conseguido a fiel escudero el cual me había estado llevando de un lugar para otro tal como lo habíamos acordado. Él era un hombre de mediana edad, rodando la treintena pelo corto blanco, barba medio afeitada y expresiones redondeadas. El enclenque no llegaría ni al metro setenta, aunque lo más llamativo del hombre fue los delgados brazos que tenía, en algunos de ellos se podían ver la marca que habían dejado los opiáceos en su piel. Lo más llamativo de él es que resulto ser biólogo de profesión, por lo que había acabado resultando en ocasiones más útil que la bitácora del Gran O’Conell, una de las referencias que había estado tomando por el West y probablemente el mayor secreto de su meteórico éxito.
-Pensarás sobre lo que te dije- me comentó el con tono serio y preocupado.
-Dependerá de lo que vayamos a estar por aquí- le respondí tajante -Te confirmare por den den mushi- me despedí, dando un salto al puerto y escabulléndome rápidamente entre el bullicio y el caos de la ciudad portuaria.
En aquel lugar había de todo, marineros, grumetes y porteadores se entremezclaban con una minoría de pescadores y balleneros que repostaban en sus viajes, carga y descarga de todo tipo de bienes, algunos de dudoso origen y calidad. En las mesas de las tabernas de la costa se podían oír el sonido de los peniques y el tañido de las campanas de los pregoneros. Le era inevitable sorprenderse cada vez que visitaba aquel lugar, realmente el dicho era más que apropiado.
-“Si existe, está en Baristan”- musitó por lo bajo para sus adentros.
Entre tanto se comenzó a dirigir un fumadero “El té del viajero”, un local regentado el señor Ming, un asiático brazos largos de tez amarillenta que le había ido dando los distintos y estrambóticos encargos de sus clientes. Era por todos sabido que los fumaderos siempre eran buenos sitios para conseguir o solicitar productos esotéricos, desde pequeños ídolos hasta la más exóticas de las sustancias.
El humo y la niebla no hacían otra cosa que humedecer el ambiente, con un cielo que amenazaba tormenta. Ahora, más alejado de la actividad portuaria tan solo escuchaba mis pisadas en los charcos y el sonido de las chimeneas de las fábricas.
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Gerald no estaba nada, pero que nada contento. Para empezar, no le gustaba mojarse, y tener que arrastrar los húmedos bajos de su capa nueva por el astillado y encharcado suelo de madera de la Isla de los Barcos era, cuanto menos, irritante. Tampoco le hacía ninguna gracia pasearse por esa parodia de isla, una esperpéntica masa de barcos naufragados que ofendía todos y cada uno de los sentidos. Y por encima de todo, detestaba tener que intervenir personalmente en un trato. Sí, eso era lo peor de todo. Peor incluso que verse obligado a visitar por segunda vez aquel infecto montón de desperdicios y quillas era la incompetencia de sus intermediarios.
-¿De verdad tenemos que ir? -le había preguntado Mireille unos días antes.
Gerald tenía tan pocas ganas de navegar hasta el West Blue como ella, pero la necesidad mandaba, así que asintió y se pasó el resto del viaje preguntándose qué motivo, por todos los diablos, había llevado a Ming a retener su envío.
Cincuenta kilos todos los meses, cultivados en la Isla de las Amapolas, transportados hasta los puntos de venta y, tras descontar la comisión de cada intermediario, reenviados al cliente que en su día contratase los servicios del infame "comerciante" Elliot Reiner. Ming debía coger una parte del material para venderlo en su negocio como pago por sus servicios de transporte, pero hacía tres meses que había dejado de cumplir con su parte. A Gerald no le disgustaba la traición, había convivido con ella durante sus años en el Reino y la comprendía como a una vieja amiga. Lo que le molestaba realmente era la ineficiencia. Su estructura llevaba tres meses arrastrando un intolerable fallo y él no se había enterado. Eso sí que era un problema.
Según se abría paso por las desordenadas calles del pueblo -si es que podía llamarse así al montón de casuchas que surgían entre los escombros apenas despejados- sentía los ojos de los nativos clavados sobre él. En Baristan habitaba todo tipo de chusma, desde delincuentes que encontraban un refugio entre los cascos rotos hasta gente que no quería ser molestada por las autoridades. Le recordaba en cierto modo a Jaya, excepto porque aquella era una isla abiertamente dominada por los piratas y Baristan gozaba de la discreción que proporcionaban los barcos naufragados.
No tardó en llegar a una zona algo más industrial. Tanteaba el suelo con su espada envainada antes de pisarlo; no quería que los tablones se rompiesen bajo sus pies. La madera se pudría fácilmente y Gerald no estaba dispuesto a sufrir la indignidad de romperse una pierna. Fue un alivio cuando llegó a El té del viajero sin incidentes.
El hombre junto a la puerta hizo ademán de acercarse, pero Gerald lo mantuvo en su sitio con una discreta orden mental. De repente, se sentía demasiado cansado como para abandonar su cómodo rincón para ir a incomodar al recién llegado. Así que, con la espada a la cintura y una fría expresión que ocultaba su enfado, Elliot Reiner entró al local dispuesto a poner orden en sus negocios.
-¿De verdad tenemos que ir? -le había preguntado Mireille unos días antes.
Gerald tenía tan pocas ganas de navegar hasta el West Blue como ella, pero la necesidad mandaba, así que asintió y se pasó el resto del viaje preguntándose qué motivo, por todos los diablos, había llevado a Ming a retener su envío.
Cincuenta kilos todos los meses, cultivados en la Isla de las Amapolas, transportados hasta los puntos de venta y, tras descontar la comisión de cada intermediario, reenviados al cliente que en su día contratase los servicios del infame "comerciante" Elliot Reiner. Ming debía coger una parte del material para venderlo en su negocio como pago por sus servicios de transporte, pero hacía tres meses que había dejado de cumplir con su parte. A Gerald no le disgustaba la traición, había convivido con ella durante sus años en el Reino y la comprendía como a una vieja amiga. Lo que le molestaba realmente era la ineficiencia. Su estructura llevaba tres meses arrastrando un intolerable fallo y él no se había enterado. Eso sí que era un problema.
Según se abría paso por las desordenadas calles del pueblo -si es que podía llamarse así al montón de casuchas que surgían entre los escombros apenas despejados- sentía los ojos de los nativos clavados sobre él. En Baristan habitaba todo tipo de chusma, desde delincuentes que encontraban un refugio entre los cascos rotos hasta gente que no quería ser molestada por las autoridades. Le recordaba en cierto modo a Jaya, excepto porque aquella era una isla abiertamente dominada por los piratas y Baristan gozaba de la discreción que proporcionaban los barcos naufragados.
No tardó en llegar a una zona algo más industrial. Tanteaba el suelo con su espada envainada antes de pisarlo; no quería que los tablones se rompiesen bajo sus pies. La madera se pudría fácilmente y Gerald no estaba dispuesto a sufrir la indignidad de romperse una pierna. Fue un alivio cuando llegó a El té del viajero sin incidentes.
El hombre junto a la puerta hizo ademán de acercarse, pero Gerald lo mantuvo en su sitio con una discreta orden mental. De repente, se sentía demasiado cansado como para abandonar su cómodo rincón para ir a incomodar al recién llegado. Así que, con la espada a la cintura y una fría expresión que ocultaba su enfado, Elliot Reiner entró al local dispuesto a poner orden en sus negocios.
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El sonido de los gases y los vapores retumbando por las tuberías se hacía más palpable a cada paso que daba por los enmaderados suelos de Baristan. Era impresionante como había crecido la ciudad en los últimos años, después de todo al quedar fuera de la jurisdicción del gobierno se había convertido en uno de los mejores lugares donde establecer explotaciones químicas, todo esto a parte tenía su justificación, ya que usaban la propia agua del mar bajo la madera como refrigerante y como desagüe a partes iguales. Hacía tiempo que las costas del pecio gigante dejarán de ser lugar de pesca para pasar a estar rodeada de un vertido óleo, negruzco, a veces verde intenso, otras amarillentas, o incluso azul oscuro que poco tenía que ver con el color natural de aquellas aguas.
Lentamente comencé a acelerar el paso por las sinuosas y erráticas callejones del área industrial. Rodeé un par de almacenes, crucé un rudimentario puente de madera y acero y finalmente llegué al fumadero. El local tenía el mismo aspecto de siempre, hundido en el suelo, su entrada estaba precedida por unas escaleras que daban a la calle, una puerta discreta y un letrero colgado que se balanceaba al son del viento. Descendí con sumo cuidado los tablones de maderas, topándome con Garry el cual se encontraba tirado en su silla de guardia, con semblante blanco y fatigado, como si un marinero estuviera mareado. Tras saludarle levemente, el hombre me indico que entrará sin problemas, “ya era un viejo conocido" musitó cansado mientras se quitaba aquel sudor frió de la frente.
Abriendo la puerta, casi sin emitir ruido alguno me introduje en el antro, no sin antes atufarme con aquella nube de humo tan propia de los fumaderos. El antro era una especie de galería, a un lado se situaba la barra del antro donde se servían copas como si de un pub irlandés se tratará, al lado izquierdo estanterías con botellas de todos los colores que me impresionaban incluso a mí que había trabajado en numerosas tabernas y pubs. A la derecha se encontraban los distintos acomodamientos que iban desde algunos habitáculos con cojines estilo harem hasta simples hileras de hamacas. Las más baratas, constaban de una simple red, mientras que las más caras estaban hechas con las más exóticas de las telas. También había un par de salas privadas con sillones rodeando a alguna mesa de lujo, las cuales solían estar reservadas para personalidades importantes. Allí ofrecían de todo, pipas, tabaco, opio, ron, jerez e incluso compañía. El asqueroso de Ming no había dudado ni un segundo de ofrecer a cualquiera de sus hijas al primero que pasaba por allí, era por ese detalle que despreciaba al asqueroso amarillo, aunque pudiera respetarle en otros muchos aspectos, eran aquella clase de detalles los que le hacían renegar de trabajar para él, después de todo tenía su propio código moral: “no se robaba a los muertos, ni se traficaba con la vida”.
Se dirigió sin llamar mucho la atención, tal como había aprendido de Lucio antes de los eventos de Jaya y Grey Rock, y se acomodó en uno de los taburetes de la barra.
-Braxton- llamé al camarero -Ponme un gin y llama a Ming, tengo cosas que hablar con él-solicité imperativo, el poco hablador de Braxton acató con esa parsimonia que la caracterizaba, aunque no le extrañaba que después de haberse expuesto tanto al ambiente, no le hubieran quedado taras como al resto de adictos a los opiáceos.
El camarero afirmó y entretanto me giré con mi copa en la mano, mirando discretamente algo o alguien fuera de lugar.
Lentamente comencé a acelerar el paso por las sinuosas y erráticas callejones del área industrial. Rodeé un par de almacenes, crucé un rudimentario puente de madera y acero y finalmente llegué al fumadero. El local tenía el mismo aspecto de siempre, hundido en el suelo, su entrada estaba precedida por unas escaleras que daban a la calle, una puerta discreta y un letrero colgado que se balanceaba al son del viento. Descendí con sumo cuidado los tablones de maderas, topándome con Garry el cual se encontraba tirado en su silla de guardia, con semblante blanco y fatigado, como si un marinero estuviera mareado. Tras saludarle levemente, el hombre me indico que entrará sin problemas, “ya era un viejo conocido" musitó cansado mientras se quitaba aquel sudor frió de la frente.
Abriendo la puerta, casi sin emitir ruido alguno me introduje en el antro, no sin antes atufarme con aquella nube de humo tan propia de los fumaderos. El antro era una especie de galería, a un lado se situaba la barra del antro donde se servían copas como si de un pub irlandés se tratará, al lado izquierdo estanterías con botellas de todos los colores que me impresionaban incluso a mí que había trabajado en numerosas tabernas y pubs. A la derecha se encontraban los distintos acomodamientos que iban desde algunos habitáculos con cojines estilo harem hasta simples hileras de hamacas. Las más baratas, constaban de una simple red, mientras que las más caras estaban hechas con las más exóticas de las telas. También había un par de salas privadas con sillones rodeando a alguna mesa de lujo, las cuales solían estar reservadas para personalidades importantes. Allí ofrecían de todo, pipas, tabaco, opio, ron, jerez e incluso compañía. El asqueroso de Ming no había dudado ni un segundo de ofrecer a cualquiera de sus hijas al primero que pasaba por allí, era por ese detalle que despreciaba al asqueroso amarillo, aunque pudiera respetarle en otros muchos aspectos, eran aquella clase de detalles los que le hacían renegar de trabajar para él, después de todo tenía su propio código moral: “no se robaba a los muertos, ni se traficaba con la vida”.
Se dirigió sin llamar mucho la atención, tal como había aprendido de Lucio antes de los eventos de Jaya y Grey Rock, y se acomodó en uno de los taburetes de la barra.
-Braxton- llamé al camarero -Ponme un gin y llama a Ming, tengo cosas que hablar con él-solicité imperativo, el poco hablador de Braxton acató con esa parsimonia que la caracterizaba, aunque no le extrañaba que después de haberse expuesto tanto al ambiente, no le hubieran quedado taras como al resto de adictos a los opiáceos.
El camarero afirmó y entretanto me giré con mi copa en la mano, mirando discretamente algo o alguien fuera de lugar.
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Gerald contempló el local con una mirada cargada de desdén. Desde luego no comprendía el atractivo de un negocio como aquél. Consumidos drogadictos tirados entre telas viejas degustando el humo acre de los productos de Ming, perdiéndose en la bruma de la confusión y el letargo a la vista de cuantos pasasen por allí. Jamás había probado las drogas, por supuesto -no le interesaba en absoluto conocer la sensación de perder el control de sus facultades-, pero estaba seguro de que si decidiese hacerlo algún día, sería en la intimidad de su casa. O de su barco, dado el caso.
Decidió evitarse el desagradable espectáculo que ofrecía el pasillo atestado de esas parodias de habitaciones y sentarse directamente en la barra. Sucia, cómo no, y el taburete que había elegido estaba cojo, lo cual no contribuyó a mejorar su impresión de aquel lugar.
Lugar, por cierto, en el que desentonaba como un payaso en un funeral. La elegancia habitual de su atuendo era algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar, ni siquiera si eso le exponía a ser objeto de miradas en los rincones sórdidos. Abrigo oscuro de la más fina seda, ribeteado por un brillante y sutil dorado, chaleco y pantalón hechos a medida por su sastre personal, y una camisa de algodón blanco impoluta hasta el punto de resultar casi brillante. Al cuello llevaba anudado un largo pañuelo blanco que, muy precavidamente, había empapado de perfume. Resultaba una incondicional ayuda entre el fétido aroma de los efluvios del fumadero.
Hizo una seña al camarero, un hombre fornido de ojos rasgados y con una larga coleta trenzada que se perdía bajo la barra. Metió una mano en su bolsillo y sacó un pequeño objeto, un soldadito hecho de plata, que mostró al camarero. Éste le echó un vistazo y... Otro cliente le reclamó. Gerald aguzó el oído y oyó que solicitaba ver a Ming.
En otras circunstancias tal vez habría actuado más osadamente y se habría limitado a expulsar de allí a aquel cliente, pero tenía curiosidad. Era posible que Ming tuviese también negocios con él y, de ser así, cabía la posibilidad de que se tratase de la competencia. Al fin y al cabo, tenía que haber un motivo por el que Ming hubiese faltado a su trato con él. ¿Por qué no podía deberse a otro negocio paralelo con otra persona?
Así que dejó que las ataduras de su mente se relajaran y los largos tentáculos de su poder se extendieran hasta él. No sería una exploración muy detallada, sino algo superficial. El motivo era simple: no tenía la más mínima intención de adentrarse en la cabeza de un hombre drogado. Sabía por experiencia que no tenía resultados agradables, e incluso podía ser peligroso. Y aunque aquel hombre parecía sobrio y en sus cabales, el riesgo era el lujo más peligroso de todos.
-Pedís ginebra -dijo Gerald en voz alta, dirigiéndose a él, aunque sin mirarle-. A juzgar por el nombre del local, cualquiera pensaría que el té es su producto estrella. Aunque supongo que no habéis venido aquí por eso -No era común en él hablar con desconocidos en sitios así, pero aquel hombre despertaba su interés.
Y es que no se habría sorprendido más si hubiese hallado canciones de cuna en la mente de aquel tipo. Parecía que Gerald no era el único que estaba allí en busca de alguien. Porque mientras él había acudido a buscar a Ming, el hombre de la barra estaba allí para encontrarle a él.
Decidió evitarse el desagradable espectáculo que ofrecía el pasillo atestado de esas parodias de habitaciones y sentarse directamente en la barra. Sucia, cómo no, y el taburete que había elegido estaba cojo, lo cual no contribuyó a mejorar su impresión de aquel lugar.
Lugar, por cierto, en el que desentonaba como un payaso en un funeral. La elegancia habitual de su atuendo era algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar, ni siquiera si eso le exponía a ser objeto de miradas en los rincones sórdidos. Abrigo oscuro de la más fina seda, ribeteado por un brillante y sutil dorado, chaleco y pantalón hechos a medida por su sastre personal, y una camisa de algodón blanco impoluta hasta el punto de resultar casi brillante. Al cuello llevaba anudado un largo pañuelo blanco que, muy precavidamente, había empapado de perfume. Resultaba una incondicional ayuda entre el fétido aroma de los efluvios del fumadero.
Hizo una seña al camarero, un hombre fornido de ojos rasgados y con una larga coleta trenzada que se perdía bajo la barra. Metió una mano en su bolsillo y sacó un pequeño objeto, un soldadito hecho de plata, que mostró al camarero. Éste le echó un vistazo y... Otro cliente le reclamó. Gerald aguzó el oído y oyó que solicitaba ver a Ming.
En otras circunstancias tal vez habría actuado más osadamente y se habría limitado a expulsar de allí a aquel cliente, pero tenía curiosidad. Era posible que Ming tuviese también negocios con él y, de ser así, cabía la posibilidad de que se tratase de la competencia. Al fin y al cabo, tenía que haber un motivo por el que Ming hubiese faltado a su trato con él. ¿Por qué no podía deberse a otro negocio paralelo con otra persona?
Así que dejó que las ataduras de su mente se relajaran y los largos tentáculos de su poder se extendieran hasta él. No sería una exploración muy detallada, sino algo superficial. El motivo era simple: no tenía la más mínima intención de adentrarse en la cabeza de un hombre drogado. Sabía por experiencia que no tenía resultados agradables, e incluso podía ser peligroso. Y aunque aquel hombre parecía sobrio y en sus cabales, el riesgo era el lujo más peligroso de todos.
-Pedís ginebra -dijo Gerald en voz alta, dirigiéndose a él, aunque sin mirarle-. A juzgar por el nombre del local, cualquiera pensaría que el té es su producto estrella. Aunque supongo que no habéis venido aquí por eso -No era común en él hablar con desconocidos en sitios así, pero aquel hombre despertaba su interés.
Y es que no se habría sorprendido más si hubiese hallado canciones de cuna en la mente de aquel tipo. Parecía que Gerald no era el único que estaba allí en busca de alguien. Porque mientras él había acudido a buscar a Ming, el hombre de la barra estaba allí para encontrarle a él.
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Prácticamente no le dio tiempo a observar su alrededor cuando un hombre en la barra le interrumpió, girándose para responderle vio que se trataba de un hombre que rondaría la veintena. Alto, delgado con un físico envidiable que denotaba que había estado en activo, tal vez bajo un intensivo servicio militar, marine probablemente. Apenas podía discernir más detalles del hombre ya que su extensa melena negra le tapaba el resto del rostro solo dejando entrever su forma. En lo que respectaba a sus ropas una capa oscura, camisa morada, pantalones azulados y un pañuelo al cuello, todo en el denotaba una elegancia y una superioridad en lo que se refería a estatus. No era de extrañar después no eran pocos los nobles que solían degustar de los viajes oníricos que ofrecía el truhan de Ming, pero este no parecía el caso ya que el hombre parecía juguetear con una especie de amuleto plateado en las manos, probablemente trabajará para o con Ming. Por su aspecto sospechaba que sería más lo segundo que lo primero, después de todo su aspecto se diferenciaba del resto de rufianes a los que subcontrataba el asiático.
-Dudo que nadie venga por el té, aunque te advierto de que es muy bueno- bromeé, a pesar de que Ming era un experto en lo que las hierbas se trataba -La ginebra me ayuda a aclararme la garganta, aunque no suelo beber, no en exceso al menos- se disculpó ante el hombre dando un par de vueltas tratando de evadir la respuesta al hombre -Digamos que vengo a ver al dueño que es un viejo conocido y de hablarle de mis viajes- mentí al hombre, ya que no veía motivos para explicarle a un completo desconocido mis verdaderas intenciones.
Realmente esperaba reunirse con Ming para que le presentará a Elliot y les encargará un trabajo a los dos, ciertamente estaba terriblemente interesado en que alguien como él se uniera a la organización que estaba componiendo, pero antes de ello quería ver cómo trabaja y si realmente cumplía los estándares que buscaba. En su cabeza se agolpaban una montaña de planes e ideas, en principio simples pero que iban tomando forma lentamente según iba reuniendo los miembros a los cuales había estado investigando junto al resto de la compañía de Goa.
-Y a usted que le trae a este lugar, ¿Le gusta fumar? ¿Señor…? – pregunté curioso, ya que la mejor forma de evitar preguntas era evitar hablar sobre uno mismo, tal vez un nombre me ayudará a discernir con quien estaba hablando -Braxton, sirve lo que quiera al hombre- solicité educado, ya que había interrumpido lo que fuera a pedir el con anterioridad. Y tal vez, así podría averiguar un poco más de las intenciones del hombre, entre tanto miré de reojo mientras esperaba la respuesta del hombre o que Ming apareciera de la trastienda.
Braxton me sirvió la ginebra con limón y algo de tónica, un gin tonic como solía pedir allí. Y tras dar un sorbo, esperé las respuestas del hombre.
-Dudo que nadie venga por el té, aunque te advierto de que es muy bueno- bromeé, a pesar de que Ming era un experto en lo que las hierbas se trataba -La ginebra me ayuda a aclararme la garganta, aunque no suelo beber, no en exceso al menos- se disculpó ante el hombre dando un par de vueltas tratando de evadir la respuesta al hombre -Digamos que vengo a ver al dueño que es un viejo conocido y de hablarle de mis viajes- mentí al hombre, ya que no veía motivos para explicarle a un completo desconocido mis verdaderas intenciones.
Realmente esperaba reunirse con Ming para que le presentará a Elliot y les encargará un trabajo a los dos, ciertamente estaba terriblemente interesado en que alguien como él se uniera a la organización que estaba componiendo, pero antes de ello quería ver cómo trabaja y si realmente cumplía los estándares que buscaba. En su cabeza se agolpaban una montaña de planes e ideas, en principio simples pero que iban tomando forma lentamente según iba reuniendo los miembros a los cuales había estado investigando junto al resto de la compañía de Goa.
-Y a usted que le trae a este lugar, ¿Le gusta fumar? ¿Señor…? – pregunté curioso, ya que la mejor forma de evitar preguntas era evitar hablar sobre uno mismo, tal vez un nombre me ayudará a discernir con quien estaba hablando -Braxton, sirve lo que quiera al hombre- solicité educado, ya que había interrumpido lo que fuera a pedir el con anterioridad. Y tal vez, así podría averiguar un poco más de las intenciones del hombre, entre tanto miré de reojo mientras esperaba la respuesta del hombre o que Ming apareciera de la trastienda.
Braxton me sirvió la ginebra con limón y algo de tónica, un gin tonic como solía pedir allí. Y tras dar un sorbo, esperé las respuestas del hombre.
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-Podéis llamarme Elliot.
"Ahí va", pensó Gerald. "Veamos si pica".
No era para nada común en él dar su nombre a extraños, ni siquiera uno de sus nombres falsos, pero le resultaba intrigante que alguien le buscase. No se arriesgaría a adentrarse en los confusos recovecos de la mente de un hombre drogado, pero tampoco tenía intención de dejarlo sin más. Averiguaría el motivo por el que le buscaba, a ser posible sin abandonar la precaución que tan bien le había servido siempre. En las raras ocasiones en las que se concedía el capricho de ceder a sus impulsos, los resultados le habían mostrado lo insensato de su elección.
-Y no, no fumo. Me temo que mi cuerpo no tolera bien el humo -Al menos el de los cigarrillos; llevaba años acostumbrado a las humaredas propias de los campos de batalla-. Aunque si sois amigo de Ming, sin duda vos toleraréis bien los... efluvios propios de su negocio. Eso sí, os recomiendo que tengáis la billetera a buen recaudo. Tengo entendido que se trata de un hombre poco de fiar en temas económicos.
"Ni siquiera te haces una idea". Obviamente ya no podía confiar en el dueño de aquel tugurio, por lo que su participación en futuros negocios quedaba totalmente descartada. En realidad, le bastarían poco más de dos minutos para terminar sus asuntos con él definitivamente. Y Ming terminaría a su vez sus propios asuntos con todo el mundo una vez que Pluma Negra le aliviase del peso de su cabeza.
Pero primero lo primero.
-Debéis ser realmente cercano a Ming si venís hasta un paraje como Baristan. Es un lugar peligroso; se dice que todos los días muere gente -"Y sino, espera"-. Oh, ahí viene.
Ming, o al menos el hombre que correspondía con su descripción, pues Gerald, siguiendo su precavida política, no lo había visto jamás, apareció en la sala en ese momento. Gerald optó por ver cómo interactuaba con el hombre de la barra. Aguzó el oído y llamó al camarero para pedirle cualquier brebaje alcohólico que no resultase especialmente repulsivo. No estaba de muy buen humor, por lo que si se veía obligado a esperar mucho, tendría que tomar medidas más... intensas.
"Ahí va", pensó Gerald. "Veamos si pica".
No era para nada común en él dar su nombre a extraños, ni siquiera uno de sus nombres falsos, pero le resultaba intrigante que alguien le buscase. No se arriesgaría a adentrarse en los confusos recovecos de la mente de un hombre drogado, pero tampoco tenía intención de dejarlo sin más. Averiguaría el motivo por el que le buscaba, a ser posible sin abandonar la precaución que tan bien le había servido siempre. En las raras ocasiones en las que se concedía el capricho de ceder a sus impulsos, los resultados le habían mostrado lo insensato de su elección.
-Y no, no fumo. Me temo que mi cuerpo no tolera bien el humo -Al menos el de los cigarrillos; llevaba años acostumbrado a las humaredas propias de los campos de batalla-. Aunque si sois amigo de Ming, sin duda vos toleraréis bien los... efluvios propios de su negocio. Eso sí, os recomiendo que tengáis la billetera a buen recaudo. Tengo entendido que se trata de un hombre poco de fiar en temas económicos.
"Ni siquiera te haces una idea". Obviamente ya no podía confiar en el dueño de aquel tugurio, por lo que su participación en futuros negocios quedaba totalmente descartada. En realidad, le bastarían poco más de dos minutos para terminar sus asuntos con él definitivamente. Y Ming terminaría a su vez sus propios asuntos con todo el mundo una vez que Pluma Negra le aliviase del peso de su cabeza.
Pero primero lo primero.
-Debéis ser realmente cercano a Ming si venís hasta un paraje como Baristan. Es un lugar peligroso; se dice que todos los días muere gente -"Y sino, espera"-. Oh, ahí viene.
Ming, o al menos el hombre que correspondía con su descripción, pues Gerald, siguiendo su precavida política, no lo había visto jamás, apareció en la sala en ese momento. Gerald optó por ver cómo interactuaba con el hombre de la barra. Aguzó el oído y llamó al camarero para pedirle cualquier brebaje alcohólico que no resultase especialmente repulsivo. No estaba de muy buen humor, por lo que si se veía obligado a esperar mucho, tendría que tomar medidas más... intensas.
William White
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La confesión del hombre ciertamente me pilló por sorpresa, aunque evité darme por eludido. ¿Sería él? ¿O solo un hombre usando rasgos de observación mucho más avanzados que los míos? ¿Las dos cosas? Un porrón de preguntas e hipótesis se me pasaron por la cabeza. Por el momento me limité a seguir escuchándole, con silencio sepulcral asintiendo tan solo en las ocasiones adecuadas, como invitándole a que prosiguiera, mientras trataba de detectar sus sentimientos a flor de piel.
-Un placer Elliot, mi nombre es William, William White- dije a la espera de ver su reacción, con un poco de suerte si se trataba del Elliot que andaba buscando puede que me conociera o hubiera oído hablar bien de mí, después de todo no había fallado hasta ahora en ningún encargo.
El hombre comenzó diciendo que él no venía a fumar, por lo que me afirmó mis sospechas en lo referente a sus tratos, más por sus siguientes palabras me dio a entender que estos no le había salido bien del todo. No le extrañaba nada, después de todo a punto estuvo Ming de adeudarle algo más de treinta millones, por fortuna para él su deuda ya había sido saldada y el dinero reposaba tranquilo en el anticuario de Goa. No fue hasta entonces cuando noto que el ambiente se tensó, ya que al centrar su haki en el individuo pudo sentir cierta agresividad, como sed de sangre. ¿Qué moría gente todos los días? ¿Qué clase de comentario era ese? Parecía que al bueno de Ming tenía las horas contadas, pero aquello me daba un poco igual siempre y cuando me permitiera dar con Elliot, el cual parecía a todas luces ser el hombre que decía.
-Bueno tengo por costumbre el no prestar dinero a amigos, se tiende a abusar de la confianza del otro y suele acabando las cosas mal, aunque me temo que no voy a tener que convencerle demasiado de eso ¿me equivoco? -arranqué tras la charla del compañero de barra -El caso es que su nombre me resulta familiar, Elliot, no será usted…- dije mientras bajaba el tono -Elliot Reiner- musité antes de volver a un tono normal -He oído que es un comerciante muy reputado, Ming me hablo bien de él, de hecho me prometió que lo conocería esta misma noche- proseguí con tranquilidad, dando un par de tragos entre medias para refrescar la garganta, la cual comenzaba a sufrir aquella mezcla de humos y vapores. Quería ver como reaccionaba el hombre, en especial si notaba que estaba mintiendo, sería fácil, o al menos eso esperaba, después de todo solía calar a la gente con bastante facilidad -Esperaba compartir algunas experiencias de viaje con él- finalicé al percatarme de que tras la trastienda salía Ming, algo poco habitual en él ya que acostumbraba a recibir a sus clientes en la trastienda, haciéndoles llamar como si de una corte se tratará.
-Así que aquí está usted, señor White, un placel, un placel- digo con aquella extraña habla que solían tener los brazos largos – dijo mientras posaba las manos sobre la mesa -Necesito tu ayuda, tengo un problema, un problema goldo- prosiguió con su extraña acentuación -Ven, ven acompáñame a mi despacho, tenemos que hablar, rápido, rápido- dijo mientras se alejaba de la barra, indicándome una puerta adyacente a la trastienda, al final del local.
-Nos veremos después- supongo, dije antes de dar un trago y terminarme la bebida -Un placer, apúntamelo a mi cuenta -le ordené a Braxton señalando tanto mi bebida como la de mi acompañante Elliot, si realmente era él, esperaba que supiera apreciar los pequeños detalles.
Espere unos instantes por si mi compañero deseaba replicarme algo tras lo cual me introduje en la sala que me había indicado Ming, tenía curiosidad por los problemas que pudiera tener el oriental.
-Un placer Elliot, mi nombre es William, William White- dije a la espera de ver su reacción, con un poco de suerte si se trataba del Elliot que andaba buscando puede que me conociera o hubiera oído hablar bien de mí, después de todo no había fallado hasta ahora en ningún encargo.
El hombre comenzó diciendo que él no venía a fumar, por lo que me afirmó mis sospechas en lo referente a sus tratos, más por sus siguientes palabras me dio a entender que estos no le había salido bien del todo. No le extrañaba nada, después de todo a punto estuvo Ming de adeudarle algo más de treinta millones, por fortuna para él su deuda ya había sido saldada y el dinero reposaba tranquilo en el anticuario de Goa. No fue hasta entonces cuando noto que el ambiente se tensó, ya que al centrar su haki en el individuo pudo sentir cierta agresividad, como sed de sangre. ¿Qué moría gente todos los días? ¿Qué clase de comentario era ese? Parecía que al bueno de Ming tenía las horas contadas, pero aquello me daba un poco igual siempre y cuando me permitiera dar con Elliot, el cual parecía a todas luces ser el hombre que decía.
-Bueno tengo por costumbre el no prestar dinero a amigos, se tiende a abusar de la confianza del otro y suele acabando las cosas mal, aunque me temo que no voy a tener que convencerle demasiado de eso ¿me equivoco? -arranqué tras la charla del compañero de barra -El caso es que su nombre me resulta familiar, Elliot, no será usted…- dije mientras bajaba el tono -Elliot Reiner- musité antes de volver a un tono normal -He oído que es un comerciante muy reputado, Ming me hablo bien de él, de hecho me prometió que lo conocería esta misma noche- proseguí con tranquilidad, dando un par de tragos entre medias para refrescar la garganta, la cual comenzaba a sufrir aquella mezcla de humos y vapores. Quería ver como reaccionaba el hombre, en especial si notaba que estaba mintiendo, sería fácil, o al menos eso esperaba, después de todo solía calar a la gente con bastante facilidad -Esperaba compartir algunas experiencias de viaje con él- finalicé al percatarme de que tras la trastienda salía Ming, algo poco habitual en él ya que acostumbraba a recibir a sus clientes en la trastienda, haciéndoles llamar como si de una corte se tratará.
-Así que aquí está usted, señor White, un placel, un placel- digo con aquella extraña habla que solían tener los brazos largos – dijo mientras posaba las manos sobre la mesa -Necesito tu ayuda, tengo un problema, un problema goldo- prosiguió con su extraña acentuación -Ven, ven acompáñame a mi despacho, tenemos que hablar, rápido, rápido- dijo mientras se alejaba de la barra, indicándome una puerta adyacente a la trastienda, al final del local.
-Nos veremos después- supongo, dije antes de dar un trago y terminarme la bebida -Un placer, apúntamelo a mi cuenta -le ordené a Braxton señalando tanto mi bebida como la de mi acompañante Elliot, si realmente era él, esperaba que supiera apreciar los pequeños detalles.
Espere unos instantes por si mi compañero deseaba replicarme algo tras lo cual me introduje en la sala que me había indicado Ming, tenía curiosidad por los problemas que pudiera tener el oriental.
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Ciertamente, el desconocido parecía conocer su reputación. La reputación de Elliot, más bien, lo cual era igualmente sorprendente. Siempre había sabido que a los criminales les gustaba hablar, pero no tenía ni idea de que la fama -o la infamia- de su faceta negociadora hubiese calado tanto en los bajos fondos. En cierto modo eso era bueno para el negocio, pues a todo el mundo le complacería tratar con alguien que cumplía su parte del trato, un don escaso entre los contrabandistas, pero le inquietaba que se le pudiese encontrar con tanta facilidad. Bien, no había recompensa alguna por su cabeza, pero a ese ritmo era solo cuestión de tiempo.
Por otro lado, el nombre de William White le resultaba familiar. Había oído su nombre aquí y allá, normalmente implicado en negocios similares a los suyos, aunque sus intereses nunca se habían cruzado. Al menos hasta su encuentro en El té del viajero.
El pensamiento de matar a Ming cobró forma en la mente de Gerald con meridiana claridad cuando White le contó que el maldito brazos-largos había concertado una cita con él esa noche. ¿Ming sabía que él estaría allí? No, eso era absolutamente imposible. La única conclusión era que se tratase de un jueguecito de White. Se mostraba muy confiado, lo cual podía interpretarse de muchas formas. Si tenía tratos con Ming era probable que estuviese de alguna forma implicado en las pérdidas de Gerald en los últimos meses. Al fin y al cabo, se dedicaban a lo mismo, y la competencia era feroz en su sector empresarial.
-¿Me hacéis un favor? -le dijo a White antes de que acompañase a Ming a su despacho. Se acercó a él y habló en voz baja mientras le tendía discretamente un objeto-. Dadle esto a Ming cuando termine vuestra conversación -El objeto era un soldadito de plata. Gerald lo utilizaba como una marca que sus asociados podían reconocer fácilmente-. Y gracias por la bebida.
No añadió nada más. En su lugar, esperó a que ambos hombres se adentrasen en los pasillos del fumadero, contó hasta cincuenta y los siguió. Tuvo que apartar a un pobre desgraciado que no sabía ni dónde estaba, pero por lo demás avanzó en completo silencio. Sabía moverse con sigilo cuando se lo proponía.
Escuchar detrás de las puertas no era algo muy digno, pero nadie tenía por qué saberlo. Saco su reloj de bolsillo. Esperaría cinco minutos exactos, tiempo más que suficiente para que dijesen algo que valiese la pena escuchar o para que se hartase, y luego entraría para poner las cartas sobre la mesa. Se identificaría como Elliot y explicaría muy educadamente el motivo de su visita allí esa noche. Después exigiría respuestas a ambos hombres. Una mano en el pomo de su espada sería advertencia más que suficiente.
Por otro lado, el nombre de William White le resultaba familiar. Había oído su nombre aquí y allá, normalmente implicado en negocios similares a los suyos, aunque sus intereses nunca se habían cruzado. Al menos hasta su encuentro en El té del viajero.
El pensamiento de matar a Ming cobró forma en la mente de Gerald con meridiana claridad cuando White le contó que el maldito brazos-largos había concertado una cita con él esa noche. ¿Ming sabía que él estaría allí? No, eso era absolutamente imposible. La única conclusión era que se tratase de un jueguecito de White. Se mostraba muy confiado, lo cual podía interpretarse de muchas formas. Si tenía tratos con Ming era probable que estuviese de alguna forma implicado en las pérdidas de Gerald en los últimos meses. Al fin y al cabo, se dedicaban a lo mismo, y la competencia era feroz en su sector empresarial.
-¿Me hacéis un favor? -le dijo a White antes de que acompañase a Ming a su despacho. Se acercó a él y habló en voz baja mientras le tendía discretamente un objeto-. Dadle esto a Ming cuando termine vuestra conversación -El objeto era un soldadito de plata. Gerald lo utilizaba como una marca que sus asociados podían reconocer fácilmente-. Y gracias por la bebida.
No añadió nada más. En su lugar, esperó a que ambos hombres se adentrasen en los pasillos del fumadero, contó hasta cincuenta y los siguió. Tuvo que apartar a un pobre desgraciado que no sabía ni dónde estaba, pero por lo demás avanzó en completo silencio. Sabía moverse con sigilo cuando se lo proponía.
Escuchar detrás de las puertas no era algo muy digno, pero nadie tenía por qué saberlo. Saco su reloj de bolsillo. Esperaría cinco minutos exactos, tiempo más que suficiente para que dijesen algo que valiese la pena escuchar o para que se hartase, y luego entraría para poner las cartas sobre la mesa. Se identificaría como Elliot y explicaría muy educadamente el motivo de su visita allí esa noche. Después exigiría respuestas a ambos hombres. Una mano en el pomo de su espada sería advertencia más que suficiente.
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La sensación de sed de sangre del acompañante se hizo más palpable, casi resultando desagradable, no era un hombre de violencia, mucho menos de violencia premeditada, eso no quitaba que luego me quitará de en medio a cualquiera que se interpusiera en mis objetivos, o negocios.
El caso es que, al despedirme del tal Elliot, el cual me paso discretamente un pequeño objeto de plata, pidiéndome que si se lo podía dar a Ming. -Claro sin problema, respondí escueto -Hasta más ver- finalicé una vez recogido el objeto.
Sin más dilación, me dediqué a perseguir a Ming el cual ya había conseguido un poco de distancia, aunque tampoco hacía falta que le siguiera, sabía de sobra donde se encontraba su despacho. Por el camino esquive algunos de esos viajeros somnolientos que caminaban con un pie en la realidad y otro en lo onírico, siempre había tenido curiosidad por qué tipo de experiencia producirían aquellas caladas, pero siempre había sido lo demasiado prudente como para evitarlo, aparte de que los servicios de Ming además de ser afamados por la calidad de sus hierbas siempre habían sido tachados de caros y exclusivos. Bueno no era tan raro ver un local dedicado a aquellas oligarquías que iban a Baristan en busca de vicios caros o nuevos órganos, un negocio que quedaba fuera de sus límites éticos, ya que a fin de cuentas sentía que estaba trabajando con personas.
Durante el pequeño trayecto se dedicó a ver y manosear un poco el objeto plateado, que no se trataba de otra cosa que un pequeño soldadito de plata, vaya puede que fuera cierto a fin de cuentas que hubiera estado en un servicio militar, de ahí su porte, y a juzgar por el muñeco, apostaría a que se trataba de algún ejercito con valores tradicionales, "las armas de fuego son del pasado, los héroes modernos las usan de fuego" no era un lema muy recurrente entre los herreros por casualidad. Por lo demás el objeto, si bien no tenía el mismo valor de una joya, era lo suficientemente valioso como para apoyar su teoría respecto al origen del "soldado". A veces se asustaba de su propia capacidad de deducción, la clave de su éxito residía en que no descartaba lo inverosímil y no se aferraba a la primera hipótesis que se planteaba.
Justo cuando termino de tasar el objeto se giró para entrar en el despacho. Ming lo estaba esperando, ordenándole que cerrar la puerta tras su entrada. Cosa que evidentemente hizo, no le asustaba en lo más mínimo Ming, ni él ni sus matones, tan solo estaba sentado ahí porque pagaba bien, cuando pagaba.
-Tengo un ploblemon- volvió los brazos largos con aquella pronunciación que le hacía tanta gracia -Me han engañaou, ¡Qué desglasia, qué desglasia! -exclamaba.
-Si me dices lo qué es puede que le pongamos remedió- finalicé tajante un poco cansado de los aspavientos y el dramatismos del hombre.
-Ese hombre al que querías vel, me va a matal, le debo hielbas, muchas hielbas y todo me lo han robado esos desglasiados y tengo que cublil la demanda de mis clientes- dijo el hombre al borde del ataque de pánico.
-¿Qué hombres y cuantas cantidades?- pregunté, inquisitivo.
-Una tonelada- respondió secamente el oriental, a la vez que daba un trago de un licor de hierbas que acostumbraba a beber durante las reuniones -La tlupé, malditos maleantes, se quedalon con todo el envío robándome en el puelto, unos desalmados, unos desalmados- exclamó de nuevo.
-Le debes a Elliot, imagino ¿No?- pregunté, viendo la respuesta afirmativa del hombre que apenas atinaba como para mantener el vaso con un pulso estable.
Entre tanto yo me percaté con en el mantra de las sensaciones del brazo largo, ciertamente tenían un gran temor, más que eso, era pánico. Pero lo más curioso fue que sentí una presencia al otro lado de la puerta, aventuraba a decir que era el hombre de la puerta, pero no estaba seguro del todo.
-De acuerdo, solucionaré tu problema, cual es la cantidad que acordaste con Elliot ¿cien, doscientas?- pregunté al truhán.
-Seiscientas-mintió el asiático.
-No me engañes Ming -dije a la vez que sacaba el soldadito de plata de mi bolsillo y se lo mostraba al regente, que hizo un ademan de coger, ante lo cual lo guarde y negué con la cabeza -No tengo problemas en encontrar otro intermediario en Baristan, así que dime la cantidad- solicité inquisitivo.
-Cincuenta- confesó claramente nervioso.
-Bien, lidiare con esa banda, a cambió quiero un beneficio del 20% del total- solicité mientras jugueteaba con el soldadito de plata -De lo contrario no pienso colaborar contigo- finalicé tajante -Aunque qué tal si pasas y te unes a la conversación- dije mientras me giraba mirando para atrás, incitando a el acompañante de la barra a entrar en la sala.
Realmente casi que prefería hace un trato con Elliot directamente, así podría quedarme con el negocio de Ming y él podría quedarse con un porcentaje del cargamento que estimara necesario, nunca algo superior al 45% ya que estimaba que debía ser lo mínimo que necesitaba el té del viajero para funcionar, aunque todo sería cuestión de hablarlo.
El caso es que, al despedirme del tal Elliot, el cual me paso discretamente un pequeño objeto de plata, pidiéndome que si se lo podía dar a Ming. -Claro sin problema, respondí escueto -Hasta más ver- finalicé una vez recogido el objeto.
Sin más dilación, me dediqué a perseguir a Ming el cual ya había conseguido un poco de distancia, aunque tampoco hacía falta que le siguiera, sabía de sobra donde se encontraba su despacho. Por el camino esquive algunos de esos viajeros somnolientos que caminaban con un pie en la realidad y otro en lo onírico, siempre había tenido curiosidad por qué tipo de experiencia producirían aquellas caladas, pero siempre había sido lo demasiado prudente como para evitarlo, aparte de que los servicios de Ming además de ser afamados por la calidad de sus hierbas siempre habían sido tachados de caros y exclusivos. Bueno no era tan raro ver un local dedicado a aquellas oligarquías que iban a Baristan en busca de vicios caros o nuevos órganos, un negocio que quedaba fuera de sus límites éticos, ya que a fin de cuentas sentía que estaba trabajando con personas.
Durante el pequeño trayecto se dedicó a ver y manosear un poco el objeto plateado, que no se trataba de otra cosa que un pequeño soldadito de plata, vaya puede que fuera cierto a fin de cuentas que hubiera estado en un servicio militar, de ahí su porte, y a juzgar por el muñeco, apostaría a que se trataba de algún ejercito con valores tradicionales, "las armas de fuego son del pasado, los héroes modernos las usan de fuego" no era un lema muy recurrente entre los herreros por casualidad. Por lo demás el objeto, si bien no tenía el mismo valor de una joya, era lo suficientemente valioso como para apoyar su teoría respecto al origen del "soldado". A veces se asustaba de su propia capacidad de deducción, la clave de su éxito residía en que no descartaba lo inverosímil y no se aferraba a la primera hipótesis que se planteaba.
Justo cuando termino de tasar el objeto se giró para entrar en el despacho. Ming lo estaba esperando, ordenándole que cerrar la puerta tras su entrada. Cosa que evidentemente hizo, no le asustaba en lo más mínimo Ming, ni él ni sus matones, tan solo estaba sentado ahí porque pagaba bien, cuando pagaba.
-Tengo un ploblemon- volvió los brazos largos con aquella pronunciación que le hacía tanta gracia -Me han engañaou, ¡Qué desglasia, qué desglasia! -exclamaba.
-Si me dices lo qué es puede que le pongamos remedió- finalicé tajante un poco cansado de los aspavientos y el dramatismos del hombre.
-Ese hombre al que querías vel, me va a matal, le debo hielbas, muchas hielbas y todo me lo han robado esos desglasiados y tengo que cublil la demanda de mis clientes- dijo el hombre al borde del ataque de pánico.
-¿Qué hombres y cuantas cantidades?- pregunté, inquisitivo.
-Una tonelada- respondió secamente el oriental, a la vez que daba un trago de un licor de hierbas que acostumbraba a beber durante las reuniones -La tlupé, malditos maleantes, se quedalon con todo el envío robándome en el puelto, unos desalmados, unos desalmados- exclamó de nuevo.
-Le debes a Elliot, imagino ¿No?- pregunté, viendo la respuesta afirmativa del hombre que apenas atinaba como para mantener el vaso con un pulso estable.
Entre tanto yo me percaté con en el mantra de las sensaciones del brazo largo, ciertamente tenían un gran temor, más que eso, era pánico. Pero lo más curioso fue que sentí una presencia al otro lado de la puerta, aventuraba a decir que era el hombre de la puerta, pero no estaba seguro del todo.
-De acuerdo, solucionaré tu problema, cual es la cantidad que acordaste con Elliot ¿cien, doscientas?- pregunté al truhán.
-Seiscientas-mintió el asiático.
-No me engañes Ming -dije a la vez que sacaba el soldadito de plata de mi bolsillo y se lo mostraba al regente, que hizo un ademan de coger, ante lo cual lo guarde y negué con la cabeza -No tengo problemas en encontrar otro intermediario en Baristan, así que dime la cantidad- solicité inquisitivo.
-Cincuenta- confesó claramente nervioso.
-Bien, lidiare con esa banda, a cambió quiero un beneficio del 20% del total- solicité mientras jugueteaba con el soldadito de plata -De lo contrario no pienso colaborar contigo- finalicé tajante -Aunque qué tal si pasas y te unes a la conversación- dije mientras me giraba mirando para atrás, incitando a el acompañante de la barra a entrar en la sala.
Realmente casi que prefería hace un trato con Elliot directamente, así podría quedarme con el negocio de Ming y él podría quedarse con un porcentaje del cargamento que estimara necesario, nunca algo superior al 45% ya que estimaba que debía ser lo mínimo que necesitaba el té del viajero para funcionar, aunque todo sería cuestión de hablarlo.
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Gerald abrió la puerta con una cuidada lentitud melodramática. Los goznes sin engrasar gimieron hasta que la figura del hombre fue visible en el umbral, dando a su entrada cierto aire inquietante. Hacía mucho que gustaba de cuidar los detalles de la imagen. De cara a ciertas personas, era un arma poderosa; podía estimular la inquietud o incluso el miedo, lo que le ponía más sencillo aplicar sus poderes sobre ellas.
-Tú debes de ser Ming. No nos conocemos en persona, y si todo hubiera ido bien, jamás habría sido necesario. Ya sabes quién soy yo -señaló el soldadito de plata con la cabeza y Ming palideció notablemente.
Se aproximó a la mesa y la rodeó lentamente. El brazoslargos hizo ademán de levantarse de su silla, pero Gerald lo mantuvo quieto en su sitio poniéndole la mano en el hombro. Luego, se colocó tras él, sin permitirle girarse, clavando su fría mirada en su espalda y deleitándose con el sudor que recorría la temblorosa nuca de Ming.
-Y vos, señor William White -Con éste sí que utilizó un pronombre más educado, como era habitual en él-. No consigo determinar si sois un hombre considerado o cruel. Me vais a hacer el favor de solucionar mi problema, eliminando asímismo la posibilidad de que nuestro amigo Ming se enmiende. Veo que compartimos un oficio en común: ambos nos dedicamos al comercio. Tengo entendido que sois bastante eficaz en este campo -En realidad, la mente de Ming se lo había revelado, ya que había considerado seguro meterse en ella; al fin y al cabo, los dueños de los fumaderos rara vez probaban el producto para así mantenerse despejados-. Es posible que... Oh, pero primero lo primero, estoy siendo desconsiderado.
Su espada abandonó su vaina durante lo que pareció un suspiro. Un borrón negro en la mano de Gerald surcó el aire con un silbido y volvió a su lugar antes de que el cuello de Ming empezase a sangrar. Para cuando su cabeza cayó al suelo, él ya se había apartado para no mancharse los zapatos de sangre.
-Quedaos el negocio de Ming, pero que sea el cien por cien. No hay por qué ser tímido con los porcentajes. Solucionad lo de esos ladrones y recuperad mi mercancía. Quedáosla, si os place, no la necesito. Incluso os presentaré a mis proveedores para tratar con el producto como es debido.
En ese momento se dio cuenta de que no había más sillas en la habitación. Se arrepintió de no haber matado a Ming después de apartarlo de la suya. En fin, era un problema menor. De pie frente a la ventana causaría buena impresión.
-Quiero dos cosas de vos, por supuesto. La primera es a cambio de lo que ya os he ofrecido; la segunda, a cambio de vuestra vida. Confío en que podáis encontrar información sobre algo que llevo tiempo buscando. No tengo más que vagas referencias en unos viejos diarios que hallé en un baúl... confiscado, y me temo que mis redes no alcanzan a más. Espero que vos seáis tan eficaz como discreto. Si seguís vivo cuando termine nuestra conversación os diré de qué se trata.
Se llevó la mano a la empuñadura de su espada. Era el momento de aclarar las cosas. Clavó su mirada en la de White y dejó que su tono de voz se volviese más severo.
-Y ahora, William White, decidme por qué me buscáis.
-Tú debes de ser Ming. No nos conocemos en persona, y si todo hubiera ido bien, jamás habría sido necesario. Ya sabes quién soy yo -señaló el soldadito de plata con la cabeza y Ming palideció notablemente.
Se aproximó a la mesa y la rodeó lentamente. El brazoslargos hizo ademán de levantarse de su silla, pero Gerald lo mantuvo quieto en su sitio poniéndole la mano en el hombro. Luego, se colocó tras él, sin permitirle girarse, clavando su fría mirada en su espalda y deleitándose con el sudor que recorría la temblorosa nuca de Ming.
-Y vos, señor William White -Con éste sí que utilizó un pronombre más educado, como era habitual en él-. No consigo determinar si sois un hombre considerado o cruel. Me vais a hacer el favor de solucionar mi problema, eliminando asímismo la posibilidad de que nuestro amigo Ming se enmiende. Veo que compartimos un oficio en común: ambos nos dedicamos al comercio. Tengo entendido que sois bastante eficaz en este campo -En realidad, la mente de Ming se lo había revelado, ya que había considerado seguro meterse en ella; al fin y al cabo, los dueños de los fumaderos rara vez probaban el producto para así mantenerse despejados-. Es posible que... Oh, pero primero lo primero, estoy siendo desconsiderado.
Su espada abandonó su vaina durante lo que pareció un suspiro. Un borrón negro en la mano de Gerald surcó el aire con un silbido y volvió a su lugar antes de que el cuello de Ming empezase a sangrar. Para cuando su cabeza cayó al suelo, él ya se había apartado para no mancharse los zapatos de sangre.
-Quedaos el negocio de Ming, pero que sea el cien por cien. No hay por qué ser tímido con los porcentajes. Solucionad lo de esos ladrones y recuperad mi mercancía. Quedáosla, si os place, no la necesito. Incluso os presentaré a mis proveedores para tratar con el producto como es debido.
En ese momento se dio cuenta de que no había más sillas en la habitación. Se arrepintió de no haber matado a Ming después de apartarlo de la suya. En fin, era un problema menor. De pie frente a la ventana causaría buena impresión.
-Quiero dos cosas de vos, por supuesto. La primera es a cambio de lo que ya os he ofrecido; la segunda, a cambio de vuestra vida. Confío en que podáis encontrar información sobre algo que llevo tiempo buscando. No tengo más que vagas referencias en unos viejos diarios que hallé en un baúl... confiscado, y me temo que mis redes no alcanzan a más. Espero que vos seáis tan eficaz como discreto. Si seguís vivo cuando termine nuestra conversación os diré de qué se trata.
Se llevó la mano a la empuñadura de su espada. Era el momento de aclarar las cosas. Clavó su mirada en la de White y dejó que su tono de voz se volviese más severo.
-Y ahora, William White, decidme por qué me buscáis.
William White
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La puerta se abrió con una tremenda lentitud, una parsimonia que, si bien no me alteraba, me molestaba profundamente. Era una persona muy obsesiva en lo que al tiempo se refiere, de hecho, normalmente había perdido la cuenta de las veces que había hecho el ademan de mirar mi reloj de bolsillo, cualquiera que no me conociera lo suficiente podría pensar que tenía prisa o que la conversación que me estaba dando era tremendamente aburrida.
Pero aquella ocasión era distinta, ya bien por lo interesante que me había resultado el tal Elliot, o bien por la premisa de lo expuesta por Ming, no lo había mirado ni tan siquiera una vez. Observó atentamente los movimientos de este, como rodeaba la mesa y se posaba de forma intimidante sobre Ming, sobre el cual parecía tener algún tipo de sugestión. Yo me extrañé, ya que le tenía por un gran comerciante, no por un sicario al que temer. Puede que hubiera más facetas que el bajo mundo no conociera de Elliot Reiner. En especial las suposiciones que había hecho en lo que respectaba a la formación militar, una con la que estaba algo familiarizado, después de todo el viejo Shelby me había proporcionado una equivalente.
Luego prosiguió con su monologo exponiendo que tenía cierto conocimiento sobre mí, eso felicitaría las cosas, mucho. Todo antes de detenerse un momento, y de un rápido movimiento de espada, decapitar al pobre diablo de Ming. Lo suficientemente rápido como para evitar incluso mancharse, denotando un gran manejo de la hoja como de movimiento de pies, unos movimientos que solo podría haber aprendido de un maestro de espada profesional, un duelista. Uno más ortodoxo que el que había recibido él en Goa.
Finalmente comentó que podía quedarme el negocio de Ming junto a todo el cargamento, ciertamente eso era mucho dinero, pero luego inquirió algo más, un favor, algo referente a algo que se había encontrado en un baúl. O eso haría, si es que salía vivo de esa sala.
Rápido como un resorte, me llevé la mano a la empuñadura de Layl, la susurradora de estrellas. Elliot por su parte ya había hecho lo propio, esbocé una sonrisa y relajé la postura, aquello eran gajes del oficio.
-Tenía algo que proponerte- dije mientras me llevaba mi mano libre al interior de la gabardina y sacaba un sobre marrón, con algunos documentos en el interior -Ciertamente llevo más tiempo del que me gustaría tratando de encontrarte, eres bueno, de hecho mis hombres ni tan siquiera han atinado a capturar una foto tuya, deberías sentirte alagado ya que nunca me han fallado- decía mientras le depositaba los documentos en la mesilla de centro y se los empujaba invitando a cogerlos -No te lo tomes como algo personal, pero para lo que quiero hacer debo seleccionar muy bien a la gente con lo que lo llevaré a cabo- dije tomándome una pausa recuperando la compostura en el sillón -Pero antes de continuar esta conversación he de saber si estas interesado- prosiguió antes de pausarse.
Aun así, le resultó llamativo que Elliot supiera que lo estaba buscando, no recordaba habérselo dicho explícitamente en la conversación, por lo que imaginó que o bien era igual de perspicaz que yo o bien tenía un gran manta que le permitiera leer los pensamientos, algo terriblemente perturbador, aunque en vista de ello, me resultaría difícil tomar medidas. Por ahora se limitaría a ocultar su preocupación y por su puesto a no pensar en sus planes, aún era pronto para desvelar la sorpresa.
-¿Y bien?- finalicé tratando de dejarle con cierta intriga, mi tono denotaba que de lo que hablaba era algo serio e importante.
Pero aquella ocasión era distinta, ya bien por lo interesante que me había resultado el tal Elliot, o bien por la premisa de lo expuesta por Ming, no lo había mirado ni tan siquiera una vez. Observó atentamente los movimientos de este, como rodeaba la mesa y se posaba de forma intimidante sobre Ming, sobre el cual parecía tener algún tipo de sugestión. Yo me extrañé, ya que le tenía por un gran comerciante, no por un sicario al que temer. Puede que hubiera más facetas que el bajo mundo no conociera de Elliot Reiner. En especial las suposiciones que había hecho en lo que respectaba a la formación militar, una con la que estaba algo familiarizado, después de todo el viejo Shelby me había proporcionado una equivalente.
Luego prosiguió con su monologo exponiendo que tenía cierto conocimiento sobre mí, eso felicitaría las cosas, mucho. Todo antes de detenerse un momento, y de un rápido movimiento de espada, decapitar al pobre diablo de Ming. Lo suficientemente rápido como para evitar incluso mancharse, denotando un gran manejo de la hoja como de movimiento de pies, unos movimientos que solo podría haber aprendido de un maestro de espada profesional, un duelista. Uno más ortodoxo que el que había recibido él en Goa.
Finalmente comentó que podía quedarme el negocio de Ming junto a todo el cargamento, ciertamente eso era mucho dinero, pero luego inquirió algo más, un favor, algo referente a algo que se había encontrado en un baúl. O eso haría, si es que salía vivo de esa sala.
Rápido como un resorte, me llevé la mano a la empuñadura de Layl, la susurradora de estrellas. Elliot por su parte ya había hecho lo propio, esbocé una sonrisa y relajé la postura, aquello eran gajes del oficio.
-Tenía algo que proponerte- dije mientras me llevaba mi mano libre al interior de la gabardina y sacaba un sobre marrón, con algunos documentos en el interior -Ciertamente llevo más tiempo del que me gustaría tratando de encontrarte, eres bueno, de hecho mis hombres ni tan siquiera han atinado a capturar una foto tuya, deberías sentirte alagado ya que nunca me han fallado- decía mientras le depositaba los documentos en la mesilla de centro y se los empujaba invitando a cogerlos -No te lo tomes como algo personal, pero para lo que quiero hacer debo seleccionar muy bien a la gente con lo que lo llevaré a cabo- dije tomándome una pausa recuperando la compostura en el sillón -Pero antes de continuar esta conversación he de saber si estas interesado- prosiguió antes de pausarse.
Aun así, le resultó llamativo que Elliot supiera que lo estaba buscando, no recordaba habérselo dicho explícitamente en la conversación, por lo que imaginó que o bien era igual de perspicaz que yo o bien tenía un gran manta que le permitiera leer los pensamientos, algo terriblemente perturbador, aunque en vista de ello, me resultaría difícil tomar medidas. Por ahora se limitaría a ocultar su preocupación y por su puesto a no pensar en sus planes, aún era pronto para desvelar la sorpresa.
-¿Y bien?- finalicé tratando de dejarle con cierta intriga, mi tono denotaba que de lo que hablaba era algo serio e importante.
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Gerald no tenía muchas oportunidades de sentirse intrigado. Por regla general, si quería saber algo, lo sabía. Era sencillo, tanto como para otros lo sería pulsar un interruptor o pasar las páginas de un libro. Los largos y avariciosos tentáculos de su mente se introducían en cualquier resquicio con la facilidad y letalidad de un virus, solo que con un grado mucho mayor de control. Sin embargo, dadas las circunstancias, se veía obligado a esperar pacientemente a que William White terminase de hablar.
Resultaba tedioso. Tenía la sensación de que hablaba demasiado despacio, de que sus mil palabras no podían ni compararse con la imagen que habrían sido sus recuerdos. Estos, vivos y pulsátiles, le habrían dado la información que quería en cuestión de un segundo. En lugar de eso, tenía que aguantar la irritante tendencia al dramatismo de White. ¿Por qué no podía ir al grano? Sí, él solía actuar de la misma manera, dando un breve rodeo al principio de sus discursos para crear cierta expectación o tensión, pero era la primera vez que se lo hacían a él. Cogió los papeles y los ojeó sin mucha escrupulosidad. Ya tendría tiempo de hacerlo más tarde.
El proverbial vaso de su paciencia se colmó cuando se detuvo para preguntarle si tenía interés en lo que le estaba contando. Más allá del hecho, supuso, de habérselo preguntado antes.
Bien, estaba claro que White quería algo de él. Hablaba de seleccionar bien a cierta gente, por lo que todo apestaba a algún tipo de empresa conjunta. ¿Pensaba dar un golpe y buscaba ayuda? Quizás incluso pensase ampliar su propia red sumando los contactos del inexistente Elliot Reiner a los suyos propios, o a lo mejor solo estaba yéndose por las ramas mientras se le ocurría cómo matarle. En cualquier caso, Gerald no tenía ni idea de si iba a sentirse atraído por la propuesta, pero como quería salir de allí antes de que el pobre Ming empezase a oler, decidió seguirle el juego a él en lugar de a sus impulsos violentos.
-Estoy seguro de que nada de lo que digáis podría ser anodino -dijo, cuidándose de que su irritación no se trasluciese en sus palabras ni en su expresión. Aunque luego decidió ser algo más cortante-. De momento contáis con mi interés. Proseguid.
Esperaba que a White se le soltase la lengua. Ya se había fijado en que había se había llevado la mano al arma, lo cual le produjo cierta gracia. Él ignoraba que Gerald poseía dos espadas igualmente afiladas, pero que solo una de ellas era de acero. La otra también la empuñaba sin necesidad de gesto alguno, dispuesto a hundir su hoja invisible en lo más hondo de su cerebro.
Resultaba tedioso. Tenía la sensación de que hablaba demasiado despacio, de que sus mil palabras no podían ni compararse con la imagen que habrían sido sus recuerdos. Estos, vivos y pulsátiles, le habrían dado la información que quería en cuestión de un segundo. En lugar de eso, tenía que aguantar la irritante tendencia al dramatismo de White. ¿Por qué no podía ir al grano? Sí, él solía actuar de la misma manera, dando un breve rodeo al principio de sus discursos para crear cierta expectación o tensión, pero era la primera vez que se lo hacían a él. Cogió los papeles y los ojeó sin mucha escrupulosidad. Ya tendría tiempo de hacerlo más tarde.
El proverbial vaso de su paciencia se colmó cuando se detuvo para preguntarle si tenía interés en lo que le estaba contando. Más allá del hecho, supuso, de habérselo preguntado antes.
Bien, estaba claro que White quería algo de él. Hablaba de seleccionar bien a cierta gente, por lo que todo apestaba a algún tipo de empresa conjunta. ¿Pensaba dar un golpe y buscaba ayuda? Quizás incluso pensase ampliar su propia red sumando los contactos del inexistente Elliot Reiner a los suyos propios, o a lo mejor solo estaba yéndose por las ramas mientras se le ocurría cómo matarle. En cualquier caso, Gerald no tenía ni idea de si iba a sentirse atraído por la propuesta, pero como quería salir de allí antes de que el pobre Ming empezase a oler, decidió seguirle el juego a él en lugar de a sus impulsos violentos.
-Estoy seguro de que nada de lo que digáis podría ser anodino -dijo, cuidándose de que su irritación no se trasluciese en sus palabras ni en su expresión. Aunque luego decidió ser algo más cortante-. De momento contáis con mi interés. Proseguid.
Esperaba que a White se le soltase la lengua. Ya se había fijado en que había se había llevado la mano al arma, lo cual le produjo cierta gracia. Él ignoraba que Gerald poseía dos espadas igualmente afiladas, pero que solo una de ellas era de acero. La otra también la empuñaba sin necesidad de gesto alguno, dispuesto a hundir su hoja invisible en lo más hondo de su cerebro.
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Mientras hablaba notaba como el ambiente se tensaba cada vez más, que diablos era aquella sensación que le oprimía tanto, por qué la presión no hacía otra cosa que aumentar, ni tan siquiera las suaves palabras de Elliot parecieron relajarme lo más mínimo. Por lo que recostándome nuevamente en el sillón y aclararme la garganta, continué con mi discurso.
-Iré al grano, más allá de hacerme con este local, planeo hacerme con toda Baristan, si bien es cierto que tengo refugios en otros mares, pero ninguno me puede proporcionar las libertades que tendría en este pecio –arranqué mientras continuaba jugueteando con la empuñadura de mi espada, pero más que suponer una amenaza, se podía identificar con una manía a tener algo en las manos mientras se hablaba -Por lo que te oí antes supondré que no tienes intereses en esta isla más allá de los tratos que tenías con el pobre diablo de Ming- proseguí desviando brevemente para ver el rostro del decapitado -Aun así, de tener otros negocios aquí, añadiré que los respetaré tal como están ahora, dándote la oportunidad de expandirlos si así lo deseas -continué antes de hacer un pequeño inciso -No sé si es tu primera vez en Baristan, pero supongo que habrás visto todas esas fábricas de ahí fuera, no están ahí de casualidad. Por su condición única esta isla resulta un sitio ideal para la fabricación en masa, vertidos, refrigeración, todo se puede hacer u obtener por debajo de su superficie gracias a su condición de pecio flotante, y eso es justo lo que necesito- añadí, mientras con un lento gesto me introducía la mano en el interior de la gabardina, sacando al exterior mi blaster en alto.
-Tranquilo, tan solo quiero hacerte una pequeña demostración, atento- dije mientras apuntaba a la estatuilla de un gato de la fortuna que estalló en mil pedazos dejando una marca de quemadura en la pared – Según los planos que encontré junto a estos prototipos se tratan de armas diseñadas con tecnologías desarrolladas por Vegapunk derivadas de su estudio de la Pika pika no mi, sacrifican potencia en pos de cadencia, tres disparos por segundo, créeme cuando te digo que es muy superior a la cadencia de armas estándar con las que trabaja el gobierno actualmente, tómala- dije mientras descargaba el arma y se la lanzaba a sus manos para que pudiera manosearla y ver en definitiva lo cómoda que era -Con esto, ni tan siquiera hace falta saber apuntar, son muy cómodas como ves, las estimaciones del beneficio que reportaría el negocio es de medio billón de berries- continué exponiendo al objeto de una forma que casi recordaba a los anuncios de la tele por cable -Aparte de esto planeo alguna cosa más, pero por el momento creo que he dicho más que suficiente como para interesarle, señor Elliot- finalicé mientras retomaba una posición más prudente y mucho menos relajada -¿Y bien, alguna pregunta más?- pregunté al moreno mientras tensaba mis piernas.
Esperaría un poco más, seguramente quería preguntar lo típico, que sacaba él de beneficio o que necesitaba de él. Pero en ese caso me remitiría a la documentación, entre la cual se encontraba un escrito con los detalles del integrante y lo que esperaba de él, información gubernamental sobre los trenes y convoyes de transporte del Grand Line. Respecto a las finanzas, el beneficio se repartiría equitativamente entre los integrantes de la organización, cuyos propósitos aspiraban mucho más altos a los de una simple carrera armamentística.
Ahora solo esperaba saber si aquel hombre me retenía allí con más preguntas, me permitía marchar a recuperar su cargamento o me acompañaba en tal empresa.
-Iré al grano, más allá de hacerme con este local, planeo hacerme con toda Baristan, si bien es cierto que tengo refugios en otros mares, pero ninguno me puede proporcionar las libertades que tendría en este pecio –arranqué mientras continuaba jugueteando con la empuñadura de mi espada, pero más que suponer una amenaza, se podía identificar con una manía a tener algo en las manos mientras se hablaba -Por lo que te oí antes supondré que no tienes intereses en esta isla más allá de los tratos que tenías con el pobre diablo de Ming- proseguí desviando brevemente para ver el rostro del decapitado -Aun así, de tener otros negocios aquí, añadiré que los respetaré tal como están ahora, dándote la oportunidad de expandirlos si así lo deseas -continué antes de hacer un pequeño inciso -No sé si es tu primera vez en Baristan, pero supongo que habrás visto todas esas fábricas de ahí fuera, no están ahí de casualidad. Por su condición única esta isla resulta un sitio ideal para la fabricación en masa, vertidos, refrigeración, todo se puede hacer u obtener por debajo de su superficie gracias a su condición de pecio flotante, y eso es justo lo que necesito- añadí, mientras con un lento gesto me introducía la mano en el interior de la gabardina, sacando al exterior mi blaster en alto.
-Tranquilo, tan solo quiero hacerte una pequeña demostración, atento- dije mientras apuntaba a la estatuilla de un gato de la fortuna que estalló en mil pedazos dejando una marca de quemadura en la pared – Según los planos que encontré junto a estos prototipos se tratan de armas diseñadas con tecnologías desarrolladas por Vegapunk derivadas de su estudio de la Pika pika no mi, sacrifican potencia en pos de cadencia, tres disparos por segundo, créeme cuando te digo que es muy superior a la cadencia de armas estándar con las que trabaja el gobierno actualmente, tómala- dije mientras descargaba el arma y se la lanzaba a sus manos para que pudiera manosearla y ver en definitiva lo cómoda que era -Con esto, ni tan siquiera hace falta saber apuntar, son muy cómodas como ves, las estimaciones del beneficio que reportaría el negocio es de medio billón de berries- continué exponiendo al objeto de una forma que casi recordaba a los anuncios de la tele por cable -Aparte de esto planeo alguna cosa más, pero por el momento creo que he dicho más que suficiente como para interesarle, señor Elliot- finalicé mientras retomaba una posición más prudente y mucho menos relajada -¿Y bien, alguna pregunta más?- pregunté al moreno mientras tensaba mis piernas.
Esperaría un poco más, seguramente quería preguntar lo típico, que sacaba él de beneficio o que necesitaba de él. Pero en ese caso me remitiría a la documentación, entre la cual se encontraba un escrito con los detalles del integrante y lo que esperaba de él, información gubernamental sobre los trenes y convoyes de transporte del Grand Line. Respecto a las finanzas, el beneficio se repartiría equitativamente entre los integrantes de la organización, cuyos propósitos aspiraban mucho más altos a los de una simple carrera armamentística.
Ahora solo esperaba saber si aquel hombre me retenía allí con más preguntas, me permitía marchar a recuperar su cargamento o me acompañaba en tal empresa.
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Gerald escuchó atentamente la perorata de White. Sus intenciones de hacerse con el montón de despojos que era Baristan no podían importarle menos, pues despreciaba todo cuanto había en la isla de los barcos. Fábricas contaminantes, naufragios acumulados como parodias de una ciudad, agua estancada y tabernas apestosas repletas de maleantes. No, desde luego no era su sitio ideal. Por otro lado, la pistola de alta tecnología escapaba a su comprensión. No entendía de armas de fuego ni le despertaban especial simpatía. Sin embargo, reconocía un ben producto al verlo. Mucha gente pagaría por algo así, aunque habría que hacer algo con esa ridícula potencia. Más allá de eso, las palabras de White no contestaron a su pregunta de por qué le buscaba.
Los papeles que le dio, por otro lado, sí lo hicieron.
Se concedió el capricho de unos segundos de silencio para pensar. Si aquel tipo quería unir fuerzas en una especie de organización, todo aquel numerito cobraba fuerza. Empezaba a entender el secretismo y las adulaciones, las muestras de su mercancía y el fajo de papeles donde venía especificada la clase de ayuda que precisaba.
Gerald no era muy fan de las organizaciones. Había visto unas cuantas y todas le parecían ridículas. En los bajos fondos, algo así siempre terminaba con una traición, y era más que probable que en ese caso fuese él el traidor. Por un lado, la idea de colaborar con extraños se le antojaba absurda. Si quería algo, no tenía más que manipularlos con sus poderes y esperar a que se lo trajesen. Pero visto desde otra perspectiva, las habilidades de los demás miembros -si es que White tenía a bien reclutar más-, usadas con cierta iniciativa propia, podían serle útiles. Por ejemplo, para encontrar lo que estaba buscando.
-No me gustan las organizaciones, las empresas ni los consorcios de ningún tipo -fue su respuesta-. Mi mundo es el secretismo, la inexistencia. No busco fama ni renombre, no me interesan las banderas ni los grandes edificios con mi nombre en ellos. Sin embargo, sí que podemos estudiar una colaboración puntual. Sin duda existen proyectos para los que me vendría bien ayuda de... personas bien motivadas como vos.
Por supuesto, aun más importante que lo que dijo fue lo que no dijo. "Si me ponéis en peligro, os mataré. Si aireáis mi nombre por ahí, os mataré. Si dejáis de serme útiles...". En ese caso no estaba de seguro de si mataría a White y al resto o no, pero no había que descartarlo. Estaba seguro de que su futuro socio comprendería bien las implicaciones de hacer un trato con alguien como Gerald. Como Elliot, en realidad.
-Enhorabuena, William White. Habéis obtenido lo que queríais.
"Espero que no os arrepintáis".
Los papeles que le dio, por otro lado, sí lo hicieron.
Se concedió el capricho de unos segundos de silencio para pensar. Si aquel tipo quería unir fuerzas en una especie de organización, todo aquel numerito cobraba fuerza. Empezaba a entender el secretismo y las adulaciones, las muestras de su mercancía y el fajo de papeles donde venía especificada la clase de ayuda que precisaba.
Gerald no era muy fan de las organizaciones. Había visto unas cuantas y todas le parecían ridículas. En los bajos fondos, algo así siempre terminaba con una traición, y era más que probable que en ese caso fuese él el traidor. Por un lado, la idea de colaborar con extraños se le antojaba absurda. Si quería algo, no tenía más que manipularlos con sus poderes y esperar a que se lo trajesen. Pero visto desde otra perspectiva, las habilidades de los demás miembros -si es que White tenía a bien reclutar más-, usadas con cierta iniciativa propia, podían serle útiles. Por ejemplo, para encontrar lo que estaba buscando.
-No me gustan las organizaciones, las empresas ni los consorcios de ningún tipo -fue su respuesta-. Mi mundo es el secretismo, la inexistencia. No busco fama ni renombre, no me interesan las banderas ni los grandes edificios con mi nombre en ellos. Sin embargo, sí que podemos estudiar una colaboración puntual. Sin duda existen proyectos para los que me vendría bien ayuda de... personas bien motivadas como vos.
Por supuesto, aun más importante que lo que dijo fue lo que no dijo. "Si me ponéis en peligro, os mataré. Si aireáis mi nombre por ahí, os mataré. Si dejáis de serme útiles...". En ese caso no estaba de seguro de si mataría a White y al resto o no, pero no había que descartarlo. Estaba seguro de que su futuro socio comprendería bien las implicaciones de hacer un trato con alguien como Gerald. Como Elliot, en realidad.
-Enhorabuena, William White. Habéis obtenido lo que queríais.
"Espero que no os arrepintáis".
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Elliot terminó respondiendo que acedía, aunque con una gran cantidad de matices, algunos no me gustaron tantas como otras, en especial las correspondientes a las que parecían sugerir cierto sometimiento. Por ahora los dejaría pasar, no deseaba el enfrentamiento, menos aún tras que hubiera accedido a la empresa, a fin de cuentas, lo único que necesitaba para cumplir mis objetivos era tiempo y ni Elliot ni nadie podría interponerse en ellos.
-No se preocupe, no entra en mis planes coaccionar las libertades de los miembros- expuse mientras me levantaba del asiento -El funcionamiento de esta asociación se basa en dos pilares, la colaboración puntual y el no entrometimiento de los unos con los otros, estoy seguro de que alguien como tú sabrá cumplir esas normas, e incluso las encontraras… “agradables”- proseguí mientras recuperaba el prototipo de manos de Elliot y comenzaba a dar una vuelta alrededor de la sala -Aunque he de decir que me intriga terriblemente para que puedes requerirnos alguien tan competente como vos, puede que incluso pueda darle un poco de luz a sus asuntos- incité a la espera de que el hombre terminará de exponer lo anterior.
Mientras esperaba y escuchaba su respuesta, di un par de vueltas por la sala ojeando las estanterías y los distintos ídolos que mantenía el pobre de Ming en las distintas estanterías. Ni aún de pie, incluso cuando todo parecía apuntar que tendría un nuevo aliado, sentía alivio a sus pesares. Aquella sensación punzante similar a la de una de las más que habituadas migrañas que solía padecer, pero a la misma vez sentía que tenía un carácter diferente, uno que creía haber olvidado, uno con el que se había acostumbrado a vivir hacía años atrás y que había desaparecido al controlar lo que había denominado por aquel entonces como “su don”.
¿O estaría equivocado? Sería aquella sensación producto del embrujo de alguna de las habilidades del maleante que tenía a sus espaldas. No debía dejar que viera mi preocupación, por fortuna siempre había sido igual de expresivo que un árbol.
-¡Cara cartón! – recordaba que le habían increpado una vez frustrado jugador de cartas en una mesa de juego de Goa.
Tras escuchar lo que tuviera que terminar de decirle aquel hombre, probablemente le invitará a abandonar el despacho, al menos hasta que alguno de los empleados lo limpiará, luego le propondría varias opciones. La primera es que lo esperará en la barra tomando algo que fuera de su agrado, aunque estaba bastante seguro que descartaría esa opción; la segunda sería que podía continuar esa conversación mientras se dirigían a recuperar el cargamento tal vez así viera la forma que tenía de proceder el comerciante del bajo mundo; la última opción era la de concordar un lugar de encuentro al amanecer; probablemente la opción que elegiría su acompañante y posiblemente la opción que más favorable resultaría para los dos hombres que se había conocido en el “Té del viajero”.
-No se preocupe, no entra en mis planes coaccionar las libertades de los miembros- expuse mientras me levantaba del asiento -El funcionamiento de esta asociación se basa en dos pilares, la colaboración puntual y el no entrometimiento de los unos con los otros, estoy seguro de que alguien como tú sabrá cumplir esas normas, e incluso las encontraras… “agradables”- proseguí mientras recuperaba el prototipo de manos de Elliot y comenzaba a dar una vuelta alrededor de la sala -Aunque he de decir que me intriga terriblemente para que puedes requerirnos alguien tan competente como vos, puede que incluso pueda darle un poco de luz a sus asuntos- incité a la espera de que el hombre terminará de exponer lo anterior.
Mientras esperaba y escuchaba su respuesta, di un par de vueltas por la sala ojeando las estanterías y los distintos ídolos que mantenía el pobre de Ming en las distintas estanterías. Ni aún de pie, incluso cuando todo parecía apuntar que tendría un nuevo aliado, sentía alivio a sus pesares. Aquella sensación punzante similar a la de una de las más que habituadas migrañas que solía padecer, pero a la misma vez sentía que tenía un carácter diferente, uno que creía haber olvidado, uno con el que se había acostumbrado a vivir hacía años atrás y que había desaparecido al controlar lo que había denominado por aquel entonces como “su don”.
¿O estaría equivocado? Sería aquella sensación producto del embrujo de alguna de las habilidades del maleante que tenía a sus espaldas. No debía dejar que viera mi preocupación, por fortuna siempre había sido igual de expresivo que un árbol.
-¡Cara cartón! – recordaba que le habían increpado una vez frustrado jugador de cartas en una mesa de juego de Goa.
Tras escuchar lo que tuviera que terminar de decirle aquel hombre, probablemente le invitará a abandonar el despacho, al menos hasta que alguno de los empleados lo limpiará, luego le propondría varias opciones. La primera es que lo esperará en la barra tomando algo que fuera de su agrado, aunque estaba bastante seguro que descartaría esa opción; la segunda sería que podía continuar esa conversación mientras se dirigían a recuperar el cargamento tal vez así viera la forma que tenía de proceder el comerciante del bajo mundo; la última opción era la de concordar un lugar de encuentro al amanecer; probablemente la opción que elegiría su acompañante y posiblemente la opción que más favorable resultaría para los dos hombres que se había conocido en el “Té del viajero”.
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A Gerald le importaba el cargamento tanto como el color de la ropa interior del difunto Ming. Sin embargo, podía ser interesante ver cómo se comportaba White en una situación de combate; quería ver cómo peleaba y si podía suponer una amenaza de algún tipo, si es que tenía talento alguno para la violencia. Además, tras pasar un rato el aire fresco tal vez pudiese entrar en su mente sin preocuparse de posibles interferencias de las drogas que se respiraban en el fumadero. Por ese motivo accedió a acompañarle.
Él mismo se apresuró a ponerse en marcha. Estaba harto del ambiente cargado del local e incluso preferiría respirar la atmósfera poco saludable de la Isla de los Barcos. El olor a salitre y humo atacó sus fosas nasales, pero durante un segundo le pareció sorprendentemente limpio en comparación con los efluvios que emanaba El Té del Viajero.
-Veréis -comenzó-. Durante el transcurso de mis actividades es normal que dé con ciertos objetos peculiares, muchos de ellos de gran valor histórico o científico -Tenía ciertas dudas sobre si explicarle a su reciente y flamante socio qué era lo que precisaba de él tan pronto, pero no haría mal alguno, se dijo. Si era necesario, siempre podía matarlo-. Hace un tiempo me llegó un baúl repleto de cuadernos y diarios fechados hace más de un siglo. Muchos eran ilegibles por culpa del paso del tiempo, y la mayoría de los que estaban en un estado de conservación medio decente resultaban completamente incomprensibles para mí. Me llevó un tiempo, pero terminé por sacar algunas conclusiones.
Recordaba lo confuso que se había sentido cuando leyó las descripciones de los logros que se habían llevado a cabo en aquella época, las posibilidades que algo así le abriría. Tuvo que releerlo varias veces, se pasó una noche entera a la luz de las velas tratando de comprender la magnitud del descubrimiento que le había interesado especialmente. Sin embargo, había sido incapaz de encontrar las instalaciones donde se llevaban a cabo, y mucho menos de dar con maquinaria o personal adecuado como para replicar los resultados.
-No entraré en demasiados detalles -continuó. "Por tu bien", habría querido añadir, pero obvió ese detalle-, tan solo será necesario que conozcáis un nombre, señor White. Y por supuesto, os pagaré bien por dicha información, siempre y cuando sea yo el único beneficiario de ésta -"Y si no es así, lo sabré", pensó para sus adentros-. Quiero que encontréis para mí el laboratorio de la familia Vinsmoke.
Él mismo se apresuró a ponerse en marcha. Estaba harto del ambiente cargado del local e incluso preferiría respirar la atmósfera poco saludable de la Isla de los Barcos. El olor a salitre y humo atacó sus fosas nasales, pero durante un segundo le pareció sorprendentemente limpio en comparación con los efluvios que emanaba El Té del Viajero.
-Veréis -comenzó-. Durante el transcurso de mis actividades es normal que dé con ciertos objetos peculiares, muchos de ellos de gran valor histórico o científico -Tenía ciertas dudas sobre si explicarle a su reciente y flamante socio qué era lo que precisaba de él tan pronto, pero no haría mal alguno, se dijo. Si era necesario, siempre podía matarlo-. Hace un tiempo me llegó un baúl repleto de cuadernos y diarios fechados hace más de un siglo. Muchos eran ilegibles por culpa del paso del tiempo, y la mayoría de los que estaban en un estado de conservación medio decente resultaban completamente incomprensibles para mí. Me llevó un tiempo, pero terminé por sacar algunas conclusiones.
Recordaba lo confuso que se había sentido cuando leyó las descripciones de los logros que se habían llevado a cabo en aquella época, las posibilidades que algo así le abriría. Tuvo que releerlo varias veces, se pasó una noche entera a la luz de las velas tratando de comprender la magnitud del descubrimiento que le había interesado especialmente. Sin embargo, había sido incapaz de encontrar las instalaciones donde se llevaban a cabo, y mucho menos de dar con maquinaria o personal adecuado como para replicar los resultados.
-No entraré en demasiados detalles -continuó. "Por tu bien", habría querido añadir, pero obvió ese detalle-, tan solo será necesario que conozcáis un nombre, señor White. Y por supuesto, os pagaré bien por dicha información, siempre y cuando sea yo el único beneficiario de ésta -"Y si no es así, lo sabré", pensó para sus adentros-. Quiero que encontréis para mí el laboratorio de la familia Vinsmoke.
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-Como desees- fue la respuesta que di a Elliot al ver que el misterioso criminal me acompañaría, probablemente con las mismas intenciones por la que yo le habría propuesto acompañarme. Le dejaría ver lo justo y necesario como para hacerse respetar, pero procurando no despeinarse lo más mínimo.
Tras abandonar el despacho, se dirigió a la barra del local mientras redactaba un mensaje en el primer papel que pillo a mano, un blog que solía usar para dejar notas y recados allí y allá. La nota era tan simple como directa:
“El señor Ming ha tenido una incidencia y no podrá atender sus responsabilidades, hablaremos de tus obligaciones a mi vuelta, así de como tus nuevos honorarios. Esto en un adelanto, respecto al despacho, creo que sabrás lo que te corresponde hacer en cuanto lo veas”
La nota fue entregada al jefe de barra, Braxton, junto con un pequeño fardo de billetes, la reacción del asiático fue tremendamente fría, casi de terror, y tras un pequeño gesto de afirmación se retiró de la barra a paso ligero para confirmar con exactitud sus peores temores.
No hubo nada más que nos retuviera en el fumadero, por lo que ambos salimos sin más dilación. No pude evitar mirar de reojo a algunos de los clientes el que ahora se suponía que era mi local, la mitad de ellos eran hombres sin espíritu que yacían de forma más o menos digna, dependiendo de lo que pidieran pagar, soñando viajes tan idílicos y oníricos que tan incapaces eran de expresar con palabras. Ciertamente mi curiosidad por saber con exactitud lo que sufrían aquellos era tremenda, pero consideraba que había que ser muy cobarde para tener que utilizar aquellas sustancias para evadirse, me resultaba una salida fácil y poco rentable.
No fue hasta la salida del local cuando Elliot comenzó a explicar con pocos detalles tras lo que andaba, al parecer, había encontrado algunos diarios y anotaciones que lo guiaban a lo que parecía ser los laboratorios de Vinsmoke, ya que estos ocultaban algo de interés para el elegante hombre. Ciertamente me sorprendió de escuchar ese nombre, la tecnología asociada a ese nombre era comparable a la del mismo Vegapunk, avances que probablemente podrían rivalizar con la actual VEPC, por muchos genios que trabajarán en ella.
-En los desiertos de Numbia, en el mar del sur, hay unos bereberes los cuales tienen un lema que me gusta mucho: “Vos pagáis, vos mandáis” - le respondí yo -En cuanto averigüe algo se lo haré saber, respecto al precio es algo respecto a lo que podremos hablar a su debido tiempo- proseguí mientras me giraba para ver la expresión del hombre, sabía que una mirada a los ojos de otro hombre era una técnica que inspiraba mucha confianza y que se había esforzado en trabajar a lo largo de los años -Yo conozco un secreto vuestro y vos conocéis uno mío, en lo que a mí respecta mis labios están sellados, por el bien de ambos- finalicé tajante.
Respecto a mi malestar, tuve la esperanza de que se aliviará al a salir al local, más fue en vano, la sensación no hizo otra cosa que ir en aumento, pero a medida que la intensidad se hacía más fuerte, también se volvía más clara. Era como una señal inhibidora, igual que la que utilizaba en sus terminales telefónicos para evitar escuchas indiscretas. Pero no llegaba a terminar de entender el porqué de esa sensación ¿Era un mecanismo de defensa? ¿Estaba realmente en lo cierto? ¿O simplemente era una burda migraña? Era algo sobre lo que tendría que meditar más adelante, en la oscuridad y soledad de su camarote.
No tardamos mucho más en llegar a la entrada del edificio tras el que estábamos, nos encontrábamos observando el contrachapado del mismo en uno de los callejones entre almacenes gemelos que discurrían enfrente al edificio del mismo tipo. Custodiando la entrada se encontraban un grupo de cinco matones, ninguno de los cuales aguantaría más de un asalto frente a cualquiera de nosotros dos. Pero aun así preferí evitar el conflicto.
-Entraremos por atrás- sugerí yo mientras me disponía a dar un rodeo -No pretendo llamar la atención- finalicé mientras aprovechando el trasiego de gente por la calle principal, como si de una bomba de humo se tratará, avanzar hasta colocarme en la puerta trasera del almacén, la cual estaba custodiada por tan solo un par de hombres, o al menos eso indicaba el mantra.
Rápidamente tomando velocidad giré la esquina y ataqué a sendos hombres propinándole al primero un puñetazo en la cara y al segundo un codazo con el mismo brazo que había golpeado al primero, seguido de un giro de cuerpo y una patada propinada con la pierna izquierda aprovechando al propia del rápido movimiento. Ambos quedaron noqueados al instante.
Acto seguido sacando una ganzúa de la gabardina, me agaché a la cerradura de la puerta, la cual abrí usando “Los secretos del bandido: Arte de la ganzúa”.
-Vía libre- dije antes de introducirme en el almacén a la espera de que mi acompañante.
Tras abandonar el despacho, se dirigió a la barra del local mientras redactaba un mensaje en el primer papel que pillo a mano, un blog que solía usar para dejar notas y recados allí y allá. La nota era tan simple como directa:
“El señor Ming ha tenido una incidencia y no podrá atender sus responsabilidades, hablaremos de tus obligaciones a mi vuelta, así de como tus nuevos honorarios. Esto en un adelanto, respecto al despacho, creo que sabrás lo que te corresponde hacer en cuanto lo veas”
La nota fue entregada al jefe de barra, Braxton, junto con un pequeño fardo de billetes, la reacción del asiático fue tremendamente fría, casi de terror, y tras un pequeño gesto de afirmación se retiró de la barra a paso ligero para confirmar con exactitud sus peores temores.
No hubo nada más que nos retuviera en el fumadero, por lo que ambos salimos sin más dilación. No pude evitar mirar de reojo a algunos de los clientes el que ahora se suponía que era mi local, la mitad de ellos eran hombres sin espíritu que yacían de forma más o menos digna, dependiendo de lo que pidieran pagar, soñando viajes tan idílicos y oníricos que tan incapaces eran de expresar con palabras. Ciertamente mi curiosidad por saber con exactitud lo que sufrían aquellos era tremenda, pero consideraba que había que ser muy cobarde para tener que utilizar aquellas sustancias para evadirse, me resultaba una salida fácil y poco rentable.
No fue hasta la salida del local cuando Elliot comenzó a explicar con pocos detalles tras lo que andaba, al parecer, había encontrado algunos diarios y anotaciones que lo guiaban a lo que parecía ser los laboratorios de Vinsmoke, ya que estos ocultaban algo de interés para el elegante hombre. Ciertamente me sorprendió de escuchar ese nombre, la tecnología asociada a ese nombre era comparable a la del mismo Vegapunk, avances que probablemente podrían rivalizar con la actual VEPC, por muchos genios que trabajarán en ella.
-En los desiertos de Numbia, en el mar del sur, hay unos bereberes los cuales tienen un lema que me gusta mucho: “Vos pagáis, vos mandáis” - le respondí yo -En cuanto averigüe algo se lo haré saber, respecto al precio es algo respecto a lo que podremos hablar a su debido tiempo- proseguí mientras me giraba para ver la expresión del hombre, sabía que una mirada a los ojos de otro hombre era una técnica que inspiraba mucha confianza y que se había esforzado en trabajar a lo largo de los años -Yo conozco un secreto vuestro y vos conocéis uno mío, en lo que a mí respecta mis labios están sellados, por el bien de ambos- finalicé tajante.
Respecto a mi malestar, tuve la esperanza de que se aliviará al a salir al local, más fue en vano, la sensación no hizo otra cosa que ir en aumento, pero a medida que la intensidad se hacía más fuerte, también se volvía más clara. Era como una señal inhibidora, igual que la que utilizaba en sus terminales telefónicos para evitar escuchas indiscretas. Pero no llegaba a terminar de entender el porqué de esa sensación ¿Era un mecanismo de defensa? ¿Estaba realmente en lo cierto? ¿O simplemente era una burda migraña? Era algo sobre lo que tendría que meditar más adelante, en la oscuridad y soledad de su camarote.
No tardamos mucho más en llegar a la entrada del edificio tras el que estábamos, nos encontrábamos observando el contrachapado del mismo en uno de los callejones entre almacenes gemelos que discurrían enfrente al edificio del mismo tipo. Custodiando la entrada se encontraban un grupo de cinco matones, ninguno de los cuales aguantaría más de un asalto frente a cualquiera de nosotros dos. Pero aun así preferí evitar el conflicto.
-Entraremos por atrás- sugerí yo mientras me disponía a dar un rodeo -No pretendo llamar la atención- finalicé mientras aprovechando el trasiego de gente por la calle principal, como si de una bomba de humo se tratará, avanzar hasta colocarme en la puerta trasera del almacén, la cual estaba custodiada por tan solo un par de hombres, o al menos eso indicaba el mantra.
Rápidamente tomando velocidad giré la esquina y ataqué a sendos hombres propinándole al primero un puñetazo en la cara y al segundo un codazo con el mismo brazo que había golpeado al primero, seguido de un giro de cuerpo y una patada propinada con la pierna izquierda aprovechando al propia del rápido movimiento. Ambos quedaron noqueados al instante.
Acto seguido sacando una ganzúa de la gabardina, me agaché a la cerradura de la puerta, la cual abrí usando “Los secretos del bandido: Arte de la ganzúa”.
-Vía libre- dije antes de introducirme en el almacén a la espera de que mi acompañante.
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Una parte de su ser detestaba la idea de entrar por detrás. Es decir, si la puerta delantera ya apestaba a meados, un callejón al otro lado de los edificios improvisados con chatarra bien podía ser el infierno. Tampoco era un movimiento al que estuviese acostumbrado. Hacía tiempo, cuando se infiltraba en castillos y fortalezas, aprovechaba cada hueco posible para entrar a donde pretendía, pero su estilo había cambiado ligeramente. Usar las puertas traseras era lo que hacían los rateros; alguien con sus habilidades no se rebajaba a algo así. No obstante, llevar la contraria a su socio habría sido un mal comienzo, por lo que accedió.
Los dos endebles guardias de la aun más endeble puerta cayeron ante White con facilidad, al igual que la cerradura. "Si no pudiese hacer al menos eso, no habría valido la pena aliarse con él", se dijo. Hacía mucho que no ejercitaba las habilidades propias del infravalorado oficio de ladrón. Abrir una cerradura era un esfuerzo innecesario para quien podía ordenar mentalmente que se las abrieran.
El interior del almacén estaba repleto de "voces". Gerald examinó rápidamente el lugar con su mantra nada más cruzar el umbral -y saltar por encima de una rata muerta-. No localizó a nadie especialmente problemático, aunque sí un par de presencias que sobresalían entre la escoria. No se preocupó en absoluto, por supuesto. Había enfrentado a suficientes guerreros más fuertes que él como para no inquietarse ante la perspectiva de una batalla, y menos aún de una batalla con esa clase de chusma. Envuelto en su negra capa, se adelantó hacia las voces. Un grupo de gente parecía estar discutiendo junto a una hilera de mesas sobre la que descansaban varios fardos. ¿Sería su producto? Bah, eso era lo de menos.
Un tipejo con un bate colgado de la cintura se le acercó. El bate tenía un largo clavo oxidado sobresaliendo cerca del extremo, y aun así era más higiénico que el hombre que lo empuñaba. Gerald lo olió antes de verlo. Su mera presencia le ofendía en todos los sentidos imaginables, y no quería tener que soportar lo que sabía que venía a continuación: el mendigo, traficante o lo que diablos fuese sacaría su arma, le amenazaría y le preguntaría inútilmente qué estaba haciendo allí y cómo había burlado a su insignificante guardia. Luego perdería la cabeza.
Gerald consideró oportuno saltarse cuantos más pasos mejor y decapitarlo directamente.
La sangre no llegó a manchar el brillante acero de Pluma Negra. El cuerpo cayó y el ruido llamó la atención de los que rodeaban las mesas con la droga. Ahí estaban las armas, las amenazas y las preguntas absurdas. Debería dejar que fuese su socio quien los despachase. Al fin y al cabo, él era el que había sugerido ir a buscarlos en primer lugar. Claro que, bien pensado, tenía una oportunidad de confundirle un poco.
-Ya que vamos a colaborar, señor White, os mostraré cuál es mi habilidad -En cierto modo se la mostró, ya que entró en su cabeza para alterar su percepción. Pretendía simplemente que no pudiese verle, aunque si tenía haki podría detectarle. Ser invisible era un poder más bien inútil en según qué circulos-. Comí una fruta que me permite hacerme invisible. Admito que no es un poder muy espectacular.
¿Que por qué revelarle un poder falso en lugar de fingir que no tenía ninguno? Sencillamente porque si no mostraba una habilidad, White no dejaría de preguntarse si tenía una, y eso podía llevarle a hacerse preguntas. Era mucho más cómodo hacerle creer que poseía un poder inofensivo y, dicho sea de paso, muy fácil de fingir para él. No era invisible, por supuesto, tan solo borró su imagen de la mente de todos los allí presentes y se dedicó a ensartar a todo el que se le acercaba por casualidad, sin ponerse muy a la ofensiva. Al fin y al cabo, tenía que dejar alguno para White.
Los dos endebles guardias de la aun más endeble puerta cayeron ante White con facilidad, al igual que la cerradura. "Si no pudiese hacer al menos eso, no habría valido la pena aliarse con él", se dijo. Hacía mucho que no ejercitaba las habilidades propias del infravalorado oficio de ladrón. Abrir una cerradura era un esfuerzo innecesario para quien podía ordenar mentalmente que se las abrieran.
El interior del almacén estaba repleto de "voces". Gerald examinó rápidamente el lugar con su mantra nada más cruzar el umbral -y saltar por encima de una rata muerta-. No localizó a nadie especialmente problemático, aunque sí un par de presencias que sobresalían entre la escoria. No se preocupó en absoluto, por supuesto. Había enfrentado a suficientes guerreros más fuertes que él como para no inquietarse ante la perspectiva de una batalla, y menos aún de una batalla con esa clase de chusma. Envuelto en su negra capa, se adelantó hacia las voces. Un grupo de gente parecía estar discutiendo junto a una hilera de mesas sobre la que descansaban varios fardos. ¿Sería su producto? Bah, eso era lo de menos.
Un tipejo con un bate colgado de la cintura se le acercó. El bate tenía un largo clavo oxidado sobresaliendo cerca del extremo, y aun así era más higiénico que el hombre que lo empuñaba. Gerald lo olió antes de verlo. Su mera presencia le ofendía en todos los sentidos imaginables, y no quería tener que soportar lo que sabía que venía a continuación: el mendigo, traficante o lo que diablos fuese sacaría su arma, le amenazaría y le preguntaría inútilmente qué estaba haciendo allí y cómo había burlado a su insignificante guardia. Luego perdería la cabeza.
Gerald consideró oportuno saltarse cuantos más pasos mejor y decapitarlo directamente.
La sangre no llegó a manchar el brillante acero de Pluma Negra. El cuerpo cayó y el ruido llamó la atención de los que rodeaban las mesas con la droga. Ahí estaban las armas, las amenazas y las preguntas absurdas. Debería dejar que fuese su socio quien los despachase. Al fin y al cabo, él era el que había sugerido ir a buscarlos en primer lugar. Claro que, bien pensado, tenía una oportunidad de confundirle un poco.
-Ya que vamos a colaborar, señor White, os mostraré cuál es mi habilidad -En cierto modo se la mostró, ya que entró en su cabeza para alterar su percepción. Pretendía simplemente que no pudiese verle, aunque si tenía haki podría detectarle. Ser invisible era un poder más bien inútil en según qué circulos-. Comí una fruta que me permite hacerme invisible. Admito que no es un poder muy espectacular.
¿Que por qué revelarle un poder falso en lugar de fingir que no tenía ninguno? Sencillamente porque si no mostraba una habilidad, White no dejaría de preguntarse si tenía una, y eso podía llevarle a hacerse preguntas. Era mucho más cómodo hacerle creer que poseía un poder inofensivo y, dicho sea de paso, muy fácil de fingir para él. No era invisible, por supuesto, tan solo borró su imagen de la mente de todos los allí presentes y se dedicó a ensartar a todo el que se le acercaba por casualidad, sin ponerse muy a la ofensiva. Al fin y al cabo, tenía que dejar alguno para White.
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El local era un logar con un aspecto casi igual de desolador que le exterior, barriles con un rojo tornado marrón por el óxido dejaban intuir a lo que se había dedicado hacia largo tiempo el almacén, o al menos como habían sido sus inicios. El almacén era grande, mucho más grande de lo que parecía a primera vista, siendo lo más llamativo la gran altura a la que estaba el techo, por donde se intuía un sistema complicado de poleas semejante al de una grúa que seguramente se usaba o había usado para desplazar las enormes cargas que solían enterrarse en estos sitios.
Fue por esto por lo que no me asombro el gran número de persona que presentía que había en el almacén, al parecer el pecio de Baristan no había sido lo único que había crecido en los últimos meses. Entre tanto su compañero, Elliot Reiner, se adelantó lo justo como para comenzar a decapitar a el primer de los maleantes el cual portaba una clava al cinto. No pudo maldecir con el semblante al compañero por el mero hecho de dejar caer el cuerpo sin vida del maleante y con el consecuente ruido que produjo, no tardaron el resto de las personas en dar la voz de alarma, dejando tras de sí el sonido de un arsenal recargado y un par de interrogantes.
Entre los hombres venían mi socio me comentó algo en lo referente a su habilidad, algo que sospechaba que poseía más no esperaba que me lo fuera a decir de primeras, pero que no me resultó extraño ya que en ocasiones yo había hecho lo propio con algunos aliados temporales de los cuales había tenido que ir deshaciéndome a lo largo de mis desdichadas aventuras. Él era usuario y él era capaz de hacerse invisible, un poder que según él no era para nada espectacular. Tal como sospechaba sabía usar mantra, y el hecho de no tener un poder que pudiera trabajar mucho más haya le sugería que el decapitado que lo acompañaba también sabía usarlo, tal como había sospechado en los inicios de su reunión.
-Entiendo- conteste tras sonreír ligeramente -Aunque en lo personal me parece un lugar a la mar de útil- alagué mientras desfundaba mi arma -De hecho, desearía tenerlo ahora- musité bajando el tono a la vez que un par de hombres se me aproximaban. Si realmente quería medirme que así fuera.
De un rápido tajo ascendente liquidé al primero de ellos, retrocediendo un par de pasos ante los tanto impetuosos como imprecisos balanceos de la maza de su acompañante. No fue hasta el cuarto balanceo cuando contrataque, ensartando el cuerpo del corpulento criminal por el pecho, dejando sentir lo tosca y en ocasiones pesada me resultaba el arma que empuñaba.
Tres, cuatro, cinco, uno a uno todos los criminales fueron cayendo en una rápida e incesante sucesión de pasos, fintas, tajos, paradas y estocadas. Pese a que no acostumbraba a pelear era consciente de que mi forma estilo recordaba a los de un baile de salón, siempre en círculos, buscando el error del otro y cerciorándose de no cometer yo uno, esperando siempre pacientemente mi oportunidad y en cuanto aparecía tomarla con toda mi fuerza. Sin duda Lucio no se había equivocado en que el cómo somos es algo que traspasamos a todo lo que hacemos y la lucha no era una excepción.
Y el baile no se detuvo hasta que el doceavo cadáver cayó al suelo, ante mí solo quedaba un sofocado jovenzuelo de quince años el cual sostenía tembloroso un revolver descargado. En su cara se entre mezclaba el miedo y el asombro de cómo era posible que ni atacando dos, tres e incluso cuatro hombres a la vez no hubieran podido detener a aquel remolino.
- Antes de lo decapites ¿Qué hacemos con él? – pregunté a mi acompañante, valorando del interrogatorio y la tortura.
Absorber lo que quedará de la Troupe y ganar el control en los puertos era sin duda una oportunidad que no estaba dispuesto a desaprovechar. Aunque la desaparición de una banda podía llegar a ser un gran mensaje a dejar claro en aquel lugar, nadie robaba al "Té del viajero", al igual que nadie robaba a William White.
Fue por esto por lo que no me asombro el gran número de persona que presentía que había en el almacén, al parecer el pecio de Baristan no había sido lo único que había crecido en los últimos meses. Entre tanto su compañero, Elliot Reiner, se adelantó lo justo como para comenzar a decapitar a el primer de los maleantes el cual portaba una clava al cinto. No pudo maldecir con el semblante al compañero por el mero hecho de dejar caer el cuerpo sin vida del maleante y con el consecuente ruido que produjo, no tardaron el resto de las personas en dar la voz de alarma, dejando tras de sí el sonido de un arsenal recargado y un par de interrogantes.
Entre los hombres venían mi socio me comentó algo en lo referente a su habilidad, algo que sospechaba que poseía más no esperaba que me lo fuera a decir de primeras, pero que no me resultó extraño ya que en ocasiones yo había hecho lo propio con algunos aliados temporales de los cuales había tenido que ir deshaciéndome a lo largo de mis desdichadas aventuras. Él era usuario y él era capaz de hacerse invisible, un poder que según él no era para nada espectacular. Tal como sospechaba sabía usar mantra, y el hecho de no tener un poder que pudiera trabajar mucho más haya le sugería que el decapitado que lo acompañaba también sabía usarlo, tal como había sospechado en los inicios de su reunión.
-Entiendo- conteste tras sonreír ligeramente -Aunque en lo personal me parece un lugar a la mar de útil- alagué mientras desfundaba mi arma -De hecho, desearía tenerlo ahora- musité bajando el tono a la vez que un par de hombres se me aproximaban. Si realmente quería medirme que así fuera.
De un rápido tajo ascendente liquidé al primero de ellos, retrocediendo un par de pasos ante los tanto impetuosos como imprecisos balanceos de la maza de su acompañante. No fue hasta el cuarto balanceo cuando contrataque, ensartando el cuerpo del corpulento criminal por el pecho, dejando sentir lo tosca y en ocasiones pesada me resultaba el arma que empuñaba.
Tres, cuatro, cinco, uno a uno todos los criminales fueron cayendo en una rápida e incesante sucesión de pasos, fintas, tajos, paradas y estocadas. Pese a que no acostumbraba a pelear era consciente de que mi forma estilo recordaba a los de un baile de salón, siempre en círculos, buscando el error del otro y cerciorándose de no cometer yo uno, esperando siempre pacientemente mi oportunidad y en cuanto aparecía tomarla con toda mi fuerza. Sin duda Lucio no se había equivocado en que el cómo somos es algo que traspasamos a todo lo que hacemos y la lucha no era una excepción.
Y el baile no se detuvo hasta que el doceavo cadáver cayó al suelo, ante mí solo quedaba un sofocado jovenzuelo de quince años el cual sostenía tembloroso un revolver descargado. En su cara se entre mezclaba el miedo y el asombro de cómo era posible que ni atacando dos, tres e incluso cuatro hombres a la vez no hubieran podido detener a aquel remolino.
- Antes de lo decapites ¿Qué hacemos con él? – pregunté a mi acompañante, valorando del interrogatorio y la tortura.
Absorber lo que quedará de la Troupe y ganar el control en los puertos era sin duda una oportunidad que no estaba dispuesto a desaprovechar. Aunque la desaparición de una banda podía llegar a ser un gran mensaje a dejar claro en aquel lugar, nadie robaba al "Té del viajero", al igual que nadie robaba a William White.
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Gerald decidió dejar de matar a los zarrapastrosos que se le acercaban, y en vez de eso comenzó a empujarlos sutilmente hacia White. Un impulso mental por aquí, una patadita muy real por allá, y ya los tenía enfilados hacia su compañero. Le interesaba ver cómo se las arreglaba para lidiar con ellos, así que se mantuvo elegantemente al margen, intentando no pisar ninguno de los charcos de dudosa salubridad que por allí abundaban. Si White quería quedarse ese negocio, más le valdría darle una buena limpieza.
Su forma de combatir resultó no ser demasiado espectacular. Efectivo, paciente, meticuloso y sin rastro de poderes o habilidades especiales. ¿Podría estar ante un simple espadachín? Su estilo era aún un tanto tosco para su gusto, y carecía de la efectividad que Gerald había observado en otros espadachines más versados. No obstante, mostraba cierta destreza, aunque no consideraba que pudiese ser una amenaza llegado el caso. Al fin y al cabo, no tenía forma de defenderse de sus poderes.
El paso del tiempo mermó a la paupérrima banda de traficantes hasta reducir su número a tan solo uno. El joven, tan inepto como para no haber cargado su arma o como para haber fallado todos los tiros, afrontaba sus últimos momentos con una indigna mezcla de temblores y sudores fríos. ¿No podía reunir un poco de valor y morir como un hombre, en lugar de como un ratón asustado?
-No tengo ningún uso para el chico -dijo ante la pregunta de White.
Y era cierto. Lo único que quería era acabar sus asuntos allí y darse una ducha. Tal vez su socio tuviese otras intenciones, pero a él no le interesaban lo más mínimo. Ya había visto lo que quería, así que decidió poner fin a todo aquello con un gesto de su espada. Hundió la punta ligeramente en su cuello y se apartó para no mancharse los zapatos de sangre. Limpió la espada en las ropas del difunto y envainó antes de mirar a White.
-No me gusta ser tan predecible -le dijo, excusándose por no haberlo decapitado-. Muy bien, señor White. Disfrutad de vuestra nueva adquisición. Espero que convirtáis este sitio en algo más -"Higiénico", pensó- rentable. Os enviaré a alguien para que se deshaga de los cuerpos. Si me disculpáis, aquí acaba nuestro encuentro. Tomad -Gerald sacó una tarjeta plastificada en la que tan solo aparecía un número- Llamadme en unos días y acordaremos los detalles de nuestra colaboración, amén de nuestro... otro asunto. Buenas noches.
Gerald se marchó por donde había venido. El olor a mar le acompañó todo el camino hasta su barco. Mandó a Gibbs con un saquito de monedas de oro para que reclutara a unos cuantos hombres y limpiasen la sangre y los cadáveres, y una vez en su camarote mandó un mensaje:
"No tengo que recordarte lo importante que es no levantarte antes de tiempo, ¿verdad?", pensó, y sus pensamientos volaron hasta la mente del chico que yacía muerto ante la mesa de aquel almacén. El chico no respondió, pero Gerald se sintió satisfecho al notar su miedo. Eso quería decir que lo entendía. Si se levantaba antes de que Gibbs le avisase, White lo mataría, y Gerald quedaría en entredicho. Eso sería un problema pero, por suerte, no había nada mejor en lo que depositar la confianza que en el miedo de un cobarde, así que estaba convencido de que el chico mantendría la farsa. Pero, ¿y White? ¿Se mantendría para él? La muerte simulada del joven debería haberse reproducido en su mente sin contratiempos, al igual que el sutil impulso a ignorar la presencia que pudiera llegar a detectar, pero, ¿quién podía saber qué efectos tenía el opio de El té del viajero?
No era la imagen más detallista que Gerald había producido -no había tenido demasiado tiempo-, pero combinándola con la penumbra y el mal olor del almacén debería haber bastado para crear una ilusión lo suficientemente realista. Y estaba seguro de que su pequeño ayudante cumpliría con su parte. Es decir, su parte era ridículamente fácil. Había entendido muy rápidamente que la única forma que tenía de sobrevivir era hacer caso a la voz de su mente, una voz que ni siquiera sabía que pertenecía a Gerald. "Síguele", fue su orden. "En cuanto el hombre de ojos violeta se marche, espera a que el otro se vaya y síguelo. Encuentra su barco, su escondite y a sus socios. Hazlo y vivirás".
Y lo mejor de todo era que ni siquiera sería necesario arriesgarse con White en modo alguno. El chaval ni siquiera tenía que informar personalmente a Gerald, pues él podía ver a través de su mente con total claridad. Y si intentaba traicionarlo... Bueno, él lo sabría. Siempre lo sabía.
Su forma de combatir resultó no ser demasiado espectacular. Efectivo, paciente, meticuloso y sin rastro de poderes o habilidades especiales. ¿Podría estar ante un simple espadachín? Su estilo era aún un tanto tosco para su gusto, y carecía de la efectividad que Gerald había observado en otros espadachines más versados. No obstante, mostraba cierta destreza, aunque no consideraba que pudiese ser una amenaza llegado el caso. Al fin y al cabo, no tenía forma de defenderse de sus poderes.
El paso del tiempo mermó a la paupérrima banda de traficantes hasta reducir su número a tan solo uno. El joven, tan inepto como para no haber cargado su arma o como para haber fallado todos los tiros, afrontaba sus últimos momentos con una indigna mezcla de temblores y sudores fríos. ¿No podía reunir un poco de valor y morir como un hombre, en lugar de como un ratón asustado?
-No tengo ningún uso para el chico -dijo ante la pregunta de White.
Y era cierto. Lo único que quería era acabar sus asuntos allí y darse una ducha. Tal vez su socio tuviese otras intenciones, pero a él no le interesaban lo más mínimo. Ya había visto lo que quería, así que decidió poner fin a todo aquello con un gesto de su espada. Hundió la punta ligeramente en su cuello y se apartó para no mancharse los zapatos de sangre. Limpió la espada en las ropas del difunto y envainó antes de mirar a White.
-No me gusta ser tan predecible -le dijo, excusándose por no haberlo decapitado-. Muy bien, señor White. Disfrutad de vuestra nueva adquisición. Espero que convirtáis este sitio en algo más -"Higiénico", pensó- rentable. Os enviaré a alguien para que se deshaga de los cuerpos. Si me disculpáis, aquí acaba nuestro encuentro. Tomad -Gerald sacó una tarjeta plastificada en la que tan solo aparecía un número- Llamadme en unos días y acordaremos los detalles de nuestra colaboración, amén de nuestro... otro asunto. Buenas noches.
Gerald se marchó por donde había venido. El olor a mar le acompañó todo el camino hasta su barco. Mandó a Gibbs con un saquito de monedas de oro para que reclutara a unos cuantos hombres y limpiasen la sangre y los cadáveres, y una vez en su camarote mandó un mensaje:
"No tengo que recordarte lo importante que es no levantarte antes de tiempo, ¿verdad?", pensó, y sus pensamientos volaron hasta la mente del chico que yacía muerto ante la mesa de aquel almacén. El chico no respondió, pero Gerald se sintió satisfecho al notar su miedo. Eso quería decir que lo entendía. Si se levantaba antes de que Gibbs le avisase, White lo mataría, y Gerald quedaría en entredicho. Eso sería un problema pero, por suerte, no había nada mejor en lo que depositar la confianza que en el miedo de un cobarde, así que estaba convencido de que el chico mantendría la farsa. Pero, ¿y White? ¿Se mantendría para él? La muerte simulada del joven debería haberse reproducido en su mente sin contratiempos, al igual que el sutil impulso a ignorar la presencia que pudiera llegar a detectar, pero, ¿quién podía saber qué efectos tenía el opio de El té del viajero?
No era la imagen más detallista que Gerald había producido -no había tenido demasiado tiempo-, pero combinándola con la penumbra y el mal olor del almacén debería haber bastado para crear una ilusión lo suficientemente realista. Y estaba seguro de que su pequeño ayudante cumpliría con su parte. Es decir, su parte era ridículamente fácil. Había entendido muy rápidamente que la única forma que tenía de sobrevivir era hacer caso a la voz de su mente, una voz que ni siquiera sabía que pertenecía a Gerald. "Síguele", fue su orden. "En cuanto el hombre de ojos violeta se marche, espera a que el otro se vaya y síguelo. Encuentra su barco, su escondite y a sus socios. Hazlo y vivirás".
Y lo mejor de todo era que ni siquiera sería necesario arriesgarse con White en modo alguno. El chaval ni siquiera tenía que informar personalmente a Gerald, pues él podía ver a través de su mente con total claridad. Y si intentaba traicionarlo... Bueno, él lo sabría. Siempre lo sabía.
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No pude evitar hacer una mueca de dolor, una sensación tan desagradable que no era comparable a ningún dolor que hubiera sufrido con anterioridad. La sensación fue tan intensa como breve, pero lo suficientemente clara como para saber que algo no andaba bien. Primero aquella opresión en el ambiente, luego aquel zumbido constante en su cabeza y ahora ocurría esto.
Tras un suspiro, mientras trataba de recomponerme, miré entristecido el cuerpo sin vida del crio, si bien no había tenido problemas en lidiar con el resto de los matones, la juventud del chico me había despertado cierta piedad, tal vez porque seguramente no me separara más de dos o tres años de vida.
-Sois un hombre, sin piedad-entonó de forma algo ronca y fría, fingiendo cierta apatía por la situación – Y sí, por supuesto- respondió algo tajante tornando la mira en el rostro de su compañero -En cuanto ponga al día todos mis asuntos me pondré en contacto con usted- prosiguió tomando la tarjeta -Y será más pronto de lo que se imagina- pensó para sus adentros dando la espalda a su nuevo socio, tratando de enmascarar aquella fragilidad que sentía en aquel instante -Hasta entonces cuídese, señor Reiner- terminó encaminándose por el laberinto de cajas.
No fue hasta entonces cuando desplegó su mantra hasta el máximo rango que había conseguido dominar, asegurándose así de que su compañero invisible se había marchado y su presencia se difumaba más allá de los límites a los que alcanzaba a sentir. Estaba seguro de que el traficante se había escondido más que las cartas que le había mostrado, pero tampoco podía culparlo ya que él había hecho lo mismo.
Dio un par de vueltas mientras continúo examinando el inmobiliario mientras se imaginaba el aspecto que le daría, tal vez un nuevo sistema de poleas por arriba, un nuevo panel de controles por aquí y una plataforma de supervisión por arriba. De tarde en tarde se paraba a abrir alguna de las cajas de su lado y examinar su contenido, siendo la mayoría opio y demás sustancias que habían robado al inepto de Ming, aunque hubo una mención a aparte que me hizo sonreír ampliamente.
-Cien, no tal vez trescientos de los grandes- masculló pensando lo que le costaría dejar aquel antro a su gusto.
De vuelta al punto de partida, vio el reguero de cuerpos que había costado su nueva adquisición, viéndose forzado a preguntarse en que se estaba convirtiendo, de que si realmente había necesidad de todo aquello y preguntándose una vez más qué diría el viejo Shelby si lo viera ahora mismo.
-Probablemente él hubiera hecho lo mismo si hubiera tenido la oportunidad- musité para mis adentros, como si de un mantra recurrente al que recurría cuando quería evadirme del peso y la responsabilidad de mis actos.
Volví a mirar el cuerpo del joven, experimentando un sinfín de emociones: culpabilidad, melancolía, preocupación e intriga por la extraña sensación de que había algo fuera de lugar, el extraño impulso que pese a lo desagradable de la imagen no me dejará apartar la mirada, la paranoilla de que aún había un peligro cercándome.
Sacando un comunicador del abrigo contacto con uno de sus socios -Sí, todo marcha como predije, pero, aun así, tengo un mal presentimiento, volveré en unos días- fue el código en clave que dio a su compañero.
Colgó sin esperar recibir respuesta, como si de un telegrama se tratará, pero dejaría las explicaciones para más tarde, para cuando volviera a ver a su querido camarada cara a cara. Por el momento se dedicó a supervisar a los hombres que había mandado su socio, procurando que ninguno de ellos se llevará nada que no fuera suyo. De forma tan metódica como eficaz el grupo de hombre dirigidos por un capataz de ojos violeta limpiaron el sitio, incluyendo al chico. Una vez que había terminado, me quede en el interior del lugar.
Me pasé el resto del día sin moverme del lugar, llamando en varias ocasiones al té del viajero, contratando y organizando lo que eran los dos negocios, también llamé a Binks, el navegante heroinómano para que recogiera una pequeña caja y la llevará al despacho del Té del viajero, siendo muy explicitó en cómo y cuándo debía de hacerlo, aprovechando la entrada y salida de los mozos que cargarían y distribuirán el opio tal como decían las cuentas del anterior dueño.
Y no fue hasta pasada la media noche y tras ordenar la custodia del almacén a los nuevos “trabajadores” que abandoné el mismo, desapareciendo por la puerta y evaporándome rápidamente por las calles de Baristan confundiéndome entre los juerguistas y los maleantes que abundaban a esas horas de la noche.
El resto de la noche lo pasé explicando a Binks sus nuevas funciones en el almacén, así como explicándole las conocidas propiedades de lo que había en el interior de aquel cajón de madera, no sin dejarle con más dudas de que con las que preguntó.
En los días sucesivos, el malestar de White fue desapareciendo paulatinamente, no así la incógnita del origen de este, el cual no resultó concluyente a pesar de las numerosas hipótesis en las que se enfrasco. No fue hasta el segundo día cuando el joven retomo su rutina habitual, yendo a supervisar el trabajo de Binks en los almacenes al menos una vez al día. Finalmente, por lo que respecta a los negocios de Ming, el opio continúo recogiéndose, llegando y sirviéndose en el Té del viajero tal como se había hecho durante generaciones, respetando siempre la tradición familiar.
Tras un suspiro, mientras trataba de recomponerme, miré entristecido el cuerpo sin vida del crio, si bien no había tenido problemas en lidiar con el resto de los matones, la juventud del chico me había despertado cierta piedad, tal vez porque seguramente no me separara más de dos o tres años de vida.
-Sois un hombre, sin piedad-entonó de forma algo ronca y fría, fingiendo cierta apatía por la situación – Y sí, por supuesto- respondió algo tajante tornando la mira en el rostro de su compañero -En cuanto ponga al día todos mis asuntos me pondré en contacto con usted- prosiguió tomando la tarjeta -Y será más pronto de lo que se imagina- pensó para sus adentros dando la espalda a su nuevo socio, tratando de enmascarar aquella fragilidad que sentía en aquel instante -Hasta entonces cuídese, señor Reiner- terminó encaminándose por el laberinto de cajas.
No fue hasta entonces cuando desplegó su mantra hasta el máximo rango que había conseguido dominar, asegurándose así de que su compañero invisible se había marchado y su presencia se difumaba más allá de los límites a los que alcanzaba a sentir. Estaba seguro de que el traficante se había escondido más que las cartas que le había mostrado, pero tampoco podía culparlo ya que él había hecho lo mismo.
Dio un par de vueltas mientras continúo examinando el inmobiliario mientras se imaginaba el aspecto que le daría, tal vez un nuevo sistema de poleas por arriba, un nuevo panel de controles por aquí y una plataforma de supervisión por arriba. De tarde en tarde se paraba a abrir alguna de las cajas de su lado y examinar su contenido, siendo la mayoría opio y demás sustancias que habían robado al inepto de Ming, aunque hubo una mención a aparte que me hizo sonreír ampliamente.
-Cien, no tal vez trescientos de los grandes- masculló pensando lo que le costaría dejar aquel antro a su gusto.
De vuelta al punto de partida, vio el reguero de cuerpos que había costado su nueva adquisición, viéndose forzado a preguntarse en que se estaba convirtiendo, de que si realmente había necesidad de todo aquello y preguntándose una vez más qué diría el viejo Shelby si lo viera ahora mismo.
-Probablemente él hubiera hecho lo mismo si hubiera tenido la oportunidad- musité para mis adentros, como si de un mantra recurrente al que recurría cuando quería evadirme del peso y la responsabilidad de mis actos.
Volví a mirar el cuerpo del joven, experimentando un sinfín de emociones: culpabilidad, melancolía, preocupación e intriga por la extraña sensación de que había algo fuera de lugar, el extraño impulso que pese a lo desagradable de la imagen no me dejará apartar la mirada, la paranoilla de que aún había un peligro cercándome.
Sacando un comunicador del abrigo contacto con uno de sus socios -Sí, todo marcha como predije, pero, aun así, tengo un mal presentimiento, volveré en unos días- fue el código en clave que dio a su compañero.
Colgó sin esperar recibir respuesta, como si de un telegrama se tratará, pero dejaría las explicaciones para más tarde, para cuando volviera a ver a su querido camarada cara a cara. Por el momento se dedicó a supervisar a los hombres que había mandado su socio, procurando que ninguno de ellos se llevará nada que no fuera suyo. De forma tan metódica como eficaz el grupo de hombre dirigidos por un capataz de ojos violeta limpiaron el sitio, incluyendo al chico. Una vez que había terminado, me quede en el interior del lugar.
Me pasé el resto del día sin moverme del lugar, llamando en varias ocasiones al té del viajero, contratando y organizando lo que eran los dos negocios, también llamé a Binks, el navegante heroinómano para que recogiera una pequeña caja y la llevará al despacho del Té del viajero, siendo muy explicitó en cómo y cuándo debía de hacerlo, aprovechando la entrada y salida de los mozos que cargarían y distribuirán el opio tal como decían las cuentas del anterior dueño.
Y no fue hasta pasada la media noche y tras ordenar la custodia del almacén a los nuevos “trabajadores” que abandoné el mismo, desapareciendo por la puerta y evaporándome rápidamente por las calles de Baristan confundiéndome entre los juerguistas y los maleantes que abundaban a esas horas de la noche.
El resto de la noche lo pasé explicando a Binks sus nuevas funciones en el almacén, así como explicándole las conocidas propiedades de lo que había en el interior de aquel cajón de madera, no sin dejarle con más dudas de que con las que preguntó.
En los días sucesivos, el malestar de White fue desapareciendo paulatinamente, no así la incógnita del origen de este, el cual no resultó concluyente a pesar de las numerosas hipótesis en las que se enfrasco. No fue hasta el segundo día cuando el joven retomo su rutina habitual, yendo a supervisar el trabajo de Binks en los almacenes al menos una vez al día. Finalmente, por lo que respecta a los negocios de Ming, el opio continúo recogiéndose, llegando y sirviéndose en el Té del viajero tal como se había hecho durante generaciones, respetando siempre la tradición familiar.
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