Kaito Takumi
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- Datos del Participante:
Nv Efectivo del Usuario: 45.
Profesiones: Espía triple + Excelencia = Rango 5.
Estadísticas: Puntería 5, Reflejos 4, Agilidad 4, Velocidad 3, Sigilo 1
La isla del Karate es un reducto relativamente pacífico del South Blue donde las armas, aunque no prohibidas, están muy mal vistas. Es de todos sabido que la fuerza del espíritu es directamente proporcional a la fuerza del cuerpo, y la ayuda de métodos externos solo empobrece el alma. Es esta verdad la que llena el corazón de cada uno de los isleños, empujándoles día a día a hacerse más fuertes en los caminos que han escogido para fortalecerse. Este principio, transformado en miles de proverbios por cada casa líder de los estilos de combate, lo que define la sociedad de la conocida como "La isla de los luchadores".
Sabiendo esto.. ¿Qué haces aquí siendo un tirador? En serio. Bueno, eres un "Asesino Táctico", pero lo mismo da que da lo mismo. Aquí la gente lucha de frente y de cerca, propinándose unas ostias dignas de una cuaresma papal. Tendrás suerte si tu "Fallshot" puede contra una presa o con cualquier técnica de estos hombres y mujeres labrados en el arte del "combate honorable".
Pero bueno, estás aquí, ¿no? Probablemente invirtiendo uno de tus permisos vacacionales no pagados del gobierno mundial, con la intención de hacerte más fuerte en los campos en los que precisamente flojeas. Bien por ti. Sea como sea como llegues, dispones de la suficiente información y el sigilo para evitar las aduanas y registros que se han montado por los recientes asesinatos de unos cuantos "Danes", terceros y cuartos, de diversas casas combatientes de la isla. Si es que quieres, claro, porque puede que te pongan pegas con alguna de tus armas. Al parecer hay alguien por ahí matando karatekas, aunque desgraciadamente los rumores son tantos y tan variopintos que es difícil encontrar la más mínima verdad en ellos.
El cielo llora las muertes como una viuda a la que se lo han arrebatado todo. Aunque no hay truenos, el monzón empapa la ciudad de piedra y tejas repleta de dojos y jardines interiores. Las patrullas de marines y las de milicia local se reparten los barrios para intentar encontrar alguna pista que les permita desentrañar este misterio en el que, desgraciadamente para ti, te has visto enredado. Al fin y al cabo hay un cuerpo tendido en el suelo en la desierta calle comercial en la que ibas deambulando.
Por suerte para tí esa misma larga y oscura avenida de farolillos a medio morir da a las afueras, pero quizás no quieras ir por alí. De hecho hay muchas cosas que podrías hacer en este tenso momento entre que las patrullas lleguen hasta allí. Quizás quieras ir a uno de los locales para aporrear la puerta en busca de ayudas, o desaparecer por los tejados. ¿Inspeccionar el cadáver? Claro, porqué no.
Pero el tiempo apremia... e incluso con tus dotes de espía y tu modalidad de haki quizás quieras no llamar la atención esta noche tan aciaga.
- Los locales:
La mayor parte de los locales de la avenida principal son tiendas, ya sean de souvenires, de ropa o de tatamis. Hay unos cuantos restaurantes cerrados donde a duras penas pueden verse aún luces dentro, probablemente estén limpiando las cocinas. También hay un almacén, uno donde los pobres comerciantes sin local llevan sus carritos al cerrar la noche. Allí pueden escucharse el ruido de animales de carga, principalmente vacas, caballos y algún que otro buey, aunque parecen estar bastante tranquilos.
- Los tejados:
- Tejados. No hay nada. ¿Has mirado? Mira que como selecciones algo después de leerlo todo está muy feo. No te autodestripes cada posibilidad de resquicio de la historia.
Ahora en serio, aquí no hay nada, aunque podrás ver cómo las patrullas están recorriendo las calles accesorias buscando el alero de los techos para guarecerse del frío y eterno monzón. También podrás ver una ventana abierta en uno de los locales de una calle muy cercana, allí hay una muchacha local con la cabeza apoyada en sus brazos en el alféizar, con los ojos cerrados. Un sitio raro para dormir a estas horas con el frío, ¿no?
- El cuerpo:
El cadáver pertenece a un luchador de sumo. Es un tipo extremadamente grande y pesado, con desproporciones que casi podrían hacerle pasar por un semigigante. Pero este coloso inamovible que ya no volverá a moverse. Con su rostro hundido en el barro no deberías ser capaz de reconocerle, pero el tatuaje de su espalda habla por sí solo.
Es Moroshi Usashi "El jabalí", segundo dan de una escuela de sumo de la que particularmente no recuerdas el nombre. Habías visto alguno de sus carteles publicitando una marca de ramen y sus combates. Una pena, estaba en la flor de la vida...
No tiene heridas visibles, aunque ya podría estar destripado o con un boquete en el pecho que no lo vas a ver. Pesa la friolera de trescientos kilos, y a pesar de la lluvia puedes percibir la peste diversos manjares particularmente grasos que aún permanecen en el pegajoso sudor que colma su velludo velludo cuerpo. Qué asco de cadáver...
Como post inicial, sería conveniente que aparte de relatar dejaras un pequeño spoiler con las pertenencias (y el dinero) que has llevado para este viaje.O no.
A pesar de los spoiler expuestos para darte ciertos detalles según caminos que puedes tomar, puedes decidir labrarte otro camino
Simo Baker
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“Puta lluvia”, pensé mientras caminaba dejando el puerto atrás para adentrarme en la ciudad. Odiaba el mal tiempo ya de normal, pero allí lo odiaba todavía más. Las calles sin asfaltar conformaban un auténtico barrizal y la rústica iluminación no penetraba la densa cortina de agua que me rodeaba. Parecía que todo en este viaje iba a ir en mi contra. Ya no era solo el monzón y lo poco desarrollado de la isla, me desagradaban también sus habitantes. Desde que había llegado esa misma mañana me había quedado claro que me iba a costar encajar allí. Al parecer, los lumbreras que habían nombrado Karate a su isla porque no se les había ocurrido otra cosa mejor, se tomaban muy a pecho lo de las artes marciales. Este no habría sido un problema en otra situación, pero teniendo en cuenta que yo era un tirador extranjero y había habido una oleada de asesinatos… el desprecio hacia mi persona era más que evidente. De no haber sido por la información que había logrado sacarle a un grupo de marines borrachos en el puerto ni si quiera habría podido pasar por las aduanas con mi pistola. Y todo por culpa de esos musculitos de mente cerrada y sus estúpidos valores insulsos.
Suspiré cansado al ver que al fin llegaba a una de las calles principales. Al menos ya estaba allí, y si mantenía mi arma oculta podría no llamar la atención y cumplir mi propósito. Era una extraña forma de ocupar el tiempo libre entre misión y misión, pero dado que el gobierno financiaba todas mis actividades de ocio, me pareció una buena idea combinarlas con algo que pudiera serles útil. Porque sí, el principal motivo para ir a la Isla del Karate era disfrutar de los famosos sakes, apostar en las peleas y visitar las playas —bueno, esto último no—; pero tras eso quería aprender las formas más eficientes de enfrentar a luchadores. Era consciente que a lo largo de mi trayectoria iba a tener que enfrentarme a alguno, quería estar preparado para cumplir con mi pago al gobierno. Y ¿qué mejor sitio que la isla de las artes marciales para enfrentarme a artistas marciales?
“Mierda”, pensé interrumpiendo mi camino al encontrarme de frente, tumbado en mitad de la calle, el cadáver de un sumo. No había que ser un genio para darse cuenta de que si alguien me veía allí iba a tener serios problemas. Obviamente no me iba a quedar allí, mi plan desde un principio había sido pasar desapercibido y buscar un dojo donde poder entrenar; no obstante… La curiosidad de agente tiró de mí y me obligó a acercarme, aunque no demasiado, al cuerpo. Enorme, con un tatuaje reseñable en la espalda, aroma a comida y sin grandes manchas de sangre en el suelo. Tras esa vista panorámica de la escena que grabé en mi memoria me aparté rápidamente a uno de los lados de la calle. “¿Quién será? ¿Otro luchador?”, me pregunté. Quizá observándolo más de cerca habría podido averiguarlo, pero un vistazo rápido desde la distancia no daba para más. Igualmente lo averiguaría pronto, si los rumores volaban rápido por el puerto en la ciudad no sería distinto.
A pesar de ser una hora cercana a la de la cena no tenía mucha hambre y los restaurantes de la calle parecían cerrados, por lo que decidí olvidarme de la comida y empezar a mimetizarme con el lugar. Entré a la primera tienda de ropa lo suficientemente apartada del cadáver como para que si entraba fingiendo que venía del otro lado pudiera negar haberlo visto. No era estúpido, no iba a dejar que las patrullas que vinieran a verlo me tuvieran en el punto de mira; es por esto que para llegar a la puerta avanzaría elevándome ligeramente con el geppou evitando así dejar huellas o restos de barro. –Perdón por el desastre-, me disculpé a la dependienta mirando al charco que estaba formando a mis pies. –Acabo de llegar de viaje y me da que no vengo con la ropa necesaria para lidiar con este tiempo, ¿podría ofrecerme algo?-, pregunté sonriente y con respeto sin alejarme de la puerta para no manchar más. –Me han dicho que la ropa de la isla es muy cómoda y resistente, pero no se me da muy bien la moda. Seguro que usted puede ayudarme a encontrar la combinación ideal-, continué con una cálida sonrisa intentando agradar a la mujer a la vez que sacaba la cartera del bolsillo para que viera que tenía dinero. Estaba harto de ir empapado, algo de ropa seca y uno de esos amplios gorros que la gente usaba para protegerse la lluvia me vendría genial. Y además me ayudarían a parecer un local, que era sin duda un paso imprescindible para que me acogieran en la mayoría de lugares sin mirarme raro.
Suspiré cansado al ver que al fin llegaba a una de las calles principales. Al menos ya estaba allí, y si mantenía mi arma oculta podría no llamar la atención y cumplir mi propósito. Era una extraña forma de ocupar el tiempo libre entre misión y misión, pero dado que el gobierno financiaba todas mis actividades de ocio, me pareció una buena idea combinarlas con algo que pudiera serles útil. Porque sí, el principal motivo para ir a la Isla del Karate era disfrutar de los famosos sakes, apostar en las peleas y visitar las playas —bueno, esto último no—; pero tras eso quería aprender las formas más eficientes de enfrentar a luchadores. Era consciente que a lo largo de mi trayectoria iba a tener que enfrentarme a alguno, quería estar preparado para cumplir con mi pago al gobierno. Y ¿qué mejor sitio que la isla de las artes marciales para enfrentarme a artistas marciales?
“Mierda”, pensé interrumpiendo mi camino al encontrarme de frente, tumbado en mitad de la calle, el cadáver de un sumo. No había que ser un genio para darse cuenta de que si alguien me veía allí iba a tener serios problemas. Obviamente no me iba a quedar allí, mi plan desde un principio había sido pasar desapercibido y buscar un dojo donde poder entrenar; no obstante… La curiosidad de agente tiró de mí y me obligó a acercarme, aunque no demasiado, al cuerpo. Enorme, con un tatuaje reseñable en la espalda, aroma a comida y sin grandes manchas de sangre en el suelo. Tras esa vista panorámica de la escena que grabé en mi memoria me aparté rápidamente a uno de los lados de la calle. “¿Quién será? ¿Otro luchador?”, me pregunté. Quizá observándolo más de cerca habría podido averiguarlo, pero un vistazo rápido desde la distancia no daba para más. Igualmente lo averiguaría pronto, si los rumores volaban rápido por el puerto en la ciudad no sería distinto.
A pesar de ser una hora cercana a la de la cena no tenía mucha hambre y los restaurantes de la calle parecían cerrados, por lo que decidí olvidarme de la comida y empezar a mimetizarme con el lugar. Entré a la primera tienda de ropa lo suficientemente apartada del cadáver como para que si entraba fingiendo que venía del otro lado pudiera negar haberlo visto. No era estúpido, no iba a dejar que las patrullas que vinieran a verlo me tuvieran en el punto de mira; es por esto que para llegar a la puerta avanzaría elevándome ligeramente con el geppou evitando así dejar huellas o restos de barro. –Perdón por el desastre-, me disculpé a la dependienta mirando al charco que estaba formando a mis pies. –Acabo de llegar de viaje y me da que no vengo con la ropa necesaria para lidiar con este tiempo, ¿podría ofrecerme algo?-, pregunté sonriente y con respeto sin alejarme de la puerta para no manchar más. –Me han dicho que la ropa de la isla es muy cómoda y resistente, pero no se me da muy bien la moda. Seguro que usted puede ayudarme a encontrar la combinación ideal-, continué con una cálida sonrisa intentando agradar a la mujer a la vez que sacaba la cartera del bolsillo para que viera que tenía dinero. Estaba harto de ir empapado, algo de ropa seca y uno de esos amplios gorros que la gente usaba para protegerse la lluvia me vendría genial. Y además me ayudarían a parecer un local, que era sin duda un paso imprescindible para que me acogieran en la mayoría de lugares sin mirarme raro.
- Pertenencias:
- Ropa:
- -Botas.
-Pantalones tácticos de color gris oscuro con multitud bolsillos.
-Camiseta ajustada de manga corta y color gris clarito que tiene un pequeño bolsillo en el lado derecho del pecho.
- Accesorios:
- -Pequeña mochila de tela marrón.
- Armas:
- -Piumpiummuellemuelladora en mochila. Con cargador de balas antitanque (+1 en recamara).
- Otros:
- -King en el bolsillo de la camiseta.
-Regenerador celular junto a King.
-2 diales de humo blanco, negro, agua y ensordecedores repartidos en la mochila.
-Dos cargadores de balas antitanque para francotirador (9 balas) en la mochila.
-Cartera con el dinero en la mochila.
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Vaya vaya, conque entrando en locales ajenos enmedio de la lluviosa noche cuando los restaurantes ya están limpiando las cocinas tras las pocas cenas. ¡Baia baia!
La mujer envuelta en un kimono ligero, más bien tirando a pijama, te mira desde la sección del local que atraviesa su casa con una taza de té calentito en la mano. Es una señora de unos sesenta años, curtida en el arte de los negocios y algo te da que también en algún tipo de lucha. Arrugando su rostro que el tiempo no ha perdonado, frunce el ceño mientras se coloca uno de los muchos mechones grises de su largo pelo detrás de su oreja.
—¡Cómo sois los turistas! —se queja—. ¡Siempre con prisas en la vida! —comenta poco antes de tomar un sorbito de su taza de barro verde. Te mira un largo momento antes de moverse de aquí para allá en la tienda.
Durante un momento se queda delante de un mueble ya cerrado y recogido con las ropas, pero tras ese largo hiatus se gira y va hacia el pequeño mostrador que separa su casa del comercio que también contiene el pequeño edificio. Durante un instante puedes ver como la buena máscara comercial de la mujer se fragmenta en lo que era el principio de una mueca que no sabes bien en qué emoción acotar. Quizás era tarde y ya se iba a dormir, si no es que lo estaba ya... Además, tu buena educación por no mancharle el local tampoco permite que la veas mejor en la tenue luz que emana desde la lámpara de aceite que cuelga del pasillo.
Tras abrir uno de los largos cajones del mostrador saca un paquete ya preparado y un amplio amigasa, que te llegará a cubrir ambos hombros, de color blanco y cruzado por su centro por una larga línea roja.
Desde allí te mira, y luego se acerca con todos los bártulos lentamente hasta quedar poco más allá del alcance de tu brazo.
—Serán cincuentamil berries; por atenderte a deshora.
Sus verdes y sabios ojos pasan por encima del cerrojo de la puerta, sospechando de que se le fuera de la mente el haberlo cerrado con el tiempo que está haciendo fuera. No es muy difícil olvidar poner un tablón de madera para cerrar la puerta principal, y el esfuerzo es difícil de olvidar. "¿Me estaré haciendo vieja?", su expresión refleja bien ese pensamiento.
Una vez pagues, si es que decides hacerlo en vez de acuchillarla o algo para que te salga gratis, te pedirá que salgas que quiere descansar. Y no, no te permite cambiarte allí dentro; que no es hora para que un hombre la visite a esas horas. ¡¿Qué pensarían los vecinos?! Por suerte el alero de la casa está relativamente seco, ya que la lluvia no trae viento consigo.
Te vas a reír mucho cuando veas que las ropas locales que has comprado consta de unas sandalias robustas, un cinturón rosa palo y un cómodo jinbei verde fosforito. Parece que eso de no llamar la atención te va a resultar... difícil.
Mientras tanto puedes escuchar como las patrullas van de aquí para allá sobre el barro húmedo de las calles accesorias. Quizás sería buen momento para preguntarles por algún hotel cercano... O quizá sería un buen momento para huir y que no te relaccionen con el cadáver.
¿Qué harás? ¿Quieres reclamarle a la señora a lo mejor? El ticket estaba dentro del paquete (dentro y no sobre), aunque no pone el precio.
Si te quedas por ahí la patrulla local, una de tantas mejor dicho, no tardará en encontrarte. Conformada por un grupo de civiles de uno de los dojos karatekas, intentarán rodearte a la vez que te dirán un muy ensayado:
—No se resista o usaremos la fuerza. Queda usted bajo la jurisdicción de las fuerzas de la isla del karate.
¿Habrán tenido algún consejero legal? No parecen tipos que hablen... así. De hecho no parecen tipos que hablen antes de darte una paliza.
Si te vas de allí no tardarás mucho en encontrar varios auspicios a tu disposición para escoger. (Tienes libertad para describirlos siempre que respetes la ambientación típica, y de hecho pueden formar parte de un dojo).
La mujer envuelta en un kimono ligero, más bien tirando a pijama, te mira desde la sección del local que atraviesa su casa con una taza de té calentito en la mano. Es una señora de unos sesenta años, curtida en el arte de los negocios y algo te da que también en algún tipo de lucha. Arrugando su rostro que el tiempo no ha perdonado, frunce el ceño mientras se coloca uno de los muchos mechones grises de su largo pelo detrás de su oreja.
—¡Cómo sois los turistas! —se queja—. ¡Siempre con prisas en la vida! —comenta poco antes de tomar un sorbito de su taza de barro verde. Te mira un largo momento antes de moverse de aquí para allá en la tienda.
Durante un momento se queda delante de un mueble ya cerrado y recogido con las ropas, pero tras ese largo hiatus se gira y va hacia el pequeño mostrador que separa su casa del comercio que también contiene el pequeño edificio. Durante un instante puedes ver como la buena máscara comercial de la mujer se fragmenta en lo que era el principio de una mueca que no sabes bien en qué emoción acotar. Quizás era tarde y ya se iba a dormir, si no es que lo estaba ya... Además, tu buena educación por no mancharle el local tampoco permite que la veas mejor en la tenue luz que emana desde la lámpara de aceite que cuelga del pasillo.
Tras abrir uno de los largos cajones del mostrador saca un paquete ya preparado y un amplio amigasa, que te llegará a cubrir ambos hombros, de color blanco y cruzado por su centro por una larga línea roja.
Desde allí te mira, y luego se acerca con todos los bártulos lentamente hasta quedar poco más allá del alcance de tu brazo.
—Serán cincuentamil berries; por atenderte a deshora.
Sus verdes y sabios ojos pasan por encima del cerrojo de la puerta, sospechando de que se le fuera de la mente el haberlo cerrado con el tiempo que está haciendo fuera. No es muy difícil olvidar poner un tablón de madera para cerrar la puerta principal, y el esfuerzo es difícil de olvidar. "¿Me estaré haciendo vieja?", su expresión refleja bien ese pensamiento.
Una vez pagues, si es que decides hacerlo en vez de acuchillarla o algo para que te salga gratis, te pedirá que salgas que quiere descansar. Y no, no te permite cambiarte allí dentro; que no es hora para que un hombre la visite a esas horas. ¡¿Qué pensarían los vecinos?! Por suerte el alero de la casa está relativamente seco, ya que la lluvia no trae viento consigo.
Te vas a reír mucho cuando veas que las ropas locales que has comprado consta de unas sandalias robustas, un cinturón rosa palo y un cómodo jinbei verde fosforito. Parece que eso de no llamar la atención te va a resultar... difícil.
Mientras tanto puedes escuchar como las patrullas van de aquí para allá sobre el barro húmedo de las calles accesorias. Quizás sería buen momento para preguntarles por algún hotel cercano... O quizá sería un buen momento para huir y que no te relaccionen con el cadáver.
¿Qué harás? ¿Quieres reclamarle a la señora a lo mejor? El ticket estaba dentro del paquete (dentro y no sobre), aunque no pone el precio.
Si te quedas por ahí la patrulla local, una de tantas mejor dicho, no tardará en encontrarte. Conformada por un grupo de civiles de uno de los dojos karatekas, intentarán rodearte a la vez que te dirán un muy ensayado:
—No se resista o usaremos la fuerza. Queda usted bajo la jurisdicción de las fuerzas de la isla del karate.
¿Habrán tenido algún consejero legal? No parecen tipos que hablen... así. De hecho no parecen tipos que hablen antes de darte una paliza.
Si te vas de allí no tardarás mucho en encontrar varios auspicios a tu disposición para escoger. (Tienes libertad para describirlos siempre que respetes la ambientación típica, y de hecho pueden formar parte de un dojo).
- Recordatorio:
- Puedes hacer cualquier cosa que no esté puesta, como fumarte un piti. Si tienes alguna duda que pueda resolver puedes contactar conmigo.
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“Mierda”, pensé viendo la cara de la señora y escuchando su queja. Entendí bien lo que significaba. Por el hecho de no ir en una misión no había buscado información de la isla, por lo que ver que la puerta estaba abierta me he había llevado a suponer que llevaban horarios raros. Nada más lejos de la realidad, me había colado en la tienda de una señora mayor que había olvidado cerrar bien la puerta. En ese momento me sentí bastante estúpido, pero al menos la señora se tomó las molestias de responder positivamente a mi posición en lugar de echarme sin más.
La señora se tomó su tiempo en buscar algo que darme. Bajo mi atenta mirada busco primero en el lugar donde tenía la ropa y luego fue hacia el mostrador, donde a pesar de hacer algo sospechoso terminó encontrando lo que me iba a dar. Eran uno de los sombreros típicos del lugar y un paquete. ¿Qué había en el paquete? No lo sabía todavía pero no era el momento de averiguarlo. Me asusté un poco al escuchar el exagerado precio, lo que me hizo pensar que quizá el paquete tenía droga. Atendiendo a un desconocido a deshoras es lo más común que se podía vender a ese precio, pero viendo las reacciones de la mujer y sus gestos, sabía que era una tontería pensarlo si quiera. Simplemente, pagué, me disculpé de nuevo a la cansada tendera y me dispuse a abandonar el lugar.
Me detuve por un segundo en la calle para ponerme el sombrero y pensar a donde ir. La verdad es que estaba jodido, era de noche, llovía y no tenía donde dormir. Y además no podía olvidar que había un cadáver a no muchos metros de allí. Me centré en eso en cuanto comencé a escuchar unas voces acercarse por la calle perpendicular. No podía dejar que me cogieran en esa situación tan difícil de excusar, por lo que me desvanecí entre la lluvia. No había forma de que con la mala visibilidad y mi sigilo me encontraran, así que comencé subiendo al tejado con el geppou para ver qué dirección tomaban. En cuanto lo vi, empecé a alejarme moviéndome por los tejados usando el geppou y el soru para evitar que nadie me descubriera.
Pasé por varios dojos famosos a los que me habría gustado poder unirme, pero tenían las luces apagadas y las puertas cerradas. De haberme colado allí me habrían intentado echar a patadas, lo que seguramente habría acabado mal para ellos y, por tanto, para mí. Terminé llegando a una calle con varios hostales abiertos en los que me podría haber quedado a pasar la noche, pero entre ellos hubo algo que me llamó la atención. Apartada formando su propia manzana y con un muro de piedra que rodeaba su jardín, había lo que parecía ser una casa unifamiliar; sin embargo, en la puerta había un cartel en el que ponía “Dojo Ryujin”. Dudé por un instante, pero viendo que la entrada estaba iluminada, pensé que era mejor probar a dormir allí antes que en una simple posada. De esta forma también podría aprender un poco qué era un dojo y cómo actuar en el para que al día siguiente, cuando visitara uno de los famosos, me aceptaran. Con los bártulos comprados en mano, descendí del tejado en el que me encontraba y caminé lo que me quedaba de trayecto hasta la puerta. La madera del edificio parecía más vieja que desde la distancia, ¿me estaría metiendo en un antro viejo y destartalado? No lo sabía, pero ya me había decidido a probar suerte, así que toqué con decisión a la puerta.
La señora se tomó su tiempo en buscar algo que darme. Bajo mi atenta mirada busco primero en el lugar donde tenía la ropa y luego fue hacia el mostrador, donde a pesar de hacer algo sospechoso terminó encontrando lo que me iba a dar. Eran uno de los sombreros típicos del lugar y un paquete. ¿Qué había en el paquete? No lo sabía todavía pero no era el momento de averiguarlo. Me asusté un poco al escuchar el exagerado precio, lo que me hizo pensar que quizá el paquete tenía droga. Atendiendo a un desconocido a deshoras es lo más común que se podía vender a ese precio, pero viendo las reacciones de la mujer y sus gestos, sabía que era una tontería pensarlo si quiera. Simplemente, pagué, me disculpé de nuevo a la cansada tendera y me dispuse a abandonar el lugar.
Me detuve por un segundo en la calle para ponerme el sombrero y pensar a donde ir. La verdad es que estaba jodido, era de noche, llovía y no tenía donde dormir. Y además no podía olvidar que había un cadáver a no muchos metros de allí. Me centré en eso en cuanto comencé a escuchar unas voces acercarse por la calle perpendicular. No podía dejar que me cogieran en esa situación tan difícil de excusar, por lo que me desvanecí entre la lluvia. No había forma de que con la mala visibilidad y mi sigilo me encontraran, así que comencé subiendo al tejado con el geppou para ver qué dirección tomaban. En cuanto lo vi, empecé a alejarme moviéndome por los tejados usando el geppou y el soru para evitar que nadie me descubriera.
Pasé por varios dojos famosos a los que me habría gustado poder unirme, pero tenían las luces apagadas y las puertas cerradas. De haberme colado allí me habrían intentado echar a patadas, lo que seguramente habría acabado mal para ellos y, por tanto, para mí. Terminé llegando a una calle con varios hostales abiertos en los que me podría haber quedado a pasar la noche, pero entre ellos hubo algo que me llamó la atención. Apartada formando su propia manzana y con un muro de piedra que rodeaba su jardín, había lo que parecía ser una casa unifamiliar; sin embargo, en la puerta había un cartel en el que ponía “Dojo Ryujin”. Dudé por un instante, pero viendo que la entrada estaba iluminada, pensé que era mejor probar a dormir allí antes que en una simple posada. De esta forma también podría aprender un poco qué era un dojo y cómo actuar en el para que al día siguiente, cuando visitara uno de los famosos, me aceptaran. Con los bártulos comprados en mano, descendí del tejado en el que me encontraba y caminé lo que me quedaba de trayecto hasta la puerta. La madera del edificio parecía más vieja que desde la distancia, ¿me estaría metiendo en un antro viejo y destartalado? No lo sabía, pero ya me había decidido a probar suerte, así que toqué con decisión a la puerta.
Kaito Takumi
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Intelecto
Agudeza
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¿El "Dojo Ryujin"? Bueno, tú sabrás. No suena ni a dojo, y dada la conversión a hotelito y el desgastado estado de su fachada... Bueno, es obvio que las cosas no les van muy bien.
Tras unos momentos en los que el eco de tu llamada se propaga por las quejumbrosas salas del edificio, escuchas un largo suspiro y unos cansados pasos. Pobre portero, teniendo que aguantar a indeseables que llaman a estas horas. Tras un golpe por el otro lado de la puerta, que te coje de improvisto por su potencia, el pequeño hombrecillo consigue correrla de su prieta y medio escacharrada junta.
—Buenas noches— te dice mecánicamente con un poco de sarcasmo y exasperación en la mirada—. ¿Viene a hospedarse? La noche son trescientos berries, quinientos si se quiere dos comidas al día.
Pues es bastante barato, aunque dada la calidad del servicio, las instalaciones (y a saber qué comida que te darán), pues quizás te salga mejor ir a otro sitio. O no.
El posadero es un hombre de boca hancha y ropas humildes, aún más humildes por sus muchos remiendos. De ojillos saltones, rostro imberbe y un ligero sobrepeso, realmente parece un sapo que ha cobrado forma humana. El único pelo que podrás encontrar en él está recogido en una coletita que reúne los pocos pelos que le quedan... a menos que quieras que se abra el kimono-batín, claro.
Se echa a un lado dejándote sin escuchar ni esperar una respuesta; tiene muy claro que alguien como tú vendrá a por una habitación. Tras cerrar tras de tí la pesada puerta con esfuerzo, camina de vuelta al pasillo de puertas correderas de papel medio comido por polillas.
—Mañana me pagas, que tengo sueño. No sé porqué os da a los turistas que venis a Karate por salir tan tarde —se queja entredientes.
El edificio parece tener dos plantas, aunque la superior, si es que te decides a subir las escaleras que tienen más tablones rotos que escalones, se trata simplemente de una pequeña terraza en la que se cuelga la ropa. La baja en cambio ronda en torno a un patio interior formando un cuadrado perfecto sobre el que se recogen nada más y nada menos que ocho habitaciones (enfrentadas en los lados "pares"), y una cocina y un baño que se encuentran en el lado opuesto a un enorme salón que ocupa todo ese lado del edificio. Cada lado del edificio serán unos veinticinco metros, rodeados a su vez por un cuadrado un poco mayor que simplemente contiene un estrecho jardín salvaje pegado entre las paredes del edificio y el muro de unos dos metros que da a la calle.
No es un dojo muy grande, pero tiene su encanto. Especialmente ese estanque de... ¿carpas? Son peces marrones los que viven en el jardin central, acompañados de la sombra de un viejo melocotonero cargadito de flores.
Con respecto a las habitaciones, puedes ver a través de alguno de los huecos del destrozado papel de arroz si estan ocupadas. Solo hay dos inquilinos más además de ti: Una muchacha de unos dos metros fuerte como un toro que duerme con poca ropa y en una extraña contorsión, y un tipo que duerme sentado contra la pared que más bien parece un cadáver. ¿Estará muerto? Puede ser.
De todas formas tienes libertad para hacer lo que quieras allí, siempre y cuando no choque contra la de otros...
Tras unos momentos en los que el eco de tu llamada se propaga por las quejumbrosas salas del edificio, escuchas un largo suspiro y unos cansados pasos. Pobre portero, teniendo que aguantar a indeseables que llaman a estas horas. Tras un golpe por el otro lado de la puerta, que te coje de improvisto por su potencia, el pequeño hombrecillo consigue correrla de su prieta y medio escacharrada junta.
—Buenas noches— te dice mecánicamente con un poco de sarcasmo y exasperación en la mirada—. ¿Viene a hospedarse? La noche son trescientos berries, quinientos si se quiere dos comidas al día.
Pues es bastante barato, aunque dada la calidad del servicio, las instalaciones (y a saber qué comida que te darán), pues quizás te salga mejor ir a otro sitio. O no.
El posadero es un hombre de boca hancha y ropas humildes, aún más humildes por sus muchos remiendos. De ojillos saltones, rostro imberbe y un ligero sobrepeso, realmente parece un sapo que ha cobrado forma humana. El único pelo que podrás encontrar en él está recogido en una coletita que reúne los pocos pelos que le quedan... a menos que quieras que se abra el kimono-batín, claro.
Se echa a un lado dejándote sin escuchar ni esperar una respuesta; tiene muy claro que alguien como tú vendrá a por una habitación. Tras cerrar tras de tí la pesada puerta con esfuerzo, camina de vuelta al pasillo de puertas correderas de papel medio comido por polillas.
—Mañana me pagas, que tengo sueño. No sé porqué os da a los turistas que venis a Karate por salir tan tarde —se queja entredientes.
El edificio parece tener dos plantas, aunque la superior, si es que te decides a subir las escaleras que tienen más tablones rotos que escalones, se trata simplemente de una pequeña terraza en la que se cuelga la ropa. La baja en cambio ronda en torno a un patio interior formando un cuadrado perfecto sobre el que se recogen nada más y nada menos que ocho habitaciones (enfrentadas en los lados "pares"), y una cocina y un baño que se encuentran en el lado opuesto a un enorme salón que ocupa todo ese lado del edificio. Cada lado del edificio serán unos veinticinco metros, rodeados a su vez por un cuadrado un poco mayor que simplemente contiene un estrecho jardín salvaje pegado entre las paredes del edificio y el muro de unos dos metros que da a la calle.
No es un dojo muy grande, pero tiene su encanto. Especialmente ese estanque de... ¿carpas? Son peces marrones los que viven en el jardin central, acompañados de la sombra de un viejo melocotonero cargadito de flores.
Con respecto a las habitaciones, puedes ver a través de alguno de los huecos del destrozado papel de arroz si estan ocupadas. Solo hay dos inquilinos más además de ti: Una muchacha de unos dos metros fuerte como un toro que duerme con poca ropa y en una extraña contorsión, y un tipo que duerme sentado contra la pared que más bien parece un cadáver. ¿Estará muerto? Puede ser.
De todas formas tienes libertad para hacer lo que quieras allí, siempre y cuando no choque contra la de otros...
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“Cochambroso cómo esperaba, pero válido para pasar la noche”, pensé mientras la puerta se abría. Sonreí mientras el dueño se marchaba de vuelta a la cama ya que lo más seguro es que nunca fuera a pagar la estancia allí. Dejé unos instantes para perderlo de vista y entonces comencé a caminar inspeccionando el lugar. Estaba organizado en torno a un patio interior con una charca con peces exóticos y un árbol en flor, lo cual no me hizo nada de gracia. Sin duda era muy bonito, pero hubiese preferido que todo estuviera completamente a cubierto de la lluvia. A parte de eso había unas escaleras que levaban a la terraza que se veía desde fuera, ocho habitaciones, un gran salón, y un baño, el cual no parecía que fuera a ser suficiente para todas las habitaciones. A menos eso no iba a ser un problema ya que no estaban todas ocupadas. A parte de mí y el dueño solo parecía haber dos personas más, las cuales pude ver a través de los agujeros de las puertas de papel. Eran tan peculiares como su forma de dormir. Me pregunté si dormir de formas raras sería algo típico del lugar. Era probable, pero no era el momento de ponerme a indagar en las costumbres locales. Era tarde y además yo también andaba algo cansado y debía reflexionar sobre lo que había visto esa noche en la calle.
Finalmente me decidí por entrar en la habitación contigua a la de la mujer forzuda, ya que era la que menos agujeros tenía en el papel. No me iba a dar completa privacidad, pero cuanta más tuviera mejor. Tras esto organicé la bolsa con mis cosas, me quedé en calzoncillos y me recosté a dormir repasando las preguntas clave en mi cabeza. ¿Quién era el asesino de masas? ¿Cuáles eran sus motivaciones? ¿Debía meterme en el asunto o sería mejor dejarlo en manos de los locales? Estaba de vacaciones, pero había venido a aprender cosas que me ayudaran a ser un mejor recurso para el gobierno; sin duda aprender como eliminar ese nuevo tipo de amenaza estaría genial. Por otro lado, ese sitio era una mierda, ¿era si quiera un dojo de verdad? ¿Debería seguir allí o jugármela a tratar de entrar a uno de los dojos famosos? La gente de Karate parecía ser realmente hostil con los extranjeros. ¿Pararía de llover pronto? ¿De ser así que debía hacer primero, emborracharme o tomar el Sol? Demasiadas preguntas y poca información para responderlas. Acabé durmiéndome sin nada aclarado, aunque con la esperanza de que la vida e interacciones diurnas me ayudaran.
Finalmente me decidí por entrar en la habitación contigua a la de la mujer forzuda, ya que era la que menos agujeros tenía en el papel. No me iba a dar completa privacidad, pero cuanta más tuviera mejor. Tras esto organicé la bolsa con mis cosas, me quedé en calzoncillos y me recosté a dormir repasando las preguntas clave en mi cabeza. ¿Quién era el asesino de masas? ¿Cuáles eran sus motivaciones? ¿Debía meterme en el asunto o sería mejor dejarlo en manos de los locales? Estaba de vacaciones, pero había venido a aprender cosas que me ayudaran a ser un mejor recurso para el gobierno; sin duda aprender como eliminar ese nuevo tipo de amenaza estaría genial. Por otro lado, ese sitio era una mierda, ¿era si quiera un dojo de verdad? ¿Debería seguir allí o jugármela a tratar de entrar a uno de los dojos famosos? La gente de Karate parecía ser realmente hostil con los extranjeros. ¿Pararía de llover pronto? ¿De ser así que debía hacer primero, emborracharme o tomar el Sol? Demasiadas preguntas y poca información para responderlas. Acabé durmiéndome sin nada aclarado, aunque con la esperanza de que la vida e interacciones diurnas me ayudaran.
- Nota:
- Soy consciente de que hay un asesino ya que he visto a las patrullas, he escuchado al principio en el puerto rumores y he visto un cadáver ene el suelo en mitad de la noche. No obstante, no tengo mucha información sobre la situación ya que he huido de la zona en lugar de acercarme a analizar el cuerpo.
RESUMEN: Caminar inspeccionando el lugar y acostarme en una habitación a pensar que hacer el día siguiente antes mientras me duermo.
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Ah, la mañana... Tras una noche bastante movidita, el día se ha aclarado y el sol brilla. Los pájaros cantan, pero ya casi no hay nadie que levantar. La gente de Karate se despiertan bien temprano, ya sea para practicar o para poner a punto sus negocios y puestos en las largas calles comerciales...
El aroma a arroz cocido y el griterío de una voz femenina que corea "De-sa-yu-no, de-sa-yu-no" se añaden a la atmósfera del dojo, y colándose por los huecos del papel de arroz terminan de levantarte.
Pero bueno, desayunar significaría enfrentarte al pago que debes... e incluso a los otros compañeros de hospicio. Tú decides si ir hacia allí o marcharte a buscar un lugar mejor.
Tienes libertad para irte silenciosamente sin pagar y encontrar dojos, siempre y cuando respetes el hecho de que no se fian de los extraños por el ajetreo del asesino. Mucha gente está triste por la pérdida del que era su ídolo y famosa cara de una marca de fideos. Hay pequeños altares alrededor de los carteles del sumo.
Si decides quedarte, continuaré en el siguiente post con los personajillos estos.
El aroma a arroz cocido y el griterío de una voz femenina que corea "De-sa-yu-no, de-sa-yu-no" se añaden a la atmósfera del dojo, y colándose por los huecos del papel de arroz terminan de levantarte.
Pero bueno, desayunar significaría enfrentarte al pago que debes... e incluso a los otros compañeros de hospicio. Tú decides si ir hacia allí o marcharte a buscar un lugar mejor.
- Nota:
- Se necesitan 5 post para entrenar cada técnica, por eso procuraré que sean cortos cuando lleguen a ese momento de entrenamiento (Que todavía no te has encontrado un dojo de tu gusto, parece)
Tienes libertad para irte silenciosamente sin pagar y encontrar dojos, siempre y cuando respetes el hecho de que no se fian de los extraños por el ajetreo del asesino. Mucha gente está triste por la pérdida del que era su ídolo y famosa cara de una marca de fideos. Hay pequeños altares alrededor de los carteles del sumo.
Si decides quedarte, continuaré en el siguiente post con los personajillos estos.
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“Pues al final voy a tener que pagar la noche”, pensé con los ojos abiertos pero todavía sin incorporarme. Me había sacado de mi profundo sueño la llamada a grito de “DESAYUNO” de una voz de mujer; pero no fui el único que se despertó, mi estómago lo hizo al mismo tiempo. No paraba de rugir y la verdad es que entendía el por qué, había pasado mucho desde mi último bocado y el olor de la comida local estaba impregnando toda la sala. En fin, igualmente era lo mejor, ya había tenido una llegada lo bastante incómoda a la isla como para que encima se me marcara de ladrón.
Tranquilamente me vestí con las ropas que había conseguido la noche anterior, tome mis pertenencias en la bolsa y me dirigí al salón siguiendo el delicioso olor que anunciaba la hora de comer. Aunque me encontrara descansado y repleto de energía me molestaba haber dormido tanto. No es que fuera una hora excesiva, pero al parecer allí todos se habían levantado con el primer rayo de Sol. Para qué todavía era un misterio, pero iba a tener la oportunidad de preguntar qué es lo que hacía cada uno de esos individuos.
Lo primero que hice al entrar al gran salón fue fijarme en los que se encontraban en la estancia. -Buenos días-dije sonriente sentándome. –¿Podría tomar un poco de esa delicia? De verdad que tiene muy buena pinta-, pregunté al hombre que estaba sirviendo el desayuno. -Por cierto, me llamo Kaito- continué presentándome con voz de agradable samaritano. Hacerme pasar por un bonachón parlanchín era la interpretación que más aburrida me resultaba, pero había aprendido que era la forma más rápida y efectiva de que la gente me soltara información sin buscarme problemas. – Oh, y… señor. ¿Cuánto le debo por el servicio? Ayer como era tarde cuando llegué del viaje no le di nada.-, pregunté amablemente al dueño mientras sacaba la cartera. -Jajaja, si es que soy un auténtico despiste, discúlpeme. Estoy tan emocionado con lo de unirme a un dojo para ser un auténtico maestro marcial que no pienso bien todo lo demás. Jajaja-, continué con aspecto muy alegre; aunque la verdad es que estaba intentando provocar una reacción en los presentes. Planeaba analizarlos para saber si estaba en el lugar adecuado o realmente debía marcharme al terminar de comer.
Tranquilamente me vestí con las ropas que había conseguido la noche anterior, tome mis pertenencias en la bolsa y me dirigí al salón siguiendo el delicioso olor que anunciaba la hora de comer. Aunque me encontrara descansado y repleto de energía me molestaba haber dormido tanto. No es que fuera una hora excesiva, pero al parecer allí todos se habían levantado con el primer rayo de Sol. Para qué todavía era un misterio, pero iba a tener la oportunidad de preguntar qué es lo que hacía cada uno de esos individuos.
Lo primero que hice al entrar al gran salón fue fijarme en los que se encontraban en la estancia. -Buenos días-dije sonriente sentándome. –¿Podría tomar un poco de esa delicia? De verdad que tiene muy buena pinta-, pregunté al hombre que estaba sirviendo el desayuno. -Por cierto, me llamo Kaito- continué presentándome con voz de agradable samaritano. Hacerme pasar por un bonachón parlanchín era la interpretación que más aburrida me resultaba, pero había aprendido que era la forma más rápida y efectiva de que la gente me soltara información sin buscarme problemas. – Oh, y… señor. ¿Cuánto le debo por el servicio? Ayer como era tarde cuando llegué del viaje no le di nada.-, pregunté amablemente al dueño mientras sacaba la cartera. -Jajaja, si es que soy un auténtico despiste, discúlpeme. Estoy tan emocionado con lo de unirme a un dojo para ser un auténtico maestro marcial que no pienso bien todo lo demás. Jajaja-, continué con aspecto muy alegre; aunque la verdad es que estaba intentando provocar una reacción en los presentes. Planeaba analizarlos para saber si estaba en el lugar adecuado o realmente debía marcharme al terminar de comer.
- Resumen:
- -Me quedo, pago, pregunto cosas, como si me dan.
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—Claro que sí guapetón—dice la mujerona sirviendote un plato y guiándote un ojo.
Pero apenas sirve el cuenco de arroz cargado de lo que parece ser un estofado hecho de contundentes sobras, este desaparece de su mano y el posadero aparece al otro lado de la mesa, con este sujeto.
—Solo si paga. Esto no es una casa de la caridad. Qué puñetas—dice, devolviendo pacientemente la comida a las pequeñas fuentes de barro.
El cadáver come lentamente, sin quitarte sus mortecinos ojos de encima, parece analizarte sin ningún tipo de discrección. Da un poco de malrollo que no parpadee, la verdad.
—Qué sieso es usted, señor Ryujin, ¿poco exito con las mujeres?
—¡Eso no es de tu incumbencia, Anzu!
—Sí, eso es un sí—dice con una sonrisa dentuda mientras vuelve a comer como el toro que es.
Tras tu temprano ofrecimiento a pagar que apenas ha detenido aquella extraña vis cómica, tu hospedador entrecierra los ojos observando la cantidad de dinero de tu cartera. Se pasa los dedos por la barbilla, jugando con una perilla que no existe.
—Serán ochocientos berries, por despertarme ayer. — Y quizás por el hecho de que con esas ropas estrambóticas pareces alguien fácil de timar.
Una vez pagas el hombre te da la comida y se hace un breve pero incómodo silencio que es roto por una daga envenenada. Metafóricamente, hablando, claro.
—¿Eres algún tipo de infiltrado que ha venido a robar técnicas secretas?
—¿¡Robar?! —la palabra parece poner en alerta al posadero, pero tras llevarse la mano al pantalón se queda tranquilo.
El cadáver recibe una colleja de la risueña mujer que, literalmente, le clava la cara en la mesa.
—¡Tú siempre con tus conspiranoyas, Edward! ¡Qué agorero eres!
—Uno nunca es lo suficientemente precavido cuando hay gente muriendo cada noche...—balbucea aún con la cara pegada al mueble.
—¡Además, si quiere ir a ser un maestro de las artes marciales, se puede venir con nosotros en nuestra reivindicación del mejor arte marcial del mundo!
—Tu reivindicación—apunta, quitándose el muerto de encima.
—¡La lucha libre es el futuro! ¿No lo crees así, Kaito?
El posadero suspira. No parece que lleven poco tiempo aquí este extraño dúo dinámico.
Tras desayunar te invitarán a unirte a su pequeña comitiva recorriendo, uno tras otros, los dojos de aquel día en el que itentarán persuadir a su personal para hacer combates de demostración. Lo cierto es que no parece que lleguen muy lejos, porque aunque la chica rebosa de pasión, no tiene esa templanza típica de las artes marciales de tradición.
Pero apenas sirve el cuenco de arroz cargado de lo que parece ser un estofado hecho de contundentes sobras, este desaparece de su mano y el posadero aparece al otro lado de la mesa, con este sujeto.
—Solo si paga. Esto no es una casa de la caridad. Qué puñetas—dice, devolviendo pacientemente la comida a las pequeñas fuentes de barro.
El cadáver come lentamente, sin quitarte sus mortecinos ojos de encima, parece analizarte sin ningún tipo de discrección. Da un poco de malrollo que no parpadee, la verdad.
—Qué sieso es usted, señor Ryujin, ¿poco exito con las mujeres?
—¡Eso no es de tu incumbencia, Anzu!
—Sí, eso es un sí—dice con una sonrisa dentuda mientras vuelve a comer como el toro que es.
Tras tu temprano ofrecimiento a pagar que apenas ha detenido aquella extraña vis cómica, tu hospedador entrecierra los ojos observando la cantidad de dinero de tu cartera. Se pasa los dedos por la barbilla, jugando con una perilla que no existe.
—Serán ochocientos berries, por despertarme ayer. — Y quizás por el hecho de que con esas ropas estrambóticas pareces alguien fácil de timar.
Una vez pagas el hombre te da la comida y se hace un breve pero incómodo silencio que es roto por una daga envenenada. Metafóricamente, hablando, claro.
—¿Eres algún tipo de infiltrado que ha venido a robar técnicas secretas?
—¿¡Robar?! —la palabra parece poner en alerta al posadero, pero tras llevarse la mano al pantalón se queda tranquilo.
El cadáver recibe una colleja de la risueña mujer que, literalmente, le clava la cara en la mesa.
—¡Tú siempre con tus conspiranoyas, Edward! ¡Qué agorero eres!
—Uno nunca es lo suficientemente precavido cuando hay gente muriendo cada noche...—balbucea aún con la cara pegada al mueble.
—¡Además, si quiere ir a ser un maestro de las artes marciales, se puede venir con nosotros en nuestra reivindicación del mejor arte marcial del mundo!
—Tu reivindicación—apunta, quitándose el muerto de encima.
—¡La lucha libre es el futuro! ¿No lo crees así, Kaito?
El posadero suspira. No parece que lleven poco tiempo aquí este extraño dúo dinámico.
Tras desayunar te invitarán a unirte a su pequeña comitiva recorriendo, uno tras otros, los dojos de aquel día en el que itentarán persuadir a su personal para hacer combates de demostración. Lo cierto es que no parece que lleguen muy lejos, porque aunque la chica rebosa de pasión, no tiene esa templanza típica de las artes marciales de tradición.
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La reacción que esperaba provocar en mis compañeros de desayuno surgió inmediatamente tras mis palabras, con lo que pude empezara a examinar y comprender la personalidad de cada uno y la relación que tenían. Bueno, esa segunda un poco menos, ya que a pesar de ver que eran un buen dúo cómico no llegaba a ver que unía a la buena mujerona y al avaro dueño del dojo. Sin duda por cómo se comportaban los tres estaban bastante unidos, pero aún no alcanzaba a ver por qué. También saqué en claro que lo de la dueña de la tienda de ropa que me había engañado la noche de antes no era la única estafadora de la isla, parecía ser algo común allí. No me importó, prefería parecer un pardillo antes que enemistarme con el jefe del sitio. Eso sí no iba a seguir dejando salir los berries tan fácilmente para siempre.
Continué comiendo tranquilo aquel sabroso almuerzo mientras seguía observando a aquellos dos hasta que el “cadáver” llamó mi atención con unas acusaciones tan feas como directas. Preguntó qué si iba a robar sus técnicas, lo cual generó en mi mente la respuesta sí instantáneamente. No es que quisiera robar nada, pero para algo había ido a esa isla, por supuesto que mi intención era aprender todo lo que se me ofreciera. Obviamente no contesté eso, simplemente dejé que la colleja y regañina de Anzu le surtiera efecto. –¡No, no, no! No vengo a robar nada, solo vengo a aprender. No robaría ninguna técnica de la que el maestro que la enseña no me considerara digno-, respondí agitando las manos con tono integro. Fue agradable ver como la ingenua mujerona me invitaba a seguirles en el aprendizaje de su arte marcial a pesar de la continua negativa de Edward. –Aún no se suficiente sobre artes marciales para afirmar eso-, respondí humilde a Anzu. No pasó por alto el suspiro del que intuía debía ser el maestro del dojo, el tacaño posadero. Sin duda había pasado mucho tiempo con aquellos dos, estaba seguro que tener un alumno serio que de verdad mostrara aptitudes le agradaría.
Acabado el desayuno comenzó un paseo por la ciudad en el cual recorrimos una tremenda multitud de dojos en busca de alguien que quisiera pelear. Fue bastante deprimente ir de un lado a otro en un día lluvioso solo para recibir el rechazo de cada escuela que encontrábamos. Aun así, yo no perdí mi tiempo, utilicé esa caminata para analizar todos los dojos y personas con las que nos cruzábamos. Tenía especial interés en buscar pistas que me dijeran algo sobre el criminal que estaba llevando a cabo la oleada de crímenes en la ciudad, pero también me fijé en si me rentaba hacer un cambio de maestro. La respuesta a la segunda cuestión era fácil. No, no me iba a cambiar de escuela. A pesar de ser más grandes y famosas todas parecían tener una gran cantidad de alumnos y sistemas de ascenso muy complejos, lo cual requería un tiempo que no estaba dispuesto a perder para llegar a “algo”. Además, el nivel de los peleadores que había, tras analizarlos con haki tampoco era nada sorprendente, por lo menos la mayoría de ellos. A su juicio era mejor quedarse en con aquel pequeño grupo y aprovechar para aprender rápido como desenvolverse en el cuerpo a cuerpo. Aunque no tuviera el mejor maestro de todos sin duda sabría obtener un entrenamiento eficiente de él. –Señor Ryujin, ¿Cuándo cree que podremos empezar mi entrenamiento? A mí también me gustaría mostrar mi habilidad contra gente de otros dojos, pero primero tengo que conseguir esa habilidad-, dije con tono inocente e ilusionado con la intención de que aquel hombre comenzara a actuar como maestro.
Continué comiendo tranquilo aquel sabroso almuerzo mientras seguía observando a aquellos dos hasta que el “cadáver” llamó mi atención con unas acusaciones tan feas como directas. Preguntó qué si iba a robar sus técnicas, lo cual generó en mi mente la respuesta sí instantáneamente. No es que quisiera robar nada, pero para algo había ido a esa isla, por supuesto que mi intención era aprender todo lo que se me ofreciera. Obviamente no contesté eso, simplemente dejé que la colleja y regañina de Anzu le surtiera efecto. –¡No, no, no! No vengo a robar nada, solo vengo a aprender. No robaría ninguna técnica de la que el maestro que la enseña no me considerara digno-, respondí agitando las manos con tono integro. Fue agradable ver como la ingenua mujerona me invitaba a seguirles en el aprendizaje de su arte marcial a pesar de la continua negativa de Edward. –Aún no se suficiente sobre artes marciales para afirmar eso-, respondí humilde a Anzu. No pasó por alto el suspiro del que intuía debía ser el maestro del dojo, el tacaño posadero. Sin duda había pasado mucho tiempo con aquellos dos, estaba seguro que tener un alumno serio que de verdad mostrara aptitudes le agradaría.
Acabado el desayuno comenzó un paseo por la ciudad en el cual recorrimos una tremenda multitud de dojos en busca de alguien que quisiera pelear. Fue bastante deprimente ir de un lado a otro en un día lluvioso solo para recibir el rechazo de cada escuela que encontrábamos. Aun así, yo no perdí mi tiempo, utilicé esa caminata para analizar todos los dojos y personas con las que nos cruzábamos. Tenía especial interés en buscar pistas que me dijeran algo sobre el criminal que estaba llevando a cabo la oleada de crímenes en la ciudad, pero también me fijé en si me rentaba hacer un cambio de maestro. La respuesta a la segunda cuestión era fácil. No, no me iba a cambiar de escuela. A pesar de ser más grandes y famosas todas parecían tener una gran cantidad de alumnos y sistemas de ascenso muy complejos, lo cual requería un tiempo que no estaba dispuesto a perder para llegar a “algo”. Además, el nivel de los peleadores que había, tras analizarlos con haki tampoco era nada sorprendente, por lo menos la mayoría de ellos. A su juicio era mejor quedarse en con aquel pequeño grupo y aprovechar para aprender rápido como desenvolverse en el cuerpo a cuerpo. Aunque no tuviera el mejor maestro de todos sin duda sabría obtener un entrenamiento eficiente de él. –Señor Ryujin, ¿Cuándo cree que podremos empezar mi entrenamiento? A mí también me gustaría mostrar mi habilidad contra gente de otros dojos, pero primero tengo que conseguir esa habilidad-, dije con tono inocente e ilusionado con la intención de que aquel hombre comenzara a actuar como maestro.
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- T'as colao en eso de que los de los dojos no sean fuertes en su mayoría, pero bueno, si tu lo has dicho... por algo será. Las cerradas te van a putear más a tí que a mí...
Como tu has dicho los combatientes que hay no son nada espectaculares. Quizás haya algún talento oculto en alguno de ellos, pero el haki por ahora no los revela. Claro que para ciertos maestros que pasean por ahí con recelo y bien acompañados esto es francamente mentira. Ellos son fuertes, pero quizá es su fortaleza lo que los hace realmente débiles... O no. ¡Quién sabe!.
Desde luego la única verdad es que tus compañeros parecen bastante desilusionados con que, dada la situación, obtengan la misma respuesta en todos los dojos. La señorita está muy muy frustrada, la verdad.
—¡Yo quería pelear! ¡No es justo! —lloriquea Anzu.
El cadáver, que si mal no recuerdas se llama Edward, asiente dándole la razón como el que no quiere la cosa. No parece especialmente interesado en esta empresa, por mucho que acompañe a la fortachona empeñada en demostrar el poder de la Lucha libre.
Para cuando volvéis y abordas al pequeño posadero de boca ancha con tu propuesta, este está tomando un té que aparta recelosamente al verte. Es su té, después de todo.
—No recuerdo yo eso de ofrecerme —se jacta, sorbiendo su té y mirándote por el rabillo de su avaricioso ojo entrecerrado.
Baia, baia; cómo son las cosas.
—Siendo sincero no creo ni que merezca la pena entrenarte —dice el enfermizo Edward pasando a vuestro lado de rumbo a su habitación. ¡Ese tío solo mete puñaladas! ¡Qué malo!
Y entonces sientes dos fuertes manos sobre tus hombros. Dos manos que podrían partirte en dos tanto a lo ancho como a lo largo, y un rostro ensombrecido por una maliciosa sonrisa se asoma por tu hombro, con los ojos brillando con un contento maligno.
—Yo puedo enseñarte cosas si quieres... Cosas mucho más divertidas de que lo que te enseñen en la isla del Kárate.
Puede que su intención sea buena. Puede que incluso no te use como un pelele para pagar sus frustraciones. ¡Vaya, si puede incluso que te gusten las mujeres así, que aquí nadie está juzgando! Pero desde luego parece que, si quieres, tienes ya una maestra con la que puedas empezar tu entrenamiento.
Ah, y respecto a lo poco que has podido sacar en tu paseo con respecto a los asesinatos es que ya se ha corrido la voz del de ayer, del sumo. Y ya con este van siete grandes maestros a los que han dado muerte.
PD: Estoy por Dc si necesitas alguna duda o información adicional.
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“Puto viejo avaro e interesado, deja de hacerme perder el puto tiempo”, pensé molesto ante la negativa del hombre. Por supuesto no dejé que este desagrado se viera, en apariencia seguía siendo Kaito, el joven inocente que quería entrenar para ser un gran maestro marcial. –Vaya… Lo siento…-, dije con desilusión y tono triste finalmente mientras el señor Ryujin dejaba su té a un lado y me miraba raro. No mantuve ese tono cuando el feo de Edward intervino diciendo que no merecería la pena entrenarme. Tenía que parecer el alumno deseado por todo maestro. –No es así, sé que tengo el potencial para lograr cumplir mi sueño-, comencé a responder con ímpetu. -Con algo de ayuda, yo…-, traté de continuar cuando de golpe las enormes manos de Anzu se detuvieron sobre mis hombros. Su cara había cambiado a una que habría hecho que cualquier chavalín saliera corriendo; pero yo era un agente del Cipher Pol, lo que decía tenía más peso que el miedo que pudiera dar. - ¿En serio? Perfecto, aprenderé cosas y de paso mostraremos a Edward que se equivocaba. Matamos dos pájaros de un tiro, jeje-, acepté la propuesta de la grandullona volviendo al ánimo y alegría típicos de Kaito. - ¿Por dónde empezamos maestra? -, pregunté mentalizándome para controlar mis habilidades.
Dejando a un lado el entrenamiento mi cabeza también llevaba todo el día trabajando en planificar mi forma de actuación sobre la racha de asesinatos. Habían muerto siete grandes maestros, por lo cual el objetivo del asesino era claro. El criminal no se molestaba en ocultar los cadáveres por lo que parecía que quería que se expandiera rápido la noticia de la muerte de sus víctimas. Si lográbamos interactuar más con otros dojos no me costaría analizar más a los maestros de las islas para encontrar el patrón de ataque del asesino. Con esto podría incluso tenderle una trampa. Y una vez lo detuviera ceder el mérito a la marina para mejorar las relaciones entre la isla y el gobierno mundial. Parecía un buen plan, pero para ello debería comenzar a hacer rondas de vigilancia por las noches y esforzarme en el entreno para que me ofrecieran como peleador contra otros dojos. Esto último era muy importante para poder acercarme y vigilar a los otros maestros.
Dejando a un lado el entrenamiento mi cabeza también llevaba todo el día trabajando en planificar mi forma de actuación sobre la racha de asesinatos. Habían muerto siete grandes maestros, por lo cual el objetivo del asesino era claro. El criminal no se molestaba en ocultar los cadáveres por lo que parecía que quería que se expandiera rápido la noticia de la muerte de sus víctimas. Si lográbamos interactuar más con otros dojos no me costaría analizar más a los maestros de las islas para encontrar el patrón de ataque del asesino. Con esto podría incluso tenderle una trampa. Y una vez lo detuviera ceder el mérito a la marina para mejorar las relaciones entre la isla y el gobierno mundial. Parecía un buen plan, pero para ello debería comenzar a hacer rondas de vigilancia por las noches y esforzarme en el entreno para que me ofrecieran como peleador contra otros dojos. Esto último era muy importante para poder acercarme y vigilar a los otros maestros.
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“Puto viejo avaro e interesado, deja de hacerme perder el puto tiempo”, pensé molesto ante la negativa del hombre. Por supuesto no dejé que este desagrado se viera, en apariencia seguía siendo Kaito, el joven inocente que quería entrenar para ser un gran maestro marcial. –Vaya… Lo siento…-, dije con desilusión y tono triste finalmente mientras el señor Ryujin dejaba su té a un lado y me miraba raro. No mantuve ese tono cuando el feo de Edward intervino diciendo que no merecería la pena entrenarme. Tenía que parecer el alumno deseado por todo maestro. –No es así, sé que tengo el potencial para lograr cumplir mi sueño-, comencé a responder con ímpetu. -Con algo de ayuda, yo…-, traté de continuar cuando de golpe las enormes manos de Anzu se detuvieron sobre mis hombros. Su cara había cambiado a una que habría hecho que cualquier chavalín saliera corriendo; pero yo era un agente del Cipher Pol, lo que decía tenía más peso que el miedo que pudiera dar. - ¿En serio? Perfecto, aprenderé cosas y de paso mostraremos a Edward que se equivocaba. Matamos dos pájaros de un tiro, jeje-, acepté la propuesta de la grandullona volviendo al ánimo y alegría típicos de Kaito. - ¿Por dónde empezamos maestra? -, pregunté mentalizándome para controlar mis habilidades.
Dejando a un lado el entrenamiento mi cabeza también llevaba todo el día trabajando en planificar mi forma de actuación sobre la racha de asesinatos. Habían muerto siete grandes maestros, por lo cual el objetivo del asesino era claro. El criminal no se molestaba en ocultar los cadáveres por lo que parecía que quería que se expandiera rápido la noticia de la muerte de sus víctimas. Si lográbamos interactuar más con otros dojos no me costaría analizar más a los maestros de las islas para encontrar el patrón de ataque del asesino. Con esto podría incluso tenderle una trampa. Y una vez lo detuviera ceder el mérito a la marina para mejorar las relaciones entre la isla y el gobierno mundial. Parecía un buen plan, pero para ello debería comenzar a hacer rondas de vigilancia por las noches y esforzarme en el entreno para que me ofrecieran como peleador contra otros dojos. Esto último era muy importante para poder acercarme y vigilar a los otros maestros.
Dejando a un lado el entrenamiento mi cabeza también llevaba todo el día trabajando en planificar mi forma de actuación sobre la racha de asesinatos. Habían muerto siete grandes maestros, por lo cual el objetivo del asesino era claro. El criminal no se molestaba en ocultar los cadáveres por lo que parecía que quería que se expandiera rápido la noticia de la muerte de sus víctimas. Si lográbamos interactuar más con otros dojos no me costaría analizar más a los maestros de las islas para encontrar el patrón de ataque del asesino. Con esto podría incluso tenderle una trampa. Y una vez lo detuviera ceder el mérito a la marina para mejorar las relaciones entre la isla y el gobierno mundial. Parecía un buen plan, pero para ello debería comenzar a hacer rondas de vigilancia por las noches y esforzarme en el entreno para que me ofrecieran como peleador contra otros dojos. Esto último era muy importante para poder acercarme y vigilar a los otros maestros.
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Una ancha y dentuda sonrisa se adueña de toda la cara de la mujer. ¡Por fin tiene un pupilo! ¡Y es un buen mozo! La que te va a caer... Te llevará a una habitación donde empezará a sacarte telas y cosas para que, como primer y punto más importante de su estilo de lucha, escojas el que va a ser tu traje de debut para los combates.
—¡La lucha libre no es solo pelear, es un método de vida! ¡Un espectáculo de dos cuerpos fuertes y entrelazados envueltos en una sudorosa capa de esfuerzo y sudor!
¿Se le cae la baba mientras habla? Ha dicho sudor dos veces. ¿Dónde te has metido, Simo? ¿Cómo vas a salir de esta? ¿Quieres salir de esta? Porque si no va a pasar el resto de la tarde enseñándote las bases de las presas y, el punto más importante: aceptar todo lo que tu rival venga a ofrecerte. ¿Es masoquista? No, es que su estilo de lucha es así. Hay otros más saltarines de los que no es particularmente muy fan. Sin ofender al Frijolito Saltador, claro, ese tío es el amo del ring.
Va a pasar un tiempo hasta que tengas la oportunidad de ir a otros dojos, pero mientras puedes investigar por tu cuenta. Gracias a tu labor de espía vas obteniendo cierta información pseudoprivilegiada, como que, indudablemente, los maestros han sido envenenados. ¿Pero no había rastro de heridas, no? No, así que el veneno debe entrar en sus cuerpos de alguna forma cruel, como un gas, o quizás una inyección muy precisa. Eso no lo saben todavía.
También notas que dado el toque de queda que hay, que no es demasiado bien visto ni tampoco demasiado respetado, hay poca gente por la calle de noche. Patrullas, prostitutas, ciertos establecimientos de comida ambulante que se aprovechan de los hambrientos que salen a darse un tentempié en media noche, algún ladronzuelo al que si cogen van a partirle las piernas... Esa clase de lacra.
—¡La lucha libre no es solo pelear, es un método de vida! ¡Un espectáculo de dos cuerpos fuertes y entrelazados envueltos en una sudorosa capa de esfuerzo y sudor!
¿Se le cae la baba mientras habla? Ha dicho sudor dos veces. ¿Dónde te has metido, Simo? ¿Cómo vas a salir de esta? ¿Quieres salir de esta? Porque si no va a pasar el resto de la tarde enseñándote las bases de las presas y, el punto más importante: aceptar todo lo que tu rival venga a ofrecerte. ¿Es masoquista? No, es que su estilo de lucha es así. Hay otros más saltarines de los que no es particularmente muy fan. Sin ofender al Frijolito Saltador, claro, ese tío es el amo del ring.
Va a pasar un tiempo hasta que tengas la oportunidad de ir a otros dojos, pero mientras puedes investigar por tu cuenta. Gracias a tu labor de espía vas obteniendo cierta información pseudoprivilegiada, como que, indudablemente, los maestros han sido envenenados. ¿Pero no había rastro de heridas, no? No, así que el veneno debe entrar en sus cuerpos de alguna forma cruel, como un gas, o quizás una inyección muy precisa. Eso no lo saben todavía.
También notas que dado el toque de queda que hay, que no es demasiado bien visto ni tampoco demasiado respetado, hay poca gente por la calle de noche. Patrullas, prostitutas, ciertos establecimientos de comida ambulante que se aprovechan de los hambrientos que salen a darse un tentempié en media noche, algún ladronzuelo al que si cogen van a partirle las piernas... Esa clase de lacra.
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