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La rosa de los vientos. Norte y Sur. Empty La rosa de los vientos. Norte y Sur. {Miér 14 Ago 2019 - 1:19}

Prólogo. El Sur en el Norte.

No quedaba mucho para que el sol se pusiese. Buena parte de él se había hundido ya en el mar, mientras que el resto, como si de un viajero atrapado en arenas movedizas se tratase, luchaba por no verse arrastrado a las profundidades. Desde su posición en el borde de la cofa, con las piernas cruzadas sobre la baranda y la mirada perdida en el oleaje, Therax sentía que estaba por encima del mismísimo astro rey.

Aun así, ése no era el lugar que le hubiera gustado ocupar. Había tomado la costumbre de subir allí tras la desaparición de Hou, el vigía de los Arashi. Muchas cosas habían sucedido tras el reencuentro de la tripulación, incluyendo el mayor choque militar que se recordase en mucho tiempo —propiciado por un señor con más influencia que estatura, eso sí— o una visita no demasiado agradable a Zou.

—¡Mufaza, deha de ronroneá y trae pa’cá eza bola de lana! –exclamó Manué desde la base del mástil. El condenado había cogido la mala costumbre de sacar al león de sus casillas por pura diversión —lo que, todo sea dicho, no era demasiado difícil—. Su nueva afición le había costado ya más de un susto y algún que otro zarpazo intimidatorio. Era cuestión de tiempo que saliese herido, y se lo tendría merecido.

Fuera como fuere, el mink se encontraba en esos momentos ayudando a Nox y Luka con el mantenimiento del barco, que constituía una nada desdeñable fuente de trabajo. Era por eso que no estaba ejerciendo su función habitual: otear el horizonte desde donde estaba el espadachín, el lugar que había ocupado Hou con anterioridad. ¿Por qué no habría vuelto?, ¿le habría sucedido algo? Era alguien despreocupado de por sí, pero ¿hasta el punto de no dignarse a dar señales de vida? Sabía que nadie le obligaría a quedarse si no quería hacerlo.

—¡Deja tranquilo al gato y ve a por un par de botellas de ron! –gritó Zane desde el timón, arrojándole a Manué el hueso de ternera que acababa de desnudar—. ¡Llevo toda la tarde calentando la voz para esta noche!

Absorto en sus pensamientos, apenas notó la leve presión que cayó sobre su hombro izquierdo. Therax llevó allí su mano por puro instinto, con calma, hasta que un tacto húmedo borró de un plumazo cualquier pensamiento.

—¡Pero qué coño! ¿¡Qué se me ha cagado encima!? —se quejó, alzando la vista y llevando la mano a Byakko. Despedazaría al bicho que hubiese hecho aquello.

Sin embargo, en el cielo no había ni rastro de vida. Ni siquiera se podían distinguir las habituales siluetas de las aves migratorias en el horizonte. Un aleteo detrás de su cabeza le sobresaltó, y un par de garras no tardó en agarrar firmemente su hombro izquierdo. Un ave de plumaje níveo había decidido que ése era el mejor lugar para descansar. No, aquella lechuza le resultaba agradablemente familiar, y el trozo de papel atado a una de sus extremidades dejaba claro que no se había detenido allí por casualidad.

Su abuelo, Niord, acostumbraba a usar aquellos pájaros para comunicarse con él. Jamás había sabido cómo se las ingeniaba para averiguar su localización, pero siempre lo hacía. Ese hecho era un peligro en sí mismo, pero pospuso las preocupaciones hasta el momento en que la alegría se desvaneciese. Un picotazo nervioso incidió en el lóbulo de su oreja, apremiándole para que cogiese de una vez la misiva y diese de comer al mensajero. Así lo hizo.

—¡Esme! —repitió hasta que la pelimorada tuvo a bien responder—. Hazme un favor y dale de comer a la lechuza. Y ten cuidado, que se puede cagar en tus hombros.

La chica maldijo por lo bajo antes de perderse en las profundidades del barco. ¡Qué mal genio tenía la condenada! Aunque tampoco era algo que le quitase el sueño a Therax, pues, por muy liberales que fueran en ese sentido, la escala de mando estaba ahí. El contramaestre se acomodó en la barandilla de la cofa antes de desplegar la carta. La caligrafía del viejo abrazó su mirada hasta tal punto que casi creyó ser capaz de oír su voz.

Ey, mocoso:

¿Qué tal todo? Espero que bien. Me han llegado las noticias de lo que sucedió en la ejecución de Legan Legim. He tardado un poco en enterarme, pero la información necesita un tiempo para llegar al South Blue, ya sabes. Tu abuela está preocupada por ti. No culpo a Loreen, a fin de cuenta llevas meses sin dar señales de vida, desgraciado. Podrías pasarte alguna vez a hacer una visita… Ya te cogeré.

Pero bueno, que me pierdo yo solo. No sólo te escribo para interesarme por ti, que también. El motivo de que te envíe esta carta hoy y no cualquier otro día es que alguien me obliga a hacerlo. Nunca te he hablado de él porque tampoco tenía mucho que decirte, la verdad, pero un conocido —no sólo mío, sino también de tu padre— se presentó en mi casa hace unos días. No esperaba verle allí, así que me cogió por sorpresa y apenas tuve tiempo de reaccionar. Ese desgraciado se mueve más rápido de lo que jamás hubiera imaginado.

Tranquilo, la abuela y los primos están bien. No tienes que preocuparte por ellos, sólo me quería a mí.


Entonces, como si hubiese estado esperando el momento idóneo para hacerlo, un trozo rectangular de papel escapó del sobre para caer sobre el regazo del rubio. Su rostro había pasado de la felicidad a la confusión y, por último, al enfado. Niord ocupaba por completo la imagen que encontró al desplegar la misiva. Su cuerpo lleno de sangre y heridas se encontraba firmemente atado a un gran cilindro metálico. ¿Cómo podía escribir de forma tan relajada estando en ese estado?

No sé si te habrás fijado, pero Filomena también lleva consigo un eternal pose. Está sujeto a su cuello con una correa ajustable. Procura no perderlo, porque te llevará al lugar donde nuestro amigo planea que os veáis en un plazo máximo de dos semanas.

Therax, no sé lo que quiere. Es todo muy raro, porque me ha dejado escribir lo que me diese la gana siempre y cuando te contase lo que él quería. Sólo se ha asegurado de meter esa imagen en el sobre y de poner la brújula en el cuello de la lechuza. No quiero pedirte que vengas, pero supongo que lo harás… Pues si finalmente te decides, no tardes. No sé cuánto tiempo están dispuestos a darme, o a darte, pero me gustaría volver a ver a mi familia… Tu familia. Si ves que no es buena idea hacerlo, que es muy arriesgado o que no es sensato meterse de cabeza en lo que está claro que es una trampa, tranquilo, porque tienes mi comprensión y mi perdón.

[righy]Niord[/right]


Un tantō voló desde las alturas, aterrizando justo al lado del pie de Spanner. La madera decidió quejarse mediante un crujido, y la empuñadura continuó agitándose durante varios segundos. La sosegada mirada del más racional de la tripulación se detuvo sobre el arma. Acto seguido, la levantó para comprobar con la misma tranquilidad cómo el rubio aterrizaba dando un fuerte golpe en la cubierta.

—¿Se puede saber qué pasa? —preguntó Luka, malhumorado, tras asomar la cabeza por el portón que conducía a la bodega. Daba sorbos de uno de esos batidos excesivamente azucarados a los que tanto gusto les había cogido.

Therax respondió lanzándole a la cara el mensaje, el cual había sido arrugado hasta convertirse en una minúscula esfera, y se marchó a buscar a Esme para conseguir el eternal pose.

Los días siguientes fueron un tanto agitados —por decirlo suavemente—. Los más razonables de entre los Arashi no dejaban de aconsejarle que no fuese al encuentro o que, si lo hacía, fuese junto al resto de la tripulación. Por otro lado, Luka y Zane tenían claro que no debía pensárselo, que tenía que ir donde hiciese falta y pisar cuantos cuellos fuese necesario. Era evidente que aquello no era más que una provocación, una burda trampa tendida sin ningún tipo de disimulo. ¿Tan previsible era? Eso parecía, porque actuó tal y como se esperaba de él.

El tercer día tras la recepción del mensaje todo estaba preparado. Llevaba algunas provisiones, aunque lo cierto era que no necesitaba demasiadas. Tib esperaría en el barco, pues aún no se había desarrollado del todo y fácilmente podía convertirse en otro motivo de chantaje y extorsión. Había recibido ánimos y palabras de aliento de todos y cada uno de sus compañeros, incluida Kath, aunque a su particular manera. Por eso, cuando saltó por la borda y desplegó las alas no necesitó mirar hacia atrás para saber que estaban con él. Una corriente de viento ascendente, creada con toda la furia que atesoraba en esos momentos, impulsó al espadachín hacia las alturas.

La brújula se agitaba constantemente, como si dudase cuál era el camino correcto. Aun así y pese a las leves oscilaciones, permanecía apuntando en una dirección la mayor parte del tiempo. El inmenso azul reinaba donde quiera que mirase bajo sus alas, cercano a confundirse con un cielo que se esforzaba por imitar su tamaño y color. Las olas al ser rebasadas eran lo único que confirmaba que realmente se estaba moviendo, y las nubes actuaban sobre él como un reflejo de las primeras.

Desplegó aún más las alas, alzándose por encima de los cúmulos blancos que de vez en cuando le impedían ver el sol. Allí buscaba la calma que no lograba encontrar en su interior. Las preguntas se sucedían en su mente, pero la furia le impedía pensar con claridad y un mínimo de frialdad. Tal vez en las alturas hallase un entorno más apropiado para serenarse y poner en orden sus ideas, pero nada más lejos de la realidad.

Las emociones y los recuerdos se agolpaban en su interior. ¿A qué demonios venía aquello? Si aquel tipo quería hablar con él —o intentar acabar con su vida, que era lo más probable a la luz de los acontecimientos—, era tan sencillo como ingeniárselas para encontrarle. De hecho ni siquiera era necesario; nunca había renunciado a un desafío de esa índole sin una causa mayor que lo justificase… ¡Pero secuestrar a Niord estaba fuera de lugar, y no era en absoluto necesario darle semejante tunda! Liberó un grito fruto de la impotencia, que fue acompañado por una poderosa ráfaga de viento a la cual se incorporó, acelerando cuanto pudo.


Capítulo I. Los monos viven en las nubes.


Agua. Sólo agua sin importar dónde mirase. No tenía tiempo que perder y allí estaba, contemplando el inmenso océano. No había ni un mísero islote que confundir con su destino. Había descendido de las alturas hacía ya varios kilómetros, buscando asegurarse de que no se le pasara por alto, pero allí no había nada.

—¿Qué significa esto? —preguntó en voz baja, malhumorado.

—No sé, tal vez… —comenzó a decir H en su interior.

—¿Tal vez qué?

—Nada, nada. Es sólo que… Bueno, nada.

Therax se decidió a comprobar por última vez que se encontraba en el lugar indicado. Voló en la dirección que señalaba la manecilla de la brújula, pero apenas había recorrido unos cientos de metros cuando ésta se dio la vuelta, informándole de que debía volver sobre sus pasos. El lugar que buscaba, fuese cual fuese, tenía que estar allí mismo.

Claro que… Siempre existía la posibilidad de que la latitud y altitud no fuesen los únicos parámetros que marcasen la posición. El mundo se representaba en un mapa, pero no era tal. Debía ver su destino como un punto localizado en un espacio en tres dimensiones, no dos. No podía sumergirse por motivos obvios, pero tenía la posibilidad de ir en sentido contrario. «Espero estar en lo cierto y que se encuentre ahí», se dijo, propulsándose hacia las alturas.

Una nube anormalmente grande se encontraba sobre él. Ofuscado por la ausencia de la isla a la que se dirigía, no había reparado en su presencia hasta que se había dirigido a ella. Decidió no introducirse en su interior y flanquearla, buscando algo que le indicase dónde estaba su destino. El contorno era liso, extremadamente liso, y una densidad fuera de lo común le concedía un aspecto que trascendía lo algodonoso.

Tuvo que dar varias vueltas en torno a la aglomeración de vapor de agua hasta que, a punto de desechar su hipótesis, vislumbró una muesca casi imperceptible en la silueta nubosa. No se lo pensó. Cualquier posibilidad, por remota que fuese, merecía ser investigada. Al introducirse en su interior se encontró con un túnel. La oscuridad luchaba por hacerse con el poder allí dentro, pero los rayos del sol pugnaban por atravesar el manto blanco y repelerla. El resultado era una penumbra a la que los ojos del rubio no tardaron en acostumbrarse.

Como si de un símil de la vida se tratase, una luz emergió en algún punto lejano. Therax aceleró el ritmo, aleteando periódicamente para darse aun más impulso del que le proporcionaba la corriente de viento que había creado. Y cuando por fin salió de allí, la imagen que vieron sus ojos le dejó sin palabras.

Una nube ascendía desde algún lugar como una espiral. En su punto más alto, alineado con la mirada de Therax, emergía una meseta que servía de apoyo a una construcción antigua. Tan antigua que, vista desde la distancia, parecía una miniatura de barro, una maqueta hiperrealista de algún monumento. ¿Cuántos kilómetros habría?, ¿dos tal vez?

No importaba. La imagen era tan bella que cerca estuvo de olvidar por un instante la razón por la que se encontraba allí. Por otro lado, H guardaba un silencio sepulcral en su interior. El ave no era el interlocutor más elocuente, pero con el tiempo habían desarrollado una relación de confianza y era raro que permaneciese callado tanto tiempo. «Vamos allá», se dijo.

Conforme se aproximaba se fue haciendo más consciente de lo espectacular del lugar. Aquello era como una cámara escondida dentro de la nube. La construcción a la que se dirigía parecía haber sido insertada dentro de un cilindro y depositada sobre la espiral que la sostenía… Allí, en un lugar perdido donde nadie pensaría en buscar algo. No cabía duda de que era lo que señalaba el eternal pose, pero ¿qué tendría ese lugar? ¿Por qué ése y no otro?

Los detalles se hacían más nítidos conforme la distancia se reducía, revelando una edificación tan añeja como imponente. Parecía haber sido construida con algún tipo de piedra arenosa, la cual había adquirido un aspecto arcilloso tras tiempo conviviendo con la humedad de la nube.

Amplios ventanales poblaban la fachada del lugar, que debía tener capacidad para alojar sin problema a varios miles de personas. Torreones salpicaban techos situados a diferentes alturas en función de la zona en la que se encontrasen. La puerta de acceso, reforzada con remaches cobrizos que cubrían buena parte de su superficie, se encontraba entreabierta. Estaba flanqueada por unos soportales, a los cuales se podía acceder a través de numerosas arcadas.

Un tímido paso precedió al siguiente, y éste a otro más. Cuando quiso darse cuenta, se había introducido por completo en el lugar y las puertas quedaban a varios metros de distancia. Se encontraba en un pasillo, donde una raída alfombra era sitiada por desgastadas estatuas hasta perderse en la lejanía. Colosales aves de piedra que no podían ser más que águilas eran las encargadas de juzgar lo que sucedía frente a ellas. La oscuridad no era absoluta, pero apenas permitía ver a unos metros de distancia.

Antes de adentrarse en las profundidades de la misteriosa construcción, dedicó un instante a analizar las efigies que, pétreas, le escoltarían en su camino. Exhibían una actitud amenazante, con las garras abiertas y las alas completamente desplegadas, como si pretendiesen impedir el paso a cualquiera que osase pasar frente a ellas.

Los pies de Therax arrancaban susurros arenosos al tapiz que pisaba, pero el sonido fue completamente anulado unos instantes después. Al rebasar la tercera pareja de aves, una ráfaga de viento golpeó su cabeza desde la derecha. No la había visto venir. Es más, ni siquiera le parecía haber percibido la presencia de nadie. Desenfundó sus sables y se colocó en guardia, pero nada sucedió. Nadie apareció, pero una nueva corriente acarició su rostro.

Haciendo gala de toda la cautela posible, se dirigió hacia la pared del corredor. El ancho de éste debía rondar los seis metros, así que apenas tardó un segundo en alcanzarla. Al ver de cerca el muro, comprobó que para el interior habían usado el mismo material que para el exterior, sólo que le habían concedido forma de ladrillo. Fuera como fuere, allí faltaban muchos. No obstante, la impresión no era la de un tabique derribado, sino la de uno construido así premeditadamente.

Continuó con su recorrido, y a cada paso que daba el viento fluía con más libertad. No importaba que se hallase en un estrecho corredor, un pasillo inmenso o unas escaleras: el aire era el rey allí. Tanto era así que comenzaba a sospechar que la construcción estaba deshabitada. Aquello no le gustaba en absoluto. Sabía que se dirigía hacia una trampa, pero entre los posibles escenarios que baraja no estaba ser abandonado en una solitaria isla del cielo. Maldijo por lo bajo, esperando algún consejo por parte de H. No obstante, el espíritu del ave no se dignó a contestar.

La tensión del rubio crecía conforme aquel paseo sin sentido se alargaba, y la actitud del águila no ayudaba en absoluto. Sin embargo, una luz bajo la cual no se había encontrado desde que llegase allí atrajo su atención. Se encontraba en el acceso a una gran sala redonda, cuyo diámetro no debía ser inferior a los cien metros. Una pasarela recorría la circunferencia al completo, encontrándose a varios metros de altura. Varias escaleras descendían hacia los numerosos círculos concéntricos que conducían hasta una plataforma central, la cual se elevaba de nuevo hasta la altura de la pasarela. Dio un paso y, después, todo negro.

***

―Tremenda hostia te he dado ―dijo una voz familiar junto a él, pero su vista aún seguía afectada por el golpe. Intentó ponerse en pie, pero se vio incapaz. Sus manos fueron a su cintura en busca de sus sables, pero no se encontraban allí. Todo eran peros―. Tranquilo, te las he quitado para que fuera más fácil moverte. No te va a pasar nada; sólo faltaría que a estas alturas desconfiases de mí.

―¿Quién eres?

―Vamos, ¿no me reconoces? ―inquirió la voz, manifiestamente dolida.

Los ojos del contramaestre iban acostumbrándose poco a poco a lo que le rodeaba. Estaba boca arriba, orientado hacia una gran cúpula centrada por una enorme lente. A través de ella entraba luz a raudales e incidía directamente sobre él. Su último recuerdo acudió a su mente. Debía encontrarse en la misma sala que sus ojos habían contemplado y, a juzgar por lo poco que podía ver, ocupaba el centro de la misma.

―¿Cómo vas? ―volvió a preguntar la voz, apareciendo como una silueta oscura y borrosa que le imposibilitaba contemplar el cristal. Algo golpeó su frente casi con ternura antes de que la figura volviese a desaparecer.

El espadachín se tomó unos segundos más y, tras un esfuerzo de dimensiones que no esperaba, al fin pudo sentarse. El tipo se encontraba junto a él, arrodillado frente a algo que tapaba con su cuerpo. No podía ser. ¿Era cierto lo que sus ojos veían? ¡Hou! ¿Qué demonios hacía allí?

―¿En serio me has pegado ese porrazo? –inquirió el rubio, entre confuso y enfadado-. ¡Llevo cinco minutos intentando levantarme, desgraciado!

El antiguo vigía miró hacia el techo antes de liberar una profunda carcajada, la cual resonó en todo el lugar y se extendió por las diversas entradas que conducían a la nave.

―No sabes las ganas que tenía de hacer eso ―replicó con una sonrisa pícara―. ¿Se puede saber qué haces en el Templo del Cielo? Jamás hubiera pensado que te iba a encontrar aquí. De hecho, te he zurrado porque pensaba que eras algún cazarrecompensas o que venías a ver qué encontrabas. No aparecen mucho, pero de vez en cuando viene alguno que se pasa de listo y tengo que darle madera.

Agitó un gran bō frente a él, mostrándole el artilugio que había empleado para noquearle hacía algunos minutos. No tardó en dejarlo a un lado y arrojarle un gran bollo de pan, que Therax devoró como si llevase semanas sin comer. Y es que lo cierto era que, con tanta tensión acumulada, su estómago parecía haberse cerrado y no estar dispuesto a asimilar nada. ¿Dónde estaban sus provisiones?

Sin embargo, encontrarse con alguien a quien había echado tanto de menos le reconfortaba considerablemente. El resquemor seguía ahí, sí. La preocupación por el estado de Niord continuaba atenazando su alma, pero Hou era capaz de diluirla en buena medida sólo con su presencia.

―¿Y qué hay de ti? ―preguntó, balbuceando antes de tragar―. ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Y cómo es que no te has ido?

―Pues llegué aquí de rebote; pasaba por aquí y esas cosas. No me quedaba demasiado tiempo para irme cuando uno de esos tíos con los que te he confundido entró. Vino volando en un chisme rarísimo y llevaba tropecientos artilugios más extraños todavía. Deberías haber visto su cara cuando se fue de aquí, acojonado perdido. Sigo aquí porque es lo más divertido que he hecho en mi vida, soy el fantasma del templo o algo así.

Therax sonrió. Sorprendentemente, no le extrañó en absoluto el arbitrario motivo que mantenía allí a su antiguo compañero. Alzó la vista hacia las paredes, reparando en algo de lo que no había sido consciente hasta ese momento. En contraposición a lo que sucedía en el resto del templo, allí no soplaba el viento. La curiosidad se manifestó en su cara antes de volver a dirigir la vista hacia Hou.

―¿Cómo es que aquí no hay aire?

El castaño sonrió antes de dirigirse al mismo centro de la estancia. Justo al lado de donde se encontraba el domador, un pedestal sostenía una pequeña esfera nacarada. Las manos de su anfitrión se posicionaron sobre ella y, un instante después, un perezoso crujido hizo retumbar la sala al completo. Las piedras de las paredes comenzaron a moverse. Se comportaban como minúsculas piezas de un puzle, luchando por modificar la estructura de las paredes. Algunos orificios se abrieron en éstas, simulando la disposición que el rōnin alado había visto a lo largo de los corredores.

Un furioso vendaval golpeó la sala, haciendo vibrar cada fibra de quienes la ocupaban. Therax prestó atención a las corrientes de viento, que se movían a su antojo, como lo haría si se encontrase en el interior de las mismas. Cerró los ojos para dejarse llevar por ellas, pero una intensa punzada en la cabeza le impidió hacerlo.

La voz de H volvió a rugir en su interior tras varias horas sin hacerlo, pero de un modo diferente. Reverberaba con un eco diferente, como si una voz diferente repitiese casi al mismo tiempo lo que el ave decía.

―Creo que no ha sido muy buena idea entrar aquí ―comentó el águila, empleando para ello un escalofriante tono neutro―. Ilagne… es muy fuerte entre estas paredes. ¡Déjalo, no está preparado! —exclamó en solitario, dirigiéndose a otra persona. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Acaso había perdido el juicio allí dentro? Era lo más probable, pero ¿por qué?

― ¡Me da igual! ―replicó una voz rasgada―. Casi todos han hecho un mal uso de tu poder, y nada ni nadie puede asegurarme que en este caso no será así. Tengo que comprobarlo.

―¡Mi palabra debería bastarte!

―Confié en ella en el pasado y te equivocaste. No volveré a regalarle mi vida a alguien sin haberle puesto a prueba yo mismo.

Therax asistía a la discusión, impotente. No era que no supiera qué decir, que también. Se encontraba maniatado ―metafóricamente, claro―, siendo incapaz de intervenir en la conversación en modo alguno. Pudo notar cómo, de repente, la atención del desconocido se centraba en él. Una intensa punzada recorrió de nuevo su cabeza en ese instante. La imagen que le rodeaba, ya difuminada tras la repentina irrupción de la voz rasgada, despareció por completo.

Un entorno azulado demasiado familiar la sustituyó. Allí había hablado con H tras el misterioso sueño que había vivido en Buia. Sin embargo, el ave no se encontraba en el círculo de luz en esa ocasión. El lugar era ocupado por una persona de proporciones finas y rasgos orientales. Su cabeza, completamente rasurada; su cuerpo, cubierto en su totalidad por líneas negras y blancas que se entrelazaban como si de serpientes se tratasen. Tantas eran que apenas permitían distinguir las facciones de quien las lucía, y una holgada túnica anaranjada hacía de ésta una tarea aún más difícil.

—¿Quién eres tú? —inquirió al tiempo que se llevaba una mano a la cabeza, como si así pudiese expulsar los últimos restos del dolor que le había atenazado hacía unos segundos.

—La pregunta correcta es quién eres tú.

—Mi nombre es Therax, Therax Palatiard, aunque supongo que eso ya lo sabes —respondió, sabiendo que aquel ser era parte de la conciencia del águila.

—Hmm, con que Palatiard, ¿no? Puede que esto llegue a ser interesante y todo —comenzó, como si no fuera consciente de su identidad. ¿A qué jugaba ese tipo?—. De todos modos, eso no responde a mi pregunta —replicó, suspirando antes de continuar hablando. Caminaba por el espacio infinito y difuminado en el que estaban, dando vueltas en torno al contramaestre de los Arashi no Kyoudai—. Respondía al nombre de Ilagne Bodhi mucho antes de que tus ancestros fuesen un proyecto de ser humano. Vivía aquí, en el Templo del Cielo, el lugar que ha profanado tu impía moral.

Therax escuchaba, atónito. Él mismo podía sonar algo rimbombante en ocasiones, pedante incluso, pero aquella persona —a la que aún se sentía incapaz de asignar un género, por cierto— estaba a otro nivel.

—¿Y H?

—¿H? No te puedes imaginar cómo me enerva que llames de ese modo a Xulthan. Digamos que le he convencido para que se quede al margen mientras hablo contigo —comentó, sonriendo con cierta malicia.

—Lo siento, pero no tengo tiempo para esto. Disculpa por profanar tu templo —contestó, dejando que cierto tono irónico se filtrase entre sus palabras—, pero venía en busca de un ser querido que está en peligro y me habían dicho que se encontraba aquí. Me iré en cuanto me dejes salir de este sitio y no volverás a saber nada de mí.

—De eso nada. No puedes estar más equivocado, chaval. Yo habito en lo más profundo de Xulthan y, para bien o para mal, en lo superficial o en lo profundo, siempre os acompañaré. Viví mucho tiempo junto a él, y le he seguido acompañando tras la muerte de mi cuerpo. He visto todo a través de sus ojos, de los de quienes ocuparon tu lugar antes que tú. No sabes la impotencia que se siente al ver cómo alguien pervierte el regalo que te hicieron y al que tú, más adelante, contribuiste. La rabia que te invade cuando ves a alguien que ni siquiera es digno de llegar hasta ti, que en toda su existencia ni se aproximó a la relación que tú tenías con Xulthan, se aprovecha de eso que tanto cuidaste. No, el destino y la providencia han querido que hoy estés aquí, donde más fuerte soy, para que al fin consiga juzgar si uno de mis sucesores merece el don que le ha sido concedido, si realmente es un confiable depositario de mi conocimiento y mi poder.

—¿¡Se puede saber qué coño estás diciendo!? Tengo que buscar a Niord, ya, y ningún monje loco e indignado va a impedírmelo.

El rubio le dio la espalda al tatuado —o tatuada— y comenzó a andar. No obstante, nada cambiaba a su alrededor. Cuando quiso darse cuenta, una túnica naranja volvía a cortarle el paso. Quien la vestía volvió a sonreír, dejando claro que no saldría de allí hasta que le viniese en gana o demostrase lo que fuera que quisiese comprobar.

No tenía tiempo que perder, lo sabía bien, pero no tenía ni idea de cómo salir de allí. H siempre había sido el encargado de introducirle y sacarle, mas no aparecía. La única solución aparente era pegarle una tunda a aquella antigua conciencia. Teniendo claras las alternativas, se lanzó hacia la presencia, que alzó un dedo. Frente a él, una minúscula esfera de aire fue tomando forma. El viento a su alrededor adquiría más velocidad con cada instante que pasaba, con cada paso que daba el domador en dirección a su objetivo. Era compactado en aquella bola hasta que, súbitamente, se detuvo. Apenas le quedaban tres zancadas para alcanzarle, pero jamás lo hizo.

***

Un sonido desesperado, más parecido a un estertor que a una inspiración profunda, acompañó al movimiento de Therax. Sudaba, su corazón latía como galoparía un caballo salvaje y la respiración era, siendo benevolente, agitada.

—Tío, estás haciendo cosas muy raras. No habrás empezado a tomar las mierdas que reparte Luka, ¿verdad? Porque si lo estás haciendo te están dejando frito. —Hou lucía preocupado; todo lo preocupado que podía mostrarse, que no era demasiado.

—No, no. Ha sido una pesadilla —dijo tras tomarse unos segundos, los cuales dedicó a palparse el pecho en busca de la herida que había sentido con toda claridad.

—¡Mis cojones! Te has puesto de pie y has empezado a hacer cosas muy raras. El viento ha empezado a soplar cada vez más fuerte y he intentado salir. Cuanto más me acerco a las puertas, más me cuesta avanzar. He tratado de hacerlo un par de veces, pero no ha habido manera —comentó, entre reflexivo y enfadado—. Así que ya puedes ir arreglando esto. Tengo muchos espabilados que asustar, pero para eso primero tengo que darme cuenta de que entran. ¡Y eso es algo que no puedo hacer estando aquí encerrado!

Manifiestamente confuso por lo que estaba sucediendo, el rubio se levantó y comprobó la veracidad de lo que decía el antiguo vigía. Efectivamente, las corrientes de viento eran mucho más poderosas que antes, más que las que él mismo podía crear en condiciones normales. Se concentró, buscando el patrón para anularlas y devolver la sala a su estado normal. Si él las había generado, aunque fuera inconscientemente, debía ser capaz de hacerlas desaparecer.

No obstante, al intentarlo no tardó en comprobar que no era así. El vendaval que reinaba en el salón principal del templo escapaba a su control. Fue incapaz de evitar maldecir por lo bajo a todo aquello que acudió a su mente: el tipo que le había enviado la carta, Ilagne Bodhi y todo el que hubiera vivido allí, incluso a Hou.

—Así no podrás —dijo de repente H desde algún lugar de su interior, al parecer sin compañía—. Ignael os ha encerrado aquí, y el único modo de que deshagas eso es que decida hacerte partícipe de su conciencia, que te permite controlar mi poder a través de él mismo. Habrás podido comprobar que no está muy por la labor.

—¿¡Pero eso cómo va a ser!? —estalló en voz alta, causando que Hou volviese a mirarle con extrañeza—. Tengo que encontrar a Niord, y él lo sabe tan bien como tú —añadió, dirigiéndose exclusivamente al águila.

—Me temo que eso da igual. Son varias generaciones de usuarios las que han desfilado ante sus ojos. La mayoría han sido motivo de decepción, ahí lleva toda la razón. Está muy enfadado, lleva decenios así, y no creo que eso pueda cambiar con facilidad.

—Pues le daré una tunda y le obligaré a ‘hacerme partícipe de su sabiduría y poder’, o como coño lo haya dicho —replicó con retintín.

—Eso no va a ser nada fácil. Probablemente sea de los usuarios con los que mayor sintonía he llegado a tener. Seguramente sería el primero de no ser por…

—Sí, por mi padre, lo sé. Tal vez podrías decirle que se pasase a echarme una manita con… ¡Joder, si ni siquiera sé si es hombre o mujer!

H guardó silencio, consciente de que poco o nada más podía aportar. Therax bullía de rabia e indignación, y el ave lo sabía.

—Escucha, Ther. Ambos sois capaces de usar mis habilidades a vuestro favor, así que no dudes en emplearlas. Es más, tienes que hacerlo. Ignael no va a tener problema en acabar contigo. Si su prueba conduce a tu muerte, que podría hacerlo, no dudará. He logrado sacarte a tiempo esta vez, pero no puedo prometerte que pase lo mismo si la situación se repite.


Capítulo II. El dodo que quería volar.


Therax se movía por la frontera que separaba la zona “aprovechable” de la estancia de la que no lo era. Allí el viento rugía con violencia, pero el rubio era capaz de valerse de sus propias capacidades para vencer su furia. Más allá, no obstante, se adentraba en algo así como un radio de seguridad. Se constituía un área donde el vendaval era tan intenso que no había modo de aproximarse a los accesos.

Se movía con cierta dificultad. Aun así, hacía gala de suficiente soltura como para reparar en los detalles que le rodeaban.

—¿Qué miras? —preguntó Hou, que jugueteaba con una piedra diminuta en el centro de la cámara. El castaño estaba tremendamente aburrido, y Therax no podía culparle.

—Al entrar no me fijé en todos estos… dibujos —contestó, tomándose unos segundos para asignar un nombre a lo que contemplaba. Eran imágenes, sí, pero lo que reflejaban parecía trascender un simple dibujo. Cada motivo guardaba una estrecha relación con el siguiente, como si juntos conformasen una historia plasmada en una espiral cromática.

Hacía ya varias horas que su conversación con H había llegado a su fin. El ave se había retirado sin más, negándole cualquier tipo de respuesta sin importar si el contramaestre reprochaba o preguntaba. El enfado había sido el protagonista al principio, pero había ido desapareciendo para dejar paso a la ansiedad. La preocupación había vuelto con fuerza, pues no sabía nada de Niord y el tiempo jugaba en su contra.

Paseando por el reducido espacio que le proporcionaba el pedestal como lo haría una fiera enjaulada, había reparado en lo que en esos momentos tenía ante sus ojos. Lo que en un primer momento había percibido como círculos concéntricos sin más había resultado no serlo. La historia gráfica se iba alejando del centro de la estancia, haciendo que cada vez fuese más difícil seguirla a consecuencia de la cárcel de viento en la que Ignael les había encerrado.

—H, ¿puedes decirme qué pasó aquí? –Una vez más, el silencio fue su única respuesta.

Era evidente que la imponente águila que se representaba era el espíritu de la fruta que había comido o, mejor dicho, un antiguo usuario de la misma. No había que ser un genio para atribuir a su autoritario y forzoso huésped la imagen que sus ojos veían.

Intentó dar un paso más, pero una potente ráfaga de viento repelió su pie. Hasta ahí podía llegar. Se encontraba sobre el quinto círculo. ¿Cuántos serían? ¿Diez? ¿Quince? En él se observaba la figura de una gran ave, que mostraba con orgullo sus alas frente a una verdadera multitud de diminutos puntos, los cuales, vistos de cerca, correspondían a un ejército de soldados que blandían sus armas con evidente agresividad. Entonces, sin previo aviso, el dolor taladró de nuevo la cabeza del rōnin alado, como si aquel detalle pictórico fuese la seña que había estado esperando.

Cerró los ojos durante un breve instante, menos de lo que dura una exhalación. Cuando los abrió ya era muy tarde. Un chillido arañó sus tímpanos antes de que unas garras hicieran lo propio con su torso. Liberó un grito desgarrador, nacido involuntariamente de lo más profundo de su ser. Ignael le observaba desde varios metros de distancia, en un entorno que había mutado considerablemente pese a conservar su esencia.

El azul seguía dominando todo lo que su visión detectaba, pero había abandonado la abstracción que lo había estado caracterizando hasta ese momento. Bajo los pies de Therax, adquiría una textura algodonosa repleta de sutiles relieves. Periódicamente adquiría una consistencia visiblemente más rígida y dura, así como un color algo más oscuro. El cuadro se asemejaba a la superficie de una nube atravesada por piedras de diferente envergadura. Bodhi se encontraba sobre una de estas últimas, mientras que el viento se movía de forma misteriosa a su alrededor.

Tal vez otro hubiese encontrado dificultades para interpretar lo que sus ojos veían, pero no así el rubio. Tres águilas de aire —pues no se le ocurría otro nombre mejor para definirlas— distorsionaban la zona que ocupaban, trazando círculos en torno a quien sin duda las había convocado.

Fue un leve movimiento, un apenas perceptible giro de muñeca que bien podía ser independiente de lo que aconteció después. Aun así, sirvió para advertir al ya alertado domador. Un coro de chillidos, aterradores como una jauría de muryne en plena ventisca, inundó aquel misterioso lugar.

Las águilas volaron hacia a él a toda velocidad, impulsadas por una violenta ráfaga de viento que también le golpeó a él.

—¡Jamás serás digno de mi conocimiento! —exclamó el anfitrión de buenas a primeras.

—¡Y no quiero serlo, sólo quiero ir en busca de mi abuelo! ¿¡Tanto te cuesta entenderlo!? —replicó, rodando hacia un lado para evitar al primero de los animales.

—¡Tampoco lo eres del poder de Xulthan, y me niego a dejarte escapar así!

Las alas de la segunda bestia laceraron el costado de Therax, que se dobló un momento sobre sí mismo antes de recuperar la compostura. La tercera se abalanzaba sobre él y no podía permitirse encajar otro golpe. Desenvainó sus espadas y trazó sendos cortes descendentes, mas el ave logró interponer sus garras y salir indemne del lance.

Ignael mantenía la misma expresión severa que había mostrado en todo momento. Quería aparentar frialdad, pero la fuerza con la que apretaba los dientes dejaba claro que su autocontrol tenía un límite.

La rabia y la frustración se apoderaron aún más del espadachín —si es que eso era posible—. El torbellino de emociones debió tomar forma en su rostro, pues algo parecido a una media sonrisa asomó como una mueca en la cara de la antigua presencia.

Las espadas de Therax rasgaron el aire una y otra vez, sin descanso. Del lugar donde lo hacían nacieron ondas cortantes que avanzaron a toda velocidad en dirección a su objetivo. No conforme, no esperó para ver el resultado de su ataque, sino que se propulsó hacia delante con una poderosa ráfaga de aire. «Yo también sé usar el viento», se dijo justo antes de alcanzar la posición de su oponente.

Las águilas se interpusieron en el camino de la avalancha de ondas, haciendo uso de sus alas y garras para detener la mayoría. Ignael no encontró dificultades para evitar que las pasaron el filtro y, acto seguido, saltó hacia atrás con la agilidad de un felino. La potencia que llevaba la acometida del domador quedó mitigada en gran medida y reducida a su mínima expresión cuando, habiendo dotado a sus brazos de un intenso color negro, Bodhi los empleó para detener los filos que pretendían cortar su carne. Destellos morados tan tímidos como poderosos escaparon cuando se produjo el choque. Éste se prolongó durante varios segundos que a ojos del rubio transcurrieron como minutos, rompiéndose cuando su adversario lo quiso.

Maniobró en el aire haciendo gala de una elegancia digna de elogio y, con un coordinado movimiento, separó sus extremidades superiores de las espadas y las golpeó con las inferiores. Therax fue detenido en seco, mas se dispuso a volver a abalanzarse sobre él con la misma decisión.

Cuando el chillido colmó sus oídos ya era demasiado tarde. La primera criatura de viento clavó ambas garras en sus hombros, mientras que las otras dos pasaron volando a toda velocidad junto a él. Sus alas lograron cortar los costados del espadachín, que gritó antes de hincar la rodilla en el suelo.

—No sé por qué tanta fijación contigo —comentó Ignael—. Supongo que Xulthan se habrá encaprichado de ti, pero ya le dije que no estabas a la altura. Supongo que algún día me perdonará.

La antigua conciencia comenzó a aproximarse al contramaestre. Las aves trazaban círculos sobre él, moviéndose a diferentes alturas y saturando el aire con los sonidos que salían de sus inexistentes gargantas. Bodhi silbó y las águilas se elevaron hacia las alturas, describiendo una triple hélice para, justo después, precipitarse sobre el oponente de su amo.

Therax respiraba agitadamente, aturdido. La diferencia entre ambos era demasiado grande, tenía plena conciencia de ello. ¿Acaso no había modo de vencer a su captor? No podría ir en busca de Niord. Tampoco tendría la posibilidad de volver a ver las facciones de porcelana de Annie. Los Arashi tendrían que buscar un nuevo contramaestre sin saber qué demonios le había pasado a él. «¡No!», exclamó de repente en su interior. Saltó hacia atrás apenas un instante antes de que las aves se hicieran pedazos contra el esponjoso suelo. Ignael chasqueó la lengua desde los escasos tres metros que debían separarles.

—No va a ser tan fácil —musitó, más para sí mismo que para su oponente, antes de volver a lanzarse a por él.

El tiempo transcurría distorsionado a ojos del rōnin alado. La adrenalina y la tensión propia de la situación alteraban sobremanera la percepción del mismo, pero no era su primera batalla. No obstante, sí que era la más larga que recordaba haber tenido. Los lances, acometidas y envites se sucedieron durante varias horas, convirtiéndose la extenuación en otro enemigo a derrotar.

Haciendo caso del consejo de H, el espadachín empleaba las habilidades que había ido adquiriendo por sí mismo al dar forma al poder de su fruta. Sin embargo, quien se oponía a él tenía un dominio mucho mayor.

Lanzó una nueva descarga de ondas cortantes, las cuales iban acompañadas de violentas ráfagas de viento que aumentaban notablemente su poder destructivo. Le pareció distinguir cómo Ignael susurraba algo antes de que un gigantesco vórtice apareciese frente a él. Se interponía entre ambos como una pared, pero no tardó en curvarse para adquirir la forma de una cúpula que protegía a quien la había creado.

La ofensiva del rubio se estrelló contra la misma sin mayores consecuencias, frustrándole hasta el extremo. ¿Hasta qué punto dominaba ese desgraciado las habilidades del águila? Aguardó a que el vórtice desapareciese, aprovechando el momento para recuperar energías. El sudor recorría cada milímetro de su cuerpo, precipitándose desde la posición que ocupaba en lo alto.

Por desgracia para él, cuando la cúpula desapareció por fin, encontró que no había nadie en su interior. No tuvo tiempo de reaccionar. Algo golpeó su cabeza en el momento que asumió completamente lo que sucedía, haciéndole caer hasta impactar con violencia contra uno de los salientes.

No sería capaz de moverse de allí. Lo sabía perfectamente, por eso no hizo demasiados esfuerzos cuando vio la reluciente calva sobre él. Realizaba tímidos movimientos para tratar de asir a Yuki-onna, que se encontraba a apenas unos centímetros de su mano, pero el cansancio y las heridas habían hecho mella en él.

El rostro de Ignael le observó fijamente, clavando la mirada en sus ojos. Ya no había sonrisa ni mandíbula apretada y, de hecho, su pecho se levantaba y hundía en señal de agotamiento. Una gota de sudor cayó entre sus cejas, y poco le faltó para dejar que una sonrisa acudiese a su boca. Al menos había conseguido que una pelea completamente desequilibrada terminase con su oponente casi tan cansado como él. No estaba mal del todo.

Bodhi alzó la mano, que adquirió una vez más el tan característico color negro que acompañaba al Busoshoku Haki. No le dijo nada, simplemente la dejó caer sobre su cara con toda la potencia que pudo reunir. La imagen de Annie fue lo último que acudió a su mente antes de que, contra todo pronóstico, algo tirase de él.

***

Lo primero que sus ojos vieron fue a Hou. Mejor dicho, un primer plano del bō que éste sostenía. Se llevó las manos a las heridas, asustado. Su ropa no estaba húmeda ni manchada, por lo que no había sangre. ¿Por qué le dolía entonces? Se abrió la camisa para comprobar en qué estado se encontraba, ignorando al chico. Su compañero daba vueltas en torno a él, aún en guardia.

Marcas con bordes elevados eran perfectamente distinguibles allí donde Ignael le había cortado, pero tenían el aspecto de cicatrices muy antiguas. Chasqueó la lengua en señal de desaprobación para, acto seguido, ponerse de pie con cierta dificultad. El vendaval que hacía las veces de prisión parecía haber reducido en parte su potencia. Todo comenzaba a cobrar cierto sentido.

Durante el combate había ido teniendo cada vez más claro dónde se encontraban, y ése lugar no era otro que su propio interior. Había pasado bastante tiempo allí dentro durante su estancia en Murynos, hacía ya mucho. A pesar de ello, el terreno en el que había trascurrido el primer encuentro con Ignael guardaba una gran similitud con el que recordaba. De hecho, su propia energía era perceptible allí dentro, aunque distorsionada por la ancestral conciencia que había parasitado su interior.

Del mismo modo, lo que sucedía fuera no podía ser más que el reflejo de la balanza en la que se enfrentaba a Ignael. Estaba claro que había perdido, pero también era innegable que poco a poco le había ido poniendo en más apuros. No le había superado a él, pero sí a sí mismo.

Por primera vez sonrió de verdad, pues, aunque no dejaba de ser una tarea increíblemente ardua y ni siquiera sabía cómo retornar, al fin creía saber qué debía hacer para poder ir en busca de Niord.

—¿¡Me estás escuchando!? —exclamó el castaño, interrumpiendo abruptamente sus pensamientos—. Te juro por Shieng que te dejo tieso si vuelves a hacer eso, ¿entendido?

—Sí, sí —respondió, girándose por fin hacia él para comprobar que había recuperado una pose más relajada—. Dime, ¿cuántas horas he estado aquí tirado?

—¿Horas? Ninguna, habrá sido media hora o así, no más.

—¿En serio? —preguntó con extrañeza, aunque no dejaba de ser un pensamiento en voz alta. Hou arqueó una ceja, seguramente preguntándose si su antiguo compañero había perdido el juicio.

—He estado viendo los dibujos mientras pasabas del sueño a los gritos de histérico —comentó—, y creo que más o menos sé de qué va la historia. —Hizo una pausa para contemplar uno de los dibujos—. Al menos lo que hay hasta el séptimo círculo, que es hasta donde he podido llegar. Parece que el viento está soplando con menos fuerza… No sé. La cuestión es que hay tres anillos más que no he conseguido leer.

—¿Y de qué trata? —inquirió el rubio con curiosidad, observando la imagen responsable de haber sido trasladado de nuevo a su mundo interior. No obstante, en aquella ocasión no hubo dolor de cabeza ni comentario de H, el cual, por cierto, continuaba en sus trece y no abría el pico para nada. Podía sentir su presencia dentro, pero hasta ahí llegaba la interacción.

—Pues verás, el pajarraco ése acompaña a todos estos puntitos al principio —explicó, señalando al primer dibujo que nacía del pedestal y, en definitiva, daba comienzo a la secuencia de la historia—. No sé si te fijaste bien, pero eso. La cosa se pone interesante a partir del tercer círculo, porque todos esos puntitos y el bicho volador se enfrentan a muchos puntitos de otro color. Hay muchas imágenes de eso, pero al final ganan los protagonistas. Qué raro, ¿verdad? —matizó con ironía—. Y justo aquí —continuó, señalando la escena que miraba Therax—, los puntitos buenos se vuelven contra él… o él contra ellos, la verdad es que no lo sé. En los siguientes anillos el gorrión grande intenta escapar, pero no lo consigue y termina enfrentándose a ellos. Hasta ahí he podido leer.

—Ya veo.

Era cierto que el vendaval había remitido un poco, liberando espacio de la sala y perdiendo violencia. El espadachín se levantó y observó el suelo. Lo cierto era que anteriormente no se había concentrado demasiado en lo que veían sus ojos, por lo que no había podido dar forma a la sucesión de hechos que había referido Hou. Aquello le molestó sobremanera. El agobio y la preocupación le habían jugado una mala pasada, de acuerdo, pero no podía volver a permitirse un descuido como ése. Su vida estaba en juego, así como la de Niord y, probablemente, la del antiguo vigía de los Arashi no Kyoudai. ¿Cómo si no podría salir de allí? Aunque, visto de otro modo, lo más lógico era pensar que las habilidades de H se irían junto a él si moría y que, por tanto, desaparecería la prisión.

Despegó los labios para contarle a su compañero de celda lo que le estaba sucediendo: por qué actuaba del modo que lo hacía cuando perdía el conocimiento, qué era aquello que bullía en su interior y llegaba a alterarle hasta ese punto. Sin embargo, cuando la primera sílaba iba a salir de su boca, la cerró. Aquél no era el momento.

Volvió al centro de la estancia, a la plataforma que se erguía varios metros por encima del nivel del suelo. Desde allí los dibujos eran mucho más difíciles de distinguir. De hecho, dudaba muchísimo que alguien sin la agudeza visual que le brindaba su fruta pudiese intuir siquiera qué se reflejaba en ellos. No obstante, en conjunto formaban una preciosa imagen de mosaico que era digna de ser contemplada.

Fuera como fuere, realmente no estaba reparando en ellos. Simplemente miraba al vacío, reflexionando sobre lo que le había sucedido unos instantes antes de regresar a aquella sala. Había perdido; simplemente estaba esperando a recibir el golpe de gracia. Había visto caer el puño de Ignael, demoledor y con el color de la muerte, sobre su cabeza, pero no había visto el final.

Su olor aún perduraba en sus fosas nasales. No había duda, había sido él. Casi había sido capaz de sentir su tacto, la aspereza de sus manos al rozarle el cuello para agarrar su camisa y sacarle de allí. No había que ser muy inteligente para entender que, en caso de conflicto entre las conciencias que daban forma a la de H, debía vencer quien más profundidad hubiese alcanzado en su dominio.

En definitiva, la única persona que en teoría tenía la capacidad para inmiscuirse en los asuntos de Ignael era su padre. Sí, él y sólo él podía ser el responsable de que aún continuase allí, de que creyese haber averiguado qué debía hacer para salir de su prisión, para ir en busca de Niord.

Sonrió, soñando con el día en que alcanzase el nivel necesario para que H pusiese frente a él a Zahn Palatiard. Sólo había una cosa que ansiaba más que comprobar por qué su padre ostentaba la primera posición en aquel peculiar concurso —si es que podía llamarse así—, por encima incluso de Bodhi, y era preguntarle por qué no había abandonado la isla junto a él pese a tener la oportunidad. Podía haber elegido no enfrentarse a semejante horda de marines y escapar.
Therax Palatiard
Ju senshi
Therax Palatiard
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La rosa de los vientos. Norte y Sur. Empty Re: La rosa de los vientos. Norte y Sur. {Miér 14 Ago 2019 - 1:25}

Capítulo III. La banca siempre gana.


Abrió los ojos por infinitésima vez esa noche, incapaz de dormir más de cuarenta y cinco minutos seguidos. La tensión de no saber cuándo podía reaparecer Ignael le atenazaba, aferrando su corazón e impidiéndole latir a voluntad. A decir verdad, hacía ya varias horas que la antigua conciencia no tenía a bien mostrarse. No obstante, había sido uno de los días más agitados y confusos que recordaba, más incluso que el que Niord acabaría denominando como el de las Revelaciones Susurradas. El nivel de locura que creía estar alcanzado, en cambio, era muy similar al de aquella jornada.

Alternar entre dos mundos tan diferentes le estaba pasando factura. Vivir simultáneamente en dos líneas temporales resultaba extremadamente estresante, perturbador y, por qué no, lesivo para su salud mental. ¿Cuántas veces había intercambiado golpes con el condenado monje? Lo cierto era que aún no tenía claro su sexo, pero había terminado por catalogarle como varón.

Innumerables. Llevaban ya varios días de duro enfrentamiento, no le cabía la menor duda, pero en una realidad de la que cada vez se sentía menos seguro apenas habían pasado unas horas.

Se sentó, despegando la cabeza de la roca arenosa que conformaba el suelo de la tarima. Hou babeaba a unos metros de él, bocarriba y con las manos y piernas extendidas en una pose completamente anárquica.

No podría dormir, había quedado claro, así que se levantó. La esfera que había activado el curioso mecanismo que les mantenía cautivos no tardó en acaparar su atención. La observó durante unos segundos, pensando de nuevo en Niord y la urgencia con la que debía salir de allí, pero ¿cómo? O, mejor dicho, ¿en qué estaba fallando? ¿Por qué sus esfuerzos se estrellaban sin cesar contra el muro encarnado en la figura de Ignael Bodhi?

Golpeó el cilindro que sostenía la bola, enfadado, y bajó de la tarima a paso lento. Su mente rumiaba aquello a lo que ya le había dado vueltas cientos de veces, buscando una ranura, cualquier resquicio suficiente para encontrar el camino a seguir. A pesar de ello, no conseguía encontrar atajos ni detalles que representasen la solución que tanto necesitaba. No, no hallaba la clave que le permitiese sobreponerse a la situación.

Apretó los dientes, deambulando sobre los dibujos que representaban alguna de las vidas pasadas de H o, como Ignael le llamaba, Xulthan. Casi los conocía de memoria, así que no se paró a contemplarlos. En vez de eso, se dirigió hacia una de las puertas que daban a la estancia, aquélla por la que él mismo había accedido.

El pasillo se encontraba a apenas unos  metros de él. Una zancada generosa bastaría para alcanzarlo y, a partir de ahí, sólo tendría que correr para abandonar aquel maldito lugar. Extendió tímidamente la mano, topándose con un furioso vendaval empeñado en dejar claro que nada ni nadie iba a pasar por allí.

Therax lanzó un puñetazo al aire —nunca mejor dicho—, mas fue repelido con más fuerza de la que él mismo había empleado. Se vio obligado a retroceder unos pasos y, cuando quiso darse cuenta, la desesperación se había apoderado de él. Comenzó a lanzar un golpe tras otro, llevándose como recompensa un impacto que superaba con creces el suyo. Pero le daba igual, ya nada importaba.

Fue entonces cuando, tras la decimosexta manifestación de su ira, volvió a ser transportado allí donde le esperaba su oponente.

El entorno había cambiado radicalmente con respecto a la primera vez, aunque había sido una mutación paulatina que se había ido desarrollando durante cada encuentro. Un rápido vistazo era más que suficiente para comprender que el espacio que ocupaban pretendía imitar la superficie de una nube. Ésta era atravesada sin cesar por fragmentos de roca de todas las formas y tamaños.

El rōnin alado clavó una mirada iracunda en su rival, que negó al tiempo que esbozaba una mueca entre decepcionada y divertida. Desenvainó sus sables, que no tardaron en ser recubiertos por un manto de escarcha, y se lanzó al ataque.

Casi conocía de memoria las habilidades que Bodhi usaba para hacerle frente: los malditos pajarracos que tanto le incomodaban, el vórtice cuya forma modificaba para anular sus ataques, la poderosísima corriente de viento con un poder destructor que jamás hubiese imaginado y, el último que le había mostrado, los cúmulos de aire que arrojaba como si de balas se tratasen.

Por eso, cuando un chillido rasgó sus oídos desde algún lugar a su espalda, no se sorprendió. Simplemente se valió de una corriente de viento para ayudarse a rotar en el aire y poder así detener las garras de la inexistente ave.

—¡Ven aquí! —gritó el contramaestre, completamente fuera de sí.

Sus sables fueron a toparse con las manos de Ignael, completamente cubiertas de una película negra que les concedían un atemorizante tono metalizado. Los cortes se sucedieron uno tras otro, así como los golpes de la otra parte. Cada uno detenía o se zafaba como podía de las acometidas del otro  y, si bien era indiscutible que la situación nada tenía que ver con la vivida el primer día, el rubio sabía que aún estaba muy lejos de poder vencer.

—Etesio —susurró la antiquísima presencia. Therax sabía lo que se le venía encima, así que dio un ágil salto hacia atrás y se preparó. Pudo apreciar las pequeñas distorsiones del aire que se formaban por la zona y, súbitamente, comenzaron a surcar el aire en dirección a él. Iban a toda velocidad; tan rápido que el espadachín apenas alcanzaba a evadir una cuando ya tenía la siguiente encima. Generaba corrientes de viento con las que ralentizaba un poco los proyectiles, lo justo y necesario para mantenerse intacto.

Creía que lo había conseguido cuando tres gritos animales le anunciaron que había sido cazado. Las garras de las tres águilas laceraron su cuerpo allí donde consiguieron hacer diana, arrancándole un grito de dolor que no tardó en silenciar.

Se levantó una vez más, topándose con la mirada impertérrita de su contrincante. Respiraba agitadamente, señal de que lo que hacía también le desgastaba a él. Pero eso era inadmisible, no podía ser que todo el cansancio que experimentaba el calvo fuese debido a su propio esfuerzo y completamente independiente de él.

Therax respiró hondo un instante, esforzándose por recuperar mínimamente la calma. Entonces, de su cuerpo y el suelo mismo comenzó a emanar un vaho que fue consolidándose lentamente. Concentrado, la rabia y la impotencia quedaban relegadas a un segundo plano. Una docena de virotes de hielo tomaron forma, quedando suspendidos en el aire. El domador los lanzó contra su rival, empujándolos mediante corrientes de viento que los dotaron de una violencia extrema.

—Ése es el camino —dijo una voz dentro de él, o al menos eso creyó escuchar. Era… No, no podía ser, debían ser imaginaciones suyas.

—¡Poniente! —exclamó Ignael, extendiendo sus manos y esbozando una mueca escalofriante. El condenado vórtice apareció de nuevo, frenando por completo la descarga de Therax, que chasqueó la lengua y apretó la mandíbula una vez más.

No era momento de pararse a pensar en si las cosas le salían bien o mal. Se lanzó de nuevo hacia el tatuado, antes incluso de que el vendaval con el que había frenado los virotes desapareciese. Le pareció escuchar algo. De hecho, si no lo hubiese escuchado más veces, probablemente lo habría ignorado. No obstante, sabía qué ocurría cuando la palabra ‘levante’ abandonaba la boca de su predecesor.

Se hizo a un lado justo cuando la barrera era quebrada por una nueva ráfaga de viento, estrecha hasta tal punto que alguien podría llegar a considerarla insignificante. El túnel de viento no impactó en el blanco por unos centímetros, mas sí lo hizo sobre varias de las rocas que nacían del nuboso suelo. Todas ellas fueron destruidas sin clemencia, sin importar el tamaño, grosor o aparente consistencia de las mismas.

No podía asumir ni un solo golpe como aquél, porque podría significar su fin. Lo había tenido claro desde el primer momento. Aun así, tampoco podía arrojar la toalla y rendirse ante la inmensa barrera que habían puesto frente a él. Niord aguardaba por él, le necesitaba, y estaba dispuesto a hacer lo que fuese para ir en su ayuda.

Sus pensamientos se habían sucedido mientras recorría la distancia que le separaba de Ignael, así que, cuando quiso darse cuenta, ya se encontraba a apenas unos metros de él. Trazó sendos cortes horizontales, que el monje no se molestó en bloquear. En vez de eso, las aves aparecieron para interponerse entre ambos, frenando el tajo para, instantes después desvanecerse en el mismo lugar del que habían nacido: el aire.

En aquella ocasión fue Ignael quien tomó la iniciativa. Lanzó un puñetazo al aire, provocando el nacimiento de una ráfaga que avanzó en dirección al rubio, y se lanzó a por él.

Therax respiró una vez más. Necesitaba tranquilidad para hacer uso de las habilidades que había adquirido en Murynos tiempo atrás. Un círculo luminoso apareció en torno a él al tiempo que creaba una corriente que contrarrestase la que pretendía dañarle.

Ambas colisionaron, y una vez más fue capaz de escuchar aquella voz. Fue apenas un instante, pero le resultaba extraño que su mente le engañase del mismo modo dos veces seguidas. No era H, tampoco su padre o Niord. Debía haber algún error.

Ignael se introdujo en el perímetro luminoso, encadenando golpe tras golpe. Therax los evitaba o bloqueaba como buenamente podía. Al mismo tiempo, usaba rachas de viento para oponerse a las de su rival. Un tímido comentario inundaba su mente con cada colisión, despejando las dudas de a quién pertenecía la voz. Quien hablaba dentro de él era el monje, pero la expresión de su rostro no se correspondía con el tono que empleaba… Como si al mismo tiempo fuese otra persona.

—Calma, calma —decía una y otra vez como quien intenta relajarse a sí mismo, haciendo gala, además, de una voz mucho más clara de la que empleaba para dirigirse a él.

¿Y si el problema estaba ahí? ¿Y si la barrera que no lograba flanquear se encontraba en sí mismo? ¿Podían la desesperación, la furia y la ansiedad ser el motivo de que Ignael se le antojase invencible, de que no hubiese modo de acercarse al poder que ejercía sobre el viento?

El tatuado se alejó, generando una corriente más poderosa de lo habitual. Ésta encontró una oposición de igual fuerza en la ráfaga surgida a partir del contramaestre.

La voz resonó con claridad una vez más, acompañada de unas sensaciones que desbordaron al espadachín y se manifestaron en el exterior —que, bien visto, no dejaba de ser su interior—. El choque fue brutal. Ignael había vuelto a hacer aparecer las esferas de viento, mientras que el rubio había hecho lo propio. ¿Cómo? No lo tenía claro en absoluto, al menos por el momento, pero el hecho era que había sucedido.

Una vana esperanza comenzó a tomar forma en él, pero se esforzó por contenerla. Había quedado claro que la clave estaba en la serenidad y la relajación, así que no pensaba dar ni un paso atrás. Casi podía notar la sorpresa en el semblante del monje. No, no era cierto. Podía percibirla incluso sin contemplarlo. Su voz, cada vez más clara, sonaba con más nitidez desde algún lugar que le era desconocido.

El tatuado extendió la mano, haciendo surgir una minúscula esfera de aire. Therax sabía lo que estaba por ocurrir, así que le imitó. Dejó que el torrente de sensaciones que nacía de su interior se desbordase, dejándose de llevar por él y produciendo lo mismo que su contrincante.

Ambos proyectiles colisionaron, estallaron y dieron lugar a sendas corrientes de viento. Su concentración y poder de destrucción era tal que eran perfectamente visibles. Cuando las fuerzas entraron en contacto, el mundo que había delante de Therax desapareció por completo.

Una realidad completamente diferente se mostró ante sus ojos. ¿Un mundo diferente dentro de su mundo interior? No podía ser, ¿qué demonios era aquello? Pero no, enseguida le quedó claro que se encontraba ante algo distinto.

Un individuo completamente rasurado ocupaba el centro de la estancia en la que él mismo estaba recluido con Hou. No había ninguna clase de dibujo en el suelo, pero el resto de la estancia era idéntico. Ignael —porque no podía ser otra persona— se hallaba en el centro de la misma, sobre el pedestal que él mismo había estado ocupando hasta no hacía mucho. Hablaba en voz baja, repitiendo una y otra vez las palabras que habían invadido la mente del rōnin alado.

El viento se movía a su alrededor, meciendo con suavidad la túnica de quien meditaba en el centro del lugar. Variaba su dirección, así como la forma en que se condensaba aquí y allá. El rubio se aproximó a él, colocándose a apenas un metro. Era fascinante experimentar cómo todo fluía desde Bodhi hacia él, como si alguien hubiese colocado una tubería que uniese sus almas.

Cada sensación del ermitaño, cada recuerdo que influía en lo que hacía, cada pensamiento que asomaba a su mente. Eso y mucho más era percibido por el domador como propio. Experimentaba su dolor, su alegría y su angustia. Sabía qué le motivaba a estar allí y las veces que había dudado de si hacía lo correcto. Todo se introdujo en su interior, asentándose junto a su propia existencia. Entonces, como si en todo momento hubiese sabido que se encontraba allí, abrió los ojos y sonrió. Guiñó el ojo durante un instante antes de desaparecer por completo, devolviendo a Therax al combate que le enfrentaba a… él mismo.

Había salido despedido, surcando el aire de un espacio imaginario para estrellarse contra una de las rocas colocadas a sus espaldas. Al levantarse comprobó que su oponente había tenido el mismo destino que él, y ya se levantaba para continuar con la lucha.

—¿Qué te ha pasado? —inquirió el espadachín, consciente de que Ignael no siempre había pensado como lo hacía en esos momentos—. Y no me digas que hay personas que han dado mal uso a los poderes de Xulthan, porque los dos sabemos que, aunque sea cierto, eso no es todo lo que hay detrás de tu actitud. —De repente era conocedor de la historia de su oponente.

—¿Qué sabrás tú? —espetó con desprecio—. No tienes ni idea de lo que es la vida ni de cómo funciona el mundo. ¡Nadie es digno! ¡Ostro! —gritó, y a su alrededor nacieron tres aves que elevaron sus chillidos.

—Poniente —susurró el rubio. Lo veía claro. El conocimiento de Ignael residía en él, su vida formaba parte de la suya. Un vórtice tomó forma cuando las águilas se lanzaron a por él, sirviendo como barrera que éstas no pudieron atravesar—. Tú no eres quien solías ser, la persona con la que H forjó uno de los vínculos más grandes que recuerda. ¡Tú eres el indigno, Ignael! —le reprendió.

Cada una de las palabras debió clavarse en el corazón de la antigua conciencia, porque sus ojos adquirieron un iracundo tono rojizo que presagiaba lo que sucedería a continuación. Los brazos del tatuado adquirieron de nuevo un color negruzco y, acto seguido, éste inició la ofensiva.

El espadachín no se lo pensó. Tenía claro lo que debía hacer. El monje había perdido completamente el norte; así lo demostraba la diferencia entre su actitud y aquélla de la que había hecho gala toda su vida. La clave de su poder siempre había residido en la meditación y el conocimiento, en la solidez que le proporcionaba un espíritu perfectamente equilibrado.

Por el contrario, ante él se mostraba un ser perdido y consumido por la furia y el dolor, completamente opuesto a la persona que había calado tan hondo en el espadachín. Apenas había sido una fugaz mirada, pero tan profunda como para fundir en una sus almas. Dejó que avanzase, extendiendo su mano frente a él y comenzando a concentrar viento.

—Descansa, por favor —susurró—. ¡Levante!

***

Supo que aquélla sería la última vez, que no volvería a encontrarse con la parte atormentada de la conciencia de Ignael. Yacía junto al lugar que había estado ocupando el muro de viento, el cual había desaparecido por completo. Frente a él, el fin del dibujo que marcaba los últimos acontecimientos de la vida del monje.

—Fue traicionado —musitó H, impregnando cada palabra de un dolor que también era suyo—. Éste es el hogar de una antigua civilización ya extinta, o lo que queda de ella. Rendían culto al viento y todo aquello que se relacionaba con él. Por eso, cuando uno de los niños que vivían aquí comió la Tori Tori no Mi y adquirió mis poderes, se convirtió en algo así como una deidad.

—Sí, lo sé, pero no entiendo qué sucedió al final de su vida. El Ignael con el que me encontré era más joven que el que no me aceptaba.

—Sí, es la costumbre —se disculpó—. Veamos, sabes que los caudillos del lugar se dieron cuenta de que tenían un arma de destrucción en su poder, así que comenzaron a hacer la guerra y conquistar cuantos territorios se cruzaban en su camino. Ignael nunca estuvo de acuerdo con ello, pero entrar en guerra implicaba que todo su pueblo ponía en riesgo su vida, no sólo quienes decidían que era tiempo de sangre. En consecuencia, no vio otra opción más que prestarse a lo que le pedían. Convivió con sus remordimientos, meditó para asumirlos como parte de sí mismo, pero a quienes tanto les había dado consideraron que era una amenaza. Le traicionaron y le persiguieron por mucho que intentó escapar. Si se veía obligado a derrotar a quienes le perseguían, volvían a intentar darle caza.

—¿¡Y qué tengo yo que ver con eso!?

—¡Cállate y escucha! Tras un tiempo dejaron de perseguirle, algo que agradeció profundamente, pero no terminaba de comprender el motivo de que el empeño cesase tan abruptamente. Se lo pensó mucho, pero finalmente decidió ir a comprobar qué había pasado. Cuando volvió a su hogar, se encontró algo similar a lo que tú ves: no había ni un alma en su hogar. Nunca supo con certeza qué había sucedido, pero la culpabilidad se hizo con el control sobre él. ¿Y si él había sido el responsable de todo aquello?, ¿y si era el culpable de que no hubiese suficientes fuerzas para defender a su pueblo de quienes lo habían atacado, si es que eso era lo que había sucedido? Su carácter se fue agriando con los años. Se recluyó, consumiéndose por la impotencia, hasta que decidió poner fin a su vida. Su carácter, ya amargo de por sí, se volvió aún más estricto al ser testigo del uso que otros hacían de las habilidades que le habían acompañado a lo largo de su vida.

—Entiendo. —Y era verdad, lo cierto era que Therax podía llegar a comprender por qué su antecesor había actuado así en cuanto había tenido la oportunidad… aunque no lo compartiese—. ¿Descansará al menos? No sé por qué, pero no le siento.

—Espero que sí, y no sabes nada de él porque la que está alojada en ti es su esencia verdadera, la del muchacho que viste sentado en la Sala de Meditación. El tipo al que te has enfrentado… Bueno, digamos que me lo voy a quedar yo. Ahora sal de aquí, chico, que te están esperando.

El recuerdo de Niord volvió bruscamente a su mente. ¿Cómo demonios había podido olvidarse de él? Estaba claro que acababa de vivir una experiencia bastante intensa —demasiado, de hecho—, pero ésa no era una justificación válida.

Sorprendentemente, Hou seguía roncando como si la vida le fuese en ello. Había cambiado su postura para adoptar una más insólita si cabía: su cabeza estaba a buen recaudo entre sus rodillas, mientras que cualquiera que le mirase desde atrás se encontraría un espléndido primer plano de su trasero.

Sonrió, comenzando a subir los peldaños que le separaban del oscuro túnel que le había conducido hasta allí. Pasó junto a uno de los numerosos orificios que se habían abierto en la pared tras accionar el extraño mecanismo, sabiendo el por qué de su existencia. Al accionar el sistema, las paredes del templo al completo se reestructuraban, convirtiendo la estancia en un enclave donde el viento se movía como si realmente no hubiese muros. Aquello ponía al alcance de Ignael una capacidad de introspección que sólo podía alcanzar de ese modo.

Recorrió los pasillos perdido en sus cavilaciones. Su mente saltaba de Niord a Ignael y a lo que había experimentado a través de él. La urgencia se solapaba con la imperiosa necesidad de intentar conversar con quien tanto había vivido. Su vista permanecía fija en el suelo que había varios metros por delante de su posición, pero sin observar nada realmente.

—Ya pensaba que no saldrías. —Una voz familiar le sobresaltó apenas puso un pie fuera de las ruinas. Era el vagabundo con el que se había encontrado en Valston mucho tiempo atrás, el mismo que le había dado la clave para encontrar a Terry y, en consecuencia, dar con la fruta que había marcado en buena medida su destino.

—¿Tú otra vez? ¿Quién eres y qué quieres de mí?

Un takuhatsugasa impedía intuir siquiera cómo era la mitad superior de su rostro, dejando a la vista una sonrisa torcida enmarcada por una barba excesivamente descuidada. Vestía una suerte de kimono marrón, plagado de desgarros y remiendos. Dos espadas adornaban su cintura. La calidad de las mismas sobrepasaba con creces la del resto de su atuendo, lo que provocó que el espadachín arquease una ceja.

—Ya tendremos tiempo para hablar de eso. Ahora necesito que vengas conmigo. —En su mano llevaba la misma taza de latón que no había dejado de agitar en su primer encuentro. El óxido se había apoderado casi por completo de ella. La movía suavemente, dejando que algunas monedas abandonasen brevemente su interior para volver a caer en él.

—Mira, no sé quién eres y me da igual que no quieras decírmelo, pero no tengo tiempo —respondió, comenzando a caminar.

—No sé cómo se va a tomar eso Niord.

Aquello era lo único que necesitaba el tipo para llamar la atención del espadachín. Clavó en él unos ojos que oscilaban entre el verde y el azul. Tras él, algo en lo que no había reparado hasta ese momento. Un barco esperaba a sus espaldas, ¡y flotaba en el aire! Un par de velas nacían de cada costado del navío, poseyendo unos dispositivos que las hinchaban y permitían que volase. El mascarón de proa, tallado en plata, representaba el rostro de un fiero lobo que abría sus fauces en un gesto amenazador.

—¿Sabes dónde está? —El tipo sonrió, haciendo un gesto hacia atrás con la cabeza.

—Ven conmigo y te llevaré hasta él.

La imagen que le habían hecho llegar se mostró ante él con total claridad, haciendo que le fuera imposible contenerse y mantener la compostura. Cuando quiso darse cuenta, había desenvainado las espadas y la furia se había apoderado completamente de él.

—¡Ostro! —exclamó antes de que, con un agudo chillido, tres águilas naciesen y se abalanzasen sobre el indigente.

Fue rápido. Agitó la taza con algo más de fuerza, sacando las monedas un poco más de la cuenta, y las golpeó con la base de la misma. Las cuatro que se encontraban en el aire salieron disparadas con una potencia insólita que el domador jamás hubiese esperado. Tres de ellas atravesaron a las aves, destruyéndolas al instante. La cuarta se dirigió a Therax, que fue incapaz de reaccionar a tiempo y…


Capítulo IV. Un aullido en el cielo.


—Cualquiera diría que no es tu enemigo. —Una voz femenina irrumpió abruptamente en su mente, dejándola salpicada del rastro de innumerables cigarrillos apurados hasta la boquilla.

—Yo preferiría tenerle como rival antes que como aliado —replicó alguien, haciendo gala de un talante mucho más suave. El comentario fue liberado con el cuidado de quien apenas tiene confianza en sí mismo.

—¡Y se va sin más! —exclamó la primera—. ¡Esto es increíble! ¡La próxima vez se va a encargar de él tu puta madre, ¿me escuchas?!

Los pasos indicaban que el destinatario de tan poco gentiles palabras se alejaba, ignorándolas deliberadamente. Fue entonces cuando Therax se decidió a abrir los ojos de una vez, encontrándose con el corpulento torso de un tipo que debía rondar los cuatro metros de altura. Su pecho y brazos estaban surcados por bandas de tinta que se alternaban con círculos, dándole un aspecto con cierto gusto tribal.

No pudo observar su rostro hasta que se hubo acomodado a la luz que incidía directamente sobre sus ojos, blanca como el reflejo de la nieve. Una nariz prominente servía de antesala a unos ojos color miel cuya amabilidad, todo sea dicho, desentonaba con el resto de la anatomía. El mulato estaba completamente rasurado. No obstante, una larguísima trenza entre castaña y pelirroja nacía de su coronilla, muriendo a la altura de sus rodillas.

El olor a tabaco profanó sus fosas nasales cuando dos dedos fríos tocaron el pecho del rōnin alado, que aún estaba aturdido. La misma voz áspera continuó hablando, atrayendo al fin la atención del paciente:

—Frecuencia adecuada y tonos rítmicos —informó, dirigiéndose a una tercera persona que no entraba en el campo visual del rubio.

—¿No tienes que usar el chisme de escuchar el cuerpo? —inquirió inocentemente el grandullón.

—Hace mucho que no necesito usarlo, estúpido. —Los reiterados insultos provenían de una mujer de baja estatura. Tal era así que sólo su cabeza sobrepasaba la altura de la camilla sobre la que yacía el domador. En consecuencia, había optado por subirse a ella para hacerse cargo del aún convaleciente espadachín. Su pelo, corto y extremadamente rizado, ni siquiera lograba alcanzar sus hombros. Este hecho le confería una apariencia que recordaba a la melena de un león cuanto menos atípico, pues los bucles eran de un intenso color azul.

—Mira, Maggie, se ha despertado. —Un bofetón sucedió al comentario, siendo imposible de prever por parte del rubio.

—¿Cómo te encuentras, debilucho?

¿Que cómo se encontraba? Mal, obviamente. Había sido noqueado con una triste moneda y, para colmo, unos desconocidos le manipulaban y hablaban frente a él como si nada. Se revolvió, agitado, pero dos brazos color café no tardaron en contenerle. El adormecimiento le impedía emplear toda su fuerza, pero dudaba profundamente ser capaz de rivalizar con aquel tipo. ¿Quién demonios había irrumpido de ese modo en su vida?

—Sujétalo bien, Danubius —ordenó la voz aguardientosa—. A ver si la próxima vez que despiertes estás más calmadito. —Algo perforó su brazo, e instantes después, calma.

***

El sonido de una montaña de carpetas al caer le sacó del mundo de los sueños una vez más. Un muchacho de pelo blanco y constitución delgada parecía ser el responsable, pues, nervioso y temeroso a partes iguales, no había tardado ni un segundo en agacharse a recogerlas.

—¿¡Otra vez tú!? —espetó una voz que emergió súbitamente de los recuerdos del domador—. Me han tenido que dar al más inútil, no lo entiendo. ¡Siempre igual!

Maggie lanzaba un improperio tras otro desde su posición privilegiada: un amplio escritorio situado sobre una tarima en el centro de la estancia circular. Varios biombos separaban las diferentes camas que la abarrotaban —no menos de dos docenas—, marcando el espacio del que disponía cada paciente. La peliazul agitaba con energía un abanico, arrancando tímidos movimientos de sus rizos con cada sacudida. Fue entonces cuando Therax reparó de verdad en sus facciones. Tal vez en otro tiempo hubiese sido atractiva —aunque lo dudaba—, pero la infinidad de cicatrices que asolaban su rostro habían destruido cualquier atisbo de belleza. Casi sintió lástima, hasta que trató  de incorporarse y vio que le era imposible; unos grilletes de un familiar color negro se esforzaban por robarle la energía.

—Ya era hora, princesa —comentó Maggie al tiempo que prendía un cigarrillo. ¿Podía haber un sitio menos apropiado para fumar?—. Ya estabas empezando a tocarme el coño con tanto dormir; ¿sabes el dineral que cuesta mantener a una persona varios días ahí? A ver si ese viejo decrépito decide que te vayas de aquí de una puta vez. ¡Tú, ve a buscar a Ansem y dile que se ha despertado! —culminó, pasando a ignorar al rubio para darle la orden a uno de los allí presentes.

Un sujeto bastante más corpulento que el que había sido interpelado en primer lugar salió a toda prisa. El silencio trató de hacerse con el control del lugar por un momento, mas los monótonos pitidos provenientes de las máquinas que plagaban el lugar se lo impidieron. El abanico de la mujer parecía marcar el ritmo al que se movía todo allí. Ésta, por otro lado, había pasado a obviar al domador e iba de un lugar a otro. Daba indicaciones sobre los cuidados que debían recibir quienes ocupaban las demás camas, fuera del alcance de la vista de Therax.

No menos de media hora transcurrió con rareza. La mezcla de la acción del kairoseki y el efecto de las drogas que sin duda le habían administrado era cuanto menos contundente. Se esforzaba por atender a todo lo que ocurría a su alrededor, peleando contra un estado que oscilaba entre la somnolencia y el estupor. ¿Que cuánto duró aquello con exactitud? Jamás sería capaz de aseverarlo más allá de la vana estimación que ya había hecho en su fuero interno. Si alguien le hubiera dicho que fueron cinco horas, no habría podido rebatirlo. Del mismo modo, un lapso de quince minutos era igualmente plausible a sus ojos.

Finalmente, unos pasos rompieron con lo uniforme del paso del tiempo. Dos pares de pisadas se escucharon cada vez más cercanas. Las primeras, nerviosas y diligentes; las segundas, perezosas y despreocupadas. Unos segundos demasiado largos separaron el acceso de cada  uno a la enfermería, hospital o donde fuera que el rubio se encontrase.

—Menos mal —recriminó Maggie, dando una calada al quinto cigarro que encendía—. El chico está ocupando una cama que me hace falta, así que llévatelo de una vez.

El biombo se interponía entre Therax y el lugar por el que había accedido quien no podía ser otro que el tal Ansem. Por eso, lo primero que conoció de él —más allá de cómo caminaba— fue su voz. Hablaba de forma pausada y tranquila, arrastrando innecesariamente las palabras de un modo que llegaba a resultar irritante.

—Qué te gusta quejarte. No me extraña que estés tan arrugada —replicó antes de dirigirse al contramaestre—. ¿Y le habéis puesto los grilletes? Te tenía en mejor estima, Maggie —rio, haciendo gala de un carcajeo igual de lento.

El tupé presente en la parte superior de su cabeza contrastaba con los laterales, rasurados casi por completo y de un níveo color blanco. Vestía un traje de tres piezas, siendo el chaleco de un tono gris apagado. Numerosas rayas verticales surcaban la chaqueta y los pantalones, otorgándoles un aspecto llamativo al ser rojas y blancas. La corbata, carmesí, era lo más espantoso que los ojos de Therax hubieran contemplado jamás.

Un abanico surcó el aire a gran velocidad, con el ansia homicida de un depredador a punto de cazar a su presa. Iba en dirección a la cabeza del visitante, que lo esquivó con un movimiento de cabeza que resultó incluso natural. La inesperada arma se clavó en la pared, dejando una marca mucho mayor de la que correspondía a su tamaño. Un ‘hijo de puta’ fue claramente audible en el proceso.

Ignorando deliberadamente todo lo que acababa de suceder, el del traje llevó la mano detrás de la cabecera de la cama. Extrajo las armas y la vestimenta del rubio antes de ordenar que le retirasen los grilletes. En cuanto todo estuvo listo se pasó uno de los brazos por el cuello, le incorporó sin demasiada dificultad y le ayudó a abandonar el lugar.

Lo cierto era que el espadachín no tenía fuerzas para intentar nada, pero ¿tan poco le preocupaba la situación a aquel tipo? Es decir, caminaban solos por un eterno pasillo de ladrillos blancos. No tenía manos libres, pues en una portaba las pertenencias del domador y se valía de la otra para ayudarle a caminar. ¿¡Quién transportaba a un prisionero peligroso con semejante ausencia de precauciones!? A menos que no le considerase un peligro… Que esa posibilidad existiese enfadó aún más al desconcertado espadachín.

Cuando quiso darse cuenta, antes de sentirse con las fuerzas suficientes para tratar de huir de algún modo, una puerta de madera se abrió ante él. El modo en que el viento acarició su cara le indicó que habían salido al exterior, pero una densa bruma impedía ver más allá de unos pasos. Las voces pasaban junto a él o, mejor dicho, él era transportado más allá de donde se encontraban las mismas. Algunas —pocas— hacían referencias a él, pero la mayoría le ignoraban como si de uno más se tratase. Además, algo no iba del todo bien con la brisa que se deslizaba a su alrededor, como si no concordase con lo que cabía esperar de ella.

Pisaba listones de madera brillante, y su mirada, aún aturdida, se detenía brevemente en la fina línea que separaba uno del siguiente. No crujían, no se levantaba polvo con cada pisada; las diferencias con el navío al que estaba acostumbrado eran más que notorias.

El tipo que le arrastraba no tardó demasiado tiempo en detenerse frente a una nueva puerta.

—¿Se puede saber adónde me llevas, Ansem? —logró balbucear el rubio, no sin verse obligado a detenerse un par de veces para tragar saliva.

—¿¡Ansem!? —exclamó, divertido, antes de echarse a reír con la misma parsimonia que ya había demostrado—. No, te equivocas, Ansem está ocupado con algo que considera realmente importante. Me ha mandado a mí a recogerte, aunque mira que había gente disponible —se quejó.

El del traje abrió la puerta, que no emitió ni el más leve sonido. Una voz que había quedado grabada en lo más hondo de su orgullo llegó nítidamente a sus oídos. El mendigo reía en algún lugar:

—¿Dónde vas, Danubius?  Por el estiércol para las fresas. —Hizo una breve pausa dramática—. ¿Pero por qué no te las comes con nata, como todo el mundo?

El intento de chiste concluyó con un tenso silencio, finalmente roto por un pánfilo ‘ah’. Su instinto ya le había fallado una vez al pensar que el del tupé era el tal Ansem, de modo que no estaba del todo seguro acerca de la asociación de nombres que debía hacer.

No obstante, todo indicaba que Danubius era el grandote que, sentado en una silla de mimbre insultantemente pequeña, recibía la avalancha de gracias de Ansem. Además, creía recordar que Maggie se había referido a él por ese nombre durante su primer despertar. Por fin alzó la cabeza, contemplando la barba descuidada y el pelo rizado de quien llevaba la voz cantante allí.

—¡Oh, vamos! Éste era bueno, no me digas que no.

El mulato le devolvía una mirada inocente, propia de quien no quiere abrir la boca por no herir los sentimientos de su interlocutor o, visto de otro modo, de quien teme las posibles repercusiones de sus palabras.

—Bueno, ahí va otro —comentó tras aclararse la garganta—. Doctor, tengo todo el cuerpo lleno de pelos. ¿Qué padezco? ¡Padece uzté un ocito! —exclamó, estallando en carcajadas—. ¿Tampoco? No, me niego a aceptarlo. Es inadmisible que mi tercero al mando no tenga sentido del humor. ¡Ahí va otro!

El sujeto que había estado haciendo las veces de bastón del domador carraspeó, atrayendo la atención de los allí presentes. El moreno se levantó instantáneamente de su asiento, pegando la silla a la pared e irguiéndose cual alto era.

—¿Aún no le habéis dado agua? —inquirió al instante el pordiosero—. Hazme el favor de traerle un vaso, Danubius. Esa Maggie… No sé en qué estará pensando. Pero me ahorro un pastón, ¿sabes? No todo el mundo es capaz de desarrollar un sedante tan potente con un antídoto tan barato como el agua. Sí, eso es lo que te han dado para que estés calmado —sonrió.

El de la trenza no tardó en aparecer y colocar un cáliz de cristal, hexagonal y con motivos plateados, frente a los labios del rubio. El trajeado, por su parte, se aproximó al escritorio sobre el cual se había sentado Ansem, depositando en su regazo las pertenencias del espadachín. El líquido no tardó en comenzar a hacer su efecto tras fluir por los labios, permitiendo al prisionero o invitado —pues no tenía demasiado claro cuál era el estatus bajo el cual se encontraba allí—, apreciar con mayor detalle dónde se encontraba.

Sin duda era algo así como el camarote de un capitán. Lo que debería ser la pared situada tras el mendigo no era más que una inmensa cristalera, libre de cualquier imperfección o rastro de suciedad. Una estructura similar a una reja dorada con un patrón ovalado se anclaba en las paredes de caoba, igual de impoluta que el gran ventanal que protegía. Al otro lado, la bruma era perfectamente apreciable.

En esa línea, el resto de la estancia poco o nada tenía que ver con quien hacía uso de ella. Candiles con detalles dorados emitían una luz tenue desde las paredes, arrebatando sombras al mobiliario y creando un ambiente tan íntimo como lúgubre. Resaltaba la mesa de la que Ansem había hecho su asiento, de ébano y a juego con el sillón tapizado con terciopelo rojo oculto tras ella.

—Dime, ¿qué es para ti la venganza? —preguntó de forma directa, sacándole de su ensimismamiento.

Therax clavó en él unos ojos que se movían entre el azul y el verde, artificialmente fríos y calmados. El recuerdo de Niord, que por un rato había sido relegado a un segundo plano, volvió con fuerza a su mente.

El pordiosero se levantó, depositando los objetos del rōnin alado en la mesa y dirigiéndose a la cristalera. Le dio la espalda, seguramente esperando algún tipo de respuesta.

—¿Dónde está Niord? —Y como respuesta, silencio.

Danubius y el tipo que le había arrastrado hasta allí se encontraban varios metros tras él, sentados en sendas sillas que rodeaban una pequeña mesa redonda. El primero se servía una humeante taza de té, mientras que el segundo se afanaba en encender la pipa que sostenían sus labios. Tal vez tuviese una oportunidad.

—Que depende completamente de a quién le preguntes sobre ella; de sus circunstancias, de si esa persona ha llevado a cabo alguna en su vida. En ese caso, puede ser vista como una justicia macerada en emociones —respondió al fin. Necesitaba ganar tiempo para hallar el momento idóneo.

La respuesta había acudido a sus labios por sí sola sin tener que hacer demasiado esfuerzo. Había reflexionado al respecto en innumerables ocasiones, cuestionándose la validez de esa forma de actuar en según qué situaciones. Aún no tenía una postura definitiva, pero, si algo le habían enseñado los últimos años, era que no se podía pedir racionalidad a quien experimentaba un dolor tan grande, una agonía tan profunda, que se antojaba capaz de generar venganza.

—¿En serio? Esperaba algo más contundente y extremo. Ya sabes, que te pusieses como adalid de la justicia absoluta y protector de los desfavorecidos. Esas cosas.

—Eso no casa mucho con un pirata, ¿no te parece?

—¿Pirata? —Una cadena de carcajadas sucedió a la pregunta, que de interrogante tenía exclusivamente el tono—. ¿Lo has oído, Yukkon? ¡Dice que es un pirata! —El del traje sonrió a espaldas del domador, mas no dijo nada—. No, ya apenas hay piratas. Los pollitos ponen ese nombre a casi todo aquél que se sale de las líneas que intentan marcar. No, vosotros sois unos mocosos que juegan a ser rebeldes en el mar; tanto tú como ese pelirrojo al que llamas capitán. Los piratas de verdad, los que antiguamente asolaban los mares, anhelaban destruir el sistema. Rompían el orden establecido sin preguntar, arrasando con todo lo que encontrasen en su camino y, en muchas ocasiones, también con lo que no. Una vez más: no. Tú y tu generación intentáis crear un orden alternativo, pero no deja de ser el mismo perro con otro collar. Puede que el único que se salve sea ese mocoso de Arribor Neus… Tal vez vaya a hacerle una visita algún día.

Conforme el pequeño monólogo avanzaba, el espadachín fue reparando en los marcos y carteles que abarrotaban las paredes. Hasta ese momento había pensado que no eran más que elementos decorativos, pero nada más lejos de la realidad. Retratos que ofrecían una ingente suma de dinero por quienes aparecían en ellos pendían de la caoba y, junto a ellos, fotos. Fotos del propio Ansem, de Yukkon y de Danubius, así como de una Maggie sin una sola cicatriz en su rostro. Todos ellos mucho más jóvenes, sin arrugas y sonrientes mientras hacían muecas al molusco de turno. Los criminales aparecían en todas ellas, derrotados, maniatados o, en muchas ocasiones, visiblemente muertos. ¿Dónde demonios había ido a parar?

—¿Y qué tiene todo esto que ver con mi abuelo? Si no soy un pirata, ¿qué quieres de mí? —insistió, aguardando el momento idóneo para lanzarse a por sus armas.

—Quiero venganza. —La respuesta fue tan sencilla como rotunda. ¿Acaso buscaba una suerte de desafío con el que animar su madurez? No, eso no tenía sentido. Personas mucho más fuertes que él surcaban los mares y serían capaces de cumplir mejor ese fin.

—Deja de reírte de él; empieza a darme lástima —interrumpió Yukkon tras dar una larga calada de su pipa.

—De acuerdo, de acuerdo —dijo Ansem, sonriendo al tiempo que miraba a su subordinado.

Ése era el momento. Todos estaban distraídos y nadie se fijaba en él o sus armas. Completamente repuesto del estado de aturdimiento, se lanzó a por las espadas. El exceso de confianza marcaría el fin de la vida de aquellos tipos. Más adelante podría pensar qué hacer con el resto de personas que hubiera en las cercanías.

Desenfundó a Byakko y trazó un corte oblicuo descendente con intención de acabar con el indigente. Para cuando fue consciente de la apertura de la discreta puerta accesoria, la hoja del sable ya había sido detenida. Ansem le observaba con gesto serio y satisfecho, pero él no había sido el encargado de frustrar su ofensiva. No, un fornido torso desnudo se interponía entre ambos. Era demasiado familiar, de ahí que Therax supiese de quién se trataba antes de alzar la vista para contemplar su rostro: Niord.

¿Qué significaba aquello? Una mano de un violáceo color negro había frenado su espada. El rubio observó los tres metros de altura de su abuelo, de facciones mucho más ancianas de lo que correspondía. Profundas entradas nacían en sus sienes, pero su melena continuaba tan salvaje como siempre. No obstante, se encontraba recogida en un moño rebelde fijado con un palillo. Un par de lágrimas asomaron al rostro del espadachín, pero enseguida se dio cuenta de que algo no iba bien. ¿Dónde estaban las heridas presentes en la imagen que le habían hecho llegar? ¿Adónde habían ido las cicatrices que debían haber quedado en caso de que ya hubiesen sanado? No, algo allí no casaba.

Deslizó a Byakko por su mano y volvió al ataque. Encadenó una serie de cortes en dirección al que consideraba un impostor, que se hizo a un lado como pudo para zafarse.

—¿¡Pero se puede saber qué haces, mocoso!? —inquirió, alarmado.

Aprovechando el momento, Therax reculó en dirección al escritorio para coger otra de sus espadas. Sin embargo, nunca llegó a ocurrir. Yukkon apareció de la nada y lanzó una poderosa patada que impactó en su pecho, lanzándole directamente a los brazos de Danubius. El moreno realizó sobre él la presa más poderosa que recordaba haber experimentado, dejándole sin aliento.

—¿A qué juegas, Therax? —volvió a interpelarle Niord, dándole un capón que se le antojaba inconfundible—. Casi me cortas, desgraciado.

—¿Dónde están las heridas? ¿Adónde ha ido toda la sangre?

—Nunca ha habido nada de eso —contestó, esbozando una mueca que se encontraba entre la ternura y la diversión. El del tupé volvió a ocupar su lugar en la silla, encendiendo de nuevo su pipa—. Mira esto —añadió, haciendo un gesto a Danubius para que se acercase a la pared. Se detuvo frente a un pequeño marco, el más simple de todos. En él, un sonriente y joven Niord señalaba a la cámara al tiempo que atraía a alguien hacia sí. El estrangulado llevaba un sombrero que, a la luz de luz de los últimos sucesos, era imposible de confundir: ¡era Ansem! Ambos reposaban sus traseros sobre la espalda de un tipo que fácilmente podría triplicar su tamaño.

—¿Qué significa esto? —preguntó el domador, notando cómo era liberado. Se volteó. Todos exhibían una actitud extremadamente calmada y, quien más quien menos, dejaban que el blanco perlase sus sonrisas. Parecían aguardar a que comenzase a atar cabos.

Continuó observando las fotos de aquella zona, las cuales sin duda eran las más antiguas. Maggie, Yukkon y Danubius no tardaron en aparecer en ellas, y poco después, una ristra de personas a las que el contramaestre jamás había visto.

—Bienvenido al hogar de la Jauría Blanca, el mayor grupo de cazarrecompensas que jamás haya surcado los mares. —Hizo un ademán con los brazos, extendiéndolos hacia los lados cuan largos eran.

—Y los cielos —añadió Ansem, dando un paso hacia delante y situándose junto a Niord. El segundo le sacaba varias cabezas de altura y al menos un cuerpo de anchura—. Mi nombre es Ansem, aunque supongo que eso ya lo sabrás, y soy el encargado de que aquí haya un mínimo de orden.

—¿Y tú qué haces aquí? —cuestionó una vez más, dirigiéndose a Niord tras ignorar deliberadamente al mendigo—. ¿No eres del South Blue?

—Pues como tú, ¿no? Ese pelirrojo te está dejando tonto —replicó el veterano—. Pasé la mayor parte de mi vida ayudando a este vago adicto a los chistes malos a limpiar los mares. —Hizo una pequeña pausa—. Hasta que decidí retirarme, hace muchos años ya, y dedicar el resto de mis días a mi familia. También tuvo algo que ver…

—Que estuvieras tan viejo. —La contrariedad se dejó ver durante un segundo en el rostro de Niord al ser interrumpido por su antiguo superior. Fue un gesto tan fugaz que el rubio nunca estuvo seguro de haberlo percibido.

Therax guardó silencio. Trataba de atar cabos en su interior, pero le faltaba mucha información, demasiada. ¿De qué manera estaba relacionado todo aquello con Ignael? ¿Qué demonios hacía allí Niord? En su interior, H guardaba silencio y no parecía que eso fuese a cambiar pronto.

—¿Entonces…? —empezó a preguntar—. No lo entiendo —concluyó, agotado mentalmente tras tantas emociones inesperadas.

—Había que traerte hasta aquí. Ya te contaré el motivo, que me parece que ha sido bastante por hoy. Por el momento, confórmate con saber que los dos estamos a bordo del Hive’s Queen por esa misma razón. —Le dio una palmada en el hombro, indicándole que le siguiese.

Dejó atrás a todos los presentes, siguiendo los pasos del padre de su madre y abandonando el camarote. Un rápido vistazo hacia atrás le permitió vislumbrar los semblantes de los cazarrecompensas, que adquirían una naturaleza seria al tiempo que se aproximaban al escritorio.

Fuera como fuere, la niebla golpeó su rostro en cuanto puso un pie fuera. El viento soplaba de un modo extraño. Experimentaba la misma sensación que cuando volaba, donde el aire no encontraba obstáculos y se movía con una violenta libertad. ¿Cómo no lo había notado antes? Era perfectamente plausible que, debido al aturdimiento, ese hecho le hubiera pasado inadvertido. Perdido en sus cábalas, se encontró dirigiéndose hacia la derecha nada más poner un pie fura. Allí les esperaba una escalera que ascendía dibujando una espiral en torno a un pilar de mármol. El lugar del que venían debía encontrarse en la base del mismo, pues apenas habían caminado unos metros tras salir de allí.

Superaron la altura de una inmensa vela, que, orgullosa, se resistía a ser arrastrada por el vendaval. En vez de eso se expandía, desafiando a todo aquél que pretendiera arrancarla de su mástil. Un momento, ¿a santo de qué habían decidido usar mármol para ese fin? ¿Quién podría usar un material como el mármol para sostener una vela en un navío?

No le dio tiempo a formular la pregunta, pues los peldaños acabaron para dar paso a una superficie circular. Ésta era atravesada por la limpia piedra blanca antes de morir adquiriendo forma de cabeza de lobo. Una baranda pulcramente barnizada —al igual que toda la madera de allí, según parecía— daba al enclave la apariencia de una cofa… Sólo que mucho más grande que cualquiera que hubiera visto antes, por supuesto.

—¿En serio me estás diciendo que todo esto ha sido un montaje? —estalló el rubio, de repente.

Niord clavó en él sus ojos, con los codos apoyados en el pasamano y el cansancio reflejado en sus arrugas.

—Al principio no estaba de acuerdo —confesó, exhalando lentamente cada sílaba—, pero Ansem terminó por convencerme.

—¡Podría haber muerto, ¿sabes?! De hecho, ¡he estado a punto de hacerlo!

—Lo sé, por eso no veía nada claro que te mandásemos a ese sitio. Sabíamos a lo que ibas, pero también que serías alguien nuevo cuando salieses. Ansem convirtió mis dudas en una cuestión: si confiaba en ti o no.

—No sabía que fueras tan fácil de manipular.

—Es que ese tipo harapiento es mi debilidad. Sabe por dónde tiene que atacarme —reconoció tras soltar una carcajada—. Lo que le pierde es la búsqueda de poder, ya sea para él o para los suyos. Ya sabes, poder… en bruto. Si el fin es ése hay pocas cosas que no justifique.

—¿Pero qué tengo que ver con él?, ¿qué es eso de que quiere venganza?, ¿qué más le da a él que yo me haga más fuerte?, ¿por qué sabía lo que me sucedería allí dentro?

—Yo no soy quién para responderte a eso —interrumpió Niord, impidiendo que la siguiente pregunta brotase de los labios del domador—. Ya te llegará, no te preocupes.

El rubio iba a replicar, pero un gesto de su abuelo le obligó a guardar silencio. Le hizo caso y se aproximó a él justo cuando, sin previo aviso, la densa neblina comenzó a desaparecer. Todo cobró sentido apenas unos segundos después, pues un verdadero mar de nubes pasó a hacer las veces de océano para aquel navío, cuyo tamaño —todo sea dicho— pugnaba por sobrepasar los límites de lo razonable.

La quilla se introducía en el manto blanco-grisáceo, volviendo a emerger instantes después con un poderío digno de elogio. Fue entonces cuando todas las percepciones acerca de su entorno quedaron justificadas. Se encontraba en una embarcación, de acuerdo, pero la envergadura de la misma rozaba lo obsceno. Rivalizaba de igual a igual con un pueblo de pequeñas dimensiones. Tanto era así que verdaderos edificios ocupaban la cubierta. Los tripulantes deambulaban de un lugar a otro como una legión de hormigas en un hormiguero. ¿Cuánto espacio habría en la bodega de ese barco, por Dios?

No le fue muy difícil averiguar cuál era el lugar en el que Maggie se había ocupado de él, pues hombres y mujeres heridos entraban y salían sin parar. Del mismo modo, una construcción rectangular debía hacer las veces de barracones, alojamientos o como los llamasen allí. La tercera edificación que destacaba sobre las demás era aquélla de la que acababa de salir o, mejor dicho, sobre la que se encontraba. Pequeñas estructuras parecían cumplir una función más limitada, situándose en los espacios que las tres predominantes dejaban libres.

—¿Ves esa placa de metal? —preguntó Niord, señalando el elemento que, efectivamente, sustituía lo que en cualquier otro barco sería la baranda. Era una superficie horizontal, y encima de la misma habían construido una suerte de pasarela de amplitud suficiente para dos personas—. Impide que el ruido de los sistemas de elevación nos vuelvan locos. Son como los del barco que usó Ansem para ir a por ti, pero mucho más grandes y potentes. Imagina la fuerza que hace falta para mantener esto en el aire.

—¿Quién ha diseñado esto? —inquirió el espadachín, fascinado y consciente de lo que Nox y Luka darían por contemplar semejante obra de arte.

—Ni idea, se lo quitamos a un pirata de las Islas del Cielo. Aspiraba a Yonkou y, de hecho, tenía dinero y hombres que le siguieran como para ser tenido en cuenta. Por eso fuimos a por él —sonrió, dirigiendo su vista al frente y guardando silencio.

Una inmensa luna en cuarto creciente les observaba de igual a igual, enfrentando a ellos cada uno de sus cráteres en un gesto desafiante. Therax siempre había preferido la noche al día, la calma al alboroto y la penumbra a la luz. Lo cierto era que, pese a que nada de eso abundaba entre los Arashi y se había acostumbrado a ese hecho, aún añoraba momentos como aquél.

Había quedado claro que la boca del viejo estaba sellada, que no le daría más información que la poca que había recibido. No obstante, también parecía evidente que no se encontraba en peligro junto a aquellos tipos. Pese a que ello no implicase que se fuera a confiar, notó cómo la tensión que atenazaba su corazón disminuía notablemente. Las estrellas titilaban en el cielo, cercanas como nunca y misteriosas como siempre. ¿Qué importaba el resto, aunque sólo fuese durante un rato?
Therax Palatiard
Ju senshi
Therax Palatiard
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Recompensa
Características
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Akuma no mi
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La rosa de los vientos. Norte y Sur. Empty Re: La rosa de los vientos. Norte y Sur. {Miér 14 Ago 2019 - 1:28}

Capítulo V. Némesis.


—¿Por qué les atacáis? —preguntó Therax, dirigiendo su mirada a Danubius. Un barco de la Marina ardía a algunos metros de distancia, siendo observado por los ocupantes del navío en el que se encontraba el espadachín. Éste, idéntico al empleado por Ansem para hacer aparición en el Templo del Cielo, se mecía suavemente con el vaivén de las olas—. Tenía entendido que los cazarrecompensas tenían una buena relación con el Gobierno Mundial. ¿Quién os pagaría si no?

—Y la teníamos, pero hace ya bastante tiempo que dejamos de ser considerados como tal y nos colgaron el cartel de criminales —respondió, encogiéndose de hombros y mostrando una sonrisa bobalicona—. ¿Qué se le va a hacer?

—¿Entonces os consideran piratas?

—No, y que no se te ocurra decir eso delante del jefe si no quieres salir trasquilado.

Llevaba un par de semanas junto a la Jauría Blanca, de modo que la desconfianza del contramaestre había ido mermando inevitablemente. Danubius y Niord eran los principales responsables de este hecho. Ellos, junto a Yukkon —aunque éste a su peculiar y distante manera—, habían logrado que asumiese del todo que nadie iba a apuñalarle mientras dormía. No obstante, Maggie y Ansem apenas aparecían. Ambos pasaban la mayor parte del día ocupados en sus quehaceres. ¿A qué demonios venía engañarle para que se jugase la vida y secuestrarle tras ello? La incógnita sacaba de quicio al rōnin alado.

Dejando eso a un lado, había llegado a comprender cómo funcionaban allí. Era un sistema muy simple en realidad: Ansem llevaba la voz cantante, mientras que Maggie hacía las veces de segunda al mando y responsable del equipo médico.

Danubius, por su parte, cumplía la función de oficial de campo —por llamarlo de algún modo—. Mantenía un contacto más estrecho, constante y directo con los integrantes de menor rango y era quien, en el día a día, se encargaba de dar las órdenes y organizar las labores. Cualquiera que hubiese hablado un par de veces con él pondría en duda este hecho, pero lo cierto era que llevaba a cabo su labor sorprendentemente bien.

El último de ellos, Yukkon, hacía las veces de un independiente afiliado de forma permanente al grupo. No había nadie por encima de él a excepción del líder, pero tampoco por debajo —al menos que el rubio supiese—. Therax daba por hecho que a la hora de la verdad los cazarrecompensas o criminales —según cómo se viese— acatarían sus mandatos, pero de forma habitual se limitaba a ignorarles. El sistema continuaba con una jerarquía a menos escala, mas ellos eran los pilares y referencias de la misma.

Los pies del trajeado aterrizaron junto a Therax, sacándole de su ensimismamiento. Al mismo tiempo, la cofa de la embarcación gubernamental terminó de hundirse. Los gritos habían cesado hacía ya un buen rato, quedando sólo el crepitar de las llamas y los crujidos de la madera al arder. Casi sintió lástima por quienes habían sido el objetivo de Yukkon, pues éste no les había dejado la menor oportunidad.

—Éste tampoco sabía nada —informó a Danubius, sacudiéndose lentamente las cenizas de la americana—. No estamos teniendo mucha suerte, ¿verdad? —Una parsimoniosa carcajada inundó el ambiente.

—¿Suerte con qué? —probó el espadachín. El del tupé era más propenso a obsequiarle con datos que los demás le negaban.

—Lo acabo de decir: con la obtención de información. —Arqueó una ceja, molesto.

—¿Pero información sobre qué o quién?

Iba a responder. De hecho, Yukkon llegó a despegar los labios para pronunciar su respuesta, pero un puñetazo en el hombro por parte de Danubius los selló. No era ni de lejos el miembro con más luces de la Jauría Blanca. A decir verdad, seguramente se encontrase a la cola de esa clasificación. Pese a ello, su fidelidad rivalizaba con la del perro más dócil.

—No iba a decirle nada.

—Ya… —musitó el mulato para, acto seguido, dirigir su vista hacia atrás—. ¡Nos vamos!

Una vibración se extendió por el barco al tiempo que varias aberturas aparecían en el casco. Los sistemas de elevación no tardaron en ocupar su posición y comenzar a elevar la embarcación hacia el cielo.

Ese secretismo en torno a lo que realmente estaba sucediendo era lo único que mantenía viva la suspicacia del invitado de la organización. Era ese afán por saber lo que le mantenía allí después de tantos días, haciéndole posponer constantemente el momento de ponerse en contacto con los Arashi para avisarles de su regreso.

Eso, y que Niord se había asegurado de convencerle para permanecer allí el par de ocasiones en que había comentado sus dudas acerca de si debía marcharse o quedarse. Un ‘quédate, por favor’ unido a un ‘lo entenderás, te lo prometo, y hazme caso si te digo que quieres saberlo’ habían sido suficientes para disuadirle. Pese a ello, allí estaba; sosteniendo en su mano la Vibre Card de Zane al menos dos veces al día.

***

La figura de la nao nodriza comenzaba a ser visible de nuevo, haciéndose más nítida conforme dejaban atrás la nube que habían atravesado. Desde esa perspectiva, casi parecía ridículo llamar de ese modo al enorme barco volador. Cuatro gigantescos sistemas de elevación llamaban la atención a cada lado, naciendo de un casco con profundidad suficiente para alojar una bodega de doce niveles.

Aquella imagen no impresionó al rubio, no al menos en aquella ocasión. El que acababan de asaltar era el cuarto navío marine que se hundía en el mar en apenas unos días. El resultado había sido el mismo: nefasto. Al parecer, no daban con nadie capaz de proporcionarles los datos que precisaban y, del mismo modo, los hombres de Ansem continuaban negándose a incluir a Therax en lo que fuese que estaban tramando. Simplemente le ofrecían acompañarles en cada expedición, como el grupo de adultos que se turna para cuidar de los niños pequeños. En cierto modo, incluso se alegraba de que no hallasen lo que perseguían; era una suerte de justicia poética que, todo sea dicho, comenzaba a cansarle.

A unos metros del mascarón de proa, casi inmóvil desde hacía un buen rato en la cubierta, Yukkon encendió su pipa. Prácticamente al mismo tiempo, dos compuertas perfectamente disimuladas en la madera del casco comenzaron a abrirse para permitirles el acceso. Ni Danubius ni Niord les habían acompañado en esa ocasión, aunque el desenlace había sido el mismo.

—No preguntes, que no te voy a decir nada —saltó el del tupé al darse cuenta de que el contramaestre amenazaba con abrir la boca.

Therax no recordaba cuántas veces había intentado sonsacar alguna pista a los lugartenientes del líder de la Jauría Blanca. Todas ellas habían sido infructuosas, así que, por una vez, guardó silencio. No obstante, de haber dicho algo, su comentario tampoco habría sido audible. El violento estruendo de las hélices asfixiaba cualquier otro sonido y se hacía más potente según se acercaban.

El cierre de la compuerta a sus espaldas devolvió la calma a los oídos de todos los presentes, pues aquel misterioso metal aislante también había sido empleado en el interior del barco. Tapizaba las paredes del modo en que se hacía todo allí: de forma sutil, sin imperfecciones ni marcas que indicasen la soldadura entre las placas. Detalles como ése eran los que más llamaban su atención. ¿Quién demonios había sido el encargado de hacerlo todo con tanta precisión?

El sonido de un Den Den Mushi atrajo su atención. Provenía de Yukkon, que lo dejó sonar durante unos segundos antes de extraerlo de un bolsillo de su pantalón. No le había dado tiempo a colocarlo frente a sus ojos cuando la voz de Maggie nació del molusco, furiosa y agria como de costumbre:

—¿Ya has llegado?

—Sí.

—Dime que no traes heridos. Hace un rato han llegado tres barcos y la mitad de la tripulación estaba mutilada o herida de gravedad. ¡Y por supuesto, nadie sabe nada de nada!

—Maggie, está aq… —trató de interrumpir el canoso con su habitual y exasperante calma.

—¡Por Dios, ¿tan difícil es averiguar la localización exacta de un puto marine?! ¡Hace no tanto tiempo conseguíamos esos datos en un par de días, panda de inútiles! ¡Al final vais a conseguir que vaya yo!

—¡Magdalenna! —vociferó, consiguiendo que se callase un instante—. Therax está aquí. —El silencio se hizo al otro lado de la línea—. Eres imbécil —sentenció, cortando la comunicación antes de dirigirse al rubio—. Y tú no has escuchado nada.

La mirada del trajeado se quedó fija en la suya durante unos segundos, seguramente valorando si lo que acababa de suceder podría tener repercusiones para alguien. El rōnin alado hubiera dicho sin problemas que no pensaba compartir aquella información con nadie, pero prefirió guardar silencio ante el escrutinio al que estaba siendo sometido.

Finalmente, una honda calada precedió a un poderoso salto. Los pies de Yukkon abandonaron la embarcación en cuanto ésta estuvo asentada sobre los soportes que habrían de mantenerla fija, y media docena de carpinteros subieron a bordo inmediatamente para evaluar los posibles daños.

—Te avisaré si nos asignan un nuevo objetivo —informó desde la lejanía el hombre de confianza de Ansem, alzando la mano que no guardaba en un bolsillo y caminando como si allí no hubiese sucedido nada. ¿A quién demonios estaban buscando? ¿Un marine? ¿Qué tenía él que ver con eso?

—A veces me pregunto cómo puedes llegar a ser tan estúpido —espetó H en su interior, obteniendo silencio como respuesta.

***

Las gotas se precipitaban dentro del gotero a un ritmo constante, como el reloj que se afana en marcar el tiempo en pleno frenesí. El ajetreo en el centro médico no tenía precedentes. Al agobio que suponía el maremágnum de pitidos y alarmas se sumaba la voz de Maggie. Ésta, ronca y árida como siempre, indicaba a cada cual qué hacer.

Los heridos fruto de las trifulcas con la Marina habían abarrotado el lugar. Tal era así que el espadachín se había visto obligado a ofrecerse como ayuda; dos manos más siempre ayudaban. En cuanto su paciente terminó de sumirse en un sueño profundo, se encaminó hacia la pelizaul para preguntar cuál debía ser el próximo en ser atendido. No importaba en qué momento se la buscase, siempre estaba liada y era casi imposible hacerse por completo con su atención. El rubio comenzaba a entender la naturaleza del carácter de la mujer, aunque no sabía si el estrés era o no el responsable de la misma.

Fuera como fuere, el motivo por el que nunca llegó a hablar con ella fue otro en aquella ocasión. Unos pasos decididos se adentraron en el pasillo ocupado por las habitaciones ciento sesenta a ciento ochenta. Sonaban como los demás, pero todo aquél que se cruzaba con los mismos se hacía un lado para permitir el paso. Therax alcanzó la posición de Maggie, un pequeño mostrador al que se había encaramado para tener visión de todo el lugar, casi al mismo tiempo que Ansem. La expresión de ambos reflejaba una seriedad que rozaba la preocupación, así que, sin que sirviera de precedente, decidió permanecer al margen.

—Todo claro entonces —comentó el líder, obteniendo un cabeceo afirmativo como respuesta—. De acuerdo, entonces comienza con los preparativos en cuanto la situación se relaje un poco. —Lanzó un rápido vistazo al caos que se desarrollaba a su alrededor—. Y descansa un poco cuando termines, por favor.

¿Lo que había asomado a la cara de la peliazul era una sonrisa? Triste y agotada, sí, pero sonrisa al fin y al cabo. No era la más bonita ni radiante, pues no acostumbraba a hacer uso de ella, pero concedió a la diminuta fémina una humanidad que el domador no le había atribuido hasta entonces.

Ansem giró sobre sí mismo y emprendió el camino, pasando junto a Therax sin siquiera mirarle. La indiferencia pasó sobre el rōnin alado como una apisonadora, reduciendo su existencia a algo insignificante. ¿A qué demonios venía aquello? ¿Por qué le hacía pasar por semejante experiencia para luego actuar de ese modo? Se había forzado a soportar el secretismo en el que habían sumergido casi todo lo referente al motivo de que estuviera allí. Incluso había terminado por tragarse la falta de interés del indigente, manifestada en forma de ausencia. No estaba ni se le esperaba, pero Niord lograba hacer que permaneciese allí un poco más, un día más que se había convertido ya en varias semanas.

Pese a ello, a pesar del despliegue de autocontrol llevado a cabo por el domador, aquello fue la gota que colmó el vaso. El pasotismo era algo que podía soportar si, tal y como había ocurrido, su abuelo se lo pedía. Sin embargo, el desprecio exhibido ante él, la arrogancia, el ninguneo y la sensación de superioridad erigidas como única manifestación de una relación, por mínima que fuera… No, no estaba dispuesto a permitir eso.

—¡Eh, tú! ¿Adónde crees que vas? —preguntó Maggie cuando el rubio comenzó a caminar tras Ansem. Había presenciado la situación y había contemplado el semblante del muchacho, entendiendo a la perfección los pensamientos que acudían a su mente.

Aun así, el gentío que colmaba el ala sur de la tercera planta le dificultó el paso y, para cuando llegó a la posición de Therax, éste ya no se encontraba allí. Él encontró las mismas dificultades para seguir los pasos del líder de la Jauría Blanca. Por eso, cuando al fin alcanzó el pequeño descansillo que ejercía la función de interfase entre el ala norte y la sur, sólo se topó con un par de personas que en nada se parecían al veterano cazarrecompensas. Ocupaban unas sillas que, fijadas al suelo, se apretaban de forma precipitada a su izquierda. Cada uno tenía vendadas diferentes zonas de su anatomía, y observaban con curiosidad y hastío al acalorado tipo que acababa de llegar. Frente a ellos, unas escaleras de limpio mármol blanco servían de conexión entre las diferentes plantas.

Si la montaña huía de él, si se dedicaba a menospreciarle constantemente sin ningún tipo de sentido, sería él quien fuese en busca de la montaña para poner los puntos sobre las íes. Como quien ansía encontrar a quien busca tras doblar cada esquina, se encaminó hacia el camarote del capitán.

—¿No has aprendido nada? —espetó de repente H—. No conseguiste que Ignael te dejase hasta que te tranquilizaste y lo asumiste como parte de ti mismo, hasta que te relajaste y viste más allá del problema. Has comprobado en tus propias carnes que, cuando estás alterado, te cuesta hacer uso de tus conocimientos. ¡Joder, Therax! Llevas desde que llegaste aprovechando cada momento del que dispones para hurgar en tu interior y familiarizarte con su experiencia, buscando la tranquilidad como parte de ti. ¿Es que tus progresos no valen nada en cuanto algo no te sale bien?

El ave tenía razón. Había llevado de forma casi secreta la más minuciosa exploración interna que jamás hubiera realizado. ¿El motivo? Había quedado claro que el regalo que le había hecho Bodhi constituía un punto de inflexión en su dominio sobre las habilidades de H, pero también que tenía acceso a él a través de un mecanismo completamente diferente.

Hacer suyos los movimientos que debía ejecutar no era ningún reto, ya lo había comprobado. No obstante, era necesaria una estabilidad mental, un nexo sólido y consolidado entre la antigua conciencia y la suya propia. H le había estado ayudando en el proceso, lo que lo había hecho algo más fácil. No podía tirarlo todo por tierra.

—De acuerdo —musitó en su fuero interno, forzándose a expulsar cualquier rastro de ira o impulsividad.

—Déjate de tonterías, ¿o es que no te has enterado de nada? El verdadero reto tuvo lugar en el Templo del Cielo. Tu auténtico obstáculo era la perseverancia necesaria hasta dar con la clave, la paciencia que debías demostrar y, una vez llegado el momento, la capacidad para asumir como tuya la vida de Ignael. No todos están dispuestos a soportar sobre su espalda la carga del otro. Ya lo has hecho, chico. Está bien que intentes comprender mejor lo que él sentía y experimentaba, pero en ese lugar conseguiste superar todos los escollos que te separaban de la Rosa de los Vientos. Lo que intento decirte es que no te dediques a dar pasos hacia atrás, no ahora.

El misterioso poder del que H hacía gala para calmarle y devolverle a la tranquilidad volvió a hacer efecto. Cuando quiso darse cuenta, había cubierto el camino hasta el camarote del capitán. La puerta se encontraba abierta, así que no lo dudó y se adentró con un ‘Ansem’ en la boca. No obstante, la interpelación nunca llegó a producirse. Los candiles que pendían de las paredes alumbraban tímidamente una estancia vacía. De no ser por algunos papeles que, desperdigados sobre la mesa, indicaban que alguien había salido de allí a toda prisa, cualquiera se hubiese podido plantear que la habitación no tuviera ocupante. Pero Therax sabía que eso no era así, así que se dispuso a entrar derrochando la mayor de las cautelas.

Un paso tras otro, se encontró en el lugar donde había transcurrido la mayor parte de la conversación hacía ya bastantes días. Un cuidado minucioso y casi perfecto seguía siendo el guardián en silencio del camarote —a excepción del escritorio—, cuyo suelo no emitía ni el más leve quejido ante las pisadas del domador.

Las fotografías le observaban desde la pared, clavando en él miradas que, como cuchillos, pugnaban por introducirse en su interior y desglosar su alma. Avanzó un poco más, sin despegar demasiado tiempo la vista de los jóvenes muchachos que tiempo atrás se habían dedicado a limpiar los océanos.

Exhaló por segunda vez desde que pusiera un pie allí dentro. No había nadie, lo que resultaba tremendamente frustrante. ¿Cómo se las ingeniaba para hacer de su estancia allí algo completamente insignificante e intrascendente? No tenía claro si semejante facultad era digna de reproche o elogio.

Se dio la vuelta, apoyando sus glúteos en el filo de la mesa y dejando que parte de su peso recayese sobre la misma. ¿Qué debía hacer? No había contado con exactitud los días que habían transcurrido desde su llegada. Tal vez fuese el momento de dejar de confiar en las prerrogativas de Niord y alzar el vuelo para regresar junto a los suyos. Sí, quizás ésa fuese la decisión que debía tomar en aquel momento.

Los ojos del rōnin alado, de un intenso y profundo color azul en esos momentos, miraban sin ver los tablones situados frente a él. Una puerta fue la encargada de devolverle a la realidad, pues no recordaba haberla visto allí durante su primera visita. Hizo un esfuerzo por rememorar todo lo acontecido: la sensación de verse como un curioso espécimen que estaba siendo observado; la angustia de la presa cercada por los depredadores que, divertidos, juegan con ella antes de devorarla; la confusión de quien no tiene claro nada de lo que está aconteciendo en su vida.

Del anárquico enjambre de percepciones y acciones que habían rodeado el evento, la imagen de Niord apareciendo de la nada resaltó sobre las demás. Si no se equivocaba, su abuelo había salido de la zona en la que se encontraba la habitación camuflada. ¿Era correcto considerarla así? Lo cierto era que no estaba escondida y no parecía que su constructor hubiese tenido esa intención. Simplemente era una pequeña habitación accesoria, separada de la sala principal por una también pequeña puerta en la que era difícil reparar en un primer vistazo.

La madera parecía llamarle, invitarle con un susurro inexistente a que se adentrase en la sala que su caoba protegía. La curiosidad siempre había sido dueña de él, así que se incorporó y se dirigió a la fuente de su incertidumbre.

El lugar se comportaba como una réplica a pequeña escala de la sala que dejaba atrás. Una modesta mesita de noche servía de soporte a un par de dosieres, insignificantes en comparación con la avalancha de folios que cubrían a su hermana mayor. Otro arsenal de fotos tapizaba las paredes, sólo que allí había muchos menos rostros. Niord, Maggie, Danubius y Yukkon acaparaban la mayoría de ellas junto a  algunos veteranos que, pese a no haber conocido, Therax estaba acostumbrado a ver por el Hive’s Queen.

El único elemento que rompía el símil se encontraba junto a la mesita. Un catre más propio de una celda que del camarote de un capitán reposaba en una esquina, con las sábanas revueltas y la almohada en el suelo.

Un nuevo paso sucedió al anterior, y otro más a éste. Titubeaba por algún motivo que desconocía, como si algo dentro de él luchase por salvarle de una gran verdad, pero aprovechaba esa lentitud para observar con cuidado cada retrato. La temática de estos también era diferente, mostrando a los cabecillas de la Jauría Blanca en sus peores momentos: vendados de la cabeza a los pies, con semblante abatido —seguramente en relación con un objetivo que se había escapado— e incluso llorando la pérdida de alguno de los suyos.

Un nudo se asentó con fuerza en el vientre del rubio, pues, por un breve instante, imaginó un escenario similar. Hacía tiempo que había decidido no volver a permitir que alguno de los suyos le fuese arrebatado. Con el dolor producido por la muerte de Martin tenía más que suficiente, pero la perspectiva de que, como no podía ser de otro modo, el peligro siguiera acechando, pesaba sin misericordia sobre sus hombros.

Y entonces lo vio. Fue como el violento impacto de un cañonazo en el centro del pecho, como un profundo corte capaz de herir más allá de su cuerpo. Esos ojos azules, sinceros y nostálgicos como el mismísimo océano. Los rizos oscuros que, anárquicos y libres como su poseedor, se precipitaban aleatoriamente sobre su frente. La irónica sonrisa torcida reservada sólo para quienes han sido traicionados tantas veces que no guardan rencor. Su… Sí, no había otra opción. Su imagen aún aparecía en sus peores pesadillas, su risa aún retumbaba en sus oídos cuando despertaba y sus capones aún dolían cuando las lágrimas salpicaban sus mejillas.

Zahn Palatiard, pirata en vida y traicionado médico en muerte, le dirigía una mirada que casi era capaz de traspasar los límites del más allá. Pero aquello no era lo más raro. Pasaba la mano por encima del hombro de un tipo bastante mayor que él, el cual vestía con poco menos que harapos y lucía un sombrero demasiado familiar. El más veterano reía a mandíbula batida, siendo su úvula perfectamente identificable incluso en la imagen. ¿Ansem conocía a su padre? Eso explicaba muchas cosas, pero no el porqué de tanto secretismo e indiferencia.

La respuesta le llegó en forma de mazazo impreso sobre papel amarillento. El titular era demoledor, tanto que Therax sintió la necesidad de apoyar la mano en la pared. Algo le pedía desde dentro que tocase cualquier cosa, que se asegurase de la veracidad de lo que sus ojos veían, de que no era un sueño.

—¿Estás bien, chico? —preguntó H, ostensiblemente preocupado.

‘Ansem Palatiard es derrotado por su propio hijo. ¿Se repondrá la Jauría Blanca de este varapalo?’ El letrero, exhibido con orgullo por encima de cualquier fotografía, presidía la estancia como recuerdo póstumo. Allí no había nada que interpretar. Todo estaba muy claro, demasiado incluso. En cambio, un sinfín de dudas emergía a partir de aquel hecho constatado e incontestable. De entre todas ellas, una resaltaba y destacaba sobre las demás: ¿a qué se debía el comportamiento de su… abuelo?

Dos pies deteniéndose tras él sonaron con total nitidez. Sin duda, aquél era el primer ruido que percibía del perfectamente conservado suelo del navío, y probablemente sería el último. Que la caoba sólo crujiese allí sugería que, casi con toda seguridad, el pordiosero hubiese vetado —o al menos restringido en gran medida— el acceso a su habitación de los recuerdos personales.

Era él quien se había situado a espaldas del domador, y le dirigía una mirada impasible que no tardó en tornarse en abatida. Suspiró, cerrando la puerta tras de sí y aproximándose a la cama para sentarse en su borde.

—Veo que has descubierto mi secreto, nuestro secreto —reflexionó el indigente, clavando sus ojos en las múltiples imágenes que, ya siendo vistas por Therax, mostraban a padre e hijo en diversos lugares y actitudes.

—¿Qué significa esto?

—¿No es obvio? —replicó de inmediato Ansem, alzando una ceja en señal de confusión y decepción.

—No, me refiero a todo el tiempo que llevo aquí, a que nadie haya querido decirme nada, ¡a que hayas visto a través de mí hace un momento!

—Por tu estabilidad emocional, supongo. Sé que la necesitas en mayor o menor medida para hacerte del todo con la Rosa de los Vientos, y el motivo de que estés aquí es de todo menos sosegador. Si te digo la verdad, tenía pensado contártelo todo en el último momento, cuanto más tarde mejor, aunque está claro que no va a poder ser así. Déjame que empiece por el principio.

El rubio se forzó a guardar silencio. Necesitaba saber todo lo referente a la situación en la que se encontraba y, por muchas ganas que tuviese de preguntar hasta la saciedad, era consciente de que era momento de callar. El líder de la Jauría Blanca le concedió unos segundos antes de dar inicio a su relato:

—Sabes que Niord y yo nos conocimos hace mucho tiempo y plantamos la semilla de lo que hoy es la Jauría Blanca, ¿no? Pues bien, gracias a eso estás en el mundo. Ese viejo era uno más de nosotros hasta que conoció a Loreen. Sabes perfectamente lo que pasó después de eso, así que voy a contarte la otra parte. Zahn nació de rebote, no me importa admitirlo. Él lo sabía y no era algo que le quitase el sueño; siempre decía que lo importante de tu vida es lo que haces con ella, no el motivo que te ha llevado hasta la misma. Pero bueno, que divago. Creció como uno más de nosotros, aunque siempre hubo algo diferente en él. Un matiz irreverente, un ansia de libertad más allá de la que cualquier persona, como es natural, puede desear. Yo sabía que aquel día llegaría tarde o temprano, aunque puse todo mi empeño en que no fuese así. No obstante, eso no significó que llevase mejor la noticia, que asumiese que mi hijo quería ser un pirata. El resultado fue un periodo de años sin sabes nada uno del otro. —No había reproche, arrepentimiento ni culpabilidad en su voz, sólo la frialdad de quien constata un hecho—, hasta que, bueno. —Señaló la prueba de su derrota, sonriente y satisfecho—. No sabes cómo disfruté con eso.

—Te pierdes —interrumpió Therax.

—Sí, sí. Por aquel entonces, Niord ya se había marchado con su familia a ese páramo helado del South Blue que tanto le gusta. Aun así nos manteníamos en contacto, y un día me contó lo que había sucedido entre su hija, Mara, y Zahn. Vamos, tú. ¡El muy cabrón se había marchado algunos meses antes de lo que tenía previsto para vivir de cerca el proceso! A mí no me sentó demasiado bien, pero claro, tampoco estaba en condiciones de reprocharle nada a nadie.

—¿Y  lo del Templo de los Cielos?

—Zahn me contó lo que le había sucedido allí mucho antes de que tú nacieras, cuando alcanzó el máximo dominio que podía adquirir sobre su fruta, ¡esas malditas frutas! —exclamó—. Nunca supe cómo conoció el lugar, si se lo encontró por casualidad o qué, pero déjame seguir, que me voy haciendo mayor y me cuesta no perder el hilo. Ya me queda poco.

Un ligero cabeceo afirmativo fue la única respuesta con la que el rubio obsequió al desarrapado cazarrecompensas.

—Bueno, la cuestión es que después del combate todo continuó igual. Seguía siendo inadmisible que la sangre de mi sangre se convirtiese en aquello que yo había perseguido durante toda mi vida. —Hizo una pausa larga, muy larga, tanto que dio tiempo a que varios suspiros escapasen de su boca—. El día que me llegó la noticia, mi mundo entero se vino abajo. Niord me mandó uno de esos pajarracos que tanto le gusta criar. Llevaba una carta en la que me contaba todo lo que sabía acerca de lo sucedido, todo lo que había averiguado sobre su muerte, así como que habías escapado junto a ese bastardo pendenciero de Joy.

Therax alzó una ceja y se dispuso a replicar. ¿Quién demonios se creía para hablar de ese modo acerca de quien había sido un segundo padre para él, de quien se había hecho cargo de un chico asustado e indefenso? Buena parte de la persona que era se la debía, para bien o para mal, al segundo de abordo de su padre, pero sus labios nunca llegaron a despegarse. Ansem alzó una mano en señal de disculpa antes de proseguir, consciente de que había sobrepasado el límite.

—Me parece que ya te han contado algo de lo que viene a continuación. Mi actitud hacia la Marina y el Gobierno Mundial cambió radicalmente a raíz de aquello. Y conmigo, la de toda la jauría. Mis chicos fueron en su tiempo subordinados, amigos y compañeros de Zahn, y tampoco estuvieron dispuestos a perdonar a quienes le habían matado. No tardaron en ponernos recompensa, el tiempo de enterarse de que andábamos buscando a uno de sus oficiales y que, en el proceso, nos habíamos llevado por delante a algunos de sus hombres de confianza.

La verdad comenzaba a abrirse paso entre el mar de dudas. El afán del pordiosero por que él, alguien a quien a pesar de ser su nieto no conocía, alcanzase las más altas cotas de poder que había experimentado hasta el momento. El motivo por el que no se había detenido ni un segundo a meditar al respuesta cuando el rōnin alado le había pedido una justificación para todo aquello: la venganza. Incluso su actitud hacia él, buscando siempre la mayor estabilidad posible —aunque fuese dentro de la incomodidad— para que terminase de afinar su relación con Ignael Bodhi. Por eso, curiosamente, la sorpresa fue minúscula cuando el del sombrero terminó de poner las cartas sobre la mesa:

—No te imaginas lo bien que son capaces de esconder a alguien cuando quieren. Ahora, tras muchos años, por fin le hemos encontrado. Y vamos directamente a por él.


Capítulo VI. Duelo de azules.


La reacción ante los últimos hallazgos había sido rara incluso para el propio espadachín. La ira incontenible y el ansia por acabar con quien tanto daño le había causado, emociones esperables y humanas, apenas se habían asomado a su mente. Por el contrario, la felicidad y la placidez se habían hecho con el control. Ya sabía hacia dónde se dirigía y de dónde venía, sus verdaderos orígenes y por qué se había quedado solo en el mundo sin previo aviso. Esa asociación le regalaba una paz que jamás hubiera soñado. La bullente amalgama de rencores y reproches había desaparecido, relegando el alma del contramaestre al estado de calma que Ignael había querido transmitirle.

Era curioso cómo, pese a dedicar tantas horas a un objetivo, éste no había sido completamente satisfactorio y definitivamente carente de discrepancias con lo deseado. Por el contrario, había sido necesaria una información en principio traumática para alcanzar el tan ansiado estado. Seguía habiendo furia en él, sí, pero de un modo diferente: lógico, dirigido y racional; aprovechable.

—¡Ese hijo de puta no nos espera! —exclamó Ansem desde uno de los barcos que ya habían abandonado el Hive’s Queen, haciendo gala de un ánimo muy diferente al de su nieto. Eran tres navíos, y una pareja de sus lugartenientes capitaneaba cada uno de ellos. Niord era el encargado de guiar la nave en la que se encontraba Therax, que hacía las veces de su segundo de abordo—. ¡Esta mañana tengo que reconocer algo que nunca pensé que podría suceder! ¡Tenemos que darle las gracias a un pirata, a una de esas sabandijas que reptan por los mares sin ton ni son! ¡Gracias por ser el motivo de que ese bastardo haya salido de su cueva y se haya echado al mar!

Hubo un murmullo e incluso algunos vítores para el rubio, pero el indigente los acalló enseguida con un movimiento de mano.

—¡Hablo de Lord Capitano, animales! Él es el motivo de que nuestro objetivo haya sido enviado junto a una pequeña flota a este rincón del océano. Se ha hecho con varias islas de la zona y ha desafiado abiertamente al Gobierno Mundial. Viendo lo agitados que están los mares últimamente, intenta darle una lección, enseñarle que quienes osan desafiarlo y poner un pie en sus dominios lo paga caro. ¡No son capaces de dar caza a esos delincuentes sin nosotros! —Los Den Den Mushis situados junto al mástil de la vela mayor de cada navío elevaron aún más el tono de voz—. Y eso no va a cambiar. Estamos aquí para cerrar un ciclo, para desinfectar nuestras heridas y permitirnos seguir mirando hacia delante, para hacer justicia sobre quien fue asesinado mucho tiempo después de doblar y guardar su Jolly Roger. ¡Enseñadles que un lobo nunca muere solo!

Los barcos satélites habían ido inclinando paulatinamente su proa, introduciéndose lentamente en el banco de nubes que separaba las alturas del oleaje y la marea. El pequeño discurso del cazarrecompensas coincidió con el momento de mayor ángulo, el cual precedió a la aparición de los barcos en el cielo. Formaban en triángulo, con Ansem liderando la embarcación central junto a Yukkon. Maggie capitaneaba el último navío, con Danubius como acompañante en la toma de decisiones.

La jefa del personal médico observaba la situación con gesto adusto y los brazos cruzados. El mulato, por otro lado, había puesto los ojos en blanco y murmuraba algo con la palma de sus manos apuntando hacia el cielo que dejaban atrás.

Las naos entraron en escena quebrando la sábana nubosa que presidía la jornada, librando al astro rey y la dama de la noche de presenciar lo que estaba por llegar. Arrastraron consigo algunos cúmulos, los cuales se fueron deshaciendo y quedaron como estelas conforme avanzaban.

Por debajo de su posición, otros tres buques surcaban el mar dispuestos en una línea recta, militarmente ordenada hasta tal punto que incluso las olas que rompían parecían estar sincronizadas. Therax se encontraba sobre la cabeza de lobo que daba forma al mascarón de proa, sabiendo sin ser del todo consciente que aquel día él sería las fauces de la bestia.

—¡Fuego! —exclamó después de que Maggie lo hiciese y antes de que Danubius dejase de rezar, suplicar o lo que estuviese haciendo. Los ojos del cánido brillaron con un fulgor azulado e, instantes después, una esfera de metal salió despedida de su boca. No dio en su objetivo, pero no importaba; sólo había sido un anuncio.

Antes incluso de que los cañones fuesen recargados, cuando los objetivos acababan de dejar de ser imprecisas siluetas sobre un fondo azul, un grito gutural y arcano nació de la garganta de Danubius. El de la trenza dirigió un rápido vistazo hacia un lado, mostrando unos ojos inyectados en sangre y un semblante que poco o nada tenía que ver con el aire bobalicón que usualmente se daba. Saltó al vacío, y nadie se extrañó de ese hecho. El rubio observó a Maggie, que daba indicaciones y asumía la acción el mulato como natural.

Un nuevo cañonazo nació del amenazador rostro de lobo que Therax pisaba, coincidiendo con su aceptación del salto al vacío como algo normal... al menos eso esperaba. Tal y como había prometido antes de que todo diese comienzo, el domador propulsó los tres navíos hasta conseguir que sus ocupantes, acostumbrados a vuelos como aquél, se viesen obligados a sujetarse para no caer. Entonces, la voz de Ansem nació del Den Den Mushi de pulsera del que les había hecho entrega.

—De acuerdo, asumen posiciones defensivas. Recordad lo que hemos hablado: un barco para cada uno, y ese bastardo es mío.

La artillería de los buques apuntó hacia el cielo, tratando de fijar en el punto de mira a quienes osaban atacarles. Aquélla fue la salva más voluminosa que el domador recordaba haber visto jamás, aunque bien podía ser una percepción errónea fruto de la tensión del momento. Entre todas las que habían sido lanzadas, seis esferas oscuras como la muerte silbaban como preludio del caos que pretendían sembrar, avanzando hacia la posición de Therax.

El rubio desenfundó a Byakko y, para cuando el navío hubo rebasado la posición de las bolas, éstas ya habían sido cortadas por la mitad y habían explotado. No hubo vítores a sus espaldas, sólo más trabajo. Apenas quedaban unos metros para llegar al mar y debían estar preparados. Contrarrestó las corrientes de viento que habían estado propulsando los navíos, reduciendo notablemente su velocidad y permitiendo un amerizaje sin incidencias.

La popa aún no había entrado en contacto con el mar cuando, frente a sus ojos, uno de los galeones a los que se enfrentaban vio cómo buena parte de su estructura saltaba por los aires. El naufragio no tardó en comenzar. Un grito salvaje rebotó en el oleaje antes de llegar, triunfante, a oídos de quienes se encontraban allí. ¿Quién diría que algo como aquello podía ser obra de Danubius Rhodes?

Fuera como fuere, los tres barcos que había fletado la Jauría Blanca se encontraban al fin frente al enemigo. Uno de ellos ya había sido hundido, y Therax se disponía a obsequiar con el mismo destino a la embarcación situada frente a él. Encadenó cinco ondas cortantes con un único movimiento, tan seco y delicado que la energía cortante pareció peinar la espuma de las olas.

Sólo había que contemplar su tamaño y apariencia para tener claro que las consecuencias serían devastadoras, pero unas esferas verdes se encargaron de dar al traste con sus sueños. Habían nacido en la proa de uno de los barcos de la Marina, donde un sujeto de rasgos orientales enfundaba una pistola más parecida a un juguete que a una verdadera arma.

Therax arrugó el gesto. Los hombres de Ansem abrieron fuego antes de que se le ocurriese dar la orden siquiera. Efímeras columnas de agua comenzaron a abarrotar la zona instantes después, naciendo y muriendo allí donde los cañonazos se hundían. Los sistemas de elevación acababan de ocultarse por completo cuando la distancia entre ambos navíos alcanzó su mínima expresión.

Los cazarrecompensas no tardaron en dar comienzo al abordaje, encabezados por el rubio espadachín que, siendo el primero en poner un pie sobre la cubierta gubernamental, dispersó a la primera línea de uniformados con una violenta corriente de viento. Los miembros de la Jauría Blanca pasaban a toda velocidad junto a él, abalanzándose sobre sus objetivos como el depredador que lleva semanas sin comer. Él, por su parte, buscaba con la mirada a quien debía llevar la voz cantante allí.

—¡Comandante Gauchart! —exclamó uno de los uniformados—. El barco de la comandante Reia ha sido hundido.

Un destello verde sucedió al aviso, siendo identificado en el último momento por el domador. Saltó hacia atrás, quedando de pie sobre la baranda del barco y buscando la fuente del disparo. Una zona vacía era lo que quedaba en el lugar donde se encontraba hasta hacía un momento, como si la cubierta hubiera sido… ¿desintegrada? Y entonces, otro disparo; y otro más, pero no acertaba a identificar el lugar del que provenían.

—¿¡Dónde está ese desgraciado!? —clamó la voz de Ansem a través del Den Den Mushi de pulsera. ¿Por qué no le encontraban?

Se hizo a un lado una vez más, observando cómo otro fragmento de baranda quedaba reducido a la nada. Harto de la situación, cerró los ojos y se esforzó por percibir cada gota de vida a su alrededor, cada silencioso susurro de las almas que le rodeaban. Una amalgama de figuras luminosas se materializó ante sus ojos. Todas ellas de un color, todas ellas diferentes.

Y tras la marea luminosa, una más grande que cualquiera de las demás. No era ni de lejos la presencia más imponente que había sentido en su vida, pero destacaba sobre las allí presentes. El tipo en cuestión ostentaba el rango de comandante, si sus oídos no le habían jugado una mala pasada. No sabía hasta qué punto ése sería un puesto de relevancia dentro de la jerarquía marine, pero, dada la fuerza que aparentaba poseer, no debía encontrarse entre los más elevados.

Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró con que un grueso mástil cubría el cuerpo del que habría de ser su objetivo. No había reparado en ello antes, obcecado en identificar el rostro de quien le había impedido zanjar el asunto antes de entablar combate cercano: había una suerte de perímetro en torno al oficial al mando, que abatía sin misericordia a todo aquél que osaba aparecer en su campo visual.

Fueron tres grandes zancadas las que necesitó para cubrir la distancia que les separaba. Lo hizo a toda velocidad, dejando fuera de combate a los marines del cordón de seguridad que intentaron detenerle. Todo hubiera sido más fácil si le hubiese cogido por sorpresa, pero el comandante atinó a evadir el corte que prometía rebanarle el pescuezo. No le gustaban las distancias cortas, eso era algo que se podía leer perfectamente en sus ojos.

El rubio continuó con su ofensiva. Estando los subordinados del oficial ocupados con los cazarrecompensas, no tenía que preocuparse demasiado porque alguien le disparase a traición. Eso suponía un avance, pues no quería demorarse demasiado. El tipo al que buscaban no aparecía, al menos eso indicaban los comentarios que llegaban a sus oídos a través del pequeño molusco. La situación no le gustaba en absoluto, y quería quitarse ese problema de encima cuanto antes.

El tal Gauchart se había apresurado a guardar la molesta y letal pistola de juguete, desenfundando dos escopetas que llevaba cruzadas en la espalda y apuntando al rostro del contramaestre con una de ellas. Sonrió antes de accionar el gatillo, pero, cuando lo hizo, Therax ya se había apartado de la trayectoria y se acercaba a él.

Un cañón metálico frenó el corte de Byakko, momento que aprovechó el rubio para desenvainar a Yuki-onna y trazar un corte horizontal. La escopeta que acababa de vomitar su proyectil se movió a toda velocidad, interponiéndose de nuevo para salvar la vida de su portador.

El contramaestre de los Arashi no Kyoudai gruñó, imprimiendo más fuerza y culminando los cortes que habían sido detenidos. El acero se deslizó sobre el acero, arrancando tímidos destellos que actuaron como preludio de sendas ondas cortantes. Éstas, acompañadas de un imponente vendaval, repelieron al comandante y dieron una oportunidad al espadachín. La sangre manó del muslo del tirador apenas un segundo después, cuando éste no fue capaz de apartarse con la celeridad necesaria.

Aquello no tardó en convertirse en una mortífera danza, en la que las espadas del rōnin alado marcaban el compás y guiaban los movimientos de las armas de fuego. Una melodía de sangre y muerte daba forma a la banda sonora que, más allá de cualquier duda, adornaría el último día de uno de los contendientes. Periódicamente, la percusión del gatillo al ser accionado rompía, rebelde, el compás, mas el afilado acero no se demoraba en recuperar el pie.

Era cuestión de tiempo, de desgaste, y ambos lo sabían. La sangrante prueba de ello eran los surcos de color carmesí que manchaban con cada vez más frecuencia el impoluto uniforme del marine. El sudor perlaba su rostro y el miedo, justificado a la luz del desarrollo de los acontecimientos, aferraba su corazón con inusitado empeño. Sus movimientos comenzaron a volverse levemente más torpes, algo imperceptible para quien no viviese en el campo de batalla, para quien no hubiese hecho del peligro de muerte su forma de vida.

La sangre salpicó el suelo, sentenciando a quien la había albergado dentro hasta hacía unos instantes El cuerpo sin vida del comandante Gauchart cayó sobre la cubierta, inerte y otorgando una nada digna mueca al semblante del oficial. «Pero tú no eres la persona que estamos buscando… No, que estoy buscando», pensó el domador, enfundando sus espadas y mirando con frialdad el rostro sin vida del cadáver.

A su alrededor, las fuerzas de la Jauría Blanca habían hecho valer su fuerza y experiencia, reduciendo el destacamento marine a un escaso número de sujetos que arrojaban las armas y levantaban las manos en señal de rendición.

—¿Alguna idea de dónde está? —preguntó Therax tras colocar su muñeca derecha frente a sus ojos.

—Ni rastró de él —respondió Yukkon en el fragor de la batalla—. Creo que nos la han jugado, debemos estar perdiendo facultades —rio, derrochando la calma y parsimonia tan propias de él.

Therax chasqueó la lengua, enfadado, y emprendió el camino de vuelta a su navío. Uno de los hombres de Ansem no tardó en acercarse, señalando hacia su espalda con el dedo pulgar.

—Haced lo que queráis con ellos —sentenció antes de que despegase sus labios siquiera—. Si acabar con sus vidas os ayuda, matadles; si preferís perdonarles, subidles a un bote y que se las apañen. Lo que sea, pero fuera de este barco.

Los ruegos no tardaron en sucederse a su espalda, seguidos por el premonitorio ruido del tambor de los rifles. Las súplicas y los llantos, lanzados al viento a voz en grito, se diluían sin más en la sed de venganza. Cuando el rubio alcanzó por fin su barco, ya nadie chillaba. Niord le dirigía una mirada seria, evaluando cada paso que daba su nieto. No se había movido de su posición, siendo su postura idéntica a la que tenía antes de que el contramaestre se marchase.

No sabía si todos habían muerto o si, por el contrario, alguno agonizaba. Lo cierto era que no le importaba. Aguardó a que todos los hombres que habían puesto bajo su mando regresasen y, mientras se alejaban, obsequió al buque de la Marina con un último gesto.

Alzó la mano y el viento pasó entre sus dedos, deslizándose como un insinuante reptil hasta concentrarse frente a la palma. Pese a lo emocional del momento, su mente estaba equilibrada y él se sentía en el estado óptimo; no recordaba haberse percibido tan estable en mucho tiempo.

Los recuerdos de Ignael afloraron una vez más desde lo más hondo de su ser: la esperanza de quien un día tuvo fe en la humanidad, la confianza de quien se hizo uno con el viento, las experiencias vitales que habían condicionado su control del mismo. Todo, absolutamente todo, fluyó una vez más a través de él, recordándole la sintonía alcanzada entre sus dos conciencias.

H derrochaba silencioso orgullo en algún lugar, conocedor del vínculo existente entre la conciencia del pasado y la del presente, del nexo establecido entre ambos una vez entendida la naturaleza del monje.

—Levante —susurró. De forma casi inconsciente, automática, el viento se había ido concentrando en una pequeña esfera. La presión era tal que el rubio había apretado los dientes sin ser muy consciente de ello. Los dedos le temblaban tímidamente, pero sabía que era normal.

Y entonces, el cúmulo eclosionó como si de un huevo se tratase. La ráfaga de aire más potente que el domador recordaba haber notado jamás salió disparada hacia el barco objetivo. Concentrada hasta el extremo, apenas poseía unos centímetros de diámetro. Pero eso poco importaba. Atravesó el casco de la nao marine sin aparente dificultad. El orificio abierto fue haciéndose más grande conforme la presión aumentaba, pues el vendaval continuaba abandonando los dedos de Therax y atravesando sin clemencia la embarcación.

Al otro lado, el viento había incidido sobre el agua con la misma violencia exhibida anteriormente. La superficie del mar, completamente distorsionada y turbulenta, se esforzaba en vano por recuperar la normalidad, por atraer de nuevo las gotas de agua que, anárquicas, surcaban el cielo con ferocidad.

Los últimos restos del navío terminaban de hundirse cuando todo volvió a la calma. Un suspiro nació de los labios del contramaestre. Era la prueba tardía e inequívoca de que lo mismo que mantenía con vida al ser humano podía acabar con él.

—¿Ahora no hay chiste? Qué decepción —musitó Niord, llegando su comentario a los demás barcos a través del molusco—. Esto ya no es lo que era.

—Habrá chiste cuando hayamos conseguido lo que nos proponemos, como siempre —sentenció Ansem, tajante--. No le habéis encontrado, ¿verdad?

Un silencio que no dejaba lugar a dudas fue la única respuesta. Entonces, la voz de Danubius acaparó por completo la comunicación. Sonaba gutural, profunda, seria y decidida; todo lo contrario a lo que esperaría cualquiera que sólo le hubiese conocido en su estado normal.

—¿La información sobre el pirata es cierta? Pueden habernos engañado. Tal vez esto sólo sea un señuelo y ese hijo de puta esté a cientos de millas de aquí.

—Los datos sobre ese tal… ¿cómo se llamaba? Bueno, me la suda —interrumpió Maggie—. Ese tío es de verdad y trae de cabeza a la Marina, según nos han confirmado fuentes fiables. —Se tomó unos segundos para respirar, reflexionar y, por qué no, encenderse otro cigarrillo—. Pero eso no quiere decir que todo lo que hemos supuesto sea verdad. Dan podría estar en lo cierto; esa sucia rata podría estar muy lejos… Sí, pero también cabe la posibilidad de que…

Jamás llegó a terminar su frase. El naufragio del último buque de la Marina aún no había concluido cuando, en el espacio que quedaba entre sus mástiles, cinco siluetas difuminadas emergieron en el horizonte. Lo que había silenciado la árida voz de la peliazul no había sido otra cosa que un cañonazo, el cual, pese a no haber sido capaz de causar daño alguno, había dejado claras las intenciones de quien lo había lanzado.

—¿Pretenden acabar con nosotros de camino a hacerse con el control de las islas que les han quitado? —preguntó Niord, entre divertido y ofendido—. Es lo que parece, vaya.

—Hemos caído como verdaderos imbéciles. —La pipa de Yukkon burbujeó—. ¿Cuántas veces hemos hecho nosotros algo parecido? ¿Para qué buscar a un objetivo si puedes engañarle para que se ponga en tu camino mientras vas a por otro?

Y así era, pero la ira había cegado en buena medida a quienes tomaban las decisiones en la Jauría Blanca. La sed de venganza y el recuerdo de Zahn, todavía muy vivo en sus corazones, habían relegado a un segundo lugar la cautela y la sensatez propias de una organización tan antigua y experimentada.

—¿Qué hacemos? —inquirió Maggie.

—¿Cómo que qué hacemos? —replicó Ansem—. No pienso irme de aquí con el rabo entre las piernas. ¡No hemos dedicado tanto tiempo a buscar a ese tío para darle la espalda y huir cuando al fin le hemos encontrado!

Coincidiendo con su convencida negativa a escapar, el viento generado por el rubio infló las velas de las tres embarcaciones. Las tres cabezas de lobo que conformaban los mascarones de proa mostraron sus colmillos al enemigo, anunciándole que no darían un paso atrás.

—¿Estás seguro de eso? —preguntó Yukkon, haciendo uso de un matiz que indicó al rubio que tenía en mente algo desconocido para él—. Hay demasiadas nubes hoy. No tienen visión.

—No perdemos nada por probar —replicó el indigente—. ¡Fuego de largo alcance! —proclamó.

La mismísima tierra se estremeció cuando el estruendo colmó el aire. Había sonado en todos los lugares y en ninguno al mismo tiempo, como si un ser superior acabase de dictaminar cuál debía ser el devenir del mundo. Lo siguiente fueron unos silbidos; tenues y alejados en un primer momento, pero potentes e iracundos unos instantes después.

Unas enormes balas de cañón habían abierto orificios en la capa nubosa y se precipitaban sin piedad. El Hive’s Queen acababa de hacer acto de presencia. Una presencia temeraria y nada meditada, de acuerdo, pero presencia a fin de cuentas. El primer proyectil hizo diana en uno de los galeones de la Marina, hundiendo sin piedad buena parte de su cubierta. Los demás, por el contrario, cayeron sin ningún criterio allí donde creyeron más oportuno.

—¡Ni una más, ¿me oyes?! —le recriminó Maggie a voz en grito cuando, en una demostración clara de que la providencia le deparaba una muerte menos ridícula, una esfera de metal agitó violentamente su barco hasta el punto de casi hacerlo volcar—. Si nos vamos a suicidar, déjame que lo haga a mi manera.

La respuesta fue el silencio, pero ni una andanada más cayó desde las alturas. En cambio, el impulso que empujaba a la Jauría Blanca provocó que la distancia con los emboscadores se redujese a gran velocidad. Tanto fue así que, cuando quisieron darse cuenta, se encontraban a tiro de fusil. Las naos viraban para mostrar las líneas de cañones que, con más fallo que acierto, se esforzaban por hacer diana.

—¡Gelid Wave! —exclamó Niord, recordándole a Therax cada segundo que había pasado junto a él en Murynos. Una sonora palmada sucedió al anuncio, y una ondulante energía azulada impactó de pleno en la embarcación a la que se enfrentaban.

Los gritos no tardaron en elevarse desde las gargantas de los afectados, arrancando al viejo una sonrisa de satisfacción.

—Parece que no estoy tan oxidado como pensaba —reflexionó en voz alta.

Junto a la nave que acababan de atacar, otra hacía valer su superioridad numérica y flanqueaba al barco que ocupaba el domador. La orden no se hizo esperar, pero la descarga de la artillería naval nunca alcanzó la embarcación. De pie sobre la baranda, apenas un susurro escapó de su boca.

—Poniente.

El alma de Ignael fluyó como el agua a su alrededor, pues también era la suya. La memoria del monje se filtró sin obstáculos en forma de vendaval, integrándose una vez más con la suya de forma inconsciente. Un sonido estremecedor aferró con fuerza los corazones de los allí presentes cuando el vórtice se materializó, interponiéndose entre las balas de cañón y su destino.

Desviadas o frenadas, eso no importaba. Cuando el sonido hubo cesado, nadie al otro lado del muro de viento había resultado dañado. Casi pareció hacerse el silencio, pero la autoritaria voz de su abuelo paterno devolvió a todo el mundo a la realidad.

—¿¡A qué esperáis!?

Un rápido vistazo le bastó para confirmar que él mismo daba inicio a la ofensiva por parte de los cazarrecompensas. Estos no tardaron en recuperar el movimiento. Yukkon y Danubius también habían pasado al ataque, saltando directamente a las garras del enemigo. Therax no se lo pensó e hizo lo propio. Dos alas de color azulado brotaron en su espalda, aleteando grácilmente para elevar a su portador.

El aire se movía en torno a ellas, acariciándolas con suavidad, meciéndolas con el mimo que sólo el fantasma pretérito puede proporcionar. En efecto, Therax avanzaba solo en cuerpo, pero no en espíritu.

—Ostro —dijo con frialdad, y tras una batida de alas el viento pareció cobrar vida propia. Un recorrido completamente insólito, una condensación del vendaval sin ninguna explicación racional, una majestuosa forma animal concebida por el monje. Todo eso culminó con tres agudos chillidos antes de que, tal y como había sido anunciado, tres aglomeraciones de aire con forma de águila comenzaran a asediar el buque de la Marina.

Sobre la cubierta, el contramaestre repartía mandobles a diestro y siniestro, sin preocuparse por cuánta sangre pudiese derramar o cuántas vidas pudiera segar. Una rabia fría y tranquila le guiaba. Era perfectamente consciente de por qué se encontraba allí, del motivo que le llevaba a acabar con todo aquél que se acercase a él, y estaba dispuesto a cargar con aquella masacre en su conciencia. Todo fuera por devolver a su padre en muerte el honor que le habían negado en vida.
Therax Palatiard
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Therax Palatiard
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La rosa de los vientos. Norte y Sur. Empty Re: La rosa de los vientos. Norte y Sur. {Miér 14 Ago 2019 - 1:29}

Capítulo VII. Déjà vécu.


Clavó la espada una vez más, y el último aliento del pobre diablo que había tenido la mala suerte de toparse con él pareció recorrerla. A su alrededor la batalla se encontraba en pleno apogeo. Las llamas nacían de las embarcaciones mientras los cuerpos descansaban sobre ellas, como si una gran pira fuese a transportar a los caídos al otro mundo, uno de paz y sosiego. Las lenguas de fuego se rebelaban contra el orden establecido. ¿Quién había dicho que ellas y el agua eran antagónicas, que era inconcebible que uno naciese sobre el otro?

Un violento crepitar reafirmó su afán por contradecir el orden natural, surgiendo como pantalla ígnea entre Therax y el resto del mundo. El mástil de la vela mayor crujió en señal de desagrado, pero se esforzó por continuar cumpliendo con su cometido el tiempo que le fuera posible.

El desgarrador grito de un cazarrecompensas al ser alcanzado por un hacha se elevó hacia las alturas. Al mismo tiempo, un marine de proporciones considerables era atravesado por sendas lanzas varios metros más allá. La muerte no distinguía: causa o culpa, eso no importaba. Sólo hechos. Y si eso realmente era así, tenía mucho que decir.

La sangre manchó una vez más los tablones de madera cuando, realizando un movimiento de precisión quirúrgica, el espadachín seccionó el cuello de otro enemigo. El carmesí trazó una irregular línea mientras el rubio arrebataba otra vida más. El cuerpo sin vida del primer sujeto aún no había llegado al suelo en el momento que el segundo exhaló su último suspiro.

—¡Therax, arriba! —La voz de Niord llegó a sus oídos, procedente de un navío cercano. Al abordar el buque cuando intentaba flanquearles, el contramaestre había provocado que ambos barcos quedasen detenidos uno junto al otro, pudiéndose circular entre ellos con apenas un salto.

Siguió la seña del veterano luchador, descubriendo que en el castillo de popa tenía lugar el reflejo de lo que ocurría junto a él. Allí, una mujer con gesto de enfado acababa sin piedad con cualquier miembro de la Jauría Blanca que caía en el rango de su lanza. Los integrantes del grupo de cazarrecompensas que habían abandonado el mundo entre sus manos superaban ya la decena, y continuaban muriendo.

Su cometido era evidente, así que no se lo pensó e hizo que dos alas de energía azulada naciesen de su espalda, siendo la continuación de un manto del mismo color que pasó a cubrir su cuerpo por completo. Aleteó una única vez y se dejó caer frente a la oficial, deteniendo su siguiente ofensiva con una de sus alas.

La rabia se materializó inequívocamente en el rostro de la que se acababa de convertir en su oponente, que no se amilanó. Dio un rápido salto hacia atrás, ganando el espacio justo para lanzar una serie de punzadas. El extremo del arma iba y venía a toda velocidad, siendo esquivado o detenido por Therax al tiempo que recuperaba su forma humana.

El sonido de un cascabel situado allí donde el acero se fijaba a la madera acompañaba a cada tentativa homicida, recordando al letal mordisco de una serpiente. Un escalofrío recorrió la espina dorsal del domador sólo con imaginar una de aquellas criaturas. Esas escamas que tapizaban su superficie corporal, la lengua bífida que retornaba a su cavidad de origen acariciando el rostro, el modo en que se plegaba formando anillos concéntricos y el premonitorio sonido de la cola antes de atacar. Nunca le habían gustado las serpientes, y que su rival le recordase a una de ésas al mover su arma, todavía menos.

El punzante extremo de la lanza pasó muy cerca de su mejilla, demasiado, devolviéndole a la cruda realidad con una silenciosa amenaza de muerte. Byakko y Yuki-onna cortaron el aire en un intento de herir a su contrincante, que, todo sea dicho, era mucho más habilidosa que el comandante Gauchart. Su rostro mostraba una expresión esforzada pero joven, ambiciosa pero letal.

—Therax Palatiard —comenzó, zafándose de un tajo oblicuo que había realizado el espadachín—, quedas detenido en nombre del Gobierno Mundial. —Proyectó su brazo en dirección al pecho del domador, obteniendo como respuesta un choque metálico cuando éste detuvo la punta—. Se te acusa de piratería y asesinato de miembros del orden, entre otras cosas. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?

—¿Cuánto llevas con ese uniforme? —preguntó sin más, pues nunca le habían dedicado un discurso tan formal e inocente antes de intentar apresarle.

—¡Eso a ti no te importa! —exclamó, furiosa, antes de empuñar su arma como si de una espada se tratase—. ¡Stinging Storm!

A ojos del rubio, el movimiento fue idéntico al que él mismo realizaba cuando lanzaba una onda cortante, pero el resultado fue diferente. Del lugar donde el extremo de acero rasgaba el aire nacía un sinfín de pequeñas ondas puntiformes. Salían disparadas una tras otra. Bloquearlas —o intentarlo— era una opción válida, pero nunca se había sentido cómodo exponiéndose a algo que desconocía.

Se hizo a un lado, cosa que agradeció unos instantes después. La baranda de metal que impedía la caída desde el castillo de popa fue alcanzada por cada uno de los intangibles proyectiles. Los resultados fueron fatales para la misma, quedando reducida a un maltrecho amasijo de varas de hierro mal posicionadas.

No estaba dispuesto a terminar así, pero la marine tampoco se mostraba permisiva o comprensiva en cuanto a su libertad. Maldijo para sí, adoptando una pose ofensiva durante un breve instante antes de tomar la iniciativa.

El sonido del metal se extendió por el lugar sin misericordia, inundando el aire con tañidos que cada vez se hacían más seguidos y violentos. Los aceros vibraban, resonando como si un pregonero luchase por anunciar el fin del mundo a todos los allí presentes.

La oficial era rápida, ágil y escurridiza. Hacía un uso excepcional de las herramientas a su alcance, deteniendo y evadiendo a partes iguales las ofensivas del rōnin alado. Pese a ello, la experiencia en combate y el conocimiento acerca de cómo y dónde atacar fueron decantando la balanza a favor de Therax.

Los jadeos emergieron, desafiantes, como aspirantes a hacerse con el control del lugar. El agotamiento comenzaba a hacer mella en ambos contendientes, pero saltaba a la vista que la uniformada lo gestionaba mucho peor. Los minutos se sucedieron, y junto a ellos los lances que cada vez se decantaban un poco más a favor del espadachín. Hacía mucho que no experimentaba una sensación tan vigorizante en un enfrentamiento —dejando a un lado el incansable y eterno duelo que había mantenido con Ignael hacía ya varias semanas, por supuesto—. Tanto era así que se disponía a hacer uso de las habilidades de H para terminar de decantar la balanza a su favor.

No obstante, un instante antes de que el viento comenzase a moverse de forma antinatural en las cercanías, un mínimo error le advirtió de que aún podría reservar energías. El pie izquierdo de la marine se desplazó unos centímetros más de lo necesario en un movimiento lateral. Era en sí un hecho insignificante, pero no para quien fuese capaz de sacar partido hasta a la más mínima alteración del equilibrio, al más leve movimiento en falso.

La tormenta de cortes no tardó en producirse. La oficial ya había demostrado previamente su capacidad para eludir ofensivas como aquélla, pero en todas las ocasiones anteriores había manifestado una posición perfecta de cara a la defensa. Por desgracia para ella, esa vez no era así. Sendos tajos se abrieron paso a través de su guardia, provocando heridas de profundidad considerable en su brazo dominante y la pierna de apoyo.

La lanza rodó por el suelo tras ser liberada, precipitándose por la borda y regalando por última vez el murmullo de sus cascabeles. La mujer hincó la rodilla, incapaz de mantener una posición estable, y apretó con fuerza le herida sangrante de su pierna.

La frialdad dejó algo de espacio a la compasión en los ojos de Therax, que habían adquirido cierta coloración verdosa debido a la breve y escasa influencia de H. Aferró con fuerza a Yuki-onna, cuestionándose si hacía lo correcto al tiempo que recorría la distancia que le separaba de la que sería su víctima en tan fatídico día.

Y entonces lo vio. Dos simples pasos le separaban de quien llevaba la voz cantante en aquel barco. Su oponente, derrotada, bien podía estar aguardando su final o pensando a toda prisa una manera de librarse de su destino. Pero todo aquello perdió su relevancia de repente. Cualquier rastro de importancia quedó completamente diluido para él, hasta tal punto que la marine se tornó invisible ante sus ojos.

Ya fuera por mero prejuicio o como resultado de las historias que había escuchado, siempre había pensado que el tiempo se detenía alrededor cuando encuentros como aquél tenían lugar. Pero no era así; al menos no lo fue en aquella ocasión. El mundo continuaba moviéndose, indiferente a lo que estuviese bullendo en las entrañas del rubio. ¿A quién le importaba que él, una mísera fracción de grano de arena en la historia, se acabase de dar de bruces una vez más con su pasado?

La marine vio la oportunidad, desapareciendo del lugar ante la pétrea figura del rōnin alado. Él ni siquiera era consciente de que se encontraba allí, como si la hubiera olvidado, y ni se inmutó cuando se esfumó frente a sus ojos. Su mirada se había perdido en un lugar tras ella, en unos ojos ambarinos y soberbios que ponían la guinda a una sonrisa sarcástica. Una sonrisa que le transportó a una vasta pradera muchos años atrás, demasiados.

El difunto Joy volvió a aferrar su brazo, arrastrándole lejos de la que sería la tumba de su padre. Casi podía ver el muro de uniformes blancos haciéndose cada vez más pequeño ante sus ojos, que usaban lágrimas para difuminar la imagen en un fútil intento por proteger a un niño confuso. Y en medio de la muralla blanquiazul, flanqueado por fusiles y rostros severos, aquel condenado tipo.

Todo tenía sentido y, tras tantas semanas de desconocimiento e incertidumbre, al fin entendía por qué Niord y Ansem habían puesto tanto interés en encontrarle. Y lo agradecía. Frente a él se situaba el responsable último de que su vida se hubiera hundido en apenas quince minutos tiempo atrás, quien le había dado la vuelta a su mundo sin siquiera molestarse en saber su nombre. Tan escasa era la determinante relación entra ambos, que él tampoco conocía la identidad del sujeto.

Se erguía, arrogante, en la proa del último de los barcos de la Marina. Ése era sin duda el tipo que Ansem reclamaba como su objetivo, su trofeo, y lo entendía. Mas en esos momentos no había lugar para la comprensión ni las estrategias. Rompiendo completamente con lo establecido, desobedeciendo flagrantemente una orden directa y meridianamente clara, no se lo pensó antes de abordar el barco en solitario. El viento que impulsó sus alas lo zarandeó con violencia justo antes de que éstas desaparecieran una vez más.

Cuando se irguió varias docenas de fusiles le apuntaban directamente a la sien. Sin embargo, sus ojos seguían clavados en la figura que, aun sin saberlo, era su objetivo desde hacía años. Dio un paso en su dirección y, cuando apenas había comenzado a alzar el talón de su pie izquierdo, los portadores de los rifles cayeron abatidos. Las esferas de aire, demasiado rápidas para provocar en sus víctimas una reacción que les salvase la vida, se desvanecieron al atravesar sus cuerpos.

—No la pierdas —dijo H, sustancialmente influenciado por la preocupación de Bodhi—. Si pierdes esa base de calma que tanto te ha costado conseguir, si el resto de emociones se superponen a ella, no podrás poner en práctica los conocimientos que te ha transmitido Ignael. Ya lo sabes; no es que no las experimentes y fluyan a través de ti, es que no te dominen.

—Lo sé —respondió sin más.

—Al principio me costó creerlo —irrumpió de repente el marine, exhibiendo una sonrisa autosuficiente—. Tenía que ser una casualidad, un desafortunado producto más en relación con el azar. Además, seamos sinceros, tu existencia era de las más insignificantes entras las que me había detenido a… valorar. ¿Cuál era la cifra? ¿Quince millones de berries? No lo recuerdo. Aun así, y pese a que la suma que ofrecían por tu cabeza fuese anecdótica, que posteriormente te unieses a la tripulación del Descamisetado me aclaró bastante la situación. ¡Ni siquiera conocía tu existencia! —Hizo una pausa, en la que frenó en seco con una mirada a los marines que se disponían a emprender una nueva ofensiva—. Y aquí estamos —Abrió los brazos con un gesto exagerado que recordaba más a la burla que a la teatralidad—. Dime, ¿vienes buscando venganza? ¿Puede haber un tópico más manido e inútil?

Lo siguiente fue una carcajada, una ruidosa y ofensiva. Tanto que a oídos del rubio retumbaba por encima de cualquiera de los cañones que, a su alrededor, proclamaban la continuidad de la batalla naval. Cada vibración de sus cuerdas vocales lanzaba una daga, tan diminuta como letal, que se clavaba de forma imperceptible en lo más profundo de Therax.

Las palabras de H volvieron a oírse en su mente. El ave no las había pronunciado en aquella ocasión, pero el recuerdo de su consejo seguía muy vivo en el espadachín. Respiró hondo. Había luchado mucho por alcanzar el estado mental que exigía Ignael para transmitir su saber. Con su ayuda, de acuerdo, pero no había sido nada fácil. No podía ni debía permitirse dar al traste con todo así, sin más.

Pero tampoco pensaba quedarse de brazos cruzados. La hoja de Yuki-onna se encontraba en plena tentativa de degollar al marine apenas un instante después. Ninguno de los allí presentes fue capaz de reaccionar a tiempo, pero el líder de aquella tripulación esperaba el movimiento. Sus facciones, anguladas hasta el extremo y semiocultas por un gorro que recordaba a la piel de un erizo, se curvaron aún más en una sonrisa. Una lengua extremadamente fina y sinuosa asomó brevemente, trazando un recorrido anárquico y antinatural antes de volver a su lugar. El ejercicio de contorsionismo que realizó a continuación fue algo que el domador jamás hubiera esperado. Sin siquiera mover un ápice sus pies, flexionó lateralmente su torso en una postura insólita para, acto seguido, recuperar una posición completamente normal. Un tenue siseo acompañó al ensanchamiento de su sonrisa.

El golpe fue seco, sordo y desproporcionadamente fuerte. El talón de la mano del marine golpeó su plexo solar. El movimiento del brazo fue mínimo, como si no necesitase proporcionar un mínimo impulso a sus golpes para transmitirles fuerza. Y, de hecho, así parecía ser. Therax colisionó violentamente contra uno de los mástiles del buque. Pudo notar cómo éste se quedaba a punto de quebrarse como consecuencia de la violencia recibida, pero no lo hizo. En cambio, su respiración se vio interrumpida desde el primer momento y no volvió hasta que, ya en el suelo, sus agónicos esfuerzos dieron sus frutos.

Se irguió de nuevo, como siempre hacía. A su alrededor, las miradas había cambiado radicalmente. Aún se mostraban cuidadosas, de eso no cabía duda, pero transmitían una confianza inédita hasta el momento. El oficial al mando había tumbado a una de las Tres Tempestades; al rōnin alado, uno de los lugartenientes de Zane D. Kenshin. No de forma definitiva, de acuerdo, pero sí bastante contundente. Que hubiese derribado a quien sin duda debía ser una de las mejores bazas de quienes les habían asaltado resultaba tranquilizador.

—Sabes hacer mucho más que eso —le regañó H—. Estoy harto de decirte que tienes que afrontar cada combate como si luchases contra un Almirante… ¡contra el mismísimo Dexter Black si hace falta, pero no te duermas!

Un iracundo vendaval golpeó el navío, causando que se agitase y obligando a la mayoría de sus ocupantes a aferrarse a algo para mantener el equilibrio. Antes de que el bamboleo volviese a ser el habitual, varias esferas de aire surcaron el aire a toda velocidad. La voz del rubio resonó en el lugar, y la palabra ‘Etesio’ golpeó los tímpanos de todos los presentes. Sin embargo, los antebrazos del marine interceptaron los proyectiles sin mayores repercusiones. Un brillante color negro los cubría, explicando la inocuidad de la ofensiva.

El azabache también había impregnado el filo de Byakko y Yukki-onna cuando Therax volvió a la carga. Tardó un instante en volver al lugar del que había sido repelido y, una vez allí, encadenó la mayor serie de cortes que recordaba haber ejecutado. Buscaba el menor indicio que le señalase cuál sería el siguiente movimiento del marine, y allí lanzaba su ataque. Pese a ello, una extremidad oscurecida se encargaba de frenar sus aspiraciones en cada envite.

Del mismo modo, el oficial lanzaba sus golpes de una forma tan sinuosa y escurridiza que al pirata le era extremadamente difícil bloquearlos. No obstante, lo conseguía. Los movimientos de su oponente, aunque peligrosos y expertos, seguían cierto patrón como en cualquier otra persona. ¿Acaso no ocurría lo mismo con los suyos? Lo dudaba, pero el hecho era que, de los dos, quien se veía obligado a retroceder mediante pequeños pasos era su rival.

Primero uno. Después otro. Y otro más que precedió al siguiente. Sólo eran eso: pasos. Ninguno de los cortes lanzados por el espadachín llegaba a su objetivo, que los evadía a la vez que era obligado a retroceder.

Hasta que desapareció. El rostro del marine no se encontraba demasiado lejos del de Therax unas décimas de segundo antes. Podía percibir la agitación de su respiración y, tras un sinuoso movimiento de su lengua, el enfrentamiento cambió por completo. Sus colmillos comenzaron a crecer a un ritmo vertiginoso antes de que el oficial desapareciese de su vista. Por un momento pudo contemplar el transcurso de la batalla, que parecía estar desarrollándose satisfactoriamente para su bando, pero enseguida le devolvieron a la realidad.

Una superficie amplia como para abarcar su torso al completo le golpeó con contundencia. La incapacidad para inspirar volvió a hacerse patente casi al tiempo que, esa vez sí, el mástil se quebraba por el lugar del impacto. Aterrizó con estrépito sobre el mar, mas el rubio apenas lo escuchó como un susurro lejano. Frente a él se erguía una descomunal serpiente que no alcanzaba a filiar con exactitud. Enroscada sobre sí misma, le contemplaba con furia humana mientras mostraba sus colmillos.

«No me jodas», se dijo, aún incapaz de respirar. La forma de la cabeza del animal dejaba pocas dudas al respecto: era cuestión de tiempo que comenzase a escupir veneno como una condenada. ¿Por qué demonios tenía que ser una serpiente y no cualquier otro animal?

Un leve balanceo hacia atrás le indicó lo que estaba a punto de suceder. El cuerpo del reptil salió despedido hacia él. ¿Hasta ahí había llegado? ¿Acaso estaba viviendo el fin de sus días?

—¡Gelid Wave! —La voz de Niord era inconfundible. Una onda de un gélido color azul, casi tan sinuosa como el marine, hizo diana en su cabeza. El grito de dolor laceró los oídos de todos los presentes, que no tardaron en volver sus rostros para conocer la identidad del entrometido.

—Si vas a quitarme mi objetivo, no dejes que te mate. ¡Imbécil! —clamó Ansem, iracundo, desde el navío más cercano. Su espalda reposaba sobre la de Maggie, asegurándose de no mostrársela a ninguno de los tipos que les cercaban. Las capas que ondeaban al viento despejaban cualquier incertidumbre sobre su relevancia dentro de la Marina. Fuera como fuere, su abuelo —el otro— tendría que ingeniárselas.

Los cinco segundos que llevaba sin aliento se le habían hecho eternos. La angustia que le producía aquella sensación de ahogo parecía coger cada breve instante, alargarlo y retorcerlo hasta que se rompía. Sus esfuerzos por vencer semejante resistencia eran inútiles. Niord lo sabía, y por eso se dispuso a hacer lo que correspondía.

—Vicealmirante Crassius M. Hanniball —dijo, pronunciando cada palabra como si de una frase independiente se tratase—. ¿No te parece que ese título te queda un poco grande? Más aún teniendo en cuenta que eres todo lo contrario a lo que en teoría representas.

Un atisbo de sonrisa asomó a la cara del reptil, que respondió con una voz tan escurridiza como repulsiva:

—Ésa es tu opinión. Mientras el fin sea el adecuado, pocos medios hay que no queden justificados —replicó, profundamente convencido —al menos en apariencia— de su razonamiento—. Dar caza a tu… ¿yerno? Sí, a juzgar por tu expresión diría que sí. Atraparle me abrió muchas puertas, más de las que jamás podría haber imaginado. Fue fácil, la verdad. Sólo necesité un soplón con suficiente envidia acumulada.

Una imagen acudió a la mente de Therax: la del que hasta ese fatídico día había sido el alcalde del modesto poblado en el que había pasado su infancia. Pudo rememorar cada facción de su cara, hasta la más tenue arruga, mientras esperaba los frutos de su traición junto al destacamento de uniformados.

Sacándole de su pasado, Niord musitó algo en voz baja e, instantes después, un agudo y eterno sonido anuló por completo a todos los allí presentes. El rubio no fue menos, pero acertó a ver cómo los marines, que ya se disponían a asaltar al intruso, se levaban las manos a la cabeza en un gesto de dolor.

El abuelo se lanzó a por la serpiente, mostrando un metálico puño negro que no auguraba nada bueno para quien lo recibiese. Por desgracia, el oficial no parecía haberse visto afectado por la onda sonora e hizo gala de su desesperante flexibilidad para zafarse.

Dio comienzo un nuevo enfrentamiento, uno que se prolongó durante varios minutos y transcurrió ante la impotente mirada del contramaestre de los Arashi no Kyoudai. De nuevo capaz de respirar, asistía al despliegue de medios del guardabosque. ¿Quién le hubiera dicho hace años, en Murynos, que aquel carcamal que se dedicaba a cuidar un ecosistema guardaría tantas sorpresas? ¡Con razón se paseaba por el campo de batalla sin dificultad!

La potencia física de los golpes de uno sólo se podía equiparar a la destreza del otro para librarse de ellos. El gélido espíritu de Niord se manifestaba en ocasiones en sus ofensivas, inundando los alrededores con el frío tacto de su ser. Las palabras para definir aquello eran orgullo y admiración; no había otras. Estaba teniendo lugar una danza que se movía entre la vida y la muerte, que se ejecutaba sobre una fina cuerda tan bella como peligrosa.

Entonces nació aquel ruido, funesto y devastador como la peor explosión a oídos del espadachín. La cola de la serpiente, cuyas escamas se proyectaban hacia el exterior de un modo particularmente peligroso, logró impactar a traición en un costado del veterano guerrero. El antiguo segundo al mando de la Jauría Blanca rodó por la cubierta del navío hasta detenerse violentamente. Un palé cargado con a saber qué útiles había servido de freno, arrancándole un grito que se sumó al que había lanzado al ser derribado.

La boca del reptil no tardó en recorrer la trayectoria que había trazado el cuerpo de Niord. El sonido de los colmillos al atravesar la carne abrazó el corazón del espadachín, y el nuevo quejido de su abuelo lo atravesó como una daga envenenada. H hablaba en su interior. Intentaba tranquilizarle y empujarle para que se pusiese en pie y luchase por sí mismo y por cuantos estaban allí. Pero Therax no oía. Sólo podía recordar a Martin. Podía ver su cabellera pelirroja torpemente posicionada sobre el suelo, adoptando una postura insólita sólo vinculable a la muerte.

Y ahora le había llegado el turno a su abuelo. No sólo se había visto obligado a socorrerle, sino que ese hecho iba a costarle la vida. ¿Para qué, si se podía saber, había servido tanto esfuerzo? ¿Para qué tanto sacrificio? ¿Qué justificaba las horas pasadas junto a Ignael y H?

No. Hundirse no era una posibilidad, y casi había comenzado a hacerlo. Tras la muerte de Martin se había hecho una promesa: no permitiría que nadie volviese a hacerle daño a los suyos. Nunca dejaría que sus seres queridos sufriesen frente a él, y mucho menos por su culpa. Había grabado a fuego en su conciencia que lucharía por cada gota de vida de las personas a las que amaba. El hombre cuyo final se aproximaba era para él un rayo de luz. Había aparecido tras muchos años para sacarle de la penumbra y decirle que no estaba solo, que aún tenía familia, personas que le querían y gente que proteger. No había significado un punto de inflexión en su forma de ver el mundo. Era más que eso: se había convertido en ese punto de inflexión.

—Mucho mejor —susurró H.

Respiró hondo durante un breve instante. Lucharía por Niord hasta las últimas consecuencias, sin importar las circunstancias ni las repercusiones. Comenzó a levantarse. De forma lenta y pesada al principio, pero sabía que ese estado no duraría demasiado. No obstante, sí lo suficiente como para que Hanniball esbozase una sonrisa y sisease un ‘todos listos’. ¿A qué demonios venía eso? Hasta el momento había sido un enfrentamiento justo.

Los fusiles de sus hombres, al fin repuestos, fueron orientados hacia la anatomía del veterano luchador. Los labios de la serpiente comenzaban a aproximarse para pronunciar la sentencia de muerte de Niord cuando Therax trató de abalanzarse sobre él, pero su pierna derecha tuvo un instante de duda que la devolvió al suelo. Tenía que alcanzar a aquellos tipos. Debía detener a cada uno de ellos antes de que accionasen el gatillo.

Extendió la mano hacia todos y ninguno a la vez. Gritó desde lo más profundo de su ser, como si de ese modo no fuesen a escuchar la orden de disparo. Tenía que proteger a los suyos. Lo haría incluso si se antojaba imposible. Nadie les dañaría aunque no hubiese modo de evitarlo. Lo había decidido. Había hecho una promesa que trascendía cualquier palabra; había establecido un compromiso con el interlocutor más exigente: el mismo.

Una sensación muy extraña aferró con fuerza cada fibra de su ser, ansiando la libertad. Cuando se la concedió, una paz que no recordaba haber experimentado ocupó el lugar del temor y la frustración. Cada uno de los verdugos yacía sobre la cubierta, inconsciente. Los fusiles reposaban junto a ellos, lo que alivió al domador. Y Niord sangraba. Algún marine debía haberse anticipado a la orden, perforando una pierna de su abuelo.

—No le prestes atención a esto —intervino enseguida—. He salido de cosas peores.

Y no lo dudaba, pero la mueca de su rostro le impedía desterrar la preocupación. Fuera como fuere, no podría salir de allí sin acabar con el vicealmirante. Tres rápidos pasos le bastaron para interponerse entre los dos hombres. Aferraba sus armas con firmeza y decisión; sin ira. Para vencer al oficial, para proteger a Niord, necesitaría la sabiduría de Ignael y la paz requerida para darle uso.

El sinuoso cuerpo del reptil erizaba su piel, despertando una inquietud que no le permitía relajarse del todo. No obstante, tendría que sobreponerse a la mezcla entre odio y asco que siempre había sentido por aquellos seres. Dos chillidos siguieron a la distorsión del aire en torno a Therax. Sendos cúmulos que recordaban a águilas provocaron un vendaval en los alrededores antes de abalanzarse sobre la serpiente. El oficial agitó su cola, enarbolándola como una maza para mantener a distancia a las aves.

Tras tragar saliva, el rubio aprovechó el momento para lanzarse hacia él y tratar de herirle con sus sables. Un par de alas azuladas volvían a adornar su espalda, avisando a su rival de que no era el único capaz de cambiar las reglas del juego. Sin embargo, un largo colmillo ennegrecido se interpuso en el camino de Byakko y Yuki-onna. Contempló sus reflejos en los amarillentos ojos rasgados del reptil. El ansia de matar se veía claramente en ellos, pero eso no le detendría.

Un sonido sobre su cabeza le indicó que las afiladas escamas de la víbora habían conseguido acabar con su creación. Aprovechó el momento para separarse y, casi al instante, varias decenas de diminutas esferas volaron hacia el animal. Los proyectiles se desplazaban como la bala más letal, amenazando con perforar todo lo que fuera posible. Un siseo amortiguado indicó al rōnin alado que, pese a que se esforzase por ocultarlo, el marine había resultado dañado.

Finos hilos de sangre comenzaron a deslizarse por las escamas del animal, muriendo en el suelo instantes antes de que el combate se reanudase. El cruce de cortes y dentelladas se prolongó durante varios minutos, aunque el tiempo para el domador no tenía ninguna relevancia. Todos sus sentidos reposaban sobre su adversario. Vendavales en espiral frenaban o desviaban el veneno que, cual disparo ácido, nacía de la boca del reptil. Colmillos largos y afilados hacían frente a sus espadas, comportándose como el mejor acero jamás forjado. Pero la diferencia manifestada anteriormente volvió a hacer acto de presencia. Apenas era perceptible, pero la serpiente retrocedía poco a poco, milímetro a milímetro.

Y entonces lo intentó de nuevo. Desapareció ante sus ojos para volver a propinarle un violento golpe en el torso. Sin embargo, en aquella ocasión el resultado fue completamente distinto. Cuando la aterciopelada piel de la víbora se disponía a dar en el blanco, dos alas de energía azulada se interpusieron en su camino. El rubio sintió la necesidad de regodearse, de revolcarse en el charco de placer que le proporcionaba un movimiento tan simple, pero no había tiempo. El vicealmirante Hanniball volvió a separar sus labios, alcanzando una apertura grotesca que llegaba a resultar repulsiva. Cuando los colmillos comenzaron a cernirse sobre él, el domador no dudó. Dio rápidamente la vuelta a Yuki-onna y, con un movimiento ascendente, la clavó en el paladar. La vida se esfumó de los ambarinos ojos que le contemplaban. Cualquier ansia asesina había abandonado el mundo junto a quien la había profesado, pero no así los efectos de la misma.

El brazo de Therax había sido atravesado. Un líquido azul goteaba, dejando claro que lo que fuese que producía el oficial había entrado en su cuerpo. Los efectos no se hicieron esperar y, cuando quiso darse cuenta, el único motivo de que siguiese en aquella posición era que había sido anclado por la mordida. Unos brazos temblorosos aferraron su torso milésimas antes de que, de un modo tan dulce como poco esperanzador, se desvaneciera. Pese a ello, una inmensa satisfacción reinaba en su interior. No había fallado. Había conseguido proteger a los suyos.


Epílogo. La familia que se elige.


Un biombo familiar le recibió al abrir los ojos. Diversos dispositivos pitaban en tonos diferentes y con distinta frecuencia, como si, entre todos, tratasen de volver loco a cualquiera que los oyese. Sobre él, el techo, blanco. Carecía de cualquier adorno o distinción que le proporcionase algo que observar. Sólo podía pasear sus intensos ojos azules sin ningún orden ni sentido. A decir verdad, llegaba a resultar incómodo.

No necesitó desviar la mirada para saber que su brazo se encontraba vendado hasta el hombro. Recordaba que su antebrazo había sido atravesado, alojando entre cúbito y radio un inmenso diente cargado de intenciones homicidas. Un escalofrío recorrió una vez más su espalda cuando recordó al verdugo de su padre. Sólo una cosa le daba más asco que el modo en que contoneaba su cuerpo, y era su simple y mera existencia. «Ya no está. Se acabó», se dijo, obteniendo a cambio unas palabras de ánimo por parte de H. El ave estaba orgullosa, podía notarlo, pero parecía preferir guardar silencio por el momento.

—Llama a Ansem —ordenó la desagradable voz de Maggie—. Y hazlo rapidito si no quieres tirarte un mes ordenando el almacén.

Unos pasos temerosos se alejaron a gran velocidad. La escena le resultaba familiar, pero optó por no decir nada y esperar a que se dirigiesen a él. La última vez que había intentado moverse había sido sedado a la fuerza, y no era una experiencia demasiado agradable.

—Deberías darle las gracias —comentó la profunda voz de Danubius. El rubio giró la cabeza para contemplar la figura del oficial de la Jauría Blanca—. A Maggie, quiero decir. Bueno… deberíamos. Si no fuese por ella, hace años que habría pasado mejor vida. O peor, vete tú a saber.

Su estado era lamentable. Se encontraba vendado casi por completo, quedando a la vista únicamente sus ojos y la larga trenza que exhibía normalmente. ¿Qué demonios le había pasado?

—No te asustes por esto —continuó—. Acabó así siempre que nos enfrentamos a un enemigo como el de hoy. —Liberó una profunda carcajada para quitarle importancia al asunto, pero fue rápidamente interrumpida por un acceso de tos.

—¿Quieres callarte? —ordenó Maggie—. Me niego a darte otra vez todos esos puntos. Si se te abren, te mueres, que lo sepas.

Therax no sabía si hablaba en serio o no, pero el hecho fue que Danubius no volvió a pronunciar palabra. En cambio, la encargada de organizar la asistencia sanitaria de la Jauría Blanca tomó la iniciativa.

—Era un coagulante —dijo—, por si tienes curiosidad. ¡El veneno, zoquete! —añadió al ver la mueca de incomprensión que se dibujaba en el rostro del espadachín. Entonces recordó la gota azulada, aquélla que se había precipitado desde el colmillo que le había atravesado—. Menos mal que Ansem te recogió antes de que terminases de caer. Cuando llegaste aquí pensé que perderías el brazo, pero hemos conseguido salvarlo. —Therax no pudo pasar por alto que, pese a lo huraño de su actitud y que ella y sólo ella fuese la responsable de que no estuviese mutilado, otorgaba el mérito en plural. Tal vez An… su abuelo tuviese razón. Quizás no fuese tan desagradable al fin y al cabo—. Estarás aquí varios días, una semana quizás, y necesitarás algo de tiempo para recuperar el brazo por completo, pero deberías conseguirlo.

El agudo timbre de los dispositivos volvió a convertirse en el rey del lugar. Su salvadora los interrumpía de vez en cuando, profiriendo órdenes que se asemejaban más a insultos y acusaciones. Funcionaba así, ¿qué se le iba a hacer? H hablaba en su interior, poniéndole al día de lo que había podido contemplar a través de sus ojos antes de que perdiese el conocimiento. Los ojos del vicealmirante en el momento de su muerte volvieron a su mente al rememorar lo que el espíritu le decía. Esperaba no tener que volver a enfrentar a un enemigo de su naturaleza.

El demonio parecía tener mucho que contarle, pues añadía observaciones a la narración de los hechos. No obstante, fue interrumpido cuando empezaba a pronunciarse sobre aquel fenómeno que había dejado fuera de combate a los subalternos de Hanniball. Los pies que se habían marchado volvían igual de raudos, seguidos en esa ocasión por alguien tan decidido como preocupado.

Un ‘no lo he movido de donde lo dejaste’ siguió a un escueto ‘¿dónde está?’ e, instantes después, las facciones del líder de la Jauría Blanca emergieron en el campo de visión de Therax. Casi podía ver el nudo en su garganta, que se deshizo notablemente al verificar que conservaba ambos brazos. ¿A qué venía tanta preocupación? Era su nieto, de acuerdo, pero eran dos perfectos desconocidos.

—Que sea la última vez que te atreves a robarme mi presa —dijo, intentando infructuosamente aparentar una actitud severa y enfadada—. No pude quedarme… A todo esto, me refiero —prosiguió, refiriéndose a los cuidados que había recibido—. Ya perdí a uno, y no me atrevía a ver cómo se iba otro. Pensé que manteniéndome al margen durante todo este tiempo no habría sentimientos, que serías un luchador más. —Hizo una larga pausa—. Pero no.

Las lágrimas comenzaron a manar de sus ojos como si de un manantial se tratase. Intentaba inútilmente reprimir los sollozos que terminaban convertidos en un ruido aún más lastimero. Allí estaba, uno de los cazarrecompensas más grande de todos los tiempos, el líder de una de las organizaciones con más influencia en el Nuevo Mundo. Y lloraba como un niño pequeño.

***

La respiración era profunda y constante como el oleaje. Espiraba con tranquilidad y, pese a que no lo hacía con fuerza, el aire avanzaba con el firme propósito de no detenerse. La inspiración era suave y calmada. No tenía prisa. H e Ignael juzgaban en silencio. Él lo sabía, pero había aprendido a ignorarles para centrarse completamente en sí mismo.

Si algo bueno habían tenido los últimos días era la ausencia de responsabilidades. Su función era recuperarse, y allí, en la enfermería, le sobraba tiempo para meditar. La Jauría Blanca lo estaba organizando todo para desaparecer del mapa. Romperían filas y se ocultarían hasta que el temporal amainase. Tal vez fuera una de las fuerzas más poderosas del Nuevo Mundo, pero nadie era capaz de enfrentarse por sí mismo al Gobierno Mundial. El gigante se disponía a despertar o, cuanto menos, dar un manotazo durante su siesta.

Fuera como fuere, el hecho era que no había habido demasiado tiempo para visitas, de modo que los huéspedes que moraban en su interior no habían tardado en comenzar a insistir para que continuase con su entrenamiento. Él, como buen depositario de su sabiduría y fuerza, había obedecido sin rechistar. Las horas habían transcurrido como minutos para él al sumergirse en sí mismo; y los días, como horas. Ya había estado haciéndolo antes; desde que abandonase el hogar del monje y se incorporase —si podía llamarse así— a las filas de la Jauría Blanca. Sus resultados anteriores habían sido muy productivos; el enfrentamiento con la Marina era buena prueba de ello. No obstante, hasta ese momento no había sido capaz de apreciar en todo su esplendor la calma con la que debía tapizar todo su ser.

A pesar de todo, hacía ya algunos días que había dejado de precisar tantos cuidados. Las camas eran necesarias, así que le habían enviado a su camarote. Y allí se encontraba, haciendo lo que se había convertido en su rutina durante más de una semana. Las voces del pasado de Bodhi llegaban a sus oídos, lejanas pero nítidas.

Unos nudillos impactaron repetidas veces contra la puerta, sacándole parcialmente del mundo que le mostraba la antigua conciencia. En realidad sabía que, probablemente, nunca saldría de él.

Las robustas manos de Niord precedieron al resto de su cuerpo, que entró con toda la delicadeza que su envergadura le permitía. Therax se encontraba sentado en su cama y le lanzaba una mirada de curiosidad.

—¿Qué tal? —inquirió el veterano luchador.

—Bien —respondió el rubio, lanzando un rápido vistazo a su extremidad inmovilizada antes de encogerse de hombros—, he estado peor.

—Y mejor también, eso seguro. Verás, vengo porque tengo que preguntarte una cosa… Sabes qué sucedió, ¿verdad? Cuando me iban a disparar, quiero decir.

Therax asintió. Conocía esa sensación. Por desgracia o por fortuna, el pelirrojo descerebrado que hacía las veces de su capitán poseía aquella habilidad. Y si no era la misma, era muy similar. No obstante, la sensación era completamente diferente cuando aquel poder nacía de uno mismo. Únicamente conservaba ese algo, un matiz intrínseco que lo hacía identificable.

Niord asintió, y su gesto reflejó un alivio que el rōnin alado no alcanzó a entender. ¿Qué más daba? ¿Qué consecuencias podría tener que desconociese la naturaleza del Haoshoku Haki? De un modo u otro, no le dio tiempo a preguntarlo. La vista de su abuelo reposaba sobre la modesta mesa que había frente al catre.

—Ya te vas, ¿no? —Sus ojos azules descansaban sobre un molusco que, con los ojos cerrados, dormitaba en espera de que le dieran uso. Su color rojizo y algunas cicatrices delataban con quién permitía establecer comunicación.

—Vine por esas fotos, porque pensaba que te habían hecho daño o te lo estaban haciendo. No hay muchas cosas que me hagan abandonar a los Arashi, ¿sabes? Tú, la abuela…

—¿¡Cómo!? —exclamó, propinándole un codazo que cerca estuvo de lanzarle contra la pared—. ¿Hay alguien? ¿¡Y quién es, bribón!? —carcajeó, haciendo gala de su característica risa. Un nuevo golpe le alcanzó en el hombro sano, provocando que se tambalease.

—Ya la conocerás —replicó, mostrándole una sonrisa antes de seguir hablando—. Lo que quiero decir es que ellos son parte de mi familia y, al igual que ocurre contigo, tengo que protegerlos. Digamos que están… No, estamos expuestos al peligro de forma constante. Si no nos guardamos las espaldas, ¿quién va a hacerlo por nosotros?

Niord asintió. Sabía perfectamente a qué se refería su nieto. Él mismo había vivido esa experiencia, la de sentir como parte de uno mismo a quienes no compartían ni el más mínimo lazo sanguíneo. Por otro lado, en la mente de Therax todo se mostraba más claro que nunca. La firme determinación de hacer lo que fuese necesario por aquellos a quienes quería brillaba con fuerza, reflejándose en sus ojos para aquél que supiera mirar.

—De acuerdo, pero puedes quedarte el tiempo que quieras hasta que la Jauría Blanca se disemine. Imagino que lo sabes, pero ya te lo dirá también Ans… ¿¡Qué coño!? ¡Tu abuelo! ¡Cada día somos más! ¡A ver cuándo me traes un nieto, mojigato! –rio con estrépito antes de marcharse con un sonoro portazo.

La voz del canoso acababa de apagarse cuando el rubio se levantó. Cogió con firmeza el Den Den Zane y esperó pacientemente a que estableciese conexión.

—En unos días me reuniré con vosotros —dijo sin más—. Sí, se ha complicado un poco, pero ya he terminado lo que tenía que hacer aquí.

***

El cielo estaba despejado, como si supiese que bajo él se cerraba un capítulo en la vida de alguien, uno especialmente importante e intenso. Contemplándolo desde su ventana, Therax repasó mentalmente sus pertenencias. Intentaba asegurarse de que no olvidaría nada. Estaba tranquilo al respecto, pues H no dudaría en hacérselo saber de ser así.

Sabía que Ansem y Niord le estarían esperando en cubierta, o al menos eso esperaba. ¿Qué clase de despedida tendría si no? Acababa de abrir la puerta cuando una voz llamó su atención. Extremadamente parsimonioso, como de costumbre, Yukkon emergió de las sombras que asediaban el pasillo. El olor a pipa le precedió, por supuesto.

—Ha llegado el momento. —El contramaestre de los Arashi no Kyoudai guardó silencio. Aquel abordaje se salía de la norma. El hombre de confianza de su abuelo quería algo, pero no podía intuir qué. Antes de que despegase los labios para preguntar, cinco sombras más emergieron tras él—. Verás… La orden general es que nos tomemos un descanso. Por mí no hay problema; llevo muchos años sumergido en este océano y creo que me vendrá bien salir a tomar un poco de aire.

—¿Y?

—Digamos que coordino un pequeño destacamento, una avanzadilla, por decirlo de algún modo. —Therax arqueó una ceja—. Estos son algunos de mis chicos. No tienen dónde ir y no saben hacer otra cosa. Dudo mucho que se retiren y, si te soy sincero, dudo mucho que sirvan para labrar el campo o hacer trabajo de oficina. Son leales y fuertes como los que más y, bueno, sé que en el lugar al que te diriges te espera de todo menos descanso… He hablado con ellos y ni siquiera ha hecho falta convencerles. ¿Podrías llevártelos contigo? No te defraudarán; ni a ti ni a tu capitán.

Los ojos del rubio, que oscilaban entre el verde y el azul en aquellos instantes, analizaron los rostros de los hombres de Yukkon. Si eran la cuarta parte de diestros que él, quedaba más que descartado que fuesen a comportarse como un lastre, y se fiaba del criterio de su líder. Sus miradas rebosaban confianza y, en cierto modo, ansias por escuchar un sí.

—De acuerdo, vendrán —sentenció, encogiéndose de hombros antes de poner rumbo a la superficie del navío volador. Yukkon asintió en señal de agradecimiento y, acto seguido, comenzó a dar instrucciones a sus subalternos. Éstas se podían resumir en dos: ‘no me dejéis en mal lugar’ y ‘si lo hacéis, os mato yo mismo’.

No había pasado demasiado tiempo allí, eso estaba claro, pero la intensidad de las emociones vividas compensaba ese hecho con creces. Caminó sin prisa, acariciando los exquisitos y casi imperceptibles detalles que adornaban la caoba por doquier. Seguía resultándole inverosímil que hubiesen usado madera de semejante calidad para tantas cosas en barco. No obstante, la claridad del día no tardó en golpearle con furia al torcer la última esquina. Apenas tres metros de pasillo le separaban del exterior. Las figuras de Niord y Ansem, parcialmente difuminadas hasta que sus ojos se acostumbrasen a la intensidad de la luz, aguardaban allí.

—Escríbenos —dijo Niord tras abrazarle—. Bueno, mejor no. No quiero tener que zurrarme con un puñado de marines por tu culpa. Mejor déjamelo a mí; ya me las apañaré para que no intercepten los mensajes.

—Y ten cuidado. Ese mocoso pelirrojo no está muy bien de la cabeza. Vais a acabar metidos en un buen lío como sigáis así —intervino su abuelo paterno. Aún le resultaba raro considerarle de ese modo, como si no terminase de digerir la información. Con él no hubo abrazo, pues apenas había confianza. Sin embargo, la mirada que cruzaron guardaba los mejores deseos, la promesa de un nuevo encuentro y un vínculo peculiar que jamás se rompería.

Un asentimiento de Yukkon atrajo la atención de Ansem, rompiendo el contacto visual.

—Veo que te vas acompañado —sonrió el veterano cazarrecompensas—. Más te vale cuidar de mis chicos, o yo mismo iré a buscarte.

Para cuando hubo terminado la frase, Therax ya se dirigía hacia el margen derecho del inmenso navío. El sonido de las hélices hizo acto de presencia, tornándose ensordecedor en cuanto se encaramó a la baranda. Antes de lanzarse al vacío dirigió un rápido vistazo hacia atrás. Resultaba evidente que nunca estaría a salvo de las sorpresas. ¿Qué sería lo próximo? ¿Un primo lejano vestido de negro con ansias de matarle? Fuera cual fuese, seguro que Niord se encontraría en el epicentro de la revelación.

Pronunció un escueto ‘adiós’ que ni él mismo fue capaz de escuchar e hizo un gesto de despedida con la mano antes de contemplar el inmenso azul. Se extendía sin límite bajo él, imponente y atemporal. Hacía mucho tiempo que no notaba el viento en sus alas, demasiado. ¿Quizás por no querer herir a nadie de la Jauría Blanca por accidente? ¿Tal vez por ese poso de desconfianza que casi siempre permanecía ahí, latente, empujándole a guardar un as bajo la manga? No lo sabía, pero lo cierto era que los resultados obtenidos difícilmente podrían haber sido mejores.

Se precipitó desde el Hive’s Queen, procurando mantenerse alejado en todo momento de las turbinas que lo mantenían suspendido en los cielos. Tras no menos de cien metros de caída libre, adoptó la forma de una gran águila que remontó el vuelo. El sol arrancó destellos azulados de su plumaje, otorgándole vida propia. Y es que así se sentía el rubio cuando la libertad golpeaba su cuerpo a esa altitud: vivo.

Se quedó suspendido junto al barco y, cuando notó el peso de los cinco hombres caer sobre su espalda, incrementó la velocidad hasta perderse en la distancia. Su familia, la que había elegido, le estaba esperando.
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La rosa de los vientos. Norte y Sur. Empty Re: La rosa de los vientos. Norte y Sur. {Miér 14 Ago 2019 - 1:31}

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La rosa de los vientos. Norte y Sur. Empty Re: La rosa de los vientos. Norte y Sur. {Lun 2 Sep 2019 - 15:45}

Primero y, ante todo, perdón por la demora en la corrección que, aunque ya habláramos esto entre bambalinas, no puede excusarse el hecho de que tu diario debería llevar corregido hace algunas semanas ya. Ahora bien, ya lo había echado un vistazo y sabía que era largo, pero ¿Cerca de treinta y cinco mil palabras? Ahora mismo, antes de leer y anotar nada, debes de saber que mi odio no conoce límites. En fin, sea como sea, confió en que no me hayas colado un pasaje bíblico al uso con sus espectáculos circenses, moralejas y demás desmadres. En fin, voy a tomarme mi pastilla para protegerme de la chetomancia y comienzo con la que me has liado.

  • Trama: 0,75
    Antes de empezar con este punto, una cosa tengo que decirte, si tu intención era hacer del prólogo una escena más propia de un capítulo de anime que de una novela, objetivo conseguido. Bueno, pese a lo precario de la huida de Theraxito de los Arashi, la cual no voy a juzgar pues no puedes llevarlos de mochila todo el diario, desde el principio hay un objetivo claro: Liberar al entrañable yayo, Niord. Si bien la trama nace un poco del random y sin una justificación que te ayude a entender como se ha llegado a esa situación, espero que poco a poco vayas dejando caer leves pinceladas de contexto.

    Embolia mañanera:

  • Originalidad: 1
    Hay muchos puntos de este apartado que ya van implícitos en el resumen de mas arriba. Aquí hay una de cal y una de arena. Las conveniencias del guion, por un lado, restas muchísima frescura a la lectura y hacen que en según que puntos sea bastante evidente lo que va a suceder o que la acción no tenga tanto peso como debería. Por otro lado, has evitado caer en los clichés fáciles y de manual, que parece que no, pero tenias mas de una trampa mortal en la que caer y has sorteado la mayoria. Sin embargo, por esgracia en este apartado y en este caso, pesa más lo malo que lo bueno.

  • Psicología: 1,5
    No te voy a mentir, me habría gustado ver más reacciones de Therax y menos de H y sus homónimos aguilieños. No soy especialmente fan de los espíritus que hablan y roban protagonismo al protagonista, pero es tu personaje y es tu forma de llevarlo así que no voy a bajarte nota por esto último. En cuanto al desarrollo de la psicología de Therax, el pobre no se entera de nada. Le engañan para acabar encerrado en aquella nube donde se frustra y amarga como él solo, pese a los consejos que le dan. Sin embargo, toda esa frustración, rabia y rebeldía quedan en un segundo plano cuando la Jauria Blanca le insta nuevamente a ser su marioneta. Pese a que Niord se encuentre junto a ellos y le pida que confié, se hace rarísimo que, como un corderito sumiso, Therax se deje manipular adrede. Una vez se desvela el pasado sobre su padre y consiguiente venganza en la muerte del mismo, Therax vuelve a entrar en escena en el papel de Therax. Pero hasta entonces, no deja de ser un pelele de su propia historia.

  • Estilo: 2
    Normalmente siempre suelo ser muy quisquilloso en este tema porque, en la mayoría de diarios al menos, suele ser el más descuidado. Has empleado un estilo descriptivo que, sinceramente, da gusto de leer. Has usado diferentes figuras literarias a lo largo del relato y has sabido adornarlo para que, pese a su extensión infumable (porque, espanta de lo largo que es), se haga muy ameno de leer. De hecho, para cuando me quise dar cuenta ya me había leído más de la mitad del relato y ni me había enterado. Dicho esto, disfrute de sus dos hermosos puntos en este apartado, mi buen señor.

  • Escritura: 2
    Veamos, has tenido algún que otro uso cuestionable de las comas, pero que no necesariamente puede ser contando como falta, algún code desafortunado por ahí, pero nada que pueda usar para restarte decima alguna. Se nota que te has pegado un curro puliendo y corrigiendo. Disfruta de tus dos puntos merecidos.



Asi pues, si haces el calculo pertinente, sumas un total de 7,25 puntos. Me da cierta rabia no darte al menos un nueve porque apenas has tenido una falta reseñable, el estilo es de los mejorcitos que he leído y se nota que detrás del diario hay un curro reseñable. Pero el apartado de la trama es un desastre, desde el principio hasta el final del relato la trama ha ido por un lado y las peticiones por el otro, cuando ambas tendrían que haber ido de la mano. Te recomendaría que, para próximos diarios, antes de escribir nada, o bien decidas que es aquello que quieres conseguir o cual es la historia que quieres contar y te ciñas a ello sin ir improvisando a mitad del relato para añadir cosas con calzador. Por cómo está escrito, estoy seguro de que es un diario que llevas haciendo meses y que ha ido cambiando de objetivos a medida que pasaban las semanas. Créeme que yo estaría encantado de la vida de darte ese diez, pero con esa gestión de trama no hay redondeo que pueda hacer. Como bien ya recordaras, en caso de que no estés satisfecho con la corrección, puedes solicitar una segunda en este mismo tema. En caso de aceptar esta, házmelo saber para editar las técnicas y adecuarlas a la nota.
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La rosa de los vientos. Norte y Sur. Empty Re: La rosa de los vientos. Norte y Sur. {Mar 3 Sep 2019 - 10:58}

¡Buenos días! En primer lugar, muchas gracias por tu tiempo y por haberte tomado la molestia de leer y corregir el diario. Antes de nada, quiero dejar claro que acepto la nota y que quedo en espera de saber cómo quedan las peticiones tras el hostiazo varapalo que me he llevado. No obstante, y fuera de bromas, hay un par de cosas que me gustaría comentar para redondear —si es que puede llamarse así— la corrección.

  • Estoy completamente de acuerdo en que ha faltado Therax en el diario. Quería ponerlo en una situación en la que realmente no supiese hacia dónde ir, donde no tuviese claro qué debía hacer y que eso condujese finalmente a una suerte de superposición a las dudas al final del diario. Viéndolo después, queda claro que se me ha ido la mano y que, pese a que cualquiera puede verse en esa situación, el personaje atesora una experiencia que debería permitirle ser algo más que un pelele —un mojigato, como diría más de una persona— en los primeros compases del diario.

  • También coincido plenamente en que el capítulo en el Templo del Cielo congela por completo el diario. En mi defensa diré que no quería colarte interminables horas de entrenamiento y sudor, así que opté por introducir una historia paralela, la vida de Ignael, que fuese siendo revelada conforme Therax avanzaba en su "entrenamiento" —y que de paso justificase de dónde salían esas habilidades—. Tomo nota para una hipotética futura ocasión.

  • No obstante, disiento por completo en la relevancia de los 'deux ex machina' a lo largo del diario. En primer lugar, y aunque esto no es algo que debas saber, diarios anteriores ya orientan hacia éste. Ansem es quien le da la clave a Therax para conseguir la fruta en el pasado y, ya en el primer diario que escribí —así como en la ficha de Niord— se deja claro que el abuelete es más que un guardabosque. La idea no estaba tan desarrollada como en el diario, por supuesto, pero es algo a lo que llevaba dándole vueltas desde hace tiempo.

    Dejando eso a un lado, porque, como digo, no tienes por qué saber qué he escrito en diarios previos, todo lo que sucede a lo largo del diario tiene una justificación dentro del mismo, sin intervenciones divinas que pongan la clave delante de todos. Therax no se encuentra la nube por casualidad; se le ha hecho llegar un Eternal Pose con toda la intención para que se enfrente a lo que le aguarda allí dentro, porque, como se comenta en el diario, Ansem lo sabe. En el diario se refleja que quiere 'algo' que le ayude a alcanzar su objetivo. ¿Qué mejor que un usuario con las mismas ganas de matar a ese marine que él?

    Del mismo modo, la Marina no aparece por arte de magia. Se cuenta en el diario que la búsqueda de información sobre el tipo que ha acabado con la vida de Zahn se remonta a mucho tiempo atrás y, como se puede deducir, se intensifica notablemente —y de un modo lógico a mi parecer— cuando tienen a Therax "entre sus filas", atacando cada vez más barcos. Aquí quiero hacer un inciso, porque, como he dicho antes, tal vez el modo en que he llevado esto no haya sido el mejor —me refiero a lo del mojigato—. Sin embargo, el fondo de la cuestión sí es correcto a mi modo de ver. La pérdida del sentido común del que suele hacer gala por peligro o petición "sincera" de alguno de los suyos es probablemente uno de los rasgos que mejor definan la personalidad de Therax.

    Por otro lado, dejo al aire conscientemente si hallar a Hannibal es algo fruto del empeño de la Jauría Blanca o si es la Marina la que, cansada de tener un moscardón zumbándole en la oreja, decide poner fin al asunto. En mi mente siempre estuvo lo segundo, tal y como se puede deducir del comentario de Yukkon en los capítulos finales.

    No sé hasta qué punto esto habrá influido en la nota —ojalá que no sea mucho—, porque nunca escribo nada sin preguntarme '¿por qué sucede esto en el diario? ¿está justificado?'.


Creo que eso es lo principal que tenía que añadir a tu corrección. Como dices, me ha costado mucho escribir el diario y no voy a negar que resulta en cierto modo frustrante que salga así, pero, como he dicho antes, muchas gracias por tu tiempo y dedicación.
Hayden Ashworth
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La rosa de los vientos. Norte y Sur. Empty Re: La rosa de los vientos. Norte y Sur. {Mar 3 Sep 2019 - 16:09}

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La rosa de los vientos. Norte y Sur. Empty Re: La rosa de los vientos. Norte y Sur. {Jue 5 Sep 2019 - 23:13}

Veamos, tenía curro pendiente con usted caballerete.

  • Adquieres tus 4 npcs de nivel 80, cuyas la recompensas por sus cabezas es de 40.000.000 berries.

  • Debido a tu vinculación con una organización criminal externa a los Arashi, destrucción de posesiones del Gobierno Mundial y al asesinato de altos cargos del mismo, tu recompensa aumenta 238.000.000 berries. Actualmente sumarias una recompensa total de 798.000.000 por tu cabeza
     
  • Adquieres las siguientes técnicas de nota 7,5:

    Etesio:

    Levante:

    Ostro:

    Poniente:
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La rosa de los vientos. Norte y Sur. Empty Re: La rosa de los vientos. Norte y Sur. {}

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