De vuelta al trabajo [Oppenheimer y Omega]

La suave brisa marina acarició su rostro, acompañada por la arena del desierto. Respiró hondo disfrutando el nostálgico aroma de la ciudad, y sonrió. Hacía mucho tiempo que no volvía por casa, y aunque fuese por negocios no podía evitar sentirse alegre. Era comienzos de la noche ya, el sol se había puesto en el horizonte y la luna creciente lo había sustituido. Estaba en la ciudad portuaria de Nanohana, donde lo habían convocado para una redada. Al parecer había una zona del puerto donde durante ciertas noches se montaba un mercado negro en un almacén apartado. El CP 7 llevaba un tiempo manteniéndolo bajo vigilancia y habían llegado a la conclusión de que desmantelarlo no merecía la pena los riesgos. Era un puesto menor donde se reunían algunos rateros locales, piratas de baja estofa y calaña similar. Convenía más mantenerlo en activo y vigilado.

Su misión consistía en localizar y capturar a un contacto de la Armada Revolucionaria que al parecer frecuentaba de vez en cuando el puesto. Para aquella misión tendría la ayuda de otro agente, con el que se reuniría aquella noche. Para reconocerse, ambos llevarían el mismo símbolo visible, un pequeño siete negro, además de que conocían el nombre del otro. Él lo llevaba en un pequeño pin ajustado a su túnica. Iba vestido con las ropas típicas de los habitantes del desierto, la misma que él mismo había llevado durante años. De repente su Den Den Mushi comenzó a sonar. El agente lo descolgó sin contestar.

- Estate atento. Pronto empezará.

Tras dar su breve aviso, su jefe colgó. Atsu se guardó el pequeño caracol en el interior de la túnica y aguantó las ganas de llevarse la mano a la pistola. Estaba algo intranquilo, pese a todo. Se hallaba en el borde del puerto, sentado en una caja entre el mar y la pared de un edificio. Su inquietud venía de la expectación y la espera; deseaba entrar cuanto antes en acción. Tras unos instantes vio una sombra aproximarse por la esquina del edificio y se levantó.

- ¿Quién va?

Qué bien, otra misión, para variar. El mink llevaba un largo día de trabajo cuando le informaron de su próxima misión. Normalmente eso no le afectaba, pero al enterarse de que su destino era Arabasta, no pudo más que maldecir y soltar injurias durante una hora entera. ¿Sería un castigo de sus superiores? No lo creía. Seguramente fuera una faena en la que le había metido algún superior que le tuviera envidia. Fuera cual fuese el caso, una misión era una misión, y no podía rechazarla tan fácilmente, por lo que después de tranquilizarse hizo sus preparativos.

Por suerte, la misión parecía sencilla. Neutralizar a un recluta del ejército revolucionario que solía visitar un mercado negro vigilado por el Cipher Pol. Gracias a la extensa red de información del gobierno y a los agentes de inteligencia en cubierto, se conocía con cierta seguridad cuando y donde iba a aparecer, por lo qué el trabajo restante era muy simple. Tan simple que el mink podría hacerlo solo, pero esta vez le habían asignado a un compañero. Se trataba de alguien del CP7, por lo que para reconocerse entre sí debía llevar ambos un 7 en alguna parte visible del cuerpo. ¿En serio era necesario? Roland hubiese preferido algún código secreto o algo que no supusiera llevar un "adorno". Ya lo iba a pasar mal en el desierto soportando altas temperaturas con su peludo cuerpo, como para hacer el ridículo portando un 7, ni que fuera un coche de carreras. Pero seguían siendo órdenes directas y debía acatarlas, cosa que hizo.

Ya en Arabasta, se disponía a encontrarse con su hasta entonces desconocido compañero. Estaba empezando a salir la luna cuando llegó al muelle que era el lugar de reunión. Llevaba su ropa habitual, con el torso desnudo, usando su habitual bufanda como un turbante. En esa ocasión no llevaba sus guantes, pero intentaba no mirar las marcas de sus brazos al igual que siempre intentaba no mirar su reflejo. ¿Llegaría algún día en el que se sentiría cómodo con su aspecto y con su raza? Lo dudaba mucho, pero un pedazo de su interior albergaba la esperanza de que así fuera. En vez de los guantes, llevaba una muñequera de tenista roja en su brazo izquierdo, con un 7 negro que se distinguía fácilmente.

Tras pasar poco tiempo deambulando por las plataformas del muelle, escuchó una voz preguntandole quién era. No vio a nadie, pero al dar unos pocos pasos más, pudo ver a un hombre moreno con la ropa habitual de esas tierras. En un principio no parecía ser su compañero, pero cuando se fijó en el 7 que tenía en su ropa, le quedó claro que estaba de incógnito. Si bien se camuflaba perfectamente con los habitantes de la zona, no era algo que realmente hiciera falta, pero evitó mencionarlo.

- Soy Oppenheirmer, Roland Oppenheimer. Tú debes ser Omega - dijo mostrando la muñequera -. Vamos al lío - concluyó la breve conversación dando media vuelto y dirigiéndose al Mercado Negro.

Arqueó un poco la ceja al reconocer los rasgos de su compañero. No era humano. Parecía más bien como si alguien hubiese cogido a una persona y le hubiera dado rasgos felinos. Casi le hubiera parecido una simple anomalía o un disfraz si no fuese por las orejas y la cola. Por lo demás parecía bastante humano. Por su actitud parecía molesto o impaciente, algo que no le pareció buena señal al agente. ¿Saltar a una misión sin antes llevar a cabo una reunión estratégica, dejar habladas señas o códigos para comunicarse en el lugar sin llamar la atención o tan siquiera comentar brevemente la táctica a seguir? Mala idea. Además, ni siquiera se había puesto nada que le permitiese mezclarse un poco, con aquellas pintas era un foco de atención. Comenzaba a temer que le hubiese tocado hacer equipo con un inepto.

- Agente Oppenheimer - dijo en voz baja, acelerando el paso para alcanzarle - Dudo que sea buena idea entrar sin más. Al menos deberíamos decidir la estrategia a seguir. Y por cierto, te recomiendo ponerse algo más de ropa. No sé si has estado antes en el desierto, pero aquí por la noche la temperatura puede descender más de treinta grados con respecto al día. En media hora estarás helándote si no te cubres con algo.

Lo que había dicho era bien cierto. Las ropas que llevaban allí estaban pensadas para poder sobrevivir en aquel clima extremo; holgadas y de colores que reflejasen la luz solar durante el día para combatir el calor y proteger la piel de la insolación y lo bastante gruesas como para poder cubrirse durante la noche. Por suerte estaban en la costa y los cambios eran menos extremos, pero en el interior del desierto las diferencias térmicas entre el día y la noche podían llegar a ser verdaderamente dramáticas. En ocasiones había visto a gente morir en las caravanas por culpa del frío nocturno.

- En cualquier caso, supongo que resulta evidente, pero lo mejor será localizarlo y esperar a que salga del local antes de encargarse de él.

El almacén no estaba muy lejos. A primeras no daba señales de actividad, pero la escasa luz que se colaba por la rendija de una puerta lateral, en un callejón, delataba la presencia de gente. Esta tenía una mirilla de celosía, cerrada en aquel momento. Atsu suspiró y se detuvo a unos metros, metiendo la mano en el interior de su túnica para comprobar, una vez más, su pistola. Seguro puesto, cargada y en posición para desenfundar rápido. Todo correcto. Miró hacia su compañero.

- Al llamar nos dirán algo así como que es tarde para andar molestando. La respuesta que le des es irrelevante; la única condición es que suene a una excusa coherente para entrar y que mientras lo digas, hagas este gesto con la mano - dijo, levantándola y mostrando la palma con los dedos retorcidos en una posición casi espasmódica - Cuando digas, entramos.

El agente le alcanzó rápidamente cuando empezó a caminar. Parecía algo competente, pero Roland prefería no hacerse ilusiones en ese aspecto. No era alguien que delegase fácilmente en otros, pero era cierto que había casos en los que era necesario colaborar, por lo que intentaría trabajar en equipo, pero más que cooperar lo usaría para que el trabajo saliera bien.

Al poco rato, el peliblanco empezó a darle recomendaciones sobre su vestuario. Lo que él no sabía era que su poca acorde vestimenta había sido pensada con detenimiento. Era cierto que nunca había estado en el desierto, pero lo había investigado. Sabía de qué era capaz la naturaleza, pero como mink, estaba preparado para ello. Su pelaje natural le proporcionaba abrigo suficiente, y su estrafalaria ropa no era la adecuada para pasar desapercibido pero sí para aparentar ser lo que no es. La idea no era pasar inadvertidos, sino localizar y detener al revolucionario, para lo cual era útil hacerse pasar por algún criminal y conseguir información bajo esa identidad.

- No te preocupes agente Omega. Respecto a mi aspecto, todo está pensado, y respecto a una estratega... - se quedó pensativa observando a su compañero -. Supongo que si quieres planificar la misión, no tengo ningún problema, pero el tiempo corre en nuestra contra y lo más importante es obtener información sobre la localización del rebelde, ¿no te parece?

- Por supuesto hay que esperar hasta que salga del local - dijo respondiendo al siguiente comentario del peliblanco - pero también es importante situarlo dentro del Mercado Negro y no perderle de vista. No es tan sencillo como esperar en la entrada. Puede estar acompañado o portar algún arma peligrosa, por lo que es necesario investigarlo primero. Además, si encontramos a su contactante podríamos deshacernos de un apoyo de la revolución y mataríamos dos pájaros de un tiro.

Después de haber aclarado las cosas, siguieron el recorrido hasta el almacén en el que se encontraba el Mercado Negro. Omega le explicó la contraseña, cosa que ya conocía, pero decidió no interrumpirle. Parecía implicado en el trabajo y prefería tener buena sintonía con el agente para poder desempeñar una buena labor.

Al llegar a la puerta del almacén, un hombre grande y fuerte ataviado con un mono azul y un gorro de lana, les cortó el paso.

- Ustedes, lárguense - dijo con rudeza -. Es tarde, ya estamos cerrando.

- Venimos por unos recados de última hora. No tardaremos más de cinco minutos - dijo Roland haciendo el gesto que se suponía que era la contraseña -. Seguro que no hay ningún problema - añadió con una pícara sonrisa.

La pesada puerta se abrió con un quejido, mostrando un pequeño e improvisado "cuarto de guardia" en que un hombre con una túnica gris y el rostro velado mantenía su vigilia. Le hizo un gesto impaciente con la mano derecha para que pasaran, sin quitar sus oscuros ojos de ellos en ningún momento. Atsu le respondió con un cabeceo y entró en el lugar, dirigiéndose a la única salida del cuarto: un estrecho pasillo acabado en una segunda puerta. A sus espaldas la entrada volvió a cerrarse chirriando, dejando el lugar en penumbra. El pensamiento de que, de ser una trampa estaban encerrados, atenazó con fuerza a Atsu. Lejos de permitir que el pánico le subyugara, contuvo la respiración y abrió con gesto seguro la siguiente puerta.

El mercado negro era bastante similar, irónicamente, a los típicos mercadillos de las plazas de Arabasta. Con la diferencia de que el chismorreo y bullicio habitual era mucho menor. Quienes acudían ahí sabían que había unos protocolos que seguir y los ruidosos no eran bien recibidos. Otras diferencia es que junto a muchos puestos había guardias. No pudo evitar fijarse en que en aquellos que no los tenían, el tendero iba evidentemente armado, en una clara señal de que no era una persona con la que buscarse problemas. De todos modos era evidente que más que precaución, aquello era parte pantomima y teatro. Nadie iba a ponerse a montar una pelea en mitad del almacén y acabar atrayendo a la guardia, además de que si alguien intentaba pasarse de listo, había... "agentes de seguridad" puestos estratégicamente cada varios metros para encargarse de solucionar expeditivamente cualquier altercado. Si antes había tenido algún mínimo retazo de idea sobre eliminarlo allí mismo y hacerlo pasar por una pelea, ahora aquello desapareció de su mente al momento.

- Bien, dudo que ir preguntando puesto por puesto vaya a servir para nada más que tardar más de lo necesario. ¿Alguna idea? - preguntó al mink en tono casual.

Mientras no perdió tiempo en empezar a ojear los puestos sin acercarse mucho, como con curiosidad. Su intención, por supuesto, era vigilar a la clientela discretamente. La gran mayoría iba con ropa del lugar. Aquello era un problema e iba a dificultar la identificación del objetivo. Se le pasó por la cabeza una peligrosa posibilidad: ¿y si negociaban con el gangster que llevaba el mercado negro? Con su apoyo, localizar a objetivo y su contacto sería pan comido. Era una opción que de todos modos prefería reservar; incluso para el osado agente era un gran riesgo. No sólo podía acabar vendiéndolos, sino que aunque aceptara era una espada de doble filo. Aquella gente solía asegurarse de cobrar las deudas.

Genial, simplemente genial. ¿Por qué los traficantes no podían poner las cosas más fáciles? Si bien ya parecía ser difícil situar al objetivo en ese lugar, aún más lo sería con tanta gente vestida con ropa que hacía las veces de capucha y en un cubículo cerrado repleto de gente armada. Sus opciones eran más bien pocas y, aunque sería todo un placer armar un alboroto y destrozar a cualquiera le que plantase cara, el agente Roland sabía que debía evitar llamar la atención en la medida de lo posible, aunque ese no era su estilo precisamente. Por eso trazó un pequeño plan en su cabeza y decidió unilateralmente que ese sería el plan a seguir, sin consultarle nada a su compañero.

- Sígueme la corriente - murmuró al pobre agente Omega para acto seguido empezar a merodear entre los distintos puestos mientras le hacía señas con la mano para que le acompañase.

Roland seguía indagando entre los puestos, buscando el más adecuado para su plan, mientras esperaba que su compañero le hubiera seguido. No es que le tuviera aprecio ni necesitase ayuda, pero si estaba a su lado quizás la treta fuera más creíble, lo que significaba cumplir la misión más rápido.

Después de inspeccionar varios puestos encontró uno que quizás le sirviese. Al aproximarse a la mesa pudo ver de cerca la variada mercancía que exponía. Botes y frascos de cristal rellenos de líquidos de llamativos colores y extraños polvos.  Sin duda era donde mejor podía llevar a cabo el mink su estrategia.

- Buenas noches, buen señor. He visto su extravagante mercancía y desde el primer momento me he dado cuenta de que usted y yo podríamos hacer buenos negocios. Mi nombre es Otto Hahn, y este de aquí - dijo señalando a Omega estuviese donde estuviese - es mi ayudante y guardaespaldas Frits Strassmann. Verá usted, soy un reputado químico de los bajos fondos, y tengo a mi disposición varios productos que yo mismo he desarrollado. Estoy convencido de que usted sabrá apreciar la calidad de mi mercancía. Si está interesado, ¿conoce un lugar más privado donde podamos conversar?

El mercader le miró unos segundos con desconfianza. No parecía terminar de fiarse del mink, quizás porque nunca había visto a nadie de su especie o quizás porque la oferta era demasiado tentadora. Sin importar el motivo, el mercader no terminaba de creerse lo de ese negocio, pero en el fondo quería creérselo. Roland pudo ver todo eso en sus ojos y actuó en consecuencia.

- No se le ve muy entusiasmado, ¿no le interesa mi oferta?

- Lo cierto es que...

- No se preocupe, entiendo que es difícil confiar en alguien que no conoce - interrumpió Roland al hombre -. Hagamos una cosa, para que pueda comprobar que realmente sé de lo que hablo. Si consigo adivinar qué es lo que tiene expuesto, accederá a reunirse conmigo. ¿Trato?

- Mmm, bueno, está bien. Pero no te creas que te será fácil, no podrás oler ni probar ningún producto.

- Contaba con ello - dijo el mink con un desdén de confianza.

- Bien, veamos. Este de aquí, el de color verde oscuro, es Belladona, un veneno común pero muy eficaz. Eseclíquido transparente con un matiz azul pálido diría que es cianuro de hidrógeno, y esos polvos de allí... sin duda son pólvora mezclada en cuatro quintas partes con polvo de chili. En mi opinión, diría que una mezcla de tres cuartas partes sería suficiente. ¿Le queda alguna duda sobre mis conocimientos y la veracidad de mis palabras ahora?

¿Frits Strassman? Eso sonaba a nombre extranjero, cuando Atsu era a todas luces de esa tierra. No solo por su tapadera, realmente era de Arabasta. ¿En qué estaba pensando el agente Oppenheimer al presentarlo así? Decidió no decir nada para evitar desvelar la tapadera y escuchó en silencio. Parecía que por lo menos el vendedor era lo bastante idiota como para no reparar en la burda mentira y aunque desconfiado, cayó en la trampa de su compañero. El vendedor hizo un gesto a un hombre para que se acercara y le susurró algo al oído. La persona en cuestión, un tiparrón de dos metros con pinta de matón, asintió con la cabeza y se colocó tras el mostrador. El vendedor salió de detrás de este y les indicó que le siguieran.

- Por favor, venga conmigo, señor Hahn. Tengo un pequeño reservado en este edificio. Pueden llamarme Omari.

Les guió a una de las paredes de la nave industrial, donde entraron en un pasillo que transcurría paralelamente a la estancia principal. Omari sacó una llave pequeña y oxidada y abrió una puerta. El interior quedó iluminado cuando el hombre sacó una redoma con unas luciérnagas en su interior. Era una pequeña estancia con una mesa y varias sillas, además de una estantería con varias cajas a un lado. Atsu entró de último y cerró la puerta a su paso. Disimuladamente y con toda la discreción que pudo corrió un pasador, bloqueando la puerta.

- Bien, señor Hahn, ¿qué tienen para mí? Estaré interesado en escuchar su oferta, especialmente si tienen algún compuesto raro. Mis proveedores habituales ya me suplen de los productos con más demanda, pero a veces está bien ampliar stock con ofertas más extravagantes.

No tenía muy claro cuál era el plan del agente Oppenheimer, supuso que pretendía alejar a aquel tipo para interrogarlo. ¿Qué le había llevado a escogerle justo a él? Debían estar vigilando la nave principal antes de que el revolucionario pasase por ella y acabase sus asuntos. Era prudente cerrar la operación esa misma noche, porque no sabían cuándo volvería al lugar. Atendió a su peludo compañero, esperando a una señal suya para sacar la pistola.

Bien. El hombre había picado el anzuelo. Llevó a los agentes infiltrados hacia una sala sencilla, apartada de la zona de comercio. Parecía una estancia privada dedicada a realizar negocios y reuniones, aunque tenía un poco de polvo.

- Claro, señor Omari, le propondré mi oferta - dijo Roland, mientras daba vueltas por esa habitación, buscando algo que fuera útil, con poco éxito -. Esta es mi propuesta. Usted me dice todo lo que sabe y yo solo le meteré en la cárcel tras darle una paliza, en vez de arrancarle la cabeza - dijo con un tono de voz traquilo y calmado.

El hombre se rió, pensando que era una broma, pero cuando observó al mink y vio que este estaba serio y no se reía, empezó a palidecer. Perlas de sudor salían de su frente, y el nerviosismo se reflejaba en su cara y sus manos temblorosas.

- ¿Quiénes sois? - preguntó - ¡Soco...! - intentó gritar por auxilio, pero Roland se había adelantado hacia él tapándole la boca con la mano bruscamente.

- Shhhh, no queremos que nadie te oiga gritar como el cochinillo que eres - decía Roland. Mantenía la mano se boca y le empujaba contra la pared más cecana -. Omega, busca con qué atarle. Quítate la ropa si es necesario - ordenó a su compañero.

Así es como daría lugar uno de los peores interrogatorios por los que habría pasado ese hombre en su vida.