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El cielo estaba tintado de una mezcla de azul, naranja y rosa al atardecer en aquella isla. Poco a poco las farolas de las calles se iban encendiendo, y las tabernas decentes iban cerrando sus puertas para dar paso a aquellas que eran frecuentadas por seres que únicamente salían durante la noche. Mi familia me había encomendado una misión muy clara, capturar a Jeff “el zorro” y su banda de piratas, cuya recompensa total podía llegar a los treinta millones de berries.
Llevaba dos días investigando y, al parecer, aún no habían llegado a la isla. Su barco era una carabela con una bandera negra con un zorro sonriente, por lo que le había pagado a un muchacho por saber cuándo iban a llegar. Esa isla era algo más de lo que aparentaba por fuera, se trataba de un lugar de reunión para los señores del bajo mundo en el mar del norte. Antaño no se habrían atrevido a ir allí, pero tras la caída del reino de Hallsat tenían vía libre para hacerlo.
Esa noche me fui hacia la taberna que había frecuentado desde que llegué a la isla. Los dueños eran una pareja de Okamas muy simpáticos que se hacían llamar Kelly y Molly, aunque por su aspecto, seguramente, sus verdaderos nombres eran Paco y Pepe.
—¡Buenas noches, morenaso! —gritó Molly al verne, tan enérgico como siempre. ¿O sería más políticamente correcto referirme a él como ella? No lo tenía del todo claro.
—Lo de siempre —le dije, sentándome en la barra para tomarme una buena jarra de cerveza de trigo y un buen filete de carne de rey de mar con patatas; aunque esto último sería un poco más tarde—. ¿Todo bien? —le pregunté, fingiendo ligero interés por el okama.
—Sí, bueno, como siempre. Esta noche nos espera un poco de jaleo —me dijo, haciendo que frunciera el entrecejo—. Con jaleo me refiero a mucha gente, no a peleas… qué también, pero no te preocupes.
—¡Vaya! —exclamé—. Entonces hoy me iré pronto a la cama.
—¿Y eso?
—No me gusta que me molesten.
—Debes ser la única persona en el mundo a la que no le gusta la fiesta.
—Me gusta, pero en pequeñas dosis. Prefiero una buena cerveza en grata compañía y sin mucho ajetreo.
—Si es que eres un encanto —dijo, guiñándome un ojo y entrar en la cocina.
La taberna se fue llenando poco a poco durante la siguiente hora, hasta que todos los asientos estuvieron ocupados. Yo, por mi parte, me dediqué a comer y beber, tranquilo, sin que nadie me molestara. Había gente de todo tipo, muchos haciendo el imbécil en sus respectivas mesas mientras sus propios amigos se reían de él, y no con él. "Lamentable", me dije, negando con la cabeza mientras me comía un trozo de carne.
Llevaba dos días investigando y, al parecer, aún no habían llegado a la isla. Su barco era una carabela con una bandera negra con un zorro sonriente, por lo que le había pagado a un muchacho por saber cuándo iban a llegar. Esa isla era algo más de lo que aparentaba por fuera, se trataba de un lugar de reunión para los señores del bajo mundo en el mar del norte. Antaño no se habrían atrevido a ir allí, pero tras la caída del reino de Hallsat tenían vía libre para hacerlo.
Esa noche me fui hacia la taberna que había frecuentado desde que llegué a la isla. Los dueños eran una pareja de Okamas muy simpáticos que se hacían llamar Kelly y Molly, aunque por su aspecto, seguramente, sus verdaderos nombres eran Paco y Pepe.
—¡Buenas noches, morenaso! —gritó Molly al verne, tan enérgico como siempre. ¿O sería más políticamente correcto referirme a él como ella? No lo tenía del todo claro.
—Lo de siempre —le dije, sentándome en la barra para tomarme una buena jarra de cerveza de trigo y un buen filete de carne de rey de mar con patatas; aunque esto último sería un poco más tarde—. ¿Todo bien? —le pregunté, fingiendo ligero interés por el okama.
—Sí, bueno, como siempre. Esta noche nos espera un poco de jaleo —me dijo, haciendo que frunciera el entrecejo—. Con jaleo me refiero a mucha gente, no a peleas… qué también, pero no te preocupes.
—¡Vaya! —exclamé—. Entonces hoy me iré pronto a la cama.
—¿Y eso?
—No me gusta que me molesten.
—Debes ser la única persona en el mundo a la que no le gusta la fiesta.
—Me gusta, pero en pequeñas dosis. Prefiero una buena cerveza en grata compañía y sin mucho ajetreo.
—Si es que eres un encanto —dijo, guiñándome un ojo y entrar en la cocina.
La taberna se fue llenando poco a poco durante la siguiente hora, hasta que todos los asientos estuvieron ocupados. Yo, por mi parte, me dediqué a comer y beber, tranquilo, sin que nadie me molestara. Había gente de todo tipo, muchos haciendo el imbécil en sus respectivas mesas mientras sus propios amigos se reían de él, y no con él. "Lamentable", me dije, negando con la cabeza mientras me comía un trozo de carne.
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Era la hora de cenar. El enorme estómago de Braud rugía mientras caminaba por aquella isla del norte. A escasos kilómetros al sur de allí se encontraban las ruinas de la isla en la que nació y se crió, aunque ahora mismo estaría vacía. O al menos, vacía de aquellos que compartían sangre con el gigante. Los pensamientos del cazador se mantuvieron alejados de la isla, pues no le importaba. Su conexión con aquel trozo de tierra hacía muchos años que había sido cortada. Llegó a una taberna. Como siempre, la puerta era muy pequeña para él. Suspiró e hizo lo de siempre. Se sentó en el suelo, atrayendo las miradas de aquellos que allí se encontraban. Con el nudillo y mucha gentileza golpeó la puerta tres veces.
Tardaron varios segundos en responder.
—Está siempre abierta, puede pasar —se notaba que la persona que respondía se había acercado a la puerta para que su voz se escuchase sobre el alboroto del gentío.
—No puedo pasar, no quepo.
De nuevo, estuvieron varios segundos en silencio. Finalmente abrieron la puerta. Braud pudo ver a una mujer, sin embargo era distinta a todas las mujeres que había visto hasta ahora. Casi todas eran pequeñas y escualidas. Aquella era grande, fornida y ruda. Inspiraba confianza. En cuanto lo vio, soltó un grito.
—¡Un ogro!
—¿Qué pasa? —dijo una segunda mujer, igual de ruda que la primera, asomándose tras ella y uniéndose a su grito.
—No soy un ogro, soy Braud. Quiero comer.
Cuando se hubieron calmado y visto que el gigante no era peligroso, aún con algo de miedo, tomaron nota a su pedido y aceptaron la condición de sacarle fuera la comida. El gigante pidió un cerdo asado entero y un barril de cerveza. Sabía que el cerdo tardaría en hacerse, así que simplemente esperó. De vez en cuando asomaba la cabeza por la puerta de la taberna, provocando miradas de sorpresa en los clientes.
Tardaron varios segundos en responder.
—Está siempre abierta, puede pasar —se notaba que la persona que respondía se había acercado a la puerta para que su voz se escuchase sobre el alboroto del gentío.
—No puedo pasar, no quepo.
De nuevo, estuvieron varios segundos en silencio. Finalmente abrieron la puerta. Braud pudo ver a una mujer, sin embargo era distinta a todas las mujeres que había visto hasta ahora. Casi todas eran pequeñas y escualidas. Aquella era grande, fornida y ruda. Inspiraba confianza. En cuanto lo vio, soltó un grito.
—¡Un ogro!
—¿Qué pasa? —dijo una segunda mujer, igual de ruda que la primera, asomándose tras ella y uniéndose a su grito.
—No soy un ogro, soy Braud. Quiero comer.
Cuando se hubieron calmado y visto que el gigante no era peligroso, aún con algo de miedo, tomaron nota a su pedido y aceptaron la condición de sacarle fuera la comida. El gigante pidió un cerdo asado entero y un barril de cerveza. Sabía que el cerdo tardaría en hacerse, así que simplemente esperó. De vez en cuando asomaba la cabeza por la puerta de la taberna, provocando miradas de sorpresa en los clientes.
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La tranquilidad de la taberna fue desapareciendo a medida que comenzaba a saturarse de individuos que buscaban comer buena carne y beber buena cerveza a un precio asequible; o eso decía el eslogan de la taberna. El atardecer dio paso a una noche estrellada, bella como ninguna otra que hubiera visto en mucho tiempo, pero sin la resplandeciente belleza que otorgaba la imponente luna en la penumbra del anochecer. Todos los sitios se ocuparon rápidamente, quedando únicamente uno a mi lado. Sutilmente me eché a un lado, intentando abarcar todo el espacio posible para que nadie se pusiera, pero entonces una de las dueñas gritó
“Ogro”, escuché, girándome para ver a qué clase de esperpento estaba entrando.
Se trataba de un ¿gigante? No, no podía ser uno de los guerreros de Elbaf, pues las leyendas decían que eran tan grandes como barcos y él, pese a su tamaño, podía caber perfectamente en el loco. Molly, seguidamente, también alzó la voz usando la misma terminología.
“¿En serio ellos les están llamando ogro a él?” —me cuestioné, negando con la cabeza y girándome para tomar mi preciada cerveza.
Una hora después la comida del gigantón estaba. Un cerdo entero y un segundo barril de cerveza.
“Comida para alimentar a una familia entera”
—Dime cuanto es Molly —dije.
—Soy Kelly, tonto —me dijo—. Para ti son mil quinientos berries.
—¿Y para otro? —le pregunté.
—Lo mismo, pero sin mi dirección —Y me guiñó un ojo—. Por cierto, ¿le llevarías el cerdo y la cerveza al otro de allí fuera? Es que me da miedito.
—¿Me has visto con aspiraciones a camerero rarito? —le increpé, dejando el dinero sobre la barra para irme.
Era incapaz de entender la cara dura de algunos taberneros, ¿en serio pretendía que ejerciera de camarero gratis? Si me hubiera hecho algún descuento lo entendería, pero yo nunca hago nada gratis.
Me planté frente a la puerta y en ese momento el grandullón asomó la cabeza.
—Tú comida esta lista —le dije—. Únicamente están echando a suertes quien te la trae. ¿Porqué? Son así de raros. Por cierto, es raro ver a alguien de tu condición por estos lares. ¿Qué te trae a una isla del mar del norte como esta? Y no me digas que la comida, porque no me lo creo.
Yo nunca había sido muy hablador con los extraños, pero ver un gigante en un mar cardinal era, cuanto menos, curioso. Solo esperaba que su respuesta fuera clara y concisa.
Mientras tanto, en el local de al lado se escuchó un disparo.
“Ogro”, escuché, girándome para ver a qué clase de esperpento estaba entrando.
Se trataba de un ¿gigante? No, no podía ser uno de los guerreros de Elbaf, pues las leyendas decían que eran tan grandes como barcos y él, pese a su tamaño, podía caber perfectamente en el loco. Molly, seguidamente, también alzó la voz usando la misma terminología.
“¿En serio ellos les están llamando ogro a él?” —me cuestioné, negando con la cabeza y girándome para tomar mi preciada cerveza.
Una hora después la comida del gigantón estaba. Un cerdo entero y un segundo barril de cerveza.
“Comida para alimentar a una familia entera”
—Dime cuanto es Molly —dije.
—Soy Kelly, tonto —me dijo—. Para ti son mil quinientos berries.
—¿Y para otro? —le pregunté.
—Lo mismo, pero sin mi dirección —Y me guiñó un ojo—. Por cierto, ¿le llevarías el cerdo y la cerveza al otro de allí fuera? Es que me da miedito.
—¿Me has visto con aspiraciones a camerero rarito? —le increpé, dejando el dinero sobre la barra para irme.
Era incapaz de entender la cara dura de algunos taberneros, ¿en serio pretendía que ejerciera de camarero gratis? Si me hubiera hecho algún descuento lo entendería, pero yo nunca hago nada gratis.
Me planté frente a la puerta y en ese momento el grandullón asomó la cabeza.
—Tú comida esta lista —le dije—. Únicamente están echando a suertes quien te la trae. ¿Porqué? Son así de raros. Por cierto, es raro ver a alguien de tu condición por estos lares. ¿Qué te trae a una isla del mar del norte como esta? Y no me digas que la comida, porque no me lo creo.
Yo nunca había sido muy hablador con los extraños, pero ver un gigante en un mar cardinal era, cuanto menos, curioso. Solo esperaba que su respuesta fuera clara y concisa.
Mientras tanto, en el local de al lado se escuchó un disparo.
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El olor a carne asada llegó por fin a sus orificios nasales, haciéndole salivar. Un hombrecillo le informó de que la comida ya estaba hecha y que no tardarían en sacarla. El gigante agradeció la información y esperó. Entonces, escuchó con atención las preguntas del hombre, que parecía curioso, como todo el mundo que no era originario de su isla.
—¿De mi condición? Haces que suena como una enfermedad. Yo nací en este mar, aunque no era una isla muy concurrida por los de tu clase. Según las leyendas descendemos de los poderosos gigantes del Nuevo Mundo. Vivo con ganas de partir hacia esos mares y combatir contra uno de esos, si es que siguen existiendo. Pero mientras tanto, me busco la vida como cazarrecompensas aquí. —Sacaron por fin el cerdo cocinado y el barril. Braud pagó enseguida por las molestias y entonces empezó a comer, cogiendo el cerdo con la manaza—. ¿Todas las mujeres de esta isla son así de rudas? —dijo después de tragar.
El fuerte sonido de un disparo llegó a sus oídos. Había sido en el edificio de al lado. ¿Iban a venir a molestarle durante la cena? ¿Y a aquellas señoritas tan amables que se habían tomado la molestia de cocinarle comida para cinco? Nononono, no lo iba a permitir. Dio un último bocado al cerco y lo dejó de nuevo en su enorme bandeja y se levantó, caminando hacia el local de al lado. Justo cuando se acercó, salió corriendo un hombre que llevaba un saco lleno y una pistola humeante en la otra mano. En cuando vio al gigante soltó un grito y cayó al suelo del susto. El gigante enseguida lo cogió, agarrando todo su torso.
—¿Qué haces?
—¿De mi condición? Haces que suena como una enfermedad. Yo nací en este mar, aunque no era una isla muy concurrida por los de tu clase. Según las leyendas descendemos de los poderosos gigantes del Nuevo Mundo. Vivo con ganas de partir hacia esos mares y combatir contra uno de esos, si es que siguen existiendo. Pero mientras tanto, me busco la vida como cazarrecompensas aquí. —Sacaron por fin el cerdo cocinado y el barril. Braud pagó enseguida por las molestias y entonces empezó a comer, cogiendo el cerdo con la manaza—. ¿Todas las mujeres de esta isla son así de rudas? —dijo después de tragar.
El fuerte sonido de un disparo llegó a sus oídos. Había sido en el edificio de al lado. ¿Iban a venir a molestarle durante la cena? ¿Y a aquellas señoritas tan amables que se habían tomado la molestia de cocinarle comida para cinco? Nononono, no lo iba a permitir. Dio un último bocado al cerco y lo dejó de nuevo en su enorme bandeja y se levantó, caminando hacia el local de al lado. Justo cuando se acercó, salió corriendo un hombre que llevaba un saco lleno y una pistola humeante en la otra mano. En cuando vio al gigante soltó un grito y cayó al suelo del susto. El gigante enseguida lo cogió, agarrando todo su torso.
—¿Qué haces?
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Mi intento de políticamente correcto y no ofender al grandullón hizo que se molestara. Ciertamente, yo no solía hablar con mucha gente, a excepción de algunos miembros de mi familia y los criminales que capturaba; quizás algún transeúnte, o tal vez algún marine que cooperara conmigo si la misión lo requiriera, pero ya está.
—Me refería a que es extraño ver a semigigantes fuera de la gran línea roja —me excusé—. No es una mujer —le dije—. Al menos no en lo que tu entiendes como mujer. O sea, nació hombre, como tú o como yo, pero viste y actúa como una mujer. Se hacen llamar Okamas. Hay una isla repleta de personas como ella, pero es gobernada por un pirata al que algún día daré caza.
De pronto, se pudo escuchar un disparo. Antes de que pudiera darme cuenta, el grandullón ya estaba de camino hacia ese lugar. Tardé un poco en alcanzarlo, pero cuando lo hizo había un hombre en sus brazos. Iba vestido con mallas de deportista, un casco y unas zapatillas de deporte muy molonas.
—Mi nombre es Al Contador, y…
—¿Eres el famoso ciclista? —le interrumpí.
—El mismo que se viste y pedalea. Me robaron mi preciada bici de competición hace unas semanas y desde entonces voy armado —dijo, señalando la pistola que había en el suelo, junto a una bolsa que no dudé en coger y abrir. En su interior había un par de botellas de bebida isotónicas de sabor limón, otras mallas y una sudadera.
—Creo que dice la verdad —le dije al gigantón, enseñándole el interior de la bolsa—. Por cierto, ¿cuál es tu nombre? Porque no nos hemos presentado.
—Mi nombre es Kohaku, cazarrecompensas —le dijo.
Una vez hechas las presentaciones, el ciclista les contó que la banda pirata de Jeff “el zorro” se encontraba apostados en una vieja granja en la zona más meridional de la isla, junto a la vieja ganadería de los Kent, y que ellos le habían robado su preciada bici personalizada.
—Y eso es todo. La gente de la isla les tiene miedo, así que no dicen nada. Y el comisario local tiene miedo de enfrentarse a esa bestia parda. ¡Es todo un caos!
No pude evitar sonreír mientras el ciclista hablaba.
—No te preocupes —le dije, cruzando mis brazos—. Antes de que amanezca Jeff y los suyos estarán de camino a prisión y tu bicicleta en tus manos.
—¿Qué opinas, Braud? ¿Lo hacemos a medias?
“Cooperar con alguien un día no creo que me venga mal” —se dijo, recordando como levanto a alguien de la envergadura de contador con una mano y casi sin inmutarse.
—Me refería a que es extraño ver a semigigantes fuera de la gran línea roja —me excusé—. No es una mujer —le dije—. Al menos no en lo que tu entiendes como mujer. O sea, nació hombre, como tú o como yo, pero viste y actúa como una mujer. Se hacen llamar Okamas. Hay una isla repleta de personas como ella, pero es gobernada por un pirata al que algún día daré caza.
De pronto, se pudo escuchar un disparo. Antes de que pudiera darme cuenta, el grandullón ya estaba de camino hacia ese lugar. Tardé un poco en alcanzarlo, pero cuando lo hizo había un hombre en sus brazos. Iba vestido con mallas de deportista, un casco y unas zapatillas de deporte muy molonas.
—Mi nombre es Al Contador, y…
—¿Eres el famoso ciclista? —le interrumpí.
—El mismo que se viste y pedalea. Me robaron mi preciada bici de competición hace unas semanas y desde entonces voy armado —dijo, señalando la pistola que había en el suelo, junto a una bolsa que no dudé en coger y abrir. En su interior había un par de botellas de bebida isotónicas de sabor limón, otras mallas y una sudadera.
—Creo que dice la verdad —le dije al gigantón, enseñándole el interior de la bolsa—. Por cierto, ¿cuál es tu nombre? Porque no nos hemos presentado.
—Mi nombre es Kohaku, cazarrecompensas —le dijo.
Una vez hechas las presentaciones, el ciclista les contó que la banda pirata de Jeff “el zorro” se encontraba apostados en una vieja granja en la zona más meridional de la isla, junto a la vieja ganadería de los Kent, y que ellos le habían robado su preciada bici personalizada.
—Y eso es todo. La gente de la isla les tiene miedo, así que no dicen nada. Y el comisario local tiene miedo de enfrentarse a esa bestia parda. ¡Es todo un caos!
No pude evitar sonreír mientras el ciclista hablaba.
—No te preocupes —le dije, cruzando mis brazos—. Antes de que amanezca Jeff y los suyos estarán de camino a prisión y tu bicicleta en tus manos.
—¿Qué opinas, Braud? ¿Lo hacemos a medias?
“Cooperar con alguien un día no creo que me venga mal” —se dijo, recordando como levanto a alguien de la envergadura de contador con una mano y casi sin inmutarse.
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El ogro dejó al extraño hombre con casco en el suelo tras escuchar que le habían robado algo. El tal Kohaku empezó a hacerle preguntas. Por lo visto lo conocía y lo había llamado "ciclista". Por lo visto, un pirat conocido como "el zorro" había robado algo muy preciado a este pobre hombre que simplemente quería recuperar y que el comisario de la isla no tenía las agallas para enfrentarse a esta persona. Fue entonces cuando Kohaku propuso al gigante cazar a aquel criminal juntos. Era increíble, era el segundo amigo que hacía en una semana. Lo mismo debería empezar a apuntar sus nombres, para recordarlos bien.
—Sí, ¿por qué no? Si al comisario le da miedo será que ese tío es fuerte. Ahora vengo.
El gigante se dio la vuelta y fue hacia donde estaba el cerdo que se estaba comiendo. Rebuscó lo que para él era una pequeña bolsa de dinero y la dejó pegada a la entrada de la taberna como pago por la comida. Entonces, cogió el cerdo y volvió a acercarse a Kohaku mientras se lo comía. Ambos cazadores se pusieron en marcha mientras el gigante terminaba su cena, a la par que agasajaba los oídos de Kohaku con una historia.
—Y durante años crecí en ese Coliseo. La verdad es que estuvo bien, hasta que un escuadrón marine entró por la fuerza, nos llamó a todos esclavos y nos hizo marcharnos de allí. Tuve que empezar a buscarme la vida de otra forma. Y la caza de recompensas es la única en la que puedo hacerlo combatiendo. ¿Quieres un trozo? —le dijo, ofreciéndole una pata del cerdo—. Por cierto... ¿Qué es una bicicleta?
—Sí, ¿por qué no? Si al comisario le da miedo será que ese tío es fuerte. Ahora vengo.
El gigante se dio la vuelta y fue hacia donde estaba el cerdo que se estaba comiendo. Rebuscó lo que para él era una pequeña bolsa de dinero y la dejó pegada a la entrada de la taberna como pago por la comida. Entonces, cogió el cerdo y volvió a acercarse a Kohaku mientras se lo comía. Ambos cazadores se pusieron en marcha mientras el gigante terminaba su cena, a la par que agasajaba los oídos de Kohaku con una historia.
—Y durante años crecí en ese Coliseo. La verdad es que estuvo bien, hasta que un escuadrón marine entró por la fuerza, nos llamó a todos esclavos y nos hizo marcharnos de allí. Tuve que empezar a buscarme la vida de otra forma. Y la caza de recompensas es la única en la que puedo hacerlo combatiendo. ¿Quieres un trozo? —le dijo, ofreciéndole una pata del cerdo—. Por cierto... ¿Qué es una bicicleta?
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El grandullón accedió a realizar su misión de capturar a esos criminales en conjunto, e intentar de paso conseguir la bicicleta del gran Al Contador, la leyenda del ciclismo profesional de estos mares. Su nombre resultó ser Broudburgüeit, Brodwey; o algo parecido, había resultado ser un sujeto muy simpático, aunque demasiado hablador para su gusto. Kohaku era de esas personas que adoraba el sutil e incomprendido encanto que residía en una velada silenciosa. Era de esos que prefería estar solo, haciendo algún rompecabezas junto a alguno de los perros que tenía en casa a tener que hablar con alguien.
Continuaron caminando durante un buen rato, pero entonces algo frenó el avance de Kohaku. Ese algo era grasiento. Tenía un olor que desprendía especias como el romero y orégano, además de ajo, mucho ajo. Se trataba de una pata de cerdo que Braud quería darle para comer.
—¡Oh! —exclamó—. Gracias, Brodwey
No dudó en coger la pierna del cerdo y darle un gran bocado. Sabía maravillosamente, y estaba en su punto justo de cocción. La pena era que estaba enfriándose, y el gorrino frío no era fruto de su devoción.
—¿Una bicicleta? —se paró, pensativo, mientras llevaba la pata a su boca para darle otro mordisco—. Se trata de un vehículo más o menos así de alto —le hizo una señal con la mano, indicando su altura—. Con un manillar y dos ruedas, que sirve para desplazarse por tierra a más velocidad. A mí, personalmente, no me entusiasman, pero a mi hermano le encantan.
Pasadas un par de horas llegaron a la entrada de la granja. Se escuchaban berridos y gente cantando y bailando.
—Es aquí —dijo Kohaku—. Mira el cártel: Granja Kent.
Eran un cuadrado perfecto, completamente cercado mediante vallas de madera tintadas de color blanco. Justo en el centro una casa pintada de amarillo ocre, y a un lado un granero de color caoba. Podía verse a un lado la cochiquera, pero no quedaba ningún cerdo.
—¿Quiénes sois? —dijo un hombre, medio borracho—. ¿Qué demonios estáis haciendo aquí?
Inmediatamente, usando la pata de cerdo, Kohaku le golpeó en la cara con ella y lo dejó tirado en el suelo.
—Será mejor ir con cuidado, ¿no crees? —le dijo, mientras intentaba idear un plan de asalto.
Continuaron caminando durante un buen rato, pero entonces algo frenó el avance de Kohaku. Ese algo era grasiento. Tenía un olor que desprendía especias como el romero y orégano, además de ajo, mucho ajo. Se trataba de una pata de cerdo que Braud quería darle para comer.
—¡Oh! —exclamó—. Gracias, Brodwey
No dudó en coger la pierna del cerdo y darle un gran bocado. Sabía maravillosamente, y estaba en su punto justo de cocción. La pena era que estaba enfriándose, y el gorrino frío no era fruto de su devoción.
—¿Una bicicleta? —se paró, pensativo, mientras llevaba la pata a su boca para darle otro mordisco—. Se trata de un vehículo más o menos así de alto —le hizo una señal con la mano, indicando su altura—. Con un manillar y dos ruedas, que sirve para desplazarse por tierra a más velocidad. A mí, personalmente, no me entusiasman, pero a mi hermano le encantan.
Pasadas un par de horas llegaron a la entrada de la granja. Se escuchaban berridos y gente cantando y bailando.
—Es aquí —dijo Kohaku—. Mira el cártel: Granja Kent.
Eran un cuadrado perfecto, completamente cercado mediante vallas de madera tintadas de color blanco. Justo en el centro una casa pintada de amarillo ocre, y a un lado un granero de color caoba. Podía verse a un lado la cochiquera, pero no quedaba ningún cerdo.
—¿Quiénes sois? —dijo un hombre, medio borracho—. ¿Qué demonios estáis haciendo aquí?
Inmediatamente, usando la pata de cerdo, Kohaku le golpeó en la cara con ella y lo dejó tirado en el suelo.
—Será mejor ir con cuidado, ¿no crees? —le dijo, mientras intentaba idear un plan de asalto.
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Braud dio el último mordisco al cerdo, dejando el último trozo de hueso totalmente pelado y tirándolo al suelo. La explicación de su nuevo amigo sobre lo que era una bicicleta le resultó extrañamente satisfactoria, pues era breve y explicativa. Aunque no sabía para que demonios iba alguien a querer usar una de esas cosas tan pequeñas. Llegaron a lo que parecía ser una granja, donde los recibió un hombre borracho, al cual el bueno de Kohaku le dio un golpe con la pata de cerdo, dejándole la cara llena de grasa. Braud abrió la boca para contestar a Kohaku sobre si ir con cuidado o no cuando un grito que salía del granero lo interrumpió.
Las enormes puertas de este se abrieron y de su interior salieron dos individuos. Uno de ellos era tan alto que le sacaba una cabeza al ogro, aunque su altura se veía aumentada con el extraño gorro que llevaba. El otro debía medir algo más de dos metros e iba vestido con un traje negro de pantalones muy anchos. Caminaba con la cabeza ladeada, una mano en el bolsillo y la otra sujetando un bate de hierro apoyado en su hombro. Tenía el pelo de color naranja con un afro mal hecho. El gigante, por su parte, iba vestido con una camiseta blanca y sucia, llena de manchas de sudor y mierda varia. Sus pantalones eran tejanos con tirantes, aunque uno de ellos estaba suelto, que parecían apunto de romperse por su enorme barriga. Y, en la cabeza, llevaba sujeta con una cuerda algo que, por la descripción dada anteriormente, Braud identificó como una bicicleta al revés.
—¿Quie' ha 'enio? ¿'ienen a 'itarme el gorro nuevo o que? —gritó el gigante enfadado.
Su compañero del bate escupió al suelo, enfadado.
—¿Que hacéis aquí, anormales?
—¡Kohaku, no me habías dicho que las bicicletas podían usarse de gorro! Aunque es un gorro feo de cojones, todo hay que decirlo —dijo Braud—. Sí, venimos a por eso, un tío lo está buscando. Podéis dárnoslo o podemos pelear, a mí me da igual.
Las enormes puertas de este se abrieron y de su interior salieron dos individuos. Uno de ellos era tan alto que le sacaba una cabeza al ogro, aunque su altura se veía aumentada con el extraño gorro que llevaba. El otro debía medir algo más de dos metros e iba vestido con un traje negro de pantalones muy anchos. Caminaba con la cabeza ladeada, una mano en el bolsillo y la otra sujetando un bate de hierro apoyado en su hombro. Tenía el pelo de color naranja con un afro mal hecho. El gigante, por su parte, iba vestido con una camiseta blanca y sucia, llena de manchas de sudor y mierda varia. Sus pantalones eran tejanos con tirantes, aunque uno de ellos estaba suelto, que parecían apunto de romperse por su enorme barriga. Y, en la cabeza, llevaba sujeta con una cuerda algo que, por la descripción dada anteriormente, Braud identificó como una bicicleta al revés.
—¿Quie' ha 'enio? ¿'ienen a 'itarme el gorro nuevo o que? —gritó el gigante enfadado.
Su compañero del bate escupió al suelo, enfadado.
—¿Que hacéis aquí, anormales?
—¡Kohaku, no me habías dicho que las bicicletas podían usarse de gorro! Aunque es un gorro feo de cojones, todo hay que decirlo —dijo Braud—. Sí, venimos a por eso, un tío lo está buscando. Podéis dárnoslo o podemos pelear, a mí me da igual.
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El camino hacia el granero estuvo despejado, al menos, durante los primeros metros. Las voces de los piratas se escuchaban cada vez más. Entonces, dos individuos aparecieron de la nada. Uno de ellos, resultó ser Egil, “el come-cabras”, el segundo de abordo y el matón más poderoso de la banda del zorro. Era muy grande, incluso más que su nuevo compañero de cacería, algo que no aparentaba en los carteles de se busca. Y ante el asombro de Kohaku, llevaba la bicicleta en la cabeza.
—No puede ser… —murmuró Kohaku, negando con la cabeza y pensando en lo imbécil que podía resultar algunos seres de este mundo—. No, Brodwey, una bicicleta no se puede usar de sombrero.
A su lado había otro hombre, un sujeto que podía llegar perfectamente a la veintena, de cabellos anaranjados y unas piernas demasiado largas para un ser humano corriente. Iba vestido con un traje escolar de color azul marino, y una barra de hierro. Su cara le era familiar, se trataba de Jeff “el zorro”.
—Jeff ”el zorro”,con una recompensa de dieciocho millones de berries, y Egil, su perrito faldero, con una recompensa de quince millones por su cabeza —dijo Kohaku, sacando sus carteles—. Grandullón, a estos son a los que tenemos que capturar. ¡Ah! Y no le hagas daño a la bicicleta, ¿entendido?
—¿En serio pensáis que podéis capturarnos tan fácilmente? —preguntó, como si fuera un villano cliché de cualquier historia de matones.
Y Kohaku no respondió. Simplemente, concentrando electricidad en sus piernas, se aproximó a gran velocidad hacia su oponente, desenfundado su espada y atacándole. Sin embargo, las manos de Jeff se habían convertido en zarpas y habían parado el ataque.
“¿Para qué quiere una barra de hierro si no la va a usar?” —se prguntó, mientras su contrincante se transformaba en la combinación perfecta de un zorro y un ser humano de piernas excesivamente altas.
—No puede ser… —murmuró Kohaku, negando con la cabeza y pensando en lo imbécil que podía resultar algunos seres de este mundo—. No, Brodwey, una bicicleta no se puede usar de sombrero.
A su lado había otro hombre, un sujeto que podía llegar perfectamente a la veintena, de cabellos anaranjados y unas piernas demasiado largas para un ser humano corriente. Iba vestido con un traje escolar de color azul marino, y una barra de hierro. Su cara le era familiar, se trataba de Jeff “el zorro”.
—Jeff ”el zorro”,con una recompensa de dieciocho millones de berries, y Egil, su perrito faldero, con una recompensa de quince millones por su cabeza —dijo Kohaku, sacando sus carteles—. Grandullón, a estos son a los que tenemos que capturar. ¡Ah! Y no le hagas daño a la bicicleta, ¿entendido?
—¿En serio pensáis que podéis capturarnos tan fácilmente? —preguntó, como si fuera un villano cliché de cualquier historia de matones.
Y Kohaku no respondió. Simplemente, concentrando electricidad en sus piernas, se aproximó a gran velocidad hacia su oponente, desenfundado su espada y atacándole. Sin embargo, las manos de Jeff se habían convertido en zarpas y habían parado el ataque.
“¿Para qué quiere una barra de hierro si no la va a usar?” —se prguntó, mientras su contrincante se transformaba en la combinación perfecta de un zorro y un ser humano de piernas excesivamente altas.
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Mientras Kohaku le indicaba al gigante que aquellos eran los hombres a los que se tenían que enfrentar, Braud ya estaba haciendo estiramientos con el cuello. Pudo ver como se preparaba a luchar contra el extraño del pelo afro mientras que él se colocaba en posición de dar el primer golpe tan rápido como pudo, arqueando ambas piernas, una delante de la otra, levantando tierra del suelo al hacerlo. Echó el puño hacia atrás y apunto estuvo de soltar un buen golpe a la cara del gigante cuando escuchó a su nuevo compañero decirle que intente no dañar la bicicleta. El puño fue dirigido entonces al estómago de su contrincante.
El pirata de entendederas cortas paró el golpe con la mano desnuda, moviéndose un poco hacia atrás. Aquello hizo sonreír al ogro. Intentó zafarse de la mano del tal Egil, pero lo tenía firmemente agarrado. Entonces, a una velocidad impropia de un hombre de ese tamaño, su puño se hundió en su cara. Braud casi no se movió del sitio, con la cabeza a un lado y el puño hundido en su mejilla. Si no tuviese un puño en la cara sin duda habría sonreído más. Movió el brazo a un lado con fuerza y con él el brazo de Egil. Entonces descargó un fuerte rodillazo en las costillas del pirata.
El hombre con la bicicleta en la cabeza soltó la mano del cazador por fin, moviéndose hacia atrás por el dolor. Braud volvió a una posición neutra y en guardia, con los puños cerrados. Se pasó un puño por la boca, limpiándose la sangre que le caía por la comisura tras el puñetazo del pirata.
—Egil, ¿verdad? Vamos, haz que recuerde tu nombre.
Y el pirata rugió como una bestia, saltando hacia el ogro.
El pirata de entendederas cortas paró el golpe con la mano desnuda, moviéndose un poco hacia atrás. Aquello hizo sonreír al ogro. Intentó zafarse de la mano del tal Egil, pero lo tenía firmemente agarrado. Entonces, a una velocidad impropia de un hombre de ese tamaño, su puño se hundió en su cara. Braud casi no se movió del sitio, con la cabeza a un lado y el puño hundido en su mejilla. Si no tuviese un puño en la cara sin duda habría sonreído más. Movió el brazo a un lado con fuerza y con él el brazo de Egil. Entonces descargó un fuerte rodillazo en las costillas del pirata.
El hombre con la bicicleta en la cabeza soltó la mano del cazador por fin, moviéndose hacia atrás por el dolor. Braud volvió a una posición neutra y en guardia, con los puños cerrados. Se pasó un puño por la boca, limpiándose la sangre que le caía por la comisura tras el puñetazo del pirata.
—Egil, ¿verdad? Vamos, haz que recuerde tu nombre.
Y el pirata rugió como una bestia, saltando hacia el ogro.
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“Tengo que romper esas garras”, pensó Kohaku al ver como el pirata volvía a bloquear su ataque colocando sus malditas zarpas en cruz. La resistencia mecánica que presentaba a los cortes era envidiable, hasta el punto que solo era capaz de realizarle un pequeño arañazo con cada ataque, pero que no era suficiente como para quebrarlas. No obstante, la velocidad con la que reaccionaba a sus ataques era envidiable, sabiendo como colocarse en todo momento para evitar sus zonas más blandas.
El cazador quería tomar distancias para intentar un ataque más directo gracias a su destello divino, pero no pudo hacerlo. Su oponente empezó a tomar la iniciativa en esa pelea y comenzó a propinarle un ataque tras otros, usando sus garras como si fueran punzones. Colocaba la mano de forma cóncava, teniendo las garras hacia adelante. Su velocidad no era nada del otro mundo, pero la fuerza de cada golpe era un gran problema. Entretanto, Kohaku empezó a esquivar un enviste tras otro gracias a su mantra, mientras buscaba una brecha en la defensa de su rival.
“Izquierda, derecha, izquierda, izquierda, derecha…”
Comenzó a ver si había un patrón en si ataque, y así era, cada cuatro ataques —dos con cada mano de forma alternativa—, propiciaba dos seguidos con su zarpa izquierda. Sabiendo eso, Kohaku dejó caer su propio cuerpo hacia su costado zurdo, y de un rápido movimiento ascendente cortó el brazo de Jeff. Kohaku vio brotar la sangre de su enemigo durante un instante, pero cerró los ojos y dio un gran salto hacia atrás, tropezándose antes de poder ponerse en una buena posición. Su respiración se agitó, y su mente evocó recuerdos de un pasado lejano que él recuerda como si hubiera pasado el día anterior. Su corazón palpitaba a mil por hora, su cuerpo temblaba y solo era capaz de sentir angustia.
Y de golpe, como ya le había ocurrido en otras ocasiones, abrió los ojos y de su cuerpo emergió una extraña fuerza que detuvo a su contrincante in situ. Jeff estaba paralizado, casi son poder moverse. Kohaku podía ver miedo en su mirada, pero eso no le detuvo. Sin decir nada, casi por instinto, se abalanzó sobre él y le clavó una fuerte estocada en el pecho, atravesándole el corazón. Lo hizo reiteradas veces hasta que de pronto, volvió en sí.
“Qué he hecho”, se dijo, tembloroso.
El cazador quería tomar distancias para intentar un ataque más directo gracias a su destello divino, pero no pudo hacerlo. Su oponente empezó a tomar la iniciativa en esa pelea y comenzó a propinarle un ataque tras otros, usando sus garras como si fueran punzones. Colocaba la mano de forma cóncava, teniendo las garras hacia adelante. Su velocidad no era nada del otro mundo, pero la fuerza de cada golpe era un gran problema. Entretanto, Kohaku empezó a esquivar un enviste tras otro gracias a su mantra, mientras buscaba una brecha en la defensa de su rival.
“Izquierda, derecha, izquierda, izquierda, derecha…”
Comenzó a ver si había un patrón en si ataque, y así era, cada cuatro ataques —dos con cada mano de forma alternativa—, propiciaba dos seguidos con su zarpa izquierda. Sabiendo eso, Kohaku dejó caer su propio cuerpo hacia su costado zurdo, y de un rápido movimiento ascendente cortó el brazo de Jeff. Kohaku vio brotar la sangre de su enemigo durante un instante, pero cerró los ojos y dio un gran salto hacia atrás, tropezándose antes de poder ponerse en una buena posición. Su respiración se agitó, y su mente evocó recuerdos de un pasado lejano que él recuerda como si hubiera pasado el día anterior. Su corazón palpitaba a mil por hora, su cuerpo temblaba y solo era capaz de sentir angustia.
Y de golpe, como ya le había ocurrido en otras ocasiones, abrió los ojos y de su cuerpo emergió una extraña fuerza que detuvo a su contrincante in situ. Jeff estaba paralizado, casi son poder moverse. Kohaku podía ver miedo en su mirada, pero eso no le detuvo. Sin decir nada, casi por instinto, se abalanzó sobre él y le clavó una fuerte estocada en el pecho, atravesándole el corazón. Lo hizo reiteradas veces hasta que de pronto, volvió en sí.
“Qué he hecho”, se dijo, tembloroso.
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El ogro se movió a un lado, esquivando la embestida de el gigante conocido como Egil. Le dio entonces un codazo en la espalda, justo en el centro, que obligó al pirata a arquearse de dolor. La bestia con una bicicleta en la cabeza reaccionó tal como lo haría un animal acorralado, atacando a la desesperada. Sin embargo, aunque a ciegas, el codo del pirata golpeó la barbilla del cazador con fuerza, haciendo que girara la cabeza por el golpe. Braud se lo estaba pasando bien, aunque debía ir con cuidado, pues no debía atacar a la cabeza de aquel sucio criminal. Jamás se había dado cuenta de lo difícil que era pelear sin apuntar a la cara. Debía buscar la manera de quitarle la bicicleta cuanto antes.
El pirata cerró el puño y Braud pudo ver como este se veía de golpe rodeado de pequeños rayos azules. El puñetazo fue directo, chocando contra los brazos en cruz que el gigante había puesto en medio para bloquearlo. Pudo sentir la electricidad recorriendo su cuerpo, dejando sus extremidades ligeramente entumecidas. Apretó los dientes, sabiendo que debía intentar no dejarse golpear si quería seguir usando los brazos.
Braud soltó un rugido tosco y parado en seco. Al hacerlo, su cuerpo se vio de golpe rodeado de un aura rojiza y translúcida que ascendía como el fuego, potenciando sus golpes. Un puñetazo potenciado del gigante fue parado por el brazo del pirata, el cual no se esperaba aquel aumento de fuerza y fue empujado hacia atrás, recibiendo parte del daño. Antes de poder darle oportunidad de contraatacar, el cazador golpeó la boca del estómago del pirata con un gancho potenciado. Pudo notar como abría la boca intentando gritar del dolor, pero no salía sonido alguno mientras perdía la voz momentáneamente por el golpe. Fue entonces cuando aprovechó, cerrando con fuerza la mano en la cara del pirata, aprisionando su boca y sus mejillas. Con la otra mano, arrancó la bicicleta de su cabeza, rompiendo las cuerdas que la ataban, y lanzó hacia delante al pirata que cayó al suelo de espaldas. El cazador dejó la bici en el suelo con delicadeza.
—Y ya podemos hacerlo bien —dijo crujiéndose los nudillos.
Egil se levantó, limpiándose la sangre de la boca. Braud pudo ver como su cuerpo entero se veía rodeado de electricidad, como su puño hizo antes. El gigante se colocó en posición de combate mientras que concentraba toda su aura potenciadora en el puño, donde adquiría un rojo más intenso. El pirata empezó a correr, cargado de electricidad, contra el cazador, gritando como una bestia. Braud llevó el puño hacia atrás y...
Fue entonces cuando lo sintió. Una poderosa presencia, a escasos metros de él. Una presencia que, durante un momento, aplastó su voluntad y le dio... ¿Miedo? ¿Eso era el miedo? Volvió a la realidad. No había tiempo de preocuparse por eso ahora.
—¡Pluton Impacto! —gritó cuando el pirata hubo llegado hasta él.
Ambos puños chocaron. La electricidad del pirata pasó al brazo del cazador, que gritó de dolor durante el choque por ello. Sin embargo, la fuerza multiplicada y potenciada por aquella poderosa técnica se hizo mella enseguida en el brazo de su enemigo. Este se retorció, rompiéndose como si sus huesos estuviesen hechos de cristal. Ambos salieron despedidos hacia atrás, uno por la fuerza del impacto y otro por la descarga eléctrica.
Cuando el gigante se hubo recuperado de la desorientación se levantó. Esperaba tener el brazo dolorido, en cambio lo que vio es que no lo notaba. Su extremidad colgaba muerta de su hombro, siendo el gigante incapaz de moverla. Maldijo para sí mientras se levantaba del todo y echaba un vistazo a como había quedado su oponente. Su brazo derecho, con el que había golpeado, estaba torcido por sitios por los que un brazo no puede torcerse. Incluso se habían abierto algunas heridas y había empezado a sangrar. Se había desmayado, muy seguramente por el dolor.
Braud miró a su compañero, que parecía haber ganado, aunque había notado la preocupación en su rostro.
—Eh, Kohaku—le dijo acercándose a él, con el brazo inerte—. ¿Estás bien?
El pirata cerró el puño y Braud pudo ver como este se veía de golpe rodeado de pequeños rayos azules. El puñetazo fue directo, chocando contra los brazos en cruz que el gigante había puesto en medio para bloquearlo. Pudo sentir la electricidad recorriendo su cuerpo, dejando sus extremidades ligeramente entumecidas. Apretó los dientes, sabiendo que debía intentar no dejarse golpear si quería seguir usando los brazos.
Braud soltó un rugido tosco y parado en seco. Al hacerlo, su cuerpo se vio de golpe rodeado de un aura rojiza y translúcida que ascendía como el fuego, potenciando sus golpes. Un puñetazo potenciado del gigante fue parado por el brazo del pirata, el cual no se esperaba aquel aumento de fuerza y fue empujado hacia atrás, recibiendo parte del daño. Antes de poder darle oportunidad de contraatacar, el cazador golpeó la boca del estómago del pirata con un gancho potenciado. Pudo notar como abría la boca intentando gritar del dolor, pero no salía sonido alguno mientras perdía la voz momentáneamente por el golpe. Fue entonces cuando aprovechó, cerrando con fuerza la mano en la cara del pirata, aprisionando su boca y sus mejillas. Con la otra mano, arrancó la bicicleta de su cabeza, rompiendo las cuerdas que la ataban, y lanzó hacia delante al pirata que cayó al suelo de espaldas. El cazador dejó la bici en el suelo con delicadeza.
—Y ya podemos hacerlo bien —dijo crujiéndose los nudillos.
Egil se levantó, limpiándose la sangre de la boca. Braud pudo ver como su cuerpo entero se veía rodeado de electricidad, como su puño hizo antes. El gigante se colocó en posición de combate mientras que concentraba toda su aura potenciadora en el puño, donde adquiría un rojo más intenso. El pirata empezó a correr, cargado de electricidad, contra el cazador, gritando como una bestia. Braud llevó el puño hacia atrás y...
Fue entonces cuando lo sintió. Una poderosa presencia, a escasos metros de él. Una presencia que, durante un momento, aplastó su voluntad y le dio... ¿Miedo? ¿Eso era el miedo? Volvió a la realidad. No había tiempo de preocuparse por eso ahora.
—¡Pluton Impacto! —gritó cuando el pirata hubo llegado hasta él.
Ambos puños chocaron. La electricidad del pirata pasó al brazo del cazador, que gritó de dolor durante el choque por ello. Sin embargo, la fuerza multiplicada y potenciada por aquella poderosa técnica se hizo mella enseguida en el brazo de su enemigo. Este se retorció, rompiéndose como si sus huesos estuviesen hechos de cristal. Ambos salieron despedidos hacia atrás, uno por la fuerza del impacto y otro por la descarga eléctrica.
Cuando el gigante se hubo recuperado de la desorientación se levantó. Esperaba tener el brazo dolorido, en cambio lo que vio es que no lo notaba. Su extremidad colgaba muerta de su hombro, siendo el gigante incapaz de moverla. Maldijo para sí mientras se levantaba del todo y echaba un vistazo a como había quedado su oponente. Su brazo derecho, con el que había golpeado, estaba torcido por sitios por los que un brazo no puede torcerse. Incluso se habían abierto algunas heridas y había empezado a sangrar. Se había desmayado, muy seguramente por el dolor.
Braud miró a su compañero, que parecía haber ganado, aunque había notado la preocupación en su rostro.
—Eh, Kohaku—le dijo acercándose a él, con el brazo inerte—. ¿Estás bien?
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El cazador de cabellos azabaches era incapaz de mirar la carnicería que había hecho. El cuerpo de Foxy estaba repleto de estocadas profundas que formaron un gran charco de sangre en escasos segundos. Fue entonces cuando comenzó a sentir pequeñas regurgitaciones en el estómago. Notaba como aquello que estaba en el interior de su cuerpo se elevaba por su garganta hasta que, sin poder evitarlo, vomitó sobre el suelo. Era un charco amorfo y de una mezcla extraña de colores en la que predominaba el marrón; seguramente de la carne. Y Braud se le acercó.
—Ahora sí —le dijo—. No me termino de acostumbrar a esto —comentó justo después—. Por cierto, no tendrás algo de agua, ¿verdad?
Pero se quedó sin poder quitarse ese amargo sabor de la garganta. Juntaron los cuerpos de los dos miembros de la banda, y con unas cuerdas que había tiradas por la granja los ataron.
—¿Coges tú a los dos piratas y me encargo yo de la bicicleta? —le preguntó—. No es necesario que los cojas a pulso, con arrastrarlos es suficiente.
Y tras decir eso, puso rumbo hacia el pueblo. Allí le entregó su bici al gran Al Contador, quien se alegró muchísimo. Y entregaron el cuerpo a las autoridades.
—La recompensa por sus cabezas nos la repartiremos a partes iguales —le dijo Kohaku al grandullón—. Creo que es lo más justo.
—Ahora sí —le dijo—. No me termino de acostumbrar a esto —comentó justo después—. Por cierto, no tendrás algo de agua, ¿verdad?
Pero se quedó sin poder quitarse ese amargo sabor de la garganta. Juntaron los cuerpos de los dos miembros de la banda, y con unas cuerdas que había tiradas por la granja los ataron.
—¿Coges tú a los dos piratas y me encargo yo de la bicicleta? —le preguntó—. No es necesario que los cojas a pulso, con arrastrarlos es suficiente.
Y tras decir eso, puso rumbo hacia el pueblo. Allí le entregó su bici al gran Al Contador, quien se alegró muchísimo. Y entregaron el cuerpo a las autoridades.
—La recompensa por sus cabezas nos la repartiremos a partes iguales —le dijo Kohaku al grandullón—. Creo que es lo más justo.
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El gigante vio como su nuevo amigo cazador se recuperaba. No entendía muy bien lo que le había pasado, después de todo había ganado su combate sin problemas. "Cosas de la gente pequeña", pensó sin darle mucha más importancia. Con el brazo que aún podía mover cogió la bota de agua que llevaba encima y se la dio a Kohaku, el cual bebió como un camello sediento y se la devolvió. Fue entonces cuando el cazador le dijo que llevara él los dos piratas. El gigante se limitó a coger su brazo inerte y levantarlo, para luego dejarlo caer.
—Si los dos fueran del tamaño de ese podría llevarlos sobre un hombro, pero creo que Egil es demasiado grande.
El gigante se sorprendió. ¡Recordaba el nombre del pirata! Hacía mucho tiempo que no olvidaba el nombre de alguien contra quien luchaba nada más terminar la pelea. Eso lo alivió. Estaba empezando a perder la esperanza de que alguien pudiese darle una pelea interesante. Seguro que el mundo esta lleno de gente más fuerte (y muy seguramente más lista) que Egil. Kohaku se quedó pensativo un momento, rascándose la barbilla. Entonces, pareció tener una idea. Fue corriendo directo al interior del granero del cual habían salido aquellos dos personajes. Braud oyó ruidos en su interior, como si estuviera buscando algo.
Finalmente salió, llevando en sus manos una cuerda bastante larga y gruesa. Le sirvió para atar los pies y las manos de Egil mientras estaba inconsciente, además de para poder atar al pirata a la cintura del ogro. Le preguntó si podría arrastrarlo así, a lo que el gigante respondió de forma afirmativa. Se cargó al hombro el cadáver del piernas largas y empezaron a caminar hacia el pueblo. El camino de vuelta fue más largo que el de ida, debido a que tenía que arrastrar a ese mastodonte, pero tampoco le suponía un esfuerzo masivo.
Kohaku le devolvió la bicicleta a aquel extraño hombre, a lo que Braud aprovechó para pedirle disculpas por el placaje de antes, las cuales el hombre aceptó, seguramente por miedo. Casi todos los hombres pequeños parecían decirle siempre que sí por miedo. Los piratas fueron entregados en un cuartel y los cazadores fueron pagados. El gigante tuvo que reafirmar con Kohaku que no le estaban pagando de menos, pues seguía sin saber leer los números de los carteles de Se Busca.
—Bueno—dijo el gigante tras el reparto de recompensa—. ¿Te hace unas birras?
—Si los dos fueran del tamaño de ese podría llevarlos sobre un hombro, pero creo que Egil es demasiado grande.
El gigante se sorprendió. ¡Recordaba el nombre del pirata! Hacía mucho tiempo que no olvidaba el nombre de alguien contra quien luchaba nada más terminar la pelea. Eso lo alivió. Estaba empezando a perder la esperanza de que alguien pudiese darle una pelea interesante. Seguro que el mundo esta lleno de gente más fuerte (y muy seguramente más lista) que Egil. Kohaku se quedó pensativo un momento, rascándose la barbilla. Entonces, pareció tener una idea. Fue corriendo directo al interior del granero del cual habían salido aquellos dos personajes. Braud oyó ruidos en su interior, como si estuviera buscando algo.
Finalmente salió, llevando en sus manos una cuerda bastante larga y gruesa. Le sirvió para atar los pies y las manos de Egil mientras estaba inconsciente, además de para poder atar al pirata a la cintura del ogro. Le preguntó si podría arrastrarlo así, a lo que el gigante respondió de forma afirmativa. Se cargó al hombro el cadáver del piernas largas y empezaron a caminar hacia el pueblo. El camino de vuelta fue más largo que el de ida, debido a que tenía que arrastrar a ese mastodonte, pero tampoco le suponía un esfuerzo masivo.
Kohaku le devolvió la bicicleta a aquel extraño hombre, a lo que Braud aprovechó para pedirle disculpas por el placaje de antes, las cuales el hombre aceptó, seguramente por miedo. Casi todos los hombres pequeños parecían decirle siempre que sí por miedo. Los piratas fueron entregados en un cuartel y los cazadores fueron pagados. El gigante tuvo que reafirmar con Kohaku que no le estaban pagando de menos, pues seguía sin saber leer los números de los carteles de Se Busca.
—Bueno—dijo el gigante tras el reparto de recompensa—. ¿Te hace unas birras?
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