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Recién habías abierto los ojos, por primera vez en todo el día, con un sol intenso y claro que penetraba por la ventana de la habitación, y ya eras capaz de sentir que aquel día iba a ser largo, al menos hasta cierto punto. O quizás la semana, porque aquella sensación era intensa cuanto menos. O quizás todo se debía a que, a pesar de estar en la tranquilidad de un cuarto, ordenado dentro de lo que a ti te parece mínimamente armónico, algo rechina lo suficiente como para llamar tu atención. Alguien, mejor dicho. Y es que, debajo de lo que parecía ser una montaña de ropa —y ahora sabías que no lo era— se asomaban los ojos nerviosos y vivos de un chaval o chavala, ojos que se diferenciaban del color de un ficus de plástico por escasos tonos, los cuales se clavaban en ti, inspeccionándote con la suficiente pasión como para generar malestar en cualquier persona normal. Si bien no llegaba a ser propia de un enfermo, era cierto que aquella concentración que estaba demostrando en tu cuerpo podía ser tachada de aterradora a todas luces.
En cuanto se diese cuenta de que estabas despierto, ya sea por las buenas o por las malas, se desprendería de aquel camuflaje improvisado y se pondría de pie, ignorando cualquier tipo de aviso o comentario por parte tuya. Si te fijas un poco en su cuerpo, puedes darte cuenta de que es una persona menuda, quizás debido a su edad, que no debería sobrepasar los catorce años. Su pelo es de un tono rubio, pero que gana intensidad mientras más se aleja de la raíz, hasta alcanzar un naranja pelirrojo que le da una imagen animada y llamativa. Por encima de eso, sus ropas son simples pero a su vez destacables: una gigantesca camisa blanca que llegaba a cubrir casi tres cuartos de metro de su cuerpo, el cual no llegaba al metro y medio por un margen bastante amplio, y una falda de pliegues que acompañaba al color de la prenda ya mencionada. Sin calzado, pulseras, collares, pendientes o cualquier tipo de decoración, todo tan sencillo como aquellas dos prendas.
Muy bien tendría que estar sujeto para que no procediese a acercarse a ti, de una forma casi criminal, pasándose todas las concepciones habidas y por haber de la intimidad, manteniendo aquellos ojos que te investigaban pero no te juzgaban, y con los que había empezado a examinar tu cuerpo nuevamente, esta vez parte por parte. Si en cambio habías logrado pararle, trataría de zafarse con nerviosismo, acercándose cada vez más lentamente, pero sin llegar a librarse por completo de tu agarre. En esta proximidad eras capaz de sentir, de forma consciente o inconsciente, la presión que generaba su aura, tan pesada como la de cualquier teniente general que hubieras conocido, quizás un poco más, y también podías notar que él o ella no la estaba generando a propósito, simplemente la desprendía por el mero hecho de respirar y hacer vida. Entonces, trataría de tocarte, pero sin hacer un movimiento excesivamente rápido, parecía casi que la imagen estaba a cámara lenta y, para sumar a todo lo que estaba sucediendo, unos pasos rápidos y graves no paraban de resonar, cada vez de forma más potente.
En cuanto se diese cuenta de que estabas despierto, ya sea por las buenas o por las malas, se desprendería de aquel camuflaje improvisado y se pondría de pie, ignorando cualquier tipo de aviso o comentario por parte tuya. Si te fijas un poco en su cuerpo, puedes darte cuenta de que es una persona menuda, quizás debido a su edad, que no debería sobrepasar los catorce años. Su pelo es de un tono rubio, pero que gana intensidad mientras más se aleja de la raíz, hasta alcanzar un naranja pelirrojo que le da una imagen animada y llamativa. Por encima de eso, sus ropas son simples pero a su vez destacables: una gigantesca camisa blanca que llegaba a cubrir casi tres cuartos de metro de su cuerpo, el cual no llegaba al metro y medio por un margen bastante amplio, y una falda de pliegues que acompañaba al color de la prenda ya mencionada. Sin calzado, pulseras, collares, pendientes o cualquier tipo de decoración, todo tan sencillo como aquellas dos prendas.
Muy bien tendría que estar sujeto para que no procediese a acercarse a ti, de una forma casi criminal, pasándose todas las concepciones habidas y por haber de la intimidad, manteniendo aquellos ojos que te investigaban pero no te juzgaban, y con los que había empezado a examinar tu cuerpo nuevamente, esta vez parte por parte. Si en cambio habías logrado pararle, trataría de zafarse con nerviosismo, acercándose cada vez más lentamente, pero sin llegar a librarse por completo de tu agarre. En esta proximidad eras capaz de sentir, de forma consciente o inconsciente, la presión que generaba su aura, tan pesada como la de cualquier teniente general que hubieras conocido, quizás un poco más, y también podías notar que él o ella no la estaba generando a propósito, simplemente la desprendía por el mero hecho de respirar y hacer vida. Entonces, trataría de tocarte, pero sin hacer un movimiento excesivamente rápido, parecía casi que la imagen estaba a cámara lenta y, para sumar a todo lo que estaba sucediendo, unos pasos rápidos y graves no paraban de resonar, cada vez de forma más potente.
Ummak Zor-El
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Tras años y años durmiendo al raso bajo un manto de estrellas, el pequeño de los Zor-El se había acostumbrado a dormir poco y mal. Con poca más compañía que su capa y algunos helechos que usar a modo de colchón, los despertares de Ummak solían ir acompañados de contracturas y, con toda certeza, de su agrio carácter y constante mal humor. No sabía cómo ni porque había accedido a dormir en uno de esos catres en los que holgazaneaban los demonios del Gran Azul, pero lo más probable es que estuviese tan cansado que, descansase donde descansase, aquello habría carecido de importancia.
En el momento en el que la espalda del shandian se apoyó sobre la superficie del colchón, una extraña sensación de seguridad y confianza se apoderó de él. Ya estaba a salvo, todo lo demás daba igual y por primera vez en meses disfrutaría de un sueño reparador. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. A ratos consciente, a otros quizás no tanto. El joven de los Zor-El soñaba como hacía mucho tiempo que no lo había hecho. Había sido un mirlo blanco, un niño de su aldea llamado Vyshuj e incluso había revivido sus recuerdos en aquella extraña aguja. Todos aquellos eran extrañamente vividos y nítidos y, como una sucesión de anuncios, cuando uno de estos sueños terminaba, comenzaba el siguiente.
Ahora se encontraba en la habitación en la que se había acostado la noche anterior, que original. Era de día y la luz de los rayos del sol se filtraba por la ventana obligándole a mantener los ojos entrecerrados. Dedico unos segundos a echarse un vistazo y confirmar que era el mismo y no estaba en la piel de algún otro conocido. Una vez complacido, se percató de que no estaba solo en la habitación, al parecer un montón de ropa provisto de ojos le estaba espiando.
- Iso haqe ha jin yofi… - rezongó, renegando de aquel sueño. Casi deseaba ser otra vez ese mirlo blanco para poder defecar a traición en los demonios del mar azul que se pasasen por su sueño.
Cerró los ojos y aguardó unos segundos hasta que los volvió abrir. Nada había cambiado.
- ¡Athostar! – escupió abriendo los ojos de par en par y saltando hacia uno de los rincones de la habitación mientras trataba de buscar algo con la mirada que poder usar como arma - Disse jin leqse kis tat lajat vi jin remekat – siseó arrastrando las palabras con odio. Solo entonces se dio cuenta de que en el Gran Azul la mayoría de demonios no hablaban shandianii y que aquel comentario carecía de sentido – Solo ratas acechar a quien duerme.
La persona tras del montón de ropa salió a la luz y, pese a su tamaño, lejos de amedrentarse por las amenazas del shandian, avanzó aún más hasta él. Ummak por su parte, que no se esperaba en absoluto esa reacción se arrinconó aún más en la esquina de la habitación mientras poco a poco, su cabello comenzaba a crecer discretamente, de formar similar a un enredadera, por la pared.
En el momento en el que la espalda del shandian se apoyó sobre la superficie del colchón, una extraña sensación de seguridad y confianza se apoderó de él. Ya estaba a salvo, todo lo demás daba igual y por primera vez en meses disfrutaría de un sueño reparador. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. A ratos consciente, a otros quizás no tanto. El joven de los Zor-El soñaba como hacía mucho tiempo que no lo había hecho. Había sido un mirlo blanco, un niño de su aldea llamado Vyshuj e incluso había revivido sus recuerdos en aquella extraña aguja. Todos aquellos eran extrañamente vividos y nítidos y, como una sucesión de anuncios, cuando uno de estos sueños terminaba, comenzaba el siguiente.
Ahora se encontraba en la habitación en la que se había acostado la noche anterior, que original. Era de día y la luz de los rayos del sol se filtraba por la ventana obligándole a mantener los ojos entrecerrados. Dedico unos segundos a echarse un vistazo y confirmar que era el mismo y no estaba en la piel de algún otro conocido. Una vez complacido, se percató de que no estaba solo en la habitación, al parecer un montón de ropa provisto de ojos le estaba espiando.
- Iso haqe ha jin yofi… - rezongó, renegando de aquel sueño. Casi deseaba ser otra vez ese mirlo blanco para poder defecar a traición en los demonios del mar azul que se pasasen por su sueño.
Cerró los ojos y aguardó unos segundos hasta que los volvió abrir. Nada había cambiado.
- ¡Athostar! – escupió abriendo los ojos de par en par y saltando hacia uno de los rincones de la habitación mientras trataba de buscar algo con la mirada que poder usar como arma - Disse jin leqse kis tat lajat vi jin remekat – siseó arrastrando las palabras con odio. Solo entonces se dio cuenta de que en el Gran Azul la mayoría de demonios no hablaban shandianii y que aquel comentario carecía de sentido – Solo ratas acechar a quien duerme.
La persona tras del montón de ropa salió a la luz y, pese a su tamaño, lejos de amedrentarse por las amenazas del shandian, avanzó aún más hasta él. Ummak por su parte, que no se esperaba en absoluto esa reacción se arrinconó aún más en la esquina de la habitación mientras poco a poco, su cabello comenzaba a crecer discretamente, de formar similar a un enredadera, por la pared.
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Akuma no mi
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Los pasos ganaban más y más fuerza y la situación no parecía ir a mejor. La mano se iba acercando con lentitud hacia tu cuerpo, generando una atmósfera de tensión que fue rota repentinamente de un portazo. Una bisagra salió disparada hacia una esquina del cuarto y la puerta, ahora obligada a vivir una vida en diagonal, dejaba ver a un grupo de hombres que, ya bastante maduros, parecían ser también parte de la revolución, igual que tú. Sus ojos miran a los tuyos y luego observan a lo que parecía ser un niño acortando distancias, dejando entrever una mueca de terror ante tal visión. Entonces, uno de entre todos comienza a caminar con prisa y algo de furia hacia ti y, nada más tener la posibilidad, toma del brazo a aquella personita y la obliga a retroceder un poco.
—¡Teniente Mythril! — Le soltó la extremidad y prosiguió. — ¿Se puede saber qué hace en esta habitación con este tipo de…? — Unos ojos te examinaron por segunda vez hoy, pero la curiosidad había desaparecido para dejar paso al desagrado. — ¿Con este tipo? Llevamos buscándole desde que no le encontramos en los ejercicios matutinos. — Por el tono, pareciera ser su padre o su tutor, y el hecho de que aquella personita asintiese no podía hacer otra cosa sino darle más veracidad a esta idea. — ¿Qué haremos hoy, Mythril? — Ahora los que asentían eran los cuarentones que esperaban en la puerta, que quizás podían alcanzar la docena o, si te parabas a contar cabezas, una veintena.
Tras la pregunta, una sonrisa se formó en la cara del infante, que dio unos rápidos pasos hacia la puerta, ocupada por los grandes cuerpos de los señores, y saltó. Con la gracilidad de un águila, pasó por encima de las calvas de algunos de ellos, que podían estar a dos metros de altura, y desapareció al otro lado del gentío, causando que todos corrieran detrás suya sin antes lanzarte una última mirada de desaprobación. El griterío se fue alejando y, cuando el ruido hubo cesado, la puerta cedió y la segunda bisagra cayó al suelo junto al gran tablón de madera. Quizás no había sido la mañana más tranquila.
Una vez todo pudo volver a la normalidad, un destello surca tu mente y, aunque tu memoria no suele parecer la más fiable del mundo, puedes estar más bien seguro de que habías venido a este lugar con un objetivo claro, si se le podía llamar objetivo. Te habían mandado desde tu base revolucionaria, en la que al menos ya te sentías mínimamente cómodo —si consideramos cómodo como no querer prenderle fuego— a esta, que no estaba muy cerca que digamos, simplemente para llevar a cabo una misión para la que te creían capacitado. Luego habían soltado un discurso bastante innecesario sobre razas, igualdad y justicia, pero aquella parte estaba más borrosa en tu cabeza y, para qué mentir, tampoco creo que te importase demasiado esto último.
Así, si salías por la puerta —lo que quedaba de ella—, te encontrabas un pasillo muy largo y repleto de dormitorios, que terminaba dando lugar a un gigantesco patio, con un estilo propio de Arabasta y otros países desérticos: una fuente ocupaba el centro, mientras que a su alrededor se disponían muchas baldosas y columnas decoradas con plantas, haciendo de aquel lugar un sitio bastante tranquilizador, si no fuera por la cantidad de revolucionarios que iban de un lado para otro. Al ser un patio cuadrado y de grandes dimensiones, tiene cuatro entradas, una por punto cardinal y, la pared que quedaba libre, la habían ocupado con almacenes o despachos. Delante de cada puerta podías descubrir lo que tenía detrás: ‘’Teniente Miguelito’’, ‘’Jefe de Departamento Sánchez’’, ‘’Almacén de expedientes A-D’’, ‘’Teniente General Paco’’, ‘’Almacén de expedientes Z’’, y un sinfín de habitaciones con más nombres y más letras.
Además, cada uno de las grandes entradas era exactamente igual a la tuya: pasillos que contenían habitaciones, algunas vacías y otras ocupadas por cadetes, cabos o investigadores. Con todo esto, y una mañana que daba sensación de ser larga por delante, nadie te había dicho qué hacer, por lo que estaba en tu mano ir a un lugar u otro.
—¡Teniente Mythril! — Le soltó la extremidad y prosiguió. — ¿Se puede saber qué hace en esta habitación con este tipo de…? — Unos ojos te examinaron por segunda vez hoy, pero la curiosidad había desaparecido para dejar paso al desagrado. — ¿Con este tipo? Llevamos buscándole desde que no le encontramos en los ejercicios matutinos. — Por el tono, pareciera ser su padre o su tutor, y el hecho de que aquella personita asintiese no podía hacer otra cosa sino darle más veracidad a esta idea. — ¿Qué haremos hoy, Mythril? — Ahora los que asentían eran los cuarentones que esperaban en la puerta, que quizás podían alcanzar la docena o, si te parabas a contar cabezas, una veintena.
Tras la pregunta, una sonrisa se formó en la cara del infante, que dio unos rápidos pasos hacia la puerta, ocupada por los grandes cuerpos de los señores, y saltó. Con la gracilidad de un águila, pasó por encima de las calvas de algunos de ellos, que podían estar a dos metros de altura, y desapareció al otro lado del gentío, causando que todos corrieran detrás suya sin antes lanzarte una última mirada de desaprobación. El griterío se fue alejando y, cuando el ruido hubo cesado, la puerta cedió y la segunda bisagra cayó al suelo junto al gran tablón de madera. Quizás no había sido la mañana más tranquila.
Una vez todo pudo volver a la normalidad, un destello surca tu mente y, aunque tu memoria no suele parecer la más fiable del mundo, puedes estar más bien seguro de que habías venido a este lugar con un objetivo claro, si se le podía llamar objetivo. Te habían mandado desde tu base revolucionaria, en la que al menos ya te sentías mínimamente cómodo —si consideramos cómodo como no querer prenderle fuego— a esta, que no estaba muy cerca que digamos, simplemente para llevar a cabo una misión para la que te creían capacitado. Luego habían soltado un discurso bastante innecesario sobre razas, igualdad y justicia, pero aquella parte estaba más borrosa en tu cabeza y, para qué mentir, tampoco creo que te importase demasiado esto último.
Así, si salías por la puerta —lo que quedaba de ella—, te encontrabas un pasillo muy largo y repleto de dormitorios, que terminaba dando lugar a un gigantesco patio, con un estilo propio de Arabasta y otros países desérticos: una fuente ocupaba el centro, mientras que a su alrededor se disponían muchas baldosas y columnas decoradas con plantas, haciendo de aquel lugar un sitio bastante tranquilizador, si no fuera por la cantidad de revolucionarios que iban de un lado para otro. Al ser un patio cuadrado y de grandes dimensiones, tiene cuatro entradas, una por punto cardinal y, la pared que quedaba libre, la habían ocupado con almacenes o despachos. Delante de cada puerta podías descubrir lo que tenía detrás: ‘’Teniente Miguelito’’, ‘’Jefe de Departamento Sánchez’’, ‘’Almacén de expedientes A-D’’, ‘’Teniente General Paco’’, ‘’Almacén de expedientes Z’’, y un sinfín de habitaciones con más nombres y más letras.
Además, cada uno de las grandes entradas era exactamente igual a la tuya: pasillos que contenían habitaciones, algunas vacías y otras ocupadas por cadetes, cabos o investigadores. Con todo esto, y una mañana que daba sensación de ser larga por delante, nadie te había dicho qué hacer, por lo que estaba en tu mano ir a un lugar u otro.
Ummak Zor-El
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¿Teniente Mythril? Ummak no recoraba haber escuchado aquel nombre en su vida y, de haberlo hecho probablemente su mente lo hubiese obviado por una buena razón. Sin embargo, por pequeño que fuese ¿Qué tipo de guerrero trata de atacar a otro mientras está dormido? Mythril… Ummak frunció el ceño y bufó por la nariz mientras este y sus lacayos abandonaban la habitación, devolviéndoles con creces las miras de odio y desaprobación que estos últimos le habían dedicado. No es que le importase la aprobación de los caciques del Clan de Lágrima, pero desplantes como aquellos eran los que en ocasiones le forzaban ser un buscapleitos. Si no fuera porque estaba en aquella por un buen motivo… probablemente la mañana habría comenzado de forma muy distinta.
Cuando estos últimos hubieron abandonado por completo la habitación, se permitió el lujo de relajarse y de retirarse de la esquina de la habitación en la que se había arrinconado, aunque su expresión corporal distaba bastante de expresar relajación y tranquilidad.
Tras gruñir y rezongar algunos improperios en contra de los invasores de su habitación, aguardo algunos minutos en silencio, esperando que estos hubiesen desaparecido de su vista para cuando se asomara al pasillo. Realizada la espera, cogió su la lanza y el petate con sus cosas y salió de la habitación. Al hacerlo, en seguida un tremendo agobio se apodero del shandian al sentirse atrapado entre paredes y no ver un lugar en el que poder sentirse seguro. Por lo que, de forma abrupta y errática, comenzó a moverse bruscamente por el pasillo en busca de la sala más espaciosa o con alguna que diese inmediatamente con el exterior. En apenas unos segundos que para él se convirtieron en minutos, dio con un amplio patio y dejó que la luz de un sol matinal bañara su rostro, se llevó su mano siniestra a la sien. Mientras tanto comenzó a darse frecuentes golpecitos en la sien, con más fuerza y vehemencia que un habitante del mar azul, tratando de despejar su mente y recordar la naturaleza de su misión. No se fiaba de nadie de su antiguo cuartel, menos aun lo haría de alguien de este.
Cuando estos últimos hubieron abandonado por completo la habitación, se permitió el lujo de relajarse y de retirarse de la esquina de la habitación en la que se había arrinconado, aunque su expresión corporal distaba bastante de expresar relajación y tranquilidad.
Tras gruñir y rezongar algunos improperios en contra de los invasores de su habitación, aguardo algunos minutos en silencio, esperando que estos hubiesen desaparecido de su vista para cuando se asomara al pasillo. Realizada la espera, cogió su la lanza y el petate con sus cosas y salió de la habitación. Al hacerlo, en seguida un tremendo agobio se apodero del shandian al sentirse atrapado entre paredes y no ver un lugar en el que poder sentirse seguro. Por lo que, de forma abrupta y errática, comenzó a moverse bruscamente por el pasillo en busca de la sala más espaciosa o con alguna que diese inmediatamente con el exterior. En apenas unos segundos que para él se convirtieron en minutos, dio con un amplio patio y dejó que la luz de un sol matinal bañara su rostro, se llevó su mano siniestra a la sien. Mientras tanto comenzó a darse frecuentes golpecitos en la sien, con más fuerza y vehemencia que un habitante del mar azul, tratando de despejar su mente y recordar la naturaleza de su misión. No se fiaba de nadie de su antiguo cuartel, menos aun lo haría de alguien de este.
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La gente pasa y pasa por allí, como si fuera el ganado paseando por los campos de Galicia. Espera, ¿Galicia? ¿Qué coño es Galicia? Bueno, como ovejas pastando, básicamente. Unos entran en algunas puertas, otros desaparecen por los respectivos pasillos, de todo. Hay hasta un mimo allí haciendo malabares, aunque no parezca el mejor sitio para estar. ¿Dónde demonios te has metido?
Igual que la gente pasa de largo, un par de chavales, de cerca de 20 años, se terminan parando justo frente a ti, mirando tu ropa una y otra vez.
— Illo, ¿qué aspecto es ese? — Se miran el uno al otro y a uno se le escapa una pequeña risotada, que el otro acompaña con la suya propia, ambas muy agudas. Casi tanto como sus molestas voces. — ¿Vienes a hacernos teatro como el mimo de allí o qué? — Uno de ellos, se puede suponer que a modo de burla, comienza a hacer un baile bastante patético mientras te mira, a la vez que el otro dice ‘’¡Eh, bailes del Fortnite!’’. — ¡Anda, haznos alguna monería!
En ese momento, otro flash surge tu mente, esta vez bastante vívido en comparación al anterior. Una voz hablando, bastante aguda, como las que parecen haberte despertado este recuerdo, te está dedicando unas palabras:
— Señor Ummak, dependemos de usted. — Solo te acordabas de unas manos moviéndose mucho, pero nada más. Ni su aspecto, ni el lugar donde te encontrabas. — Le necesitamos en el cuartel. Le escoltaremos hasta la isla, y nos gustaría que trabajase como embajador de la Revolución. Así que, por favor, le rogamos que nos ayude en esta empresa que quiere llevar a cabo el cuartel general. — Las manos cada vez iban más rápido, como si de un momento para otro fueran a salir volando. — Recuerde hablar con el Teniente General Paco, él le dará toda la información que pueda necesitar, y le dará el mejor de los tratos posibles.
La pantalla que se había formado en tu cabeza se apagó, dejándote notar como aquellos dos monos con poco pelo seguían haciendo lo mismo, acortando un poco más las distancias, y lanzando los mismos comentarios de mal gusto.
Igual que la gente pasa de largo, un par de chavales, de cerca de 20 años, se terminan parando justo frente a ti, mirando tu ropa una y otra vez.
— Illo, ¿qué aspecto es ese? — Se miran el uno al otro y a uno se le escapa una pequeña risotada, que el otro acompaña con la suya propia, ambas muy agudas. Casi tanto como sus molestas voces. — ¿Vienes a hacernos teatro como el mimo de allí o qué? — Uno de ellos, se puede suponer que a modo de burla, comienza a hacer un baile bastante patético mientras te mira, a la vez que el otro dice ‘’¡Eh, bailes del Fortnite!’’. — ¡Anda, haznos alguna monería!
En ese momento, otro flash surge tu mente, esta vez bastante vívido en comparación al anterior. Una voz hablando, bastante aguda, como las que parecen haberte despertado este recuerdo, te está dedicando unas palabras:
— Señor Ummak, dependemos de usted. — Solo te acordabas de unas manos moviéndose mucho, pero nada más. Ni su aspecto, ni el lugar donde te encontrabas. — Le necesitamos en el cuartel. Le escoltaremos hasta la isla, y nos gustaría que trabajase como embajador de la Revolución. Así que, por favor, le rogamos que nos ayude en esta empresa que quiere llevar a cabo el cuartel general. — Las manos cada vez iban más rápido, como si de un momento para otro fueran a salir volando. — Recuerde hablar con el Teniente General Paco, él le dará toda la información que pueda necesitar, y le dará el mejor de los tratos posibles.
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