Abigail Mjöllnir
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¿Cuántos días habían pasado? Si Abby no llevaba mal la cuenta habían pasado unos dieciséis días aproximadamente, casi dos semanas. En la última isla que visitó preguntó sobre el tema de ser cazarrecompensas, y le comentaron que tenía que dirigirse a alguna de las islas que contaban con base marine. Tras echar un rápido vistazo al mapa, concluyó que el lugar más cercano sería el Reino de Lyneel. Un lugar relativamente pacífico y el lugar de nacimiento del famoso "Noland el Mentiroso", aventurero de una época ya olvidada.
La falta de puerto fue una molestia un poco gorda, pero no pasaba nada. Amarró el velero en una de las costas y, tras asegurarse de que no se lo llevaría el mar, emprendió el camino hacia... bueno, hacia cualquier lugar habitado, porque así de pronto no veía ningún edificio que pareciera gubernamental. Por el contrario, sí que pudo ver a lo lejos lo que parecía una ciudad o pueblo, tal vez ahí...
—No se parece en nada a las aldeas con las que comerciaba —murmuró mientras paseaba.
Estaba dando el cante y lo sabía. El mundo era muy grande, y supuso que su religión no era precisamente mayoritaria o que, como mínimo, no se veían muchos sacerdotes pululando por las calles. ¿O tal vez era que chocaba bastante ver una monja armada? Tal vez fuera eso.
Se acabó acercando a una taberna, tanto para preguntar como para descansar un poco, llevaba bastantes días viajando y necesitaba... uf, necesitaba algo de beber por lo menos.
Cruzó la taberna mirando de reojo el tablón de los carteles. Ya había visto dos o tres tablones así, incluso cuando aún estaba en el convento, algunas de las cifras eran desorbitadas, ¿qué crímenes habrían cometido para acabar así? Cuando llegó a la barra se sentó en uno de los taburetes e hizo una seña al mesero para pedir.
—Perdone, ¿me trae una jarra de zumo y un sandwich? —pidió. Algo flojito y suave, no quería llenarse demasiado. Lo primero que le trajeron fue el zumo, y tardó bien poquito en darle un primer trago.
—Y una pregunta, soy forastera y ando algo perdida, ¿la base marine o cuartel más cercano dónde queda? tengo que tratar un asunto con ellos —preguntó. Viendo que era una mujer con hábito armada, el tabernero parecía algo reacio a contestar. A lo mejor es que primero tenía que explicarse antes de parecer una perturbada que buscaba un tiroteo o algo así.
La falta de puerto fue una molestia un poco gorda, pero no pasaba nada. Amarró el velero en una de las costas y, tras asegurarse de que no se lo llevaría el mar, emprendió el camino hacia... bueno, hacia cualquier lugar habitado, porque así de pronto no veía ningún edificio que pareciera gubernamental. Por el contrario, sí que pudo ver a lo lejos lo que parecía una ciudad o pueblo, tal vez ahí...
—No se parece en nada a las aldeas con las que comerciaba —murmuró mientras paseaba.
Estaba dando el cante y lo sabía. El mundo era muy grande, y supuso que su religión no era precisamente mayoritaria o que, como mínimo, no se veían muchos sacerdotes pululando por las calles. ¿O tal vez era que chocaba bastante ver una monja armada? Tal vez fuera eso.
Se acabó acercando a una taberna, tanto para preguntar como para descansar un poco, llevaba bastantes días viajando y necesitaba... uf, necesitaba algo de beber por lo menos.
Cruzó la taberna mirando de reojo el tablón de los carteles. Ya había visto dos o tres tablones así, incluso cuando aún estaba en el convento, algunas de las cifras eran desorbitadas, ¿qué crímenes habrían cometido para acabar así? Cuando llegó a la barra se sentó en uno de los taburetes e hizo una seña al mesero para pedir.
—Perdone, ¿me trae una jarra de zumo y un sandwich? —pidió. Algo flojito y suave, no quería llenarse demasiado. Lo primero que le trajeron fue el zumo, y tardó bien poquito en darle un primer trago.
—Y una pregunta, soy forastera y ando algo perdida, ¿la base marine o cuartel más cercano dónde queda? tengo que tratar un asunto con ellos —preguntó. Viendo que era una mujer con hábito armada, el tabernero parecía algo reacio a contestar. A lo mejor es que primero tenía que explicarse antes de parecer una perturbada que buscaba un tiroteo o algo así.
Roland Oppenheimer
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El Reino de Lvneel, una isla del North Blue poco importante para Roland Oppenheimer, quién se había criado en Ennies Lobby. Pero, ¿por qué estaría este agente en esa isla? Siendo parte del Cipher Pol cualquiera pensaría que se trataba de una importante misión en la que destaparía una gran trama de corrupción, desarticularía una banda criminal o incluso arrestara a algún revolucionario de renombre. Sin embargo la realidad era otra muy distinta.
- ESTO ES... - puñetazo a la mandíbula - PARA QUE NO... - rodillazo al estómago - LO VUELVAS... - patada al esternón - A HACER.
Y ante el mink yacía, tirado en el suelo, repleto de golpes y hematomas, un hombre de cuarenta y tantos, con principios de calvicie y la cara destrozada.
- Ahora la próxima vez que vuelvas a usar mi nombre te lo pensarás dos veces - le dijo al hombre tirado en el suelo.
Y en efecto, ese hombre era un inmigrante ilegal que tuvo la mala fortuna de obtener una identidad falsa con el mismo nombre que su agresor, el cual, tras enterarse por una multa que llegó a su nombre y no había cometido, no se lo tomó nada bien. Después, buscarle y encontrarle no fue difícil, después de todo tenía acceso a la información del Cipher Pol.
- L-lo siento, p-pero tengo u-una familia que alimentar... - suplicó el inmigrante.
- Y a mí qué - respondió el agente -. Has usado mi nombre, MI NOMBRE. Como poco haré que no vuelvas a ver la luz del sol en mucho tiempo.
El hombre, completamente asustado, no podía hacer nada más que huir. A pesar del dolor que sentía, reunió todas sus fuerzas para levantarse de suelo y correr lo más lejos posible, sin darse cuenta de que había cometido otro errar. Cuando fue a mirar hacia atrás su agresor ya no estaba, cosa que agradeció, pero al volver a mirar al frente pude ver cómo una pierna le golpeaba el rostro antes de desmayarse. El mink no se había contenido en absoluto con el golpe, enviando al hombre hacia el interior de una taberna rompiendo la puerta.
¿Una taberna? Me vendría bien tomar algo pensó Roland y acto seguido atravesó la destrozada entrada. Todos en el local miraban atónitos la escena y, llevándose una mano a la cabeza, se dio cuenta de que le obligarían a pagar los desperfectos.
- No soy preocupen, soy el agente Omega, del Cipher Pol - dijo recordando al moreno estirado de Arabasta - si quieren arreglar los destrozos, pídanle al Gobierno Mundial que lo descuenten de mi salario - recitó para que no se lo descontaran a él.
Se acercó al hombre moribundo, lo agarró del cuello de la camisa, y lo arrastró hacia la barra.
- Camarera, tráeme un vaso de leche bien fría antes de que lleve a este zopenco al cuartel de la Marina.
- ESTO ES... - puñetazo a la mandíbula - PARA QUE NO... - rodillazo al estómago - LO VUELVAS... - patada al esternón - A HACER.
Y ante el mink yacía, tirado en el suelo, repleto de golpes y hematomas, un hombre de cuarenta y tantos, con principios de calvicie y la cara destrozada.
- Ahora la próxima vez que vuelvas a usar mi nombre te lo pensarás dos veces - le dijo al hombre tirado en el suelo.
Y en efecto, ese hombre era un inmigrante ilegal que tuvo la mala fortuna de obtener una identidad falsa con el mismo nombre que su agresor, el cual, tras enterarse por una multa que llegó a su nombre y no había cometido, no se lo tomó nada bien. Después, buscarle y encontrarle no fue difícil, después de todo tenía acceso a la información del Cipher Pol.
- L-lo siento, p-pero tengo u-una familia que alimentar... - suplicó el inmigrante.
- Y a mí qué - respondió el agente -. Has usado mi nombre, MI NOMBRE. Como poco haré que no vuelvas a ver la luz del sol en mucho tiempo.
El hombre, completamente asustado, no podía hacer nada más que huir. A pesar del dolor que sentía, reunió todas sus fuerzas para levantarse de suelo y correr lo más lejos posible, sin darse cuenta de que había cometido otro errar. Cuando fue a mirar hacia atrás su agresor ya no estaba, cosa que agradeció, pero al volver a mirar al frente pude ver cómo una pierna le golpeaba el rostro antes de desmayarse. El mink no se había contenido en absoluto con el golpe, enviando al hombre hacia el interior de una taberna rompiendo la puerta.
¿Una taberna? Me vendría bien tomar algo pensó Roland y acto seguido atravesó la destrozada entrada. Todos en el local miraban atónitos la escena y, llevándose una mano a la cabeza, se dio cuenta de que le obligarían a pagar los desperfectos.
- No soy preocupen, soy el agente Omega, del Cipher Pol - dijo recordando al moreno estirado de Arabasta - si quieren arreglar los destrozos, pídanle al Gobierno Mundial que lo descuenten de mi salario - recitó para que no se lo descontaran a él.
Se acercó al hombre moribundo, lo agarró del cuello de la camisa, y lo arrastró hacia la barra.
- Camarera, tráeme un vaso de leche bien fría antes de que lleve a este zopenco al cuartel de la Marina.
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Se oía algo de jaleo fuera, había tenido suerte y se había metido dentro antes de verse envuelta en nada; no quería meterse en ningún jaleo sin tener su certificación a mano, para evitarse malentendidos y discusiones varias. No había obtenido respuesta a su pregunta, pero no era tanto porque le cayera mal al personal de la taberna, la razón era la entrada de un hombre inconsciente "volando".
La primera reacción de Abigail fue de alarma, como pasó con el resto de la taberna, e incluso empezó a levantarse para ir a echarle un cable al pobre desgraciado que había recibido la paliza de su vida. Se relajó un poco cuando escuchó que era una operación del gobierno, aunque aún así... miró de nuevo al supuesto criminal y bebió algo de zumo.
«¿Al cuartel de la Marina?» pensó, parándose a mirar al que se había presentado como Agente Omega del Cipher Pol. Parecía un humano pero... tenía cola, y sus pies tenían un aspecto animal, no recordaba haber visto algo así antes... pero no sería impertinente. Dio otro sorbo y sonrió un poco, aún tenía mucho que ver del mundo, era apasionante descubrir el tipo de seres que había creado el Altísimo junto a los humanos.
—Perdone —dijo después de esperar a que acabara de pedir —, ¿ha dicho que se dirige al cuartel de los marines? —no tenía mal oído, pero quería confirmarlo, y además era de mejor educación que directamente preguntar si podía acompañarla.
—No quiero ser impertinente pero... —se detuvo, ¿cómo podía decirlo con algo de tacto? era su trabajo después de todo, no era quién para decirle cómo tenía que detener a la gente —, ¿qué ha hecho para merecer un arresto así? no parece peligroso —preguntó finalmente. Que a ver, no era realmente asunto suyo, pero aquel hombre no parecía peligroso y le estaba dando algo de lástima.
Del resto no tenía mucho que decir, ya se había hecho responsable con su salario. Ah, cierto, no había explicado nada de por qué quería ir al cuartel. Si era un agente gubernamental era lógico que el siguiente paso fuera preguntar qué demonios pintaba una monja allí.
—Tengo asuntos que tratar allí, papeleo para poder ganarme el pan —comentó de una forma quizás algo críptica, pero le parecía bastante evidente por... bueno, llevaba un rifle a la espalda, tras éste un revólver y en la cintura llevaba otro aparte de la biblia. ¿De qué forma se iba a ganar el pan una señora de pinta religiosa armada hasta la barbilla?
La primera reacción de Abigail fue de alarma, como pasó con el resto de la taberna, e incluso empezó a levantarse para ir a echarle un cable al pobre desgraciado que había recibido la paliza de su vida. Se relajó un poco cuando escuchó que era una operación del gobierno, aunque aún así... miró de nuevo al supuesto criminal y bebió algo de zumo.
«¿Al cuartel de la Marina?» pensó, parándose a mirar al que se había presentado como Agente Omega del Cipher Pol. Parecía un humano pero... tenía cola, y sus pies tenían un aspecto animal, no recordaba haber visto algo así antes... pero no sería impertinente. Dio otro sorbo y sonrió un poco, aún tenía mucho que ver del mundo, era apasionante descubrir el tipo de seres que había creado el Altísimo junto a los humanos.
—Perdone —dijo después de esperar a que acabara de pedir —, ¿ha dicho que se dirige al cuartel de los marines? —no tenía mal oído, pero quería confirmarlo, y además era de mejor educación que directamente preguntar si podía acompañarla.
—No quiero ser impertinente pero... —se detuvo, ¿cómo podía decirlo con algo de tacto? era su trabajo después de todo, no era quién para decirle cómo tenía que detener a la gente —, ¿qué ha hecho para merecer un arresto así? no parece peligroso —preguntó finalmente. Que a ver, no era realmente asunto suyo, pero aquel hombre no parecía peligroso y le estaba dando algo de lástima.
Del resto no tenía mucho que decir, ya se había hecho responsable con su salario. Ah, cierto, no había explicado nada de por qué quería ir al cuartel. Si era un agente gubernamental era lógico que el siguiente paso fuera preguntar qué demonios pintaba una monja allí.
—Tengo asuntos que tratar allí, papeleo para poder ganarme el pan —comentó de una forma quizás algo críptica, pero le parecía bastante evidente por... bueno, llevaba un rifle a la espalda, tras éste un revólver y en la cintura llevaba otro aparte de la biblia. ¿De qué forma se iba a ganar el pan una señora de pinta religiosa armada hasta la barbilla?
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Roland empezó a tomar su vaso de leche. Nada sentaba mejor que un buen vaso de leche fría para recuperar las fuerzas después de apalizar a alguien. No es como si estuviera cansado de darle su merecido al inmigrante, pero el esfuerzo de encontrarle y trasladarse hasta esa isla en el culo del mundo no era poco precisamente. Por eso cuando se sentó en el taburete y se tomó su bebida favorita no podía sentirse más afortunado, hasta que una vocecita aguda le interrumpió. ¿Acaso no podía disfrutar ni de un momento de tranquilidad?
Giró la cabeza y encontró a una mujer, ataviada con hábitos de monja y rubia como el mink. Además, portaba varias armas de fuego. Una curiosa combinación, ya que las creyentes suelen ser mujeres de paz, pero Roland nunca criticaría a nadie por ir armado. Aunque sí por tener fe en un dios. Él, como científico, creía absolutamente en lo demostrable a través de la ciencia y nada más.
- Pues sí, eres impertinente - contestó a la muchacha con cierto desdén - pero te voy a decir qué ha hecho este hombre. Ha usurpado mi identidad, MI NOMBRE. Se hacía pasar por mí, y no solo se trata de un delito sino que además me han llegado múltiples multas que él ha cometido. No podía dejar las cosas así, debía darle un escarmiento. Tiene suerte de que no lo haya matado - el enfado que le había causado ese hombre aún deambulaba por su mente, lo cual le había hecho desahogarse con la mujer. Quizás aquello sirviera como confesarse a Dios, pero la idea le desagradó y la desechó de su cabeza con rapidez.
- Respecto al cuartel... ¿Por qué una hermana de la caridad querría ir hasta allí? - lo cierto es que esa duda asolaba su mente, los marines no solían ser precisamente fanáticos religiosos.
Tras escuchar su respuesta, Roland se decidió. Nada impedía a la muchacha a seguirle aunque él la rechazara, cosa que le hubiera gustado hacer, así que decidió sacar provecho de la situación.
- Mmm, está bien - accedió al final un poco a contragusto -. Paga esta ronda y dejaré que me sigas hasta allí.
Acto seguido apuró su vaso, cogió al hombre del suelo para cargarlo en el hombro, y salió de la taberna a través del mismo hueco por el que había entrado.
Giró la cabeza y encontró a una mujer, ataviada con hábitos de monja y rubia como el mink. Además, portaba varias armas de fuego. Una curiosa combinación, ya que las creyentes suelen ser mujeres de paz, pero Roland nunca criticaría a nadie por ir armado. Aunque sí por tener fe en un dios. Él, como científico, creía absolutamente en lo demostrable a través de la ciencia y nada más.
- Pues sí, eres impertinente - contestó a la muchacha con cierto desdén - pero te voy a decir qué ha hecho este hombre. Ha usurpado mi identidad, MI NOMBRE. Se hacía pasar por mí, y no solo se trata de un delito sino que además me han llegado múltiples multas que él ha cometido. No podía dejar las cosas así, debía darle un escarmiento. Tiene suerte de que no lo haya matado - el enfado que le había causado ese hombre aún deambulaba por su mente, lo cual le había hecho desahogarse con la mujer. Quizás aquello sirviera como confesarse a Dios, pero la idea le desagradó y la desechó de su cabeza con rapidez.
- Respecto al cuartel... ¿Por qué una hermana de la caridad querría ir hasta allí? - lo cierto es que esa duda asolaba su mente, los marines no solían ser precisamente fanáticos religiosos.
Tras escuchar su respuesta, Roland se decidió. Nada impedía a la muchacha a seguirle aunque él la rechazara, cosa que le hubiera gustado hacer, así que decidió sacar provecho de la situación.
- Mmm, está bien - accedió al final un poco a contragusto -. Paga esta ronda y dejaré que me sigas hasta allí.
Acto seguido apuró su vaso, cogió al hombre del suelo para cargarlo en el hombro, y salió de la taberna a través del mismo hueco por el que había entrado.
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Ahora que había pasado el shock inicial de la escena podía ver mejor a aquella persona. Guantes negros, bufanda pero pecho al descubierto, debía ser un hombre de contrastes. Aparte, en su cabeza había un par de orejas felinas. No entendía mucho de las razas no-humanas pero no preguntaría, debía ser incómodo recibir preguntas, especialmente si solo había hecho una sobre el suceso y ya lo había molestado.
—A lo que llega la desesperación... —musitó, intentando adivinar por qué alguien intentaría usurpar la identidad de un agente del gobierno. No entraría en si merecía o no tal castigo, ya estaba hecho y nada podría repararlo, insistir o darle una reprimenda no serviría para nada, puede que incluso empeorara el ambiente.
—No soy una hermana de caridad, soy... era, otro tipo de monja —tuvo que corregirse a media frase. Ya no era una monja de la orden, ya no estaba en clausura, ahora era... ¿qué era? solo una hermana errante —. Quiero registrarme en el cuartel como cazarrecompensas oficial del gobierno —fue bastante clara y directa, mantenía sus directrices y credos propios y éstos decían que mentir era algo que no debía hacer casi nunca. Además, iba a ir con él, no tenía caso mentirle si nada más llegar se iba a destapar el asunto.
Había conseguido un guía a un precio bastante razonable, no se quejaría. Se acabó su propio zumo y pagó la cuenta de los dos, dejando un poco más de propina para suavizar un poco al mesero, que acabó despidiéndose con la mano.
Fue tras el muchacho híbrido, aceleró un poco y se puso casi a su altura, quedando unos centímetros por detrás para poder ver por dónde iba.
—Era de clausura, por terminar de contestar a su pregunta —bueno, contestar, más bien matizar el fallo de su pregunta —. ¿Tan raro es ver a alguien así queriendo ir al cuartel? Supongo que somos menos de los que imaginaba —continuó. Era una pena, pero por las paradas que había hecho casi podía asegurar que la religión era algo minoritario en aquella era. Tampoco podía decir que se extrañara mucho, es decir, era difícil creer en su Señor ante tantas calamidades, asaltos y criminales perpetrándolos impunemente.
—¿Cuánto tiempo cree que le caerá a este hombre? —no tenía mucha idea de legislación, a fin de cuentas ella solo iba a ser la "repartidora".
Seguía conteniendo las ganas de preguntar sobre lo evidente y continuaba mirando hacia el frente. Su fuerza de voluntad y saber estar seguían siendo magníficos.
—A lo que llega la desesperación... —musitó, intentando adivinar por qué alguien intentaría usurpar la identidad de un agente del gobierno. No entraría en si merecía o no tal castigo, ya estaba hecho y nada podría repararlo, insistir o darle una reprimenda no serviría para nada, puede que incluso empeorara el ambiente.
—No soy una hermana de caridad, soy... era, otro tipo de monja —tuvo que corregirse a media frase. Ya no era una monja de la orden, ya no estaba en clausura, ahora era... ¿qué era? solo una hermana errante —. Quiero registrarme en el cuartel como cazarrecompensas oficial del gobierno —fue bastante clara y directa, mantenía sus directrices y credos propios y éstos decían que mentir era algo que no debía hacer casi nunca. Además, iba a ir con él, no tenía caso mentirle si nada más llegar se iba a destapar el asunto.
Había conseguido un guía a un precio bastante razonable, no se quejaría. Se acabó su propio zumo y pagó la cuenta de los dos, dejando un poco más de propina para suavizar un poco al mesero, que acabó despidiéndose con la mano.
Fue tras el muchacho híbrido, aceleró un poco y se puso casi a su altura, quedando unos centímetros por detrás para poder ver por dónde iba.
—Era de clausura, por terminar de contestar a su pregunta —bueno, contestar, más bien matizar el fallo de su pregunta —. ¿Tan raro es ver a alguien así queriendo ir al cuartel? Supongo que somos menos de los que imaginaba —continuó. Era una pena, pero por las paradas que había hecho casi podía asegurar que la religión era algo minoritario en aquella era. Tampoco podía decir que se extrañara mucho, es decir, era difícil creer en su Señor ante tantas calamidades, asaltos y criminales perpetrándolos impunemente.
—¿Cuánto tiempo cree que le caerá a este hombre? —no tenía mucha idea de legislación, a fin de cuentas ella solo iba a ser la "repartidora".
Seguía conteniendo las ganas de preguntar sobre lo evidente y continuaba mirando hacia el frente. Su fuerza de voluntad y saber estar seguían siendo magníficos.
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La muchacha había comenzado a seguirle. Cuando salió del local no se fijó en si pagó la cuenta o no, pero le daba igual. Si el vaso de leche quedaba a deber las quejas llegarían a Omega. Ahora que me doy cuenta, he hecho lo mismo que este. Bueno, da igual, el morenito peligris se lo merece pensó Roland cuando llegó a la conclusión de que sus actos habían sido similares a los del hombre que cargaba en su hombro izquierdo. Dejó correr ese pensamiento de forma despreocupada, no creía que el agente apareciera para darle una paliza y, en caso de intentarlo, no le saldría bien.
Mientras andaba de camino al cuartel, la monja continuó la charla. Como el mink había accedido a que le siguiera se veía en el compromiso de responder a sus preguntas para realizar ese acto que llaman conversar, pero realmente el tema le interesaba poco. Como intelectual no se podía permitir creer en nada que no se rigiera por el método científico, y la existencia de un dios o dioses que controlasen su destino según la cantidad de rezos que hiciera le resultaba desconcertante.
- Hermana de la caridad, hermana de clausura, lo mismo da, todas rezais a un ser todopoderoso, del cual no existen pruebas de su existencia, con la esperanza de que todo vaya mejor, o para justificar cuando las cosas van mal - dijo expresando su opinión. No pretendía crear malentendidos ni que le intentaran vender ninguna biblia -. Y sí, no es común ver a alguien que dedica su vida a los demás queriendo convertirse en cazarrecompensa - zanjó el mink.
Se quedó callado tras su respuesta, y el silencio ahogado por el traqueteo habitual de las calles de una ciudad les rodeaba, hasta que la monja volvió a preguntar, quizás debido a su innata curiosidad, quizás debido a que le desagradaba el silencio.
- ¿A este zopenco? Dos años como mínimo, pero procuraré que sean más. Va listo si cree que podía usar mi nombre y salir indemne.
Mientras terminaba de hablar, una mueca similar a una risa asomó en sus labios. Podía parecer un poco retorcido y que estaba abusando de su poder, pero estaba muy molesto, por no decir airado o colérico, con ese hombre, y quería hacerle pagar por sus crímenes. Sin embargo, todo se volvería más complicado unos pocos segundos más tarde.
Un hombre, con rasgos similares a los del inmigrante, apareció enfrente el agente. Portaba una escopeta con la que apuntaba a Roland, aunque sus nerviosas manos denotaban que no solía usarla. Las personas de los alrededores, al ver a un hombre armado, empezaron a correr en todas direcciones, montando un alboroto.
- Suelta a mi hermano o disparo - amenazó con voz muy aguda -. N-no lo r-repetiré.
El mink bufó, los incompetentes agotaban su paciencia, y solo quería descansar de tanto estúpido, por lo que aprovechó a su temporal compañera para desentenderse del asunto.
- Ya ves monjita, este antipático cordero de dios nos está cortando el paso. Si quieres entregar tu solicitud o lo que sea, deberás hacerte cargo - y a riesgo de sobreactuar añadió -. Lo haría yo mismo, pero las manos ocupadas con este - comentó dando palmadas con su mano libre sobre el cuerpo casi inerte del hombre que le había robado la identidad.
Mientras andaba de camino al cuartel, la monja continuó la charla. Como el mink había accedido a que le siguiera se veía en el compromiso de responder a sus preguntas para realizar ese acto que llaman conversar, pero realmente el tema le interesaba poco. Como intelectual no se podía permitir creer en nada que no se rigiera por el método científico, y la existencia de un dios o dioses que controlasen su destino según la cantidad de rezos que hiciera le resultaba desconcertante.
- Hermana de la caridad, hermana de clausura, lo mismo da, todas rezais a un ser todopoderoso, del cual no existen pruebas de su existencia, con la esperanza de que todo vaya mejor, o para justificar cuando las cosas van mal - dijo expresando su opinión. No pretendía crear malentendidos ni que le intentaran vender ninguna biblia -. Y sí, no es común ver a alguien que dedica su vida a los demás queriendo convertirse en cazarrecompensa - zanjó el mink.
Se quedó callado tras su respuesta, y el silencio ahogado por el traqueteo habitual de las calles de una ciudad les rodeaba, hasta que la monja volvió a preguntar, quizás debido a su innata curiosidad, quizás debido a que le desagradaba el silencio.
- ¿A este zopenco? Dos años como mínimo, pero procuraré que sean más. Va listo si cree que podía usar mi nombre y salir indemne.
Mientras terminaba de hablar, una mueca similar a una risa asomó en sus labios. Podía parecer un poco retorcido y que estaba abusando de su poder, pero estaba muy molesto, por no decir airado o colérico, con ese hombre, y quería hacerle pagar por sus crímenes. Sin embargo, todo se volvería más complicado unos pocos segundos más tarde.
Un hombre, con rasgos similares a los del inmigrante, apareció enfrente el agente. Portaba una escopeta con la que apuntaba a Roland, aunque sus nerviosas manos denotaban que no solía usarla. Las personas de los alrededores, al ver a un hombre armado, empezaron a correr en todas direcciones, montando un alboroto.
- Suelta a mi hermano o disparo - amenazó con voz muy aguda -. N-no lo r-repetiré.
El mink bufó, los incompetentes agotaban su paciencia, y solo quería descansar de tanto estúpido, por lo que aprovechó a su temporal compañera para desentenderse del asunto.
- Ya ves monjita, este antipático cordero de dios nos está cortando el paso. Si quieres entregar tu solicitud o lo que sea, deberás hacerte cargo - y a riesgo de sobreactuar añadió -. Lo haría yo mismo, pero las manos ocupadas con este - comentó dando palmadas con su mano libre sobre el cuerpo casi inerte del hombre que le había robado la identidad.
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—El concepto de fé es inherente a los seres vivos, agente —comentó como respuesta. La fé como tal era algo que consideraba un pilar fundamental para un ser vivo consciente —. No se trata de justificar, al contrario. La vida de rezos no soluciona nada, pero te da paz mental y, más importante, una fuente inagotable de voluntad para dirigir tu propia vida de una forma digna —continuó —, pero yo no soy quien para intentar venderle la biblia a nadie ni estaré más en posición de poder hacerlo. Puede estar tranquilo, agente, no intentaré convertirlo —terminó de decir, sin terminar de revelar por qué quería ser cazarrecompensas. Las palabras del muchacho así como su tono denostaban cierta "reticencia" a entender nada sobre lo que pudiera explicarle y sus propias circunstancias la inhabilitaban para hablar del tema, de forma no gastaría energías para nada.
Además, iba a necesitarlas pronto.
Vaya, sí que le había molestado la usurpación de identidad, no lo culpaba, pero no dejaba de parecerle una vendetta excesiva. De todas formas, qué sabría ella, que acababa de salir un aislamiento casi completo. Suerte que sabía qué eran las leyes.
Apareció un hombre bastante similar al que el agente Omega estaba cargando, debían ser familiares. Estaba bastante nervioso y cargaba con una escopeta con la que estaba apuntando al agente. La situación podría volverse sangrienta enseguida, una mano temblorosa en un gatillo era la peor de las situaciones, podría disparar sin querer. Comprensiblemente los civiles huyeron.
Hermanos... mentiría si dijera que no entendía al hombre que tenía frente a ella. Si una de sus hermanas peligrara... bueno, ya había pasado antes y había sido expulsada por ignorar toda la normativa y tradición de su orden.
Fue bastante rápida. Agarró el revólver estándar que tenía, apuntó y disparó a la escopeta. Estaban a bastante poca distancia y aquel hombre era un tirador muy inexperto, de forma que no fue complicado desarmarlo de un tiro. La escopeta voló un par de metros y cayó al suelo, disparándose con el impacto en dirección al aire.
—¿De verdad quieres privar a tu familia de dos personas? —preguntó, guardándose el revólver. No tenía que derramarse más sangre, en este caso no era necesario —.No va a morir, sólo cumplirá una pena. En cambio, tú morirás si disparas contra él. No tires tu vida así. —terminó. No, mentira, no terminó ahí—Ah... Si se te ocurre ir a por la escopeta otra vez tendré que dispararte en la mano, y odiaría tener que llegar a eso.
Tenía que avisar aunque quedara frío, era su... ¿trabajo? No exactamente, pero le salía del alma avisar de sus intenciones, mentir estaba feo, omitir la verdad no tanto, pero omitir la verdad a un hombre con buenas intenciones estaba casi tan feo como mentirle.
—¿Continuamos, agente? Creo que le ha quedado claro.
Además, iba a necesitarlas pronto.
Vaya, sí que le había molestado la usurpación de identidad, no lo culpaba, pero no dejaba de parecerle una vendetta excesiva. De todas formas, qué sabría ella, que acababa de salir un aislamiento casi completo. Suerte que sabía qué eran las leyes.
Apareció un hombre bastante similar al que el agente Omega estaba cargando, debían ser familiares. Estaba bastante nervioso y cargaba con una escopeta con la que estaba apuntando al agente. La situación podría volverse sangrienta enseguida, una mano temblorosa en un gatillo era la peor de las situaciones, podría disparar sin querer. Comprensiblemente los civiles huyeron.
Hermanos... mentiría si dijera que no entendía al hombre que tenía frente a ella. Si una de sus hermanas peligrara... bueno, ya había pasado antes y había sido expulsada por ignorar toda la normativa y tradición de su orden.
Fue bastante rápida. Agarró el revólver estándar que tenía, apuntó y disparó a la escopeta. Estaban a bastante poca distancia y aquel hombre era un tirador muy inexperto, de forma que no fue complicado desarmarlo de un tiro. La escopeta voló un par de metros y cayó al suelo, disparándose con el impacto en dirección al aire.
—¿De verdad quieres privar a tu familia de dos personas? —preguntó, guardándose el revólver. No tenía que derramarse más sangre, en este caso no era necesario —.No va a morir, sólo cumplirá una pena. En cambio, tú morirás si disparas contra él. No tires tu vida así. —terminó. No, mentira, no terminó ahí—Ah... Si se te ocurre ir a por la escopeta otra vez tendré que dispararte en la mano, y odiaría tener que llegar a eso.
Tenía que avisar aunque quedara frío, era su... ¿trabajo? No exactamente, pero le salía del alma avisar de sus intenciones, mentir estaba feo, omitir la verdad no tanto, pero omitir la verdad a un hombre con buenas intenciones estaba casi tan feo como mentirle.
—¿Continuamos, agente? Creo que le ha quedado claro.
Roland Oppenheimer
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La monja actuó con presteza. Rápidamente desenfundó su revólver para desarmar al hombre que se encontraba ante ellos. Se encontraba nervioso, y de un acertado disparo el arma voló de sus manos, cayendo a metros de distancia y disparándose en el acto contra una pared de madera.
La rubia creyente resultó ser lo que aparentaba, una santurrona que evitaba las muertes, en incluso los castigos, en la medida de lo posible. Si bien por un lado esta actitud no agradaba al felino, por otra parte parecía que, llegado el momento, ella haría lo que tuviera que hacer, aunque tendría que encontrarse sin más opciones. Tras el discursito de "vive por tu familia" el hombre, aún indeciso y asustado, decidió salir por patas.
- Lo siento hermano, cuidaré de Hasna y los niños por ti - se le escuchó decir cuando corría en dirección contraria, con un brillo emanando de sus ojos.
Cuando se hubo marchado, la chica le instó a seguir. Tenía cierta reticencia, le hubiera gustado detener a aquel que le había amenazado, pero cuando tomó la decisión de dejarlo en manos de la futura cazadora, también le había dado el poder de decidir. Roland podría ser cruel y mezquino, pero tenía orgullo y honor. No obstante, antes de continuar se acercó a la escopeta y la recogió del suelo.
- Ahora es mía. Además, no queremos que caiga en manos de civiles indisciplinados - alegó como excusa.
Continuó su camino, haciendo poco caso al rumor de la calle. Los transeúntes caminaban, los niños jugaban y todo parecía ser un día normal. Los días así le resultaban indiferentes al mink. Normalmente estaría ocupado en su laboratorio o entrenando, incluso en alguna misión. No disfrutaba de los días normales como todos los demás. Le gustaba hacer turismo, sí, pero sus experiencias en el North Blue nunca fueron las mejores, y los Blues de por sí eran unos mares tan tranquilos que poco a poco se iba aburriendo de ellos; cada vez quedaban menos islas excitantes en los mares cardinales.
Sin embargo, la joven monja había llamado fugazmente su atención. A pesar de sus creencias, no parecía ser la típica santurrona. Algo de ella le daba un aspecto más duro del que aparentaba. Tal vez fuera ese brillo en sus ojos que denotaba alguna traumática experiencia, o simplemente fuera que cargaba con un rifle en su espalda. Roland nunca había sido bueno captando los sentimientos de los demás, y no iba a empezar a serlo ahora.
No pasó mucho tiempo hasta que alcanzaron el cuartel marine. Un edificio modesto en comparación a los de Ennies Lobby, pero suficiente para desempeñar su papel en esa isla. Roland, en un alarde de ingenio, piló al vuelo a dos reclutas que pasaron a su lado.
- Eh, novatos - dijo mientras les lanzaba a sus pies el cuerpo del inmigrante - Empapelad a este rufián. En su bolsillo encontraréis las pruebas necesarias.
- Esto... ¿Y usted quién es? - preguntó uno de los chicos.
- Mira que sois novatos. Soy Roland Oppenheimer - dijo mientras sacaba una identificación de su bolsillo -. Agente Auxiliar.
- Señor, disculpe la molestias, señor. Enseguida nos encargamos - y se llevaron a rastras el cuerpo.
- Una cosa menos. Ahora, ¿tú no ibas a entregar tu solicitud? - le espetó a la rubia - Llegarás tarde si te quedas aquí empanada.
La rubia creyente resultó ser lo que aparentaba, una santurrona que evitaba las muertes, en incluso los castigos, en la medida de lo posible. Si bien por un lado esta actitud no agradaba al felino, por otra parte parecía que, llegado el momento, ella haría lo que tuviera que hacer, aunque tendría que encontrarse sin más opciones. Tras el discursito de "vive por tu familia" el hombre, aún indeciso y asustado, decidió salir por patas.
- Lo siento hermano, cuidaré de Hasna y los niños por ti - se le escuchó decir cuando corría en dirección contraria, con un brillo emanando de sus ojos.
Cuando se hubo marchado, la chica le instó a seguir. Tenía cierta reticencia, le hubiera gustado detener a aquel que le había amenazado, pero cuando tomó la decisión de dejarlo en manos de la futura cazadora, también le había dado el poder de decidir. Roland podría ser cruel y mezquino, pero tenía orgullo y honor. No obstante, antes de continuar se acercó a la escopeta y la recogió del suelo.
- Ahora es mía. Además, no queremos que caiga en manos de civiles indisciplinados - alegó como excusa.
Continuó su camino, haciendo poco caso al rumor de la calle. Los transeúntes caminaban, los niños jugaban y todo parecía ser un día normal. Los días así le resultaban indiferentes al mink. Normalmente estaría ocupado en su laboratorio o entrenando, incluso en alguna misión. No disfrutaba de los días normales como todos los demás. Le gustaba hacer turismo, sí, pero sus experiencias en el North Blue nunca fueron las mejores, y los Blues de por sí eran unos mares tan tranquilos que poco a poco se iba aburriendo de ellos; cada vez quedaban menos islas excitantes en los mares cardinales.
Sin embargo, la joven monja había llamado fugazmente su atención. A pesar de sus creencias, no parecía ser la típica santurrona. Algo de ella le daba un aspecto más duro del que aparentaba. Tal vez fuera ese brillo en sus ojos que denotaba alguna traumática experiencia, o simplemente fuera que cargaba con un rifle en su espalda. Roland nunca había sido bueno captando los sentimientos de los demás, y no iba a empezar a serlo ahora.
No pasó mucho tiempo hasta que alcanzaron el cuartel marine. Un edificio modesto en comparación a los de Ennies Lobby, pero suficiente para desempeñar su papel en esa isla. Roland, en un alarde de ingenio, piló al vuelo a dos reclutas que pasaron a su lado.
- Eh, novatos - dijo mientras les lanzaba a sus pies el cuerpo del inmigrante - Empapelad a este rufián. En su bolsillo encontraréis las pruebas necesarias.
- Esto... ¿Y usted quién es? - preguntó uno de los chicos.
- Mira que sois novatos. Soy Roland Oppenheimer - dijo mientras sacaba una identificación de su bolsillo -. Agente Auxiliar.
- Señor, disculpe la molestias, señor. Enseguida nos encargamos - y se llevaron a rastras el cuerpo.
- Una cosa menos. Ahora, ¿tú no ibas a entregar tu solicitud? - le espetó a la rubia - Llegarás tarde si te quedas aquí empanada.
Abigail Mjöllnir
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Suspiró. Bien, había logrado persuadirlo. No dijo nada cuando el agente gatuno se llevó la escopeta, no pensaba reclamarla y consideró que era buena idea que fuera requisada justo por lo que decía. Un arma no era para que estuviera en manos de cualquiera.
Abigail, al contrario que el agente, estaba encantada con el ambiente urbano. Disfrutaba la diferencia que había con su convento, totalmente silencioso salvo por los disparos. En este caso se escuchaban voces, risas, niños. No tardó en mirar de reojo algunas de las tiendas, y anotaría en su mente volver otro día para echar un vistazo más detenidamente, esta vez no ralentizaría al agente.
Y allí estaba, el cuartel local de la marina del Reino de Lyneel. Un edificio amurallado pero modesto, de colores azulados y con la palabra "MARINE" grabada en la pared frontal. Fueron recibidos por un par de marines novatos que... bueno, recibidos, más bien el agente los engachó igual que en el convento la enganchaban a ella con quince años para hacer la colada. Roland Oppenheimer... ¿Omega era su nombre en clave para el gobierno? Prefirió pensar eso porque la otra opción sería que hubiese mentido.
—¡Ah! Sí, es verdad. Gracias por recordármelo.
Avanzó hacia el interior de la base y se acercó a la recepción, donde un marine con pinta de estar aburridísimo lo atendió con una voz un tanto monótona.
—Buenos días, en qué puedo ayudarle... —alzó el rostro y se quedó algo perdido —¿Hermana? —vale, sí debía ser inusual ver a alguien con sus pintas en un cuartel, el agente tenía razón.
—Buenos días, quisiera registrarme como cazarrecompensas afiliada al gobierno —dijo, clara, para que no empezaran con el cuento de que no querían que les vendiese nada.
—Eh... sí, claro, aquí tiene el papeleo a rellenar. Lo básico: nombre, procedencia, marcar todas las casillas que correspondan con su situación, su firma y su huella. Si es del North Blue comprobaremos enseguida si tiene o no antecedentes.
Siguiendo las indicaciones, Abigail empezó a rellenar y a meterse en el fascinante y angustioso mundo de la burocracia. Línea rellena, casillas marcadas... ¿se dejaba algo? repasó un par de veces más. Puso su firma y pidió ayuda para la huella. Ya estaba todo, ¿no?
—Le faltan los apartados 10, 12, 13b y 27a —dijo, devolviéndole los papeles.
Abigail volvió a rellenar. A ver, apartado diez, doce, trece b y veintisiete a. ¿Por qué había tantas cosas para registrarse como cazarrecompensas? pensaba que solo era traer maleantes y cobrar. De nuevo repasó cuidadosamente, no veía nada extraño. Volvió a entregar los papeles. El marine levantó por un momento la vista del cubo de rubik que estaba intentando montar y ojeó el grupo de papeles.
Miró de nuevo a Abigail, que ya no sabía qué pensar salvo que la burocracia ponía a prueba su paciencia.
—Está... ¿está todo en orden?
—Sí, lo siento, era una pausa dramática, no ha tenido gracia —se rascó la nuca, el aburrimiento podía causar estragos en la gente. No se lo tendría en cuenta.
El marine metió el carnet en una máquina que desconocía y empezó a mecanografiar los datos que figurarían en él.
—Ah, diga patata.
—¿Qué?
No tuvo tiempo, un Den Den mushi le sacó una foto que pasaría al carnet por... no tenía ni idea de cómo funcionaban esos trastos, pero ahora solo quedaba esperar a que estuviera listo.
Abigail, al contrario que el agente, estaba encantada con el ambiente urbano. Disfrutaba la diferencia que había con su convento, totalmente silencioso salvo por los disparos. En este caso se escuchaban voces, risas, niños. No tardó en mirar de reojo algunas de las tiendas, y anotaría en su mente volver otro día para echar un vistazo más detenidamente, esta vez no ralentizaría al agente.
Y allí estaba, el cuartel local de la marina del Reino de Lyneel. Un edificio amurallado pero modesto, de colores azulados y con la palabra "MARINE" grabada en la pared frontal. Fueron recibidos por un par de marines novatos que... bueno, recibidos, más bien el agente los engachó igual que en el convento la enganchaban a ella con quince años para hacer la colada. Roland Oppenheimer... ¿Omega era su nombre en clave para el gobierno? Prefirió pensar eso porque la otra opción sería que hubiese mentido.
—¡Ah! Sí, es verdad. Gracias por recordármelo.
Avanzó hacia el interior de la base y se acercó a la recepción, donde un marine con pinta de estar aburridísimo lo atendió con una voz un tanto monótona.
—Buenos días, en qué puedo ayudarle... —alzó el rostro y se quedó algo perdido —¿Hermana? —vale, sí debía ser inusual ver a alguien con sus pintas en un cuartel, el agente tenía razón.
—Buenos días, quisiera registrarme como cazarrecompensas afiliada al gobierno —dijo, clara, para que no empezaran con el cuento de que no querían que les vendiese nada.
—Eh... sí, claro, aquí tiene el papeleo a rellenar. Lo básico: nombre, procedencia, marcar todas las casillas que correspondan con su situación, su firma y su huella. Si es del North Blue comprobaremos enseguida si tiene o no antecedentes.
Siguiendo las indicaciones, Abigail empezó a rellenar y a meterse en el fascinante y angustioso mundo de la burocracia. Línea rellena, casillas marcadas... ¿se dejaba algo? repasó un par de veces más. Puso su firma y pidió ayuda para la huella. Ya estaba todo, ¿no?
—Le faltan los apartados 10, 12, 13b y 27a —dijo, devolviéndole los papeles.
Abigail volvió a rellenar. A ver, apartado diez, doce, trece b y veintisiete a. ¿Por qué había tantas cosas para registrarse como cazarrecompensas? pensaba que solo era traer maleantes y cobrar. De nuevo repasó cuidadosamente, no veía nada extraño. Volvió a entregar los papeles. El marine levantó por un momento la vista del cubo de rubik que estaba intentando montar y ojeó el grupo de papeles.
Miró de nuevo a Abigail, que ya no sabía qué pensar salvo que la burocracia ponía a prueba su paciencia.
—Está... ¿está todo en orden?
—Sí, lo siento, era una pausa dramática, no ha tenido gracia —se rascó la nuca, el aburrimiento podía causar estragos en la gente. No se lo tendría en cuenta.
El marine metió el carnet en una máquina que desconocía y empezó a mecanografiar los datos que figurarían en él.
—Ah, diga patata.
—¿Qué?
No tuvo tiempo, un Den Den mushi le sacó una foto que pasaría al carnet por... no tenía ni idea de cómo funcionaban esos trastos, pero ahora solo quedaba esperar a que estuviera listo.
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Después de que la monja se dirigiera a realizar sus cometidos, a Roland ya no le quedaba nada por hacer. Su objetivo al llegar a la isla no era otro más que detener a su imitador; misión cumplida. Ahora ya no tenía nada más que hacer en la isla, pero no su barco no zarpaba hasta varias horas más tardes, problemas de comprar los billetes con tan poca antelación, por lo que, a falta de un laboratorio en el cuál pudiera sentarse a realizar experimentos e investigaciones, lo mejor que podía hacer en ese momento era entrenar.
Con este nuevo objetivo en mente anduvo hasta la arena de entrenamiento, al aire libre. Mientras varios reclutas corrían alrededor del campo, Roland se hizo con un hueco para sí al lado de unas gradas. Enseguida adoptó su postura básica de combate, flexionando las piernas y elevando los brazos hacia el frente.
- Tekkai - susurró mientras un leve brillo metálico recorría su cuerpo de pies a cabeza para luego desaparecer.
Vamos Roland, adelante, hazlo se decía en su mente mientras se esforzaba en mover su cuerpo.
Desde hacía un tiempo, Roland intentaba practicar un kenpo del Rokushiki. En concreto un kenpo del Tekkai, que consistía en una técnica que endurecía tu cuerpo hasta límites insospechados, a cambio de perder toda movilidad de este. Como resultado obtenías una defensa perfecta, pero tu poder de ataque se quedaba reducido a nada. Esa parte al mink realmente no le agradaba, y había pensado en que si pudiera moverse en ese estado conseguiría más poder. Sin embargo, del dicho al hecho hay un trecho, como había escuchado una vez. Intentar mover su cuerpo era más difícil de lo que había imaginado, le costaba horrores hacerlo. Sentía como si tuviera sus brazos, piernas y torso atrapados bajo columnas de hormigón que le impidieran cualquier movimiento, pero había llegado al punto en el que era capaz de mover sus extremidades ligeramente. Cualquier persona que le viera desde el exterior podría pensar que estaba practicando yoga o taichí por la lentitud de sus movimientos, pero poco a poco iba mejorando en ellos.
Con este nuevo objetivo en mente anduvo hasta la arena de entrenamiento, al aire libre. Mientras varios reclutas corrían alrededor del campo, Roland se hizo con un hueco para sí al lado de unas gradas. Enseguida adoptó su postura básica de combate, flexionando las piernas y elevando los brazos hacia el frente.
- Tekkai - susurró mientras un leve brillo metálico recorría su cuerpo de pies a cabeza para luego desaparecer.
Vamos Roland, adelante, hazlo se decía en su mente mientras se esforzaba en mover su cuerpo.
Desde hacía un tiempo, Roland intentaba practicar un kenpo del Rokushiki. En concreto un kenpo del Tekkai, que consistía en una técnica que endurecía tu cuerpo hasta límites insospechados, a cambio de perder toda movilidad de este. Como resultado obtenías una defensa perfecta, pero tu poder de ataque se quedaba reducido a nada. Esa parte al mink realmente no le agradaba, y había pensado en que si pudiera moverse en ese estado conseguiría más poder. Sin embargo, del dicho al hecho hay un trecho, como había escuchado una vez. Intentar mover su cuerpo era más difícil de lo que había imaginado, le costaba horrores hacerlo. Sentía como si tuviera sus brazos, piernas y torso atrapados bajo columnas de hormigón que le impidieran cualquier movimiento, pero había llegado al punto en el que era capaz de mover sus extremidades ligeramente. Cualquier persona que le viera desde el exterior podría pensar que estaba practicando yoga o taichí por la lentitud de sus movimientos, pero poco a poco iba mejorando en ellos.
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No tardaron mucho en tener preparado su carnet. Tenía los datos básicos así como otros extra como "Recompensa total capturada" para reflejar el valor de los piratas que había atrapado. También le informaron de que el prestigio del cazador influía en el cobro y que una desconocida como ella cobraría el diez por cien del valor. También que tenía libertad para cazar en el mar que quisiera y que con el prestigio suficiente podría incluso obtener ciertos favores, en el caso de mantenerse leal al gobierno. También que si era por el bien de la justicia podía permitirse un poco de destrucción pero que, claro, sería mucho mejor evitar los daños colaterales.
—Entiendo... creo que no tendré problemas. Muchas gracias por su tiempo —se despidió, y acto seguido empezó a caminar con el carnet entre las manos, mirándolo con curiosidad como si fuera un niño mirando la caja de su juguete favorito. Estaba mirando demasiado el carnet. Demasiado. Llegó un momento en el que alzó la mirada y...
Oops. ¿Dónde estaba exactamente? Solo veía paredes y un pasillo que parecía eterno. Genial, se había perdido en su primera base marine. Ya podía decir que había empezado su viaje con buen pie.
—Hm... ¿Por dónde se salía? —se preguntó en susurros. Continuó un poco más, giró a la derecha, cruzó una puerta y acabó en un área exterior, una especie de patio. Allí pudo ver a varios marines dando vueltas y en un lado, cerca de las gradas, vio al agente de antes.
Abigail ladeó un poco el rostro, ¿qué hacía? ¿yoga? se movía con bastante lentitud. No iba a meterse, pero tal vez el yoga le ayudara a relajarse, por el poco tiempo que había pasado con él... le hacía bastante falta. Al final decidió acercarse al agente. Se quedó cerca de las gradas y apoyó la espalda contra éstas, mirándolo con cierto interés.
—No le veía cara de practicar Taichi —no quería que sonara como una burla, pero la imagen de aquel hombre-gato tan arisco practicando un arte tan relajado y de "mayores" como el yoga era... curiosa, como poco.
—¿Suele hacerlo a menudo? Se me da bastante mal pero podría acompañarlo, no me vendría mal estirarme un poco —preguntó y es que la pobre, siendo ignorante en todo lo que tenía que ver con el Cipher Pol, solo podía pensar que hacía taichi y le daba vergüenza, y que por eso tenía que esconderse entre las gradas.
¡Pero no pasaba nada, era totalmente normal que le gustara el taichi!
—Entiendo... creo que no tendré problemas. Muchas gracias por su tiempo —se despidió, y acto seguido empezó a caminar con el carnet entre las manos, mirándolo con curiosidad como si fuera un niño mirando la caja de su juguete favorito. Estaba mirando demasiado el carnet. Demasiado. Llegó un momento en el que alzó la mirada y...
Oops. ¿Dónde estaba exactamente? Solo veía paredes y un pasillo que parecía eterno. Genial, se había perdido en su primera base marine. Ya podía decir que había empezado su viaje con buen pie.
—Hm... ¿Por dónde se salía? —se preguntó en susurros. Continuó un poco más, giró a la derecha, cruzó una puerta y acabó en un área exterior, una especie de patio. Allí pudo ver a varios marines dando vueltas y en un lado, cerca de las gradas, vio al agente de antes.
Abigail ladeó un poco el rostro, ¿qué hacía? ¿yoga? se movía con bastante lentitud. No iba a meterse, pero tal vez el yoga le ayudara a relajarse, por el poco tiempo que había pasado con él... le hacía bastante falta. Al final decidió acercarse al agente. Se quedó cerca de las gradas y apoyó la espalda contra éstas, mirándolo con cierto interés.
—No le veía cara de practicar Taichi —no quería que sonara como una burla, pero la imagen de aquel hombre-gato tan arisco practicando un arte tan relajado y de "mayores" como el yoga era... curiosa, como poco.
—¿Suele hacerlo a menudo? Se me da bastante mal pero podría acompañarlo, no me vendría mal estirarme un poco —preguntó y es que la pobre, siendo ignorante en todo lo que tenía que ver con el Cipher Pol, solo podía pensar que hacía taichi y le daba vergüenza, y que por eso tenía que esconderse entre las gradas.
¡Pero no pasaba nada, era totalmente normal que le gustara el taichi!
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- ¿Cómo dices? ¿Taichí? Estás muy equivocada, estoy entrenando - contestó a la monja cuando le confundió con el típico abuelito de parque.
Ahora que lo pensaba, sus movimientos lentos sí que podían asemejarse a los de algún practicante de esa...¿arte marcial? No estaba muy convencido de que pudiera denominarse como tal, y lo cierto es que le daba igual. Tampoco le importaba que pareciera que hacía el ridículo, pero los comentarios no eran bien recibidos. De todas formas, no se iba a molestar en perder tiempo de su entrenamiento con la chica. Si ella quería acompañarle no podía evitar que lo hiciera, pero no perdería la concentración requerida para practicar su técnica.
- Haz lo que quieras - dijo al final.
Mientras, Roland siguió con sus movimientos. Parecía que había empezado a cogerle el truco, cosa que días atrás no le había ocurrido. Poco a poco su cuerpo se desperezaba, y era capaz de realizar acciones sencillas, aunque su velocidad seguía siendo lenta en comparación. Tenía que practicar movimientos bajo presión si quería conseguir resultados más prometedores, y lo que era más importante, resultados más rápidos. Si podía aprovechar la sensación de su cuerpo de ese momento para entrenar, no debía desaprovecharla y, aunque solo pudiera recurrir a una persona que no le hacía mucha gracia, usaría a la monja para poder desarollar la técnica plenamente.
- Oye, practiquemos. Atácame - le dijo sin ninguna otra explicación.
Ahora que lo pensaba, sus movimientos lentos sí que podían asemejarse a los de algún practicante de esa...¿arte marcial? No estaba muy convencido de que pudiera denominarse como tal, y lo cierto es que le daba igual. Tampoco le importaba que pareciera que hacía el ridículo, pero los comentarios no eran bien recibidos. De todas formas, no se iba a molestar en perder tiempo de su entrenamiento con la chica. Si ella quería acompañarle no podía evitar que lo hiciera, pero no perdería la concentración requerida para practicar su técnica.
- Haz lo que quieras - dijo al final.
Mientras, Roland siguió con sus movimientos. Parecía que había empezado a cogerle el truco, cosa que días atrás no le había ocurrido. Poco a poco su cuerpo se desperezaba, y era capaz de realizar acciones sencillas, aunque su velocidad seguía siendo lenta en comparación. Tenía que practicar movimientos bajo presión si quería conseguir resultados más prometedores, y lo que era más importante, resultados más rápidos. Si podía aprovechar la sensación de su cuerpo de ese momento para entrenar, no debía desaprovecharla y, aunque solo pudiera recurrir a una persona que no le hacía mucha gracia, usaría a la monja para poder desarollar la técnica plenamente.
- Oye, practiquemos. Atácame - le dijo sin ninguna otra explicación.
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Podía llamarlo como quisiera, pero si le preguntaba a cualquier persona normal le diría lo mismo. Fuera como fuera, intentó no distraerlo demasiado. La propia Abigail se dio cuenta de que estaría rompiendo su concentración y pensó en irse ya, pero entonces recibió aquella petición. Que lo... atacara. Así, sin más. A ver, por ella no había problema, ya había dicho que no le vendría mal estirarse y lo mismo le daba que eso fuera haciendo taichi que con un entrenamiento más serio, sin embargo, estaba obligada a avisar de una cosa. El cuerpo a cuerpo era su mayor flaqueza, se le daba horriblemente mal, sencillamente no estaba hecha para la pelea como tal, en parte por sus ropas, en parte porque en sí era inútil para ello.
—Está bien, pero tengo que avisarle. Soy horrible en el cuerpo a cuerpo, mi forma de atacar es... bueno, ya lo habrá imaginado —dijo, y es que no cargaba con tres armas de fuego por puro gusto. Si bien era cierto que el rifle no lo usaba apenas porque no era práctico para la caza de piratas sí que usaba mucho sus revólveres.
Dicho esto se alejó unos metros hasta quedar, más o menos, a unos seis de distancia. Al mismo tiempo se sacaba el revólver que tenía en la cintura, era un revólver estándar, sin ningún tipo de cualidad especial. Sacar el otro en algo como un entrenamiento era demasiado, y en principio solo lo sacaría si la cosa se descontrolaba y tenía que ponerle fin a la fuerza. Hm, aún le quedaban cinco balas en el cargador por haber gastado una antes y tenía un cargador más. Sería suficiente para una simple práctica.
Se bajó la capucha de su hábito-chaqueta, dejando ver el inicio de su absurdamente larga melena dorada. Un pequeño ritual que solía hacer a la hora de empezar a disparar, un "tic" o algo así de sus clases, cuando la capucha le molestaba para ver.
—Empezamos.
Se puso en posición, con las rodillas algo flexionadas para poder reaccionar lo antes posible, agarró el revólver con ambas manos para que su precisión no se perjudicara lo más mínimo, apuntó a su muslo derecho, más a la parte externa de éste, e hizo un primer disparo. Ella de paso pondría en práctica su puntería a la hora de buscar puntos no-vitales, así saldrían ganando los ojos. No dudó mucho, total, el muchacho parecía fuerte y él mismo se lo había pedido, supuso que tenía medios para defenderse o esquivar sus disparos.
Tras disparar dejó de sujetar el arma con las dos manos, pasó a sostenerla solo con la derecha y dejó la izquierda libre. Era una negada en el cuerpo a cuerpo, pero aún podía hacer algún bloqueo.
—Está bien, pero tengo que avisarle. Soy horrible en el cuerpo a cuerpo, mi forma de atacar es... bueno, ya lo habrá imaginado —dijo, y es que no cargaba con tres armas de fuego por puro gusto. Si bien era cierto que el rifle no lo usaba apenas porque no era práctico para la caza de piratas sí que usaba mucho sus revólveres.
Dicho esto se alejó unos metros hasta quedar, más o menos, a unos seis de distancia. Al mismo tiempo se sacaba el revólver que tenía en la cintura, era un revólver estándar, sin ningún tipo de cualidad especial. Sacar el otro en algo como un entrenamiento era demasiado, y en principio solo lo sacaría si la cosa se descontrolaba y tenía que ponerle fin a la fuerza. Hm, aún le quedaban cinco balas en el cargador por haber gastado una antes y tenía un cargador más. Sería suficiente para una simple práctica.
Se bajó la capucha de su hábito-chaqueta, dejando ver el inicio de su absurdamente larga melena dorada. Un pequeño ritual que solía hacer a la hora de empezar a disparar, un "tic" o algo así de sus clases, cuando la capucha le molestaba para ver.
—Empezamos.
Se puso en posición, con las rodillas algo flexionadas para poder reaccionar lo antes posible, agarró el revólver con ambas manos para que su precisión no se perjudicara lo más mínimo, apuntó a su muslo derecho, más a la parte externa de éste, e hizo un primer disparo. Ella de paso pondría en práctica su puntería a la hora de buscar puntos no-vitales, así saldrían ganando los ojos. No dudó mucho, total, el muchacho parecía fuerte y él mismo se lo había pedido, supuso que tenía medios para defenderse o esquivar sus disparos.
Tras disparar dejó de sujetar el arma con las dos manos, pasó a sostenerla solo con la derecha y dejó la izquierda libre. Era una negada en el cuerpo a cuerpo, pero aún podía hacer algún bloqueo.
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Resultó ser que la monja era lo que parecía, una mujer caritativa. Sin pedir explicaciones, ni nada por el estilo, atendió a la petición del mink, no sin antes intentar explicarle que ella no peleaba cuerpo a cuerpo. Eso ya lo sé, estúpida, te he visto usando tu arma pensó sin permitirse pronunciar las palabras en voz alta, más por mantener la concentración que por herir los sentimientos de la cazadora.
Acto seguido ella se alejó varios metros del agente, sacando un revólver. Parecía bastante segura de lo que hacía y, avisando de que iba a disparar como queriendo decir que las posibles consecuencias eran cosa del felino, apunto a la pierna del mismo. Con un ágil movimiento de su brazo, Roland dirigió su mano derecha para bloquear la bala, pero sus movimientos eran lentos y no consiguió hacerlo a tiempo. Sin embargo su pierna se encontraba intacta; el único rastro existente de la bala era un casquillo deformado que rebotó a metros de su persona.
- Grr, ¡dispara otra vez! - ordenó Roland.
Se encontraba molesto por no haber sido lo suficientemente rápido, aunque era cierto que ahora la técnica le permitía moverse aún más rápido, la única pega es que todavía no alcanzaba el 100% de sus capacidades. Quería obtener ese dominio, y seguía convencido de que lo lograría si seguía entrenando.
Esta vez, antes de que la mujer volviera a disparar, se movería hacia ella para intentar golpearla con un puñetazo en el estómago, intentando esquivar la bala en el aire.
Acto seguido ella se alejó varios metros del agente, sacando un revólver. Parecía bastante segura de lo que hacía y, avisando de que iba a disparar como queriendo decir que las posibles consecuencias eran cosa del felino, apunto a la pierna del mismo. Con un ágil movimiento de su brazo, Roland dirigió su mano derecha para bloquear la bala, pero sus movimientos eran lentos y no consiguió hacerlo a tiempo. Sin embargo su pierna se encontraba intacta; el único rastro existente de la bala era un casquillo deformado que rebotó a metros de su persona.
- Grr, ¡dispara otra vez! - ordenó Roland.
Se encontraba molesto por no haber sido lo suficientemente rápido, aunque era cierto que ahora la técnica le permitía moverse aún más rápido, la única pega es que todavía no alcanzaba el 100% de sus capacidades. Quería obtener ese dominio, y seguía convencido de que lo lograría si seguía entrenando.
Esta vez, antes de que la mujer volviera a disparar, se movería hacia ella para intentar golpearla con un puñetazo en el estómago, intentando esquivar la bala en el aire.
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Vale, tenía que admitir que no se esperaba eso y menos con aquellos movimientos tan lentos. Es decir, podría no sorprenderse si hubiera puesto el brazo por delante para no herirse las piernas, pero... ¡la había rechazado por completo! Abigail miró de reojo el casquillo, estaba deformado, como si hubiera intentado disparar a una plancha de hierro o algo así. ¿Tenía algún tipo de fruta demoníaca como ella? Era lo único que se le ocurría para explicar aquello. Ahora, ¿qué era? ¿qué podía hacer exactamente?
La orden del Mink la sacó de sus divagaciones y disparó de nuevo, esta vez solo con una mano, lo que afectaría ligeramente a su puntería y que haría que aquel disparo fallara. El agente trató de golpearla en el estómago, pero la monja pudo moverse e interponer el brazo que tenía libre, y que recibió la mayoría del castigo. Casi resbala, pero pudo mantenerse en pie, jadeando audiblemente. Jadeaba del esfuerzo y gruñía del dolor, aquel golpe no había sido humano, era como si... como si le hubiera golpeado con un bate de hierro.
—Heh. ¿Eres de hierro o qué? Ha sido como un mazazo —preguntó, pasando a tutearle directamente mientras daba un par de pasos atrás para crear algo de distancia entre ambos. No podía ver sus heridas por su ropa, pero podía notar el golpe... y el hematoma lo tenía casi asegurado.
—Tsk, voy a necesitar unos días para recuperarme de ese golpe —podía mover el brazo. Dolía un puñado, pero podía moverlo. Por un momento tuvo la tentación de sacar su otro revólver pero no podía olvidar que estaba practicando, entrenando, no podía sacar algo tan mortífero, sería hacer trampa.
Una vez más sujetó la pistola con ambas manos, aunque con algo de dificultad por la lesión del brazo. Esta vez realizó varios disparos seguidos, unos cuatro tiros que iban dirigidos a su pie derecho. Por el retroceso de la ráfaga, solo podía confiar en la precisión del primer disparo, especialmente porque el dolor iba a fastidiarle la puntería más que el propio retroceso.
También anotó mentalmente que debía tener mucho cuidado con él, especialmente con el cuerpo a cuerpo. Se mantendría todo lo atenta que pudiera.
La orden del Mink la sacó de sus divagaciones y disparó de nuevo, esta vez solo con una mano, lo que afectaría ligeramente a su puntería y que haría que aquel disparo fallara. El agente trató de golpearla en el estómago, pero la monja pudo moverse e interponer el brazo que tenía libre, y que recibió la mayoría del castigo. Casi resbala, pero pudo mantenerse en pie, jadeando audiblemente. Jadeaba del esfuerzo y gruñía del dolor, aquel golpe no había sido humano, era como si... como si le hubiera golpeado con un bate de hierro.
—Heh. ¿Eres de hierro o qué? Ha sido como un mazazo —preguntó, pasando a tutearle directamente mientras daba un par de pasos atrás para crear algo de distancia entre ambos. No podía ver sus heridas por su ropa, pero podía notar el golpe... y el hematoma lo tenía casi asegurado.
—Tsk, voy a necesitar unos días para recuperarme de ese golpe —podía mover el brazo. Dolía un puñado, pero podía moverlo. Por un momento tuvo la tentación de sacar su otro revólver pero no podía olvidar que estaba practicando, entrenando, no podía sacar algo tan mortífero, sería hacer trampa.
Una vez más sujetó la pistola con ambas manos, aunque con algo de dificultad por la lesión del brazo. Esta vez realizó varios disparos seguidos, unos cuatro tiros que iban dirigidos a su pie derecho. Por el retroceso de la ráfaga, solo podía confiar en la precisión del primer disparo, especialmente porque el dolor iba a fastidiarle la puntería más que el propio retroceso.
También anotó mentalmente que debía tener mucho cuidado con él, especialmente con el cuerpo a cuerpo. Se mantendría todo lo atenta que pudiera.
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Poco a poco sentía cómo mejoraba su velocidad. Cada vez se desenvolvía mejor usando la técnica y estaba cerca de poder moverse al 100% de sus capacidades, incluso de poder usar otras técnicas, mientras mantenía el Tekkai activado. Le faltaba muy poco, y por suerte, la monja parecía dispuesta a seguir entrenando a pesar del golpe que se había llevado.
Después de hacer un comentario en el que se sorprendía de la consistencia del cuerpo del mink, continuó sin muchas quejas con el entrenamiento, volviendo a disparar su arma no una ni dos, sino cuatro veces. Roland había visto venir eso y pudo esquivar las balas dirigidas hacia su pie pivotando con el otro. Para su contraataque quiso probar algo, se movió velozmente hacia la mujer para situarse detrás suyo usando el Soru.
Era el momento decisivo, había conseguido ejecutar otra técnica del Rokushiki mientras mantenía activado el Tekkai. Esto ya demostraba que era capaz de su moverse como si nunca hubiera activado la técnica. Debía agradecerle a la mujer, que sin a venir a cuento le había echado una mano en dominar la técnica, pero la mejor forma fue detener la patada que estaba a punto de impactar contra su cabeza a pocos centímetros de su cara, provocando una ligera brisa.
- Je, ha sido un entrenamiento productivo.
Después de hacer un comentario en el que se sorprendía de la consistencia del cuerpo del mink, continuó sin muchas quejas con el entrenamiento, volviendo a disparar su arma no una ni dos, sino cuatro veces. Roland había visto venir eso y pudo esquivar las balas dirigidas hacia su pie pivotando con el otro. Para su contraataque quiso probar algo, se movió velozmente hacia la mujer para situarse detrás suyo usando el Soru.
Era el momento decisivo, había conseguido ejecutar otra técnica del Rokushiki mientras mantenía activado el Tekkai. Esto ya demostraba que era capaz de su moverse como si nunca hubiera activado la técnica. Debía agradecerle a la mujer, que sin a venir a cuento le había echado una mano en dominar la técnica, pero la mejor forma fue detener la patada que estaba a punto de impactar contra su cabeza a pocos centímetros de su cara, provocando una ligera brisa.
- Je, ha sido un entrenamiento productivo.
Abigail Mjöllnir
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El híbrido estaba aumentando la velocidad. No tanto por cómo había evitado sus balas, que también, si no más por el hecho de que había desaparecido de su vista, literalmente. Dónde... Antes de poder preguntarse nada tuvo una especie de "flash" en su mente. En una fracción de segundo apareció en su cabeza un flash, una imagen, una imagen del agente tras ella a punto de golpearla con una patada. No se cuestionó aquella imagen tan breve y fugaz, se dio la vuelta tan pronto como su cuerpo le permitió reaccionar y puso el revólver entre su cabeza y el pie del agente, que se había detenido. Trató de disparar para continuar pero solo se escuchó el sonidito del revólver moviendo el tambor, estaba sin balas. Chasqueó la lengua, algo decepcionada con su propio rendimiento.
Volviendo a la imagen. Había ocurrido tal cual lo había sentido... ¿una premonición?
Tardó en reaccionar a las palabras del agente Omega, estaba demasiado perpleja ante la imagen que acababa de ver. No le había pasado nunca, y dudaba que fuera alguna clase de enfermedad o así.
—¿Eh? Sí, lo mismo... lo mismo digo —dijo, visiblemente distraída. A ella también le había servido, había podido estirarse un poco y practicar su apuntado. Además, estaba eso que había visto... ¿Debería preguntarle? Lo mismo sabía algo. Bueno, qué demonios, preguntaría y ya. ¿Qué podía perder? como mucho le diría que se buscara la vida y ya.
—Agente —lo llamó, mientras guardaba su revólver vacío de munición —. Cuando te has puesto a mi espalda te he visto, pero sin verte. Hm, creo que no me expliqué... Vi una imagen tuya atacándome cuando has desaparecido. ¿Ha oído de algo así antes? —aquella segunda explicación parecía estar un poco mejor planteada. ¿Cómo se explicaba una premonición sin usar esa palabra? No quería que la tomara por loca, por más de lo que ya debía parecerle por sus creencias.
—Me alegra haber sido de ayuda, aunque creo que de momento no podré continuar —continuó hablando. Era cierto que aún tenía su otro revólver, pero no era apto para su uso en entrenamientos, tenía una munición demasiado potente, incluso si aquel hombre era de hierro estaba casi segura de que podría traspasar su piel.
Aguardó la respuesta, fuera buena o mala. Luego ya se iría, tenía que empezar a trabajar.
Volviendo a la imagen. Había ocurrido tal cual lo había sentido... ¿una premonición?
Tardó en reaccionar a las palabras del agente Omega, estaba demasiado perpleja ante la imagen que acababa de ver. No le había pasado nunca, y dudaba que fuera alguna clase de enfermedad o así.
—¿Eh? Sí, lo mismo... lo mismo digo —dijo, visiblemente distraída. A ella también le había servido, había podido estirarse un poco y practicar su apuntado. Además, estaba eso que había visto... ¿Debería preguntarle? Lo mismo sabía algo. Bueno, qué demonios, preguntaría y ya. ¿Qué podía perder? como mucho le diría que se buscara la vida y ya.
—Agente —lo llamó, mientras guardaba su revólver vacío de munición —. Cuando te has puesto a mi espalda te he visto, pero sin verte. Hm, creo que no me expliqué... Vi una imagen tuya atacándome cuando has desaparecido. ¿Ha oído de algo así antes? —aquella segunda explicación parecía estar un poco mejor planteada. ¿Cómo se explicaba una premonición sin usar esa palabra? No quería que la tomara por loca, por más de lo que ya debía parecerle por sus creencias.
—Me alegra haber sido de ayuda, aunque creo que de momento no podré continuar —continuó hablando. Era cierto que aún tenía su otro revólver, pero no era apto para su uso en entrenamientos, tenía una munición demasiado potente, incluso si aquel hombre era de hierro estaba casi segura de que podría traspasar su piel.
Aguardó la respuesta, fuera buena o mala. Luego ya se iría, tenía que empezar a trabajar.
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La chica parecía haberse sorprendido por la patada, pero su reacción fue mejor de lo que el agente se esperaba. Aunque la auténtica sorpresa vino cuando le preguntó por algo que le había sucedido.
- No puede ser...¡es imposible que tú hayas usado haki!
¿Cómo una mujer como ella podía despertar ese poder? No lo sabía, pero eso había opacado la alegría que había sentido por dominar su nueva técnica. Lo único que en ese momento hizo que no saltase de rabia fue la despedida de la mujer, que le dejó solo con sus pensamientos.
- No puede ser...¡es imposible que tú hayas usado haki!
¿Cómo una mujer como ella podía despertar ese poder? No lo sabía, pero eso había opacado la alegría que había sentido por dominar su nueva técnica. Lo único que en ese momento hizo que no saltase de rabia fue la despedida de la mujer, que le dejó solo con sus pensamientos.
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