Esto es solo para el papeleo [Priv] [Zuko - Al]

Un brazo escayolado y vendas en la cara, tapando su ojo perdido, el cual le habían dicho no tardaría en ser reemplazado. Además, vendas cubriendo su torso bajo la ropa. El recién ascendido a vicealmirante suspiró, aún cansado y algo estresado por los eventos ocurridos en la aguja. Se encontraba en un buque de guerra de la marina, en el camarote más grande y mejor equipado de toda la embarcación. Bajo sus pies, al otro lado de aquel suelo de madera, había una sala en la que se encontraba, tirado sobre una camilla, un comatoso Krauser vigilado en todo momento. El vicealmirante había sido cargado con la tarea de transportarlo hasta Water Seven, donde sería movido en un tren marítimo hasta Ennies Lobby y sería juzgado en el acto. Además, en la isla se encontraba un almirante, por lo que además debería pasar por él para realizar el informe y papeleo del arresto.

El dragón suspiró. Le habían prohibido mencionar la verdadera historia a nadie que no fuese el almirante. Todos los marines que allí se encontraban le creían un héroe, el dragón que venció él solo al gran Krauser, ex-almirante y poderoso enemigo del gobierno. Mentiras, todo mentiras. Sin Zane o Deathstroke, Zuko ahora mismo estaría muerto y posiblemente todo el mundo que estaba en la aguja también. El almirante Al ya había sido informado un poco de la situación, tanto de la llegada de Zuko como de la derrota de Krauser, aunque no entraron en detalles en la carta enviada. No, confiaban en que los detalles los diese el vicealmirante, pues era quien estuvo allí.

La puerta del camarote se abrió y un marine le indicó que ya habían llegado. El dragón se puso de pie y, con la mano bueno, se puso la capa sobre los hombros. Salió del camarote y se dirigió a cubierta, donde vio a un destacamento entero de marines llevando lo que parecía ser una enorme jaula con ruedas. Parecía un bloque de hormigón con una pequeña ventana con barrotes de kairoseki que daba lugar a su oscuro interior y, si mirabas dentro, se podría ver a Krauser tumbado, sujeto con correas e instrumental médico de soporte vital. El dragón bajó por la pasarela el primero, seguido por los marines que con cuidado bajaban la jaula, atrayendo la mirada de todo el mundo en el puerto de aquella transitada isla. En principio, se le había pedido al almirante que estuviese en el puerto a aquella hora para recibirles, pero en el caso de que no estuviera simplemente lo llevaría hasta el cuartel. Aunque, siendo sinceros, no tenía ningunas ganas de atraer todavía más miradas.

Y, tal como le habían dicho, allí se encontraba el almirante Koneko. Un hombre al que Zuko solo había visto de lejos o en fotos. Esta sería la primera vez que interactuase directamente con él, lo cual tenía mucho sentido. El rubio era una de las pocas personas que tenían un rango superior al suyo, después de su último ascenso. Tenía más o menos la misma altura que el dragón, aunque en aquel momento lo llevaba de manera más digna que él, que iba vendado y parecía recién salido de un hospital. El almirante no parecía herido, y aquello le daba una idea del poder que puede llegar a tener si salió casi indemne de la aguja. El hombre iba acompañado de una mujer que parecía atenta a todo lo que ocurriese. El vicealmirante se cuadró e hizo un saludo militar con el brazo bueno.

—Almirante Koneko. —Se relajó entonces y miró hacia el bloque de hormigón en el que habían traído al revolucionario, que ya habían bajado por completo de la pasarela. Los marines también se cuadraron para saludar al almirante—. El prisionero está ahí dentro, puede usted comprobar su estado si lo desea. Está... bueno, está vivo. Si estiramos mucho el significado de esa palabra, claro. Según el informe está en un estado comatoso, con graves quemaduras producto del combate y órganos severamente dañados por las mismas. Ven muy difícil, por no decir imposible, que llegue a despertarse algún día o que pueda estar sin soporte vital. Y aún así lo quieren juzgar. En principio, ahora vamos a llevarlo en un tren especial hacia Enies Lobby, donde recibirá su... sentencia. Si quiere ver al prisionero, le pido que lo haga ahora, antes de que se lo lleven hacia la estación.

Esperó a su respuesta y acción. Después, cuando hubiese terminado de comprobar su estado y le hubiese dado vía libre, daría la orden de que lo llevaran a la estación y lo esperasen allí.

—Tengo órdenes de informarle de la situación con detalles que solo puede oír usted. Tal vez un despacho en el cuartel sería un lugar más discreto. Y... —miró a la mujer un instante para después volver a mirar al almirante—. Debo recalcar que mis órdenes son que esa información es solo para sus oídos. Sin embargo... no me negaré a que esté presente quien usted guste.

El dragón escuchó la reprimenda del almirante con atención, sin dejar que su rabia se mostrase en su rostro. A él mismo le parecía indigno y sin honor que un hombre dormido se llevase a juicio. ¿Pero qué podía hacer? Tras varias quejas, ya le habían indicado que era casi imposible su recuperación, aunque nunca le dieron detalles. El dragón siempre había sospechado que le mentían para que se callase y bajase la cabeza de una vez. Sin embargo... Era eso. ¿Qué podía hacer él? Órdenes eran órdenes y... No. El almirante tenía razón. El vicealmirante paró al marine que encabezaba el pequeño escuadrón que llevaba al revolucionario.

—En el tren ya tienen órdenes de no marchar de la estación hasta que yo esté dentro. Añade también que Krauser no subirá a ese tren hasta que yo lo diga.

El marine asintió con un saludo militar y después empezó a llevarse aquella pequeña prisión portátil. Zuko los miró marcharse y después miró al almirante. Lo siguió hasta el cuartel, después de que enviara lejos a su acompañante. O él creía que irían hasta el cuartel. El almirante empezó a caminar por el mar congelado hacia su propio barco, a lo que el dragón le siguió. El frío a su alrededor le resultaba incómodo y, sin duda, molesto. Llegó entonces a su despacho, tras su invitación, y escuchó su ofrecimiento de pasar a las palabras confidenciales.

—Tal vez haya oído ya lo que se dice. Que me crucé con Krauser en la aguja, que trabajaba para Brownie y que lo derroté. Las pruebas apuntan a ello. Las quemaduras, los golpes fuertes... —Se miró la mano para después cerrarla en un puño tenso—. Pero son mentiras. La verdad no me dejan contarla excepto a usted. Lo cierto es que yo no derroté a Krauser. Fui vapuleado, casi humillado, y habría muerto de no ser por la ayuda de los piratas Zane D. Kenshin y Deathstroke. Krauser estaba siendo controlado por Brownie y en un último de acto de rebeldía, intentó volar la aguja y matar al revolucionario que estaba detrás de todo. Sin embargo, eso habría matado a todo el mundo que estaba dentro de la estructura, así que tuvimos que detenerle. Kenshin y yo combatimos con él mientras que Deathstroke y el revolucionario Osuka Sumisu buscaban la manera de evitar que explotase la aguja. Mis órdenes eran claras y concisas: Mentir. Decir que había sido yo, llevarme el mérito y la gloria, incluso me vería recompensado con un ascenso. Ni siquiera me dieron a elegir, llenaron el informe con la historia oficial... Sin embargo, he de confesarle... No he cumplido esa norma. Cada vez que un ilusionado marine me ha preguntado como me sentí en esa batalla... les he contado la verdad. Han sido pocas veces, pero han ocurrido. No me veo capaz de mentir a nadie sobre ello.

Durante un instante apartó la mirada, pero enseguida volvió a clavar el ojo bueno en la mirada del almirante. Cualquier cosa podría salir de sus labios ahora. Un castigo, una degradación, lo que sea. Pero lo iba a afrontar.