[Segunda Ronda] Gerald Ichizake vs. Osuka Sumisu

¡Comienza el de menor nivel!

Casi parecía que fuese a luchar en el desierto. La amplia explanada arenosa, salpicada de dunas aquí y allá, daba la sensación de no tener fin. Las gradas sobrecargadas de espectadores que la enmarcaban parecían muy distantes, más aún teniendo en cuenta que Gerald ignoraba a todos los asistentes del público por sistema. No eran sus ojos los que le interesaba que se posaran sobre él, ni sus vítores los que quería escuchar.

El terreno no era muy de su agrado. Ignoraba a qué tipo de rival se enfrentaría, pero la arena nunca era un buen entorno donde desenvolverse. Se metía por doquier y era ridículamente fácil perder pie y caer al suelo. No era el entorno adecuado para una batalla rápida. Ignoraba qué tipo de rival tendría que enfrentar, pero confiaba en que supusiese también una desventaja para él.

Poco o nada sabía del oficial Osuka Sumisu. Había oído apenas rumores sobre aquél a quien llamaban Golem, pero jamás le habían interesado lo más mínimo las idas y venidas del Ejército Revolucionario. Aquella organización se le antojaba irrisoria, ridícula, una promesa incumplida en sí misma. Un grupo que basaba su existencia y su nombre en la oposición al poder en poco se diferenciaba de un perro que persiguiera una pelota. Por muy fieramente que lo estrujasen entre sus fauces, al final tendrían que devolvérselo a su dueño para que volviese a lanzárselo. Era su naturaleza, simplemente.

Ocupó el centro del estadio, como consideraba educado entre rivales amistosos. Volutas de arena se elevaban a merced del viento para luego volver a caer y acumularse con sus infinitas congéneres. Recordó la última vez que estuvo en un lugar similar a éste, en el desierto ardiente de Isla Arenosa, y lo apartó de su mente cuando amenazó con desconcentrarle. Centró sus pensamientos en el filo de su espada y en el efecto milagroso de la morfina y la medicina moderna que se había ocupado de las heridas recibidas en el combate anterior.

Más le valía no llevarse muchas como recuerdo de su segundo encuentro, o quién sabe si llegaría al sexto.

El oficial sentía bastante somnolencia en el cuerpo, pues no había dormido bien después del combate contra Thawne. Por una parte, estaba aliviado por aguantar aquella bestiada de ataque sin séquelas, pero por otra… le daba tanta rabia haber perdido por segunda vez contra aquel tipo. De no ser por los sedantes del equipo medico del torneo, no hubiera pegado ojo. Ademas, tenía suerte de que no fuese rencoroso, porque si no, esto le carcomería el resto del torneo.

A diferencia del último combate, el escenario era más cálido que el campo nevado. Es mas, era todo desértico, sustituyendo una superficie nevada por unas hipnotizantes dunas de arena. Aquello ya le gustaba más, pues hacia un calorcillo agradable y no era la primera vez que caminaría (Ni pelearía) en el desierto. Incluido, al menos, su versión en miniatura. Mientras avanzaba por el terreno no pudo evitar deslizarse por una de las dunas, a la vez que la arena volaba mientras los pies se abrían camino. Hubiese soltado un “Wiiii”, pero no le pareció apropiado ante tantos desconocidos.

Al ver a su contrincante… Pues no podía expresar muy bien sus sentimientos, pues sencillamente no tenia pajolera idea de quien era. Ya a primera vista, se veía que no era precisamente de orígenes humildes. Solo esperaba que no se comportase como un pijo de ciudad, o seria insoportable aguantarlo, pero a su vez se quedaría tan a gusto dandole de bofetones…

- Se supone que en este torneo venían celebridades. Sin embargo, perdona mi vocabulario, pero no tengo ni puta de quien eres. –se rasco la nuca. Uno de los cortes del combate anterior le picaba de forma desagradable-. He oído que luchaste el otro día contra un Markov. ¿De verdad es un…? –con ambos dedos índices hizo el gesto como de tener grandes colmillos e imito el típico gruñido hastió, propio de un chupasangre.

Que tipo tan... normal. Normal fue justo la palabra que le vino a la cabeza a Gerald cuando su rival apareció. Osuka Sumisu, respetado criminal en las filas de la Revolución y malhablado esquiador de dunas. No era la clase de persona intimidante que uno podría esperar en ese tipo de competición, pero tampoco la clase de poderoso luchador que encajaba en el perfil clásico de un alto rango militar. Casi parecía un tipo que estuviese allí para darse un paseo al sol.

-No hay mucha gente que sepa quien soy. Por eso estoy aquí -dijo Gerald. No era del todo exacto, pero más o menos era así-. Tal vez alguien me conozca si gano. O no. En realidad no importa mucho, ¿no crees?

Sondeó al oficial para hacer una idea de su poder. No era en absoluto despreciable, tal y como se imaginaba, pero creía poder enfrentarlo. Su nivel de fuerza aparentemente no distaba mucho del de Ivan, y sería mucha casualidad que también pudiese curarse de esa forma tan horriblemente desagradable. Se preguntaba que clase de poder tendría. Podría averiguarlo con facilidad, pero no se jugaba nada realmente, así que prefirió no arruinar la sorpresa.

-Yo no llegué a verle los colmillos, la verdad -¿Es que todo el mundo sabía lo que era Markov? Debería haberse molestado en investigar un poco más a unos cuantos criminales-. Pero sí que pude notarlos -Señaló la venda que cubría su cuello, ocultando las marcas que los dientes del vampiro dejaron en su carne-. Si yo fuera tú intentaría no encontrármelo por la noche.

"Aunque tampoco te convendría encontrarte conmigo."

-Por cierto, oí que perdiste en un concurso de pulsos con un pez. ¿Es eso cierto? -preguntó. Se lo había contado aquel engendro, Maki, la vez en que se lo encontró.

Sin perder más tiempo, desenvainó la espada y optó por ceder a su contrincante el primer golpe. No pensaba lanzarse de cabeza contra otro potencial monstruo de poderes desmesurados y extravagantes.

Simplemente se encogió de hombros ante la  respuesta de Gerald. Era una respuesta bastante rebuscada, para al menos el revolucionario, pero no le podía negar que el ser conocido solía ser algo que venía de improvisto. Cuanto más buscara la fama, más rápida huiría la condenada. Con el paso del tiempo se aprendía era mejor no como obsesionarse y no forzar la máquina.

Por lo de Markov, le sorprendió un poco que aquel pobre diablo hubiera recibido un mordisco de un vampiro. Tenía que ser un vampiro, o si no, porque diantres le mordería en todo el cuello. Le hubiese avisado de que se desinfectase bien eso, pues no estaba seguro de como la aristocracia Markov expandía su aquelarre vampírico, pero no había nadie que no hubiera estado viviendo bajo una piedra sobre las leyendas de Derian -Por no contar que el oficial incluso tuvo a una Markov entre sus compañeros en la Quimera- y ya suponía que Gerald hubiese tomado ya medidas.

- ¿Un pez…? ¿Te refieres a Maki? El noventa por ciento de su estructura es moco, un pulso con él es como intentar agarrar un cerdo engrasado… -no quería ofender a Maki. Se le cogía cariño, pero era bastante cierto lo que había dicho.

Su contrincante desenvaino, lo que hizo mostrar a Osu una sonrisa ladeada a la vez que sus brazos estaban cruzados. Sabia como era una hoja con solo mirarla, y está en particular, era buena. Fuese quien fuese quien la fabrico, hizo bien su trabajo.

Cerro los ojos unos instantes, para inmediatamente abrirlos de golpe. A su vez, entre las dunas algo se abría paso, haciendo que la arena volase mientras se recorría la estancia, cada vez más cerca del espadachín. Justo cuando estuviera debajo de él, una estalagmita emergería a gran velocidad con intenciones poco agradables para el contrincante del oficial. Mientras tanto, se equipó con un guantelete distinto en cada mano. Uno con afiladas garras y el otro con una cadena rodeando el antebrazo. Esta vez no se iba a contener.

Así que lo del pez era cierto... Gerald siempre había creído que era todo un invento de aquella mente perturbada y subacuática. Supuso que si aquella cosa asquerosa había podido derrotar a Sumisu, no debería ser demasiado difícil para él lograrlo. Al fin y al cabo, Gerald era mucho más inteligente y bastante más malintencionado que el pez.

Siguió con la mirada el veloz y antinatural movimiento de la arena. Daba la sensación de que había una criatura escarbando en el subsuelo, deslizándose bajo la arena de forma imposible. No tenía sentido que fuese un animal, por lo que sin duda la culpa correspondía al revolucionario. ¿Era ése su poder? ¿Podía mover la arena, llamar al viento, manipular el entorno de algún modo que desconocía? No importaba demasiado por el momento. Fuera lo que fuese, iba en línea recta; era fácil de prever.

Aguardó al último momento para moverse hacia la derecha. No se permitió el lujo de sorprenderse cuando vio la gruesa espina de roca que creció en el sitio donde él había estado hasta hacía un instante, aunque sí notó como la preocupación en su interior subía un peldaño. Combatir contra alguien capaz de manipular la piedra a su antojo podía ser problemático. Sería como enfrentarse al estadio entero.

Echó a correr incluso antes de que la estalagmita hubiese terminado de surgir del suelo. La arena se separó momentáneamente del suelo cuando Gerald se puso en marcha a gran velocidad, con la espada presta para un ataque veloz. Se acercó al oficial y le tanteó con un tajo horizontal directo al abdomen que Gerald tenía pensado acompañar por un corte inmediato en dirección contraria, esta vez a la altura de la cabeza.

El espadachín lo esquivo con cierta facilidad, cosa que no era muy difícil. Así lo había hecho a propósito. Podía haber llevado la espina pétrea directamente en vez de hacer el paripé en plan tiburón arenero, pero así eran los procedimientos del arte del tanteo. Poquito a poquito.

Le decepciono ese rostro inexpresivo de aquel individuo. ¿Tan difícil era darle aunque fuese una mueca de sorpresa o algo por el estilo? Seguro que era de esos que iban a las fiestas para luego decir “Yo no bailo”. Bastante sosaina el chaval, y eso le preocupaba. Los sosos solían ser los más peligrosos debidos a sus comportamientos fríos y calculadores.

Gerald corrió a rápidamente a por el oficial. Por su complexión parecía confiar más en su velocidad que en su fuerza. Pero tenía la ventaja de que el terreno desértico dificultaba el movimiento al caminar. Y eso no iba a ser lo único que le iba a complicar las cosas, pues con un chasqueo de dedos, decenas de manos rocosas empezaron a obstaculizar los pasos de su contrincante como una tierra maldita de no muertos intentando llevárselo al otro lado del limbo. Cosas espeluznantes como esas se le ocurrían a la gente que tenía su base central en Thriller Bark.

Una vez su velocidad se vio reducida, pudo gestionar mejor como se antojaría la ofensiva de su rival. El primer tajo lo esquivo con facilidad, pero con el segundo tuvo que bloquearlo con la mano recubierta con el guantelete, ya que fue directo a la cabeza. No hubo corte, pero la inercia hizo que su propia mano chocase contra su frente, que resultaría en un pequeño hematoma, pero era mejor que la cabeza rebanada. Aun aguantando el filo de la espada y debido a la corta distancia, le propino un buen cabezazo directo a la cara para desorientar-lo.

Cosis:

Si correr en la arena ya resultaba desagradable, tener que maniobrar entre la manada de manos de piedra que brotaban de ella como un horrendo cultivo que pugnaba por atraparlo era todavía peor. Se sintió un tanto ridículo teniendo que evitar que ninguno de los mil dedos de roca se cerrasen en torno a sus piernas como un cepo, eso al mismo tiempo le proporcionó una valiosa información sobre el alcance de los poderes del revolucionario. Había podido invocar aquellas cosas sin esfuerzo alguno, así que debía haber refinado su habilidad hasta un grado considerable. Iba a tener que andarse con ojo, porque si podía hacer brotar del suelo cualquier formación rocosa que desease, seria complicado acercarse a él.

Cuando el revolucionario aferró su espada, Gerald se imaginó lo que venía a continuación. Esperaba un puñetazo o incluso un fuerte patadón, pero que le atacara con la cabeza le pareció de lo más burdo. Se limitó a torcer la cintura para evitar el cabezazo y agarró la empuñadura de su arma también con la otra mano.

Fue entonces cuando dejó que su mente echara el vuelo. Al contrario que su cuerpo, que se veía limitado por las mundanas contrariedades que el terreno o sus rivales tuviesen a bien imponerle, su mente era totalmente libre para moverse en cuanto entorno se le antojara para penetrar en el cerebro de su objetivo. No había clima o entorno que pudiese ponerle trabas, obstáculo ni trampa capaz de detenerla. Era el poder invisible y certero que acechaba a su enemigo sin importar las circunstancias ni las limitaciones.

No tenía intención de influir en el oficial de forma muy agresiva, al menos no mientras no fuese necesario. Por el momento tan solo pretendía extirpar su espada de la cabeza de Sumisu, hacer que tanto su memoria como sus cinco sentidos la ignoraran totalmente. Quería que la olvidase y que no pudiera volver a percibirla, de forma que, no solo la soltara de inmediato, si no que fuese incapaz de oír ni de ver su negra hoja acercándose cuando Gerald saltase sobre él y proyectase un tajo descendente para cortarle profundamente a la altura de la clavícula. Salvo sorpresas inesperadas, para él sería como si no estuviese combatiendo a un espadachín.

Con suerte podría incapacitar a Sumisu rápida y eficazmente sin tener que acabar con su vida ni dejarle secuelas mentales permanentes. Parecía un tipo agradable y sería una pena tener que lidiar con él de forma excesivamente brusca. Qué imagen daría Gerald entonces...

El espadachín se encorvo cuando el revolucionario le respondió a la agresión con el cabezazo. Que desconsiderado. Aquello le había sentido como cuando te hacían la cobra con un beso. Todo eso mientras intentaba recuperar su espada con ambas manos… ¿Espera, tenía una espada? Imposible, no había ninguna espada ahí… pero entonces, ¿que estaba sosteniendo?

El oficial parpadeo un par de veces y miro su mano que estaba levantada sin sentido y manoseando en el aire. Esto era raro y el sabia del tema, que por algo tenía un collar parlante y demás virguerías. Desconocía que coño le había inyectado los del equipo médico del torneo, pero era mierda de la buena. O es que quizá aquel espada-, ¿porque decía espadachín? Si está claro que no tiene una puta espada. El caso, llamémosle Gerald a secas, ¿quizá había sobornado a los médicos para que le pinchasen cosas turbias y así ganar de forma sucia? De ser así, no molaba. No molaba nada.

Por suerte, sus sentidos eran suficientes como para esquivar aquel golpe descendente algo raruno. Para alguien que lucha sin armas no era el mejor de los movimientos. Levanto una nube de arena para tener tiempo para distanciarse un poco de su contrincante.

- No se coño estás haciendo –se frotaba los laterales del cráneo con los dedos, buscando un retorno de claridad que le estaba costando recuperar–, pero voy a hacer que se termine cuanto antes.

Apretó los puños con fuerza, dio un resoplido y una gota de sudo empezó a caer de su frente. Entonces un pequeño temblor azoto el terreno, más concretamente donde se encontraban los dos contrincantes. Y sin más, la arena empezó a hundirse, como un torbellino en mitad del desierto. Para los más intelectuales, les recordaría  a las mortales trampas de arena de las hormigas león, pero en tamaño extra grande. Cuanto más intentase forzar su escape más arena le caería encima, sin tener en cuenta que las manos de piedra le seguían acosando. A su vez, el revolucionario se apoyaba en finas torres de roca, parecidos a un juego de zancos para niños, que desaparecían y aparecían a cada paso que daba. No deseaba enterrarle vivo, pero si lo suficiente como para inmovilizarlo y así tener una clara victoria.

El revolucionario seguía entero, pero revertir eso era cuestión de tiempo. No podría evitarle por siempre, o al menos eso esperaba Gerald. Sabía que contra alguien con un poder tan problemático, lo mejor era ser rápido y eficaz, una acometida rauda y certera que no diese pie a pétreas y odiosas réplicas. El problema estribaba en que luchaba en un terreno que parecía conspirar en su contra. Ya no solo intentaba atraparle, sino que ahora quería tragárselo.

La arena comenzó a caer en tromba hacia una depresión del suelo aparecida por arte de magia, deslizándose como una cascada cobriza que arrastraba en su corriente a todo lo que osaba adentrarse en ella. Gerald intentó salir de aquella trampa potencialmente mortal, pero daba la sensación de que sus pasos eran contraproducentes. La arena le iba cubriendo cada vez más según le iba arrastrando hacia un destino incierto. ¿Habría fondo allí abajo? ¿Le esperaba un ataúd de arena, abierto y a la espera como las negras fauces de una criatura abisal? Lo curioso era que no había percibido gesto alguno antes de que Sumisu activara su técnica. Al parecer podía usar su poder mediante la pura concentración, algo que a Gerald le resultaba de lo más interesante.

Cuando asumió que difícilmente saldría de esa situación por medios normales, hundió su espada en busca de un asidero algo más sólido y extrajo de la bolsa uno de los Ojos del Viento, el más pequeño. Permitió que la arena se lo tragase una vez activado, dejándolo a una distancia que calculaba prudencial. Era el más pequeño, pero no convenía descuidarse con esas cosas. Durante los escasos segundos en los que el aparato absorbía aire y arena antes de detonar, Gerald, cada vez más cubierto por aquel mar desértico, aprovechó para proyectar otra ilusión en la mente del oficial. Esta vez una algo menos sutil que la anterior: haría que no pudiese sentir las piernas. A ver si así seguía saltando de roca en roca...

En cuanto el Ojo se activó, una potente sacudida levantó un surtidor de arena. Durante un segundo, la densidad de arena alrededor de Gerald disminuyó considerablemente, lo que le permitió saltar. Su objetivo fue la esfera metálica, momentáneamente al descubierto tras la potente detonación, la cual usó como punto de apoyo para impulsarse todo lo lejos posible del agujero que trataba de devorarlo, en dirección a la última columna de piedra que Sumisu había usado en su beneficio. Sin sentir las piernas, Gerald esperaba que cayese o algo así, aunque no necesitaba más que supusiese una distracción, aunque fuese momentánea. El tiempo justo para que su ataque impactara en él.

Aferró con fuerza la espada y lanzó una estocada en dirección al oficial a una distancia a la que su hoja no podría alcanzarlo. No obstante, el aire mismo colaboró para lograrlo, proyectándose hacia delante con la fuerza de un cañón capaz de perforar aquello que osase interponerse en su camino.

Luego cayó sobre la arena -por suerte, un poco más allá de la zona de peligro- y se apartó del rango de influencia de aquel sumidero maléfico en el que había abandonado uno de sus Ojos. Era una lástima dejar allí la esfera, pero ya la recuperaría luego. Lo importante era la victoria; todo lo demás podía esperar.

Poco a poco el espa… GERALD. Que no era un espadachín, maldita sea. Desde luego, hoy tenía un día tonto. Reposicionemos, su… “contrincante” se veía envuelto en una situación complicada. Pues poco a poco era tragado por la trampa de arena y como supuso el oficial, cuanto más se esforzaba, mas arena le caía encima. En parte no podía evitar sentir lastima por él, por otra podría merecérselo por provocar-le aquel malestar al revolucionario, y por una tercera parte; ¿En qué ocasión podría repetir aquello? No es como si le dejasen ir al desierto a patear culos muy a menudo.

Continuo caminando plataforma por plataforma, pero el pestañeo confuso volvió y para cuando se quiso dar cuenta estaba cayendo en picado. Levanto y una mano y como una imitación, un brazo gigante de piedra apareció y su mano de igual medida le intercepto en el aire.
Se alarmo al no sentir las piernas, incluso al palparlas, pero al bajar la vista y ver a sus herramientas de correr le hicieron suspirar de alivio. Como a la mayoría de las personas, le tenía cierto aprecio a sus extremidades. Aparte de que no volvían a crecer, lo cual era un putadon. Sus sentidos volvieron contra su contrincante cuando la arena de la trampa exploto y veía al sujeto salir disparado contra él.

“Ay madre, esto va doler”. Pensó mientras ambos brazos en haki azabache y se puso en posición defensiva tan bien como se podía sin mover los pies. El impacto no fue agradable, fue como recibir un obús a bocajarro. El revolucionario salió disparado por el impacto, justo directo a la trampa de arena que el mismo había creado provocando un estallido de arena por el aterrizaje. Lo peor, al no sentir las piernas y la arena que ya tenía encima, estaba inmovilizado.

- Vale, AHORA me ha cabreado –musito cuando finalmente la arena se lo trago-.

Paso un instante, y otro, y un tercero. El público comenzó a murmurar preocupado, pues habían venido a ver gente pelear, no a ver como alguien moría asfixiado. El equipo del estadio ya se estaba preparando para el rescate, o al menos la recuperación del cuerpo. Y entonces ocurrió.

Un brazo gigante de roca sobresalió de la arena, y tras él, un segundo. Se apoyaron en la superficie, para emerger el resto de un titánico cuerpo. Antes de que el público pudiera reaccionar, un ser del tamaño de un gigante completamente de piedra había nacido de las arenas. El coloso miro fijamente a Gerald, el crujido y chirrido de la piedras entre si simulaban un pesado gruñido. Su brazo derecho se balanceo hacia atrás para coger inercia y arremeter en un potente barrido, destruyendo toda duna de arena que se encontraba y convirtiendo el área de efecto en un terreno más o menos llano.

Cosas: