- Descripción aproximada de la arena del torneo:
- Se trata de un campo de batalla de ciento veinte metros de largo y noventa de ancho, cuya entrada desciende hasta hundirse en la tierra. Se trata de un gran cráter rocoso y muy abrupto. Lo curioso de este terreno es que cada cierto tiempo (una vez cada tres turnos) hay una sacudida del terreno de juego (un pequeño terremoto) que puede desestabilizar a los combatientes.
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Ichizake
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Combatir en un enorme cráter repleto de pedruscos cocidos al sol no hacía justicia precisamente a sus expectativas. En aquella competición del diablo le habían hecho pelear en un páramo desértico y en una llanura nevada, seguramente en un alarde de horripilante originalidad; era de esperar que los siguientes entornos fuesen al menos igual de desagradables. Aun así, aquél se llevaba la palma. Parecía que ya hubiese sido destrozado previamente en alguno de los encuentros anteriores y nadie se hubiera molestado en arreglarlo. ¿Para qué, si les había quedado un campo de batalla a la altura de los anteriores en cuanto a incomodidad?
Gerald contempló la brusca caída hasta el fondo del precipicio. Las piedras sueltas convertían aquel desnivel en una peligrosa sentencia de muerte, o al menos en garantía de más de un moratón. Se colocó en el borde y empujó una piedra con la punta de la bota. Pronto perdió la cuenta de las veces que la roca rebotó hasta llegar al final, despertando a muchas de sus compañeras por el camino y arrastrándolas con ella al fondo. Compuso una mueca de desagrado. Enfrentarse a alguien en un agujero en el suelo no era ni mucho menos lo más desagradable que hubiera hecho alguna vez, pero tampoco correspondía a su estándar de un terreno ideal.
-Bien, pues que así sea -murmuró para sí.
Dejó el pesado maletín junto al borde del cráter y él mismo tomó asiento en un saliente a su lado, con cuidado de no dejarse llevar por la gravedad. No tenia intención de meterse en ese agujero potencialmente mortal si podía evitarlo, y desde luego no sería voluntariamente. Prefería conservar la ventaja de la altura mientras le fuera posible, y más teniendo en cuenta a quién se enfrentaba.
Una semana había pasado desde su último encuentro con lo más granado de la piratería, y esta vez tendría enfrente a otro de los elementos más selectos de tan desagradable círculo. Si ya había encontrado en Ivan Markov un rival peligroso, no quería imaginar qué sería de él si se dejaba atrapar por su capitana. Había oído historias sobre Katharina, pero a pocas de ellas les concedía crédito. Incluían demasiados elementos fantásticos, casi mágicos, y a veces incluso sin el "casi". De tantos relatos se desprendía algún tipo de poder, aunque no quedaba demasiado claro cuál era su naturaleza. En cualquier caso, Gerald no tenía intención de forzar un enfrentamiento directo con ella. Demasiados ceros sobre su cabeza y demasiadas incógnitas en torno a su supuesta fuerza colosal. Sería mejor tomárselo con calma.
Además del maletín había llevado otra cosa consigo: su violín. Abrió el estuche y lo depositó con cuidado a un lado después de coger el instrumento. Estaba seguro de que al público le agradarían unas cuantas notas antes de que la batalla produjera otro tipo distinto de música. Con el arco y las cuerdas, Gerald daba a luz a un sonido del que ningún oído humano en los alrededores podía escapar. Su música calmaba los ánimos y sosegaba el alma, daba al ambiente un carácter de adecuada armonía y añadía el toque de elegancia que a aquel torneo le faltaba.
Todo el mundo sabía que la música era muy útil para relajarse antes de entrar en liza. Y si, de paso, le ayudaba a encontrarse una mente despejada cuando quisiese entrar en ella, pues bienvenida fuera esa casualidad. No dejaban de ser gajes del oficio.
Gerald contempló la brusca caída hasta el fondo del precipicio. Las piedras sueltas convertían aquel desnivel en una peligrosa sentencia de muerte, o al menos en garantía de más de un moratón. Se colocó en el borde y empujó una piedra con la punta de la bota. Pronto perdió la cuenta de las veces que la roca rebotó hasta llegar al final, despertando a muchas de sus compañeras por el camino y arrastrándolas con ella al fondo. Compuso una mueca de desagrado. Enfrentarse a alguien en un agujero en el suelo no era ni mucho menos lo más desagradable que hubiera hecho alguna vez, pero tampoco correspondía a su estándar de un terreno ideal.
-Bien, pues que así sea -murmuró para sí.
Dejó el pesado maletín junto al borde del cráter y él mismo tomó asiento en un saliente a su lado, con cuidado de no dejarse llevar por la gravedad. No tenia intención de meterse en ese agujero potencialmente mortal si podía evitarlo, y desde luego no sería voluntariamente. Prefería conservar la ventaja de la altura mientras le fuera posible, y más teniendo en cuenta a quién se enfrentaba.
Una semana había pasado desde su último encuentro con lo más granado de la piratería, y esta vez tendría enfrente a otro de los elementos más selectos de tan desagradable círculo. Si ya había encontrado en Ivan Markov un rival peligroso, no quería imaginar qué sería de él si se dejaba atrapar por su capitana. Había oído historias sobre Katharina, pero a pocas de ellas les concedía crédito. Incluían demasiados elementos fantásticos, casi mágicos, y a veces incluso sin el "casi". De tantos relatos se desprendía algún tipo de poder, aunque no quedaba demasiado claro cuál era su naturaleza. En cualquier caso, Gerald no tenía intención de forzar un enfrentamiento directo con ella. Demasiados ceros sobre su cabeza y demasiadas incógnitas en torno a su supuesta fuerza colosal. Sería mejor tomárselo con calma.
Además del maletín había llevado otra cosa consigo: su violín. Abrió el estuche y lo depositó con cuidado a un lado después de coger el instrumento. Estaba seguro de que al público le agradarían unas cuantas notas antes de que la batalla produjera otro tipo distinto de música. Con el arco y las cuerdas, Gerald daba a luz a un sonido del que ningún oído humano en los alrededores podía escapar. Su música calmaba los ánimos y sosegaba el alma, daba al ambiente un carácter de adecuada armonía y añadía el toque de elegancia que a aquel torneo le faltaba.
Todo el mundo sabía que la música era muy útil para relajarse antes de entrar en liza. Y si, de paso, le ayudaba a encontrarse una mente despejada cuando quisiese entrar en ella, pues bienvenida fuera esa casualidad. No dejaban de ser gajes del oficio.
Katharina von Steinhell
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Después de todo lo que había sucedido con la Orden Carmesí, jamás pensó en que acabaría volviendo tan pronto a la isla donde estaba Ivan. Mucho menos imaginó que terminaría uniéndose por segunda vez al Torneo del Milenio. Había regresado con la intención de apoyar a su mejor amigo, pero cuando se le presentó la oportunidad de volver a participar… Bueno, ahora su nombre volvía a figurar en la tabla de posiciones. Se llevó una sorpresa al darse cuenta de que Thawne, un hombre con un orgullo tan grande como el de cierto vampiro que conocía, se había salido del evento. Una lástima; quería ver en acción al ex-agente del Cipher Pol. Ahora, ¿por qué se había vuelto a ofrecer? Si bien el mundo no lo sabía, había perdido una gran parte de sus habilidades —por no decir prácticamente toda—. Necesitaba ponerse a prueba a sí misma con rivales dignos de sus capacidades, y el Torneo del Milenio resultaba una oportunidad de oro.
—Esta vez pelearás amistosamente —regañó a su propio reflejo en el espejo del camarín, frunciendo el ceño y levantando el índice.
Miró el traje de bruja que le había dejado «Disfraces Gorrión», su nuevo patrocinador en el Torneo del Milenio. Primero se fijó en el sombrero de ala ancha y pico retorcido que caía sobre sí mismo. Lo más peculiar de esta pieza era la “terrorífica” cara grabada en la tela: una sonrisa con dientes puntiagudos y unos ojos maliciosos, como si expeliese llamas anaranjadas. El vestido era ajustado y de cuello cerrado, aunque dejaba a la vista tanto los hombros como una buena parte del escote. ¿Cuál era la manía de andar mostrando las tetas…? Las mangas eran una especie de bombacho que terminaban en un brazal de seda dorado. Y la parte inferior del vestido acababa en pliegues cortados caóticamente. Unas largas calzas cubrían prácticamente toda la pierna, a excepción de la mitad del muslo.
—Ahora sí que puedo hacerle honor a mi apodo, ¿eh?
En el cinturón llevaba a Fushigiri en su vaina negra y con kanjis escarlatas grabados en esta. También contaba con la Hoja de Argoria transformada en una larga katana de metro setenta y cinco, contando la empuñadura que debía ser de unos treinta centímetros. Guardó las gafas térmicas donde buenamente pudo y echó la Prototipo Minicannon en la parte trasera del cinturón. Iba bien equipada al combate contra un hombre cuyo nombre desconocía por completo. ¿Gerald Ichizake? Su nombre no parecía coincidir demasiado con su apellido. Bueno, tampoco importaba demasiado.
No se esforzó en disimular la mueca de desagrado que reflejó su rostro cuando estuvo en el borde del gigantesco cráter. ¿En serio ese era el cuadrilátero que la administración había preparado para ellos…? Vaya, era un poco lamentable. Le echó un rápido vistazo a lo que parecía ser la boca de un volcán. Se le ocurrían un par de ideas para usar el entorno a su favor, aunque le podría haber sacado mucho más juego si contase con su magia elemental de tierra. En fin, no era momento para lloriqueos. Alzó la mirada y del otro lado encontró a su oponente, un hombre de cabellos negros y expresión inquietantemente serena. Ahora se arrepentía de no haberle pedido consejo a Ivan, siendo que este había peleado con Ichizake en la primera ronda.
—Ya debes saber quién soy, pero sería una maleducada si no me presentase como corresponde. Soy Katharina von Steinhell, y probablemente todo lo que sepas de mí es mentira —anunció en voz alta, esperando que su adversario pudiese oírle. Evidentemente, se refería a eso de que el mundo le consideraba una heroína—. Intentaré no ser demasiado dura contigo, lo prometo.
Esperaría a que su oponente se presentase y luego iniciaría el combate. El hecho de que no hubiese descendido ya indicaba que era lo suficientemente listo para no colocarse voluntariamente en una posición desventajosa. Si bien su conocimiento en tácticas militares estaba orientado a un ejército, algunos principios podían aplicarse perfectamente a individuos. Y uno de ellos era la ventaja de la colina. Así que generaría cinco esferas de fuego azul, cada una del tamaño de una rueda de camión, y las lanzaría todas al mismo tiempo. Su objetivo era el talud, justo a unos pocos metros bajo Ichizake, que unía la pronunciada depresión con el borde del precipicio. Quería hacerlo colapsar para que su oponente cayese y perdiese la prodigiosa posición que muy posiblemente buscaba mantener.
—Esta vez pelearás amistosamente —regañó a su propio reflejo en el espejo del camarín, frunciendo el ceño y levantando el índice.
Miró el traje de bruja que le había dejado «Disfraces Gorrión», su nuevo patrocinador en el Torneo del Milenio. Primero se fijó en el sombrero de ala ancha y pico retorcido que caía sobre sí mismo. Lo más peculiar de esta pieza era la “terrorífica” cara grabada en la tela: una sonrisa con dientes puntiagudos y unos ojos maliciosos, como si expeliese llamas anaranjadas. El vestido era ajustado y de cuello cerrado, aunque dejaba a la vista tanto los hombros como una buena parte del escote. ¿Cuál era la manía de andar mostrando las tetas…? Las mangas eran una especie de bombacho que terminaban en un brazal de seda dorado. Y la parte inferior del vestido acababa en pliegues cortados caóticamente. Unas largas calzas cubrían prácticamente toda la pierna, a excepción de la mitad del muslo.
—Ahora sí que puedo hacerle honor a mi apodo, ¿eh?
En el cinturón llevaba a Fushigiri en su vaina negra y con kanjis escarlatas grabados en esta. También contaba con la Hoja de Argoria transformada en una larga katana de metro setenta y cinco, contando la empuñadura que debía ser de unos treinta centímetros. Guardó las gafas térmicas donde buenamente pudo y echó la Prototipo Minicannon en la parte trasera del cinturón. Iba bien equipada al combate contra un hombre cuyo nombre desconocía por completo. ¿Gerald Ichizake? Su nombre no parecía coincidir demasiado con su apellido. Bueno, tampoco importaba demasiado.
No se esforzó en disimular la mueca de desagrado que reflejó su rostro cuando estuvo en el borde del gigantesco cráter. ¿En serio ese era el cuadrilátero que la administración había preparado para ellos…? Vaya, era un poco lamentable. Le echó un rápido vistazo a lo que parecía ser la boca de un volcán. Se le ocurrían un par de ideas para usar el entorno a su favor, aunque le podría haber sacado mucho más juego si contase con su magia elemental de tierra. En fin, no era momento para lloriqueos. Alzó la mirada y del otro lado encontró a su oponente, un hombre de cabellos negros y expresión inquietantemente serena. Ahora se arrepentía de no haberle pedido consejo a Ivan, siendo que este había peleado con Ichizake en la primera ronda.
—Ya debes saber quién soy, pero sería una maleducada si no me presentase como corresponde. Soy Katharina von Steinhell, y probablemente todo lo que sepas de mí es mentira —anunció en voz alta, esperando que su adversario pudiese oírle. Evidentemente, se refería a eso de que el mundo le consideraba una heroína—. Intentaré no ser demasiado dura contigo, lo prometo.
Esperaría a que su oponente se presentase y luego iniciaría el combate. El hecho de que no hubiese descendido ya indicaba que era lo suficientemente listo para no colocarse voluntariamente en una posición desventajosa. Si bien su conocimiento en tácticas militares estaba orientado a un ejército, algunos principios podían aplicarse perfectamente a individuos. Y uno de ellos era la ventaja de la colina. Así que generaría cinco esferas de fuego azul, cada una del tamaño de una rueda de camión, y las lanzaría todas al mismo tiempo. Su objetivo era el talud, justo a unos pocos metros bajo Ichizake, que unía la pronunciada depresión con el borde del precipicio. Quería hacerlo colapsar para que su oponente cayese y perdiese la prodigiosa posición que muy posiblemente buscaba mantener.
Ichizake
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Un sombrero de bruja. Su rival aparecía ataviada con un sombrero de bruja. ¿Acaso le gustaba disfrazarse? Bien podía ser ese curioso detalle el que le hubiera ganado su fama de hechicera. O a lo mejor lo había adquirido precisamente a raíz de esa fama. Gerald no tenía buen recuerdo de las brujas, en cualquier caso. En lo que antaño fuese su patria no se veía con buenos ojos la más mínima sospecha de brujería o de pactos con malévolas fuerzas mágicas. Los sombreros picudos eran parte importante de un estereotipo considerado tabú, eran indumentaria que había llevado a la hoguera a más de una mujer.
-Soy Gerald, de la casa Ichizake -respondió. Cuánto había pasado desde la última vez que se presentara de aquella forma...
Mientras hablaba, continuó tocando. Apenas dedicó una mirada superficial a la pirata, pues tampoco le era necesario. La imagen que obtenía con el mantra era mucho más clarificadora que la que cualquier estudio inquisitivo pudiese ofrecerle. Sus espadas eran lo único sobre lo que merecía la pena centrar su atención -excluyendo, tal vez, sus pechos-, pero no le preocupaban ni mucho menos tanto como sus posibles poderes ocultos. Todo el mundo allí tenía poderes ocultos.
Las llamas se lo confirmaron. Igual que los fuegos fatuos de las historias, las grandes llamaradas azuladas aparecieron de la nada. Gerald se puso en tensión cuando vio que volaban hacia él y comprendió cuál era su verdadero objetivo al ver lo bajo de su trayectoria. Esa mujer quería hacer lo mismo que él habría querido: someterle a la posición desventajosa para poder atacar desde arriba. Lógico, pero inaceptable. Se vio obligado a dejar de tocar cuando el impacto hizo que el cráter se ampliara un poco más. Empujó el maletín para que quedase bajo el umbral del acceso al estadio, de un suelo mucho más sólido, y se echó a un lado para evitar la periferia de la explosión. Con el bajo de la capa en llamas, se deslizó con un perfecto equilibrio por la pendiente hasta la primera roca de considerable solidez y tamaño que vio y la usó como punto de apoyo para saltar a otra parte del borde del agujero con impecable agilidad.
-Disculpe, señorita -dijo tras apagar su atuendo-. Si no le importa, me gustaría terminar esta pieza.
Sin esperar respuesta, retomó su pequeño concierto donde lo había dejado. El arco volvió a recorrer las cuerdas para arrancarles sus melodiosos lamentos. Gerald prefería emplear el violín como arma antes que la espada, al menos por el momento. Junto a la música, también desplegó su mente y la lanzó hacia su público con la misma delicadeza que la melodía que le ofrecía. Extendió su poder hacia la bruja, usándolo al ritmo que su instrumento marcaba.
La música y las ilusiones que Gerald enviaba al cerebro de la pirata iban de la mano, hiladas por el armonioso compás que la habilidad del solista les otorgaba: una bandada de mariposas blancas naciendo del aire con cada nota cuando El soplo de los cielos, la pieza que Gerald interpretaba, alcanzó su ecuador, todas volando en círculos concéntricos que poco a poco iban abarcando la totalidad del estadio; un surtido de flores de colores brotando de entre las rocas del cráter invocadas por el allegro; brillantes luces doradas condensándose a partir de cada nota cuando el tema alcanzó su cenit; un gigantesco torrente de agua recorriendo con furia los pasillos de acceso cuando Gerald aumentó el ritmo frenéticamente.
Cuidó y preparó cada detalle que pudiera ser necesario: cada perla espumosa que salpicaba el entorno, la fría humedad sobre la bruja, el tacto de la ropa mojada sobre su piel, el atronador rugido de un río salvaje reverberando en el espacio cerrado en busca de un lugar donde desembocar; incluso la sensación de ahogo y debilidad en caso de que fuese demasiado torpe como para apartarse. Procuraría que los torrentes ignorasen cualquier protección que la pirata pudiese convocar y que se extendieran por todo el perímetro que bordeaba el cráter, de forma que a Steinhell no le quedase más remedio que saltar. Luego Gerald haría que se juntasen en el centro del agujero, donde serían tragados rápidamente por la sedienta piedra del fondo. Si esa bruja usaba fuego, él usaría agua; si quería hacerle descender, tendría que hacerlo ella primero.
No pudo evitar sonreír al recordar algo que había dicho la bruja al presentarse algo que también podría aplicarse a él. "Todo lo que tú sepas de mí, probablemente también sea mentira".
-Soy Gerald, de la casa Ichizake -respondió. Cuánto había pasado desde la última vez que se presentara de aquella forma...
Mientras hablaba, continuó tocando. Apenas dedicó una mirada superficial a la pirata, pues tampoco le era necesario. La imagen que obtenía con el mantra era mucho más clarificadora que la que cualquier estudio inquisitivo pudiese ofrecerle. Sus espadas eran lo único sobre lo que merecía la pena centrar su atención -excluyendo, tal vez, sus pechos-, pero no le preocupaban ni mucho menos tanto como sus posibles poderes ocultos. Todo el mundo allí tenía poderes ocultos.
Las llamas se lo confirmaron. Igual que los fuegos fatuos de las historias, las grandes llamaradas azuladas aparecieron de la nada. Gerald se puso en tensión cuando vio que volaban hacia él y comprendió cuál era su verdadero objetivo al ver lo bajo de su trayectoria. Esa mujer quería hacer lo mismo que él habría querido: someterle a la posición desventajosa para poder atacar desde arriba. Lógico, pero inaceptable. Se vio obligado a dejar de tocar cuando el impacto hizo que el cráter se ampliara un poco más. Empujó el maletín para que quedase bajo el umbral del acceso al estadio, de un suelo mucho más sólido, y se echó a un lado para evitar la periferia de la explosión. Con el bajo de la capa en llamas, se deslizó con un perfecto equilibrio por la pendiente hasta la primera roca de considerable solidez y tamaño que vio y la usó como punto de apoyo para saltar a otra parte del borde del agujero con impecable agilidad.
-Disculpe, señorita -dijo tras apagar su atuendo-. Si no le importa, me gustaría terminar esta pieza.
Sin esperar respuesta, retomó su pequeño concierto donde lo había dejado. El arco volvió a recorrer las cuerdas para arrancarles sus melodiosos lamentos. Gerald prefería emplear el violín como arma antes que la espada, al menos por el momento. Junto a la música, también desplegó su mente y la lanzó hacia su público con la misma delicadeza que la melodía que le ofrecía. Extendió su poder hacia la bruja, usándolo al ritmo que su instrumento marcaba.
La música y las ilusiones que Gerald enviaba al cerebro de la pirata iban de la mano, hiladas por el armonioso compás que la habilidad del solista les otorgaba: una bandada de mariposas blancas naciendo del aire con cada nota cuando El soplo de los cielos, la pieza que Gerald interpretaba, alcanzó su ecuador, todas volando en círculos concéntricos que poco a poco iban abarcando la totalidad del estadio; un surtido de flores de colores brotando de entre las rocas del cráter invocadas por el allegro; brillantes luces doradas condensándose a partir de cada nota cuando el tema alcanzó su cenit; un gigantesco torrente de agua recorriendo con furia los pasillos de acceso cuando Gerald aumentó el ritmo frenéticamente.
Cuidó y preparó cada detalle que pudiera ser necesario: cada perla espumosa que salpicaba el entorno, la fría humedad sobre la bruja, el tacto de la ropa mojada sobre su piel, el atronador rugido de un río salvaje reverberando en el espacio cerrado en busca de un lugar donde desembocar; incluso la sensación de ahogo y debilidad en caso de que fuese demasiado torpe como para apartarse. Procuraría que los torrentes ignorasen cualquier protección que la pirata pudiese convocar y que se extendieran por todo el perímetro que bordeaba el cráter, de forma que a Steinhell no le quedase más remedio que saltar. Luego Gerald haría que se juntasen en el centro del agujero, donde serían tragados rápidamente por la sedienta piedra del fondo. Si esa bruja usaba fuego, él usaría agua; si quería hacerle descender, tendría que hacerlo ella primero.
No pudo evitar sonreír al recordar algo que había dicho la bruja al presentarse algo que también podría aplicarse a él. "Todo lo que tú sepas de mí, probablemente también sea mentira".
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Observó la reacción de su oponente desde su lado del campo de batalla, estudiando sus movimientos para comenzar a tejer una estrategia y asegurar la victoria. Se deslizó por la pendiente con un equilibrio sobrehumano. Tampoco pareció implicarle demasiado esfuerzo saltar hacia el borde del cráter una vez hubo tocado una sólida roca. Resultó ser una demostración suficiente para asumir que estaba ante un adversario ágil y veloz, un contrincante dueño de unos reflejos impresionantes. Bien podía optar por ser más rápida que él y tomarle por sorpresa, o decantarse por la fuerza bruta y hacerle caer a base de potentes espadazos.
Frunció el ceño ante las palabras de Ichizake y luego soltó un gruñido.
—¿Debo recordarte que esto es un torneo y no un concierto musical? Sugiero que no me hagas perder el tiempo y te tomes nuestro duelo en serio —le espetó, ligeramente decepcionada. No es que le molestase la música, pero el campo de batalla no era el lugar indicado para ponerse a tocar el violín.
Sin embargo, el hombre continuó con la hermosa melodía en un maravilloso despliegue de habilidades. Y como si esta marcase los pasos de la magia, una lluvia de mariposas blancas nació del deseo. Flores de varios colores surgieron del cráter infernal y un sinfín de partículas luminosas adornaron el escenario. El paisaje ante sus ojos indicaba que su oponente era un usuario como ella, aunque aún no poseía información concluyente. ¿Su habilidad le permitía controlar, en mayor o menor medida, la naturaleza? ¿O simplemente se trataba de una ilusión? Luego encontraría las respuestas puesto que ahora mismo debía ocuparse del torrente acuoso que devoraba todo a sus espaldas, nacido aparentemente de la nada, como si se tratase de magia.
Confiando en que el agua no le alcanzaría primero, se arriesgó en reunir energía mágica y canalizarla para formar así un portal a veinte metros de ella, una distorsión ovalada y de tonalidades violáceas, siendo este lo suficientemente grande como para que una persona pequeña como ella pudiera atravesarlo. Y al mismo tiempo, apareció una réplica de este en la lateral izquierda del coliseo, inclinado en un ángulo de 45° y apuntando a Ichizake a quince metros de este, calculados así al ojo. Las primeras gotas salpicaron su espalda cuando flexionó las piernas para ejecutar un movimiento instantáneo. Y, si no fuese tan rápida como lo era, probablemente el torrente le habría arrastrado hasta las profundidades de la gran depresión. Pero consiguió cruzar el portal, dejando como huella un pequeño cráter en el suelo bajo sus pies.
Siguiendo la trayectoria trazada y, si los cálculos de la hechicera eran correctos, saldría disparada hacia la posición de su oponente. Aprovecharía la oportunidad para posicionarse detrás de este y le propinaría una patada en la espalda baja con la fuerza suficiente para derribar un árbol, intentando lanzarle al centro del cráter. ¿No había querido hacer lo mismo al convocar semejante torrente? Suponiendo que este había sido producto de Ichizake y no un mecanismo del propio estadio, por supuesto; aún no podía saberlo con certeza. Le golpease o no, generaría diez bolas de fuego azul del tamaño de un balón de fútbol y se prepararía para la siguiente ofensiva, manteniéndolas a su alrededor a modo de anillo ígneo.
Frunció el ceño ante las palabras de Ichizake y luego soltó un gruñido.
—¿Debo recordarte que esto es un torneo y no un concierto musical? Sugiero que no me hagas perder el tiempo y te tomes nuestro duelo en serio —le espetó, ligeramente decepcionada. No es que le molestase la música, pero el campo de batalla no era el lugar indicado para ponerse a tocar el violín.
Sin embargo, el hombre continuó con la hermosa melodía en un maravilloso despliegue de habilidades. Y como si esta marcase los pasos de la magia, una lluvia de mariposas blancas nació del deseo. Flores de varios colores surgieron del cráter infernal y un sinfín de partículas luminosas adornaron el escenario. El paisaje ante sus ojos indicaba que su oponente era un usuario como ella, aunque aún no poseía información concluyente. ¿Su habilidad le permitía controlar, en mayor o menor medida, la naturaleza? ¿O simplemente se trataba de una ilusión? Luego encontraría las respuestas puesto que ahora mismo debía ocuparse del torrente acuoso que devoraba todo a sus espaldas, nacido aparentemente de la nada, como si se tratase de magia.
Confiando en que el agua no le alcanzaría primero, se arriesgó en reunir energía mágica y canalizarla para formar así un portal a veinte metros de ella, una distorsión ovalada y de tonalidades violáceas, siendo este lo suficientemente grande como para que una persona pequeña como ella pudiera atravesarlo. Y al mismo tiempo, apareció una réplica de este en la lateral izquierda del coliseo, inclinado en un ángulo de 45° y apuntando a Ichizake a quince metros de este, calculados así al ojo. Las primeras gotas salpicaron su espalda cuando flexionó las piernas para ejecutar un movimiento instantáneo. Y, si no fuese tan rápida como lo era, probablemente el torrente le habría arrastrado hasta las profundidades de la gran depresión. Pero consiguió cruzar el portal, dejando como huella un pequeño cráter en el suelo bajo sus pies.
Siguiendo la trayectoria trazada y, si los cálculos de la hechicera eran correctos, saldría disparada hacia la posición de su oponente. Aprovecharía la oportunidad para posicionarse detrás de este y le propinaría una patada en la espalda baja con la fuerza suficiente para derribar un árbol, intentando lanzarle al centro del cráter. ¿No había querido hacer lo mismo al convocar semejante torrente? Suponiendo que este había sido producto de Ichizake y no un mecanismo del propio estadio, por supuesto; aún no podía saberlo con certeza. Le golpease o no, generaría diez bolas de fuego azul del tamaño de un balón de fútbol y se prepararía para la siguiente ofensiva, manteniéndolas a su alrededor a modo de anillo ígneo.
Ichizake
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Fortaleza
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Agilidad
Destreza
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Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
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Gerald era incapaz de imaginar qué finalidad podía perseguir aquella... cosa. Era como una mancha en la realidad, un elemento tan fuera de lugar que podía servir para cualquier cosa o no servir para nada en absoluto. Y el hecho de que hubiese dos le desconcertaba todavía más. Despertaba en él reminiscencias de una habilidad que ya había visto anteriormente, pero no le cuadraba demasiado. Los vórtices negros que recordaba poca o ninguna relación podían guardar con la invocación de llamas. ¿O el fuego no provenía de la misma fuente? Había mucha gente capaz de utilizar el fuego sin haber consumido una fruta siquiera.
Su peor teoría se vio confirmada cuando Steinhell se lanzó sobre su propia masa violácea y desapareció al instante, succionada por el estrecho óvalo que flotaba en el aire. De repente, tuvo un nombre para esas cosas: portales. Eran portales, y había uno de ellos muy cerca de él.
Se dio la vuelta y vio a la bruja cargar contra él. Interpuso la pierna en el camino de la suya, tratando así de detener el ataque. Si a recibirlo directamente en la espinilla y verse empujado por la diferencia de fuerza hasta quedar en el fondo del cráter con la pierna dormida se le podía llamar "detener", su defensa fue todo un éxito. Estaba claro que no le convenía recibir sus golpes.
"Es evidente que a ésta no le gusta la música", se dijo Gerald. Por el momento, pese a haber perdido la posición, las cosas se desarrollaban conforme a sus estimaciones. Se rumoreaba que aquella mujer era de genio vivo, así que irritarla con un insultante concierto se le antojaba una opción interesante, si bien arriesgada. Gerald suponía que sería más proclive a cometer errores y descuidarse si estaba enfadada. Tan solo esperaba no pasarse de la raya y provocar que lo destrozara todo.
-Dadme un segundo, señorita.
Por suerte, en el primer embate del combate, el estuche del violín había acabado despeñándose por la pendiente, así que lo tenía cerca. Le quitó el polvo con parsimonia y, cuando consideró que estaba aceptablemente limpio, guardó el instrumento y lo colocó en el rincón que más apartado le pareció. Solo entonces volvió a dirigir su mirada hacia Steinhell. Sin mediar palabra, llevó la mano a la empuñadura de su espada y cargó.
Para un ojo poco entrenado, Gerald pasó de estar a no estar. Se desplazó por la cuesta rocosa a toda velocidad, esquivando las grietas y rocas sueltas para usar como apoyo las más firmes mientras su espada, convertida en un borrón negro, abandonaba su funda con un agudo silbido en busca del cuello de la pirata.
Antes siquiera de que su acero encontrase algo que cortar ya había dado la orden a sus piernas de apartarlo de allí de un salto para poner distancia de por medio. No era tan optimista como para creer que podría acabar la batalla con un único golpe, pero él estaba apuntando a algo más a largo plazo. Mientras guardaba el violín ya había lanzado de nuevo su poder hacia Steinhell. Solo necesitaba hacer que viese su índice izquierdo envuelto en una esfera de brillante luz blanca. Quería mantener esa diminuta ilusión para que ella lo viese y se fijara en él. Por el momento, con eso bastaría; solo era el primer movimiento.
Su peor teoría se vio confirmada cuando Steinhell se lanzó sobre su propia masa violácea y desapareció al instante, succionada por el estrecho óvalo que flotaba en el aire. De repente, tuvo un nombre para esas cosas: portales. Eran portales, y había uno de ellos muy cerca de él.
Se dio la vuelta y vio a la bruja cargar contra él. Interpuso la pierna en el camino de la suya, tratando así de detener el ataque. Si a recibirlo directamente en la espinilla y verse empujado por la diferencia de fuerza hasta quedar en el fondo del cráter con la pierna dormida se le podía llamar "detener", su defensa fue todo un éxito. Estaba claro que no le convenía recibir sus golpes.
"Es evidente que a ésta no le gusta la música", se dijo Gerald. Por el momento, pese a haber perdido la posición, las cosas se desarrollaban conforme a sus estimaciones. Se rumoreaba que aquella mujer era de genio vivo, así que irritarla con un insultante concierto se le antojaba una opción interesante, si bien arriesgada. Gerald suponía que sería más proclive a cometer errores y descuidarse si estaba enfadada. Tan solo esperaba no pasarse de la raya y provocar que lo destrozara todo.
-Dadme un segundo, señorita.
Por suerte, en el primer embate del combate, el estuche del violín había acabado despeñándose por la pendiente, así que lo tenía cerca. Le quitó el polvo con parsimonia y, cuando consideró que estaba aceptablemente limpio, guardó el instrumento y lo colocó en el rincón que más apartado le pareció. Solo entonces volvió a dirigir su mirada hacia Steinhell. Sin mediar palabra, llevó la mano a la empuñadura de su espada y cargó.
Para un ojo poco entrenado, Gerald pasó de estar a no estar. Se desplazó por la cuesta rocosa a toda velocidad, esquivando las grietas y rocas sueltas para usar como apoyo las más firmes mientras su espada, convertida en un borrón negro, abandonaba su funda con un agudo silbido en busca del cuello de la pirata.
Antes siquiera de que su acero encontrase algo que cortar ya había dado la orden a sus piernas de apartarlo de allí de un salto para poner distancia de por medio. No era tan optimista como para creer que podría acabar la batalla con un único golpe, pero él estaba apuntando a algo más a largo plazo. Mientras guardaba el violín ya había lanzado de nuevo su poder hacia Steinhell. Solo necesitaba hacer que viese su índice izquierdo envuelto en una esfera de brillante luz blanca. Quería mantener esa diminuta ilusión para que ella lo viese y se fijara en él. Por el momento, con eso bastaría; solo era el primer movimiento.
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Se preguntó si debió haber golpeado con más fuerza luego de que su pierna chocase con la de su oponente, arrojándole al centro del cráter, pero enseguida se respondió: era innecesario. Lo último que quería era destrozar el cuerpo de Ichizake; los participantes del Torneo del Milenio habían demostrado ser impresionantemente frágiles. Una sola de sus patadas partió a Ivan por la mitad y lo lanzó como un misil al campo de batalla. Por otra parte, el embiste le sirvió para saber que su adversario era inferior físicamente hablando, aunque la verdadera pregunta era cuánto. Debía andarse con cuidado y no pelear a lo loco como lo había estado haciendo hasta ahora, después de todo, había perdido prácticamente todas sus habilidades.
—Tómate el tiempo que quieras —le respondió sin expresión alguna en su voz, guardándose la bilis para ella. Si se había tomado la molestia en hacer del campo de batalla una orquesta cualquiera, ¿por qué no permitirle recoger y limpiar sus juguetes?
Fue entonces que una esfera de luz blanca apareció en su dedo índice. La miró con perplejidad, preguntándose cómo había llegado esa cosa hasta su mano. ¿Acaso debía suponer que se trataba de la habilidad de su oponente…? Aún necesitaba más información para llegar a esa conclusión. Todavía no sabía si el torrente de agua fue acto suyo, aunque estaba segura de que las mariposas y las flores en el cráter lo fueron. Hacer aparecer cosas de la nada podía considerarse un acto de magia. O también una ilusión. Cualquiera que fuese la respuesta correcta acabaría llegando a ella, pero por ahora debía prepararse para la embestida de Ichizake.
Su mantra permanentemente activo le alertó de las intenciones de su oponente que corría cuesta arriba la pendiente, buscando el borde del empinado cráter. Su pierna derecha se tornó tan negra como la noche que en cualquier momento dejaría caer sobre Ichizake, y luego la elevó para interrumpir la peligrosa trayectoria del arma oponente. Pese al endurecimiento provisto, soltó una mueca de dolor cuando el choque sucedió. Quiso contraatacar de inmediato, pero su oponente había tomado la distancia entre ambos.
—¿Por qué no me dices a lo que estás jugando? —le preguntó, alzando la mano izquierda para que viera la esfera luminiscente que tenía su índice, aunque no esperaba respuesta por parte del espadachín.
Sin esperar respuesta, la hechicera desplegó las diez esferas de fuego azul y las ubicó de tal manera que rodeasen a su oponente. Entonces, inauguró el vals del infierno. Los candentes proyectiles buscaron en interminables intentos el cuerpo de Ichizake. Los más astutos se dejaron caer por la retaguardia; los más valientes, fueron de frente. Katharina contaba con que su oponente intentase esquivar las esferas de fuego para luego revelar sus verdaderas intenciones. Cuando una de las bolas de fuego interviniese el campo de visión del pelinegro, la bruja usaría Kasoku para crear inmediatamente un portal, del tamaño de un rinoceronte y de intensas tonalidades verdes, a escasos metros de la espalda de este. Y el portal de salida aparecería en el centro del cráter a treinta metros de altura.
Sólo entonces conduciría el baile a su clímax, intentando sorprender al espadachín con un movimiento instantáneo para aparecer justo frente a él. Entonces, le propinaría una patada endurecida con haki a la altura del pecho, teniendo la suficiente fuerza para empujar a un gigante. ¿Su objetivo? Hacer que Gerald Ichizake cruzase el portal a gran velocidad y se estampase contra el suelo en una caída libre.
—Tómate el tiempo que quieras —le respondió sin expresión alguna en su voz, guardándose la bilis para ella. Si se había tomado la molestia en hacer del campo de batalla una orquesta cualquiera, ¿por qué no permitirle recoger y limpiar sus juguetes?
Fue entonces que una esfera de luz blanca apareció en su dedo índice. La miró con perplejidad, preguntándose cómo había llegado esa cosa hasta su mano. ¿Acaso debía suponer que se trataba de la habilidad de su oponente…? Aún necesitaba más información para llegar a esa conclusión. Todavía no sabía si el torrente de agua fue acto suyo, aunque estaba segura de que las mariposas y las flores en el cráter lo fueron. Hacer aparecer cosas de la nada podía considerarse un acto de magia. O también una ilusión. Cualquiera que fuese la respuesta correcta acabaría llegando a ella, pero por ahora debía prepararse para la embestida de Ichizake.
Su mantra permanentemente activo le alertó de las intenciones de su oponente que corría cuesta arriba la pendiente, buscando el borde del empinado cráter. Su pierna derecha se tornó tan negra como la noche que en cualquier momento dejaría caer sobre Ichizake, y luego la elevó para interrumpir la peligrosa trayectoria del arma oponente. Pese al endurecimiento provisto, soltó una mueca de dolor cuando el choque sucedió. Quiso contraatacar de inmediato, pero su oponente había tomado la distancia entre ambos.
—¿Por qué no me dices a lo que estás jugando? —le preguntó, alzando la mano izquierda para que viera la esfera luminiscente que tenía su índice, aunque no esperaba respuesta por parte del espadachín.
Sin esperar respuesta, la hechicera desplegó las diez esferas de fuego azul y las ubicó de tal manera que rodeasen a su oponente. Entonces, inauguró el vals del infierno. Los candentes proyectiles buscaron en interminables intentos el cuerpo de Ichizake. Los más astutos se dejaron caer por la retaguardia; los más valientes, fueron de frente. Katharina contaba con que su oponente intentase esquivar las esferas de fuego para luego revelar sus verdaderas intenciones. Cuando una de las bolas de fuego interviniese el campo de visión del pelinegro, la bruja usaría Kasoku para crear inmediatamente un portal, del tamaño de un rinoceronte y de intensas tonalidades verdes, a escasos metros de la espalda de este. Y el portal de salida aparecería en el centro del cráter a treinta metros de altura.
Sólo entonces conduciría el baile a su clímax, intentando sorprender al espadachín con un movimiento instantáneo para aparecer justo frente a él. Entonces, le propinaría una patada endurecida con haki a la altura del pecho, teniendo la suficiente fuerza para empujar a un gigante. ¿Su objetivo? Hacer que Gerald Ichizake cruzase el portal a gran velocidad y se estampase contra el suelo en una caída libre.
Ichizake
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Como era de esperar, la bruja no había tenido la decencia de morirse a la primera. Previsible, aunque un tanto desconsiderado. Al menos logró sorprenderle deteniendo la espada con su cuerpo en lugar de usando una de sus propias armas, aunque no se podía decir que fuese muy alentador para Gerald. Eso quería decir que o bien era estúpida y temeraria o bien no las necesitaba. Gerald se inclinaba por una mezcla entre ambas opciones, lo cual seguía sin ser bueno para él.
Por supuesto, no se quedó a aguardar un contraataque. Bastante tenía ya con la cercanía con respecto a esas llameantes esferas como para no alejarse de inmediato y detenerse en medio de la pendiente del cráter, apoyándose en la grieta entre dos grandes rocas un tanto temblorosas. Sus acometidas no dejaban de ser un tanteo, una mera compra de tiempo hasta que pudiese encontrar una abertura por la que colarse. Gerald alzó el índice, que todavía seguiría brillando a ojos de Steinhell, solo que ahora con mucha más intensidad. Con su poder, quiso apretar las teclas correctas en su cerebro para desviar su atención hacia el brillo y convertirlo en el centro de la misma.
En cuanto a él, su atención estaba fija en los fuegos fatuos que escoltaban a la pirata. Se imaginaba la horrible combinación que podían suponer las bolas de fuego y los portales, así que no se permitía el lujo casi ni de parpadear. Cuando volaron hacia él para rodearle, empezó a entender por qué a las brujas se las ajusticiaba. Verse rodeado por un ardiente cinturón de fuego era una de esas situaciones para las que no tenía muchas soluciones.
Durante un segundo, nada se movió. Gerald permaneció inmóvil en medio de aquella calurosa tensión, a la espera, aguardando el momento en que esos rutilantes orbes se abalanzaran, hambrientos, sobre él. Iba a tener que ser rápido, y mucho.
Cuando el cerco se estrechó sobre él, sostuvo su capa en alto y la bañó en haki, igual que haría con un arma cualquiera, convirtiendo la tela en un improvisado escudo contra la llameante lluvia que Steinhell le dedicaba. El otro flanco lo cuidaba su espada. Gerald hizo estallar un par de esferas de un tajo, pero difícilmente podía enfrentar un ataque desde todas partes a la vez. Esas cosas parecían perseguirle con saña. Se arrancó la capa en llamas y trató en vano de esquivar todos los ataques pivotando sobre su propio eje. Notó el doloroso calor de las quemaduras en la espalda, a la altura del hombro, y el mordisco de una segunda en el antebrazo con el que se protegió el rostro.
Y entonces, lo vio.
Una luz verdosa y antinatural que brotaba del mismo aire. ¿Era otro portal? No se paró a pensarlo; no importaba. O la bruja salía de él o lo hacía algo peor, tanto daba. Bastante tenía ya con lo que tenía. Quiso alejarse de allí de un par de zancadas, pero las restantes bolas de fuego no estaban por la labor de permitírselo. Una de ellas estalló en su tobillo y le hizo perder el equilibrio y salir rodando cuesta abajo. Gerald soltó la espada para no clavársela y se impulsó con las manos para convertir una caída descontrolada en una poco elegante acrobacia que al menos no le supusiese partirse el cuello con algún pedrusco. Notó la corriente de aire que el golpe de Steinhell había provocado, lo cual tampoco ayudó a poder equilibrarse. Al final terminó dolorido y lleno de polvo al fondo del cráter, con la ropa humeante y partes de su piel lamentándose por el ardor del fuego. Y aun así podría haber sido peor. De no haber reaccionado al ver el portal habría acabado mucho peor. Alzó la vista y vio la segunda boca verdosa que flotaba a gran altura, consciente de pronto de que podría haber acabado cayendo por ella.
-Bien... Queríais un combate serio -Era evidente que no podría evitarlo por más tiempo. Anestesió sus sensaciones para sobrellevar mejor la lucha. Luego echó mano de uno de sus Ojos, recogió la espada y se preparó para cualquier cosa-. Tengámoslo.
Esta vez, su influjo no se limitaría a una esfera de luz, aunque, por supuesto, la incluyó. Aparte de generar una brillante bola luminosa en el campo de visual de Steinhell, usó su poder con mayor intensidad y determinación. No podía ser suave con alguien así. Lanzó su mente sobre la de ella, cargada con las sensaciones que pensaba hacerle experimentar. Mientras su habilidad trabajaba, Gerald se imaginaba a sí mismo partiendo personalmente cada hueso del cuerpo de aquella loca, desmenuzándolos poco a poco como si no fuesen más que galletas. Eso era lo que le haría sentir: uno a uno, la certera sensación de su esqueleto colapsando, el dolor de sus huesos astillándose, revolviéndose hechos pedazos bajo su carne como si tratasen de escapar. En ese lugar y en ese momento, Gerald era el dios del dolor, un artista de la agonía. Y pensaba pintar su mejor obra.
Por supuesto, no se quedó a aguardar un contraataque. Bastante tenía ya con la cercanía con respecto a esas llameantes esferas como para no alejarse de inmediato y detenerse en medio de la pendiente del cráter, apoyándose en la grieta entre dos grandes rocas un tanto temblorosas. Sus acometidas no dejaban de ser un tanteo, una mera compra de tiempo hasta que pudiese encontrar una abertura por la que colarse. Gerald alzó el índice, que todavía seguiría brillando a ojos de Steinhell, solo que ahora con mucha más intensidad. Con su poder, quiso apretar las teclas correctas en su cerebro para desviar su atención hacia el brillo y convertirlo en el centro de la misma.
En cuanto a él, su atención estaba fija en los fuegos fatuos que escoltaban a la pirata. Se imaginaba la horrible combinación que podían suponer las bolas de fuego y los portales, así que no se permitía el lujo casi ni de parpadear. Cuando volaron hacia él para rodearle, empezó a entender por qué a las brujas se las ajusticiaba. Verse rodeado por un ardiente cinturón de fuego era una de esas situaciones para las que no tenía muchas soluciones.
Durante un segundo, nada se movió. Gerald permaneció inmóvil en medio de aquella calurosa tensión, a la espera, aguardando el momento en que esos rutilantes orbes se abalanzaran, hambrientos, sobre él. Iba a tener que ser rápido, y mucho.
Cuando el cerco se estrechó sobre él, sostuvo su capa en alto y la bañó en haki, igual que haría con un arma cualquiera, convirtiendo la tela en un improvisado escudo contra la llameante lluvia que Steinhell le dedicaba. El otro flanco lo cuidaba su espada. Gerald hizo estallar un par de esferas de un tajo, pero difícilmente podía enfrentar un ataque desde todas partes a la vez. Esas cosas parecían perseguirle con saña. Se arrancó la capa en llamas y trató en vano de esquivar todos los ataques pivotando sobre su propio eje. Notó el doloroso calor de las quemaduras en la espalda, a la altura del hombro, y el mordisco de una segunda en el antebrazo con el que se protegió el rostro.
Y entonces, lo vio.
Una luz verdosa y antinatural que brotaba del mismo aire. ¿Era otro portal? No se paró a pensarlo; no importaba. O la bruja salía de él o lo hacía algo peor, tanto daba. Bastante tenía ya con lo que tenía. Quiso alejarse de allí de un par de zancadas, pero las restantes bolas de fuego no estaban por la labor de permitírselo. Una de ellas estalló en su tobillo y le hizo perder el equilibrio y salir rodando cuesta abajo. Gerald soltó la espada para no clavársela y se impulsó con las manos para convertir una caída descontrolada en una poco elegante acrobacia que al menos no le supusiese partirse el cuello con algún pedrusco. Notó la corriente de aire que el golpe de Steinhell había provocado, lo cual tampoco ayudó a poder equilibrarse. Al final terminó dolorido y lleno de polvo al fondo del cráter, con la ropa humeante y partes de su piel lamentándose por el ardor del fuego. Y aun así podría haber sido peor. De no haber reaccionado al ver el portal habría acabado mucho peor. Alzó la vista y vio la segunda boca verdosa que flotaba a gran altura, consciente de pronto de que podría haber acabado cayendo por ella.
-Bien... Queríais un combate serio -Era evidente que no podría evitarlo por más tiempo. Anestesió sus sensaciones para sobrellevar mejor la lucha. Luego echó mano de uno de sus Ojos, recogió la espada y se preparó para cualquier cosa-. Tengámoslo.
Esta vez, su influjo no se limitaría a una esfera de luz, aunque, por supuesto, la incluyó. Aparte de generar una brillante bola luminosa en el campo de visual de Steinhell, usó su poder con mayor intensidad y determinación. No podía ser suave con alguien así. Lanzó su mente sobre la de ella, cargada con las sensaciones que pensaba hacerle experimentar. Mientras su habilidad trabajaba, Gerald se imaginaba a sí mismo partiendo personalmente cada hueso del cuerpo de aquella loca, desmenuzándolos poco a poco como si no fuesen más que galletas. Eso era lo que le haría sentir: uno a uno, la certera sensación de su esqueleto colapsando, el dolor de sus huesos astillándose, revolviéndose hechos pedazos bajo su carne como si tratasen de escapar. En ese lugar y en ese momento, Gerald era el dios del dolor, un artista de la agonía. Y pensaba pintar su mejor obra.
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A pesar de sentirse indignada al ver que Ichizake se las había apañado para evitar el portal, le complació verlo en ese estado deplorable. El que estuviese en el fondo del cráter representaba una incuestionable realidad, una en que ponía al espadachín como alguien inferior a la bruja. Y esa mirada de superioridad en el rostro de Katharina suponía que estaba de acuerdo con esta idea. Pero de un momento a otro toda su atención fue dirigida hacia la esfera luminiscente en el índice de su oponente. ¿Qué hacía eso ahí…? El no poder atribuirle una explicación medianamente lógica comenzaba a incomodarle. Y sentía que necesitaba darle una respuesta. El espadachín estaba haciendo un buen trabajo en ocultar la naturaleza de sus habilidades, pero poco a poco las mostraba y tarde o temprano acabaría descubriendo la magia.
Por la misma razón que aún no desenvainaba sus espadas se había ocupado de generar esferas pequeñas, evitando hacerlas explotar para causar más daño del necesario. Si bien estaba yendo en serio, se estaba conteniendo un montón para no volver el combate una masacre unidireccional. Su propio mantra le indicaba que Gerald Ichizake era apenas algo más fuerte que un humano ordinario, pero únicamente un tonto afirmaría una conclusión basándose en una única variable. El hecho de que le dejasen participar en el Torneo del Milenio decía bastante por sí solo. También debía considerar que había bloqueado una de sus patadas sin perder la pierna en el proceso…
—Gracias por tomarte la molestia de luchar en serio, intentaré mantenerme a tu nivel —respondió ante sus palabras, mirando con recelo la esfera luminiscente su elevada posición—. Contenerse no es tan fácil como se dice, y acaba siendo irritante.
Si bien había sido algo dura con sus anteriores movimientos, fueron necesarios para probar a su oponente y ver si tenía lo necesario para ofrecer un combate digno. Y podía a culpar a lo que Ichizake tenía en su dedo por no haberse fijado antes en la bola de luz. Había aparecido de la nada y era tan brillante que le obligaba a cerrar los ojos. Reparó en el agridulce detalle que había tejido con disimulo: ella también le había intentado cegar.
Intentó alejarse de la esfera, pero sintió una desgarradora fuerza en su pierna que acabó resquebrajando la tibia, como si hubiera recibido una brutal patada. Reprimió un grito de dolor y la fuerza de sus músculos le permitió mantenerse de pie. Sin embargo, esto no era más que el preludio de la obra. Sus costillas crujieron y sintió que le apuñalaban los pulmones. Pero aun así contuvo la necesidad de gritar. Una lágrima escapó de su rabillo cuando sus húmeros fueron destrozados como si fueran unas débiles ramitas. Tambaleó, presa del dolor, y un paso en falso le hizo caer por el talud. Su cuerpo se deslizó a pocos metros del espadachín, desmoronándose poco a poco por dentro y cediendo ante sus huesos casi hechos arcilla, al mismo tiempo que el sombrero de bruja seguía un camino diferente.
Por más que luchó para defenderse, un crujido seguía a otro. Incluso sus músculos cedían ante sus huesos machacados. El miedo recorrió su cuerpo cuando sintió que la muerte se acercaba. De un momento a otro, y sin entender nada de lo que sucedía, comenzó a ser azotada por los latigazos de dolor de Gerald Ichizake. Y aún al borde de la desesperación, reprimió cualquier gesto que detonase debilidad.
De alguna manera, el violinista le había castigado por haber jugado infantilmente con él. No era la primera vez que sentía un dolor como ese, por supuesto que no. Y acabaría superándolo como en todas las otras ocasiones. No caería así ante ese hombre. El suelo bajo la bruja comenzó a temblar al mismo tiempo que cedía ante su Espíritu de la Conquistadora. ¿Los huesos rotos? Perfecto, sus músculos bastaban para mantenerle en pie. Primero apoyó las manos; luego, la rodilla. No se incorporó de un subidón, no, más bien lo contrario: se levantó lentamente, poco a poco. Y cuando lo hizo, elevó la mirada.
La bandada de mariposas y las flores; el torrente de agua y las luces; la inescrupulosa sensación de dolor. Cada una de estas pruebas no valían nada por sí solas, pero una vez las hubo interrelacionado acabó descubriendo el poder de su oponente. Luego de que Ichizake le mirara la magia comenzaba; había ocurrido en las dos primeras ocasiones. El único punto de conexión entre las habilidades era precisamente Gerald Ichizake. Y se sentía una tonta al haberse creído las mentiras del hombre, pero tenía el patrón que hacía falta para llegar a la verdad. Primero la mirada; luego, la creación. Y había un solo poder en el mundo capaz de hacer magia: el suyo.
—Así es como vamos a jugar, ¿eh, Gerald Ichizake? —comentó con el semblante ensombrecido—. Yo te enseñaré a romper un espíritu.
Su devastadora voluntad comenzó a expresarse como una neblina sobrenatural, una densa oscuridad que devoraba todo poco a poco. Y la artista plasmaría un divino sentimiento de Desesperación en la obra que acababa de comenzar. El terror y la angustia le atacarían desde sus aperturas más íntimas, y la presión que desprendía la voluntad de la bruja acabaría arrodillándole. No importase por dónde lo viera, entendería que el siquiera pensar alzar su arma contra Katharina era una pésima idea, una que le costaría todas sus extremidades como mínimo. Le mostraría la diferencia de fuerza que había entre ellos, y le enseñaría cuál era su lugar en un mundo de monstruos. ¿El suelo que, resquebrajado y agrietado, respondía ante su voluntad no era prueba suficiente? De no serlo, destruiría tanto su espíritu como su cuerpo.
Haría nacer del suelo, bajo los pies de Ichizake, un mar de afiladas estacas de hielo con la intención de teñirlas de rojo. Cuidaría cada detalle de la ilusión, desde el frío que desprendían hasta el sonido que provocaban al expandirse. De la misma manera, le destrozaría los huesos y los músculos a través de Nise no kōgeki. No se iría del campo de batalla hasta que ese hombre hubiera sentido lo mismo que ella sintió. La desesperación al no poder hacer nada para evitarlo, la condena a sobreponerse y el miedo a la muerte, le obligaría a sentir cada sombra que dibujó en la mente de Katharina.
Por la misma razón que aún no desenvainaba sus espadas se había ocupado de generar esferas pequeñas, evitando hacerlas explotar para causar más daño del necesario. Si bien estaba yendo en serio, se estaba conteniendo un montón para no volver el combate una masacre unidireccional. Su propio mantra le indicaba que Gerald Ichizake era apenas algo más fuerte que un humano ordinario, pero únicamente un tonto afirmaría una conclusión basándose en una única variable. El hecho de que le dejasen participar en el Torneo del Milenio decía bastante por sí solo. También debía considerar que había bloqueado una de sus patadas sin perder la pierna en el proceso…
—Gracias por tomarte la molestia de luchar en serio, intentaré mantenerme a tu nivel —respondió ante sus palabras, mirando con recelo la esfera luminiscente su elevada posición—. Contenerse no es tan fácil como se dice, y acaba siendo irritante.
Si bien había sido algo dura con sus anteriores movimientos, fueron necesarios para probar a su oponente y ver si tenía lo necesario para ofrecer un combate digno. Y podía a culpar a lo que Ichizake tenía en su dedo por no haberse fijado antes en la bola de luz. Había aparecido de la nada y era tan brillante que le obligaba a cerrar los ojos. Reparó en el agridulce detalle que había tejido con disimulo: ella también le había intentado cegar.
Intentó alejarse de la esfera, pero sintió una desgarradora fuerza en su pierna que acabó resquebrajando la tibia, como si hubiera recibido una brutal patada. Reprimió un grito de dolor y la fuerza de sus músculos le permitió mantenerse de pie. Sin embargo, esto no era más que el preludio de la obra. Sus costillas crujieron y sintió que le apuñalaban los pulmones. Pero aun así contuvo la necesidad de gritar. Una lágrima escapó de su rabillo cuando sus húmeros fueron destrozados como si fueran unas débiles ramitas. Tambaleó, presa del dolor, y un paso en falso le hizo caer por el talud. Su cuerpo se deslizó a pocos metros del espadachín, desmoronándose poco a poco por dentro y cediendo ante sus huesos casi hechos arcilla, al mismo tiempo que el sombrero de bruja seguía un camino diferente.
Por más que luchó para defenderse, un crujido seguía a otro. Incluso sus músculos cedían ante sus huesos machacados. El miedo recorrió su cuerpo cuando sintió que la muerte se acercaba. De un momento a otro, y sin entender nada de lo que sucedía, comenzó a ser azotada por los latigazos de dolor de Gerald Ichizake. Y aún al borde de la desesperación, reprimió cualquier gesto que detonase debilidad.
De alguna manera, el violinista le había castigado por haber jugado infantilmente con él. No era la primera vez que sentía un dolor como ese, por supuesto que no. Y acabaría superándolo como en todas las otras ocasiones. No caería así ante ese hombre. El suelo bajo la bruja comenzó a temblar al mismo tiempo que cedía ante su Espíritu de la Conquistadora. ¿Los huesos rotos? Perfecto, sus músculos bastaban para mantenerle en pie. Primero apoyó las manos; luego, la rodilla. No se incorporó de un subidón, no, más bien lo contrario: se levantó lentamente, poco a poco. Y cuando lo hizo, elevó la mirada.
La bandada de mariposas y las flores; el torrente de agua y las luces; la inescrupulosa sensación de dolor. Cada una de estas pruebas no valían nada por sí solas, pero una vez las hubo interrelacionado acabó descubriendo el poder de su oponente. Luego de que Ichizake le mirara la magia comenzaba; había ocurrido en las dos primeras ocasiones. El único punto de conexión entre las habilidades era precisamente Gerald Ichizake. Y se sentía una tonta al haberse creído las mentiras del hombre, pero tenía el patrón que hacía falta para llegar a la verdad. Primero la mirada; luego, la creación. Y había un solo poder en el mundo capaz de hacer magia: el suyo.
—Así es como vamos a jugar, ¿eh, Gerald Ichizake? —comentó con el semblante ensombrecido—. Yo te enseñaré a romper un espíritu.
Su devastadora voluntad comenzó a expresarse como una neblina sobrenatural, una densa oscuridad que devoraba todo poco a poco. Y la artista plasmaría un divino sentimiento de Desesperación en la obra que acababa de comenzar. El terror y la angustia le atacarían desde sus aperturas más íntimas, y la presión que desprendía la voluntad de la bruja acabaría arrodillándole. No importase por dónde lo viera, entendería que el siquiera pensar alzar su arma contra Katharina era una pésima idea, una que le costaría todas sus extremidades como mínimo. Le mostraría la diferencia de fuerza que había entre ellos, y le enseñaría cuál era su lugar en un mundo de monstruos. ¿El suelo que, resquebrajado y agrietado, respondía ante su voluntad no era prueba suficiente? De no serlo, destruiría tanto su espíritu como su cuerpo.
Haría nacer del suelo, bajo los pies de Ichizake, un mar de afiladas estacas de hielo con la intención de teñirlas de rojo. Cuidaría cada detalle de la ilusión, desde el frío que desprendían hasta el sonido que provocaban al expandirse. De la misma manera, le destrozaría los huesos y los músculos a través de Nise no kōgeki. No se iría del campo de batalla hasta que ese hombre hubiera sentido lo mismo que ella sintió. La desesperación al no poder hacer nada para evitarlo, la condena a sobreponerse y el miedo a la muerte, le obligaría a sentir cada sombra que dibujó en la mente de Katharina.
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Cuán satisfactorio resultó verla caer por fin. Tan poderosa, tan altiva... igual de vulnerable que todos los demás. Su fuerza no significaba nada, sus poderes eran aire, eran palabras insignificantes que iban y venían. No significaban nada si se las podía hacer caer de ese modo, como a cualquier otra persona del mundo. Tal vez debería haber empezado por ahí. Ya no parecía tan amenazadora como para que fuese necesario emplear trucos sutiles con ella. Esa esfera luminosa... él quería que se obsesionase con ella, implantar el ansia y la obsesión para que tan solo tuviese ojos para ella. Qué innecesario. Podría acabar con todo en ese mismo instante.
Esa idea, agradable en su esencia, duró tan solo hasta que la bruja la hizo añicos con su mera Voluntad.
Gerald se sintió caer. Estaba atrapado en una ola de puro poder que lo engullía y lo arrastraba como un diminuto pez en un mar embravecido. De aquella mujer emanaba el final. El final de toda idea de presentar batalla, de toda esperanza de victoria. Era un un muro insuperable, una montaña cuya cima se alzaba, inalcanzable, entre las más altas nubes. Las piernas le fallaron. Cayó de rodillas con un sudor frío envolviendo cada centímetro de su piel. ¿Cómo iba a enfrentarse a eso? ¿Cómo se luchaba a puñetazos con un incendio? ¿Cómo se detenía el océano con las manos? Sabía que lo que sentía no era del todo real, que lo que pensaba no surgía únicamente de él, o al menos quería creerlo. Aquello no era ningún truco ni ninguna habilidad, tan solo la más excepcional voz que alguien pudiera transmitir, el aura de un monstruo que imponía su dominio con su mera presencia.
Quiso alzar su espada, pero sus manos se resistían a ello. Si lo hacía... podía ocurrir cualquier cosa. ¿Acabaría vaporizado? ¿Desintegrado en un instante por fuerzas que ni podía ni quería comprender? Debería haberse marchado de allí, haberse dado la vuelta y retornado al navío en vez de batirse en duelo con los grandes nombres del mundo.
Cuando vio el hielo brotar desde la tierra, el miedo alcanzó nuevas cotas. Las estacas heladas, que tanto le recordaban a las que había usado Therax contra él hacía tan solo una semana, se abrieron paso a través de su cuerpo sin oposición. A Gerald le llevó un instante comprender que no eran reales, que no estaban allí. Si bien se podía engañar a sus ojos, no así con su mente. No había dolor falso capaz de penetrar en él, ni frío sintético que se le pudiera imponer. El hielo no era más que luz, inofensiva y etérea. Su mente seguía cerrada, y eso era algo que ni siquiera Katharina von Steinhell podría cambiar.
No obstante, era un escaso consuelo. A esa mujer no se la podía derrotar. Ni siquiera encontraba el ánimo suficiente como para dirigir el acero contra ella. Más le valdría ir pensando en cómo salir de allí.
Esa idea, agradable en su esencia, duró tan solo hasta que la bruja la hizo añicos con su mera Voluntad.
Gerald se sintió caer. Estaba atrapado en una ola de puro poder que lo engullía y lo arrastraba como un diminuto pez en un mar embravecido. De aquella mujer emanaba el final. El final de toda idea de presentar batalla, de toda esperanza de victoria. Era un un muro insuperable, una montaña cuya cima se alzaba, inalcanzable, entre las más altas nubes. Las piernas le fallaron. Cayó de rodillas con un sudor frío envolviendo cada centímetro de su piel. ¿Cómo iba a enfrentarse a eso? ¿Cómo se luchaba a puñetazos con un incendio? ¿Cómo se detenía el océano con las manos? Sabía que lo que sentía no era del todo real, que lo que pensaba no surgía únicamente de él, o al menos quería creerlo. Aquello no era ningún truco ni ninguna habilidad, tan solo la más excepcional voz que alguien pudiera transmitir, el aura de un monstruo que imponía su dominio con su mera presencia.
Quiso alzar su espada, pero sus manos se resistían a ello. Si lo hacía... podía ocurrir cualquier cosa. ¿Acabaría vaporizado? ¿Desintegrado en un instante por fuerzas que ni podía ni quería comprender? Debería haberse marchado de allí, haberse dado la vuelta y retornado al navío en vez de batirse en duelo con los grandes nombres del mundo.
Cuando vio el hielo brotar desde la tierra, el miedo alcanzó nuevas cotas. Las estacas heladas, que tanto le recordaban a las que había usado Therax contra él hacía tan solo una semana, se abrieron paso a través de su cuerpo sin oposición. A Gerald le llevó un instante comprender que no eran reales, que no estaban allí. Si bien se podía engañar a sus ojos, no así con su mente. No había dolor falso capaz de penetrar en él, ni frío sintético que se le pudiera imponer. El hielo no era más que luz, inofensiva y etérea. Su mente seguía cerrada, y eso era algo que ni siquiera Katharina von Steinhell podría cambiar.
No obstante, era un escaso consuelo. A esa mujer no se la podía derrotar. Ni siquiera encontraba el ánimo suficiente como para dirigir el acero contra ella. Más le valdría ir pensando en cómo salir de allí.
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Cuán complaciente era ver a ese hombre arrodillado en el suelo, postrado ante el orden natural de todas las cosas. Alguien débil como él debía permanecer de rodillas ante la voluntad inquebrantable de la bruja. Y debía agradecer que no fuese el campo de batalla, pues de lo contrario su cabeza habría sido cercenada hacía mucho. Por otra parte, se llevó una molesta sorpresa cuando las esquirlas de hielo nacieron del suelo y atravesaron el cuerpo del hombre, mas no gimió ni se mostró dolorido. ¿Había visto a través de la ilusión? Tuvo que haber pensado mejor las cosas, pues Ichizake era un ilusionista como ella e incluso tenía la capacidad para introducirse en las mentes de las personas. Sin lugar a duda un hombre peligroso que no deseaba tener como enemigo.
No le apetecía pelear con alguien que jugaba con las mentes de los demás; acababa siendo frustrante ver cosas que en realidad no estaban ahí. Sin embargo, tampoco quería perder. Podía pensar que se trataba de una cuestión de principios, pero la hechicera carecía de ello. Su orgullo estaba intacto y, pese a la decisión de los jueces en una ocasión anterior, todo el mundo había visto lo poderosa que era. Ya no tenía nada que demostrar: estaba claro que jugaba en una liga inalcanzable para los que no tuvieran la voluntad necesaria. ¿Por qué, entonces? La derrota le dejaba un sabor amargo en la boca y, si tenía la posibilidad de vencer sin destrozar el frágil cuerpo de su oponente, pues lo intentaría.
Sin dejar de desplegar su poderosa voluntad, destrozando el entorno sin que este pudiera hacer nada para evitarlo, la espadachina se dirigió hacia Ichizake:
—Pareces inteligente, y es probable que te hayas dado cuenta de una verdad innegable: no puedes vencerme. Tienes una habilidad muy curiosa y posees capacidades físicas extraordinarias, pero te hace falta algo: voluntad. —Katharina avanzaba poco a poco hacia su oponente, mirándole casi con desdén—. También te has dado cuenta de que no he desenfundado mis espadas, y es porque me he estado conteniendo. Deberías rendirte, Gerald Ichizake; no hay ofensa alguna en reconocer que no eres rival para otra persona. Sin embargo… —El ambiente se volvió todavía más pesado y la destrucción a su alrededor se tornó más intensa. La espadachina llevó su mano a la empuñadura de Fushigiri mientras surgían bolas de fuego azul a modo de escoltas. Entonces, continuó hablando—: Puedes elegir ponerte de pie y empuñar tu espada, pero entonces dejaré a un lado las estupideces y acabarás arrepintiéndote.
En caso de que el hombre quisiera continuar con el combate, las diez esferas de fuego, cada una del tamaño de una rueda de camión y tan calientes como para derretir la roca, comenzarían a danzar por el campo de batalla. Y entonces, la espadachina atacaría. Usaría un movimiento instantáneo al máximo de su velocidad para aparecer en la espalda de su oponente, dejando una imagen residual en el lugar. La presión que ejercía su propia presencia entorpecería a Ichizake; al menos eso esperaba. Endurecería a Fushigiri y, luego de desenvainarla, golpearía la nuca del pelinegro con la fuerza suficiente para dejarle fuera de combate. Podía voltearse e intentar bloquear el ataque, pero entonces dos bolas de fuego le golpearían la espalda y explotarían en el proceso. Incluso podía intentar esquivar, sin embargo, el resultado no sería distinto: las esferas, como aves de caza persiguiendo a su presa, le perseguirían hasta impactar con él. Había considerado todas las opciones en su cabeza, incluso la posibilidad de que el espadachín se metiese otra vez en su cabeza. De querer hacerlo… Bueno, a nadie le convenía saber lo que Katharina haría.
No le apetecía pelear con alguien que jugaba con las mentes de los demás; acababa siendo frustrante ver cosas que en realidad no estaban ahí. Sin embargo, tampoco quería perder. Podía pensar que se trataba de una cuestión de principios, pero la hechicera carecía de ello. Su orgullo estaba intacto y, pese a la decisión de los jueces en una ocasión anterior, todo el mundo había visto lo poderosa que era. Ya no tenía nada que demostrar: estaba claro que jugaba en una liga inalcanzable para los que no tuvieran la voluntad necesaria. ¿Por qué, entonces? La derrota le dejaba un sabor amargo en la boca y, si tenía la posibilidad de vencer sin destrozar el frágil cuerpo de su oponente, pues lo intentaría.
Sin dejar de desplegar su poderosa voluntad, destrozando el entorno sin que este pudiera hacer nada para evitarlo, la espadachina se dirigió hacia Ichizake:
—Pareces inteligente, y es probable que te hayas dado cuenta de una verdad innegable: no puedes vencerme. Tienes una habilidad muy curiosa y posees capacidades físicas extraordinarias, pero te hace falta algo: voluntad. —Katharina avanzaba poco a poco hacia su oponente, mirándole casi con desdén—. También te has dado cuenta de que no he desenfundado mis espadas, y es porque me he estado conteniendo. Deberías rendirte, Gerald Ichizake; no hay ofensa alguna en reconocer que no eres rival para otra persona. Sin embargo… —El ambiente se volvió todavía más pesado y la destrucción a su alrededor se tornó más intensa. La espadachina llevó su mano a la empuñadura de Fushigiri mientras surgían bolas de fuego azul a modo de escoltas. Entonces, continuó hablando—: Puedes elegir ponerte de pie y empuñar tu espada, pero entonces dejaré a un lado las estupideces y acabarás arrepintiéndote.
En caso de que el hombre quisiera continuar con el combate, las diez esferas de fuego, cada una del tamaño de una rueda de camión y tan calientes como para derretir la roca, comenzarían a danzar por el campo de batalla. Y entonces, la espadachina atacaría. Usaría un movimiento instantáneo al máximo de su velocidad para aparecer en la espalda de su oponente, dejando una imagen residual en el lugar. La presión que ejercía su propia presencia entorpecería a Ichizake; al menos eso esperaba. Endurecería a Fushigiri y, luego de desenvainarla, golpearía la nuca del pelinegro con la fuerza suficiente para dejarle fuera de combate. Podía voltearse e intentar bloquear el ataque, pero entonces dos bolas de fuego le golpearían la espalda y explotarían en el proceso. Incluso podía intentar esquivar, sin embargo, el resultado no sería distinto: las esferas, como aves de caza persiguiendo a su presa, le perseguirían hasta impactar con él. Había considerado todas las opciones en su cabeza, incluso la posibilidad de que el espadachín se metiese otra vez en su cabeza. De querer hacerlo… Bueno, a nadie le convenía saber lo que Katharina haría.
¡Buenas tardes luchadores! ¿Todo bien? Espero que sí. Primero quiero deciros que ya sé que es la cuarta ronda y que ya sabéis cómo funciona el sistema de puntos para dictaminar quien es el ganador. Sin embargo, por si acaso, os voy a refrescar cuales son los parámetros que tenemos en cuenta a la hora de elegir el ganador del combate:
Tengo que aclarar que si veo que uno de los apartados estás muy igualado no otorgaré puntos, dado que al tener que dar la misma cantidad a cada combatiente se anularían entre sí.
Teniendo esos conceptos claros, voy a ponerme con el veredicto:
Dado que la campanita ha sonado antes de que alguno diera el último golpe no os lleváis la victoria bélica.
Narración y estilo: Ambos tenéis una buena narrativa, muy fiel al personaje y propia, asi que ninguno de lleva el punto.
Asunción de daños: Considero que ambos habéis asimilado de forma coherente las acciones realizadas por el otro dentro de sus capacidades, así que punto para nadie.
Originalidad y entorno: No considero que hayáis realizado un uso del entorno que haya sobresalido de lo estándar, así como en originalidad. Es por ello que punto para nadie.
Pulcritud en la escritura: Francamente, no me ha parecido ver ningún fallo reseñable, así que... punto para nadie
Así que, pese a que Ichizake ha dejado plantado a su patrocinador, no me queda más remedio que declarar un empate técnico.
Si alguna de las dos partes involucradas no está de acuerdos comunicadlo y otro corrector se pasará a leerlo y dictar otro veredicto.
Un saludo
- Victoria bélica: Que otorga 5 puntos de forma automática al ganador.
- Narración y estilo: 2 puntos.
- Asumir daños: 2 puntos.
- Originalidad y entorno: 2 puntos.
- Pulcritud de escritura: 1 punto.
- Faltas (cerradas, power rol, meta rol): -1 punto por cada acción que se haga, a no ser que sea consentida y hablada por los usuarios, que en ese caso no quitará nada.
Tengo que aclarar que si veo que uno de los apartados estás muy igualado no otorgaré puntos, dado que al tener que dar la misma cantidad a cada combatiente se anularían entre sí.
Teniendo esos conceptos claros, voy a ponerme con el veredicto:
Dado que la campanita ha sonado antes de que alguno diera el último golpe no os lleváis la victoria bélica.
Narración y estilo: Ambos tenéis una buena narrativa, muy fiel al personaje y propia, asi que ninguno de lleva el punto.
Asunción de daños: Considero que ambos habéis asimilado de forma coherente las acciones realizadas por el otro dentro de sus capacidades, así que punto para nadie.
Originalidad y entorno: No considero que hayáis realizado un uso del entorno que haya sobresalido de lo estándar, así como en originalidad. Es por ello que punto para nadie.
Pulcritud en la escritura: Francamente, no me ha parecido ver ningún fallo reseñable, así que... punto para nadie
Así que, pese a que Ichizake ha dejado plantado a su patrocinador, no me queda más remedio que declarar un empate técnico.
Si alguna de las dos partes involucradas no está de acuerdos comunicadlo y otro corrector se pasará a leerlo y dictar otro veredicto.
Un saludo
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