Wanted to meet me? [Priv] [Zuko - Astartea]

Le habían hecho volver desde Arabasta con muy poco tiempo de antelación. Suspiró, en la sala de reuniones donde le habían dicho que esperara. Estaba solo él y nadie más, de pie al lado de una larga mesa con sillas donde solían sentarse marines de alto rango para hablar con sus superiores. Normalmente vicealmirantes. A él le habían invitado pocas veces a una de esas reuniones, pero a alguna había insistido. Parecía que allí arriba sabían que Zuko era más bien un dragón de acción, más que de papeleo. Miró por la ventana, al bonito cielo de la mañana. Al menos hacía buen día.

Le preguntaron varias veces que que había hecho tanto tiempo en Arabasta si se suponía que solo debía ir por el festival. "Entrenar", les contestó. No era mentira, ciertamente. Tan solo omitía el dato de que su maestro y compañero de entrenamiento había sido el enemigo número uno del gobierno mundial. Cuando les daba esa escueta respuesta parecían insatisfechos, pero ciertamente no tenían motivos para pedir detalles, ya que lo que hiciese un vicealmirante en su tiempo libre de entrenamiento no les concernía. El día que tuviesen pruebas de con quien había entrenado, en cambio, seguramente las pasaría putas.

No entendía muy bien por qué le habían hecho venir. Una cadete quería verle. ¿Por qué se hacía caso a la petición de una cadete? No porque valiese menos que otra persona, no, sino porque no tenía tanta influencia. Para ver a un vicealmirante. Le contaron que habían accedido a su petición de preguntarle al dragón porque la muchacha venía de ascendencia noble, pero que el vicealmirante podía negarse si quería. No lo hizo, pues en el fondo le invadía la curiosidad. ¿Qué quería una noble unida a la marina con él? Tal vez se hubiese enterado de sus orígenes en palacio. Tal vez quiera pedirle consejo, de noble marine a noble marine, aunque Zuko ya no era noble. O tal vez era algo totalmente distinto.

Fuese lo que fuese, estaba demasiado impactiente por saberlo. Se sentó en una de las sillas y se limitó a esperar.

-A-astartea-sama… ¿Por qué el Vicealmirante?- La pregunta del hombre escapó nerviosa de sus labios, mientras sus ojos oscuros se movían temerosos por la habitación. Nunca se acostumbraba a estar en la morgue de aquella mujer.

Daba igual que tuviera libros, batas, que pareciera que no era más que el despacho de una doctora demasiado entregada, él sabía exactamente como llamarlo. Morgue era la palabra para alguien que no hacía más que trabajar con muertos, y nada duraba demasiado tiempo vivo entre sus manos. Otra cosa fuera que a ella le interesara que permaneciera así, después de todo con aquellas extrañas capacidades era complicado que algo muriera a sus manos… A no ser que ella lo matara.

-Está en la lista, no tiene nada de raro.-Su voz le saca un escalofrío. Es quizás esa suavidad, ese deje ligeramente rasposo que hace que parezca que arrastra las palabras, pero a su vez las sisea. Como si te las dijera al oído, como si fuera un secreto gritado a voces.

El problema era la dichosa lista de la que hablaba la mujer. Se había empeñado en conocer a un montón de gente peligrosa y al rumbo que marcaba iba a conseguirlo a como diera de lugar. Había tirado de hilos que no quería tirar, hablado con quien no quería hablar y finalmente lo había conseguido. Aunque apenas acababa de entrar a la marina llamaba la atención, la misma se había preguntado de dónde había sacado unos poderes tan curiosos o unos conocimientos tan precisos en su campo.

Seguía siendo uno más de esos misterios que la envolvían, igual que la razón de que aquel hombre, un marine más, hubiera sido total y completamente cautivado por ella.- ¿Has terminado con lo que te pedí?- Su pregunta lo saca de su distracción y asiente ligeramente nervioso.- Su cita es mañana.-  Entonces la ve curvar los labios, aparecer esa suave y dulce sonrisa, ver aquellos orbes de sangre dirigirse hacia él, mientras sus dedos apartan aquellos cabellos de seda y plata, entonces lo entiende.

-Perfecto.- ¿Qué hombre no se rendiría ante una mujer así?

Sus pisadas marcan un compás acompañado por cada sutil movimiento de su cuerpo. Los bucles de plata se mecen, sus dedos rozan el pomo de la puerta y su expresión es tan suave y tranquila como la harmonía de sus facciones. – Oh, espero no haberle hecho esperar demasiado Vicealmirante.- Entra a la sala, sonriendo de forma ligera. Con aquella falda negra de pliegues en contraste a su piel como la porcelana, aquella suave camisa blanca y la chaqueta de la marina en los hombros. Astartea había sido el ángel y el demonio de algún que otro bucanero.

-Soy Astartea, gracias por haber accedido a tener esta reunión conmigo.- Se acerca a la mesa, aparta uno de los traviesos bucles que se empeñan en ponerse en su camino y camina hasta ponerse frente a frente con el hombre.- Mis saludos… Es todo un placer.- Y esa expresión extraña y misteriosa pinta su rostro de ángel, mientras con calma extiende su mano en el comienzo de un juego quizás demasiado peligroso.

Pero tiene una larga lista de hombres peligrosos que registrar.

Se encontraba aburrido, con una mano sobre la mesa, con los dedos repiqueteando en un monótono ritmo. Tampoco es como si llevara mucho tiempo esperando, sin embargo le aburría estar sin hacer nada. Estaba tan aburrido que hasta le había dado calor, y eso que no era algo que a él, como dragón, le pudiese molestar. Se había quitado la chaqueta y la había colgado sobre el respaldo de la silla, quedándose en camisa blanca con las mangas recogidas. Bostezó, tapándose la boca, en el momento en que entraba el objeto de su reunión.

Era una joven de estatura media, de largos cabellos plateados y ojos rojizos. Rostro angelical, que derrochaba inocencia y gentileza. Como si fuese la mujer más buena del mundo. Sin embargo, su cuerpo invitaba al pensamiento pecaminoso, casi como un reto a su autocontrol. Sin embargo, aunque le resultaba atractiva, el dragón se mantuvo respetuoso, intentando que no se mostrara deseo o pensamientos no deseados en su expresión. Se levantó, acercándose a ella mientras saludaba y se presentaba.

—Encantado, Astartea —le contestó dándole la mano—. Supongo que ya sabes mi nombre —dicho aquello, cogió una de las sillas y la apartó de la mesa, indicándole que podía sentarse. Una vez lo hiciese, se sentaría a su lado—. Bueno, ciertamente es... curioso, tal vez extraño, que una cadete pida audiencia con un vicealmirante. Más extraño es todavía que le hiciesen caso, sin ofender. Me gustaría saber, sin embargo, por qué motivo querías verme a mí exactamente.

Mantuvo la vista en sus ojos, los cuales le parecían cada vez más bonitos. Seguía preguntándose por qué motivo quería verle. Tal vez quería pedirle consejo por sus vivencias como hijo de noble recién unido a la marina, o tal vez era una niñita de papá que creía tener la vida resuelta solo por ser hija de quién es. Fuera lo que fuese, escucharía con atención y vería como responder.

Las cosas pasan por una razón, y aunque Astartea tuviera aquel rostro, todas y cada una de sus expresiones tenían una razón detrás. Le dio la mano, y la agarró algo más de tiempo, colocando su otra mano encima, miró al hombre.- No sabe cuánto me alegra haber conseguido esta reunión con usted, pero créame que no se imagina la razón.- Efectivamente, estaba tocándole la mano con todos sus dedos y finalmente, le soltó.

Entonces el hombre se daría cuenta de que la mujer de orbes de sangre y grande bucles de plata, tenía una mano idéntica a la de él en la mano propia. Solo que con un curioso signo de multiplicar en un lateral.- Perfecto espécimen, sí señor, le leería la línea de la vida y esas cosas, pero no creo en nada que no se pueda demostrar científicamente.- La colocó en una bolsita con cierre hermético, la metió en su bolso y sacó de este una libreta de aspecto antiguo, en ella comenzó a escribir.

- Zuko Kasai, veintinueve años, vicealmirante, tengo también un montón de sus datos médicos como parte del escuadrón médico de la marina.- Y como consecuencia de haber manipulado a un par de personas, pero nada del otro mundo. Tomó nota rápidamente mientras pinchaba sutilmente la mano con el bolígrafo, una sonrisa suave pintó sus labios de ángel, con ese toque de travieso demonio.- Oh verá, soy una pionera en mi campo e intento hablar y analizar a todos los grandes hombres de la marina, no podía dejar que se me escapara.- Ladea el rostro de forma suave, notando el gesto, viendo  la silla que le aparta, y es entonces que parece un pequeño juego.

Pasa suavemente por su lado, dejando que su largo cabello roce su brazo, en un suave y tranquilo toque, dejando que note su presencia cerca. Luego simplemente se acerca a la silla, sentándose con calma. Se acomoda en la misma, de forma regía, cruza suavemente las piernas al final de esta, apoyando suavemente el cuerpo en la mesa mientras deja la libreta y lápiz.

Tiene ese gesto suave y tranquilo, mientras da esa extraña y singular sensación de que esconde tantos misterios como la mano que acaba de sacar.- Prometo que seré amable con su falsa mano.- Y eso quería decir que tendría algo de escrúpulos a la hora de destriparla, probarla y testarla, aunque no fuera verdad.

Se sorprendió al ver aquello. Lo último que se esperaba es que la mujer se quedase en su agarre con una copia idéntica de su mano. La miró confuso, con una ceja alzada, y después se miró la mano, comprobando que todo estaba bien y perfecto. Ciertamente, no había notado nada raro, tal vez si hubiese estado más atento... ¿Acaso era maga? Sabía que había gente que se dedicaba a entretener a los demás con juegos de manos y trucos de magia. En Reddo solían hacerse espectáculos de ilusiones, sobre todo con fuego y humo. Sin embargo, aquel truco con la mano era bastante más personal, cercano e inesperado. Sonrió, divertido.

—Vaya, me has asustado. No me esperaba un truco de magia así, creía que esto iba a ser mucho más formal.

Se acomodó en la silla. Ciertamente, era una mujer preciosa y estaba empezando a tener una actitud menos atada junto a ella. Si su presentación era una broma en forma de truco de magia... Es que debía ser una persona amable y divertida. Al dragón le gustaba ese tipo de gente, solían ser personas con las que se llevaba muy bien y sería un soplo de aire fresco alguien así, tan alejado del resto de miembros de su brigada o reclutas a su cargo, que solían ponerle de los nervios. Casi como si le hubiesen encasquetado a los miembros más conflictivos de la marina. La miró a los ojos, quedándose un rato en silencio, perdiéndose en los mismos. Eran muy bonitos... y ella muy guapa.

—Bueno, supongo que querrías verme para algo más que para hacerme un truco de magia, ¿no? No me malinterpretes, no me lo esperaba y me ha sorprendido, pero imagino que debe haber algo más. Según me han informado... Eres hija de familia noble. ¿Por qué una noble querría unirse a la marina?

Conocía su propia respuesta, como príncipe convertido en marine, aunque imaginaba que la situación de ella no sería tan concreta como la suya, después de todo el dragón había vivido mucho antes de unirse a los uniformados. Sin embargo era la única conexión que se le ocurría entre los dos por la cual querría conocerlo, así que quiso saciar su curiosidad. Aunque no tendría ningún problema si el motivo era otro y la bella mujer prefería mantener sus motivos en silencio.

La mujer no pudo evitar pensar que aquel hombre era algo tonto, o quizás había visto tantas cosas en el mundo que prefería pensar que algo así, era bastante simple.  No pudo evitar que una suave risa saliera de sus labios, mientras cerraba los ojos en un gesto delicado y bastante dulce. Sin duda era divertido ver a donde podía llegar el pensamiento humano para explicar las cosas que no comprendía.

-Oh lo siento, es la primera vez que alguien no se asusta al ver los poderes de mi Akuma, es bonito que llegue a pensar que es magia.-  La mujer extendió suavemente su mano, enseñándosela. Astartea tenía las manos como las de cualquier noble, finas, delicadas, cuidadas con el mimo y el cariño que cualquier médico pudiera tenerle. La piel tan blanca como todo su cuerpo.  Fue entonces que le mostró a lo que se refería, tocando su propia mano hizo aparecer una tercera, como había hecho con la de él, con aquel símbolo de multiplicar.

-Verá, puedo hacer una copia exacta de cualquier parte del cuerpo tras haberla tocado, puedo sumarla, restarla, dividirla o multiplicarla, también puedo hacerla cambiar de tamaño.- Hizo desaparecer la mano falsa tras dejar de tocarla, mirándole con calma, esperando que entendiera entonces que su mano, era de verdad una copia de su mano, con todas las consecuencias que traía.-Eso hizo que sumado a mis dotes como médico, la marina me encontrara… Interesante.- Se encogió suavemente de hombros. Interesante había sido una palabra suave para un médico que podía hacer que nadie muriera en su quirófano.

Luego estaba el pequeño detalle de que ella deseara matarlos, claro estaba.

-No tiene nada que ver con mi estatus, pedí reunirme con usted ya que deseaba conocerle, tenía mucha curiosidad por alguien con sus capacidades.-Admitió divertida, mientras clavaba aquellos ojos del color de la sangre en los suyos.- Llámelo curiosidad profesional, o algo así, pero nunca he tenido la oportunidad de darle la mano a un dragón.- Mucho menos de robarle una mano que pensaba utilizar para muchas cosas, pero ese era otro detalle.

Quizás le sorprendiera al hombre que alguien como ella estuviera en la marina, no lo culpaba, no todos eran capaces de ver lo que escondían aquellos ojos. Muchos pensaban al comienzo ver el suave tono de los pétalos de rosa, luego descubrían el brillo de la macabra y oscura sangre ondulando entre ellos.

Pero para ese entonces, solía ser bastante tarde.

Vaya. No era tan interesante como se esperaba. El poder de una fruta del diablo. Habría esperado que en realidad aquella mujer fuese una experta en los juegos de manos, que fuese capaz de crear ilusiones con el mísero movimiento de sus dedos. El hecho de que fuese una fruta del diablo... Ciertamente, era algo que el dragón había visto varias veces. Tal vez en los Mares Cardinales las frutas eran una rareza, pero el dragón había nacido en el Paraíso y había estado incontables veces en el Nuevo Mundo, enfrentándose a todo tipo de peligros y variopintos guerreros con variados poderes.

—Curioso. Me habría sorprendido más que fuese un truco de magia, ciertamente. Pero no es culpa tuya, claro. Una vez pasas tanto tiempo en el Paraíso y el Nuevo Mundo... te acostumbras a gente con raros poderes y de curiosos aspectos. He luchado contra hombres capaces de convertirse en aves de fuego, de generar calor a su alrededor, he conocido hombres gato que podían meterse dentro de espejos, gente capaz de comandar terremotos con los puños... Y uno de los guerreros más formidables con los que he luchado era un mapache capaz de convertirse en y controlar arena. Y, por si fuera poco, he sido entrenado no por uno, sino por dos dragones distintos en situaciones totalmente distintas.

Levantó un dedo y formó una llama flotante sobre el mismo. Empezó a mover el brazo en círculos y el fuego lo siguió, dibujando círculos en el aire. Finalmente, encerró la llama en su puño y lo volvió a abrir, dejando salir un breve fogonazo que duró medio segundo. La miró, con una pícara sonrisa, aunque quería dejar claro que no pretendía superarla. Sabía que el poder de Astartea era bastante más peculiar que el suyo, pero lo contrario no era su mensaje.

—No quiero decir que tu poder no sea curioso, pero... —se encogió de hombros—. Cuando pensé que era un truco de magia estaba más intrigado. Aunque tienen razón, es una habilidad increíblemente útil en un quirófano, y solo por ello me alegro de que estés en nuestras filas. Aunque la belleza es un buen añadido.

-Siento no ser tan fascinante como usted, Vicealmirante.-Una suave sonrisa, una mirada que se agacha suavemente por un par de pestañas plateadas, y un suspiro leve. Ese ligero movimiento que indicaba algo de pena por su parte, mientras disfrutaba del pequeño espectáculo del hombre. Astartea sabía muy bien cómo jugar con todas y cada una de las cartas que disponía, y aquel momento era uno de ellos.- Pero me alegra pensar que dentro de mis posibilidades, puede hacer cosas también por hombres como usted.- El tono burlón empezó a notarse en su voz cuando dijo lo siguiente.- Tal vez algún día venga a pedirme esa mano de vuelta.- Le guiñó un ojo con confianza, antes de cruzar suavemente los brazos bajo el pecho.

La mujer deja que un suave sonrojo pinte sus mejillas ante sus palabras, para negar de forma suave.- Exagera Vicealmirante, pero le agradezco su cumplido, sin duda.- Comenzó a escribir un par de cosas en aquella libreta, tomando apuntes en lo que parecía un código o lenguaje cuanto más extraño, hacía difícil que otras personas lo leyeran de no querer ella que fuera de esa manera.

No importaba que tan poderoso fuera el hombre, seguía teniendo una debilidad por las cosas que podía proteger, y Astartea tenía esa apariencia que incitaba a cuidarla. Ya fuera su altura más pequeña en comparación a la suya, su piel blanca y delicada o aquellos ojos grandes y redondos que parecían brillar con cada pestañeo.- También he de admitir que estoy algo nerviosa, pero sé que hice lo correcto al apuntarme a la marina.- No había estado nerviosa en toda su vida, ni cuando se casó, ni cuando murieron sus padres, ni en su primera operación.

Pero quedaba bien cuando lo decía de aquella forma, cuando sonreía levemente, cuando relajaba el gesto y mostraba que estaba en confianza con la otra persona.- Me gusta pensar que este poder fue una especie de bendición, pese a lo que muchos puedan llegar a pensar.-Se encoge suavemente de hombros, luego, con cierta curiosidad no pudo evitar preguntarle.- ¿Ha entrenado con más dragones? ¿Existen más? – Sus ojos se llenaron de curiosidad, la sorpresa se vio impresa en aquellos orbes de rubí e inocentemente acercó más su silla a la del hombre, esperando escuchar algo más de sus historias con el resto de reptiles.

Cuanto más supiera de todo aquello mucho mejor, y sabía de sobra cómo acercarse a la gente.

Se sonrojó ante su cumplido. Ciertamente, era una chica adorable. De rostro y expresión hasta cierto punto inocente pero con un cuerpo de espanto que podría indicar todo lo contrario. Aquella mezcla provocaba una curiosa atracción en el dragón, como si quisiese conocerla mejor en muchos sentidos. Sin embargo, mucho se temía que aquello tan solo se quedaría en un flirteo tonto, al menos por su parte. Por mucho que le gustase el físico de aquella mujer, él era un profesional y si no era recíproco... Se fijó en lo que escribía, aunque no pudo verlo bien. Tampoco quiso meterse donde no le llamaban, tampoco pensaba que esa chica pudiese tener motivos terriblemente nocivos.

Suspiró, pensando que tal vez había hablado de más. Bueno, no importaba. No tenía ningún motivo para revelar que el segundo dragón se trataba de Dexter, y Astartea no tenía ningún motivo para pensar que se refería a él. Siempre podía contar la historia de su maestro y rodear la pregunta cuando se tratase de Dexter.

—Cualquier poder es una bendición, si te ayuda a conseguir tus metas. —Se recostó en el respaldo de la silla y colocó una pierna sobre la otra, en una cómoda postura, mientras se cruzaba de brazos, los cuales tenían las mangas recogidas—. En mi isla natal existían los dragones. Mi gente solía adorarlos como a dioses. Hasta que... Bueno. Mi bisabuelo, el Emperador Sozin, los redujo a la extinción y a la religión con ellos. Sin embargo, sobrevivió un dragón. Que decidió tomar forma humana y vivir como el último Sacerdote del Sol. Así lo conocí, nunca supe su nombre real. Nunca me guardó rencor, a pesar de ser el bisnieto del hombre que acabó con sus hermanos. Al contrario, me tomó bajo su ala y me enseñó cosas que jamás habría aprendido por mi mismo. Hasta que, finalmente, el último de los dragones de Reddo cayó. —Suspiró, obviando la parte de la historia en la que era su padre quien acababa con él y como Zuko comió la fruta cuando se suponía que debía guardarla—. En cuanto al otro dragón... —Se inclinó un poco hacia delante, dedicando una sonrisa a la bella mujer—... No es algo que le pueda contar a cualquiera. ¿Tal vez después de unas cuantas citas?

Y le guiñó el ojo. Había esquivado la pregunta con éxito. ¿Qué la había utilizado para un flirteo tonto? Sí, pero eso estaba de más. La mujer era guapa, lista y tenía pinta de simpática. Tampoco era plan comportarse como alguien extremadamente serio.

Escuchó su historia, con la mirada fija en el hombre, el rostro ligeramente ladeado y una expresión de genuina curiosidad. Y era real, le interesaba saber cosas sobre aquellos seres salidos de los cuentos de English Garden.  Aunque ella nunca había pensado que fuera los malos de aquellas historias, después de todo tenía un enfoque algo diferente que el resto del mundo sobre aquellas cosas.

Finalmente la historia comienza a acercarse a su final, y nota los ligeros cambios en las expresiones y emociones del hombre. La dama de orbes rojizos se da cuenta de los tintes de tristeza escondidos en sus palabras, pero prefiere ignorar todo aquello, hacer como si solo se creyera lo que él le contaba. Ese suspiro final hizo que ella arrugara suavemente el gesto, que su boca curvara un gesto triste que podía verse fácilmente en cuanto ella le mirara.

- Todos tenemos una historia que contar, pero nunca me imaginé una sobre dragones.- Sonríe levemente, ella misma era una gran historia con patas.- Si se porta bien, quizás algún día le cuente la mía.- Se encoge suavemente de hombres, su historia una vez había abordado cada periódico de su país y ella había sido la viuda del pueblo.

Amada, idolatrada y adorada por todos y cada uno de ellos.

Luego llegó el momento de hablar del otro dragón, la dama se inclinó suavemente para escucharle, pero sus palabras activaron otra clase de reacción. Una de esas que destiñen del rostro de ángel, pero se acopla demasiado a su cuerpo de demonio. No se aleja, al contrario, corta aún más las distancias, hasta que sus labios quedan cerca de su mejilla, hasta que su largo cabello roza suavemente su hombro.- Bueno, prometo dejarle invitarme a tantas como quiera…- Un gesto coqueto, una de esas sonrisas que esconden tantas cosas en la comisura de sus labios.

Una de esas promesas que sin duda podría lograr que cualquier hombre decidiera saltar al mar por voluntad propia.

Vuelve a recostarse en la silla de forma tranquila, como si nada hubiera pasado, devolviendo uno de los mechones de cabello a su propia oreja, con una calma controlada y serena, con premeditación total. Solo tiene que dominar aquella situación como domina todo en su vida, de una forma que nada ni nadie puede interferir, asegurándose de conseguir exactamente lo que quiere.

Y nuestra demonio sabe exactamente qué es lo que quiere.

Su corazón latió con fuerza y velocidad cuando se acercó tanto a él. Estaba nervioso, sintiendo su cercanía y como su pelo tocaba su hombro. ¿Le estaba devolviendo el flirteo? Estaba algo confuso, pues no estaba del todo seguro. Nunca lo estaba, después de todo... Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había hablado así con alguien, y mucho más tiempo todavía desde que se lo habían devuelto. Ya ni siquiera era capaz de identificarlo. Tan enfrascado en su trabajo y en lo que se suponía que debía ser y hacer... ¿Se había olvidado de ese estilo de vida? ¿De la relajación? Vivía solo para trabajar...

Empezaba a cuestionarse si era buena idea, el pensar así de una subordinada. Se maldijo mentalmente, dándose cuenta de que volvía a pensar en todo como si fuese trabajo. Si, era su subordinada, pero también era humana, igual que él. Era hermosa y le estaba devolviendo los tonteos, ¿qué más podría pedir? ¿Estaría perdiendo una oportunidad de oro? Dejar escapar aquello bien podría ser uno de los mayores errores de su vida, aunque nunca lo sabría. Si que se lo preguntaría todas las noches, por supuesto, pero jamás sería capaz de saber la verdad.

Sintió cierta tristeza cuando se alejó de él y volvió a recostarse en la silla despreocupada, como si no hubiese pasado nada. Tal vez se estaba montando una idea equivocada y era cierto que no estaba pasando nada. Miró a un lado, confuso. Entonces se le ocurrió... La prueba de hierro. Un último tonteo con el cual vería si de verdad valía la pena seguir con aquellos juegos. Se inclinó hacia delante y cogió una de sus manos con la suya propia, rodeándola con la otra, de forma que la cogiese con sus dos manos. Lo hizo de forma gentil, con suaves caricias en su suave piel.

La piel de sus manos, en cambio, era algo más dura y trabajada. Más... ¿fea?. Estaba seguro de que no era tan agradable al tacto como lo era la suya. Acercó mucho el rostro al suyo con una pícara sonrisa, mirándola a los ojos. Ese era su objetivo, que ella lo mirase bien a él a los ojos. Que viese como uno de sus ojos era de color azul, a diferencia del otro que lucía su ambarino natural. Tenía que ver bien la diferencia entre ambos. Que fijarse en como la piel alrededor del ojo azul tenía pequeñas marcas, diminutas cicatrices imposibles de ver si no estabas así de cerca.

—¿Te has preguntado alguna vez como baila un dragón? —le dijo en un susurro sugerente, en el que esperaba que se entendiese que con "bailar" se refería a otro tipo de actividad.

La frase era lo de menos. El vicealmirante había perdido un ojo en una de sus innumerables batallas, siendo reemplazado por otro. Le habían negado el tener una cicatriz de guerra, por lo que ahora debía lucir a todas partes algo que parecía una deformidad de nacimiento. Algo que solía inquietar a quienes lo miraban y conocían. Si ella se inquietaba... entonces lo tendría claro. Y si no lo hacía...

Podías intentar jugar con muchas cosas, pero los nervios de Astartea era algo con lo que era imposible empezar aquello. Casi como si su pulso de cirujano o la habilidad y temple de su akuma corriera por su mente tanto como por sus venas o por su cuerpo, no es como si dudara o tuviera miedo. Controlaba casi milimétricamente que era lo que podía pasar, y trabajaba con ello a medida que le llegaba.

Notó como agarraba su mano, el hombre no solo notaria la diferencia del tacto, si no la suavidad de su piel en contraste con la suya. Si se fijaba bien sería él quien podría ver la curiosa marca de un viejo anillo de matrimonio en su mano derecha, pero era algo que la mayoría prefería obviar al verla. Demasiado joven, demasiado dulce para algo tan inquietante en su vida.

Lejos de apartar el rostro o mover la mirada dejó que sus propios orbes se clavaran en los del hombre. El mar de sangre, rubí y rosas de sus ojos estaba tranquilo, neutro, mucha gente había dicho que hasta cierto punto era como si estuviera muerto. Pero nuestra señorita estaba centrada en algo mucho más interesante en aquel momento. Ignoró sus palabras, y él podría notarlo, su mano libre iría a la mejilla del hombre, aquella con aquel ojo diferente, subiría por esta, acaricia suavemente por debajo de sus ojos con sus dedos y susurraría con calma.

- Debió de doler… Si quisiera podría hacer algo por ello.- Una suave sonrisa, un gesto tranquilo, y simplemente no vacila.- Tiene un color de ojos demasiado bonito como para desperdiciarlo.- Soltó suavemente su rostro, siendo total y plenamente consciente de todo lo que estaba haciendo, de lo que podía causar con ello.

Podía y estaba dispuesta a usar a aquel hombre, incluso a destrozarlo de ser necesario.

-Y puedo asegurarle de que soy una gran pareja de baile.- Una risa suave, y sus dedos agarran suavemente la mano del vicealmirante, casi como si cerrara un maléfico hechizo alrededor de este.

Podía hacer tantas cosas, tanto daño, y no sentirse culpable por ello, destrozarlo, romperlo, sentarse a su lado mientras un buen hombre sufría y no conocería el arrepentimiento. Después de todo la vida hacía aquello con la gente como él y por ello, ella se había transformado en lo que era, en lo que la gente realmente temía y odiaba.

No había forma de que te hicieran daño cuando eras tú la que lo hacía.

Le sorprendió. La pícara sonrisa que podría tener se borró al escuchar aquellas palabras y sentir su tacto en su rostro. Nunca le habían tocado así, ni siquiera... ella. Durante un instante se sintió débil. La zona de su cara que estaba tocando fue la que antaño había sido marcada por la más horrenda de las cicatrices, por una quemadura horrorosa que, hará muy poco tiempo, desapareció por completo de su rostro. Una quemadura que hacía que su ojo tuviese que estar siempre parcialmente cerrado, que lo dejó sordo de un oído durante la mayor parte de su vida.

Y, cuando por fin había superado aquella herida emocional y su propio cuerpo de dragón mudó su piel, regenerándola para librarse de aquella cicatriz, recuperando la capacidad de oír por su oído izquierdo... Perdió el ojo en su mayor batalla. Como una cruel mofa del destino, como si estuviese destinado a que ese ojo le recordase cada día su fracaso más absoluto, fuese cual fuese. Y ahora eran dos, uno encima de otro.

"Mierda..." pensó, mirándola a los ojos mientras quitaba la mano de su rostro "... Esto es más que un tonteo..."

¿Por qué? ¿Por qué ahora? Con una cadete. No, no podía ser. La acababa de conocer y... No. Estaba mal. Ni siquiera sabía si era recíproco, si ella tenía el mismo interés que él. No podía saberlo. Soltó su mano con cuidado y se levantó de la silla. Le dio la espalda un rato, dudando. Tal vez si no la miraba podría pensar en ello sin problemas... No. No funcionaba. Suspiró. ¿Por qué siempre le pasaban estas cosas? ¿Por qué no podía tener una vida de marine normal y corriente? Siempre ocurría algo, algo que trastocaba su mundo de una manera u otra. Su padre volvía pidiendo perdón, Dexter volvía de entre los muertos... y ahora esto. Se apretó las sienes con el pulgar y el índice y suspiró, dándose la vuelta.

—Mira... Voy a ser sincero y sin rodeos. Somos... Somos adultos, creo que podemos dejarnos de tonterias. Verás, me... Me pareces una persona interesante. Eres guapa, lo que me has contado sobre ti me ha intrigado y... —Prefirió obviar lo que había sentido cuando le tocó la cara y habló de sus ojos—... Me interesa conocerte mejor. Ya me entiendes... Fuera del trabajo. Sin uniformes, sin formalidades, solo... dos adultos, conociéndose... Una cita. Quiero una cita. ¿Te interesa?

Estaba algo nervioso esperando su respuesta, aunque la respetaría fuese cual fuese.

Astartea adoraba ver a la gente entrar en pánico, perder los papeles, soltar una ristra de palabras sin sentidos, perderse en sus ojos. Le encantaba, eso significaba que no era a ella a la que le estaba pasando y eso era lo mejor que podía pasarse en la vida. Así que se deleitó en el nerviosismo del hombre, en su capacidad para no parar quieto hasta que finalmente, decidiera una resolución.

Ella por su parte se quedó quieta, con las manos cruzadas con calma, la mirada fija en él, con sus idas y venidas y aquella expresión tranquila en el rostro.- ¿He dicho algo malo? –Pregunta casi con cierta cautela, antes de que finalmente nuestro querido vicealmirante decide decirle que no, efectivamente, no ha hecho nada malo.

Al verle agarrarse la sien sabe que quizás ha sido más efectiva de lo que pensaba.

Al comienzo se limita a asentir, con esa suave sonrisa que va subiendo lentamente por sus labios, mientras el hombre parece buscar reunir todas y cada una de las palabras que sabe, para algo.-Claro, ya le dije que le daría todas las que quisiera.- Una resolución calmada, tranquila, digna de alguien que parecía sincera en sus palabras… ¿Lo era después de todo? Quien sabe.- Es un hombre guapo, encantador y muy seductor, nadie podría rechazarlo.- Una suave risa, se levanta de la silla con ese aire dulce que parece seguirla.

-Estaré deseando saber más de usted vicealmirante.-  Se queda quieta durante un momento, y es durante ese breve instante que parece que esa sonrisa se ha pintado de un aire mucho más oscuro que el resto de su rostro.-No, quizás debería llamarte Zuko, después de todo.-Le guiña un ojo, antes de agarrar sus cosas de la mesa, comenzando a recoger todo lo que tenía por allí disperso. Menos mal que con su memoria, luego podría transcribir con calma todo lo que había averiguado de él.

Una vez terminó aquello, acercó la silla con calma a la mesa, mirando al hombre , clavando sus ojos en los de él.- ¿Cuándo dice que vendrá a buscarme? Por asegurarme de estar presentable y no parecer una marine.- Se colocó el bolso en el hombro, esperando su respuesta para salir de allí y saber que hacer a la siguiente vez que le viera.

Era un buen hombre, de esos demasiados buenos a los que solo le pasan cosas malas por las personas como ella.

No pudo evitar sonreír cuando aceptó, sintiendo un débil cosquilleo en el vientre. Estaba contento por ello, sin duda. Aunque notó algo extraño en sus cumplidos, algo que le hizo... dudar. Sin embargo, no le dio importancia. Después de todo, cada persona se expresa de forma distinta, no podía juzgarla. Además, tenía una risa bonita. Solo la risa hizo que no se arrepintiese de haberle pedido esa cita. Sonrió sinceramente y con cierta calidez. Era un momento de felicidad, al menos. Asintió cuando le dijo que debería llamarle Zuko, después de todo... sería algo raro que durante una cita lo estuviesen llamando "vicealmirante" todo el rato.

—Sí, claro. ¿Te parece bien a las ocho?

En cuanto confirmó la hora y le indicó donde estaba su residencia de Marineford para ir a buscarla se marchó. Era pronto, había dado tiempo suficiente para prepararse. No tardó en poner bien las sillas y volver a ponerse la chaqueta del uniforme. Al rato salió de la sala y se dirigió al exterior de aquel edificio. Entonces iría volando hasta el piso que le habían dado para ocupar en Marineford mientras se encontrase allí.


Se había duchado a consciencia. Que por lo menos tuviese un olor decente y no el que tenía alguien que llevaba varios días encerrado en un despacho con el mismo uniforme. Se puso unos pantalones de traje negros y unos zapatos elegantes, aunque cómodos. Se puso una camisa azul y una americana negra por encima, aunque estuvo varios minutos debatiéndose si llevar corbata o no. Si llevar la camisa bajo los pantalones o no. Finalmente, decidió dar un toque informal yendo sin corbata y la camisa sin meter. Suspiró, mirándose al espejo, nervioso. Cogió su bufanda y se la colgó sobre los hombros, sin enrollarla en su cuello.

Salió y fue directo a donde le había indicado. Su corazón latía deprisa. Hacía bastantes años que no tenía una cita, se sentía terriblemente joven. Llegó a la puerta y soltó un largo suspiro. Entonces levantó el puño y dio tres suaves toques con los nudillos.

-A las ocho me parece una hora maravillosa.- Una sonrisa inocente que esconde demasiado, un gesto disimulado mientras se pierde por los pasillos. No vamos a negar que estuviera siendo un día productivo, conseguir la cita con el dragón solo había sido la punta del iceberg. Ahora quedaba asegurar que todo fuera igual de bien que todo lo demás.

Llegó a casa, se metió en la ducha y se pasó un tiempo dedicándose a ella misma. Se arregló, con una mezcla entre desenfadada y coqueta y dejó que por una vez su personalidad desdoblada y siniestra disfrutara de todo aquello. No importaba quien fuera a ser aquella noche, no importaba la razón.

La palabra mágica estaba en su cabeza, y mientras siguiera repitiéndosela, todo sería tan real en la vida como lo era en su cabeza.

El vestido rojo se amoldaba a las curvas de su cuerpo. Marcaba su cintura estrecha, exponía de forma cuidada sus pechos y la chaqueta en su brazo la ayudaría a evitar el frio. Un maquillaje suave y delicado, un lazo rojo que dejaba aquellas ondas de plata en su sitio, sus tacones negros favoritos y estaba lista. Casi era como prepararse para la guerra, pero después de haber diseccionado aquella mano a la hora de la merienda, sabía de sobra que podía y que no podía hacer con el dragón.

Los golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos, acomodó suavemente la tela pasándola entre sus dedos y con el bolso al hombro, abrió la puerta. Una de esas sonrisas que marcan sus labios, y enseñan una expresión entre soñadora y dulce fue lo que recibió al marine, con aquel cuerpo de demonio y aquella mezcla tan extraña y hermosa.- Oh vaya, que guapo y elegante Zuko, me alegra haber pensado lo que ponerme.- Pasó los dedos para recoger un travieso mechón que se empeñó en rozar su mejilla, luego de aquello cerró la puerta a su espalda.

No había vuelto atrás, en el momento en el que el click de la cerradura había sonado, la mujer sabía de sobra que no iba a poder dar media vuelta. Aunque nunca había sido una opción, sobretodo en el momento en el que había puesto las manos encima de aquel hombre.- ¿Nos vamos entonces? -Se dio la libertad de agarrar suavemente su brazo, apoyándose un poco en él para poder mirarle cómodamente a los ojos. Ni unos tacones altos iban a quitarle eso.

Zuko había hecho mil cosas durante toda su vida. Había trabajado, combatido, se había infiltrado en un grupo revolucionario, había sido partícipe en la salvación del mundo, había luchado junto y contra los guerreros más poderosos del planeta... y aún así estaba nervioso. Nervioso porque iba a tener una cita. Nunca había sentido algo así desde su adolescencia, y ciertamente creía que era algo que había superado, que había madurado. Sin embargo, en ese instante se dio cuenta de que el verdadero motivo por el cual había dejado de sentirlo era porque no habían surgido las oportunidades.

—Estás preciosa... —pudo decir, con el corazón latiendo a una velocidad vertiginosa.

Casi podía sentir como si el corazón se le fuese a salir del pecho, descontrolado. Podía controlar muchas cosas, como su fuerza y el mismísimo fuego. Pero aquello no. Aquello le era imposible. Cuando se agarró a él tuvo que forzarse a tranquilizar su respiración. Había pensado ya donde llevarla, ciertamente. Al menos para empezar la noche. Había un restaurante algo caro, pensado para marines adinerados que allí residían y querían hacer gala de sus millonadas. Zuko no era uno de esos pijos, claro, pero... tenía el dinero. Bien podría aprovecharlo, aunque sea para llevar a Astartea a un sitio bonito.

No estaba muy lejos y el paseo fue corto pero tranquilo. El restaurante parecía lujoso, con un cartel negro que en letras doradas rezaba Trés Bien. No sabía muy bien como se pronunciaba aquello, claro, por lo que antes de quedar en ridículo intentando decirlo decidió llamarlo "el restaurante" durante toda la noche. Aunque pudiese parecerlo, no había tanta gente rica en Marineford como para que no se pudiese entrar sin reserva, lo cual era de agradecer. Aún así debía haber como dos o tres mesas libres.

Entraron y los llevaron a una de las mesas. Era un lugar lujoso, de paredes negras y doradas y con unos manteles con un motivo similar. Zuko apartó una de las sillas para que se sentase Astartea y después sentarse él. La miró y sonrió, algo tímido y avergonzado, pues no sabía muy bien como reaccionaría a un sitio así.

-Es usted todo un adulador, pero simplemente me he arreglado a su altura.- Una sonrisa divertida y ambos comienzan aquel paseo. Ella no lleva demasiado tiempo en aquel lugar, pero es total y plenamente consciente de las cosas que suceden, de cómo algunos tienen acceso a zonas que otros no. Y una larga lista de ventajas que se le abrían por estar agarrada del brazo del hombre adecuado.

El paseo los llevó al restaurante más exclusivo de aquel lugar, la mujer no puede evitar pestañear con algo de sorpresa, pero no le molesta. Nuestra querida Astartea sigue siendo una duquesa después de todo, y el hombre sabe de su estatus como noble, quizás simplemente pensó que era lo más cómodo para ella.-Tengo que admitir que es un lugar precioso, pero no tenía que tomarse tantas molestias por mi.- Los estaban mirando, lo notaba, mañana iban a ser todo el cotilleo del cuartel y a nuestra Astartea le importaba un bledo.

Aceptó su gesto caballeroso, tomó asiento con cuidado de que el vestido permaneciera cuidadosamente colocado. La chaqueta se la habían recogido a la entrada y el bolso descansaba suavemente en la silla.-Podría haberme traído a cualquier sitio, soy igual de feliz comiendo aquí que en un restaurante callejero… Espero no se haya visto obligado a traerme bueno.- Se mordió el labio con algo de pena, mientras sus dedos jugaban nerviosamente con la servilleta.- Usted…Sabe que soy noble, pero no sabe quién soy, ¿verdad?- De forma aparentemente inconsciente se llevó la mano izquierda a la derecha, buscando esconder suavemente la marca de aquel anillo de matrimonio que alguna vez había estado allí.

-No me gustaría que se enterara por otras personas.- Admitió algo apenada, esperando su respuesta, esperando saber si sus superiores le habían dicho su verdadero apellido, de donde era o si simplemente le habían dicho que era noble.

Era todo un teatro, claramente, sabía quién le había dicho lo de que era noble y no había puesto ni su apellido de soltera ni nada que pudiera ser problemático, como su estado civil. Simplemente le habían dicho que era una noble de alto rango y listo, del resto se encargaría ella aquella noche.

Podía sentir las miradas de la gente a su alrededor y suspiró. No se avergonzaba, y mucho menos iba a dejar de hacer ese tipo de cosas, sin embargo... Si que sentía cierta molestia. No le gustaba que hablasen de él, que cotilleasen... Desde que había llegado tan alto que había empezado a pensar que ya no tenía control sobre su vida e incluso se sentía raro cuando simplemente quería descansar y divertirse con alguien. Intentó alejar esos pensamientos de su cabeza. No era momento para centrarse en eso, era momento de prestar su atención a la bella mujer que había accedido a acompañarle aquella velada.

Durante un momento sintió como si estuviese haciendo el ridículo. El tono de la mujer seguía siendo respetuoso, hablándole de usted... Un pensamiento empezó a cruzar por su mente. ¿Y si no estaba cómoda? ¿Y si había accedido solo por su rango? Si había algo que el vicealmirante no quería hacer era forzar a nadie ni utilizar su estatus para ese tipo de cosas. Sin embargo... ¿Cómo iba a saber a partir de ahora a quien le gustaba por él mismo y quien simplemente quería hacerle la pelota o se sentía intimidada por su rango?

—Lo único que espero es que estés cómoda, puedes tutearme, de verdad. Aquí no soy tu jefe.

Pidieron entonces la comida. Zuko pidió un plato que parecía extrañamente sofisticado, pues tan solo sabía que era carne, y supuso que aquello sería suficiente. Escuchó entonces las siguientes palabras de la mujer, tintadas de cierta preocupación. Antes de empezar a comer se paró un segundo, reflexionando sobre aquello. A pesar de su herencia como parte de realeza nunca se había relacionado con otros nobles. No, no sabía de que familia era, pero... ¿Debía importarle? Quería conocer a Astartea, no a su familia... De todas formas, aquello parecía importante para ella.

—Te escucho si me lo quieres contar.

Astartea no pudo evitar que un suave sonrojo pintara sus mejillas ante el apunte de Zuko, apartando suavemente la mirada. Dejó que uno de los mechones de plata se atravesara calmadamente frente a sus orbes rojizos.- Lo siento… No estoy acostumbrada a salir con hombres de esta forma, prometo tratarte menos formal, Zuko.- Una sonrisa tranquila, un gesto suave y sabe de sobra que ella está tan perdida en aquel papel, en aquel hilo del que está tirando, que tiene que tener cuidado de recordar la razón de ello.

-Mi nombre completo es Astartea Von Castle… De soltera, Astartea Takashiro, de casada.- Antes de que el hombre entrara en pánico, ella alzó suavemente su mano.- Y Astartea Shikei como viuda…-Una sonrisa algo amarga pintó sus labios, mientras miraba la marca que había dejado aquel anillo con el paso del tiempo.- Enviude hace cosa de un año, la marina sentenció a mi marido a muerte, si busca un poco en los periódicos…Bueno, no tiene que buscar, fue un escándalo famoso por todos lados.- Periódicos, nobles de todos lados, gente de Paraíso, del Nuevo Mundo. La noble de la familia más poderosa de English Garden, casada con un gran y rico mercante de Wano que había enloquecido hasta los extremos.

Las manos de Astartea empezaron a temblar, y su semblante, figura y porte recordó al de un pequeño conejito blanco, asustado y temeroso.- Mi difunto marido me… Me maltrataba, fue condenado después de que matara a mi mejor amigo cuando este intentó defenderme.- Mentira, mentira, mentirosa codiciosa. Pero claro eso solo lo sabéis vosotros, los que habéis leído la historia de verdad, no la que cuenta una dama de ojos llorosos y labios mordidos con algo de pena.- Creo que… Ya que estamos empezando a conocernos y me ha invitado a una cita, debería saberlo, antes de leerlo en un periódico, suelen pintarlo peor de lo que es.-No, solían pintarlo igual de mal que la mentira que ella les contaba, que las frases que les dictaba o los tristes suspiros que soltaba.

Siempre era divertido ver cómo acababa todo aquello.

Las palabras e historia de la mujer le parecieron... extrañas. No que no las creyera, sino que no se esperaba que alguien como ella pudiese haber vivido algo así. Parecía demasiado joven como para haber pasado por tanto, cosa que conmovió al dragón. Miró a un lado, suspirando, mientras pensaba. Una noble que, como a él, la vida en palacio le había traído oscuras vivencias, abusos de una figura de autoridad superior. Con cuidado llevó la mano hacia delante y tomó la de ella, la misma que le había enseñado para mostrarle que ya no llevaba el anillo, acariciando gentilmente la marca que el anillo le había dejado.

—Eres muy joven como para ser viuda ya... Debió ser horrible.

El vicealmirante sintió una extraña necesidad. De protegerla. De envolverla bajo su ala y que nadie más pueda volver a hacerle daño. Suspiró, soltando su mano antes de que pudiesa sentirse incómoda o que pensase que se estaba tomando demasiadas confianzas. ¿Cómo podía seguir hablando? ¿Debía contarle sus desgracias? No quería que pensase que intentaba competir con pasados deprimentes, pero... Tal vez si lo escuchase podría sentir lo mismo que siente él: Que ha conocido a alguien que la puede entender. Suspiró.

—Cuando era pequeño mi madre desapareció. Más tarde mi padre me obligó a alistarme al ejército de nuestro propio país, con tan solo... trece años. A los catorce acompañé a mi tío a una reunión militar y... cometí un crimen, supongo. El crimen de decir que arrasar una isla entera solo porque estaba entre nosotros y nuestro objetivo era una monstruosidad que no podía hacerse. Mi padre, el emperador, lo tomó como una ofensa personal y... como castigo me quemó la cara, en público, utilizándome como ejemplo de lo que le pasaba a los soldados que desobedecían. Muchas veces desde entonces intenté ganarme de nuevo el amor de mi padre y debí ser desterrado de mi isla unas... cinco o seis veces. Ya no lo intento, han pasado demasiados años... Aunque las vidas de los habitantes de aquella isla siguen cargando mis espaldas.

-Es normal para la nobleza, las mujeres solo somos una pieza para intercambiar, algo así como un trozo de carne que se vende dependiendo de lo bonito o útil que resultas.- Había tanta verdad en aquellas palabras que el sutil tono de amargura que embargo cada extremo de sus palabras se hizo palpable. Aunque siendo tachada de genio de la medicina, con un cerebro como el suyo, con unas capacidades como las suyas, había quedado reducida a una esposa capacitada y hermosa.

Acarició suavemente su mano devolviéndole aquel gesto cariñoso, con una sonrisa suave en los labios.- Agradezco tus palabras, pero no busco pena alguna Zuko, es simplemente una forma de conocernos, pienso que empezar por lo malo lo hace todo más fácil.- Admite con algo de pena, antes de que él corte aquel contacto, haciendo que ella recomponga su postura, se centre en todo lo demás. No tiene que pensar mucho en aquellas cosas, su mente esta en piloto automático, sin embargo comienza a sentirse escamada.

Es esa sensación que hace que a medida que este hombre cuente su historia, un sabor amargo se instale al comienzo de su estómago. Quiere pensar que es simplemente porque anda demasiado metida en su papel, no debido a que por una vez parece haber encontrado a alguien realistamente demasiado… Bueno. Mando la idea a algún rincón perdido de su cabeza, tomó su mano como él había tomado la de ella y le sonríe de forma suave, buscando darle comprensión y aceptación.

-Bueno, los dos hemos vivido demasiadas cosas a nuestra manera, ambos pensamos que el amor de un padre era algo por lo que teníamos que luchar, perdernos… Pero no es así.- Algo de pena en su gesto, suelta suavemente su mano y sus orbes del color de la sangre se pierden suavemente en la ventana.- O se tiene o no se tiene, eso no cambia, ni se transforma ni se consigue.- Le mira, cambiando de tema al ver que el camarero llegaba para tomarle nota sobre lo que iban a pedir y tomar. Ella pediría algo ligero acompañado de un vino no demasiado fuerte y prefirió llevar la conversación a un tema más suave.

-No soy nada buena manejando el alcohol, pero me gusta tomar algo de vino con la comida, intentaré tener cuidado.- Admite, sonriéndole para hacerle ver que no tenía que preocuparse por la conversación que acababan de tener. Lo importante era que ambos estuvieran cómodos el uno con el otro.

—Sí, tienes razón —le contestó con una melancólica sonrisa.

Era algo que había aprendido hace tiempo. No podía luchar por el cariño de su padre porque dicho cariño no existía. No era algo que tuviese que ganarse ni mucho menos, aquel hombre simplemente era así, preocupándose antes de su trono que de su familia. El dragón había aprendido a ver que no es que estuviese deshonrando a su padre, sino que en su vida había otra persona que había actuado como su padre de verdad. El camarero no tardó en traer el vino que había pedido y el vicealmirante empezó a preguntarse... como debía responderle a aquello. ¿Y si parecía que pretendía emborracharla para aprovecharse de ella? Para nada era su intención, pero... tampoco podía decirle que no bebiese si ella quería.

—Yo llevo bastante tiempo sin beber nada, llevo... demasiado tiempo enfrascado solo en el trabajo. No recuerdo la última vez que salí simplemente a... divertirme y pasarlo bien, de un modo u otro.

Aquello era cierto. Desde que era marine que había empezado a volcarse solo en su trabajo y nada más. Hacía tiempo que no hablaba con Kus, al menos no en persona, de algo que no fuese referente al trabajo. Se pasaba el día o encerrado en un despacho o en el campo de batalla haciendo alguna peligrosa misión. Lo único que había hecho que podría considerarse relajante fue aquella vez que estuvo en Arabasta y conoció a Zaina. Y aquello, técnicamente, seguía siendo trabajo. Cogió la copa y la observó.

—No cometas mi error, como consejo. Permítete algo de tiempo libre.

-Bueno, yo por lo general salgo a divertirme, con moderación como todo,  pero me gusta conocer a la gente, lejos de trabajo, uniforme y cosas así.- Antes de que el hombre se pensara que simplemente le había aceptado la cena por socializar, se encargó de sonreír de forma tranquila y relajada, dándole un sorbo a su copa de vino.- Aunque es la primera vez en mucho tiempo que acepto una cita.- Un gesto coqueto, un mechón que se aparta con calma detrás de la oreja y ella no sabe la razón, pero sigue teniendo la mosca detrás de la oreja en esa situación.

Uno de esos pálpitos que tiene cuando sabe que tiene razón en algo, y aunque esta vez su intuición le dice algo que no tiene sentido, nuestra albina prefiere controlar los pensamientos que golpean su mente. Debe dejar que la razón consuma esa estupidez que suena al fondo de su cabeza, esa sensación de que quizás simplemente le está haciendo daño a un buen hombre por capricho. No es algo que no haya hecho antes, no es algo de lo que se arrepienta, pero siente en cierta forma que hay algo diferente a todas y cada una de esas veces.

-Anímate Zuko, prometo no sacar el trabajo y hacer que no pienses en ello durante la cena y tras ella, soy buena conversadora cuando quiero serlo.- Le guiña el ojo con diversión, mientras comienzan a disfrutar de la cena, de sus platos exquisitos y casi remilgados, y de las miradas de la gente que no sabe demasiado como ocultarlo. No saben si es sorpresa, desconcierto o es que el par en si era un cuadro bastante extraño.

Sea como sea, Astartea está decidida a conseguir que el dragón elimine todas y cada una de sus guardias con ella. Necesita saber si esconde algo, si tiene un lado oscuro, un secreto, algo turbio que le quite ese sabor a pastel y dulces que tiene en el paladar, mezclado con amargura y preocupación. Quizás estaba conociendo a una de esas personas tan empalagosamente buenas que le hacían pensar que tenía escrúpulos y principios.

La sola idea le causo en escalofrío, y con una sonrisa y un trago, cambio el pensamiento en su cabeza, nada de esas cosas por aquella noche.

—¿Tras ella? —preguntó con una sonrisa algo pícara tras su promesa —. Me alegra saber que pretendes quedarte después.

Si bien había cierto tono juguetón en su voz, era sincero y se alegraba de verdad. Pocas personas querían quedarse con él y ya había dejado de contar la de veces que se había sentido dejado de lado, como si no confiaran en él. Recordó todo aquello que le dijo a Dexter, todas esas recriminaciones y reproches por no haberle contado su plan, por no haber siquiera tenido en cuenta la posibilidad de que la fuerza de otro dragón a su lado podría haber sido útil.

Pero hacía ya tiempo que había aceptado que no quería luchar junto a Dexter. Respetaba a aquel hombre y su visión, pero tenían opiniones distintas. El dragón prefería mantenerse en el lado de la ley, de la moral... Aquel en el que muriesen el menor número de personas, sin revoluciones violentas, sin guerras cíclicas que diesen lugar a más revoluciones y una batalla eterna entre dos bandos. Sin embargo... había momentos en los que tuvo que romper la ley.

Cuando le ordenaron asesinar a un niño y lo ocultó, mintiendo a sus superiores. ¿Como estará ahora aquel niño? Hacía ya varios años desde que lo dejó en aquella isla, oculto y con un nombre nuevo. ¿Debería ir a buscarlo? Aunque sea para ver como ha crecido... Agitó la cabeza, sacando de su cabeza ese pensamiento. No era el momento ni el lugar para pensar en ello. Tenía delante a una bella mujer que le estaba gustando bastante. Ella debería ser el centro de su atención.

—He de pedir disculpas, hace mucho tiempo que no hago esto y... no se si te estoy aburriendo —se disculpó antes de dar un trago de su copa de vino—. ¿Te gusta este sitio? Yo ya lo conocía pero... es la primera vez que vengo. No es como si antes tuviese a nadie a quien traer aquí, pero... aquí estamos.