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![[Misión Osada-South Blue] Un barco, por favor Empty](https://2img.net/i/empty.gif)
Contratante: El Contratante
Descripción de la misión: Caminando algo nervioso por el puerto de una pequeña isla en el South Blue, se encuentra un señor de metro setenta de altura, calvo y de expresión seria. Da vueltas y se esconde entre las cajas de vez en cuando, como si tuviera miedo de algo. Es cierto que está algo hecho polvo y por algún motivo tiene una bandera de la marina envuelta al cuello. Va pidiendo a todo el que le escuche que por favor le lleven en barco hasta una isla grande, ‘’con mucha gente y muchos edificios’’.
Objetivos secundarios o alternativos: -
Recompensa: La bandera de la marina y un martillo y una ganzúa de calidad infrecuente, ambas de segunda mano. Ah y el agradecimiento del pasajero, que no recuerda o no dice su nombre.
Recompensas por objetivo secundario o alternativo: -
Descripción de la misión: Caminando algo nervioso por el puerto de una pequeña isla en el South Blue, se encuentra un señor de metro setenta de altura, calvo y de expresión seria. Da vueltas y se esconde entre las cajas de vez en cuando, como si tuviera miedo de algo. Es cierto que está algo hecho polvo y por algún motivo tiene una bandera de la marina envuelta al cuello. Va pidiendo a todo el que le escuche que por favor le lleven en barco hasta una isla grande, ‘’con mucha gente y muchos edificios’’.
Objetivos secundarios o alternativos: -
Recompensa: La bandera de la marina y un martillo y una ganzúa de calidad infrecuente, ambas de segunda mano. Ah y el agradecimiento del pasajero, que no recuerda o no dice su nombre.
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Ruffo
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―Nos ha tocado limpiar la basura ―comenté distraídamente a mi compañera. Nos habían encomendado que diésemos con un tipo que pululaba por el puerto de una pequeña isla de pescadores del South Blue. Por lo visto había asaltado y sobresaltado a varios transeúntes, armando cierto revuelo y provocando que avisasen a las fuerzas del orden―. Aunque esto es trabajo para la Marina, no sé por qué nos envían a nosotros. Supongo que estarán demasiado liados con tantos piratas, ¿qué le vamos a hacer? ―terminé por reflexionar. Alguien debía encargarse de aquello al fin y al cabo, y quejarse no conduciría a nada.
Deambulamos un buen rato por la zona portuaria sin que el tiempo diese señales de vida. Tanto alboroto no debía estar generando, ¿no? No obstante, una sombra ocultándose tras una pila de cajas terminó por llamar mi atención. Hice un gesto a mi compañera, indicándole que creía haber visto a nuestro objetivo.
―Buenos días ―comenté, asustando al temeroso hombre―. O buenas tardes, que no sé qué hora es. Me han dicho que necesita ayuda. ¿En qué puedo ayudarle?
―¡Sí, ayudadme! ―exclamó de repente, abalanzándose hacia la mink. ¿No se extrañaba de ver a una loba bípeda?―. Necesito que me llevéis a un lugar grande con más gente. ¡Ya! Creo que vienen a por mí. No, vienen a por mí y es cuestión de tiempo que me encuentren.¡Sacadme de aquí y protegedme!
El sujeto estaba bastante deteriorado, pues sus ropas estaban raídas y la suela de sus botas se separaba del resto de la estructura con cada paso. ¿Cuánto tiempo llevaría mendigando por allí? Aunque tal vez la pregunta no fuese ésa, porque semejante estropicio perfectamente podría haber sido causado por la mano del hombre. No obstante, el trozo de tela con el emblema de la Marina con el que cubría su cuello era harina de otro costal, pues se mostraba en mejores condiciones.
―¿Y se puede saber qué te ha pasado?
―¡No! ¡Yo sólo quiero que me saquéis de aquí!
Miré hacia Ellie con gesto inquisitivo. ¿Cómo podíamos hacerlo?
Deambulamos un buen rato por la zona portuaria sin que el tiempo diese señales de vida. Tanto alboroto no debía estar generando, ¿no? No obstante, una sombra ocultándose tras una pila de cajas terminó por llamar mi atención. Hice un gesto a mi compañera, indicándole que creía haber visto a nuestro objetivo.
―Buenos días ―comenté, asustando al temeroso hombre―. O buenas tardes, que no sé qué hora es. Me han dicho que necesita ayuda. ¿En qué puedo ayudarle?
―¡Sí, ayudadme! ―exclamó de repente, abalanzándose hacia la mink. ¿No se extrañaba de ver a una loba bípeda?―. Necesito que me llevéis a un lugar grande con más gente. ¡Ya! Creo que vienen a por mí. No, vienen a por mí y es cuestión de tiempo que me encuentren.¡Sacadme de aquí y protegedme!
El sujeto estaba bastante deteriorado, pues sus ropas estaban raídas y la suela de sus botas se separaba del resto de la estructura con cada paso. ¿Cuánto tiempo llevaría mendigando por allí? Aunque tal vez la pregunta no fuese ésa, porque semejante estropicio perfectamente podría haber sido causado por la mano del hombre. No obstante, el trozo de tela con el emblema de la Marina con el que cubría su cuello era harina de otro costal, pues se mostraba en mejores condiciones.
―¿Y se puede saber qué te ha pasado?
―¡No! ¡Yo sólo quiero que me saquéis de aquí!
Miré hacia Ellie con gesto inquisitivo. ¿Cómo podíamos hacerlo?
Ellie
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La verdad es que Ruffo tenía razón. Nuestros superiores habían quedado impresionados con nuestro trabajo conjunto hacía unos días, por lo que volvieron a emparejarnos para realizar otra misión… Aunque era algo más ridícula aún que la anterior. Deberían dar con un tipo que parecía estar causando problemas a los transeúntes de la zona.
- Claro que es competencia de la marina, pero algún motivo tendrán para dárnoslo a nosotros -comentó a la par que alzaba los hombros-. Cuanto antes terminemos, antes podremos regresar, tengo un montón de papeleo atrasado...
Caminando por la zona portuaria la mink pudo darse cuenta de la cantidad de gente que transitaba la zona. Casi todos humanos, eso sí, pero los había de todas las edades, con sus propios estilos para vestir, y cada uno de ellos con una vida detrás que sería de lo más interesante. Aquello le hizo sacar una sonrisa. La vida podía ser maravillosa, ¿no?
Absorta en sus felices pensamientos, Ruffo le dió un pequeño golpe en el brazo a la par que le señalaba un rincón con varias cajas. Y se dirigía a quien parecía ser el tipo que estaban buscando.
- Tardes, tardes, Ruffo -susurró mientras su compañero hablaba.
Lo que sucedió después dejó a la loba sin poder reaccionar. De la pila de cajas, y tras indicar que necesitaba ayuda, un humano con ropa rasgada y olor a orín saltó hasta ella, como si conociese a su raza mejor incluso que ella.
El tipo parecía estar ido, y era evidente que necesitaba ayuda psicológica. Decía que iban a por él, y que necesitaba ir a una ciudad con más gente con más gente. ¿Para qué? ¿Para seguir armando “revuelo” allí?
- Vale, no se preocupe caballero. Vamos a ayudarle. ¿Cómo se llama?
- ¡Eso no importa ahora! Solo importa que me llevéis.
Ellie miró a Ruffo, y después al hombre. Volvió a repetir la escena y se lamió la pata mientras pensaba qué hacer.
- Vale… No te preocupes. Compraré boletos para el próximo barco, pero… Bueno, nada. Ruffo, ¿vienes un momento?
La agente le haría una seña al desgastado tipo para que se quedase quito y daría unos cuantos pasos hacia atrás, hasta llegar a una distancia prudencial para preguntarle algo a su compañero de misión.
- Este tipo necesita ayuda, es obvio. Sería muy sencillo comprar un ticket para el próximo destino y olvidarnos de él, pero... ¿No es nuestra obligación moral conseguirle ayuda en la que será su nueva isla?
A veces la mink pecaba de ingenua, y otras simplemente se comportaba como creía que debía hacer. ¿Acaso había algo de malo en ello?
- Claro que es competencia de la marina, pero algún motivo tendrán para dárnoslo a nosotros -comentó a la par que alzaba los hombros-. Cuanto antes terminemos, antes podremos regresar, tengo un montón de papeleo atrasado...
Caminando por la zona portuaria la mink pudo darse cuenta de la cantidad de gente que transitaba la zona. Casi todos humanos, eso sí, pero los había de todas las edades, con sus propios estilos para vestir, y cada uno de ellos con una vida detrás que sería de lo más interesante. Aquello le hizo sacar una sonrisa. La vida podía ser maravillosa, ¿no?
Absorta en sus felices pensamientos, Ruffo le dió un pequeño golpe en el brazo a la par que le señalaba un rincón con varias cajas. Y se dirigía a quien parecía ser el tipo que estaban buscando.
- Tardes, tardes, Ruffo -susurró mientras su compañero hablaba.
Lo que sucedió después dejó a la loba sin poder reaccionar. De la pila de cajas, y tras indicar que necesitaba ayuda, un humano con ropa rasgada y olor a orín saltó hasta ella, como si conociese a su raza mejor incluso que ella.
El tipo parecía estar ido, y era evidente que necesitaba ayuda psicológica. Decía que iban a por él, y que necesitaba ir a una ciudad con más gente con más gente. ¿Para qué? ¿Para seguir armando “revuelo” allí?
- Vale, no se preocupe caballero. Vamos a ayudarle. ¿Cómo se llama?
- ¡Eso no importa ahora! Solo importa que me llevéis.
Ellie miró a Ruffo, y después al hombre. Volvió a repetir la escena y se lamió la pata mientras pensaba qué hacer.
- Vale… No te preocupes. Compraré boletos para el próximo barco, pero… Bueno, nada. Ruffo, ¿vienes un momento?
La agente le haría una seña al desgastado tipo para que se quedase quito y daría unos cuantos pasos hacia atrás, hasta llegar a una distancia prudencial para preguntarle algo a su compañero de misión.
- Este tipo necesita ayuda, es obvio. Sería muy sencillo comprar un ticket para el próximo destino y olvidarnos de él, pero... ¿No es nuestra obligación moral conseguirle ayuda en la que será su nueva isla?
A veces la mink pecaba de ingenua, y otras simplemente se comportaba como creía que debía hacer. ¿Acaso había algo de malo en ello?
Ruffo
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Por desgracia para mí, Ellie tenía razón. Nuestra obligación moral era llevar al señor hasta su destino, que, por otro lado, no tenía en absoluto claro. Un lugar amplio y con mucha gente; sentirse arropado, en definitiva. Por otro lado, ¿hasta qué punto forzaba la moral a tomar según qué actitudes? Todo el tiempo que pasásemos con aquel sujeto sería tiempo arrebatado a otras labores más arduas y, probablemente, más urgentes desde el punto de vista moral. Además, la moral guiaba a los héroes, y de héroes estaban llenos los cementerios.
―Supongo que sí ―suspiré finalmente, dirigiendo de nuevo la mirada a Miedoso, como había decidido bautizarle tras negarse a decirnos su nombre―. Ahora vengo ―le dije a mi compañera, separándome de ellos para ir a la oficina desde la que se gestionaba la entrada y salida de barcos.
―¿Qué quieres? ―me espetó un tipo malhumorado que hacía volar sus dedos sobre un sinfín de papeles e informes. Había tantos que la mesa que debía estar sosteniéndolos quedaba completamente oculta. Ni siquiera se dignó a apartar sus pequeños y repelentes ojos antes de hacerme un gesto con la mano para que arrancase a hablar.
―Quiero saber cómo puedo conseguir un barco que me lleve a... Loguetown. ―Tuve que meditar unos segundos antes de elegir el destino. La ciudad había sido destruida tiempo atrás, pero su reconstrucción, aún por concluir, volvía a situarla como una de las islas más importantes del East Blue. No se me ocurría un lugar mejor para dejar a Miedoso.
―Eso es cosa de Matt ―respondió enseguida, alzando un dedo y señalando al mostrador situado inmediatamente frente al suyo. Un muchacho afable y con algo de sobrepeso se frotaba las manos, ansioso por recibir a su primer cliente del día. Por un momento sentí la tentación de estampar la cabeza de aquel desgraciado contra la mesa, hacerme con un barco al azar y continuar con mi camino, pero logré controlarme tras respirar profundamente un par de veces.
―¿En qué puedo ayudarte? ―preguntó Matt, quitando el capuchón a un boli y poniendo frente a él un folio en blanco.
―Pues necesito tres pases para un barco que vaya a Loguetown. No me importa demasiado cuál sea ni por qué vaya hacia allí, pero necesito que sea cuanto antes.
―La Estrella del Este zarpa en un par de horas y aún quedan huecos. Es un crucero familiar que está haciendo una ruta por el East Blue. Seguramente haya muchos niños y abuelos, pero es lo más próximo que puedo ofrecerte.
―Ése mismo. ¿Cuánto? ―inquirí, sacando la cartera.
―Mil berries cada pasaje.
―Quédate lo que sobra como premio por no ser un gilipollas como tu compañero ―dije, cogiendo los tickets que me ofrecía y dejando diez mil berries sobre la mesa.
No sabía cuánto tiempo había pasado con exactitud, aunque estimaba que no podía ser más de una hora. Volví al lugar donde había dejado a Ellie y a Miedoso. Si seguían allí les contaría lo que había hecho, las ganas que había sentido de partirle la nariz al primer funcionario que me había atendido, el nombre del barco en el que embarcaríamos y nuestro destino.
―Supongo que sí ―suspiré finalmente, dirigiendo de nuevo la mirada a Miedoso, como había decidido bautizarle tras negarse a decirnos su nombre―. Ahora vengo ―le dije a mi compañera, separándome de ellos para ir a la oficina desde la que se gestionaba la entrada y salida de barcos.
―¿Qué quieres? ―me espetó un tipo malhumorado que hacía volar sus dedos sobre un sinfín de papeles e informes. Había tantos que la mesa que debía estar sosteniéndolos quedaba completamente oculta. Ni siquiera se dignó a apartar sus pequeños y repelentes ojos antes de hacerme un gesto con la mano para que arrancase a hablar.
―Quiero saber cómo puedo conseguir un barco que me lleve a... Loguetown. ―Tuve que meditar unos segundos antes de elegir el destino. La ciudad había sido destruida tiempo atrás, pero su reconstrucción, aún por concluir, volvía a situarla como una de las islas más importantes del East Blue. No se me ocurría un lugar mejor para dejar a Miedoso.
―Eso es cosa de Matt ―respondió enseguida, alzando un dedo y señalando al mostrador situado inmediatamente frente al suyo. Un muchacho afable y con algo de sobrepeso se frotaba las manos, ansioso por recibir a su primer cliente del día. Por un momento sentí la tentación de estampar la cabeza de aquel desgraciado contra la mesa, hacerme con un barco al azar y continuar con mi camino, pero logré controlarme tras respirar profundamente un par de veces.
―¿En qué puedo ayudarte? ―preguntó Matt, quitando el capuchón a un boli y poniendo frente a él un folio en blanco.
―Pues necesito tres pases para un barco que vaya a Loguetown. No me importa demasiado cuál sea ni por qué vaya hacia allí, pero necesito que sea cuanto antes.
―La Estrella del Este zarpa en un par de horas y aún quedan huecos. Es un crucero familiar que está haciendo una ruta por el East Blue. Seguramente haya muchos niños y abuelos, pero es lo más próximo que puedo ofrecerte.
―Ése mismo. ¿Cuánto? ―inquirí, sacando la cartera.
―Mil berries cada pasaje.
―Quédate lo que sobra como premio por no ser un gilipollas como tu compañero ―dije, cogiendo los tickets que me ofrecía y dejando diez mil berries sobre la mesa.
No sabía cuánto tiempo había pasado con exactitud, aunque estimaba que no podía ser más de una hora. Volví al lugar donde había dejado a Ellie y a Miedoso. Si seguían allí les contaría lo que había hecho, las ganas que había sentido de partirle la nariz al primer funcionario que me había atendido, el nombre del barco en el que embarcaríamos y nuestro destino.
Ellie
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La agente notó cómo su compañero luchaba internamente en una batalla de segundos cuyo rostro reflejaba un empate técnico. La lucha sin lugar a dudas estaría siendo sobre qué debía hacer y qué le gustaría. No siempre gana la misma, la verdad.
En aquél momento, Ruffo estimó que la loba tenía razón, y que la obligación moral de ambos agentes era ni más ni menos que asegurarse de que aquél tipo obtuviera ayuda de algún modo. Probablemente algo confundido, su compañero decidió largarse por un instante sin decir muy bien a dónde se dirigía. La joven pensó que quizá necesitaba espacio o tiempo para reflexionar. Vete a saber.
- Bueno, pues parece que estamos solos de nuevo… Jeje…
- ¡Necesito irme! ¡Cada minuto aquí es un minuto más cerca de que me encuentren!
- Pero… ¿Quién te busca?
- Es tanta gente… ¡Gente importante chica!
Estaba claro que aquél hombre sufría algún tipo de trastorno, pero Ellie no sabía muy bien cómo gestionarlo. ¿Seguía su historia? ¿Se interesaba en ella? ¿Lo ignoraba? Sin duda tendría que preguntar a sus superiores cómo llevar aquellos temas. Quizá sería una buena idea apuntarse a clases de psicología.
- Vale, no te preocupes, mi compañero… Vendrá pronto, sí. De momento podemos ir a tomar algo si quieres.
- ¡No, no puedo! Me verán… ¡Y llamarán a esos matones y vendrán a por mí!
- Bueno, vale, perdona. Pues nos podemos quedar detrás de esas cajas.
- ¡Nos tenemos que ir!
La paciencia de Ellie estaba al borde de caer, y aquello era prácticamente un hecho sin precedentes. Se lamió la pata mientras miraba el camino que había dejado a su paso Ruffo. Aún no volvía, por lo que tendría que seguir lidiando con aquél hombre.
- Nos vamos a ir, de verdad, en cuanto venga mi compañero nos montamos en el primer barco que vaya a alguna isla con gente, ¿vale?
- ¡Tiene que haber mucha gente!
- Habrá… Mucha gente, sí.
- ¡Vamonos ya, por favor!
- Vale, caballero. Esto acaba aquí, ¿vale? La próxima vez que diga que nos tenemos que ir ya, igual se va usted al otro mundo, ¿entendido?
Una ligera mueca en la parte superior del labio de la mink hizo que se diese cuenta que quizá se había pasado. Miró al hombre, que dió un par de pasos hacia atrás, algo más nervioso de lo que ya estaba.
- Disculpe… Es que es usted muy insistente, y le estoy diciendo que le vamos a ayudar, pero desde luego lo que no nos ayuda es repetir todo el rato lo mismo, ¿vale? Así que vamos a estar en silencio un ratito, y cuando venga mi compañero, volvemos a hablar. ¿Vale?
Sorprendentemente, el humano asintió, y se sentó cerca de las cajas. No dejaba de mirar por encima cada poco tiempo, como si siguiera desconfiando de cualquiera que se acercase. Era un show un poco lamentable, pero no había otra.
Y por fin llegó Ruffo, y lo hizo con tres pasajes. Ellie se limitó a quedarse en el sitio, aunque la naturalidad del momento la hubiera llevado a abrazarle e incluso lamerle las mejillas. Lo que no pudo reprimir fue que su cola empezase a moverse de derecha a izquierda a gran velocidad. Tenía que intentar comportarse, había mucha gente cerca y no era plan armar un revuelo, así que paró al poco tiempo de ser consciente.
- Supongo que dos horas no serán nada, ¿verdad? ¿Estás contento? -preguntó al humano-. Loguetown te va a gustar.
- Sí… Sí, ¡vamos!
La loba se dirigió a su compañero, que estaba algo más tranquilo que al principio, y decidió darle las gracias por todo.
- Muchas gracias, este tipo me estaba poniendo de los nervios ya. Si hubieras tenido que aguantarle un par de minutos antes de irte… Le hubieras dado una buena paliza a ese tipo tan desagradable del mostrador -finalizaría, riendo y buscando la risa en su compañero-. Así que la Estrella del Este, ¿verdad? Suena muy bien. ¿Será un barco grande? A saber a quién nos encontremos allí…
En aquél momento, Ruffo estimó que la loba tenía razón, y que la obligación moral de ambos agentes era ni más ni menos que asegurarse de que aquél tipo obtuviera ayuda de algún modo. Probablemente algo confundido, su compañero decidió largarse por un instante sin decir muy bien a dónde se dirigía. La joven pensó que quizá necesitaba espacio o tiempo para reflexionar. Vete a saber.
- Bueno, pues parece que estamos solos de nuevo… Jeje…
- ¡Necesito irme! ¡Cada minuto aquí es un minuto más cerca de que me encuentren!
- Pero… ¿Quién te busca?
- Es tanta gente… ¡Gente importante chica!
Estaba claro que aquél hombre sufría algún tipo de trastorno, pero Ellie no sabía muy bien cómo gestionarlo. ¿Seguía su historia? ¿Se interesaba en ella? ¿Lo ignoraba? Sin duda tendría que preguntar a sus superiores cómo llevar aquellos temas. Quizá sería una buena idea apuntarse a clases de psicología.
- Vale, no te preocupes, mi compañero… Vendrá pronto, sí. De momento podemos ir a tomar algo si quieres.
- ¡No, no puedo! Me verán… ¡Y llamarán a esos matones y vendrán a por mí!
- Bueno, vale, perdona. Pues nos podemos quedar detrás de esas cajas.
- ¡Nos tenemos que ir!
La paciencia de Ellie estaba al borde de caer, y aquello era prácticamente un hecho sin precedentes. Se lamió la pata mientras miraba el camino que había dejado a su paso Ruffo. Aún no volvía, por lo que tendría que seguir lidiando con aquél hombre.
- Nos vamos a ir, de verdad, en cuanto venga mi compañero nos montamos en el primer barco que vaya a alguna isla con gente, ¿vale?
- ¡Tiene que haber mucha gente!
- Habrá… Mucha gente, sí.
- ¡Vamonos ya, por favor!
- Vale, caballero. Esto acaba aquí, ¿vale? La próxima vez que diga que nos tenemos que ir ya, igual se va usted al otro mundo, ¿entendido?
Una ligera mueca en la parte superior del labio de la mink hizo que se diese cuenta que quizá se había pasado. Miró al hombre, que dió un par de pasos hacia atrás, algo más nervioso de lo que ya estaba.
- Disculpe… Es que es usted muy insistente, y le estoy diciendo que le vamos a ayudar, pero desde luego lo que no nos ayuda es repetir todo el rato lo mismo, ¿vale? Así que vamos a estar en silencio un ratito, y cuando venga mi compañero, volvemos a hablar. ¿Vale?
Sorprendentemente, el humano asintió, y se sentó cerca de las cajas. No dejaba de mirar por encima cada poco tiempo, como si siguiera desconfiando de cualquiera que se acercase. Era un show un poco lamentable, pero no había otra.
Y por fin llegó Ruffo, y lo hizo con tres pasajes. Ellie se limitó a quedarse en el sitio, aunque la naturalidad del momento la hubiera llevado a abrazarle e incluso lamerle las mejillas. Lo que no pudo reprimir fue que su cola empezase a moverse de derecha a izquierda a gran velocidad. Tenía que intentar comportarse, había mucha gente cerca y no era plan armar un revuelo, así que paró al poco tiempo de ser consciente.
- Supongo que dos horas no serán nada, ¿verdad? ¿Estás contento? -preguntó al humano-. Loguetown te va a gustar.
- Sí… Sí, ¡vamos!
La loba se dirigió a su compañero, que estaba algo más tranquilo que al principio, y decidió darle las gracias por todo.
- Muchas gracias, este tipo me estaba poniendo de los nervios ya. Si hubieras tenido que aguantarle un par de minutos antes de irte… Le hubieras dado una buena paliza a ese tipo tan desagradable del mostrador -finalizaría, riendo y buscando la risa en su compañero-. Así que la Estrella del Este, ¿verdad? Suena muy bien. ¿Será un barco grande? A saber a quién nos encontremos allí…
Ruffo
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Resultaba curioso ver cómo la naturaleza animal de Ellie salía a la luz en situaciones como aquélla. Reprimí una carcajada ante su súbito meneo de cola y dirigí un rápido vistazo a nuestro poco deseado paquete. Tal vez fuese mejor que no le hiciese entrega de su pasaje y que lo guardase yo mismo. No me parecía demasiado razonable fiarme de un hombre tan inestable.
―Tal vez lo hubiera agradecido ―repliqué, imaginándome por un instante dándole su merecido a aquel sujeto innecesariamente desagradable. No obstante, soportar la interminable y cansina burocracia era algo que iba con el oficio―. He pasado junto a él y es un barco bastante grande. He contado tres niveles y había muchas personas mayores y niños, familias que van a hacer un crucero por el East Blue. No lo había pensado, pero, suponiendo que esos delirios persecutorios sean verdad, dudo mucho que busquen a nuestro amigo en un lugar así.
El tiempo pasó entre aburrimiento y tímidos ataques de ira del de la bandera anudada al cuello. No eran tan evidentes y llamativos como antes, pero no estaba para nada conforme con la idea de esperar en un mismo sitio. "Que no te va a pasar nada", le había dicho una y otra vez, obteniendo una transitoria calma que no había tardado en volver a desaparecer.
Apenas quedaba media hora para que el barco zarpase cuando decidimos movernos. La Estrella del Este había atracado a unos quince minutos del lugar en el que nos encontrábamos. Pese a que caminase escondiéndose entre nosotros, lucía menos ansioso que antes y seguía diligentemente nuestros pasos.
Cuando llegamos a nuestro destino quedó manifiestamente claro que mi descripción previa no era desacertada. Había omitido detalles como las banderas de distintas islas del East Blue que coronaban su colosal porte, pero aquello no aportaba información relevante a la misión que estábamos llevando a cabo. Aún no podía creer que yo mismo estuviese llamando a aquella tarea misión.
―Vamos, ¿no? ―dije en cuanto un empleado de la compañía de cruceros quitó la cinta que impedía el acceso a la pasarela, posicionándose junto a la misma para comprobar que ningún polizón se colase por aquella vía.
―Tal vez lo hubiera agradecido ―repliqué, imaginándome por un instante dándole su merecido a aquel sujeto innecesariamente desagradable. No obstante, soportar la interminable y cansina burocracia era algo que iba con el oficio―. He pasado junto a él y es un barco bastante grande. He contado tres niveles y había muchas personas mayores y niños, familias que van a hacer un crucero por el East Blue. No lo había pensado, pero, suponiendo que esos delirios persecutorios sean verdad, dudo mucho que busquen a nuestro amigo en un lugar así.
El tiempo pasó entre aburrimiento y tímidos ataques de ira del de la bandera anudada al cuello. No eran tan evidentes y llamativos como antes, pero no estaba para nada conforme con la idea de esperar en un mismo sitio. "Que no te va a pasar nada", le había dicho una y otra vez, obteniendo una transitoria calma que no había tardado en volver a desaparecer.
Apenas quedaba media hora para que el barco zarpase cuando decidimos movernos. La Estrella del Este había atracado a unos quince minutos del lugar en el que nos encontrábamos. Pese a que caminase escondiéndose entre nosotros, lucía menos ansioso que antes y seguía diligentemente nuestros pasos.
Cuando llegamos a nuestro destino quedó manifiestamente claro que mi descripción previa no era desacertada. Había omitido detalles como las banderas de distintas islas del East Blue que coronaban su colosal porte, pero aquello no aportaba información relevante a la misión que estábamos llevando a cabo. Aún no podía creer que yo mismo estuviese llamando a aquella tarea misión.
―Vamos, ¿no? ―dije en cuanto un empleado de la compañía de cruceros quitó la cinta que impedía el acceso a la pasarela, posicionándose junto a la misma para comprobar que ningún polizón se colase por aquella vía.
Ellie
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Afortunadamente Ruffo estaba a su lado para intentar calmar al humano, que, pese a las palabras de ambos agentes, no tenía más de tres minutos seguidos de calma.
Su compañero comentó con la mink el tamaño que tenía el barco, ya que había pasado cerca de él mientras se dirigía hasta ellos. La loba nunca había estado en un barco tan grande, y mucho menos en un crucero. Sonrió mientras miraba al horizonte. ¿Sería aquella una de esas misiones que se entienden como vacaciones?
No, definitivamente no. Unas vacaciones no implican cargar con un sujeto cuya única misión en la vida es exasperar al resto diciendo que vienen a por él.
Cuando Ellie vió su billete, se dió cuenta que quedaba poco para la apertura de puertas, por lo que se lo notificó a sus dos acompañantes y se dirigieron hacia el barco. No estaba demasiado lejos, aunque a decir verdad parecía que se encontraba en la otra punta de la isla, ya que el tedioso hombre al cual iban a acompañar había encontrado una gran seguridad en mezclarse entre los dos agentes continuamente. Aquello les frenó en varias ocasiones el recorrido, aunque ya nada les sorprendía.
Una vez llegaron, la joven se quedó pasmada al ver el gran barco. Las descripciones de su compañero habían sido bastante acertadas, pero ni aún así se había imaginado un tamaño tan grande. En los laterales del barco había una gran cantidad de banderas de diversas islas del East Blue. Ellie supuso que serían aquellas por las que el barco pasaría, y, francamente, era un recorrido muy grande. Quizá el humano pudiera elegir una de ellas, aunque hacerle una pregunta como aquella antes de entrar, supondría probablemente más y más dudas, y un par de frases de “vienen a por mí” más.
- Claro, entremos -respondió a Ruffo-. Estoy deseando darme una ducha.
La loba entró la primera, enseñando su billete al hombre que había abierto la cinta, aunque éste señaló al fondo, donde había un hombre con una máquina en la mano. Aquél debía ser el que validase los billetes. La mink se acercó hasta él y presentó su billete que, tras pasar por la máquina, se tradujo como válido. Tras ello esperó a que sus dos compañeros hicieran lo mismo y ojeó la zona entre tanto.
- Hay un montón de cosas que hacer… No nos vamos a aburrir. Mira, allí hay un letrero que pone tiendas, igual nos vendría bien reformar nuestro armario y no ir siempre con trajes… Jeje -lanzaría una tímida mirada a su compañero. A decir verdad no sabía si a él le gustaba vestir así-. También hay saunas, y mira allí, al lado del mástil, hay limonada. Ay dios, este es el viaje que nunca tuve. ¿Te apuntas a una limonada y luego nos duchamos? Espera, quería decir que si te apuntas a la limonada, luego ya cada uno se ducha por su cuenta. Que no me lo tomes a mal, pero somos compañeros de profesión, y… Eh… Bueno, voy a por la limonada, porque…
Ellie se marchó corriendo hacia la mesa con jarras de limonada, sonrojada y notando como su corazón latía más de la cuenta. ¿Cuándo iba a dejar de ponerse nerviosa con sus malentendidos?
Su compañero comentó con la mink el tamaño que tenía el barco, ya que había pasado cerca de él mientras se dirigía hasta ellos. La loba nunca había estado en un barco tan grande, y mucho menos en un crucero. Sonrió mientras miraba al horizonte. ¿Sería aquella una de esas misiones que se entienden como vacaciones?
No, definitivamente no. Unas vacaciones no implican cargar con un sujeto cuya única misión en la vida es exasperar al resto diciendo que vienen a por él.
Cuando Ellie vió su billete, se dió cuenta que quedaba poco para la apertura de puertas, por lo que se lo notificó a sus dos acompañantes y se dirigieron hacia el barco. No estaba demasiado lejos, aunque a decir verdad parecía que se encontraba en la otra punta de la isla, ya que el tedioso hombre al cual iban a acompañar había encontrado una gran seguridad en mezclarse entre los dos agentes continuamente. Aquello les frenó en varias ocasiones el recorrido, aunque ya nada les sorprendía.
Una vez llegaron, la joven se quedó pasmada al ver el gran barco. Las descripciones de su compañero habían sido bastante acertadas, pero ni aún así se había imaginado un tamaño tan grande. En los laterales del barco había una gran cantidad de banderas de diversas islas del East Blue. Ellie supuso que serían aquellas por las que el barco pasaría, y, francamente, era un recorrido muy grande. Quizá el humano pudiera elegir una de ellas, aunque hacerle una pregunta como aquella antes de entrar, supondría probablemente más y más dudas, y un par de frases de “vienen a por mí” más.
- Claro, entremos -respondió a Ruffo-. Estoy deseando darme una ducha.
La loba entró la primera, enseñando su billete al hombre que había abierto la cinta, aunque éste señaló al fondo, donde había un hombre con una máquina en la mano. Aquél debía ser el que validase los billetes. La mink se acercó hasta él y presentó su billete que, tras pasar por la máquina, se tradujo como válido. Tras ello esperó a que sus dos compañeros hicieran lo mismo y ojeó la zona entre tanto.
- Hay un montón de cosas que hacer… No nos vamos a aburrir. Mira, allí hay un letrero que pone tiendas, igual nos vendría bien reformar nuestro armario y no ir siempre con trajes… Jeje -lanzaría una tímida mirada a su compañero. A decir verdad no sabía si a él le gustaba vestir así-. También hay saunas, y mira allí, al lado del mástil, hay limonada. Ay dios, este es el viaje que nunca tuve. ¿Te apuntas a una limonada y luego nos duchamos? Espera, quería decir que si te apuntas a la limonada, luego ya cada uno se ducha por su cuenta. Que no me lo tomes a mal, pero somos compañeros de profesión, y… Eh… Bueno, voy a por la limonada, porque…
Ellie se marchó corriendo hacia la mesa con jarras de limonada, sonrojada y notando como su corazón latía más de la cuenta. ¿Cuándo iba a dejar de ponerse nerviosa con sus malentendidos?
Ruffo
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¿Qué había de malo con los trajes que debíamos vestir? A mí me encantaban, aunque podía coincidir con Ellie en que deberían dejarnos dotarlos de mayor colorido. Había visto que algunos de mis superiores lo hacían, así que supuse que sería algo que iría con el rango. ¿Cuál sería el problema de dejar atrás el blanco y el negro para incorporar, por ejemplo, el azul o el rosa? Dejando eso a un lado, el plan de la limonada no sonaba mal. Tenía la garganta reseca y tal vez el frío de la bebida pudiese aplacar mis ánimos, pues no conseguía olvidar al impertinente funcionario.
―¿Qué te pasa? ―cuestioné al contemplar cómo el rubor traspasaba el pelaje que cubría las facciones de la mink. No tardé en caer en la cuenta de que había dejado un claro hueco a la malinterpretación de sus palabras, pero guardé silencio. No sabía si se molestaría al revelarle que los romances interraciales nunca me habían llamado la atención, por lo que simplemente lo dejé correr. Me dirigí a tomar un vaso de limonada sin perder de vista a nuestro acongojado acompañante.
Los días de crucero transcurrieron sin demasiadas incidencias. Nos habíamos detenido en numerosos puertos, cada uno de ellos adornado con una de las banderas que presidían la Estrella del Este. El tipo de la bandera al cuello se había mostrado reacio a estar cerca del tránsito de personas, pues afirmaba que cualquiera de los que bajaban o subían podía ser uno de los que iban tras él. Las primeras veces, por qué mentir, no perdí de vista a los nuevos viajeros pese a esforzarme por quitar hierro al asunto. No obstante, tras la tercera parada decidí relajarme y disfrutar de la experiencia. Si ignoraba a los niños que de vez en cuando se acercaban sin un atisbo de vergüenza o las señoras y señores mayores que me dirigían algún comentario de vez en cuando, no estaba tan mal.
―Parece que ya estamos llegando ―le dije a mi compañera cuando Loguetown comenzó a aparecer en la lejanía―. ¿Me escuchas, Miedoso? ―añadí en voz alta para que nuestro amigo me escuchara.
―Miedosa tu puta madre ―murmuró.
―¿Cómo dices?
―Nada, que sí lo veo. ―Parecía más relajado, aunque aún dirigía suspicaces miradas a todo aquél que osaba pasar a menos de dos metros de él―. Menos mal; pensaba que no lo contaría.
―¿Nos puedes decir ya quién te persigue?
―¡Que eso no os importa! ¿Cómo tengo que decirlo?
―Vale, vale. Tenía que intentarlo una última vez ―respondí con una sonrisa―. Qué ganas tengo de perderlo de vista ―susurré para que sólo Ellie pudiera escucharme.
―¿Qué te pasa? ―cuestioné al contemplar cómo el rubor traspasaba el pelaje que cubría las facciones de la mink. No tardé en caer en la cuenta de que había dejado un claro hueco a la malinterpretación de sus palabras, pero guardé silencio. No sabía si se molestaría al revelarle que los romances interraciales nunca me habían llamado la atención, por lo que simplemente lo dejé correr. Me dirigí a tomar un vaso de limonada sin perder de vista a nuestro acongojado acompañante.
***
Los días de crucero transcurrieron sin demasiadas incidencias. Nos habíamos detenido en numerosos puertos, cada uno de ellos adornado con una de las banderas que presidían la Estrella del Este. El tipo de la bandera al cuello se había mostrado reacio a estar cerca del tránsito de personas, pues afirmaba que cualquiera de los que bajaban o subían podía ser uno de los que iban tras él. Las primeras veces, por qué mentir, no perdí de vista a los nuevos viajeros pese a esforzarme por quitar hierro al asunto. No obstante, tras la tercera parada decidí relajarme y disfrutar de la experiencia. Si ignoraba a los niños que de vez en cuando se acercaban sin un atisbo de vergüenza o las señoras y señores mayores que me dirigían algún comentario de vez en cuando, no estaba tan mal.
―Parece que ya estamos llegando ―le dije a mi compañera cuando Loguetown comenzó a aparecer en la lejanía―. ¿Me escuchas, Miedoso? ―añadí en voz alta para que nuestro amigo me escuchara.
―Miedosa tu puta madre ―murmuró.
―¿Cómo dices?
―Nada, que sí lo veo. ―Parecía más relajado, aunque aún dirigía suspicaces miradas a todo aquél que osaba pasar a menos de dos metros de él―. Menos mal; pensaba que no lo contaría.
―¿Nos puedes decir ya quién te persigue?
―¡Que eso no os importa! ¿Cómo tengo que decirlo?
―Vale, vale. Tenía que intentarlo una última vez ―respondí con una sonrisa―. Qué ganas tengo de perderlo de vista ―susurré para que sólo Ellie pudiera escucharme.
Ellie
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La mink se limitó a responder un “nada” ante la pregunta de su compañero. No era muy buena en las conversaciones, y se solía ir por las ramas fácilmente, hasta tal punto que acababa metiéndose en unos fregaos que poco le convenían.
Finalmente, la agente se preparó sus dos vasos de limonada y se dió un paseo por el barco, quedándose impresionada ante el lujo del que hasta ahora iba a ser su transporte.
Habían pasado por tantas islas que la loba no sabía muy bien cuántas más faltaban para llegar a su última parada. Había conocido a un par de familias que se habían quedado anodadados al verla, y había intentado entablar conversación con ellas sin mucho éxito. No era muy fácil de digerir ser tratada como una atracción de feria, pero la limonada, los dulces por parte de los camareros y el cálido solo hicieron que aquello fuese menos importante para ella.
Miedoso -como así lo había apodado Ruffo- parecía más tranquilo, y se le notaba menos agobiado con el mundo cuando alguien pasaba relativamente cerca. Es como si hubiese acotado su perímetro de seguridad y ahora solo se alertase si pasaban bastante cerca de él.
Su compañero recibió una mala contestación por parte del humano, que pronto rectificó y siguió ante su negativa de ofrecer más información de la que daba.
- Déjalo, pronto lo perderemos de vista. Aunque para serte sincero, pensaba que el viaje iba a ser más tortura aún -finalizó a un nivel de voz como el que había recibido por su compañero de agencia.
Pasó el tiempo, y visitaron dos puertos más hasta que el oficial del barco comentó junto a su equipo que la siguiente parada era Loguetown. Ellie miró a Ruffo con entusiasmo, en poco tiempo estarían en la isla y podrían liberarse de aquella carga de mal olor. La joven se dirigió hacia su compañero, entusiasmada por lo que acababa de oir.
- Esto tengo que celebrarlo. Según han dicho llegaremos mañana, así que nos vemos a primera hora, ¿vale? Llamaré a tu puerta.
Corrió hacia su camerino, que había usado únicamente para dormir, y se dió una ducha de agua caliente. Se secó pacientemente el pelo y se tumbó, descansando el resto de viaje. No era muy cómodo el colchón, y tampoco ayudaba el movimiento del barco, sin embargo, la loba consiguió dormirse.
Ya en la mañana siguiente, Ellie se levantó y llamó a la puerta de Ruffo y de miedoso, y tras ello los tres salieron en dirección a la cubierta, donde había un buffet de desayuno del que Ellie cogió un par de tostadas, seguido de dos jarras de zumo y un vaso de leche. Cuando hubo acabado los oficiales del barco comenzaron a llevar a cabo todas las acciones necesarias para abrir las compuertas y que la gente pudiera bajar y subir del barco en orden. Nunca había estado en Loguetown, por lo que la mink se quedó boquiabierta durante un tiempo. No es que fuera una ciudad lo suficientemente bella como para llamar la atención de la agente, sino que todo lo nuevo producía una sensación similar en ella.
Cuando bajaron, Ellie estrechó su pata con la mano del humano y le tendió un sobre que había preparado justo antes de lanzarse a dormir la noche anterior.
- Quiero que busques a un psicólogo para que te ayude a retomar esta nueva vida que te viene. Por favor, usa el dinero para eso, y ojalá tengas suerte y todo te vaya bien. Nos vemos!
Y la mink se empezó a alejar más y más de él, dejando a Ruffo con el marrón de despedirse el último. Una vez estuviese a su altura, hablaría con él sobre cómo volver a Ennies Lobby a acabar sus funciones cotidianas de papeleo.
Menudo viaje...
Finalmente, la agente se preparó sus dos vasos de limonada y se dió un paseo por el barco, quedándose impresionada ante el lujo del que hasta ahora iba a ser su transporte.
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Habían pasado por tantas islas que la loba no sabía muy bien cuántas más faltaban para llegar a su última parada. Había conocido a un par de familias que se habían quedado anodadados al verla, y había intentado entablar conversación con ellas sin mucho éxito. No era muy fácil de digerir ser tratada como una atracción de feria, pero la limonada, los dulces por parte de los camareros y el cálido solo hicieron que aquello fuese menos importante para ella.
Miedoso -como así lo había apodado Ruffo- parecía más tranquilo, y se le notaba menos agobiado con el mundo cuando alguien pasaba relativamente cerca. Es como si hubiese acotado su perímetro de seguridad y ahora solo se alertase si pasaban bastante cerca de él.
Su compañero recibió una mala contestación por parte del humano, que pronto rectificó y siguió ante su negativa de ofrecer más información de la que daba.
- Déjalo, pronto lo perderemos de vista. Aunque para serte sincero, pensaba que el viaje iba a ser más tortura aún -finalizó a un nivel de voz como el que había recibido por su compañero de agencia.
Pasó el tiempo, y visitaron dos puertos más hasta que el oficial del barco comentó junto a su equipo que la siguiente parada era Loguetown. Ellie miró a Ruffo con entusiasmo, en poco tiempo estarían en la isla y podrían liberarse de aquella carga de mal olor. La joven se dirigió hacia su compañero, entusiasmada por lo que acababa de oir.
- Esto tengo que celebrarlo. Según han dicho llegaremos mañana, así que nos vemos a primera hora, ¿vale? Llamaré a tu puerta.
Corrió hacia su camerino, que había usado únicamente para dormir, y se dió una ducha de agua caliente. Se secó pacientemente el pelo y se tumbó, descansando el resto de viaje. No era muy cómodo el colchón, y tampoco ayudaba el movimiento del barco, sin embargo, la loba consiguió dormirse.
Ya en la mañana siguiente, Ellie se levantó y llamó a la puerta de Ruffo y de miedoso, y tras ello los tres salieron en dirección a la cubierta, donde había un buffet de desayuno del que Ellie cogió un par de tostadas, seguido de dos jarras de zumo y un vaso de leche. Cuando hubo acabado los oficiales del barco comenzaron a llevar a cabo todas las acciones necesarias para abrir las compuertas y que la gente pudiera bajar y subir del barco en orden. Nunca había estado en Loguetown, por lo que la mink se quedó boquiabierta durante un tiempo. No es que fuera una ciudad lo suficientemente bella como para llamar la atención de la agente, sino que todo lo nuevo producía una sensación similar en ella.
Cuando bajaron, Ellie estrechó su pata con la mano del humano y le tendió un sobre que había preparado justo antes de lanzarse a dormir la noche anterior.
- Quiero que busques a un psicólogo para que te ayude a retomar esta nueva vida que te viene. Por favor, usa el dinero para eso, y ojalá tengas suerte y todo te vaya bien. Nos vemos!
Y la mink se empezó a alejar más y más de él, dejando a Ruffo con el marrón de despedirse el último. Una vez estuviese a su altura, hablaría con él sobre cómo volver a Ennies Lobby a acabar sus funciones cotidianas de papeleo.
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