[Misión Osada-North Blue] Voluntarios de limpieza

Contratante: Erina Calm, ingeniera jefe del equipo de demoliciones Bakudan

Descripción de la misión: Ya casi hemos terminado de retirar los escombros de esa dichosa torre que levantaron hace ya un año. Aquel monstruo mecánico que todos llamaban La Aguja. De todas formas esos locos dejaron un agujero gigantesco en la isla y parte del mecanismo que tenemos que retirar se encuentra en el fondo. Aunque ya hemos retirado toda la tecnología peligrosa, piratas y maleantes siguen pensando que aquí queda algún tesoro valioso. El servicio de seguridad que contratamos nos ha fallado en el último momento, necesitamos escolta urgente para la próxima semana que nos acompañe al fondo del agujero mientras retiramos los restos que quedan. Una advertencia, trabajamos con explosivos, así que, si hay una pelea, nada de tonterías que nos hagan volar por los aires.

Objetivo secundario: Si además de escoltar podéis ayudar con la limpieza durante unas horas estoy dispuesta a pagar el trabajo extra.

Recompensas: 5.000.000 de berries, 1.000.000 extra de cumplirse la misión secundaria o material explosivo para una creación de artillero (hasta rango 7) basado en este a elección.

Había llegado con Krieg a aquella isla llamados por una de las tentaciones primarias de la humanidad, el dinero. Pagaban una buena cantidad por evitar que algunos maleantes se entrometiesen en las labores de limpieza que iban a realizar. Parecía una tarea pesada, seguramente los que fuesen a meter las narices serían piratillas y maleantes del tres al cuarto

En el borde de un gran cráter estaba el "equipo de limpieza" al que tendrían que proteger, estaba compuesto de cuatro personas, lideradas por Erina. Al ver el equipaje que llevaban Osten suspiró a la vez que descargaba su trabuco, con esa cantidad de explosivos era imposible usar su Tonel Barrel.

—No deberías fumar aquí —dijo Erina señalando a Osten.

—No te preocupes, me mantendré alejado de los explosivos.

Erina puso los ojos en blanco mientras murmuraba algo sobre salir volando. El equipo se puso en marcha, ya había un camino excavado para bajar, la bajada duró poco y una vez allí se pusieron a montar los equipos que habían llevado para terminar de despejar la zona.

—Krieg, deberíamos hacer una ronda para asegurar el perímetro —dijo mirando alrededor.

La torre que hace no demasiado se había alzado cientos y cientos de metros en el North Blue y que había amenazado con traer la hecatombe que su hermana había llevado al este yacía ahora en pedazos. Por supuesto los enormes cascotes de la aguja seguían representando un problema, y aunque las autoridades habían asegurado de que todo lo peligroso estaba ya desmantelado y a buen recaudo bajo la seguridad del imperio de mil naciones, había malechores y no tan malechores ilusionados con encontrar allí algo más que cemento, metal y rocas.

—Uno debe quedarse para asegurarse de la seguridad del grupo. Si quieres adelantarte, ve —comentó de manera tosca, desagradado por la poca disciplina de su compañero.

Porque al fin y al cabo Erina tenía razón, y aunque no la tuviera estaban allí como mandados. No era la primera vez que se había encontrado con el hombretón en uno de los trabajos, pero su relacción estaba bastante lejos de la cordial camaradería. Ante todo Krieg era un soldado, y como tal se regía por un código de conducta poco laxo en lo que era relativo a las órdenes y la cadena de mando. Allí la mujer era la jefa, tanto de él como del equipo de limpieza, y ante los ojos ocultos tras las máscaras también lo era de Osten.

—Uno debe quedarse para asegurarse de la seguridad del grupo. Si quieres adelantarte, ve —dijo Krieg de manera cortante.

El enmascarado nunca había sido muy amigable, ya se había encontrado con él y Kristoph en Swallow y era demasiado rígido en cuestión de recibir órdenes, parecía que cualquiera fuera su jefe. Pese a lo que él pudiese decir, los encargados de la seguridad eran ellos y, por tanto, mandaban en ese aspecto.

—Como quieras, voy a dar una vuelta para asegurar que no hay nadie que no deba estar —le contestó Osten intentando suavizar el ambiente.

Se dirigió al otro lado del cráter, en esa zona había bastante maleza y era una zona crítica, allí podría esconderse alguien. Se acercó con cuidado, intentando evitar que alguien lo sorprendiera. Después de un rato, tras varias inspecciones del terreno volvió con la comitiva, que ya se había puesto a trabajar.

—Deberíamos tener cuidado con esa zona —les dijo a Krieg y Erina, que estaban relativamente juntos en esos momentos, señalando la zona de los matorrales. —Por la noche es muy fácil que entre alguien por ahí sin que lo veamos.

Krieg no se disculpó por el comportamiento de su compañero, pese a que servían al mismo propósito él no era su superior ni en cierta manera pertenecían a la misma unidad. Manteniéndose firme al lado de su jefa y oteando en todas direcciones como un mecánico soldadito de plomo, el último superviviente de su tierra supervisaba que no hubiera nadie allí que no debiese. Mas aunque su atención estaba completamente centrada en su trabajo, no podía evitar hacerse preguntas. Por suerte sus respuestas no solo valían para saciar su curiosidad, sino que quizás podían aportarle información clave para la misión.

—¿Podría darnos más detalles sobre la edificación que estamos desmantelando?

—Estarás de guasa...

—No, señora.

La mueca se le torció un poco al escuchar la palabra; no era tan mayor. Mientras trabajaba dio con algo de incredulidad un breve resumen de los estragos que casi habían tenido lugar en el North; cómo la Revolución lo había instigado todo y cómo habían fracasado en su intento de anegar bajo las aguas a millones de inocentes. Krieg simplemente asintió en silencio mientras no dejaba que lo que entraba por sus oídos distrayese el resto de sentidos volcados en cumplir la misión.

Cuando Osten volvió, el uniformado le saludó poniéndose ligeramente más firme -si es que eso era posible-.

—Magnísfica obsevación Osten. Es curioso como la naturaleza lo conquista todo, ¿verdad? Prepararé unas zanjas para atrincherar el terreno; cúbreme.

Y con paso firme y diligencia se puso a hacer lo que todo buen hijo de Krieg aprendía de una larga guerra: cavar trincheras.

—Ya me preguntaba para qué era la pala...—murmuró la mujer.

Osten siguió a Krieg, como bien le había dicho, necesitaba cobertura para realizar esa tarea. Llegaron al sitio que Krieg eligió para cavar, llevaba un rato dándole vueltas a lo que le había dicho Krieg cuando le informó de la situación del terreno. Finalmente decidió enfrentarse a su compañero.

—Ya sé que no soy un soldado y lo de recibir órdenes no lo llevo particularmente bien, pero tengo mis cualidades. No hace falta que te sorprendas cada vez que haga una buena observación. Soy cazador, sé como defenderme de otros cazadores, y ya te he demostrado en otras ocasiones que soy capaz de enfrentarme a otras personas y seguir un plan.

Aliviado por haber podido desahorgarse se encendió un cigarro esperando que el soldado le contestase. De pronto algo se movió entre las hierbas, echó mano a su espada y le indicó a Krieg el sitio que se había movido, haciéndole señales para que continuase hablando como si no hubiera pasado nada.

Esperando que le continuase el juego, se acercó despacio hacia el lugar que había visto movimiento. Se hizo el distraído, como si no hubiese pasado nada, y cuando estuvo lo bastante cerca lazó una estocada que impactó en un cuerpo.

Al ir a ver a lo que le había dado se encontró con un zorro con la cabeza partida por la mitad por el espadazo. Lo cogió y se giró sonriente, enseñando la "amenaza" que había neutralizado.

—Ya tenemos cena.

Krieg contempló al hombre que tenía delante y solo se le ocurrió un término para definirlo: frágil. Le pareció que su tono era incluso amenazante, pero ¿cómo no iba a serlo cuando creía que su halago no había sido sincero? El soldado había adquirido la costumbre de dar algún que otro ánimo a la gente cuando hacían algo bien, pese a que esa buena conducta molestase a Osten.

—Deberías aprender a aceptar un cumplido —dijo fríamente, decidiéndose por no hostigar más su espíritu con otra frase que tenía en mente.

Porque, bueno, si le decía "¿Si las palabras te duelen, qué vas a hacer contra las balas?", como era propio en su tierra, iban a empezar con peor pie. Poniéndose a trabajar para fortificar los accesos al terreno con una buena zanja, Krieg hizo uso del único arma y herramienta que le quedaba de su tierra natal. Con su imposible fuerza y su incansable tesón, daba buena cuenta de los escombros reestructurándolos para darles un verdadero propósito.

Entonces, a mitad de formar uno de los muros de la trinchera, el soldado se dio cuenta del leve vibrar de las hojas que también había advertido su compañero. Esperó pacientemente, trabajando con la misma insistencia que antes pero preparándose para lanzar las rocas como una catapulta humana. Pronto la amenaza quedó resuelta, aunque la presencia de aquella alimaña extrañó al último hijo de Krieg.

—Creo que prefiero las raciones; pero seguro que da para un par de buenos guantes —se limitó a observar, entrecerrando los ojos tras las gruesas lentes de cristal —. Como cazador, ¿crees que es normal que hayas matado a ese bicho así?

Porque bueno, los animales salvajes eran muy precavidos. Y Osten no es que hubiera sido especialmente sigiloso. Cualquier criatura desconfiada por naturaleza hubiera huído de ahí al ver acercarse a la imponente figura de Osten. El hambre daba para mucho, ¿pero para tanto? Y pese a la sangre que impregnaba el cráneo, el pelaje del animal no estaba despeinado, signo inequívoco de malnutrición, por lo que la presencia y "docilidad" de aquella bestia le escamaba. ¿Era acaso mascota de alguien?

Las palabras de Krieg le hicieron pensar, era verdad que un zorro normal habría huido en cuanto se acercó. Algo le había paralizado en esa posición, y por su experiencia eso se podía deber a dos cosas, que fuese de alguien o que no tuviera donde escapar.

Oteó al frente, entre la maleza, allí no vio nada raro, pero eso no quería decir que no hubiese nadie.

—Voy a ver por dónde ha venido, ¿vienes conmigo o te quedas con el grupo?.

Hizo la pregunta, pero ya sabía la respuesta, alguien tenía que quedarse con el grupo. Si se iban los dos era muy posible que los asaltasen mientras investigaban, se giró esperando la respuesta de Krieg. Pero al mirar al frente vio algo que no le gustó nada.

—Olvídalo, tenemos problemas —dijo señalándo el camino que habían bajado por la mañana.

Por él bajaba un grupo de personas y por lo que podía ver no llevaban ningún equipo. Tampoco recordaba haber oído a Erina que estuviese esperando más gente para hacer el trabajo.

Los piratas hicieron su aparición en escena. Eran un grupo de seis jóvenes aventureros demasiado tontos o incrédulos como para pensar que su vida como bucaneros traía alguna consecuencia que no fuera el placer y la moneda. Por supuesto aún no se habían dado de bruces contra la realidad de un puño justo y firme, pues solo habían depredado a la gente débil que se asustaba y bien moría de un par de tiros de los viejos revólveres de sus padres.

Mas allí se enfrentaban ante dos hombres hechos y derechos, y al menos uno no tenía ningún miedo a la muerte. Saliendo del agujero que aún no había tenido la oportunidad de terminar, Krieg avanzó a paso firme hacia ellos. Era solo una cuestión de tiempo que la muerte del zorro iniciara la trifulca, pero aún así el soldado continuó avanzando pala en mano sin ningún interés que no fuese otro que el cumplir su misión.

—¡Halt! —mandó levantando una de sus manos.

Pero aquellas cosas que habían rechazado ser verdaderos seres humanos se detuvieron simplemente para sonreír y bromear sobre la autoridad que se creía tener aquel uniformado. La pistola de uno de ellos le dijo todo lo que tenía que saber escupiéndole una bocanada de plomo en el pecho. Aún así, Krieg permaneció firme. El kevlar de sus ropas convertía aquellos proyectiles en un simple puñetazo a una velocidad que, desde luego, podía más que soportar.

Seis bravucones era lo que había bajado, eran todos muy jóvenes excepto el tipo que le había disparado a Krieg. Una vez disparó, Osten se quedó mirando a su compañero, parecía que el tiro no había penetrado su traje y éste permanecía de pie, impasible ante el disparo, como si hubiese sido una mosca.

Sonrió ante la situación, riéndose en voz alta para provocar a los jóvenes. Algunos se habían quedado mudos, mirando a Krieg, pensando en dios sabe qué. Por lo que estaba viendo, estaban empezando a ponerse nerviosos, eso no era bueno, una bala perdida podría herir a algún miembro del grupo, incluso a Osten, también podría impactar en los explosivos y ahí estarían todos muertos...

—Chicos, chicos, no hace falta ponerse violentos. Todo se puede hablar —dijo con voz tranquila y calmada.

El líder del grupo miró fijamente a Krieg y después pasó la vista por Osten y el resto del grupo. Algunos estaban temblando de miedo, y eso no se podía pasar por alto, la única que parecía entera era Erina.

La mano alzada fue convirtiéndose lenta e inexorablemente en un puño. El cuero del guante chirrió de rabia simbolizando que la paz había llegado a su fin. Cerrada su garra, Krieg comenzó a bajarla para continuar su paso hacia el aterrado grupo cuyo líder parecía ser el único lo suficientemente entero como para considerarle un verdadero hombre. Pero Osten tuvo que abrir su boca.

Krieg, en toda su historia como nación, no acostumbraba a negociar con el enemigo. La única solución a todo conflicto bélico era la rendición o la destrucción de aquellos que se oponían a sus designios. Si hubiera sido su decisión, el soldado hubiera continuado acercándose hasta encontrar a aquel pirata a rango de pala para, poco después, intentar convertirlo en una pulpa informe.

—¡Señora Calm —dijo hundiendo a la muchacha en la desagradable madurez del título—, ¿estamos trabajando con trinitrotouleno o con ciclonita?!

Ninguno de los presentes supo decir si fue la voz carrasposa o el tono del enmascarado de respiración reciclada lo que hizo dar un respingo a más de uno. Tras unos breves segundos de tensión en los que el capitán pirata sostuvo la sartén por el mango apuntando a los bártulos de la expedición, la mujer contestó la, para muchos, incomprensible pregunta.

—Ciclonita.

Para el capitán los explosivos seguían siendo explosivos. Con una burlona sonrisa de lobo, Mika "The black fox" Thompson, conocido por sus robos de arte y alcohol de reserva, empezó a sentirse tan cómodo allí como en las ciudades por las que solía moverse.

—¿Qué podéis ofrecerme? Porque creo que vosotros saldréis peor parados si disparo, ¿no? Sería una pela que una bala perdida diese en los explosivos... Muchos muertos, nada bueno para nadie... Así que, ¿qué vais a darme para que vaya con buen sabor de boca?

Sus compañeros,al menos algunos, se atrevieron a sonreír de nuevo. ¡Ah, qué astuto era su zorro!

—Os doy diez segundos para que os tiráis al suelo y os rindáis.

¿Qué?, sí, esa era la cara de muchos.

—Nueve.

—Nueve —el cabrón de Krieg no tenía el más mínimo aprecio por la vida.

—Ocho —bajó otro dedo más.

—Siete —ya se habían acabado tres segundos del tiempo.

—Seis —los subordinados de Mika ya estaban nerviosos.

—Cinco —ahora era el equipo de limpieza el que se había puesto nervioso.

—Cuatro —Mika se estaba agitando.

—Tres —Osten se preparó para saltar mientras un par de piratillas soltaban las armas.

—Dos —Mika echó mano a su pistola levantando el brazo.

—Uno.

Se acabó el tiempo, Osten se abalanzó sobre el pirata que tenía más cerca. Eran todos muy jóvenes, estaban nerviosos y asustados por la situación. Así podían ser más peligrosos, pero no dejaban de ser chavales...

Con el trabuco por la punta cargó hacia él dándole en el pecho. El golpe había sido lo suficientemente duro para derribarlo, pero no lo suficiente como para matarlo. Con la espada en la diestra dio un paso a la derecha y justo antes de atacar al siguiente muchacho cambió el filo por la parte roma. No pretendía matar a nadie excepto el líder si se resistía mucho.

Mika como todo hombre que había encontrado en su vida, no deseaba la muerte. Mas cuán diferente era Krieg de estas mortajas que apenas consideraría hombres; él, por contraria, amaba a la muerte. Era el destino de todo soldado, de todo hijo de su tierra, servir a un propósito con sus últimos gajos de vida. Y es por esto que cuando el astuto y temeroso zorro abrió la boca apuntando su alma a los explosivos, que Krieg actuó.

Si en la pregunta anterior la dama hubiera contestado que trabajaban con dinamita, muy probablemente el enmascarado hubiera puesto la misión por encima de matarles; pero sabiendo que era ciclonita, C4 para los menos versados en química, podía lanzarse hacia delante sin temor a que la carga explotase. Al fin y al cabo ningún traumatismo ni fuego podía detonarlos, solo una carga eléctrica clave aplicada de una manera específica era capaz de poner en marcha aquella gris materia.

Para cuando Mika, presa del sentido de autoconservación, quiso cambiar de objetivo, era bastante tarde. Aunque más bien podemos decir que era bastante inútil. Pese a que la bala golpeó con fiereza la cabeza de Krieg, su máscara a modo de casco era capaz de soportar fuerzas aún mayores. Impertérrito ante la punzada trasmitida a través de la dura pero flexible superficie de cuero recubierto de ceramite, siguió abanzando.

Qué torpe se volvían los pistoleros que confiaban en la distancia y la potencia de sus armas al ver el brillo de los ojos del enemigo. Sus gritos de ayuda no recibieron socorro alguno pues sus hombres, terriblemente desmoralizados, estaban al borde de la huída. Fue entonces cuando intentó girarse, pues sus pies no podían caminar hacia atrás todo los de Krieg hacían hacia delante.

Suele decirse que a enemigo que huye, puente de plata; pero tamaña idiotez jamás sería dicha por un verdadero hijo de Krieg. No había honor en aquellos que abandonaban su posición, y como tal no eran más que gusanos que aplastar bajo el tacón de una pesada bota. Sabiéndose incapaz de seguirle el ritmo a aquel pirata que empezaba a batirse en retirada, el soldado, con la pala en alto, estaba a punto de demostrar cuán versátil era aquel instrumento en sus manos.

Sin pararse a girarla en su mano para arrojarla como una lanza o un arpón, el bruto arquitecto lanzó su arma a la espalda de su enemigo. Era un acto cargado de desprecio, odio y, por supuesto, la voluntad de desterrar a aquella ruin criatura de la faz de la tierra. De manera general recibir un palazo por la espalda era considerado un golpe contundente, mas cuando uno usa una pala táctica poseedora de un filo serrado, hay cierta inevitable laceración.

Derribado su enemigo con la herramienta clavada en su hombro como si todo él no fuese más que un tocón, si aún quedaba algún resquicio de valentía en los rufianes este había sido cortado de raíz por los gritos.

Y mientras tanto Krieg siguió avanzando dispuesto a rematar a aquella cosa que se había disfrazado de hombre.

Krieg se abalanzó sobre Mika clavándole la pala en el hombro, el resto de piratas se estaban dando a la fuga, con la decisión que invade a Osten cuando tiene un plan, salió corriendo detrás de ellos. Los necesitaban a todos para lanzar un mensaje a los posible ladrones que los siguieran.

—¡No lo mates!¡No lo mates! —le gritó a Krieg. —Los necesitamos con vida a todos.

Uno de los que huían tropezó y Osten aprovechó la oportunidad para dejarlo inconsciente. Ya solo quedaban dos, uno corría mucho, al otro lo alcanzaría fácilmente. Lo bueno de manejar una espada y una pistola es que desarrollas la fuerza de un espadachín y la puntería de un pistolero.

Le puso la zancadilla al más lento para que Krieg se encargara de él y siguió al otro. Ya estaba subiendo la cuesta, pero cuando lo tuvo al alcance, le tiró la pistola con toda la fuerza que tenía. Apuntó a la cabeza, pero la pistola impactó en la espalda, con tanta fuerza que cayó al suelo.

Aturdido el pirata, no consiguió levantarse a tiempo. Osten ya estaba pisando su espalda cuando cobró un poco del sentido del espacio. Volvió con él hacia el grupo, atándole con el resto de sus compañeros, que aún estaban inconscientes.

Krieg, pisando la espalda del caído para arrancar su pala del desgraciado al que seguía afianzada, soltó un sonoro rugido de desaprovación. En realidad era una palabra, pero tan toscas eran las lenguas que hablaba y tan mal sonantes que, la verdad, no estamos del todo seguros que así lo fuera. Si su mirada hubiera podido matar, Osten estaría ya bajo tierra.

—¡¿Para qué?! ¡Nos basta con uno para preguntarles si hay más! —rugió fieramente.

Olía a sangre, mierda y el ocasional vómito de alguno de los blandos presentes nada acostumbrados a la crudeza de un enfrentamiento bélico. Pisando la mano temblorosa de Mika que quería seguir sosteniendo la única posibilidad que le quedaba de salir con vida, Krieg fracturó todos sus huesos con un sonoro chasquido que, naturalmente, fue seguido de un largo y cruel llanto.

—¡¿Cuáles son sus órdenes, Señora Calm?! —gritó con firmeza.

La sñorita Calm, pese a servir al gobierno, no era nada dada a la lucha, y por ello estaba paralizada. Había aprendido que la vida humana tenía valor, y pese a que sabía que los piratas eran la escoria que pululaba por este mundo y creía bien que debían morir, no podía diferenciar su sufrimiento del de cualquier otra persona.

—Ha...Haced lo que tengáis que hacer —dijo sin querer ser partícipe ni responsable de lo que bien sabía que tenía que llegar.

Bien sabía el soldado que su compañero no tenía ningún cargo sobre él, y siendo así no iba a retardar más lo que era justo para aquel imbécil que le había disparado a matar. De un brutal movimiento Krieg desembarazó su arma de la carne a la que se anclaba. La sangre le salpicó, tal y como lo había hecho tantas otras veces a lo largo de sus incursiones.

—¡Rendíos o morid! —gritó a los rezagados con mal sabor de boca.

Ninguno de ellos hubiera escogido lo que él.

Tenían a toda la banda, estaban más o menos ilesos, aunque no se podía decir lo mismo de Mika. Pero sus heridas no eran tan dramáticas como para que se fuese a morir.

—Krieg, vamos a colgarlos por el perímetro. Que ahuyenten a otras personas que quieran aprovecharse —le dijo al soldado.

—¿Cómo vamos a mantenerlos? Apenas tenemos las suficientes provisiones para nosotros —Erina estaba detrás de ellos, y pensando en la logística.

—No se preocupe señora, si siguen vivos cuando acabemos los llevaremos ante la justicia. Si no sobreviven, los dioses en los que crean habrán decidido su destino.

Osten no era partidario de la religión, pero respetaba a quien tenía ese tipo de creencias. No pensaba permitir que el grupo sufriese a causa de esos piratas, quizá las súplicas de auxilio hicieran recapacitar a otros. Se dirigió a los árboles más cercanos y con la ayuda del hacha que le había prestado uno de los científicos empezó a talar unas cuantas ramas, las suficientes como para atar a los desgraciados.

Pasaron varias horas hasta que tuvo las ramas, y con ellas se dirigió a Krieg.

—La tuya es la única pala, ¿me ayudas a clavar esto?

Era una visión un tanto patética la de aquellos jóvenes. Ninguno se había entregado a la causa de vivir una vida libre hasta la muerte; sino que todos habían preferido encogerse para lloriquear tirando las armas, sentándose o tirándose al suelo sobre sus propias heces.

—Pagarás por esto...—juró el capitán soltando espuma entre los dientes.

—Tu idea carece de propósito, Osten —criticó con dureza—. Tenerlos ahí solo marca nuestra posición y denota que tenemos algo digno de proteger. Estamos aquí para escoltar al grupo de limpieza de escombros, y si se tercia para ayudarlos en su propósito.

La vida de un puñado de hombres no importaba nada a Krieg; de hecho tampoco le hubiera importado si hubieran sido suyos si sus muertes hubieran contribuído a un bien mayor. Así era el código de conducta por el que se regía un alma que se consideraba ante todo justa.

—Dejadlos con vida —dijo la mujer mordiéndose el labio.

Y ante la orden de un corazón demasiado blando como para contemplar tanto sufrimiento, a Krieg no le quedó otra que doblegarse.

El soldado quedó allí como un guardian para los forajidos que, si bien debían mantenerse vivos, aún podía maguyarlos lo suficiente como para que no se moviesen. Lo primero que hizo con ello fue exigir la entrega de todas sus armas, aunque llegado el momento tuvo que arrancar la pistola a Mika de su dedos rotos. Pronto el dolor convirtió sus amenazas y su furia en el pálido rostro de una parálisis insomne, y aquello bastó para que los más jóvenes acataran toda orden con diligencia.

Al volver su compeñero con las ramas, Krieg le miró de reojo a través de sus gruesas lentes; su atención estaba con el grupo.

—Vigílalos tú, yo me encargo de cavar. Yo haré toda la guardia esta noche; no necesito dormir.

El comentario fue recibido con sorpresa por los piratas. ¡Claro, aquella cosa no era humana! ¡¿Acaso era un robot?! Casi, muchachos, casi. Krieg era un hombre movido por algo más poderoso que el músculo y la sangre: un ideal.

Krieg estuvo parte de la noche cavando, Osten vigilando a los piratas y el equipo de limpieza durmiendo a pierna suelta. La fácil resolución del problema que habían aportado Osten y Krieg le había dado una falsa sensación de seguridad, la única que parecía más acorde a la situación era Erina que tardó mucho más en conciliar el sueño.

En mitad de la noche llegó Krieg pala en mano, ya había cavado los hoyos. Aseguraron a los prisioneros en sus cruces particulares, y volvieron con el grupo. Estaban todos dormidos y como predijo Krieg no se durmió, Osten tampoco pudo conciliar el sueño, después de una batalla no podía dormir.

—¿Sabes que Mika tiene algo de recompensa por su cabeza, verdad? —le insinuó Osten a Krieg. —No te dejé que lo mataras porque solo lo quieren vivo, seguro que quieren averiguar donde esconde las piezas de arte que roba.

Se quedó mirando la máscara de Krieg esperando algún atisbo de respuesta muscular, pero no se produjo ninguna. De hecho no habló en toda la noche, se acomodó un poco en el petate y esperó, con el oído atento a cualquier movimiento sospechoso, que el sol saliese por el horizonte.

Se hizo de día y el equipo se puso en marcha, siguieron trabajando todo el día sin descanso y Osten se propuso mantener con vida a Mika, le hacía falta aquella captura.

Pasaron varios días, el grupo parecía que quería acabar lo más rápido posible, Osten les ayudó con la tarea, también desando salir de aquel lugar. Había algo de aquel sitio que no le gustaba nada.

Cuando terminaron de desescombrar la zona, volvieron al pueblo. Tardaron un día más de lo que les había costado llegar, pero no habían llegado con una caravana de piratas atados.

—Jefe, por aquí va a necesitar unas cuantas celdas —le dijo al marine que había en el cuartel. —Si no me equivoco, este tipo lo estabais buscando.

Hubo algún valiente que quiso oponerse a ser atado. Bueno, más bien hubo alguna que otra súplica que fue callada con un gancho directo a la mandíbula. Krieg había aprendido muy bien que la gente dejaba de hablar así. Dedicando el resto de la tarde a hacer imposible el escape de los derrotados piratas, Krieg pasó la noche escuchando las palabras de Mika.

Millones en obras de arte, artículos de lujo que muchos soñarían con tener, piezas robadas de colecciones personales de gente que no merecía tenerlas; todo eso podía ser suyo si simplemente colaboraba. El soldado amante de las cosas bellas reprimió un gruñido de profundo desprecio ante aquella horrible verdad. ¿Cómo podía permitirse aquello? No, no era el robo lo que le importunaba, sino la propiedad privada de todo aquello que ensalzaba el alma humana a un nivel superior.

El silencioso vigilante siguió así toda la noche, atento a los sonidos o la ausencia de ellos que pudieran señalarle que un peligro se avecinaba. Su misión estaba clara, y sabía Dios mismo que haría todo por cumplirla.

Krieg ayudó también de manera ocasional al grupo, allá cuando se necesitaba un par de brazos más para sacar un cascote demasiado grande para el esfuerzo en conjunto y demasiado pequeño como para malgastar material en explotarlo. Poco a poco el hoyo fue convirtiendose en gruta, y luego en un simple rocazal sin allanar. Con aquello sus supervisores dieron por concluido el trabajo.

El soldado enmascarado cerraba la caravana empuñando una de las pistolas robadas por si algún valiente prefería recibir un tiro antes que un bruto empujón. Mas el hambre y la sed desde luego hacían de cualquier criatura débil un rebaño demasiado docil para la rebeldía.

Desde luego los piratas estaban bastante aliviados por llegar ante las autoridades.