[Misión osada-North Blue] Filete no, filetón

Contratante:Donald McRonald

Descripción: Hace hoy sesenta años que fundé mi empresa en Johota sobre sangre, sudor y la mejor hamburguesa de caballo recién salido del hipódromo que un niño podría soñar. Pero este sueño no se ha construido solo, y en todos estos años en que me he centrado en dirigir mi empresa me he olvidado del amor. Solo me he casado cuatro veces, pero en ninguna ocasión ha sido con mi secretaria. Sé que ella me ama, me lo dice cada vez que tenemos una reunión privada, pero todavía no me he atrevido a dar el paso.

Objetivos: Enseñar a Donald a ser un caballero. Él quiere ligarse a su secretaria, pero probablemente esto sea más importante.

Objetivos secundarios: Que consiga a la secretaria.

Premios: Donald cocinará su legendaria hamburguesa, la que lo catapultó a la fama, y te dejará comerla. Aparte, si te gusta te dará la receta y acceso a sus caballos con carne de calidad genuina.

Premios por objetivos secundarios: Donald te invitará a la boda y te introducirá en su testamento. Si consigues el objetivo secundario pero no el principal ganarás cinco veces más fama, toda de karma negativo y serás conocido como el celestino de un acosador sexual.

El anuncio le había hecho suspirar en voz alta. Es que no necesitaba ni conocer a ese empresario para saber cuál era su problema. Si se había casado cuatro veces, arrojo precisamente no le faltaba. De hecho, casi diría que su problema era un exceso de arrojo. No obstante, no parecía un caso perdido. ¿Había realmente algún caso verdaderamente perdido? Nah, no lo creía. Estaba segura de que ella sabría remendarle y cuantas más vueltas le daba al anuncio, más lo pensaba. Y cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que podía echarle un cable a ese hombre. Y quizás, por qué no, a la secretaria. Si lo que el tipo decía era cierto, podría utilizar un poco de intervención no-tan-divina. Y si no lo era, lo que le parecía más probable, quitarle al hombretón de encima era una acción tan buena como la otra.

Llegara Johota no fue un gran problema. Le llevó cerca de una semana, pero al final se plantó allí sin más percances. Nada más entrar vio sobresalir entre los edificios una gran M roja y entendió que era allí a donde tenía que ir. Ni corta ni perezosa, se acercó sin saber bien qué iba a encontrarse. ¿Un restaurante pijo? ¿Una cafetería de mala muerte? El encargo no especificaba mucho más y el hombre parecía un poco demasiado centrado en sí mismo como para decir algo concreto acerca de su empresa, más allá que de dónde salían las hamburguesas. ¿Del hipódromo? Puaj. Nah uh. Ella no iba a tomar ninguna hamburguesa de caballo sudado.

Al final, resultó ser nada más y nada menos que un establecimiento de comida rápida, todo decorado en rojo y amarillo completamente chillones. McRonald… si hasta el nombre era hortera, por favor. Lysbeth se adentró en el lugar y caminó hasta el mostrador ignorando a los niños gritones, los adolescentes centrados en coquetear y los padres agotados. Dio un golpe en la barra con la mano, alertando a todo el que tenía cerca, y esbozó una enorme y amable sonrisa. Enseguida, un empleado un tanto asustado apareció para preguntarle qué deseaba tomar.

-Lo lamento, no vengo a comer. He venido hasta aquí para ver a Donald McRonald. Según tengo entendido, tiene un pequeño… dilema, con su secretaria y no hay nadie mejor que yo para ayudarle. Pásale el mensaje y rapidito, por favor.

Al final Aquiles había perdido, lo cual era una pena. Realmente quería que ganase su combate, pero no supo que pasó exactamente que llevó al pequeño luchador a su derrota. Habían pasado bastante tiempo entrenándolo para que, al final, no pudiese vencer. Esperaba que Aquiles no estuviese enfadado con él, después de todo, pero tenía que seguir hacia delante. Pero, sobre todo, necesitaba más dinero. El dueño de una cadena de restaurantes pedía ayuda, alguien que le enseñase igual que Aquiles. Sin embargo, aquella vez no era que le enseñaran a combatir, sino a ser un caballero. Y bueno, puede que Gabi no supiese a que se refería exactamente con "caballero", pero seguro que podía hacer algo.

Entró al restaurante, que iba adornado con una enorme M roja. De camino al mostrador pudo ver la comida de varias personas y, ciertamente, no tenía buena pinta. No era algo que Gabi, que pasaba toda su vida mirando bien lo que comía y como entrenaba para poder estar fuertote sin perder su adorabilidad, pensase siquiera en comer. Se acercó entonces al mostrador, viendo que tan solo la mitad de su cabeza asomaba por encima, como si fuera un niño pequeño.

—Hola, niña —saludó de forma monótona el adolescente de la caja—. Me temo que los pedidos los tiene que hacer un adulto, ve a buscar a tu papá.

—¡Tengo dieciocho! Pero no he venido a comer, he venido a ver a Donald.

—Ya, seguro. Ve a buscar a tu papá.

Gabi hinchó los mofletes. ¿Por qué siempre pasaba eso? Intentó llamar la atención de aquella persona de nuevo, pero no lo consiguió. Por mucho que intentara saltar, moviendo la mano de un lado a otro, totalmente sin éxito. De golpe a su izquierda se oyó un fuerte golpe. Giró la cabeza para ver a una hermosa mujer con la mano en el mostrador, exigiendo con autoridad y fuerza que la llevasen hasta Donald. Gabi no pudo sino mirarla con los ojos brillantes ante tal demostración de poderío.

—¡Eso! ¡Por eso he venido yo! —dijo Gabi—. ¡Pero no me creen cuando digo que tengo dieciocho!

De repente, se dio cuenta de que no estaba sola. Más bien, de que no era la única que había venido a ayudar a Donald con su problemilla. Había una voz a su derecha que reclamaba que le tomasen en serio. Distrayéndose un momento, mientras el encargado del mostrador se perdía en la trastienda, ella se giró para ver quién estaba indignado.

Era… bajito. Bastante más que ella. Y completamente adorable, de la cabeza a los pies. No obstante, hacía falta algo más que el pelo largo para engañar a Lys. A quién tenía delante no era ni más ni menos que a un chico bastante enfadado… y no iba a culparle. A Lysbeth le gustaba la ropa. Le gustaba vestir ropa cómoda, si no hecha a medida, bien ajustada y de poca tela, al menos para luchar. Cuanta menos tela había, menos restringía sus movimientos. Por supuesto, eso no le negaba admirar los vestidos caros y los conjuntos bien montados. Y el que tenía delante estaba muy, pero que muy planeado, no le cabía la menor duda. No solo eso, si no que entre toda la tela y el aura de adorabilidad que emitía el chiquitín, vio el resplandor del metal. No era solo un traje mono, era también protector. No era un crío ni mucho menos, y si lo era, desde luego no tenía miedo de meterse en problemas. Lys le saludó con una sonrisa, sorprendida pero llena de curiosidad al haberse topado con alguien tan interesante.

-Descuida. Puedes acompañarme, una vez SE DECIDAN A LLEVARNOS CON DONALD.

Dijo lo último gritando, pero no tuvo el efecto deseado. El encargado seguía en la trastienda y poco a poco el resto de empleados fueron dejando el mostrador como quien no quiere la cosa. Molesta, saltó al otro lado de la barra y abrió de una patada la puerta que daba a la trastienda. Agarró al encargado de la camisa y lo levantó en el aire, alzando una ceja. Empezó a patalear suplicando que le bajara.

-Por favor, POR FAVOR, solo soy un encargado. ¡¡Las oficinas están al cruzar la calle!! El Señor hace un llamamiento así al menos una vez al mes, no queríamos darle demasiada importancia, ¡¡disculpe!!

Ah, así estaba mejor. Dejó al hombre en el suelo con una pequeña sonrisa y regresó por donde había venido. Le hizo un gesto al chico para que le siguiera y se estiró en cuanto salieron del McRonald.

-Ugh, no me había fijado en el calor que hacía ahí dentro. ¡Y qué mal huele! No puedo entender como nadie gana dinero con un sitio así. Mi nombre es Lys, por cierto. Lysbeth Ardian.

Le dedicó una pequeña sonrisa. No tardó en encontrar las oficinas que decía el encargado y se las señaló. No tenían más que ir y preguntar por Donald, por las buenas o por las malas terminarían dejándoles entrar.

-Y dime, ¿cómo es que se te ha ocurrido venir y enseñarle a este señor a no ser un capullo? No digo que no puedas ayudar, por lo que decía el encargo el estándar no es muy alto, pero desde luego es un entretenimiento… peculiar.

Obvió la parte en la que ella, una mujer hecha y derecha y aparentemente todavía con un poco de dignidad - tampoco tanta -, había venido exactamente por lo mismo.

La mujer no solo era guapa sino también fuerte e intimidante. Gabi cada vez la admiraba más. Aceptó a que la acompañara, lo cual alegró mucho al joven, que observó como con gracia saltaba por encima del mostrador. Gabi empezó a trepar el mismo para colocarse encima y poder ver lo que hacía, sentándose al borde del mismo y observando como echaba abajo la puerta de una patada. El pelirrosa lo observaba todo con cierto encanto en la mirada. ¿Y si él hubiese sido así en Dusseldorf? Seguro que nadie se había se habría metido con él por... Bueno, por ser él.

El encargado, asustado, le indicó que las oficinas estaban al otro lado de la calle. Que señor más precavido, teniendo las oficinas cerca de uno de sus restaurantes para... Para poder tenerlos a todos vigilados, sí. Si todos eran como habían mostrado ser estos, valía la pena tenerlos a todos vigilados. Gabi tampoco se fiaría. Bajó del mostrador cuando la mujer le hizo un gesto y la siguió al exterior. Entonces se quejó del calor y mal olor que hacía ahí dentro, a lo cual el chico asintió fervientemente. Tenía razón. Entonces se presentó como Lysbeth.

—¡Yo soy Gabriel, Gabriel Von Wilhelm! Pero puedes llamarme Gabi, no me enfadaré —le dijo con una sonrisa.

La mujer parecía dura, alguien que si enfadabas ya podías despedirte de cualquiera a quien hayas conocido alguna vez, pero amable al mismo tiempo. Al menos con Gabi estaba siendo amable. Bien podría haber sido como cualquiera de esas personas fuertes que rondan los mares, apartando de un manotazo a los novatos ambiciosos que se acercan a ellos en busca de consejo, pero ella no lo hizo. Sin embargo, no le dio vueltas al por qué. Lo hizo y ya, y con todo eso ya era merecedora del respeto y admiración de Gabi.

—Salí a los mares para ayudar a la gente. No voy a engañarte, mi intención principal con esto es ver si ese señor se... "pasa" demasiado con esa mujer, no se si me entiendes... Es decir, si veo que se gustan de verdad o que podrían gustarse, le ayudaré como pueda, pero si no... Y bueno, también quiero ganar un poco de fama por los mares. Cuanto más reconozcan mi cara por cosas que he hecho y ayudado, menos se meteran conmigo por mi altura. Y por llevar esta ropa. Y por... ser yo. —Durante un instante su sonrisa se borró pero enseguida la volvió a poner como si no hubiera pasado nada—. ¡Seguro que con tu ayuda todo sale bien, Lysbeth!

El chico resultó ser extremadamente adorable, tanto que por un instante le hizo olvidarse del sitio infernal en el que acababan de estar. Escuchó su historia con atención, preguntándose en parte por qué la compartía tan alegremente. No le molestaba, pero había viajado lo suficiente como para saber que las flores más bonitas normalmente desplegaban tantos colores solo para atraer a sus presas. Al fin y al cabo, ella misma era un ejemplo perfecto de eso. Quizá el chico no fuera todo lo que aparentaba, o quizá estuviera siendo sincero y un poco inocente. En cualquier caso, si iba a ayudarle con Donald supuso que lo averiguaría en algún punto del proceso. No tenía pinta de ir a ser una tarea sencilla.

-Estoy de acuerdo contigo, creo que de ser posible lo mejor que podemos hacer es hablar primero con la secretaria. Entremos en silencio para que Donal no nos oiga.

Aún con sus dudas, no se privó de esbozar una pequeña y traviesa sonrisa. Si era cierto lo que decía, le entendía muy bien. Y seguramente una tarea como esta le ayudara a ser un poco más conocido, porque el señor al que iban a ayudar tenía pinta de gritar a los cuatro vientos cada cosa que le sucedía.

-Así que fama por los mares, ¿eh? ¿Un pirata en ciernes, quizás? Es un noble objetivo, lo respeto.

Llegaron al lugar sin mayores percances, al fin y al cabo estaba justo al otro lado de la calle. Entraron al edificio y Lys se dirigió al mostrador, preguntando por Donald.

-Oh, podéis encontrarle en el tercer piso, le avisaré de que vais. ¡Creo que estará encantado de verles!

Lys colocó una mano sobre el interfono con una pequeña sonrisa. Eso no sería necesario, así sería una sorpresa. El hombre asintió con entusiasmo y les señaló las escaleras. Allá que fueron y una vez arriba no les costó encontrar su despacho. Justo a la puerta había un gran escritorio de madera al que estaba sentado una encantadora jovencita. Lys sumó dos y dos; ella debía de ser la secretaria. Vestía de forma bastante profesional, con traje de falda y chaqueta de color verde oscuro. Tenía el pelo castaño recogido en un pulcro moño y unas gafitas de montura dorada que no dejaban de resbalarle por la nariz enmarcando un par de graciosos ojos azules. Ella no sonreía, parecía bastante concentrada en revisar una serie de documentos.

—Bueno... Sí —contestó Gabi a la pregunta sobre la piratería.

No era del todo cierto, pero... No sabía hasta que punto sería buena idea contarle a esa mujer, por amable que fuese con él, que quería formar parte del ejército revolucionario. Ya había trabajado con ellos cuando naufragó, pero no sabía todavía si podía considerarse miembro de pleno derecho. Tal vez si aprendiese más sobre ellos conforme iba trabajando bajo su ala... Ya en sus filas había hecho preguntas y se había informado de su jerarquía, aprendiendo entonces que cada mar cardinal tenía un Comandante Revolucionario a su cargo. Lo cual tenía cierto sentido, pues los mares cardinales eran aquellos más controlados por el gobierno y cuyos habitantes eran más susceptibles a piratas que encontraron el Grand Line demasiado peligroso y decidieron volver, donde les sería más fácil pisar cuellos y someter a los débiles.

Pero aquello importaba poco para el encargo que estaban llevando ahora. No lo ponía la revolución, por lo que... bueno. Aquello solo servía para hacerse conocido en esos lugares. Ni siquiera le iban a dar dinero, por lo que tendría que apañarse con los ahorros del último encargo para poder comer, lo cual no sabía cuanto podría durar. Aunque algo tenía claro, y es que no iba a probar un solo bocado de cualquier hamburguesa que el tal Donald pudiese preparar.

La mujer entró en el lugar y Gabi fue detrás, con cierta gracia. Lysbeth fue directa al mostrador, preguntando por el jefe, mientras que impedía que avisase a Donald. Caminó detrás de ella y allí estaba la que debía ser la secretaria por la cual estaba interesado el dueño de aquella empresa. Gabi se adelantó. Por suerte, aquella mesa no era más alta que él y al menos pudo apoyarse en la misma con ambos brazos.

—Hola, soy Gabi —dijo, pero la mujer seguía demasiado concentrada en sus papeles como para levantar la mirada, como si no lo hubiera oído—. Eh... Hola, soy Gabi y esta es Lysbeth. Queríamos hablar con usted un momento.

—El señor McRonald les atenderá enseguida.

Gabi hinchó los mofletes. ¿Por qué nunca le hacían caso? ¿Es que acaso iba a tener que hacerlo todo Lysbeth? Tampoco quería sentirse inútil...

Cuando llegaron frente al despacho de Donald, Gabi se le adelantó. Intentó llamar la atención de la secretaria, pero no parecía estar teniendo mucha suerte. Lys frunció el ceño, un tanto preocupada. ¿Tanto trabajo tenía esa mujer que no era capaz de levantar la vista de los papeles? Se acercó con tranquilidad y le puso la mano en el hombro.

-Estamos aquí por el encargo de Donald. Imagino que sabes con qué quiere ayuda.

Ahí sí levantó la vista. Tras un par de segundos, suspiró con fuerza y se giró hacia Gabi.

-Lo siento. Gracias por venir, pero no creo que puedan tener éxito. Creo que el señor McRoland me ha confundido con la secretaria anterior, porque yo solo llevo aquí tres meses y nunca le he dicho que le ame.- Torció el gesto, no parecía muy contenta.- Sinceramente, aprecio que quieran ayudarle, pero no es la clase de hombre que… me interese.

Lys asintió en silencio. La entendía. Un hombre que ponía un anuncio así, al fin y al cabo, no era alguien muy deseable. ¿Le habría confundido en serio con la secretaria anterior? Quizá había malinterpretado algún gesto o frase; no sería la primera vez que veía a un hombre hacerse ilusiones por tonterías. Se llevó a Gabi a un lado y le dijo en voz baja:

-¿Puedes hablar con ella? Tiene razones para estar molesta, pero creo que hay más que no nos está diciendo. Quizá puedas conseguir que te diga qué opina de Donald de verdad. Cuando acabes, ven al despacho conmigo. Claramente lo primero que tenemos que hacer es enseñarle a ese señor un par de modales.

Dicho eso, se acercó a la puerta del despacho y llamó un par de veces a la madera con suavidad.

-¿Señor McRonald? He venido a ayudarle con su… importantísimo problema.

No se sorprendió al oír que la mujer de verdad no estaba interesada en su jefe. ¿Cómo podrían arreglar aquello entonces? Lysbeth parecía decidida a darle un poco de su opinión al tipo, no sin antes decirle a Gabi que hablase un poco más con la secretaria, a lo cual el joven asintió. Tal vez si pudiesen sacar algo más de información... Después de todo, si descubrían que el tipo además de aquello se había sobrepasado... No podrían irse de rositas sin hacer nada. Al menos Gabi no podría estar tranquilo sin asegurarse antes de que la mujer estuviese bien. Cuando la mujer le dijo aquello volvió al mostrador.

—Hola, soy Gabi otra vez—le dijo con una sonrisa. La mujer esta vez si que lo miró, aunque no cambió en absoluto su expresión—. Le voy a ser sincero, cuando vi el anuncio no quise venir principalmente para ayudar al señor McRonald a... bueno, a eso. Quise venir para asegurarme de que todo le iba bien a usted. ¿Cómo es trabajar con el señor McRonald?

La mujer siguió en silencio, pero esta vez pareció dudar, mirando a un lado. Dejó los papeles del todo en la mesa y suspiró, quedándose pensativa durante unos instantes.

—No es un mal hombre—dijo por fin—. Es bastante profesional y nunca ha intentado sobrepasarse conmigo cuando le digo que no estoy interesada. Nunca me ha dado la sensación de que fuese el tipo de hombre que fuese a hacerme daño, es más... Creo que se culpa a si mismo. Creo que se toma mis negativas como un "puedes hacerlo mejor" y se marcha de nuevo a su despacho a pensar cual sería la mejor manera de ser un... mejor partido—contó dando un largo suspiro—. Creo que en realidad no le gusto. Creo que tiene poca autoestima y que me usa de excusa para querer mejorar como persona sin admitirlo. Para querer ser un "caballero". Utiliza mucho esa palabra. Tal vez podrían ayudarle a entender que un caballero se acepta a si mismo tal y como es, y que... bueno, que acepta un no por respuesta.

—Gracias, señorita. Ha sido un placer hablar con usted —dijo Gabi sonriendo y, por primera vez, vio a la mujer devolverle una pequeña sonrisa.

Miró a Lysbeth, que debía haberlo oído todo, y ya estaba llamando a la puerta del señor McRonald. Fue con ella justo cuando desde el interior de su despacho se escuchaba a alguien decir "adelante, os esperaba", y pasó por la puerta con ella. El señor McRonald era... distinto a como se lo hubiese podido esperar. Parecía el típico hombre de negocios, llevando un traje formal, aunque en aquel instante no llevaba puesta su americana pues estaba jugando al golf... o a darle con un palo a una pelota de golf para meterla en una taza volcada en el suelo. Sin embargo, lo extraño de su aspecto no era el traje o el golf, sino el hecho de que a pesar de su formal vestimenta, llevaba maquillaje de payaso. Su asalvajado pelo rizado se encontraba recogido en una coleta en su nuca, dándole un extraño aspecto de payaso sofisticado.

—Encantado, señoritas. Soy Donald McRonald. ¿Y vosotras sois...? —dijo con una sonrisa.

Escuchó las palabras de la secretaria mientras esperaba a que el hombre abriera la puerta y no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, algo triste. A ella le gustaba. Podía notarlo en su voz. No era más que una pequeña brasa, un tímido comienzo que tal y como estaban las cosas, tenía cero posibilidades de salir adelante. Él no la veía por lo que era y ella, lógicamente, no se sentía valorada. De seguir así, acabaría marchándose a otro sitio y él escogería otra chica con la que continuar… practicando. Ugh. ¿Cuántas veces había dicho que se había caso? Ah, si… cuatro. Suspiró mientras una voz le indicaba que pasara.

No estaba preparada para lo que había al otro lado de la puerta. La ternura que sentía hace un momento se desvaneció en el aire, sustituida por completo por pasmo. ¿En serio? ¿Maquillaje de payaso? ¿GOLF? Diría que la taza volcada en el suelo era un cliché andante, pero no sabía qué pensar. No era la imagen que tenía en mente, pero logró controlar la expresión de su cara a la perfección. Mientras se reía para sus adentros, esbozó una cautelosa sonrisa y le miró con más atención.

En realidad, bajo el maquillaje, parecía apuesto. Su postura era buena y claramente sabía cómo vestirse y arreglarse. Quizá se le iba un poco la mano con la colonia, pero siendo eso lo peor, no era una mala primera impresión. Se había imaginado un caso bastante más extremo. Incluso su voz era agradable y tranquila. Sin embargo, no podía olvidar por qué estaba allí.

-Mi nombre es Lysbeth Ardian. Mi compañero es Gabriel Von Wilhelm. Supimos de su problema y creímos poder ayudarle, sin ninguna duda.

Avanzó por la habitación y le estrechó la mano, mirándole a los ojos. Ya se le habían ido a su escote, ni tres segundos de reloj había aguantado. Y eso que hoy apenas llevaba. Diría que era culpa de su akuma, pero se estaba cuidando muy bien de que nada le afectara al señor Donald. No, el pobre simplemente carecía de modales.

-No obstante, señor… creemos que el problema de su poco éxito en el amor no es su falta de atrevimiento, si no de… etiqueta. Nos gustaría ayudarle a ser un poco más caballeroso, tanto para su beneficio como para el de su secretaria.

Y el resto de mujeres con las que te cruces.- Añadió para sus adentros. Se hizo a un lado, dejando que Gabi se acercara. Algo le decía que él sería un poco menos cuidadoso, pero a Donald le hacía falta escuchar alguna que otra dura verdad y quizá se las tomara mejor viniendo de alguien tan seguro de sí mismo como era el pequeño. Lys no era tonta, había visto cómo le trataba la gente con la que se habían cruzado hasta el momento. La verdad es que no terminaba de entenderlo, pero le respetaba por no haber intentado incendiar nada para mostrar superioridad todavía. No debía ser fácil contenerse.

El hombre payaso pareció confundirse un poco cuando oyó la palabra "compañero" en vez de "compañera". Aunque no pareció juzgar demasiado. Aquello, sin embargo, también llamó la atención de Gabi. No es como si su intención fuese engañar a la gente, pero pocas personas eran capaces de ver, a primera vista, que Gabriel era un chico y no una chica. Y aquella mujer lo había sabido desde el principio sin pararse a mirarlo minuciosamente, como terminaban haciendo todos los que descubrían el pastel. Solo podía significar una cosa: Que era una mujer increíblemente lista y observadora, además de fuerte. Cada vez le caía mejor, sobre todo por el hecho de que, aún sabiéndolo, no lo juzgó en lo absoluto.

Tomando una actitud estereotipo de un modista, Gabi se quitó la capa y, con permiso, la colgó en el perchero del señor payaso. Aunque le costó colgarla porque no llegaba, tuvo que dar varios saltitos y colgarla de un lanzamiento, lo cual quitó algo de dignidad a su temporal actitud. Rodeó al hombre y lo miró, rascándose la barbilla, mientras Donald parecía algo encantado de que el trabajo hubiese empezado tan rápido. Finalmente el pelirrosa colocó los brazos en jarras y se dispuso a juzgar.

Sabía que no podía empezar tan rápido por los motivos psicológicos. Tal vez se pusiese a la defensiva, al menos hasta que cogiese cierta confianza, por lo que debía empezar criticando su estilo y aspecto.

—¿Por qué lleva maquillaje de payaso con un traje?

—Bueno, es mi seña de identidad. El payaso McRonald, ya sabéis, famoso en el mundo entero.

—Pues debería cambiar la seña. O contratar a un actor que sea el payaso y no usted que es... bueno, el dueño. Y el traje... ¿Has probado a llevar vestidos?

—Sí, pero no me quedan bien.

—Bueno, pues tal vez podría llevar un traje menos... formal. Algo que grite "galán" y no "dueño de una empresa".

—¡Pero soy el dueño de una empresa!

—¡Pero eso no atrae! ... Creo... ¿No? —añadió mirando a Lysbeth.

Lys había creído que lo mejor era empezar abordando directamente su comportamiento, pero al ver a Gabi actuar se dio cuenta de que en realidad su método era bastante más eficaz. Comenzando por cosas que era más sencillo cambiar y ver el resultado en seguida, cogería confianza con ellos. Así, cuando empezaran a hablar de temas un tanto más espinosos, con suerte en lugar de huir o negar las cosas les escucharía. Asintió en silencio a los cambios que fue señalando Gabi y cuando se giró hacia ella se acercó con expresión meditativa.

Dio un par de vueltas alrededor de Donald, cogiendo el traje en varios sitios y examinando su apariencia general. En realidad, el problema no parecía ser tanto que llevara traje, pues se le notaba bastante cómodo en uno y para la confianza eso era lo más importante. Sin embargo…

-Lo que necesitas es un traje bueno, para empezar. Uno hecho a medida y no un saco de tela como el que llevas puesto. No te favorece nada. No tengo claro quién te lo ha vendido, pero no tiene ni idea de lo que hace.

En realidad, Lys no sabía mucho de trajes y si hubiera intentado hacer uno habría acabado probablemente con algo mucho peor que lo que el hombre llevaba puesto. Pero sabía lo suficiente como para reconocer que la tela no era de buena calidad y que desde luego no estaba hecho para alguien de la complexión de Donald.

-Está decidido entonces. Te llevaremos a comprarte un nuevo traje y Gabi te ayudará a quitarte el maquillaje. Si está muy acostumbrado siempre puede dejar algo pequeño, como la nariz roja o los triangulitos bajo los ojos. Lo importante es que se te reconozca, más allá del personaje Y… quizá podríamos darte un corte de pelo, si estás de acuerdo.

Quizá fuera su opinión personal, pero la coleta no le favorecía nada de nada. Demasiada gomina para mantenerla en su sitio, además.

-Sin embargo… antes de eso, me temo que tenemos que empezar por otro lado. Donald, quiero que me digas tres cosas que le gusten a tu secretaria. ¿Cómo se llama, por cierto? Y no, tú no puedes ser ninguna de esas tres.

Aguardó a ver qué le decía. Quizá le sorprendiera y en realidad conociese bien a la mujer y le gustase de verdad. Y si no, quizá eso le sirviera para darse cuenta de que algo no iba bien.

Lysbeth le tomó el relevo a la hora de criticar la vestimenta de ese señor. Lo mejor es que, al ser más alta, podía ver puntos del traje a los que Gabi no llegaba. La mujer era directa y brusca, pero era lo que tenía que ser. Si iban con cuidado de no ofender al señor lo más probable es que nunca llegasen a convertirlo en el caballero que dice querer ser. De todas formas, parecía no molestarle demasiado aquella brusquedad. Gabi asintió cuando dijo que él podría ayudar a quitarle el maquillaje y... Aunque él solía maquillarse no sabía muy bien como se traduciría eso a quitar maquillaje de payaso.

—Se llama Emily —dijo respondiendo a la pregunta de Lys—. Le gustan los helados, sobre todo los de fresa. Se que suena a detalle estúpido en el que fijarse, pero... —suspiró con una sonrisa tonta en el rostro—. También le gustan los gatos, pues tiene dos, y le encanta bailar.

Gabi no sabía todavía si a la secretaria le gustaba él, pero estaba muy claro que a él si que le gustaba ella. Casi parecía un amor adolescente. El hombre, tras todo aquello, pareció aceptar que los dos lo sometieran a un cambio de look. Le indicó a Gabi donde tenía todos los utensilios de maquillaje para poder quitarle todo aquel potingue y el joven cogió todo lo necesario. Lo cogió de la mano y se lo llevó a tirones al baño privado que tenía allí, conectado a su despacho.

Tras unos minutos salieron del baño y a Donald tan solo le quedaban dos triangulitos azules bajo los ojos. Se presentó ante Lysbeth, como esperando que le dijese que tal ahora. Una vez se lo hubiese dicho, cogió su chaqueta y se la puso, indicándoles que iban a ir directos a una peluquería que conocía y les daba a ellos control total para decirle al peluquero como hacerle el pelo.

Lys caviló mientras Gabi se ocupaba de quitarle el maquillaje al hombre. Le gustaba Emily de verdad, no le cabía ninguna duda. Puede que lo suyo fuese el deseo y no el amor, pero entre la cara que había puesto y el tono de ensueño que había utilizado para hablar con ella, claramente la cosa iba más allá de la piel. Sin embargo, no cabía ninguna duda, necesitaba aprender modales y ser un poquito más consciente de lo que pensaba ella, no solo él.

Sonrió cuando regresó guiado por Gabi. Tal y como había imaginado, debajo de la capa de pintura blanca había un hombre bastante apuesto. Algo mayor, aunque sin duda interesante. Los dos triangulitos azules que se había dejado en realidad le daban ternura. Como mínimo tenía personalidad, vaya.

Ambos le acompañaron a la peluquería. Resultó ser una barbería bastante humilde, llevada por un hombre grande con una barba enorme que parecía muy feliz de ver a Donald. Le dio un gran abrazo antes de sentarle en la silla y sonrió con maldad cuando le comentó que hoy las señoritas mandaban.

-¿Significa eso que por fin podré quitarte esa coleta lamida por un caballo?

-Por favor y gracias.- Comentó Lys.- Y mientras estás a ello, ahora que no puedes escapar… Donald, tenemos que hablar.

Sí, era un movimiento un tanto bajo. Pero efectivo, desde luego. No convenía moverse bruscamente cuando alguien tenía tu cabeza, tijeras y una navaja en sus manos. Estaba forzado a escuchar, aunque no le gustase.

-Dime, y tiene que ser la verdad. ¿Alguna vez te ha dicho tu secretaria que te ama?

Fue a abrir la boca enseguida, pero Lys le miró mal y pareció pensárselo mejor. Tras un par de segundos, con voz reticente y algo colorado como un niño pillado en una travesura, contestó:

-Puede que no… directamente. Simplemente, lo sé.

Lys suspiró. Eso sería precioso en una historia romántica de novela, pero en la vida real… era algo un tanto peligroso. Ni siquiera la chica estaba del todo convencida de que le gustase, claramente él no iba a saberlo mejor que ella. El barbero rió entre dientes, parecía estar disfrutando con toda la situación.

-No sé qué decirte, Donny. Me tienes hablado de ella y lo único que creo es que tienes la cabeza en las nubes.

El peluquero parecía encantado de hacerle algo que no fuese aquella coleta. Donald se sentó y, mientras el peluquero preparaba todas sus cosas, tuvo una conversación con Lys. Gabi se sentó en una de las sillas en la zona de espera, desde donde podía ver y escuchar todo lo que hablaban. La mujer le preguntó si alguna vez Emily le había dicho que le gustaba, a lo que Donald contestó que solo "lo sabía". Aquello no era buena señal. Gabi no tenía ninguna especie de poder mágico para adivinar cuando a una persona le gusta otra, por lo que no podía saber si de verdad podía haber algo entre los dos. El chico suspiró y, entonces, el peluquero se acercó para empezar a trabajar, pidiéndole a Lysbeth amablemente que le dejara algo más de espacio. En ese momento, Gabi le señaló con una sonrisa uno de los asientos a su lado, esperando que se sentase.

—¿Cómo lo ves? —preguntaría una vez se sentase o se acercase.

Seguro que la mujer tenía más experiencia que él en ese tipo de cosas. Después de todo, Gabi no había tenido nunca una pareja y tan solo le había gustado una persona. Por desgracia, cuando se confesó lo único que consiguió es que aquel chico fuese a llamar a sus amigos para darle una paliza al "mariquita de las faldas". Recordar aquello le hizo temblar las manos. Tan solo el recordar los golpes le hacía sentirlos como si se los estuviesen dando en ese instante. Sin embargo, fue peor todavía la mirada de su madre mientras trataba sus heridas. Una mirada que decía "te lo mereces", casi a gritos.

Gabi colocó una mano sobre la otra para evitar que temblaran y, tras unos segundos, se frotó los ojos con las manos fingiendo que le picaban, quitándose las lágrimas que empezaban a brotar. Tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta y buscando simplemente no llorar. Dio un largo suspiro y levantó la mirada un poco, mirando a Lysbeth. La mujer le había reconocido como un chico desde el principio, sin embargo en ningún momento lo había juzgado. En ningún momento le había cuestionado su forma de vestir y... tampoco sentía asco o desaprobación en su mirada y su voz hablando con él, por lo que podía saber que tampoco lo pensaba. O a lo mejor tan solo quería pensar eso para estar más tranquilo.

—Oye, Lysbeth... —preguntó con un hilo de voz esperando que solo le oyera ella—. ¿Está mal que me vista así...?

El peluquero parecía concentradísimo en su trabajo, por lo que Lys sabía que estaba en buenas manos. Le pidió más espacio y Gabi aprovechó para pedirle que se apartaran un poco, por lo que fue con él.

-Creo que puede llegar a haber algo… pero tenemos que explicarle cómo se está comportando. Creo que no se da cuenta y ese es el mayor problema. ¿Tú qué opinas?

De repente, se fijó en que las manos de Gabi estaban temblando. Cuando intentó mirarle a la cara, se dio cuenta de que estaba llorando. Frunció el ceño y le puso una mano en el hombro con delicadeza, preocupada. ¿Qué demonios había ocurrido? No había dicho nada que tuviera que ver con el chico, por lo que no entendía qué… ah.

Lysbeth suspiró al escuchar sus palabras. De verdad, ¿eso era todo? Sacó un pañuelito de tela de su bolsillo y con tranquilidad, le secó las lágrimas. No lo entendía del todo, pero intuía que el chaval se había topado con algunas personas bastante poco amables o incluso crueles por el camino. Ella se había criado con el circo y una apariencia como la de él no era sino motivo de admiración por lo cuidada que estaba, pero ahora que pensaba en ello quizá no todo el mundo pensase igual. En cualquier caso, fuera lo que fuera que le había pasado, si le hacía llorar solo de pensarlo y aún así vestía igual, eso le hacía fuerte a sus ojos. No era sencillo enfrentarse a los propios demonios. Sintió una pequeña opresión en el pecho y se apresuró a responder a su pregunta.

-No. A ti te gusta, ¿no? Te es cómodo, natural. Entonces, ¿cuál es el problema? No estás haciendo daño a nadie.

Le habría dicho que ella opinaba que le quedaba bien, pero se mordió la lengua antes de decirlo. Era cierto, pero eso no era lo que el chico necesitaba oír. Tenía que aprender a utilizar argumentos que no dependieran de la opinión de otras personas. Siguiendo un impulso, le revolvió el pelo y esbozó una gran sonrisa.

-Venga, no te preocupes por tonterías. Vamos a ver cómo han dejado a nuestro payaso. ¿Qué te parece que le hables tú acerca de su comportamiento? Creo que puedes ser algo más directo que yo, pero estaré detrás de ti en todo momento, así que nada saldrá mal.

Asintió con la cabeza cuando le preguntó si a él le gustaba. A pesar de todos los insultos que había recibido en su vida, jamás había dejado de vestir como quería, ni de peinarse como quería. Sin embargo, aún con esas, le era imposible quitarse de la cabeza ese pensamiento. Esa duda que lo devoraba, diciendo si de verdad ese era su "auténtico yo" o si no era más que un joven loco y trastocado que hacía cosas que no debía. Imaginó que tal vez era por eso por lo que no le importaba que le confundiesen con una chica... Porque así no sería juzgado por vestir como una.

Cuando le revolvió el pelo, el chico se levantó de la silla y le dio un fuerte abrazo a Lysbeth. Era muy bajito, por lo que sus brazos rodeaban justamente su cintura y, desde lejos, podría parecer una niña abrazando a su madre... o a su hermana. Lys no parecía tan mayor como para ser su madre. Se sintió algo culpable por pensar que podrían confundirla con su madre... aunque seguramente sería mejor madre que la que tuvo, con aquello que le dijo.

Se separó de ella, ya sin lágrimas, y con una sonrisa como las que siempre llevaba. Entonces siguió con el encargo, haciendo exactamente lo que le había dicho Lys que hiciera. Donald ya estaba acicalado. Su pelo ya no era tan rizado como antes y ahora era lo suficientemente corto como para hacerle un peinado con cierta... elegancia, resaltando lo guapo que podía llegar a ser ese hombre si no... bueno, si no se viste o comporta como un payaso. Donald sonrió, como esperando que le diesen su opinión.

—Así te queda mucho mejor, creo que ahora solo faltan unos toques...

—¿Una flor en la solapa del traje? ¿Unos gemelos brillantes? Creo que podría conseguir unos diamantes como gemelos... Aunque no sé cuanto tardarán en llegar, pero seguro que eso resalta mi...

—No. Tu comportamiento.

—¿Perdón?

—Ser un caballero no significa que tengas que envolverte de trajes caros y diamantes. No significa que tengas que incordiar a una mujer día si y día también, presionándola para que haga algo de lo que es muy posible ni siquiera ella esté segura de que quiere hacer. Y mucho menos si usted la presiona de esa manera. Debe aprender que si una mujer lo ama ha de ser por como es usted de verdad, y no por su dinero o su actitud de machote ligón, ¿comprende? Si quiere gustarle a Emily debe hacerlo por ser usted mismo, pero si al final resulta que no le gusta, debe ser capaz de aceptar ese no y dejarla tranquila. Eso es lo que haría un caballero.

La sonrisa de Donald se borró ante esa pequeña reprimenda. Miró un momento a Lysbeth, como esperando que dijese algo que sonase menos a bronca. Sin embargo, suspiró y se cruzó de brazos, algo avergonzado.

—Tienes razón... Creo que tengo miedo de que mi verdadero yo no le guste... Ni siquiera sé si me gusta a mí —suspiró de nuevo—¿Qué creéis que debo hacer?

Lysbeth correspondió al abrazo, aunque algo sorprendida. Sin embargo, había dejado de llorar y volvía a sonreír como antes; eso era lo importante. Además, ahora ya podían volver a su tarea.

El peluquero había terminado con el peinado de Donald. Ya no estaba tan rizado, ¿acaso antes llevaba una permanente? En cualquier caso, se le veía más natural y quizá incluso apuesto. También estaba increíblemente inquieto y con ganas de ponerse manos a la obra. Por suerte, Gabi le paró los pies. Lys se quedó frente a ambos, asintiendo en silencio. Vio como Donald le miraba intentando escapar del discursito, pero no había sitio a donde huir. Era, simplemente, la verdad. Incluso el peluquero estaba asintiendo con la cabeza en señal de aprobación.

-¿Qué creéis que debo hacer?

-¿Sinceramente? Necesitas calmarte de una puta vez. Necesitas tratarte tanto a ti como a Emily como personas normales. ¿Quieres invitarla a salir? Adelante, pero deja las fachadas y las tonterías. Respétala y respétate a ti; te responda lo que te responda, deberás aceptarlo y pasar página. Si lo necesitas, tómate el tiempo que haga falta para quererte un poco. Eres más que la imagen de tu empresa, Donald.

Le pareció que iba a decir algo, pero en el último momento pareció cambiar de idea y se quedó mirando al suelo, con cara de circunstancias.

-La vida no es un cuento de hadas. No todos los hombres son caballeros y no todas las mujeres son princesas a rescatar. No necesitas un código de conducta, ni un impresionante cambio de físico y personalidad. El cambio de look puede ayudarte a tener confianza, pero a la hora de la verdad lo único que necesitas es ser amable y tener un poco de sentido común. No le digas nada que no te gustaría que ella te dijera a ti e irás bien.

De repente, se dio cuenta de que el ambiente en la tienda se había vuelto un poco tenso. Quizá se había pasado con el rapapolvo. Suspiró y le dio un golpe en la cabeza a Donald, con la fuerza justa para sacarle de sus cavilaciones.

-Venga, venga, que no es el fin del mundo. Todos podemos aprender, ¿no?

Lysbeth echó a Donald una bronca considerable, aunque muy acertada dado su comportamiento y el cómo había decidido llevar a cabo sus intentos de conquista. Sin embargo el hombre no pareció enfadarse por lo dicho. Bien podría haberse resignado, en cambio pareció entenderlo en una pequeña autoreflexión.

—Tenéis razón —dijo finalmente—. La quiero mucho pero en ese querer debe ir la capacidad de aceptar que pueda tener una vida sin mí. Iré con ella ahora mismo y se lo pediré... Bien.

Gabi sonrió. Aunque tenía algo de miedo sobre lo que aquel hombre podría considerar como "bien". Donald salió de aquella barbería y Gabi lo siguió, indicando a Lysbeth que fuese con él. Volvieron al edificio del que salieron, donde estaba Emily, y Donald les pidió que esperasen en la entrada. Entonces el hombre suspiró y subió las escaleras a pedirle, por última vez, salir con él.

Gabi no sabía muy bien que le dijo. Desde allí solo podía ver sus sombras moverse y apenas podía oirles. Sin embargo, al cabo de unos minutos, Donald bajó de nuevo y se acercó a Gabi y Lys, con una pequeña sonrisa.

—Dice que me ha notado más sincero y... Que me da una oportunidad. Una cena. No sé cómo saldrá, pero... Aceptaré pase lo que pase. Y vosotros dos... Habéis cumplido el encargo y os lo agradezco de corazón. Yo mismo haré que se os recompense.

Gabi dio un saltito de celebración. Esperaba que les saliese bien después de todo aquello y al menos Donald había mostrado no ser un mal hombre. Se sentía feliz no sólo por haber hecho una buena acción sino por haber conocido a Lysbeth.