[Misión épica-Nuevo Mundo] La isla maldita

Contratante:Kanima Zao

Descripción: Ahora que la Estrella Oscura ha llegado, nada puede salir mal. Son profesionales y eficientes, amables en su trato y recios como lobos de mar. Es agradable tener gente así cerca, pero sin embargo hay una cosa que me sigue llamando la atención y no estoy seguro de poder pedírsela a ellos: En Onigashima, la legendaria isla de Kaido, se llevan escuchando ruidos desde hace un par de días. No debería ser así, dado que la isla estaría deshabitada, y tenemos mucho miedo de lo que pueda ser. Aquellos que han intentado investigarlo gritan cosas de un dragón en medio de delirios horripilantes. Y si hay algo ahí, no puedo dejar que campe libremente.

Objetivos: Entrar en la isla y descubrir qué habita en ella.

Objetivos secundarios: Volver de una sola pieza y, si hay un dragón, matarlo.

Premios: Conocimiento único

Premios por objetivos secundarios: Mi espada, la Cazadora de estrellas

Estaba siendo una tarde tranquila en la humilde morada de los D. Kenshin en la capital de las flores. La buena carne se hacía lentamente en las brasas de la barbacoa del jardín. Los niños jugaban, los adultos reían y todos disfrutaban de la suave brisa primaveral, mientras el abuelo del pelirrojo hacía gala de su maestría con los cuchillos y sus habilidades culinarias preparando tataki de rey de mar.

—¿Nunca lo has probado? —le preguntaba a Eiji a Therax, con mucho asombro—. Pues cuando lo hagas vas a alucinar. Mi aderezo secreto solo hace que quieras comer más y más —Y comenzó a reírse a carcajada limpia.

El último en llegar fue Kanima Zao, cuya confianza con la familia había llegado al punto que entraba en la casa sin pedir tan siquiera permiso, aunque aquella vez tenía excusa, pues era uno de los pocos invitados a aquella bonita velada. En su mano derecha traía una bolsa de la tienda de licores de la plaza, pero su gesto era de preocupación. ¿Qué le ocurría? Era algo que sabrían, seguramente, después de cenar.

Dio las doce de la noche, los niños estaban dormidos y solo quedaban los adultos despiertos.

—¿Vas a decirnos que te ocurre, Kanima? —le preguntó Zane, cuyos pómulos sonrojados y la forma tan descortés de sentarse hacía ver que el alcohol había hecho efecto en su cuerpo—. Que con esa cara tan expresiva no nos engañas.

El hombre lo miró y se encogió de hombros, suspirando.

—Los pesares no terminan, Zane… —le respondió con desdén—. Eso es lo que pasa.

El pelirrojo le miró extrañado.

—¿A qué te refieres?

—Desde hace dos noches, los guardias costeros del puerto de Mapu han estado escuchando ruidos en Onigashima, la legendaria que una vez fue territorio de Kaido, el emperador del mar que fue considerada la criatura más poderosa del mundo… Un dragón.

—¿Desde entonces los dragones seguían siendo considerados los más poderosos? —le interrumpió Zane con ligero retintín en su tono de voz—. Malditos dragones…

Kanima clavó una fría mirada sobre Zane, que se disculpó mediante gestos, y continuó hablando:

—Hemos enviado gente a ver qué ocurre, pero las pocas personas que han vuelto estaban perdidas y gritando a voz viva que nos habían invadido los dragones. Y si eso es verdad no podemos permitir que un dragón esté tan cerca de nuestra tierra. Tan solo una persona en toda nuestra historia ha sido capaz de matar a una de esas bestias...

—El gran Ryuma, ¿no? —preguntó Zane, con los ojos iluminados.

Todo espadachín que se precie había oído hablar de la gran hazaña de Ryuma, el gran espadachín de Wano que fue capaz de matar a un dragón tan solo con su propia voluntad y su espada, consiguiendo el apelativo del Dios de la espada.

—Diría que el ser más raro que he visto últimamente es el propio Kanima —bromeó el pelirrojo, ante la afirmación de Therax de que no había visto ningún dragón real. Sí, que había usuarios con frutas que emulaban los poderes de un animal tan legendario como era el propio dragón, ¿pero ver uno en la vida real? Nunca había tenido la ocasión.

La conversación duró el tiempo suficiente como para despertar a los dos hijos de Zane, que se quedaron observando todo con los ojos abiertos. Eran tan espabilados como su pare, y eso era algo malo.

—¿Vais a capturar a un dragón, tito Therax? —preguntó Aiko, la hija del pirata.

—¿Y nos lo podremos comer después? —intervino Eiji, su otro hijo.

—¿Qué hacéis vosotros despiertos? —preguntó Zane, levantándose y acercándose a los pequeños—. Y sí. Vamos a ir a por un dragón muy grande y muy malo, pero no nos lo podemos comer. Tienen la carne dura y sabe tan mal como la col y el pimiento —el pirata dibujó una mueca de asco en su cara y luego llevó a los niños a la cama.


Apenas estaba amaneciendo cuando Kanima irrumpió en la habitación de Zane para despertarlo. Corrió las cortinas con la misma delicadeza con la que era capaz de comer un muslo de pavo, y se acercó para zarandear al pirata durante un par de segundos.

—Vamos, Zane. Es hora de marcharse a ver si los rumores sobre el dragón son verdad o, simplemente, son delirios de unos pocos locos. No podemos permitirnos el lujo de que nos ataque un coloso mitológico como ese de ser ciertos.

—Voy…, voy… —comentó el pirata, girándose para continuar durmiendo.

Apenas fueron unos minutos que parecieron segundos, pero el siguiente en entrar fue Therax, que no dudó en lanzarle algo a la cabeza.

—¡Joder, tío! —le dijo con voz cansada, suspirando—. Que no son ni las once de la mañana. ¿Qué demonios le pasa a este tío? ¿Es inmune a los efectos del alcohol? ¿Acaso no se deshidrata o tiene cagalera?

El pelirrojo se levantó de la cama y se fue directo hacia el armario. Se puso uno de sus trajes, colgó sus espadas en su cinto, preparo su tanto y sus protectores y salió de la habitación junto a Therax. Al llegar a la puerta de la cocina, allí se encontraban su abuelo y Sakura.

—Buenos días —dijo ella, acercándose al pirata y dándole un beso.

—Buenas noches —bromeó el emperador del mar, acercándose al mueble en el que su abuelo guardaba el sake—. La resaca con alcohol se quita.

Pero antes de beber Sakura le quitó la botella.

—El té verde te quita la resaca, no el licor.

—Pero….

—No hay excusas que valgan.

—Vaaale…

Y con resignación se bebió el té. Al contrario que el de Arabasta, era excesivamente amargo y contenía mucha más teína. Solían beberlo sin azúcar, aunque sí con una buena cucharada de miel de flores. Amargo, caliente y dulce. Estaba bueno, pero no era fruto de la devoción del pirata.

Tras eso, pusieron rumbo hacia la costa que estaba frente a Onigashima.

—Iremos en barco —dijo Kanima, mirando hacia la costa—. En uno minutos tiene que venir Notesuba Amibalco.

¿Notesuba Amibalco? ¿Quién era ese señor? El rubio no tenía la menor idea, pero sabía que no tardaría en descubrirlo. Ambos piratas llegaron junto a Kanima antes de quien les llevaría hiciese acto de presencia en el puerto. El veterano habitante de Wano debía conocer cuál era el barco, porque se detuvo frente a un bergantín tan modesto como precioso. Quien fuese que conduciría el barco debía ser alguien valiente, pues dudaba que muchas personas se mostrasen dispuestas a llevar a alguien frente a una criatura tan terrorífica como el supuesto dragón.

Una mujer de cabellos dorados fue quien finalmente abordó a los miembros más poderosos de los Hermanos de la Tormenta, luciendo una sincera sonrisa antes de saludar a Kanima con un abrazo. Intercambió algunas palabras con éste antes de presentarse a Therax y Zane. El contramaestre respondió con una educada inclinación de cabeza, subiendo a bordo en cuanto la navegante propuso partir.


Therax sólo había escuchado historias sobre Onigashima, todas ellas en los últimos días y provenientes de la familia y amigos del Descamisetado, pero jamás hubiese esperado encontrarse ante un cuadro tan imponente. Era una extensión de tierra bastante modesta, aunque el inmenso cráneo que acogía lo que hubiese allí le concedía un aterrador poderío que haría a cualquiera plantearse si introducirse en él sería la mejor opción.

―Pues tiene mala pinta, así de entrada ―comentó el espadachín al tiempo que, de forma inconsciente, llevaba una de sus manos a Yuki-onna―. Si te digo la verdad, me creo que que ahí dentro pueda haber cualquier cosa... incluso un dragón. No me extraña que alguien como Kaido hiciese de esto su hogar. Resulta imponente sólo con verlo.

El bergantín finalmente se detuvo en una de las posiciones destinadas a ello. No había ningún barco más en la zona, y es que no era de extrañar que, si allí vivía alguien normalmente, hubiese decidido marcharse mientras el asunto no se solucionase ―o para siempre, ¿quién sabía?―. Therax dio unos tímidos pasos en tierra firme en espera de que Zane bajase.

―¿Nos acompañas, Kanima? ―preguntó sin volver la vista hacia la embarcación―. La verdad es que cada vez tengo más ganas de meterme ahí para ver qué demonios está ocurriendo. ¿No están pasando demasiadas cosas? Porque si Wano es así normalmente dudo que tengáis un solo día aburrido.

El barco llego capitaneado por una navegante, cuya belleza podía competir con la de Therax con peluca. Parecían hermanos, pues eran iguales. Si no llega a ser porque ella procedía de Wano, el pelirrojo hubiera jurado que era familia de su contramaestre.

Apenas tardaron unos minutos en llegar a Onigashima. Él nunca había estado allí, así que era una experiencia visual completamente nueva. Todo allí era excesivamente grande, desde las edificaciones hasta los restos de cadáveres que yacían en el suelo, mohoso y cubierto de maleza. Incluso había una gigantesca katana clavada en el mar, sobresaliendo frente a la ínsula.

—Hemos visto sitios peores —le comentó a Therax, colocándole la mano en el hombro al ver como se tensaba su esculpido y pálido cuerpo, forjado en ardor de la batalla y los continuos entrenamientos en el barco de los Arashi—. Relate hombre, mejor que la isla de los rayos es, ¿no crees?

Cuando el barco atracó, Notesuba y Kanima decidieron quedarse para protegerlo, mientras que los dos piratas iban a adentrarse en el interior de la isla. Una vez cruzaba lo que parecía una mandíbula de gran tamaño, se topó de frente con una ciudad antigua edificada al estilo Wanense. Había rastro de batalla y sangre, aunque parecía haber sucedido hacía mucho tiempo.

—Durante los dos años que estuve aquí lo más interesante fue el entrenamiento de mi abuelo —le respondió con disgusto. Zane se lo había pesado en grande durante su estancia en Wano, pero la verdad era que todo había sido muy monótono—. Y no, nunca me ha dado por visitar esta isla. Da respeto.

Camino hasta llegar a la entrada de un edificio de tres alas, medio derruido. Parecía el antiguo palacete del gobernador de aquella isla, seguramente el viejo Kaido. Y de pronto, algo comenzó a rugir en la inmensidad de la nada.

―Se ve que aquí lo hacen todo a lo grande ―contestó el domador mientras contemplaba la inmensidad del palacete―. Supongo que es un sitio tan bueno como cualquier otro para empezar a investigar, ¿no? ―añadió, introduciéndose en la construcción justo detrás de su capitán.

Apenas habían dado una docena de pasos cuando todo se estremeció y vibró a su alrededor. Por un momento pensó que el mismísimo cielo podría comenzar a caer sobre ellos, pero no tardó en reparar en que aquello no era más que un poderosísimo rugido. Therax jamás había escuchado algo como aquello proveniente de algo o alguien que no fuese uno de los grandes colosos del mar. ¿Sería la primera vez?

―¿Ha sido dentro o fuera? ―preguntó en voz alta cuando la calma retornó al lugar. La sacudida había sido tal que le resultaba imposible afirmar con un mínimo de seguridad desde dónde había llegado el clamor.

Esperó a que Zane respondiese para continuar caminando. Unas altas escaleras eran perfectamente identificables a ambos lados de los piratas, así como justo frente a ellos. Las dimensiones del lugar eran colosales, pero lo cierto era que no tenían prisa y se tomaron su tiempo para recorrer con cuidado y tiento el antiguo edificio.

Los restos de un sinfín de personas yacían en el suelo, en su mayoría reducidos a frágiles huesos imposibles de unir con los del mismo individuo. Aun así, no eran pocos los que parecían haber hallado su fin hacía no tanto tiempo, lo que indicaba que, si bien lo que fuese que buscaban podría no encontrarse en el interior, el palacete había sido su morada en algún momento.

―¿Crees que todos estos serán personas que vinieron a acabar con el dragón? ―preguntó el contramaestre distraídamente al tiempo que golpeaba un cráneo antiguo con su pie―. No creo que haya tanto tonto suelto, la verdad. Diría que muchos no se lo creyeron y vinieron a curiosear y otros simplemente estaban por aquí cuando esa cosa llegó. Una lástima ―finalizó, deteniéndose al fin frente a un gran círculo carente de puerta que conducía a la más absoluta oscuridad.

Extendió su voluntad hacia delante y, si bien no fue capaz de intuir la longitud de la lúgubre estancia frente a la que se encontraban, pudo certificar que no había rastro de vida alguna en varios metros. Por el momento estaban a salvo, así que suspiró y se introdujo en la nada.

—Creo que ha venido del norte de la isla —le respondió el pelirrojo, haciendo un ademán con su mano izquierda para señalar hacia el .norte. El rugido había sido potente, tanto que los cimientos del edificio se habían agitado durante un instante, haciendo que motas de polvo cayeran sobre Zane que, al expirarlas, estornudara dos o tres veces consecutivas.

Therax parecía asombrado con las dimensiones y todo lo que aguardaba entre escombros aquel lugar. En cambio, el pelirrojo, lo veía todo demasiado suntuoso para alguien como él. Sí, le gustaba la buena vida, pero encontraba cierta comodidad en lo que muchos llamaban minimalismo. No un minimalismo estricto, en el cual tan solo puedes tener doscientas cincuenta y dos cosas en tu posesión, ropa incluida, sino un minimalismo suave, que te permitiera encontrar zonas de paz y descanso en el hogar.

Finalmente, llegamos a una zona repleta de restos de cadáveres desarticulados por todo el suelo. Las paredes también presentaban daños procedentes de alguna batalla, pero hacía mucho de eso; al menos por el estado de todo.

—¿Cuánto puede vivir un dragón? —le contestó a Therax—. Porque muchos de estos esqueletos llevan decenas de años aquí muriéndose del asco. Y respecto a lo de tontos… Digamos que, si un pirata busca ser el rey de los piratas y encontrar el tesoro entre los tesoros, un espadachín de Wano busca superar a Ryuma. Así que no me extrañaría que de enterarse no hubieran dicho nada y se atrevieran a entrar aquí para derrotarlo.

Llegaron al final de todo. Allí se encontraba una pared, situada en la zona más septentrional, que presentaba un agujero que dejaba ver el norte de aquel islote. Una zona boscosa muy salvaje.

—Si yo fuera un dragón… Estaría por ahí —comentó a su contramaestre, guiñándole un ojo poco después—. ¿Haces tus los honores y agrandas el boquete?

―Pues... ―comentó el rubio al tiempo que oteaba el inmenso negro―. Algunos cientos de años, según tengo entendido. Al menos eso dicen los mitos y leyendas. Ya sabes, esas criaturas que custodian un tesoro o un lugar desde tiempos inmemoriales. Hasta hace un momento pensaba que no eran más que cuentos pensados para que los niños sueñen con algo más allá de lo real, pero tal vez me equivoque.

Dio algunos pasos hacia delante, atreviéndose a situar su cabeza justo debajo del dintel de la puerta. Era curioso el efecto óptico que ésta presentaba, sobre todo porque la simpleza de la circunferencia impedía distinguir mecanismo alguno. Fuera como fuere, en cuanto se aproximó pudo asistir a la mutación de lo que sus ojos veían. Donde antes sólo había oscuridad y negrura había cobrado forma un salvaje paisaje boscoso que se perdía en la distancia. La diferencia era tan radical y abrupta que se tomó un instante para comprobar que sus ojos no le engañaban. Reculó un par de pasos, volviendo la nada a oscurecer por completo su visión.

―En mi vida había visto algo así. Seguro que a Spanner le gustaría quedarse aquí un rato para ver cómo lo han hecho ―dijo, tocando con la mano el quicio de la ausente puerta para, por fin, traspasarla.

Pinos y abetos recibieron a los Hermanos de la Tormenta por doquier, salpicados por cerezos que aún se encontraban lejos de florecer. El rubio desconocía si aquellas especies de árboles podían coexistir en un entorno normal, pero hacía tiempo que había decidido dejar de cuestionarse la lógica y coherencia de los fenómenos que le rodeaban.

Las plantas crecían sin ton ni son, libres de la mano del hombre que les obligaba a crecer sin que se inmiscuyesen en su efímera vida. Se elevaban hacia las alturas, mostrando un tupido ramaje que en determinadas zonas, las más frondosas, impedía ver por completo el cielo. Aun así, la vehemencia del astro rey se imponía sin dificultad al follaje y la visibilidad era excelente.

Fue entonces cuando un nuevo rugido, algo más cercano, agitó todos y cada uno de los vegetales. No fueron pocas las hojas que se desprendieron para posarse lentamente en el suelo o sobre los espadachines, como si el ancestral clamor no les inspirase miedo alguno. Therax no reculó, sino que esperó a que cesase para continuar con la marcha. Tal y como había señalado Zane, el rugido provenía sin duda alguna del norte.

Un sendero parecía haber sido trazado torpemente mucho tiempo atrás entre los gruesos troncos. Parcialmente difuminado por el crecimiento autónomo de la vegetación local, aún era distinguible para quien tuviese unos ojos preparados para verlo. Ambos caminaron por él con paso lento pero firme. No escudriñaban cada rincón ni nada que se le pareciese, pues una criatura capaz de agitar la tierra de ese modo debía ser bastante fácil de distinguir.

Terminaron por detenerse frente a una plataforma de piedra tan grande como agrietada. Constaba de cuatro niveles, cada uno de ellos formado por un rectángulo de un diámetro algo menor que el que lo sustentaba. Una escalera del mismo material permitía llegar hasta la zona más alta, de unos cincuenta metros cuadrados. El lugar lucía tan abandonado como todo lo que dejaban atrás.

―¿Tú qué dices? Yo creo que eso está puesto ahí para hacer algún tipo de ritual ―conjeturó el contramaestre al tiempo que se detenía frente al primer peldaño.

—Una vez desperté en un lugar como este —le respondió a Therax, evocando recuerdos que creía olvidados—, aunque esa es una historia muy larga como para contártela ahora.

Le guiñó un ojo a su contramaestre, ya que teóricamente podía tener razón. Las estructuras piramidales como las que se situaba frente a sus narices, era el escenario propicio para rendir cuentas a los dioses mediante algún tipo de sacrificio en una ceremonia cuasireligiosa.

El pelirrojo no era un experto arqueólogo, ni tampoco una persona dada al arte, pero si era alguien capaz de apreciar la belleza de los tallados en piedra de cada nivel de la pirámide, pues parecían estar contando una historia: En el muro que apuntaba al norte del islote podía contemplarse a nueve siluetas de distintos tamaños que miraban al horizonte, donde parecía estar el sol, ¿o seria la luna? No estaba claro. En el muro que miraba al este podía contemplarse un monstruo con muchas cabezas, rodeado por un dragón.

—Mira esto Therax —alzó la voz para llamar la atención de su tercero de abordo con mucha curiosidad—. Quizá en otro tiempo aquí haya habido dragones y monstruos parecido—. Continuó con la pared que apuntaba al sur, y en él parecía estar describiéndose una gran guerra entre samuráis, animales, dioses y el gran dragón. Sin embargo, la cuarta pared estaba completamente destruida—. ¡Buah! Me hubiera gustado saber cómo terminaba esto.

Fue entonces cuando un nuevo rugido ensordeció al pirata durante un breve instante, y de los cielos descendió un impresionante dragón, que eclipso la luz hasta aterrizar y posar una de sus cuatro patas sobre la cima de la pirámide. Era un monstruo excesivamente grande, aunque lo extraño era que al posarse sobre la tierra apenas había hecho un ruido, y tampoco su peso parecía haber afectado a la pirámide.

—¿Opinas lo mismo que yo? —le preguntó al rubio, para luego cerrar los ojos y respirar profundamente. El pirata se centró en la bestia, y como había supuesto no tenía alma ni voluntad alguna. Era como si fuera un fantasma, pero entonces sintió la presencia de alguien un poco más al norte—. Este bicho no es real.

Aferrándose a la mano de Izanami, trazó una diagonal con tanta fuerza que partió la pirámide en dos, concretamente apuntando hacia donde había sentido la presencia. Y un segundo después, el dragón desapareció como una ilusión.

Jamás había entendido el gusto que tenía Zane por esos cuentos para no dormir, pero lo cierto era que tampoco se sentía cómodo juzgando tan a la ligera los gustos y manías de los demás. Se dedicó a escuchar las palabras del pelirrojo y sus conjeturas, dejando que le transportase durante unos instantes al mundo de elucubraciones en el que se acababa de sumergir. Samuráis, dragones y monstruos con demasiadas cabezas para contarlas lo poblaban, pero un nuevo estruendo no tardó en hacerse notar.

Una colosal criatura de relucientes escamas y cuerpo alargado aterrizó ante ellos, aunque no hubo estrépito alguno que acompañase su llegada. No obstante, el Descamisetado actuó antes de que el rubio pudiese hacer nada. No sabía a qué se refería al preguntarle por su opinión, pero no tardó en completar su sospecha anunciando que creía que era falso. Yendo un paso más allá, no tardó en confirmarlo. Therax era quien habitualmente actuaba como sensor, ya que era el uso de su voluntad en el que más diestro se mostraba. Sin embargo, ello no implicaba que Zane fuese un inútil en ese aspecto.

Fue por ello que, pese a que no pudo evitar sentir cierta sorpresa, el contramaestre no se dejó llevar por el asombro y enseguida obvió que allí había habido un dragón hasta no hacía demasiado. Uno falso, sí, pero uno al fin y al cabo. La onda cortante del Emperador del Mar en ningún momento había ido dirigida hacia la mitológica criatura, pero ésta desapareció. Aquello sólo podía significar una cosa. Expandió su voluntad en la dirección que el capitán había lanzado la onda y, una vez creyó que no podría llegar más lejos, fue él mismo quien comenzó a moverse. Para ello dejó que dos alas naciesen en su espalda y que el viento las golpease.

Apenas unos minutos después alcanzaron una pequeña explanada. En ella había tres grandes cúmulos de roca cuya forma recordaba a la del propio cráneo de Onigashima, como si fuesen réplicas a escala capaces de albergar... Un nuevo rugido surgió de cada una de ellas como preludio de lo que estaba por venir. Tres nuevas bestias emergieron, una de cada una de las bocas, pero no dejaban de ser réplicas del anterior dragón falso. Pese a ello, dos imponentes presencias aguardaban en el interior del cráneo central. Una era colosal y anciana, mientras que la otra era joven y ambiciosa. ¿Qué demonios estaba sucediendo allí?

Casi a la misma velocidad a la que el dragón falso había desaparecido, su contraalmirante se fue de allí tan raudo que no pudo decirle nada al respecto, aunque tampoco es que hiciera falta. Si algo tenía pasar tanto tiempo juntos era que, con la mirada o los gestos, por ínfimos y sutiles que parecieran, era suficiente para decir algo. Zane sabía que sí había sido capaz de captar esa presencia, Therax lo había hecho con más probabilidad de acierto.

Al igual que su amigo, en su espalda emergieron dos preciosas alas de color carmesí, cuya calidez parecía cambiar el entorno que rodeaba al pelirrojo en un pequeño radio de unos metros, y puso rumbo hacia la presencia. Consiguió alcanzarlo, y juntos volaron hasta un llano verdoso rodeado de árboles y cubiertos de rocas, huesos de animales y algo de barro.

—Parece un cementerio de animales —comentó el pelirrojo—. El típico lugar al que los animales vienen a morir, ¿no crees? —concretó de inmediato.

Entonces, otro rugido. Era fuerte y sacudió de nuevo el entorno en el que se encontraban. ¿Cómo una ilusión podía hacer eso? Quizá lo que vieron fue una proyección astral del verdadero ser mitológico, y no sería una locura pensarlo, teniendo en cuenta la cantidad de situaciones antinaturales que habían vivido a lo largo de los años. Aparecieron tres dragones, algo más pequeños que el anterior, pero exactamente iguales. El mismo color de escamas, la misma mirada de odio e ira, aunque una de ellas tenía algo que el resto no: doble presencia.

—¿Será el del medio real? —le preguntó a Therax, mientras desenfundaba su segunda espada—. ¿O será también una ilusión?

Fuera cual fuere la respuesta, el pelirrojo se aproximó hacia el dragón centra muy rápidamente, tratando de realizar un doble ataque a la altura del cuello buscando decapitar al dragón. Sin embargo, antes de poder dar en el blanco, el situado a la izquierda le golpeó con la garra, haciéndole tres cortes muy feos, mientras que el de la derecha le lanzó una bocanada de fuego.

—Pues parece que son de verdad —comentó justo después de recular—. El fuego no es un problema, pero esas garras son afiladas como cuchillos. No debí confiarme de esa manera —Y un fuego dorado comenzó a curarle las heridas del cuerpo.

Therax cabeceó negativamente un par de veces. No porque Zane se hubiese confiado y se hubiese lanzado a por aquellas cosas como si no fuesen más que pequeños becerros ―que también―, sino porque las consecuencias de la interacción entre el pelirrojo y las criaturas escapaban por completo a su comprensión. Creía haber identificado sin margen de error que aquellos cosas volvían a ser meras ilusiones, pero el zarpazo con el que una de las bestias respondió al Descamisetado, así como la bocanada de fuego lanzada por la segunda, le informaron de que no era así. ¿Qué demonios estaba pasando allí?

―Sí que lo parece ―respondió el rubio, arqueando una ceja en señal de desagrado y volviendo a expandir su voluntad por la zona. No cabía duda de que, escondida tras las imponentes presencias de las criaturas mitológicas, una más pequeña y discreta lo observaba todo desde una distancia prudencial. Se encontraba tras los colosales reptiles, aguardando con paciencia a que diesen buena cuenta de sus presas―. No somos los únicos humanos aquí, Zane ―comentó, haciendo un movimiento con la cabeza para señalar más allá de los inconmensurables seres que les habían cerrado el paso―. Ahora vengo.

Se elevó varios metros sobre el suelo, los suficientes como para asegurarse de que las fauces de las criaturas no le alcanzasen, y se lanzó hacia delante. No obstante, una de las bestias se irguió sobre sus patas traseras y lanzó en su dirección un violento corte con sus garras que cerca estuvo de alcanzarle. Estaba claro que aquellas cosas no les dejarían enfrentar cara a cara a quien sin duda debía ser el responsable de aquello sin pasar sobre ellas.

―Creo que vamos a tener que tener que entretenernos un poco con ellos antes de seguir ―dijo, desenfundando a Byakko y a Yuki-onna y posicionándolas frente a él, cruzadas―. Empezaré yo. ―Y se lanzó hacia delante, evitando con un grácil movimiento el zarpazo de la criatura más cercana y lanzándose a por la segunda. Esperaba que el pelirrojo se encargase de la tercera para que no le atacase mientras él se concentraba en la que había seleccionado como objetivo.

Byakko consiguió provocar un corte superficial en el cuello del animal, insuficiente para abatirlo. Éste respondió lanzando un poderoso mordisco, letal, que el contramaestre evitó desplazándose hacia atrás y ganando altura. Aun así, uno de los colmillos consiguió provocarle un corte a nivel del antebrazo izquierdo que le obligó a apretar los dientes. No podía permitirse el lujo de recibir de pleno uno de aquellos.

Las llamas áureas que habían emanado del cuerpo del pelirrojo cerraron y sanaron la herida ocasionada por el dragón, que desaparecieron sin dejar más rastro que los cortes que había en sus elegantes ropajes. Su haori se había quedado hecho tristes harapos, así que se deshizo de ellos mientras Therax ponía rumbo hacia donde se encontraba un humano. ¿Algún rehén? Era posible. Sin embargo, los dragones no pensaban dejarlo escapar tan fácilmente.

—¿Y si intentas llevarte a uno de estos al barco? —le preguntó, abalanzándose hacia la única bestia que no había atacado al rubio. Curiosamente era la que presentaba dos presencias en su interior y aguardaba apacible, sin apartarle la mirada al emperador del mar.

Trazó una diagonal descendente, seguido de una estocada con su segunda espada. El primer ataque le hizo un corte que se borró a los pocos segundos, mientras que el segundo le atravesó sin problemas. Pero al hacerlo el pirata notó algo extraño, por lo que decidió retroceder y alejarse de él.

«¿Qué demonios ocurre con este bicho?», se preguntó con el entrecejo fruncido.

No había notado como su espada atravesaba la carne, era como si el dragón fuera de aire, como si se tratara de una ilusión. Sin embargo, los que estaban luchando contra Therax sí parecían reales. Tenía que comprobar su teoría, así que aprovechó uno de los dragones que pretendía atacar a su tercero de abordo y arremetió contra él con sus espadas en cruz, con tanta fuerza que lo desplazo varios metros hacia el cielo. Una vez allí, con las hojas de sus espadas tan negras como la turba, comenzó a propinarle un corte tras otro, con la suficiente maestría como para atravesar sus duras escamas.

La armadura natural del colosal dracónido que tenía frente a sus narices comenzó a ceder con cada movimiento punzante que realizaba con sus armas. No era la primera vez que el pelirrojo se enfrentaba a las escamas de un dragón, así que sabía de qué forma tener que atacarlos para tocar carne.

El dragón le lanzó una poderosa llamarada que no le hizo nada, fue como una ligera brisa que meció sus cabellos, la cual aprovechó para lanzarle una onda cortante a su boca. El ataque a distancia cortó el fuego que nacía de las fauces de la bestia en dos, para luego ver como el noble animal caía al suelo derrotado y, seguramente, muerto.

Cuando quiso darse cuenta, y Therax terminó derrotando al otro dragón, el tercero en discordia había desaparecido sin dejar rastro. Todo era muy extraño.

—¿Dónde se habrá metido? —preguntó en voz alta—. Bueno, dijiste que había un humano por aquí, ¿verdad? Por donde hay que ir.

Una vez el rubio lo localizara iría tras él en busca del hombre.

Lo había visto de puro milagro a través del rabillo del ojo, pero no había duda. Una de las criaturas había sido atravesada como si no fuese más que aire, lo que no dejaba de confirmar lo que habían vivido hacía apenas un rato: ilusiones, espejismos o algún tipo de poder similar. Fuera como fuese, las otras dos bestias representaban un importante peligro al que no podían volver la espalda.

El dragón que Zane no había seleccionado como objetivo atacó al contramaestre, lanzando una veloz dentellada que esquivó como pudo para responder intentando ensartar su garganta con Byakko. Las escamas que la protegían evitaron la fatal estocada, pero varias de ellas se quebraron ante la fuerza y la habilidad del espadachín.

Sin embargo, el zarpazo que a continuación sobrevino desde arriba le pilló completamente por sorpresa. Therax se estrelló con violencia contra el suelo, aullando de dolor durante el recorrido y comprobando al levantarse que un corte extremadamente aparatoso adornaba su torso. No dejaba de ser doloroso, y mucho, pero a fin de cuentas era uno más que añadir a la colección. Se irguió con lentitud mientras examinaba por encima la herida, momento que el reptil aprovechó para rugir en señal de victoria y volver a adoptar una actitud amenazante.

El fuego nació de sus fauces, quedando reducido a la nada en comparación con las habilidades del pelirrojo. El rubio tenía experiencia tratando con aquel elemento, así que, por puro reflejo, desató un vendaval en torno a él que dispersó las llamas. Aprovechando la fugaz cortina que éstas formaron, se abalanzó de nuevo a por la criatura con sus sables en ristre. Hasta el menos cultivado habitante del mundo había escuchado hablar de los dragones en leyendas, y en la mayoría de ellas se hacía referencia al pequeño hueco que dejaban sus escamas en un lugar de difícil acceso.

Therax se sentía capaz de, llegado el momento, quebrar la sólida defensa de la bestia, pero no disponía de tiempo para hacerlo. Voló a ras de suelo a una velocidad infernal, pasando por debajo del abdomen del dragón y alzando sus espadas en el momento justo. Dos profundos tajos pasaron a adornar el vientre del anciano reptil, que dejó su vida escapar en un último suspiro.

―Un segundo ―respondió a su capitán mientras se detenía una vez más a evaluar la herida―. Se aleja hacia el norte a gran velocidad, como si huyese ―continuó sin apartar la mirada de la sangre. Necesitaría cuidados para aquello―. Adelántate si quieres. Yo iré enseguida.