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Maki
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De vuelta al trullo. No era la primera vez que Maki acababa en una celda, aunque sí que era la más sucia, la más oscura y la más incómoda. Había bastantes más jaulas como la suya, todas ocupadas por varias personas muy ruidosas. El empacho de los flanes se le había pasado en cuanto los arrestaron, así que al menos podía tumbarse a echar una siesta mientras Kathachicha y el Hombre-ya-no-Lechuga hablaban sobre cómo escaparse.
-Cavemos un túnel -propuso Maki-. Robé una cuchara del restaurante, así que podemos usarla para agujerear la pared. Solo necesitamos un póster y una o dos semanas.
Ahora que volvía a estar entre rejas, los instintos carcelarios de Maki afloraron. De repente sentía una imperiosa necesidad de destilar alcohol en el váter, chivarse de la pirata y lanzar pastillas de jabón al suelo. Por desgracia, no tenían ni váter ni jabón ni nada de lo que chivarse. "Es una prisión muy triste", pensaba mientras afilaba la cuchara raspándola contra el suelo. "Es hora de un plan de fuga".
Se levantó del catre y paseó por la celda, estudiando con cuidado los barrotes. Para escapar de allí y llegar hasta la reina -de repente estaba teniendo la curiosa sensación de haber vivido ya eso- necesitaban un plan milimétricamente calculado. No podía haber fallos ni descuidos. Debían prepararse para cualquier posible eventualidad.
Maki le soltó un patadón a la cerradura y arrancó la puerta entera de cuajo.
-Ale, vámonos.
Afortunadamente, sus manos blanditas y grasientas le permitieron escurrirse de las esposas y quitárselas con facilidad. Y menos mal, porque no veía ni rastro de llave alguna por ahí. Había imaginado que estarían todas colgadas del mismo llavero, pero no era así. En fin, si la bruja tenía los poderes mágicos que Maki había imaginado no importaría que llevase los grilletes puestos.
-Muy bien -intentó decir por encima de las peticiones de ayuda de los otros presos-, ahora vamos a hacer lo que todo prisionero debe hacer en una cárcel: vamos a buscar al tipo más grande de aquí y le daremos una paliza para hacernos respetar.
El ruido de una puerta abriéndose al fondo del pasillo de celdas hizo que todos los prisioneros enmudecieran. Cuatro grandes sombras cruzaron el umbral una por una, todos más altos y corpulentos incluso que Maki. Lo cierto era que daban miedo. Uno de ellos iba con la cara tapada por una máscara de gas; la barbilla de otro terminaba en un pincho metálico y empuñaba un grueso látigo; el tercero hacía girar en sus manos un par de grilletes, y el cuarto, el más grande de todos, llevaba un hacha de apariencia infernal.
-No hay fugas en mi calabozo -dijo el grandullón-. No hay fugas en mi... -Se subió la bragueta-. Perdón. No hay... ya da igual. Vamos a mataros.
-Adelante, Kathachicha. Acaba con ellos con tu Palo de los Postres -ordenó Maki.
Era hora de luchar, y esos tipos parecían bastante grandes.
-Cavemos un túnel -propuso Maki-. Robé una cuchara del restaurante, así que podemos usarla para agujerear la pared. Solo necesitamos un póster y una o dos semanas.
Ahora que volvía a estar entre rejas, los instintos carcelarios de Maki afloraron. De repente sentía una imperiosa necesidad de destilar alcohol en el váter, chivarse de la pirata y lanzar pastillas de jabón al suelo. Por desgracia, no tenían ni váter ni jabón ni nada de lo que chivarse. "Es una prisión muy triste", pensaba mientras afilaba la cuchara raspándola contra el suelo. "Es hora de un plan de fuga".
Se levantó del catre y paseó por la celda, estudiando con cuidado los barrotes. Para escapar de allí y llegar hasta la reina -de repente estaba teniendo la curiosa sensación de haber vivido ya eso- necesitaban un plan milimétricamente calculado. No podía haber fallos ni descuidos. Debían prepararse para cualquier posible eventualidad.
Maki le soltó un patadón a la cerradura y arrancó la puerta entera de cuajo.
-Ale, vámonos.
Afortunadamente, sus manos blanditas y grasientas le permitieron escurrirse de las esposas y quitárselas con facilidad. Y menos mal, porque no veía ni rastro de llave alguna por ahí. Había imaginado que estarían todas colgadas del mismo llavero, pero no era así. En fin, si la bruja tenía los poderes mágicos que Maki había imaginado no importaría que llevase los grilletes puestos.
-Muy bien -intentó decir por encima de las peticiones de ayuda de los otros presos-, ahora vamos a hacer lo que todo prisionero debe hacer en una cárcel: vamos a buscar al tipo más grande de aquí y le daremos una paliza para hacernos respetar.
El ruido de una puerta abriéndose al fondo del pasillo de celdas hizo que todos los prisioneros enmudecieran. Cuatro grandes sombras cruzaron el umbral una por una, todos más altos y corpulentos incluso que Maki. Lo cierto era que daban miedo. Uno de ellos iba con la cara tapada por una máscara de gas; la barbilla de otro terminaba en un pincho metálico y empuñaba un grueso látigo; el tercero hacía girar en sus manos un par de grilletes, y el cuarto, el más grande de todos, llevaba un hacha de apariencia infernal.
-No hay fugas en mi calabozo -dijo el grandullón-. No hay fugas en mi... -Se subió la bragueta-. Perdón. No hay... ya da igual. Vamos a mataros.
-Adelante, Kathachicha. Acaba con ellos con tu Palo de los Postres -ordenó Maki.
Era hora de luchar, y esos tipos parecían bastante grandes.
Katharina von Steinhell
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Lo miró, no hizo más que mirarlo mientras echaba abajo la puerta. Algunos prisioneros se habían vuelto locos y comenzaron a gritar; otros, solo se asomaron a los barrotes para ver qué pasaba. ¿El ruido de la puerta al estrellarse contra el suelo? De eso se preocupará su puta madre. Makintosh debía sentirse muy enorgullecido de su tremenda iniciativa, y hasta Roswell pensaba que había sido una buena idea. Aplaudía y felicitaba el gran gesto del Oficial del Ejército Revolucionario: romper una jodida puerta de prisión.
—Al menos no ha insistido con la idea de la cuchara…
Conocía gente que trabajaba muy mal, tanto que algunos saboteaban sus propios planes queriendo parecer geniales, pero nadie estaba al nivel de Augustus Makintosh. La verdad es que ni siquiera sabía si decir que trabajaba mal o bien. Todo lo que pasaba en esa cabeza era un misterio. No podía haber otra explicación a semejante grado de estupidez. Quizás todos los gyojins eran idiotas… Luka, el tiburón de los Arashi, tampoco era demasiado listo. Hasta Gaefhal no era muy habiloso en asuntos mentales, así que había un patrón muy claro ahí.
—Iremos a buscar al tipo más grande de este lugar, pero primero quítame las esposas. Yo sé a quién debemos encontrar —le dijo, intentando sonar educada. En cualquier momento la indignación le haría explotar como una olla a presión—. No puedo usar mis-
La puerta del fondo se abrió de golpe y cortó las palabras de Katharina. Cuatro enormes figuras entraron una por una y se colocaron en fila. ¿Tuvieron que llegar tan rápido? No le había dado tiempo siquiera a sacarse los grilletes. ¿En qué momento había decidido tirar por la aguja y el hilo y dejar a un lado las ganzúas y el espionaje? Menos mal las jodidas esposas no le debilitaban tanto… Tenía fuerzas para hacer una cosa.
—Aquí no podemos acabar con ellos —susurró la hechicera muy cerca del pez—. Tengo un plan: corremos, nos escondemos y luego me quitas las malditas esposas para ocuparme de estos imbéciles, ¿vale?
Hacía falta más kairoseki para nublar por completo los sentidos de la bruja. Los cuatro carcelarios no eran precisamente débiles. En principio no tendría dificultades con gente como esa, pero con las esposas… A menos que sus compañeros se hicieran cargo, algo que dudaba muchísimo, no les quedaba otra opción que huir.
Si no les apetecía huir y querían pegarse con ellos, mejor que lo hicieran pronto porque uno de ellos (el del hacha infernal) había empezado a moverse. Su arma no era la más conveniente de todas porque igual el espacio no era demasiado. «Puedo pasar por entre medio de sus piernas y correr… El problema será el del látigo», pensó mientras el grandote caminaba hacia ellos. Cada vez que trabajaba con ese tipo de gente acababa improvisando en vez de apegarse a un plan.
El grandote comenzó a correr y luego alzó el hacha del averno, dejando su dorso expuesto. Era lento. Esperó a que el arma alcanzase la altura máxima y entones salió disparada hacia delante. Se deslizó por el frío suelo cuando el arma comenzó a descender. La hechicera dejó de prestarle atención para centrarse en los tres que tenía en frente. El de las esposas avanzó hacia ella y le cortó el paso. La bruja tomó la iniciativa y le propinó una patada al costado, lanzándolo a la pared. Si no tuviera las esposas, lo habría partido en dos. Estaba preparándose para volver a correr cuando algo helado y áspero se enrolló en su brazo. Un instante después se encontraba en el aire y luego fue azotada contra el suelo.
—Al menos no ha insistido con la idea de la cuchara…
Conocía gente que trabajaba muy mal, tanto que algunos saboteaban sus propios planes queriendo parecer geniales, pero nadie estaba al nivel de Augustus Makintosh. La verdad es que ni siquiera sabía si decir que trabajaba mal o bien. Todo lo que pasaba en esa cabeza era un misterio. No podía haber otra explicación a semejante grado de estupidez. Quizás todos los gyojins eran idiotas… Luka, el tiburón de los Arashi, tampoco era demasiado listo. Hasta Gaefhal no era muy habiloso en asuntos mentales, así que había un patrón muy claro ahí.
—Iremos a buscar al tipo más grande de este lugar, pero primero quítame las esposas. Yo sé a quién debemos encontrar —le dijo, intentando sonar educada. En cualquier momento la indignación le haría explotar como una olla a presión—. No puedo usar mis-
La puerta del fondo se abrió de golpe y cortó las palabras de Katharina. Cuatro enormes figuras entraron una por una y se colocaron en fila. ¿Tuvieron que llegar tan rápido? No le había dado tiempo siquiera a sacarse los grilletes. ¿En qué momento había decidido tirar por la aguja y el hilo y dejar a un lado las ganzúas y el espionaje? Menos mal las jodidas esposas no le debilitaban tanto… Tenía fuerzas para hacer una cosa.
—Aquí no podemos acabar con ellos —susurró la hechicera muy cerca del pez—. Tengo un plan: corremos, nos escondemos y luego me quitas las malditas esposas para ocuparme de estos imbéciles, ¿vale?
Hacía falta más kairoseki para nublar por completo los sentidos de la bruja. Los cuatro carcelarios no eran precisamente débiles. En principio no tendría dificultades con gente como esa, pero con las esposas… A menos que sus compañeros se hicieran cargo, algo que dudaba muchísimo, no les quedaba otra opción que huir.
Si no les apetecía huir y querían pegarse con ellos, mejor que lo hicieran pronto porque uno de ellos (el del hacha infernal) había empezado a moverse. Su arma no era la más conveniente de todas porque igual el espacio no era demasiado. «Puedo pasar por entre medio de sus piernas y correr… El problema será el del látigo», pensó mientras el grandote caminaba hacia ellos. Cada vez que trabajaba con ese tipo de gente acababa improvisando en vez de apegarse a un plan.
El grandote comenzó a correr y luego alzó el hacha del averno, dejando su dorso expuesto. Era lento. Esperó a que el arma alcanzase la altura máxima y entones salió disparada hacia delante. Se deslizó por el frío suelo cuando el arma comenzó a descender. La hechicera dejó de prestarle atención para centrarse en los tres que tenía en frente. El de las esposas avanzó hacia ella y le cortó el paso. La bruja tomó la iniciativa y le propinó una patada al costado, lanzándolo a la pared. Si no tuviera las esposas, lo habría partido en dos. Estaba preparándose para volver a correr cuando algo helado y áspero se enrolló en su brazo. Un instante después se encontraba en el aire y luego fue azotada contra el suelo.
Maki
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-¿Y por qué no te quitas las esposas con magia? -fue la respuesta de Maki ante la sugerencia de la bruja.
Para tener poderes mágicos, se estaba quejando demasiado. ¿Dónde estaban las explosiones de luz? ¿Por qué no serraba a los guardias por la mitad? A lo mejor era que no tenía poderes de ese tipo. Tal vez fuese como esos magos que hacían trucos con cartas o monedas, de los que hacían aparecer palomas o solo conseguían que uno desapareciera si lo metían en una exótica caja delante de cien personas. Si ni siquiera tenía chistera... Entonces ¿dónde guardaba los conejos? Casi que prefería no saberlo.
Maki contempló asombrado cómo combatía. Incluso sin poder usar las manos -o a lo mejor no las usaba porque no quería, porque era parte de un truco de magia mayor- se las arreglaba muy bien. Vaya patadas que daba... Pensó en dejarle a ella los cuatro enemigos, pero el del hacha seguía su camino y se encaminaba hacia Lechuga y él. Maki no veía más salida que la puerta por la que habían entrado los cuatro enormes y siniestros guardias, así que decidió imitar el truco de Katharina. Corrió hacia el guardia y se deslizó por el suelo para colarse entre sus piernas.
No funcionó.
Oh, sí, sus resbaladizas carnes le ayudaron a pasar bajo las piernas de aquel mastodonte con hacha, pero no parecía dispuesto a dejarse burlar por segunda vez. En cuanto Maki fue a ponerse en pie, algo lo atrapó. Al principio temió qué pudiera ser, hasta que se giró y vio que de la parte baja de la espalda del guardia surgía una cola peluda de rayas blancas y negras.
-¡Tienes poderes! -le acusó Maki-. Tramposo.
Como respuesta, fue zarandeado hasta que chocó contra el muro, y luego otra vez hasta dar de morros con los barrotes de una de las celdas. Cuando notó que aquel extraño hombre animalesco tiraba de nuevo de él, se agarró a los barrotes con todas sus fuerzas. Creyó que eso bastaría, pero el guardia tiró con mucha fuerza y terminó deformando enormemente los dos barrotes a los que se agarraba Maki. De repente, los ojos de los presos se iluminaron al ver que por ese hueco podían pasar perfectamente.
El hacha trazó un arco hacia su cabeza. Maki oyó gruñir por el esfuerzo y la ira al guardia, lo cual fue toda una suerte, así que se soltó. El arma cortó las barras de hierro, parte de la pared y la cabeza del preso más alto. Maki cayó de culo al suelo y le dio un buen bocado a la cola de animal, consiguiendo que le soltara.
-¡Al ataque, camaradas! -gritó a los prisioneros-. ¡Ahora sois libres! ¡Luchad por la Revolución!
No sabía por qué lucharían exactamente, si por su espíritu rebelde o por sus ganas de salir de allí, pero el caso es que los presos de la celda abierta salieron en tromba y se abalanzaron sobre el guardia del hacha, que se interponía entre ellos y la libertad. Maki aprovechó ese bello momento de camaradería para echar a correr hacia la puerta. Embistió al tipo de las esposas según se empezaba a levantar, lo que hizo que su cabeza chocara contra el muro con un sonido muy feo, y fue a ayudar a la bruja.
Sin embargo, no llegó. Un chorro de gas blanco, como el de un extintor, le dio de lleno. El tipo de la cara tapada con esa máscara de goma tan fea le apuntaba con una especie de tubo conectado a su mochila. El gas olía fatal. Maki tenía la sensación de que se le quedaba pegado. Retrocedió y sus talones dieron con algo blando tirado en el suelo. Cayó de espaldas, embadurnado por la extraña sustancia blanca, y se dio cuenta de que había tropezado con el tipo de las esposas. Aún consciente, cerró uno de sus grilletes sobre el tobillo de Maki, pero antes de poder cerrar la otra parte, el gyojin rodó hacia un lado y se puso en pie.
-Ya estás acabado, pez -dijo el de la máscara de gas-. El Humo Blanco se introduce en los pulmones y repele el oxígeno. Dentro de poco caerás muerto al suelo y... -Maki se señaló las branquias con un dedo-. Oh.
El gyojin derribó al guardia con un cabezazo y se dedicó a liberar al resto de prisioneros, doblando los barrotes de sus celdas para que esos amables caballeros pudieran convertirse en valiosos miembros de la Causa. Todo fuera por a la Revolución.
Para tener poderes mágicos, se estaba quejando demasiado. ¿Dónde estaban las explosiones de luz? ¿Por qué no serraba a los guardias por la mitad? A lo mejor era que no tenía poderes de ese tipo. Tal vez fuese como esos magos que hacían trucos con cartas o monedas, de los que hacían aparecer palomas o solo conseguían que uno desapareciera si lo metían en una exótica caja delante de cien personas. Si ni siquiera tenía chistera... Entonces ¿dónde guardaba los conejos? Casi que prefería no saberlo.
Maki contempló asombrado cómo combatía. Incluso sin poder usar las manos -o a lo mejor no las usaba porque no quería, porque era parte de un truco de magia mayor- se las arreglaba muy bien. Vaya patadas que daba... Pensó en dejarle a ella los cuatro enemigos, pero el del hacha seguía su camino y se encaminaba hacia Lechuga y él. Maki no veía más salida que la puerta por la que habían entrado los cuatro enormes y siniestros guardias, así que decidió imitar el truco de Katharina. Corrió hacia el guardia y se deslizó por el suelo para colarse entre sus piernas.
No funcionó.
Oh, sí, sus resbaladizas carnes le ayudaron a pasar bajo las piernas de aquel mastodonte con hacha, pero no parecía dispuesto a dejarse burlar por segunda vez. En cuanto Maki fue a ponerse en pie, algo lo atrapó. Al principio temió qué pudiera ser, hasta que se giró y vio que de la parte baja de la espalda del guardia surgía una cola peluda de rayas blancas y negras.
-¡Tienes poderes! -le acusó Maki-. Tramposo.
Como respuesta, fue zarandeado hasta que chocó contra el muro, y luego otra vez hasta dar de morros con los barrotes de una de las celdas. Cuando notó que aquel extraño hombre animalesco tiraba de nuevo de él, se agarró a los barrotes con todas sus fuerzas. Creyó que eso bastaría, pero el guardia tiró con mucha fuerza y terminó deformando enormemente los dos barrotes a los que se agarraba Maki. De repente, los ojos de los presos se iluminaron al ver que por ese hueco podían pasar perfectamente.
El hacha trazó un arco hacia su cabeza. Maki oyó gruñir por el esfuerzo y la ira al guardia, lo cual fue toda una suerte, así que se soltó. El arma cortó las barras de hierro, parte de la pared y la cabeza del preso más alto. Maki cayó de culo al suelo y le dio un buen bocado a la cola de animal, consiguiendo que le soltara.
-¡Al ataque, camaradas! -gritó a los prisioneros-. ¡Ahora sois libres! ¡Luchad por la Revolución!
No sabía por qué lucharían exactamente, si por su espíritu rebelde o por sus ganas de salir de allí, pero el caso es que los presos de la celda abierta salieron en tromba y se abalanzaron sobre el guardia del hacha, que se interponía entre ellos y la libertad. Maki aprovechó ese bello momento de camaradería para echar a correr hacia la puerta. Embistió al tipo de las esposas según se empezaba a levantar, lo que hizo que su cabeza chocara contra el muro con un sonido muy feo, y fue a ayudar a la bruja.
Sin embargo, no llegó. Un chorro de gas blanco, como el de un extintor, le dio de lleno. El tipo de la cara tapada con esa máscara de goma tan fea le apuntaba con una especie de tubo conectado a su mochila. El gas olía fatal. Maki tenía la sensación de que se le quedaba pegado. Retrocedió y sus talones dieron con algo blando tirado en el suelo. Cayó de espaldas, embadurnado por la extraña sustancia blanca, y se dio cuenta de que había tropezado con el tipo de las esposas. Aún consciente, cerró uno de sus grilletes sobre el tobillo de Maki, pero antes de poder cerrar la otra parte, el gyojin rodó hacia un lado y se puso en pie.
-Ya estás acabado, pez -dijo el de la máscara de gas-. El Humo Blanco se introduce en los pulmones y repele el oxígeno. Dentro de poco caerás muerto al suelo y... -Maki se señaló las branquias con un dedo-. Oh.
El gyojin derribó al guardia con un cabezazo y se dedicó a liberar al resto de prisioneros, doblando los barrotes de sus celdas para que esos amables caballeros pudieran convertirse en valiosos miembros de la Causa. Todo fuera por a la Revolución.
Katharina von Steinhell
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La cara le dolía un montón, pero sobre todo la nariz. Y un golpe ahí saca lágrimas. Menos mal que tenía un buen par de amortiguadores reforzados con lana, aunque tampoco fueron de mucha ayuda. Suerte que se había liberado ya del látigo…
Se levantó con la cabeza medio aturdida y luego miró hacia todos lados. ¿Pero de dónde había salido toda esa gente? Oh, vale. Makintosh los estaba liberando a todos porque su incomprendida mente de revolucionario demandaba el caos y la revolución. ¿El problema? Estaba segura de que ni un tercio de esos idiotas estarían ahí para ayudarlos cuando lo necesitaran. ¿Es que acaso Makintosh no pensaba en…? No, definitivamente ese hombre no pensaba en nada.
Roswell, cansado de ser opacado por sus compañeros, embistió contra el de la máscara de gases para ayudar a su compañero de armas, pero tropezó y rodó por el suelo. La bruja tuvo que darle una patada para que no fuese capturado por el tipo del látigo.
—Busca algo para quitarme las esposas, lo que sea.
La hechicera cubrió a su compañero y mantuvo ocupado al carcelario del látigo. El de las esposas tenía ya suficientes problemas con los prisioneros, mientras que el del hacha… La hoja del arma pasó a un centímetro de Katharina, quien alcanzó a hacerse a un lado justo a tiempo. Rodó hacia adelante para esquivar el látigo y entonces se levantó con una agilidad sobrehumana. «Tendré que intentarlo», se dijo a sí misma cuando Cola de Cebra alzó una vez más su arma. A pesar del debilitamiento causado por el kairoseki, consiguió endurecer su pierna derecha y contraatacar.
Le soltó una buena patada en el estómago al del hacha y lo mandó a volar contra el del látigo, haciendo que los dos chocasen y cayesen al mismo tiempo. Por otra parte, los gritos de los prisioneros y el chirrido de una locomotora eran razón suficiente para que apareciera medio escuadrón de soldados para hacer de las mazmorras un campo de batalla. El de las esposas había transformado su cabeza en la cabina de una locomotora, y por su boca echaba vapor de agua muy caliente.
—¡Debemos irnos de aquí! ¡No podemos con ellos!
Un soldado cuyo rostro no recordaría jamás se abalanzó hacia ella e intentó clavarle la lanza en el pecho. Demasiado lento. Golpeó el mango del arma y la desvió hacia arriba. Giró sobre su propio eje y, aprovechando el impulso del giro, le propinó una patada que lo mandó a volar. Últimamente todos volaban en las mazmorras, incluso los tipos grandes que estaban intentando frenar el motín.
Frunció el ceño cuando vio que una retirada era imposible, al menos mientras hubiera tanta gente protegiendo la única salida. Y del otro lado se encontrarían con más soldados. ¡Maldita sea, necesitaba quitarse las jodidas esposas! El que se acercaba a la puerta de la libertad era apresado por el hombre-locomotora y, si no estaba él para atrapar a los prisioneros, le cubría el tipo del látigo.
—¡He encontrado algo! ¡Mira, señorita Von Steinhell! ¡Tengo un palo! —dijo de repente Roswell, sosteniendo un objeto muy pequeño en su mano, una pieza de metal negra perfecta para forzar los grilletes.
El muchacho empezó a correr casi en cámara lenta mientras la acción sucedía detrás de él. Los gritos, el fuego y el choque entre aceros, la emoción de la batalla… Quizás todo fue demasiado para él, pues de pronto se desvaneció. Tropezó con alguna mierda invisible, porque no había otra explicación para tal torpeza, y la diminuta varilla de metal cayó al suelo repleto de paja.
Ver desaparecer la libertad frente a sus ojos, tal cual como sucedió en las Minas de Argoria, fue un duro golpe para Katharina. Estaba indignada por trabajar con gente tan incompetente; humillada, por haberse transformado en una salchicha gigante con alas. La torpeza de Roswell fue la gota que rebalsó el vaso. No le quedaba una sola pizca de paciencia y la frustración acabó haciéndole perder el control.
—¡¿Qué tan tonta puede ser una persona?! —rugió como una bestia. Y su rugido fue seguido de una violenta onda de haki. Los grilletes comenzaron a quejarse—. ¡La has cagado una y otra y otra y otra vez! ¡Compromiso, maldita sea! ¡Es lo único que te pido, Fahrenheit! —El suelo temblaba y ni siquiera los soldados se atrevían a acercársele—. ¡Busca el jodido palo y no la cagues esta vez!
A pesar de que la llamada de atención no iba hacia él, el hombre-locomotora se meó encima.
Se levantó con la cabeza medio aturdida y luego miró hacia todos lados. ¿Pero de dónde había salido toda esa gente? Oh, vale. Makintosh los estaba liberando a todos porque su incomprendida mente de revolucionario demandaba el caos y la revolución. ¿El problema? Estaba segura de que ni un tercio de esos idiotas estarían ahí para ayudarlos cuando lo necesitaran. ¿Es que acaso Makintosh no pensaba en…? No, definitivamente ese hombre no pensaba en nada.
Roswell, cansado de ser opacado por sus compañeros, embistió contra el de la máscara de gases para ayudar a su compañero de armas, pero tropezó y rodó por el suelo. La bruja tuvo que darle una patada para que no fuese capturado por el tipo del látigo.
—Busca algo para quitarme las esposas, lo que sea.
La hechicera cubrió a su compañero y mantuvo ocupado al carcelario del látigo. El de las esposas tenía ya suficientes problemas con los prisioneros, mientras que el del hacha… La hoja del arma pasó a un centímetro de Katharina, quien alcanzó a hacerse a un lado justo a tiempo. Rodó hacia adelante para esquivar el látigo y entonces se levantó con una agilidad sobrehumana. «Tendré que intentarlo», se dijo a sí misma cuando Cola de Cebra alzó una vez más su arma. A pesar del debilitamiento causado por el kairoseki, consiguió endurecer su pierna derecha y contraatacar.
Le soltó una buena patada en el estómago al del hacha y lo mandó a volar contra el del látigo, haciendo que los dos chocasen y cayesen al mismo tiempo. Por otra parte, los gritos de los prisioneros y el chirrido de una locomotora eran razón suficiente para que apareciera medio escuadrón de soldados para hacer de las mazmorras un campo de batalla. El de las esposas había transformado su cabeza en la cabina de una locomotora, y por su boca echaba vapor de agua muy caliente.
—¡Debemos irnos de aquí! ¡No podemos con ellos!
Un soldado cuyo rostro no recordaría jamás se abalanzó hacia ella e intentó clavarle la lanza en el pecho. Demasiado lento. Golpeó el mango del arma y la desvió hacia arriba. Giró sobre su propio eje y, aprovechando el impulso del giro, le propinó una patada que lo mandó a volar. Últimamente todos volaban en las mazmorras, incluso los tipos grandes que estaban intentando frenar el motín.
Frunció el ceño cuando vio que una retirada era imposible, al menos mientras hubiera tanta gente protegiendo la única salida. Y del otro lado se encontrarían con más soldados. ¡Maldita sea, necesitaba quitarse las jodidas esposas! El que se acercaba a la puerta de la libertad era apresado por el hombre-locomotora y, si no estaba él para atrapar a los prisioneros, le cubría el tipo del látigo.
—¡He encontrado algo! ¡Mira, señorita Von Steinhell! ¡Tengo un palo! —dijo de repente Roswell, sosteniendo un objeto muy pequeño en su mano, una pieza de metal negra perfecta para forzar los grilletes.
El muchacho empezó a correr casi en cámara lenta mientras la acción sucedía detrás de él. Los gritos, el fuego y el choque entre aceros, la emoción de la batalla… Quizás todo fue demasiado para él, pues de pronto se desvaneció. Tropezó con alguna mierda invisible, porque no había otra explicación para tal torpeza, y la diminuta varilla de metal cayó al suelo repleto de paja.
Ver desaparecer la libertad frente a sus ojos, tal cual como sucedió en las Minas de Argoria, fue un duro golpe para Katharina. Estaba indignada por trabajar con gente tan incompetente; humillada, por haberse transformado en una salchicha gigante con alas. La torpeza de Roswell fue la gota que rebalsó el vaso. No le quedaba una sola pizca de paciencia y la frustración acabó haciéndole perder el control.
—¡¿Qué tan tonta puede ser una persona?! —rugió como una bestia. Y su rugido fue seguido de una violenta onda de haki. Los grilletes comenzaron a quejarse—. ¡La has cagado una y otra y otra y otra vez! ¡Compromiso, maldita sea! ¡Es lo único que te pido, Fahrenheit! —El suelo temblaba y ni siquiera los soldados se atrevían a acercársele—. ¡Busca el jodido palo y no la cagues esta vez!
A pesar de que la llamada de atención no iba hacia él, el hombre-locomotora se meó encima.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Y él que empezaba a ser optimista... Había creído que podrían salir de allí fácilmente, pero aquellos tipos eran duros. El guardia del hacha se estaba librando de los presos que le atacaban, lo que hacía que la mayoría de los demás decidieran simplemente huir. Hachazo a hachazo, se cargaba el espíritu combativo del momento. Y encima el de la máscara de gas se levantó y transformó su cara en una especie de... cosa. Maki no tenía nada claro qué era y no estaba seguro de querer saberlo. Y encima estaba la pirata. Menudo cabreo se había pillado con su amigo. Le estaba echando una de esas broncas que le sacan a uno los colores. Si le hubiese gritado así a Maki no le habría sentado nada bien. Hasta el suelo parecía temblar. Qué miedo daba de repente...
Katharina proponía huir, pero el problema estaba en la puerta. Solo había una y estaba muy vigilada, así que necesitaban una táctica mejor que la de luchar y empujar hasta poder llegar a ella. Necesitaban algo innovador, sorprendente. Necesitaban algo poderoso, sublime y perfecto. Necesitaban... funky.
Maki se sacó un caracol musical del bolsillo. Con calma, lo colocó en el suelo y fue girando una de sus antenitas. De su boca salía música, distintas piezas que iban cambiando según Maki le daba vueltas a la antena. ¿Algo de hip hop? No, eso era para cuando cocinaba. ¿Un tango? Tentador, pero no se atrevía a intentar bailar con Kathsalchicha. ¿Rock and roll? Sí, claro, y enfadar más a todo el mundo. Oh, ahí estaba: funk.
Del caracol musical empezó a brotar una hipnótica melodía que incitaba a menear el esqueleto. Más de uno se quedó mirando a Maki como si estuviera loco mientras alzaba los brazos sobre su cabeza y comenzaba a menear las caderas. De inmediato, el campo de batalla que eran las mazmorras se convirtió en una pista de baile. Maki vio cada paso en su cabeza, cada nota convertida en parte de su magnífico plan. La música sería la llave que le sacaría de aquella apestosa prisión.
Empezó a moverse en cuanto recibió un ataque. No supo de quién provenía ni necesitaba saberlo. Su cuerpo simplemente reaccionó dejándose llevar por el incomparable poder de la música disco. Se agachó, clavó una rodilla en tierra, dio una vuelta sobre sí mismo y se puso en pie dos metros más allá, todo ello como parte de su coreografía. Atravesó el campo de batalla como una sombra luminosa, un monstruo del funky. Imposible de tocar; imposible de ignorar. Su baile le hacía atravesar la marabunta de combatientes y gente que huía. Meneaba la cabeza al ritmo de la música y esquivaba un ataque, alzaba los brazos mientras giraba y se colaba entre dos tipos que peleaban, hacía el robot y pasaba sin un rasguño por los más crudos y peligrosos puntos de aquella batalla campal.
Cuando la canción acabó y el caracol calló, Maki ya se había escabullido del hombre del gas haciendo el moonwalk y se encontraba bajo el umbral de la tan deseada puerta.
-Y ahora cómo van a salir esos dos... -se preguntó. Dudaba que Salchicha y el otro supiesen bailar. Iba a tener que ayudarlos-. ¡Agarraos!
Maki reunió alrededor de su mano toda el agua de la atmósfera. Encaró al guardia con la cabeza convertida en maquinaria de algún tipo y dejó que el Puño de la Estrella de Mar llevase la justicia y la justa ira de los oprimidos contra su rostro. Tumbó al guardia de un derechazo, y de inmediato, toda el agua ambiental que había movilizado fue liberada y se extendió como un potente torrente que abarcó buena parte del estrecho pasillo de las celdas, arrastrando a todo el que no estaba sujeto hasta chocar contra el otro extremo de la mazmorra.
-Bueno, pues se acabó. Ahora huele mucho mejor.
Katharina proponía huir, pero el problema estaba en la puerta. Solo había una y estaba muy vigilada, así que necesitaban una táctica mejor que la de luchar y empujar hasta poder llegar a ella. Necesitaban algo innovador, sorprendente. Necesitaban algo poderoso, sublime y perfecto. Necesitaban... funky.
Maki se sacó un caracol musical del bolsillo. Con calma, lo colocó en el suelo y fue girando una de sus antenitas. De su boca salía música, distintas piezas que iban cambiando según Maki le daba vueltas a la antena. ¿Algo de hip hop? No, eso era para cuando cocinaba. ¿Un tango? Tentador, pero no se atrevía a intentar bailar con Kathsalchicha. ¿Rock and roll? Sí, claro, y enfadar más a todo el mundo. Oh, ahí estaba: funk.
Del caracol musical empezó a brotar una hipnótica melodía que incitaba a menear el esqueleto. Más de uno se quedó mirando a Maki como si estuviera loco mientras alzaba los brazos sobre su cabeza y comenzaba a menear las caderas. De inmediato, el campo de batalla que eran las mazmorras se convirtió en una pista de baile. Maki vio cada paso en su cabeza, cada nota convertida en parte de su magnífico plan. La música sería la llave que le sacaría de aquella apestosa prisión.
Empezó a moverse en cuanto recibió un ataque. No supo de quién provenía ni necesitaba saberlo. Su cuerpo simplemente reaccionó dejándose llevar por el incomparable poder de la música disco. Se agachó, clavó una rodilla en tierra, dio una vuelta sobre sí mismo y se puso en pie dos metros más allá, todo ello como parte de su coreografía. Atravesó el campo de batalla como una sombra luminosa, un monstruo del funky. Imposible de tocar; imposible de ignorar. Su baile le hacía atravesar la marabunta de combatientes y gente que huía. Meneaba la cabeza al ritmo de la música y esquivaba un ataque, alzaba los brazos mientras giraba y se colaba entre dos tipos que peleaban, hacía el robot y pasaba sin un rasguño por los más crudos y peligrosos puntos de aquella batalla campal.
Cuando la canción acabó y el caracol calló, Maki ya se había escabullido del hombre del gas haciendo el moonwalk y se encontraba bajo el umbral de la tan deseada puerta.
-Y ahora cómo van a salir esos dos... -se preguntó. Dudaba que Salchicha y el otro supiesen bailar. Iba a tener que ayudarlos-. ¡Agarraos!
Maki reunió alrededor de su mano toda el agua de la atmósfera. Encaró al guardia con la cabeza convertida en maquinaria de algún tipo y dejó que el Puño de la Estrella de Mar llevase la justicia y la justa ira de los oprimidos contra su rostro. Tumbó al guardia de un derechazo, y de inmediato, toda el agua ambiental que había movilizado fue liberada y se extendió como un potente torrente que abarcó buena parte del estrecho pasillo de las celdas, arrastrando a todo el que no estaba sujeto hasta chocar contra el otro extremo de la mazmorra.
-Bueno, pues se acabó. Ahora huele mucho mejor.
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Jamás lo hubiese creído si es que su propio cuerpo no se moviese inconscientemente al ritmo de la música. Primero fue su pie el que marcaba el tempo de la canción; luego, fueron sus caderas. No sabía el qué, pero algo tenía la pista que había puesto Makintosh. Tiempo atrás había sido una gran bailarina y, si bien esas prácticas habían quedado en el pasado, seguía poseyendo la misma coordinación. El problema estaba en que no quería bailar, pero su cuerpo se movía por sí solo. Al menos no era ningún musical que le incitaba a cantar un coro que nunca en su vida había escuchado.
Vio a Makintosh esquivar con una pasmosa facilidad todos los ataques dirigidos hacia él. ¡Y seguía bailando como si su vida no estuviese en peligro! Definitivamente el sentido común y la lógica perdían valor cuando se trataba de ese sujeto. Da igual, no se quedaría ahí contemplando los pasos de baile de Makintosh. «¡¿Pero qué estoy haciendo?!», se preguntó luego de ver que su cuerpo empezaba a moverse con más… intensidad. «¡Esta no soy yo, joder!». Reaccionó inconscientemente al ataque de un par de soldados, pasando entre medio de ellos y haciendo que se golpeasen entre sí.
—¡Vámonos de aquí, Roswell! —le ordenó a su compañero. Con lo espabilado que era igual no se le ocurría que debía huir.
El revolucionario había alcanzado ya la salida, burlando toda la seguridad de la prisión. Y entonces gritó algo. ¿De qué iba a sujetarse? ¿De los barrotes que había destrozado recién? Katharina buscó cualquier cosa con la mirada, pero no encontró demasiado. Había un cacho de metal puntiagudo saliendo del suelo casi del tamaño de la bruja, así que aferró sus manos a este y esperó a que su compañero hiciese lo que quería hacer. Ya nada le sorprendería.
—¡Tengo la ganzúa! —dijo el otro revolucionario muy feliz de haberla encontrado de nuevo. Una lástima que fuese golpeado por el torrente de agua que lanzó Makintosh, perdiéndola otra vez.
Cuando el agua golpeó a la hechicera, sus fuerzas se esfumaron y acabó siendo arrastrada por la corriente hasta golpearse contra el muro. Espera, no. La prominente panza del hombre del látigo amortiguó el golpe. Al menos la sensación de debilidad duró solo un instante, puesto que el agua comenzó a esparcirse por todos lados y disminuir su nivel. ¿Desde cuándo una misión le tomaba tanto trabajo…? Debió haber incendiado todos los jodidos barcos cuando pudo y ya está.
Se levantó pesadamente, como si hubiese estado bebiendo durante toda una semana vodka con jugo. Y del malo. Meneó la cabeza rápidamente de un lado a otro en un intento de espabilar y entonces miró hacia la salida. Tomó a Roswell del brazo, pues estaba medio aturdido, y se lo llevó de allí. Oh, también cogió el caracol parlanchín de Makintosh.
—Ten, se te estaba quedando esto —le dijo y luego lo miró con el ceño fruncido. Odiaba la idea de tener que pedirle algo, pero debía hacerlo—. Agradecería que no le contases nada a nadie sobre lo ocurrido hoy. Es… humillante. No quiero que el mundo se entere de que me transformaron en una salchicha gigante ni que acabé bailando funky en una prisión de mierda.
La salida daba a un extenso pasillo hecho de piedra, iluminado por unas pocas antorchas que generaban sombras danzantes que le recordaban al revolucionario. Augustus Makintosh, La Sombra Bailarina. Atravesó el pasadizo rápidamente, esperando que los carcelarios y los guardias estuviesen dormidos un buen rato más. Al final de este había unas escaleras en caracol.
—Necesito recuperar mis cosas antes de darle una visita a la reina —les dijo a sus compañeros.
—Seguramente las tiene ella —respondió Roswell, encogiéndose de hombros—. He escuchado que le gustan las cosas… exóticas. Y tus espadas lo son.
Vio a Makintosh esquivar con una pasmosa facilidad todos los ataques dirigidos hacia él. ¡Y seguía bailando como si su vida no estuviese en peligro! Definitivamente el sentido común y la lógica perdían valor cuando se trataba de ese sujeto. Da igual, no se quedaría ahí contemplando los pasos de baile de Makintosh. «¡¿Pero qué estoy haciendo?!», se preguntó luego de ver que su cuerpo empezaba a moverse con más… intensidad. «¡Esta no soy yo, joder!». Reaccionó inconscientemente al ataque de un par de soldados, pasando entre medio de ellos y haciendo que se golpeasen entre sí.
—¡Vámonos de aquí, Roswell! —le ordenó a su compañero. Con lo espabilado que era igual no se le ocurría que debía huir.
El revolucionario había alcanzado ya la salida, burlando toda la seguridad de la prisión. Y entonces gritó algo. ¿De qué iba a sujetarse? ¿De los barrotes que había destrozado recién? Katharina buscó cualquier cosa con la mirada, pero no encontró demasiado. Había un cacho de metal puntiagudo saliendo del suelo casi del tamaño de la bruja, así que aferró sus manos a este y esperó a que su compañero hiciese lo que quería hacer. Ya nada le sorprendería.
—¡Tengo la ganzúa! —dijo el otro revolucionario muy feliz de haberla encontrado de nuevo. Una lástima que fuese golpeado por el torrente de agua que lanzó Makintosh, perdiéndola otra vez.
Cuando el agua golpeó a la hechicera, sus fuerzas se esfumaron y acabó siendo arrastrada por la corriente hasta golpearse contra el muro. Espera, no. La prominente panza del hombre del látigo amortiguó el golpe. Al menos la sensación de debilidad duró solo un instante, puesto que el agua comenzó a esparcirse por todos lados y disminuir su nivel. ¿Desde cuándo una misión le tomaba tanto trabajo…? Debió haber incendiado todos los jodidos barcos cuando pudo y ya está.
Se levantó pesadamente, como si hubiese estado bebiendo durante toda una semana vodka con jugo. Y del malo. Meneó la cabeza rápidamente de un lado a otro en un intento de espabilar y entonces miró hacia la salida. Tomó a Roswell del brazo, pues estaba medio aturdido, y se lo llevó de allí. Oh, también cogió el caracol parlanchín de Makintosh.
—Ten, se te estaba quedando esto —le dijo y luego lo miró con el ceño fruncido. Odiaba la idea de tener que pedirle algo, pero debía hacerlo—. Agradecería que no le contases nada a nadie sobre lo ocurrido hoy. Es… humillante. No quiero que el mundo se entere de que me transformaron en una salchicha gigante ni que acabé bailando funky en una prisión de mierda.
La salida daba a un extenso pasillo hecho de piedra, iluminado por unas pocas antorchas que generaban sombras danzantes que le recordaban al revolucionario. Augustus Makintosh, La Sombra Bailarina. Atravesó el pasadizo rápidamente, esperando que los carcelarios y los guardias estuviesen dormidos un buen rato más. Al final de este había unas escaleras en caracol.
—Necesito recuperar mis cosas antes de darle una visita a la reina —les dijo a sus compañeros.
—Seguramente las tiene ella —respondió Roswell, encogiéndose de hombros—. He escuchado que le gustan las cosas… exóticas. Y tus espadas lo son.
Maki
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-No te preocupes. Se me da muy bien guardar secretos. -dijo Maki para tranquilizar a la pirata-. Si no conté lo de aquel fetiche raro de Annie no contaré tampoco lo tuyo, descuida.
Como él también tenía que recuperar unas cuantas cosas importantes, le pareció muy buena idea la de ir a buscarlas. ¿Tendría la reina también sus efectos personales? Maki había llevado una bolsa de cacahuetes garrapiñados que estaba reservando para el final de la misión. ¿Cómo celebraría su éxito sin ellos? Como esa reina malvada que le había engañado se los comiese se iba a cabrear de verdad.
-Según el MANUAL -Como de costumbre, la palabra "manual" la dijo gritando para que resaltase por encima de las demás, como era la norma- el líder de los malvados está siempre en la parte más alta. Seguramente nos esté esperando detrás de su escritorio. Puede que con un gato.
Maki no se lo pensó antes de lanzarse a la aventura. Se quitó la chaqueta del traje, se desabrochó varios botones de la camisa y se aflojó la pajarita. Ahora que estaba empapada, ese tipo de ropa se volvía molesta. Echó a andar con total decisión escaleras arriba. Derribó la puerta de las mazmorras y enfiló hacia las siguientes, siempre hacia arriba. Cruzó pasillos y salones con la férrea determinación del que no tiene ni puñetera idea de a dónde va pero sabe disimularlo perfectamente. A su paso, los criados se apartaban y los ricos cortesanos se tapaban la nariz o llamaban a la guardia. Podía oírse llegar a los soldados con bastante antelación, porque las botas, las armaduras y el eco de los pasillos de piedra no eran muy discretos, precisamente. Tuvo tiempo de abrir una u otra habitación y colarse dentro hasta que pasaran de largo, seguramente de camino a la creciente escandalera que se distinguía en los pisos de abajo. ¿Serían los demás prisioneros luchando por la Causa?
Cuando pasó por tercera vez delante del mismo tapiz casi se sintió tentado a admitir que se había perdido, pero en vez de eso decidió tararear un himno subversivo. ¡Y funcionó! Gracias a eso llegó ante una lujosa puerta de marco dorado que sin duda escondía a una reina. La derribó de una patada y entró como una exhalación en la... biblioteca. La biblioteca totalmente vacía.
-¿Puede saberse qué hacéis aquí, Sir? -dijo alguien a sus espaldas.
Maki se giró y vio a una mujer con un batín de seda y una corona en la cabeza. Era la reina, vestida para irse a dormir, con un candil en una mano y una bolsa de cacahuetes abierta en la otra.
-Maldición, lo sabía.
Como él también tenía que recuperar unas cuantas cosas importantes, le pareció muy buena idea la de ir a buscarlas. ¿Tendría la reina también sus efectos personales? Maki había llevado una bolsa de cacahuetes garrapiñados que estaba reservando para el final de la misión. ¿Cómo celebraría su éxito sin ellos? Como esa reina malvada que le había engañado se los comiese se iba a cabrear de verdad.
-Según el MANUAL -Como de costumbre, la palabra "manual" la dijo gritando para que resaltase por encima de las demás, como era la norma- el líder de los malvados está siempre en la parte más alta. Seguramente nos esté esperando detrás de su escritorio. Puede que con un gato.
Maki no se lo pensó antes de lanzarse a la aventura. Se quitó la chaqueta del traje, se desabrochó varios botones de la camisa y se aflojó la pajarita. Ahora que estaba empapada, ese tipo de ropa se volvía molesta. Echó a andar con total decisión escaleras arriba. Derribó la puerta de las mazmorras y enfiló hacia las siguientes, siempre hacia arriba. Cruzó pasillos y salones con la férrea determinación del que no tiene ni puñetera idea de a dónde va pero sabe disimularlo perfectamente. A su paso, los criados se apartaban y los ricos cortesanos se tapaban la nariz o llamaban a la guardia. Podía oírse llegar a los soldados con bastante antelación, porque las botas, las armaduras y el eco de los pasillos de piedra no eran muy discretos, precisamente. Tuvo tiempo de abrir una u otra habitación y colarse dentro hasta que pasaran de largo, seguramente de camino a la creciente escandalera que se distinguía en los pisos de abajo. ¿Serían los demás prisioneros luchando por la Causa?
Cuando pasó por tercera vez delante del mismo tapiz casi se sintió tentado a admitir que se había perdido, pero en vez de eso decidió tararear un himno subversivo. ¡Y funcionó! Gracias a eso llegó ante una lujosa puerta de marco dorado que sin duda escondía a una reina. La derribó de una patada y entró como una exhalación en la... biblioteca. La biblioteca totalmente vacía.
-¿Puede saberse qué hacéis aquí, Sir? -dijo alguien a sus espaldas.
Maki se giró y vio a una mujer con un batín de seda y una corona en la cabeza. Era la reina, vestida para irse a dormir, con un candil en una mano y una bolsa de cacahuetes abierta en la otra.
-Maldición, lo sabía.
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En su vida se le habían ocurrido mejores ideas que seguir a un revolucionario sin sentido común por un castillo repleto de gente que les quería matar. Rompieron puertas, subieron escaleras y empujaron abuelas minusválidas. O más bien fue Augustus Makintosh. Parecía una jodida locomotora descarriada con un solo propósito: seguir hacia delante. Suerte que el pingüino de uno de los nobles se hizo a un lado, sino hubiera sido aplastado por la furia revolucionaria del comandante. Se detuvieron por un solo momento frente a una puerta de marco dorado, una gigantesca y lujosa puerta con pintas de dar hacia un lugar importante.
—¿La… biblioteca? —dejó escapar en un susurro, un poco decepcionada. Entendía el valor de las bibliotecas, pero le hacía ilusión encontrar el despacho de la reina.
Fue en ese momento que sintió una presencia y enseguida unas palabras llegaron a sus oídos. Era ella, la reina. La mujer —o más bien dicho, chica— con corona y túnicas a modo de pijama. Parecía sacada de un cuento de fantasía con su melena dorada y sus ojos azules como el cielo, rasgos delicados y una bonita piel nívea. Hubiera estado bien decir que venía a matarle, le hubiera dado ese toque dramático que haría las cosas un poco más interesantes y serias, pero la verdad es que no. Quería recuperar sus cosas y… Espera, tenía una gran oportunidad frente a ella. Una que no podía desperdiciar.
—¿Dónde están mis espadas? —le preguntó a la reina, mirándola directamente a los ojos—. Más vale que-
—Le estás hablando a una reina, traidora —le interrumpió Miraeia—. Guarda respeto o mandaré a cortar tu cabeza. Otra vez.
Si algo tenían en común todos los reyes (excepto el que tenía al lado), era su comportamiento altanero y sumamente arrogante. ¿Quién se creía esa zorra para interrumpirle? Bueno, igual era la reina… Pero eso no le daba derecho a cortar sus palabras con tan poca educación. «Suerte que no te necesito viva, estúpida», pareció espetarle con la mirada, aunque ninguna palabra salió de su boca.
—Hazlo, a ver qué tan larga te queda la lista de fracasos. —Daba la impresión de que salían rayos de los ojos de las muchachas, rayos peligrosos y caóticos—. ¿Sabes lo que tienen en común las reinas como tú? Todas mueren jóvenes.
—Ja, he sobrevivido a cientos de… —Un estruendoso retorcijón de estómago interrumpió a la reina—. Ay, no debí haberme comido estas… E-Espera, creo que quiero…
De una forma muy poco digna, Miraeia se retorció hacia delante y un chorro viscoso, entre blanco y verde, llegó a los pies de Makintosh.
—Mejor termino yo mismo con esto… —susurró Roswell.
El revolucionario de ojos verdes sacó un puñal —vaya uno a saber dónde lo tenía— y apuñaló a la hechicera por la espalda sin que esta pudiera hacer nada. Bueno, su mantra lo había previsto, pero no se creía que un hombre tan torpe como Roswell pudiera conectar un ataque. No era la primera vez que le apuñalaban, conocía bastante bien ese dolor. Dejó escapar un gruñido y se volteó con la intención de darle un bofetón, pero el traidor le esquivó fácilmente.
—Colmillo de Venus… Es un arma maravillosa que solo se revela cuando es blandida; estoy seguro de que mi padre la debe extrañar un montón. Oh, ¿ya he dicho que está envenenada? No es mortal, ese no es mi estilo… Pero digamos que no podrás moverte por un buen rato, Steinhell.
—¿Desde cuándo…?
—¿Hmmm? ¿Desde cuándo qué? ¿Desde cuándo he sido el traidor? Bueno, digamos que-
—No, eso no… ¿Desde cuándo hablas sin tartamudear? —le preguntó Katharina, apoyando la rodilla en el suelo tras caer por culpa de la toxina—. Da igual, te mataré…
La cara de la bruja se encontró con el frío suelo.
—Así está mejor, mucho mejor. —Roswell colocó su pie desnudo sobre la cabeza de la hechicera—. Esto es por despreciarme, por ofenderme y por cabrearte conmigo. ¡Sufre, perra, sufre! Ejem, bueno, ya está. Todo ha salido bastante bien, ¿verdad, cariño? Con la flota del Reino de Terrel por fin podré llevar a cabo mi venganza… Por fin podré tener la cabeza de mi hermano en una pica. Y todo gracias a ti, mi amor.
—¿La… biblioteca? —dejó escapar en un susurro, un poco decepcionada. Entendía el valor de las bibliotecas, pero le hacía ilusión encontrar el despacho de la reina.
Fue en ese momento que sintió una presencia y enseguida unas palabras llegaron a sus oídos. Era ella, la reina. La mujer —o más bien dicho, chica— con corona y túnicas a modo de pijama. Parecía sacada de un cuento de fantasía con su melena dorada y sus ojos azules como el cielo, rasgos delicados y una bonita piel nívea. Hubiera estado bien decir que venía a matarle, le hubiera dado ese toque dramático que haría las cosas un poco más interesantes y serias, pero la verdad es que no. Quería recuperar sus cosas y… Espera, tenía una gran oportunidad frente a ella. Una que no podía desperdiciar.
—¿Dónde están mis espadas? —le preguntó a la reina, mirándola directamente a los ojos—. Más vale que-
—Le estás hablando a una reina, traidora —le interrumpió Miraeia—. Guarda respeto o mandaré a cortar tu cabeza. Otra vez.
Si algo tenían en común todos los reyes (excepto el que tenía al lado), era su comportamiento altanero y sumamente arrogante. ¿Quién se creía esa zorra para interrumpirle? Bueno, igual era la reina… Pero eso no le daba derecho a cortar sus palabras con tan poca educación. «Suerte que no te necesito viva, estúpida», pareció espetarle con la mirada, aunque ninguna palabra salió de su boca.
—Hazlo, a ver qué tan larga te queda la lista de fracasos. —Daba la impresión de que salían rayos de los ojos de las muchachas, rayos peligrosos y caóticos—. ¿Sabes lo que tienen en común las reinas como tú? Todas mueren jóvenes.
—Ja, he sobrevivido a cientos de… —Un estruendoso retorcijón de estómago interrumpió a la reina—. Ay, no debí haberme comido estas… E-Espera, creo que quiero…
De una forma muy poco digna, Miraeia se retorció hacia delante y un chorro viscoso, entre blanco y verde, llegó a los pies de Makintosh.
—Mejor termino yo mismo con esto… —susurró Roswell.
El revolucionario de ojos verdes sacó un puñal —vaya uno a saber dónde lo tenía— y apuñaló a la hechicera por la espalda sin que esta pudiera hacer nada. Bueno, su mantra lo había previsto, pero no se creía que un hombre tan torpe como Roswell pudiera conectar un ataque. No era la primera vez que le apuñalaban, conocía bastante bien ese dolor. Dejó escapar un gruñido y se volteó con la intención de darle un bofetón, pero el traidor le esquivó fácilmente.
—Colmillo de Venus… Es un arma maravillosa que solo se revela cuando es blandida; estoy seguro de que mi padre la debe extrañar un montón. Oh, ¿ya he dicho que está envenenada? No es mortal, ese no es mi estilo… Pero digamos que no podrás moverte por un buen rato, Steinhell.
—¿Desde cuándo…?
—¿Hmmm? ¿Desde cuándo qué? ¿Desde cuándo he sido el traidor? Bueno, digamos que-
—No, eso no… ¿Desde cuándo hablas sin tartamudear? —le preguntó Katharina, apoyando la rodilla en el suelo tras caer por culpa de la toxina—. Da igual, te mataré…
La cara de la bruja se encontró con el frío suelo.
—Así está mejor, mucho mejor. —Roswell colocó su pie desnudo sobre la cabeza de la hechicera—. Esto es por despreciarme, por ofenderme y por cabrearte conmigo. ¡Sufre, perra, sufre! Ejem, bueno, ya está. Todo ha salido bastante bien, ¿verdad, cariño? Con la flota del Reino de Terrel por fin podré llevar a cabo mi venganza… Por fin podré tener la cabeza de mi hermano en una pica. Y todo gracias a ti, mi amor.
Maki
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-Venga ya, ¿es que todo el mundo va a ser malo hoy?
Menudo día estaba teniendo. Primero la reina, luego Vala y sus chicos, ahora el Hombre Lechuga. ¿Acaso todo el mundo estaba esperando el momento oportuno para traicionarle? Ya conocía el amargo sabor de la traición, eso desde luego, pero seguía sin gustarle. No es como si se hubiera acostumbrado, y eso que ya había pasado tiempo desde que Rudy el Rodillo demostrase ser malvado. Al final parecía que la única que parecía mala desde el principio iba a ser la única buena. Vaya lío.
-Oh, querido -dijo la reina-, cuánto ha debido costarte contener las ganas de apuñalar a esta alimaña. -Se acercó al traidor de puñal y se unieron en un largo beso que sonrojó un poco a Maki. Debía saber a vómito. Luego, la reina se giró hacia él-. ¡Y tú! ¿Es tan difícil matar a alguien? Nos tomamos muchas molestias para averiguar con quién había contactado el agente de mi hermano, y al final resultó que era un ridículo engendro que no puede ni cumplir las órdenes más simples. Si llego a saberlo le hubiese ordenado a Vala que te matase nada más encontrar la nota con la hora y la ubicación en vez de montar todo este teatro ridículo.
-Qué mal me caéis las reinas.
-Eso no importa. Te quedan unos cuarenta segundos de vida. Caballeros...
A la orden de la reina, la habitación se llenó de gente. Uno tras otro, los caballeros de la guardia real fueron apareciendo. Vala estaba entre ellos; entró por la puerta principal a la amplia biblioteca cargando con su gran tenedor. Junto a él iba otro caballero que tenía una larga coleta verde. A espaldas de Maki, una monstruosa montaña con forma humana emergió de detrás de una estantería, vestido con tanto acero que podrían hacerse un millón de monedas con él, y justo en su hombro había un hombre con cuatro brazos que recordaba a un insecto. Dos más entraron por otra puerta, armados con un martillo y una red, respectivamente, otro apareció entre una nube de pétalos de rosa, y del techo se descolgó un octavo, cayendo sobre uno de los colosales estantes, el cual contenía miles de libros.
-La guerra ya es inevitable -continuó Mireia Terrel-. Ni mi hermano ni sus campeones pueden ya detenerla. En cuanto zarpe el ejército, Ralsia estará acabada. Y luego... bueno, un hermano muerto, una isla conquistada... Lo típico.
-No te dejaré -afirmó Maki. Estaba harto de tantos nobles ricos queriendo hacer maldades. ¿Coronas, conquistas, guerras? Todo chorradas. No permitiría que tan dañinos planes se llevasen a cabo. No en su guardia. Por suerte, para eso estaba la Revolución, para combatir a los tiranos-. Ya es hora de que me presente como es debido -dijo con su voz más seria, la que reservaba para momentos importantes, y se quitaba la pajarita-. Soy el oficial Augustus Makintosh. Y allá donde voy llevo ¡la revolución!
La última palabra dio paso a la acción. Maki agarró el enorme estante donde se agazapaba uno de los guardia y tiró de él para arrancarlo de la pared y dejarlo caer sobre la reina. Uno de sus caballeros, el de la coleta verde, lo detuvo con sus manos desnudas, momento que Maki aprovechó para correr hacia delante y patear uno de los libros caídos y estampárselo en la cara con fuerza desmesurada. También fue a agarrar a la bruja, ya de paso, aunque igual se levantaba por su cuenta con sus poderes mágicos. El soldado perdió pie y toneladas de madera y papel cayeron sobre él. La reina y el traidor ya habían sido puestos a salvo por los demás guardaespaldas, así que solo aplastó a uno. Pero consiguió el caos que quería.
Entonces Maki se puso a nadar en el aire. La cara este del castillo daba al mar, así que había bastante humedad en el ambiente, lo cual era perfecto para que el gyojin se desplazara por él como por un sucedáneo de mar. Subió para evitar los ataques que se cernían sobre él y acabó quedando a la altura del rostro del gigantón. Vaya cara de cabreo... Maki se dejó caer al suelo cuando el enorme soldado le lanzaba un manotazo, y convenientemente aterrizó encima de otro guardia, el de los pétalos, al que aplastó con su poderosa panza.
Suerte que miró para arriba y pudo rodar a un lado a tiempo de evitar un lanzazo. Lo malo fue que cayó en la red de otro caballero, que ya se lanzaba sobre él junto con su compañero del martillo. Pero el Oficial Makintosh no se dejaba derrotar por algo como eso. Absorbió el agua de la atmósfera y se hinchó monstruosamente como si fuese un pez globo. Un pez globo cuyos puños buscaban la mandíbula de sus enemigos. Maki Balloon rompió la red, mandó por los aire el martillo y derribó a los dos guardias, tirando a uno por una ventana.
-Ya no sois tan valientes, ¿eh? -les dijo a los caballeros restantes, convertido en una pelota de grasa y agua que diez metros de altura-. Vamos a daros una paliza. Y espero que me hayáis dejado cacahuetes.
Menudo día estaba teniendo. Primero la reina, luego Vala y sus chicos, ahora el Hombre Lechuga. ¿Acaso todo el mundo estaba esperando el momento oportuno para traicionarle? Ya conocía el amargo sabor de la traición, eso desde luego, pero seguía sin gustarle. No es como si se hubiera acostumbrado, y eso que ya había pasado tiempo desde que Rudy el Rodillo demostrase ser malvado. Al final parecía que la única que parecía mala desde el principio iba a ser la única buena. Vaya lío.
-Oh, querido -dijo la reina-, cuánto ha debido costarte contener las ganas de apuñalar a esta alimaña. -Se acercó al traidor de puñal y se unieron en un largo beso que sonrojó un poco a Maki. Debía saber a vómito. Luego, la reina se giró hacia él-. ¡Y tú! ¿Es tan difícil matar a alguien? Nos tomamos muchas molestias para averiguar con quién había contactado el agente de mi hermano, y al final resultó que era un ridículo engendro que no puede ni cumplir las órdenes más simples. Si llego a saberlo le hubiese ordenado a Vala que te matase nada más encontrar la nota con la hora y la ubicación en vez de montar todo este teatro ridículo.
-Qué mal me caéis las reinas.
-Eso no importa. Te quedan unos cuarenta segundos de vida. Caballeros...
A la orden de la reina, la habitación se llenó de gente. Uno tras otro, los caballeros de la guardia real fueron apareciendo. Vala estaba entre ellos; entró por la puerta principal a la amplia biblioteca cargando con su gran tenedor. Junto a él iba otro caballero que tenía una larga coleta verde. A espaldas de Maki, una monstruosa montaña con forma humana emergió de detrás de una estantería, vestido con tanto acero que podrían hacerse un millón de monedas con él, y justo en su hombro había un hombre con cuatro brazos que recordaba a un insecto. Dos más entraron por otra puerta, armados con un martillo y una red, respectivamente, otro apareció entre una nube de pétalos de rosa, y del techo se descolgó un octavo, cayendo sobre uno de los colosales estantes, el cual contenía miles de libros.
-La guerra ya es inevitable -continuó Mireia Terrel-. Ni mi hermano ni sus campeones pueden ya detenerla. En cuanto zarpe el ejército, Ralsia estará acabada. Y luego... bueno, un hermano muerto, una isla conquistada... Lo típico.
-No te dejaré -afirmó Maki. Estaba harto de tantos nobles ricos queriendo hacer maldades. ¿Coronas, conquistas, guerras? Todo chorradas. No permitiría que tan dañinos planes se llevasen a cabo. No en su guardia. Por suerte, para eso estaba la Revolución, para combatir a los tiranos-. Ya es hora de que me presente como es debido -dijo con su voz más seria, la que reservaba para momentos importantes, y se quitaba la pajarita-. Soy el oficial Augustus Makintosh. Y allá donde voy llevo ¡la revolución!
La última palabra dio paso a la acción. Maki agarró el enorme estante donde se agazapaba uno de los guardia y tiró de él para arrancarlo de la pared y dejarlo caer sobre la reina. Uno de sus caballeros, el de la coleta verde, lo detuvo con sus manos desnudas, momento que Maki aprovechó para correr hacia delante y patear uno de los libros caídos y estampárselo en la cara con fuerza desmesurada. También fue a agarrar a la bruja, ya de paso, aunque igual se levantaba por su cuenta con sus poderes mágicos. El soldado perdió pie y toneladas de madera y papel cayeron sobre él. La reina y el traidor ya habían sido puestos a salvo por los demás guardaespaldas, así que solo aplastó a uno. Pero consiguió el caos que quería.
Entonces Maki se puso a nadar en el aire. La cara este del castillo daba al mar, así que había bastante humedad en el ambiente, lo cual era perfecto para que el gyojin se desplazara por él como por un sucedáneo de mar. Subió para evitar los ataques que se cernían sobre él y acabó quedando a la altura del rostro del gigantón. Vaya cara de cabreo... Maki se dejó caer al suelo cuando el enorme soldado le lanzaba un manotazo, y convenientemente aterrizó encima de otro guardia, el de los pétalos, al que aplastó con su poderosa panza.
Suerte que miró para arriba y pudo rodar a un lado a tiempo de evitar un lanzazo. Lo malo fue que cayó en la red de otro caballero, que ya se lanzaba sobre él junto con su compañero del martillo. Pero el Oficial Makintosh no se dejaba derrotar por algo como eso. Absorbió el agua de la atmósfera y se hinchó monstruosamente como si fuese un pez globo. Un pez globo cuyos puños buscaban la mandíbula de sus enemigos. Maki Balloon rompió la red, mandó por los aire el martillo y derribó a los dos guardias, tirando a uno por una ventana.
-Ya no sois tan valientes, ¿eh? -les dijo a los caballeros restantes, convertido en una pelota de grasa y agua que diez metros de altura-. Vamos a daros una paliza. Y espero que me hayáis dejado cacahuetes.
Katharina von Steinhell
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No, no iba a negar que la traición de Roswell era una sorpresa. ¿Pero que fuera el prometido de la reina…? Igual Jonathan debió haberlo reconocido. Oh, algo andaba mal. ¿Siempre había sido así de alto, fornido y guapo? Parecía un príncipe, uno de verdad, uno de esos sacados de cuentos para niños en los que hay hadas y criaturas mágicas. Seguramente tenía una habilidad para modificar su cuerpo, un control tan absurdo sobre sí mismo como los miembros del Cipher Pol. Da igual todo lo apuesto que se haya vuelto, jamás le perdonaría el que le hubiese aplastado la cabeza con su pie.
Las esposas le tenían sumamente debilitada, y el que hubiese sido envenenada no mejoraba el panorama. Con esfuerzo, tal vez, sería capaz de llegar a moverse y encontrar alguna forma de quitarse los grilletes. Sin embargo, mantener una pelea le sería prácticamente imposible. Al menos no de momento, así que su compañero tendría que ocuparse de todo hasta que se hubiese recuperado. Y con tantos enemigos la verdad es que lo tenía difícil… Katharina se dejó agarrar (tampoco es que tuviese otra opción, vaya) por el poderoso Oficial del Ejército Revolucionario, Augustus Makintosh, y tantas vueltas y cosas raras le dieron ganas de vomitar. Pero no se rebajaría al nivel de esa reina monstruosa, esa cerda sin escrúpulo.
Era la primera vez que “nadaba en el aire”; una lástima que no pudiera disfrutar demasiado del paseo. Makintosh no olía precisamente bien y el veneno le daba dolor de estómago. De pronto, el gyojin se había transformado en una imponente criatura, un monstruo de dimensiones colosales que solo rivalizaba con Salcharina en su versión más poderosa. Le faltaban las alas, sí, pero solo eran un detalle. A todo esto, entre tantos golpes y vueltas las esposas de la bruja terminaron aflojándose. Al mismo tiempo que los grilletes se soltaban, Katharina recuperaba su poder poco a poco. Ni siquiera el veneno era capaz de frenar lo que estaba a punto de suceder.
El caballero Vala, sabiendo que ahora Makintosh era un objetivo fácil de pinchar con su tenedor, embistió a toda velocidad. No tenía intenciones de parar ni de ser clemente, ya había tenido suficiente. Así que lanzó una estocada peligrosa, veloz, mortal. Sin embargo, en ese momento la hechicera creó una especie de… vórtice verde moco frente al caballero. El arma de Vala atravesó el portal y su extremo apareció en otro lugar. Del otro lado de la biblioteca se escuchó un grito femenino: el tenedor le había pinchado el culo a la reina. Y ahora era una mujer dona de grandes pechos.
—¡Pero qué…! ¡¿Cómo ha podido pasar esto, Vala?! ¡Te exijo que me liberes de esta maldición en este preciso instante!
Katharina no desperdició el momento y, luego de liberarse de las buenas manos del gyojin, golpeó el cielo con una poderosa patada y apareció frente a uno de los soldados. Diez bolas de fuego azul, cuales espíritus candentes, comenzaron a revolotear en torno a la bruja. Dos de ellas impactaron en el cuerpo de su enemigo, provocando una violenta explosión cuyas llamas alcanzaron los libros cercanos.
—¿Cómo es que puedes moverte? Esto no… ¡Esto no debería estar pasando! ¡Guardias, maten a estos dos! ¡Es una orden directa de su rey! —rugió Roswell, quien ahora tenía un perfecto peinado hacia atrás cual modelo de revista.
Las esposas le tenían sumamente debilitada, y el que hubiese sido envenenada no mejoraba el panorama. Con esfuerzo, tal vez, sería capaz de llegar a moverse y encontrar alguna forma de quitarse los grilletes. Sin embargo, mantener una pelea le sería prácticamente imposible. Al menos no de momento, así que su compañero tendría que ocuparse de todo hasta que se hubiese recuperado. Y con tantos enemigos la verdad es que lo tenía difícil… Katharina se dejó agarrar (tampoco es que tuviese otra opción, vaya) por el poderoso Oficial del Ejército Revolucionario, Augustus Makintosh, y tantas vueltas y cosas raras le dieron ganas de vomitar. Pero no se rebajaría al nivel de esa reina monstruosa, esa cerda sin escrúpulo.
Era la primera vez que “nadaba en el aire”; una lástima que no pudiera disfrutar demasiado del paseo. Makintosh no olía precisamente bien y el veneno le daba dolor de estómago. De pronto, el gyojin se había transformado en una imponente criatura, un monstruo de dimensiones colosales que solo rivalizaba con Salcharina en su versión más poderosa. Le faltaban las alas, sí, pero solo eran un detalle. A todo esto, entre tantos golpes y vueltas las esposas de la bruja terminaron aflojándose. Al mismo tiempo que los grilletes se soltaban, Katharina recuperaba su poder poco a poco. Ni siquiera el veneno era capaz de frenar lo que estaba a punto de suceder.
El caballero Vala, sabiendo que ahora Makintosh era un objetivo fácil de pinchar con su tenedor, embistió a toda velocidad. No tenía intenciones de parar ni de ser clemente, ya había tenido suficiente. Así que lanzó una estocada peligrosa, veloz, mortal. Sin embargo, en ese momento la hechicera creó una especie de… vórtice verde moco frente al caballero. El arma de Vala atravesó el portal y su extremo apareció en otro lugar. Del otro lado de la biblioteca se escuchó un grito femenino: el tenedor le había pinchado el culo a la reina. Y ahora era una mujer dona de grandes pechos.
—¡Pero qué…! ¡¿Cómo ha podido pasar esto, Vala?! ¡Te exijo que me liberes de esta maldición en este preciso instante!
Katharina no desperdició el momento y, luego de liberarse de las buenas manos del gyojin, golpeó el cielo con una poderosa patada y apareció frente a uno de los soldados. Diez bolas de fuego azul, cuales espíritus candentes, comenzaron a revolotear en torno a la bruja. Dos de ellas impactaron en el cuerpo de su enemigo, provocando una violenta explosión cuyas llamas alcanzaron los libros cercanos.
—¿Cómo es que puedes moverte? Esto no… ¡Esto no debería estar pasando! ¡Guardias, maten a estos dos! ¡Es una orden directa de su rey! —rugió Roswell, quien ahora tenía un perfecto peinado hacia atrás cual modelo de revista.
Maki
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Todo el dramatismo del momento se fue al garete el cuanto la reina se transformó en una rosquilla. Redonda, untuosa y azucarada, con agujero y todo. Maki quiso permanecer serio y no perder la compostura, pero fue incapaz de evitar que se le escapara una risilla. Vaya pinta. ¿Así se le veía a él cuando era una masa de espaguetis? Menos mal que no lo había visto nadie. Nadie importante, claro.
La rosquilla con corona debía de pensar más o menos algo así, porque había empezado a dar voces como una loca. Lo que Maki no entendía era por qué Vala la había pinchado. Ni cómo. Esa nube de baba verde que Katharina había hecho aparecer debía ser mágica, como el Palo de los Postres. Al final sí que era una bruja de verdad, quién lo iba a decir.
-Bien hecho, pirata. Parece que serías una buena revolucionaria -dijo, aunque con cada palabra se le escapaba algo de agua. De todos modos, nunca estaba de más echar la caña y ver si pescaba un nuevo miembro para la Causa.
El soldado gigante corrió hacia ambos. Dejó caer el pie para aplastar a la pirata y luego soltó un puñetazo hacia Maki. Ahora que se había convertido en una gran masa de agua y grasilla, eran más o menos de mismo tamaño, aunque sus brazos eran demasiado cortos como para poder cubrirse la cara. Recibió el golpe con la dignidad de un oficial. La fuerza del impacto se extendió por su cuerpo blandito y gelatinoso, haciéndolo vibrar con fuerza. Intentó devolver el puñetazo, pero no había manera. Solo llegaba a agitarlos tristemente arriba y abajo, porque la mayoría del agua que había absorbido estaba en su tronco. Aun así, mantuvo la boca bien cerrada para no deshincharse más.
No pudo hacer nada por evitar el siguiente, ni el tercero. Con cada sacudida, Maki Balloon temblaba como las papadas de un obeso. El gyojin podía notar como sus blandas carnes se sacudían salvajemente, como el agua era zarandeada sin piedad. Empezaba a darle calor, mucho calor. Cuando vio venir el siguiente golpe, abrió la boca y escupió agua a la cara del guardia real. Este dio un grito y se llevó las manos a la cara. La tenía enrojecida y echaba humo. Qué diablos, ¡Maki también echaba humo! ¿Se estaba quemando? Tal vez, pero también encogía. Se le escapaba el agua en forma de vapor. Debía ser culpa del sofoco propio de la batalla, ¿no? Escupió el resto del agua caliente contra el soldado y volvió a su forma original, sudando y todo.
-No tengo ni idea de qué ha sido eso -confesó en voz alta.
Lo siguiente que supo fue que volaba. Vala acababa de embestirle y arrojarlo por la ventana, donde le aguardaba una larga caída hasta el mar, unos cinco metros más abajo. "Un momento, ¿solo estábamos en el segundo piso? !Si no hemos más que subir!", se dijo. Desde luego, no se le daba bien eso de deambular por las guaridas del mal. En fin, al menos el agua estaría fresquita.
La rosquilla con corona debía de pensar más o menos algo así, porque había empezado a dar voces como una loca. Lo que Maki no entendía era por qué Vala la había pinchado. Ni cómo. Esa nube de baba verde que Katharina había hecho aparecer debía ser mágica, como el Palo de los Postres. Al final sí que era una bruja de verdad, quién lo iba a decir.
-Bien hecho, pirata. Parece que serías una buena revolucionaria -dijo, aunque con cada palabra se le escapaba algo de agua. De todos modos, nunca estaba de más echar la caña y ver si pescaba un nuevo miembro para la Causa.
El soldado gigante corrió hacia ambos. Dejó caer el pie para aplastar a la pirata y luego soltó un puñetazo hacia Maki. Ahora que se había convertido en una gran masa de agua y grasilla, eran más o menos de mismo tamaño, aunque sus brazos eran demasiado cortos como para poder cubrirse la cara. Recibió el golpe con la dignidad de un oficial. La fuerza del impacto se extendió por su cuerpo blandito y gelatinoso, haciéndolo vibrar con fuerza. Intentó devolver el puñetazo, pero no había manera. Solo llegaba a agitarlos tristemente arriba y abajo, porque la mayoría del agua que había absorbido estaba en su tronco. Aun así, mantuvo la boca bien cerrada para no deshincharse más.
No pudo hacer nada por evitar el siguiente, ni el tercero. Con cada sacudida, Maki Balloon temblaba como las papadas de un obeso. El gyojin podía notar como sus blandas carnes se sacudían salvajemente, como el agua era zarandeada sin piedad. Empezaba a darle calor, mucho calor. Cuando vio venir el siguiente golpe, abrió la boca y escupió agua a la cara del guardia real. Este dio un grito y se llevó las manos a la cara. La tenía enrojecida y echaba humo. Qué diablos, ¡Maki también echaba humo! ¿Se estaba quemando? Tal vez, pero también encogía. Se le escapaba el agua en forma de vapor. Debía ser culpa del sofoco propio de la batalla, ¿no? Escupió el resto del agua caliente contra el soldado y volvió a su forma original, sudando y todo.
-No tengo ni idea de qué ha sido eso -confesó en voz alta.
Lo siguiente que supo fue que volaba. Vala acababa de embestirle y arrojarlo por la ventana, donde le aguardaba una larga caída hasta el mar, unos cinco metros más abajo. "Un momento, ¿solo estábamos en el segundo piso? !Si no hemos más que subir!", se dijo. Desde luego, no se le daba bien eso de deambular por las guaridas del mal. En fin, al menos el agua estaría fresquita.
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—¿Verdad que lo sería? —le contestó a Makintosh, esbozando una sonrisa rebosante de confianza—. Si me hubieran invitado al Ejército Revolucionario antes de que Zane me encontrase, probablemente ahora compartiríamos estandarte.
Cualquiera que le hiciera frente a la tiranía y a la corrupción del Gobierno Mundial merecía cierto grado de respeto por parte de la bruja. Quizás era la única razón por la que aún seguía luchando junto a Makintosh, pues le había dado razones de sobra para dejarle solo y hacer todo por su cuenta.
A pesar de que se había librado de las esposas de kairoseki, el veneno continuaba haciendo efecto. Hacía sus movimientos más torpes, lentos y predecibles, pero aún tenía la fuerza necesaria para oponerse a la guardia de la reina Miraeia. Aguardó en su posición el pisotón del caballero gigantesco, casi tanto o más que el propio Augustus Makintosh convertido en… ¿Qué era esa cosa? ¿Un balón infladísimo de agua? Como sea, aguardó el momento oportuno y se hizo hacia un lado sin demasiados problemas. Tuvo que cruzar los brazos y endurecerlos para recibir la onda de choque sin recibir daño, y era la hora de pasar al ataque. O lo hubiese sido de no ser porque se distrajo al ver que su compañero era lanzado contra la ventana.
Si no hubiese sido por el agua liberada de Makintosh, ahora mismo la biblioteca sería un verdadero infierno. Debía tener un poco más de cuidado con las bolas de fuego que había hecho desaparecer. «¡Ni siquiera tengo mis espadas para defenderme!», se quejó mientras observaba el panorama. Ninguno de los hombres de la reina era rival para la bruja, sin embargo, tampoco significaba que sería excesivamente sencillo… Katharina no tenía sus armas, estaba envenenada y muy limitada por el escenario de combate, pero algo se le terminaría ocurriendo. Cuánto extrañaba sus antiguos poderes…
—Oh, Fahrenheit, no sabes las ganas que tengo de aplastar tu asquerosa cara contra el suelo —le espetó, mirándolo fijamente—. No me importaría tener que destruir el castillo si-
—¡Cualquier cosa menos el castillo, bruja de fuego! —intervino la reina-rosquilla con una voz inusualmente aguda—. Lo construyó mi tatarabuelo… ¡Lo he declarado patrimonio de la humanidad! ¡Tiene cientos de años!
—Cariño, no creo que puedas dialogar con esta… loca. ¡Está demente, cielo! Por su culpa estás hecha una rosquilla, ¿no te das cuenta? —le dijo Roswell con una voz excesivamente dramática—. Pero no te preocupes. Yo, tu amado Roswell F. Fahrenheit, te salvaré a ti, al castillo y a tu reino.
—Oh, cariño… Gracias por estar conmigo…
¿Quién diría que una historia que iba de destruir barcos acabaría tratándose del amor entre un caballero y una dona parlanchina? Katharina incluiría la idea para sus siguientes novelas románticas, si es que algún día se animaba a empezar una. Era el panorama perfecto salvo por una cosa: no quería ser la antagonista de una historia de amor.
Ignoró las quejas de la reina y se abalanzó hacia Roswell, cargando hacia él con una velocidad inhumana. Intentó propinarle un puñetazo en el estómago, pero el futuro rey reaccionó a tiempo. Se alejó dando varias zancadas hacia atrás y entonces frunció el ceño.
—¡No te atrevas a subestimarme, bruja! ¡Soy el hombre más fuerte del Paraíso, eso te lo puedo asegurar! —rugió con una completa convicción y luego algo comenzó a pasar. Roswell comenzó a brillar, literalmente. Decenas de rayos de luz de todos colores salían disparados hacia todos lados—. ¡Transformación: Caballero Imperial! —anunció a los cuatro vientos, ahora cargando una gigantesca armadura medieval tan dorada como el sol—. Esta es la armadura que uso para purgar el mal, bruja.
Roswell cargó contra la hechicera y lanzó una patada a la altura de la cintura, soltando una onda de choque en el proceso. Katharina, por su parte, usó la propia pierna de su oponente para esquivar. Colocó sus manos sobre la extremidad y luego hizo el pino, dejando que la destrucción no le tocase.
—¡Ay, no! ¡La biblioteca, Roswell! ¡Cuida la maldita biblioteca!
Cuando el Caballero Imperial se volteó para disculparse con la reina, la hechicera le propinó un potente puñetazo imbuido en haki de armadura en el rostro, mandándole a volar de una habitación a otra, rompiendo la pared.
Cualquiera que le hiciera frente a la tiranía y a la corrupción del Gobierno Mundial merecía cierto grado de respeto por parte de la bruja. Quizás era la única razón por la que aún seguía luchando junto a Makintosh, pues le había dado razones de sobra para dejarle solo y hacer todo por su cuenta.
A pesar de que se había librado de las esposas de kairoseki, el veneno continuaba haciendo efecto. Hacía sus movimientos más torpes, lentos y predecibles, pero aún tenía la fuerza necesaria para oponerse a la guardia de la reina Miraeia. Aguardó en su posición el pisotón del caballero gigantesco, casi tanto o más que el propio Augustus Makintosh convertido en… ¿Qué era esa cosa? ¿Un balón infladísimo de agua? Como sea, aguardó el momento oportuno y se hizo hacia un lado sin demasiados problemas. Tuvo que cruzar los brazos y endurecerlos para recibir la onda de choque sin recibir daño, y era la hora de pasar al ataque. O lo hubiese sido de no ser porque se distrajo al ver que su compañero era lanzado contra la ventana.
Si no hubiese sido por el agua liberada de Makintosh, ahora mismo la biblioteca sería un verdadero infierno. Debía tener un poco más de cuidado con las bolas de fuego que había hecho desaparecer. «¡Ni siquiera tengo mis espadas para defenderme!», se quejó mientras observaba el panorama. Ninguno de los hombres de la reina era rival para la bruja, sin embargo, tampoco significaba que sería excesivamente sencillo… Katharina no tenía sus armas, estaba envenenada y muy limitada por el escenario de combate, pero algo se le terminaría ocurriendo. Cuánto extrañaba sus antiguos poderes…
—Oh, Fahrenheit, no sabes las ganas que tengo de aplastar tu asquerosa cara contra el suelo —le espetó, mirándolo fijamente—. No me importaría tener que destruir el castillo si-
—¡Cualquier cosa menos el castillo, bruja de fuego! —intervino la reina-rosquilla con una voz inusualmente aguda—. Lo construyó mi tatarabuelo… ¡Lo he declarado patrimonio de la humanidad! ¡Tiene cientos de años!
—Cariño, no creo que puedas dialogar con esta… loca. ¡Está demente, cielo! Por su culpa estás hecha una rosquilla, ¿no te das cuenta? —le dijo Roswell con una voz excesivamente dramática—. Pero no te preocupes. Yo, tu amado Roswell F. Fahrenheit, te salvaré a ti, al castillo y a tu reino.
—Oh, cariño… Gracias por estar conmigo…
¿Quién diría que una historia que iba de destruir barcos acabaría tratándose del amor entre un caballero y una dona parlanchina? Katharina incluiría la idea para sus siguientes novelas románticas, si es que algún día se animaba a empezar una. Era el panorama perfecto salvo por una cosa: no quería ser la antagonista de una historia de amor.
Ignoró las quejas de la reina y se abalanzó hacia Roswell, cargando hacia él con una velocidad inhumana. Intentó propinarle un puñetazo en el estómago, pero el futuro rey reaccionó a tiempo. Se alejó dando varias zancadas hacia atrás y entonces frunció el ceño.
—¡No te atrevas a subestimarme, bruja! ¡Soy el hombre más fuerte del Paraíso, eso te lo puedo asegurar! —rugió con una completa convicción y luego algo comenzó a pasar. Roswell comenzó a brillar, literalmente. Decenas de rayos de luz de todos colores salían disparados hacia todos lados—. ¡Transformación: Caballero Imperial! —anunció a los cuatro vientos, ahora cargando una gigantesca armadura medieval tan dorada como el sol—. Esta es la armadura que uso para purgar el mal, bruja.
Roswell cargó contra la hechicera y lanzó una patada a la altura de la cintura, soltando una onda de choque en el proceso. Katharina, por su parte, usó la propia pierna de su oponente para esquivar. Colocó sus manos sobre la extremidad y luego hizo el pino, dejando que la destrucción no le tocase.
—¡Ay, no! ¡La biblioteca, Roswell! ¡Cuida la maldita biblioteca!
Cuando el Caballero Imperial se volteó para disculparse con la reina, la hechicera le propinó un potente puñetazo imbuido en haki de armadura en el rostro, mandándole a volar de una habitación a otra, rompiendo la pared.
Maki
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Maki agradeció mucho el chapuzón. Llevaba ya tiempo en la superficie y empezaba a echar de menos nadar un poco. Aprovechó que estaba en el mar para hacer unos estiramientos y refrescarse. Un poco de croll por aquí, mariposa por allá, y estilo sirena para dar un buen espectáculo. Entonces asomó la cabeza fuera del agua y vio a Vala caer hacia él. El caballero dejó caer un libro de los de la biblioteca y lo pinchó con su tenedor. Acto seguido el libro se transformó en una merluza de buen tamaño. ¿Se la había comido Vala también? Qué raro estaba siendo el día...
El gyojin se sumergió cuando vio que el tenedor del soldado le buscaba de nuevo. Este había aterrizado sobre la espalda del pescado, que le servía para flotar en el agua. Maki quiso acercarse para echarlo al agua, porque sabía que a los que tenían poderes no les gustaba mojarse, pero Vala debió preverlo. El tenedor se clavó en la mano de Maki, transformándola en una cabeza de cerdo que no dejaba de chillar como un loco.
-Me he dado un buen festín antes de la gran batalla, pez. Estoy un poco empachado, pero no eres rival para mí -afirmó Vala.
-¡¡WIIIIIII!! -gritaba la mano-cerdo de Maki.
Antes de poder pensar qué iba a hacer con esa cosa tan ruidosa, recibió un puntapié en plena cara. La bota de Vala se hundió en su gran nariz y lo mandó volando contra las rocas al pie de los muros del castillo. Vaya daño. El golpe asustó al cerdo, que se puso a chillar aún más. Pero no había tiempo que perder. Maki se dejó caer al agua justo a tiempo para evitar una nueva acometida. El tenedor se clavó en las rocas y las convirtió en una sopa calentita con un agradable olor a verduras. Maki no quería ni pensar qué sería de él si le convertía en eso.
-Pienso deten...
-¡¡WIIIII!!
-Pienso de...
-¡¡WIIIIIIIIII!!
-¡PIENSO DETENERTE! -gritó Maki para que se le oyera por encima de lo berridos del cerdo.
Vale saltó del pedrusco sobre el que se posaba, aterrizó de nuevo sobre su merluza y trazó un arco con su arma. Toda el agua que tocó se convirtió en un queso cremoso que atrapó a Maki. Por suerte, no dejaba de ser queso, así que pudo romper su pegajosa prisión a base de fuerza bruta. Entonces se sumergió y propinó a la merluza un buen golpe que la mandó por los aires. Luego nadó hacia las rocas, donde Vala acababa de saltar, y salió del agua para darle un puñetazo.
No lo consiguió. Lo detuvo con el tenedor y se lo clavó por encima de la rodilla, por lo que Maki terminó con un brócoli en vez de pierna izquierda justo en el momento en que el guantelete de Vala le cruzaba la cara. Pero el Oficial Makintosh reaccionó. Dirigió al cerdo chillón contra la cara del caballero y el bicho empezó a chillarle. Eso dio tiempo al revolucionario para reponerse de la sorpresa, apoyarse en su brócoli y darle un buen derechazo.
Vala retrocedió gruñendo de dolor y se estabilizó en las rocas clavando su tenedor en una de ellas. Esta se convirtió en una miríada de tentáculos de calamar que se enredaron alrededor de las piernas de Maki. Fue entonces cuando vio que Vala desenvainaba su espada, una normal, afilada y mortífera. Maki le dio un buen bocado a un tentáculo, golpeó con fuerza las rocas y las rompió, hundiéndose con ellas en el mar.
Vaya lío. Vala estaba resultando ser realmente fuerte, y a Maki cada vez le quedaban menos recursos y menos extremidades. ¿Cómo podía combatir si la mitad de sus puñetazos los daba un cerdo chillón? Iba a tener que sacar lo mejor de él, las más antiguas enseñanzas sobre lucha. Era el momento de usar el Karate Gyojin.
Corrió carrerilla bajo el agua y nadó con toda la velocidad que le permitía su pierna-brócoli hacia Vala. Con su mano buena reunía y moldeaba el agua a su paso, convirtiéndola en una extensión de su compromiso con la Causa. Ese día, el propio mar lucharía por el Ejército Revolucionario.
Ubicó a Vala en las rocas y lanzó un potente torrente de agua sobre él. El caballero hundió su tenedor en el agua, transformándola en daditos de bacon, pero el Oficial Makintosh estaba preparado, y él mismo se introdujo en el torrente y salió disparado contra el caballero. Con la cabeza por delante, Maki partió el tenedor y golpeó a Vala como un misil blandito y mojado, estrellándolo con fuerza contra los muros bajos del castillo.
El gyojin se sumergió cuando vio que el tenedor del soldado le buscaba de nuevo. Este había aterrizado sobre la espalda del pescado, que le servía para flotar en el agua. Maki quiso acercarse para echarlo al agua, porque sabía que a los que tenían poderes no les gustaba mojarse, pero Vala debió preverlo. El tenedor se clavó en la mano de Maki, transformándola en una cabeza de cerdo que no dejaba de chillar como un loco.
-Me he dado un buen festín antes de la gran batalla, pez. Estoy un poco empachado, pero no eres rival para mí -afirmó Vala.
-¡¡WIIIIIII!! -gritaba la mano-cerdo de Maki.
Antes de poder pensar qué iba a hacer con esa cosa tan ruidosa, recibió un puntapié en plena cara. La bota de Vala se hundió en su gran nariz y lo mandó volando contra las rocas al pie de los muros del castillo. Vaya daño. El golpe asustó al cerdo, que se puso a chillar aún más. Pero no había tiempo que perder. Maki se dejó caer al agua justo a tiempo para evitar una nueva acometida. El tenedor se clavó en las rocas y las convirtió en una sopa calentita con un agradable olor a verduras. Maki no quería ni pensar qué sería de él si le convertía en eso.
-Pienso deten...
-¡¡WIIIII!!
-Pienso de...
-¡¡WIIIIIIIIII!!
-¡PIENSO DETENERTE! -gritó Maki para que se le oyera por encima de lo berridos del cerdo.
Vale saltó del pedrusco sobre el que se posaba, aterrizó de nuevo sobre su merluza y trazó un arco con su arma. Toda el agua que tocó se convirtió en un queso cremoso que atrapó a Maki. Por suerte, no dejaba de ser queso, así que pudo romper su pegajosa prisión a base de fuerza bruta. Entonces se sumergió y propinó a la merluza un buen golpe que la mandó por los aires. Luego nadó hacia las rocas, donde Vala acababa de saltar, y salió del agua para darle un puñetazo.
No lo consiguió. Lo detuvo con el tenedor y se lo clavó por encima de la rodilla, por lo que Maki terminó con un brócoli en vez de pierna izquierda justo en el momento en que el guantelete de Vala le cruzaba la cara. Pero el Oficial Makintosh reaccionó. Dirigió al cerdo chillón contra la cara del caballero y el bicho empezó a chillarle. Eso dio tiempo al revolucionario para reponerse de la sorpresa, apoyarse en su brócoli y darle un buen derechazo.
Vala retrocedió gruñendo de dolor y se estabilizó en las rocas clavando su tenedor en una de ellas. Esta se convirtió en una miríada de tentáculos de calamar que se enredaron alrededor de las piernas de Maki. Fue entonces cuando vio que Vala desenvainaba su espada, una normal, afilada y mortífera. Maki le dio un buen bocado a un tentáculo, golpeó con fuerza las rocas y las rompió, hundiéndose con ellas en el mar.
Vaya lío. Vala estaba resultando ser realmente fuerte, y a Maki cada vez le quedaban menos recursos y menos extremidades. ¿Cómo podía combatir si la mitad de sus puñetazos los daba un cerdo chillón? Iba a tener que sacar lo mejor de él, las más antiguas enseñanzas sobre lucha. Era el momento de usar el Karate Gyojin.
Corrió carrerilla bajo el agua y nadó con toda la velocidad que le permitía su pierna-brócoli hacia Vala. Con su mano buena reunía y moldeaba el agua a su paso, convirtiéndola en una extensión de su compromiso con la Causa. Ese día, el propio mar lucharía por el Ejército Revolucionario.
Ubicó a Vala en las rocas y lanzó un potente torrente de agua sobre él. El caballero hundió su tenedor en el agua, transformándola en daditos de bacon, pero el Oficial Makintosh estaba preparado, y él mismo se introdujo en el torrente y salió disparado contra el caballero. Con la cabeza por delante, Maki partió el tenedor y golpeó a Vala como un misil blandito y mojado, estrellándolo con fuerza contra los muros bajos del castillo.
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La larga capa granate de la armadura ondeaba aunque no hubiese demasiado viento. Las diferentes placas carmesíes hacían un juego espectacular con la base dorada. Una lástima que le hubiese caído tinta negra encima. Roswell se miraba casi con desesperación en un trozo de vidrio que había caído al suelo luego de que el hombre rompiese la muralla. Intentaba quitarse la mancha con cualquier cosa que tuviera a mano, pero esta, rebelde y fuerte, se rehusaba a abandonar el metal.
—¡Mira lo que has hecho, bruja! ¡Has ensuciado mi armadura!
La hechicera se limitó a blanquear los ojos. Estaba cansada de aguantar estupideces, además el veneno tampoco ayudaba a su estado de humor. Le volvía lenta, predecible y débil en comparación a su fuerza original, y todo eso junto le hacía estar muy malhumorada.
—¿Por qué no te mueres y dejas de molestar? —le espetó al caballero luego de cruzar el agujero que había hecho Roswell.
—La oscuridad jamás vencerá a la luz. Te derrotaré y ganaré el apoyo del Gobierno Mundial —aseguró, parándose frente a Katharina con suma valentía—. ¡Tendré tu cabeza y la de mi hermano en una pica!
—Ya, todos tenemos derecho a soñar.
La pierna de la hechicera se tiñó de un negro impoluto y, entonces, desapareció. Soltó una ráfaga de veloces patadas a la espalda de Roswell. El caballero se volteó a tiempo y cruzó los brazos para defenderse. La espadachina apoyó ambas manos en el suelo y luego giró, creando un auténtico torbellino de fuego potenciado con haki. Pero no era suficiente para derrotar al autoproclamado «hombre más fuerte del Grand Line». Roswell soportó lo mejor que pudo las llamas y se decidió a contraatacar. Embistió con todas sus fuerzas contra una bruja debilitada y lenta, estrellándola contra el muro. Un agudo dolor recorrió su cuerpo cuando chocó con la fría piedra y acabó escupiendo sangre.
—¿Así que esta es la bruja que tiene atemorizado al mundo entero? ¡No eres nada para el poderoso Roswell F. Fahrenheit! Es una lástima que lo estés haciendo todo tan fácil…
A pesar de que no se tomaba en serio las palabras del prometido de la reina, comenzaba a molestarle su soberbia desmedida. Le había traicionado, había pisoteado su cabeza y también le había envenenado. ¡Le había mentido todo el día! Todo para finalmente apuñalarle por la espalda.
—Haré que te tragues tu puta lengua, Roswell.
El suelo comenzó a retumbar bajo sus pies, era como si el castillo completo estuviese estremeciéndose ante la voluntad de la bruja. Las murallas vibraban y las ventanas cercanas estallaban frente a la presión de Katharina. Y, entonces, el piso empezó a agrietarse. Roswell, tan asustado como lo meritaba la situación, retrocedía al mismo tiempo que unas lenguas de fuego emergían de las grietas.
—¡¿Qué estás haciendo, bruja?! ¡Detente!
La hechicera alzó el puño hacia delante y enseguida unas gigantescas manos salieron disparadas desde las murallas hacia Roswell, sujetándole con la fuerza de un titán. Por si no fuera suficiente, unas cadenas en llamas rompieron el suelo y se enrollaron en sus piernas. Con una sonrisa espeluznante en el rostro, Katharina chasqueó los dedos y la reina Miraeia apareció encadenada frente a ella.
—¡Déjala en paz! ¡Ella no tiene nada que ver en esto!
—¿Hm? Fue ella la que envió al comandante Makintosh a matarme. Supongo que debería devolverle el favor —contestó, dibujando una sonrisa de oreja a oreja y enseñando unos colmillos de bestia. Su propia mano se transformó en la garra de un monstruo y luego atravesó el pecho de la reina.
—¡Noooo! ¡Maldita hija de puta! —rugió Roswell, luchando contra las cadenas y las manos al mismo tiempo que su armadura desprendía luz—. ¡Juro que te arrancaré la maldita garganta y te haré comer tu puto corazón! ¡Te mataré, bruja!
«Por esto me encantan las ilusiones», se dijo a sí misma, observando casi con placer el dolor del caballero. Se lo estaba pasando de lo mejor, aunque la sonrisa desapareció de su cara cuando Roswell comenzó a liberarse de la ilusión. Rugía como una bestia embravecida, luchaba contra las cadenas e ignoraba todo dolor. Y, en un estallido de furia como ningún otro, el caballero consiguió su libertad.
—Me daré un festín con tu sangre.
—¡Mira lo que has hecho, bruja! ¡Has ensuciado mi armadura!
La hechicera se limitó a blanquear los ojos. Estaba cansada de aguantar estupideces, además el veneno tampoco ayudaba a su estado de humor. Le volvía lenta, predecible y débil en comparación a su fuerza original, y todo eso junto le hacía estar muy malhumorada.
—¿Por qué no te mueres y dejas de molestar? —le espetó al caballero luego de cruzar el agujero que había hecho Roswell.
—La oscuridad jamás vencerá a la luz. Te derrotaré y ganaré el apoyo del Gobierno Mundial —aseguró, parándose frente a Katharina con suma valentía—. ¡Tendré tu cabeza y la de mi hermano en una pica!
—Ya, todos tenemos derecho a soñar.
La pierna de la hechicera se tiñó de un negro impoluto y, entonces, desapareció. Soltó una ráfaga de veloces patadas a la espalda de Roswell. El caballero se volteó a tiempo y cruzó los brazos para defenderse. La espadachina apoyó ambas manos en el suelo y luego giró, creando un auténtico torbellino de fuego potenciado con haki. Pero no era suficiente para derrotar al autoproclamado «hombre más fuerte del Grand Line». Roswell soportó lo mejor que pudo las llamas y se decidió a contraatacar. Embistió con todas sus fuerzas contra una bruja debilitada y lenta, estrellándola contra el muro. Un agudo dolor recorrió su cuerpo cuando chocó con la fría piedra y acabó escupiendo sangre.
—¿Así que esta es la bruja que tiene atemorizado al mundo entero? ¡No eres nada para el poderoso Roswell F. Fahrenheit! Es una lástima que lo estés haciendo todo tan fácil…
A pesar de que no se tomaba en serio las palabras del prometido de la reina, comenzaba a molestarle su soberbia desmedida. Le había traicionado, había pisoteado su cabeza y también le había envenenado. ¡Le había mentido todo el día! Todo para finalmente apuñalarle por la espalda.
—Haré que te tragues tu puta lengua, Roswell.
El suelo comenzó a retumbar bajo sus pies, era como si el castillo completo estuviese estremeciéndose ante la voluntad de la bruja. Las murallas vibraban y las ventanas cercanas estallaban frente a la presión de Katharina. Y, entonces, el piso empezó a agrietarse. Roswell, tan asustado como lo meritaba la situación, retrocedía al mismo tiempo que unas lenguas de fuego emergían de las grietas.
—¡¿Qué estás haciendo, bruja?! ¡Detente!
La hechicera alzó el puño hacia delante y enseguida unas gigantescas manos salieron disparadas desde las murallas hacia Roswell, sujetándole con la fuerza de un titán. Por si no fuera suficiente, unas cadenas en llamas rompieron el suelo y se enrollaron en sus piernas. Con una sonrisa espeluznante en el rostro, Katharina chasqueó los dedos y la reina Miraeia apareció encadenada frente a ella.
—¡Déjala en paz! ¡Ella no tiene nada que ver en esto!
—¿Hm? Fue ella la que envió al comandante Makintosh a matarme. Supongo que debería devolverle el favor —contestó, dibujando una sonrisa de oreja a oreja y enseñando unos colmillos de bestia. Su propia mano se transformó en la garra de un monstruo y luego atravesó el pecho de la reina.
—¡Noooo! ¡Maldita hija de puta! —rugió Roswell, luchando contra las cadenas y las manos al mismo tiempo que su armadura desprendía luz—. ¡Juro que te arrancaré la maldita garganta y te haré comer tu puto corazón! ¡Te mataré, bruja!
«Por esto me encantan las ilusiones», se dijo a sí misma, observando casi con placer el dolor del caballero. Se lo estaba pasando de lo mejor, aunque la sonrisa desapareció de su cara cuando Roswell comenzó a liberarse de la ilusión. Rugía como una bestia embravecida, luchaba contra las cadenas e ignoraba todo dolor. Y, en un estallido de furia como ningún otro, el caballero consiguió su libertad.
—Me daré un festín con tu sangre.
Maki
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-Siete vertical: "Prontitud y rapidez con que sucede o se ejecuta algo". ¿Alguna idea?
El cerdo gruñó una vez en señal de negación. No estaba resultando muy útil, la verdad. Maki siempre había creído que los animales de tierra firme eran inteligentes, pero, visto lo visto, los crucigramas estaban fuera del alcance de sus habilidades. ¿Y por qué seguía ese bicho ahí? Cómo echaba de menos poder rascarse la cabeza con las dos manos... Había creído que al derrotar a Vala desaparecería, o al menos que se convertiría en otro animal menos ruidoso, como un pato o una jirafa. A lo mejor no estaba inconsciente del todo. Qué tipo más duro. Le iba a tocar esperar. Suerte que Maki siempre llevaba encima un cuaderno de pasatiempos plastificado para matar el rato.
A su espalda, la pared del castillo sobre la que se apoyaba no dejaba de temblar. Era como un masajito.
-¡Rapidez! No, tiene que tener una pe. Ah, espera, tiene una pe. Pero no donde toca. ¿Crees que esto se puede girar o algo? -El cerdo no contestó. Estaba ocupado intentando comerse el brócoli de la pierna de Maki-. Esto tarda mucho. ¿No podría darse...? ¡Prisa! Eso es, el siete vertical.
Un temblor algo más fuerte sacudió el castillo e incluso las rocas sobre las que Maki estaba sentado. Eso debió noquear del todo a Vala, porque, como de un plumazo, el cuerpo de Maki volvió a la normalidad. ¡Por fin! Aunque iba a echar de menos tener a alguien tan a mano con quien charlar. Y los comentarios ingeniosos sobre ello también. Pero bueno, tenía que volver al crucigrama. Echó un vistazo a las respuestas que ya había puesto y le recordó a algo:
"Deja - los - juegos - Augustus - y - ve - a - ayudar - a - la - bruja". Qué casualidad que se le mencionase en el crucigrama.
-¡LA BRUJA!
Ya se había olvidado de que estaban en medio de una pelea. Dejándose llevar con las prisas, empezó a escalar por el muro. Suerte que, blandito y mojado como era, se pegaba muy bien a la piedra. Poco a poco, mientras el ruido del combate crecía lentamente, fue ascendiendo hasta llegar a la ventana por la que le habían tirado. Y lo que vio ahí le espantó.
-¡AH! -gritó cuando vio a Katharina atravesando con su brazo mutante el cuerpo de la reina Terrel.
El cadáver real comenzó a chorrear sangre sin control, para enfado del Hombre-Lechuga. Maki casi echó la papilla, pero se contuvo. Prefirió quedarse colgando del alfeizar y esperar a una distancia prudencial a que todo terminase y alguien le dijera dónde estaba su boina.
El cerdo gruñó una vez en señal de negación. No estaba resultando muy útil, la verdad. Maki siempre había creído que los animales de tierra firme eran inteligentes, pero, visto lo visto, los crucigramas estaban fuera del alcance de sus habilidades. ¿Y por qué seguía ese bicho ahí? Cómo echaba de menos poder rascarse la cabeza con las dos manos... Había creído que al derrotar a Vala desaparecería, o al menos que se convertiría en otro animal menos ruidoso, como un pato o una jirafa. A lo mejor no estaba inconsciente del todo. Qué tipo más duro. Le iba a tocar esperar. Suerte que Maki siempre llevaba encima un cuaderno de pasatiempos plastificado para matar el rato.
A su espalda, la pared del castillo sobre la que se apoyaba no dejaba de temblar. Era como un masajito.
-¡Rapidez! No, tiene que tener una pe. Ah, espera, tiene una pe. Pero no donde toca. ¿Crees que esto se puede girar o algo? -El cerdo no contestó. Estaba ocupado intentando comerse el brócoli de la pierna de Maki-. Esto tarda mucho. ¿No podría darse...? ¡Prisa! Eso es, el siete vertical.
Un temblor algo más fuerte sacudió el castillo e incluso las rocas sobre las que Maki estaba sentado. Eso debió noquear del todo a Vala, porque, como de un plumazo, el cuerpo de Maki volvió a la normalidad. ¡Por fin! Aunque iba a echar de menos tener a alguien tan a mano con quien charlar. Y los comentarios ingeniosos sobre ello también. Pero bueno, tenía que volver al crucigrama. Echó un vistazo a las respuestas que ya había puesto y le recordó a algo:
"Deja - los - juegos - Augustus - y - ve - a - ayudar - a - la - bruja". Qué casualidad que se le mencionase en el crucigrama.
-¡LA BRUJA!
Ya se había olvidado de que estaban en medio de una pelea. Dejándose llevar con las prisas, empezó a escalar por el muro. Suerte que, blandito y mojado como era, se pegaba muy bien a la piedra. Poco a poco, mientras el ruido del combate crecía lentamente, fue ascendiendo hasta llegar a la ventana por la que le habían tirado. Y lo que vio ahí le espantó.
-¡AH! -gritó cuando vio a Katharina atravesando con su brazo mutante el cuerpo de la reina Terrel.
El cadáver real comenzó a chorrear sangre sin control, para enfado del Hombre-Lechuga. Maki casi echó la papilla, pero se contuvo. Prefirió quedarse colgando del alfeizar y esperar a una distancia prudencial a que todo terminase y alguien le dijera dónde estaba su boina.
Katharina von Steinhell
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Tanto la armadura como el propio cuerpo de Roswell aumentaron considerablemente de tamaño, volviéndose una bestia metálica de como mínimo cuatro metros de alto. La única explicación a eso era el poder de una fruta del diablo. Su traje titánico ahora tenía múltiples cuchillas escarlatas saliendo por debajo de los brazos, incluso la capa terminaba en afiladas dagas en forma de media luna que ondeaban conforme el viento golpeaba desde diferentes lados. Las placas doradas brillaban con tanta intensidad que molestaban la visión de la hechicera, obligándole a colocar su antebrazo para poder ver lo que tenía en frente. Quizás, si el prometido de la reina no brillara tanto como el sol, habría conseguido leer sus movimientos.
El hombre salió disparado hacia el frente, destrozando el suelo de piedra y dejando un cráter bastante feo. Lo siguiente que vio la bruja fue un puño acercarse a su rostro, un puñetazo que le golpeó con la fuerza de un tsunami. Voló hacia atrás, destruyendo todo lo que hubiera a su paso: murallas, mesas, sillas, el pollo de un noble… Se levantó con el rostro dolorido y ensangrentado, pero al menos no se le había caído ningún diente. Las piernas le temblaban, aunque pronto consiguió estabilizarse. Cuando alzó la mirada se encontró nuevamente con un Roswell enfurecido, quien le propinó otro derechazo potenciado con el fulgor negro del haki de armadura. Sin embargo, no caería dos veces en el mismo truco y se echó hacia abajo, dejando que el puñetazo simplemente golpeara el aire. ¿El problema? La onda de choque liberada hizo retumbar el castillo entero y dejó un gigantesco agujero en la muralla trasera.
—Te estás pasando un poco, ¿no crees? Estás destruyéndole el castillo a tu reina… Ejem, difunta reina.
Las cuchillas zumbaron cuando viajaron hacia la bruja, quien esquivó como buenamente pudo echando varias volteretas hacia atrás como si fuera un concurso de gimnasia artística. Luego del último mortal, flexionó las piernas y cargó hacia Roswell. «¡Kasoku!». Un portal apareció frente a ella, lo atravesó y apareció en la cabeza de su oponente, la única parte desprotegida. Creó un anillo de llamas azules y lo envolvió en torno al cuello del sujeto. Roswell gruñó como una bestia sin razón, completamente embravecida. Cogió a la escurridiza hechicera y la azotó contra el suelo.
—¡Tendré mi venganza, bruja!
Roswell alzó su pierna con la intención de aplastarle la cabeza, sin embargo, Katharina adoptó el rostro suplicante de la reina Miraeia. Aprovechó el instante de duda en su oponente y canalizó energía mágica lo más rápido que pudo. Una enorme lanza apreció en las manos de la pirata, la cual lanzó con brutalidad. Esta atravesó el pecho de Roswell y acabó en una violenta explosión flamígera, y enseguida se escuchó un golpe seco: el caballero de la armadura finalmente había caído. Olía a carne chamuscada y aún salía vapor del cuerpo desnudo de Roswell, quien había sufrido múltiples quemaduras. Pero aún respiraba, todavía vivía.
—Joder, cómo duele… —se quejó la bruja, quitándose la sangre del rostro.
Caminó entre los escombros y volvió a la biblioteca. Allí estaba la reina Miraeia completamente anonadada, no podía mover un solo músculo al ver lo que le había pasado a su castillo. Parecía hasta traumada. ¿O estaba así porque una lanza de fuego le atravesó el pecho a su prometido? Katharina la tomó del brazo y buscó al comandante del Ejército Revolucionario, a quien encontró escondido en el… ¿alfeizar? ¿Qué hacía allí? Aún había muchas cosas por hacer, había trabajo por terminar, no podía perder el tiempo de esa manera. En fin, no le pediría peras al olmo.
—¿Cuánto crees que nos odien por secuestrar a una reina y suplantar su identidad, Makintosh? —le preguntó con una sonrisa maliciosa.
El hombre salió disparado hacia el frente, destrozando el suelo de piedra y dejando un cráter bastante feo. Lo siguiente que vio la bruja fue un puño acercarse a su rostro, un puñetazo que le golpeó con la fuerza de un tsunami. Voló hacia atrás, destruyendo todo lo que hubiera a su paso: murallas, mesas, sillas, el pollo de un noble… Se levantó con el rostro dolorido y ensangrentado, pero al menos no se le había caído ningún diente. Las piernas le temblaban, aunque pronto consiguió estabilizarse. Cuando alzó la mirada se encontró nuevamente con un Roswell enfurecido, quien le propinó otro derechazo potenciado con el fulgor negro del haki de armadura. Sin embargo, no caería dos veces en el mismo truco y se echó hacia abajo, dejando que el puñetazo simplemente golpeara el aire. ¿El problema? La onda de choque liberada hizo retumbar el castillo entero y dejó un gigantesco agujero en la muralla trasera.
—Te estás pasando un poco, ¿no crees? Estás destruyéndole el castillo a tu reina… Ejem, difunta reina.
Las cuchillas zumbaron cuando viajaron hacia la bruja, quien esquivó como buenamente pudo echando varias volteretas hacia atrás como si fuera un concurso de gimnasia artística. Luego del último mortal, flexionó las piernas y cargó hacia Roswell. «¡Kasoku!». Un portal apareció frente a ella, lo atravesó y apareció en la cabeza de su oponente, la única parte desprotegida. Creó un anillo de llamas azules y lo envolvió en torno al cuello del sujeto. Roswell gruñó como una bestia sin razón, completamente embravecida. Cogió a la escurridiza hechicera y la azotó contra el suelo.
—¡Tendré mi venganza, bruja!
Roswell alzó su pierna con la intención de aplastarle la cabeza, sin embargo, Katharina adoptó el rostro suplicante de la reina Miraeia. Aprovechó el instante de duda en su oponente y canalizó energía mágica lo más rápido que pudo. Una enorme lanza apreció en las manos de la pirata, la cual lanzó con brutalidad. Esta atravesó el pecho de Roswell y acabó en una violenta explosión flamígera, y enseguida se escuchó un golpe seco: el caballero de la armadura finalmente había caído. Olía a carne chamuscada y aún salía vapor del cuerpo desnudo de Roswell, quien había sufrido múltiples quemaduras. Pero aún respiraba, todavía vivía.
—Joder, cómo duele… —se quejó la bruja, quitándose la sangre del rostro.
Caminó entre los escombros y volvió a la biblioteca. Allí estaba la reina Miraeia completamente anonadada, no podía mover un solo músculo al ver lo que le había pasado a su castillo. Parecía hasta traumada. ¿O estaba así porque una lanza de fuego le atravesó el pecho a su prometido? Katharina la tomó del brazo y buscó al comandante del Ejército Revolucionario, a quien encontró escondido en el… ¿alfeizar? ¿Qué hacía allí? Aún había muchas cosas por hacer, había trabajo por terminar, no podía perder el tiempo de esa manera. En fin, no le pediría peras al olmo.
—¿Cuánto crees que nos odien por secuestrar a una reina y suplantar su identidad, Makintosh? —le preguntó con una sonrisa maliciosa.
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-Veamos... Derrotar al villano: hecho. Fastidiar a la reina y quitarle el trono: ya lo he tirado al mar, así que hecho. Hacer que los barcos vuelvan: hecho. Hincharme con el Palo de los Postres -Maki eructó y el ambiente se llenó del agradable olor dulzón de las natillas-: hecho. Pues parece que está todo.
De nuevo, una misión cumplida eficazmente. La Revolución triunfaba nuevamente allá donde el pueblo la necesitaba. En este caso no tenía muy claro a quién habían salvado, porque no se había enterado del todo de contra quién luchaba la reina malvada y su pérfido amante, pero seguro que era contra monjas, viejecitos o embarazadas indefensas, nada nuevo para un día de trabajo de Augustus Makintosh.
Maki estaba en el muelle, casi en el mismo punto por el que había llegado a la isla. Y pensar que en solo veinticuatro horas iba a convertirse en un menú completo, equilibrado y nutritivo... Se sentía raro con su cuerpo normal. No sabía si estaba preparado para volver a ser de grasa y hueso. Pero bueno, siempre podía meterse un par de naranjas en los pantalones o algo así.
-¿Es usted Augustus Makintosh?
El gyojin se giró hacia el repartidor. ¡Por fin llegaban! Era toda una suerte que los Den Den Mushis fuesen tan populares y que aquella hubiese sido una misión de lo más llamativa. Pagó al chaval con su último ladrillo de oro -el resto se los había prestado al príncipe de Nigiyeria, un reino vecino con problemas fiscales- y abrió el paquete. Dentro estaban las fotos y todo lo demás. Había encargado copias a todo color, algunas incluso en tamaño póster. De hecho, había encargado camisetas. Para Katharina, una en la que aparecía Maki en su forma de huevo meando con no pocas dificultades contra un cubo de basura, y para él mismo una en la que la pirata, convertida en salchicha monstruosa, se rascaba el culo cuando creía que nadie la veía.
-Estas van derechitas a mi álbum.
No tenía ningún álbum, pero lo tendría.
Cuando fue a despedirse de la pirata le enseñó las camisetas. Y las gorras, las tazas y las pelotas hinchables decoradas con las imágenes de su aventura, todo como agradecimiento por haberle dejado usar el Palo de los Postres. Ojalá supiese él hacer magia, pero por el momento tendría que conformarse con sus espectaculares dones para el drama.
-Ten, esta es la tuya. Y también encontré esto. -Maki sacó una llave que encontró durante su escape de las mazmorras. La había guardado antes de todo el lío y se le había olvidado dársela a la bruja. Vaya cabeza-. ¿Seguro que no quieres venirte a los Centellas? Salem no tiene mano con los postres caseros. -Lo cierto era que a su unidad le vendría muy bien contar con alguien tan fuerte. Podría ser la... tercera o la cuarta al mando, después de Jack el Asno, Fruto Seco Ibar y él mismo-. Bueno, yo te dejo el número del caracol mágico de nuestro cuartel y nos avisas cuando te decidas. Ya te avisaré para darte tu parte del merchandising.
Una vez se hubo despedido de su nueva compañera de aventuras, sin duda una nueva aliada para la Causa, aunque aún no lo supiera, saltó al agua y se dispuso a emprender el largo viaje hasta casa. De nuevo, con buenas noticias.
De nuevo, una misión cumplida eficazmente. La Revolución triunfaba nuevamente allá donde el pueblo la necesitaba. En este caso no tenía muy claro a quién habían salvado, porque no se había enterado del todo de contra quién luchaba la reina malvada y su pérfido amante, pero seguro que era contra monjas, viejecitos o embarazadas indefensas, nada nuevo para un día de trabajo de Augustus Makintosh.
Maki estaba en el muelle, casi en el mismo punto por el que había llegado a la isla. Y pensar que en solo veinticuatro horas iba a convertirse en un menú completo, equilibrado y nutritivo... Se sentía raro con su cuerpo normal. No sabía si estaba preparado para volver a ser de grasa y hueso. Pero bueno, siempre podía meterse un par de naranjas en los pantalones o algo así.
-¿Es usted Augustus Makintosh?
El gyojin se giró hacia el repartidor. ¡Por fin llegaban! Era toda una suerte que los Den Den Mushis fuesen tan populares y que aquella hubiese sido una misión de lo más llamativa. Pagó al chaval con su último ladrillo de oro -el resto se los había prestado al príncipe de Nigiyeria, un reino vecino con problemas fiscales- y abrió el paquete. Dentro estaban las fotos y todo lo demás. Había encargado copias a todo color, algunas incluso en tamaño póster. De hecho, había encargado camisetas. Para Katharina, una en la que aparecía Maki en su forma de huevo meando con no pocas dificultades contra un cubo de basura, y para él mismo una en la que la pirata, convertida en salchicha monstruosa, se rascaba el culo cuando creía que nadie la veía.
-Estas van derechitas a mi álbum.
No tenía ningún álbum, pero lo tendría.
Cuando fue a despedirse de la pirata le enseñó las camisetas. Y las gorras, las tazas y las pelotas hinchables decoradas con las imágenes de su aventura, todo como agradecimiento por haberle dejado usar el Palo de los Postres. Ojalá supiese él hacer magia, pero por el momento tendría que conformarse con sus espectaculares dones para el drama.
-Ten, esta es la tuya. Y también encontré esto. -Maki sacó una llave que encontró durante su escape de las mazmorras. La había guardado antes de todo el lío y se le había olvidado dársela a la bruja. Vaya cabeza-. ¿Seguro que no quieres venirte a los Centellas? Salem no tiene mano con los postres caseros. -Lo cierto era que a su unidad le vendría muy bien contar con alguien tan fuerte. Podría ser la... tercera o la cuarta al mando, después de Jack el Asno, Fruto Seco Ibar y él mismo-. Bueno, yo te dejo el número del caracol mágico de nuestro cuartel y nos avisas cuando te decidas. Ya te avisaré para darte tu parte del merchandising.
Una vez se hubo despedido de su nueva compañera de aventuras, sin duda una nueva aliada para la Causa, aunque aún no lo supiera, saltó al agua y se dispuso a emprender el largo viaje hasta casa. De nuevo, con buenas noticias.
Katharina von Steinhell
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Precisión
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—No puedo creerlo… La biblioteca… El castillo… ¡Todo está destrozado! ¡Y todo es tu culpa, bruja de los infiernos! —le espetó la reina, saliendo del trance y levantándose tan furiosa como si a un enano le hubiesen prohibido la cerveza—. ¡Incluso te has cargado a Roswell! ¡Te lo has cargado, bruja desgraciada! ¡Oh, mi dulce y tierno Roswell…!
Miraeia tomó la falda de su vestido para caminar con facilidad hacia la villana de turno con la intención de darle la bofetada de la autoridad, pero tropezó con el pie de uno de los caballeros inconscientes. Se dio de bruces contra el suelo y unas lágrimas escaparon de sus ojos mientras maldecía el cielo, el océano y cualquier cosa existente.
—Qué fastidio esta mujer… Tus hombres no abandonarán Terrel ni continuarás gobernando, Miraeia —le anunció la bruja, mirándole casi con aburrimiento al mismo tiempo que su cabello se volvía rubio y sus prendas se tornaban tan lujosas como las de la misma reina. Oh, y ahora tenía una bonita corona encima de su cabeza—. ¡No puedo creerlo! ¡La biblioteca...! ¡El castillo de mis ancestros! ¡Todo destruido por culpa de Roswell F. Fahrenheit y los caballeros traidores! —dijo con un excesivo tono dramático tan similar al de la propia Miraeia que daba miedo. Imitaba a la perfección su acento y las expresiones de su rostro.
—Esto no puede estar pasándome… ¡El mundo entero sabrá la verdad, pirata! ¡Todos se enterarán de que me has matado y has usurpado mi identidad! ¡La llama de la venganza…!
—Ya, cállate —le interrumpió Katharina; estaba cansadísima de escuchar quejas—. No he pensado en matarte, pero me estás dando muchas razones para cambiar de opinión. El Horror Circus será tu prisión y hogar por un buen tiempo… Siempre es bueno tener una reina como moneda de cambio, ¿sabes? El Reino de Terrel será gobernado por Jonathan Terrel II, o algo así.
—¡Prefiero morir a ser capturada por una sucia y vil pirata! —dijo la reina con la intención de lanzarse por la ventana, pero ahí estaba Makintosh. Era imposible escapar del gyojin.
Las órdenes de la “reina” no tardaron en llegar a oídos de los generales del ejército de Terrel, quienes se mostraron perplejos ante la decisión de la figura más importante del reino, pero todo tenía una explicación. El novio de Miraeia, Roswell F. Fahrenheit, era en realidad un traidor que trabajaba para uno de los reinos vecinos. Había engañado a la reina con palabras bonitas y una historia de venganza con el propósito de debilitar la defensa del reino y, de esta manera, sería conquistado con suma facilidad. O esa era la versión que se había inventado Katharina. Habiendo imitado a la perfección tanto la letra como la firma de Miraeia, también anunció, a través de una carta de lo más formal, que la regencia pasaría a estar en manos de su hermano, Jonathan Terrel II, pues no se encontraba capacitada para gobernar luego de sufrir semejante traición.
Esa noche ningún barco abandonó las costas de la isla y se encarcelaron a los supuestos traidores, quienes estaban tan sorprendidos como los mismos ciudadanos. Sin embargo, no se supo nada del caballero Vala ni de Roswell. Se rumoreaba que consiguieron escapar de las fuerzas del reino, internándose en algún lugar; también se decía que fueron ejecutados y lanzados al mar por aquellos que salvaron a Terrel. En cualquier caso, el país tenía mucho que agradecer tanto a Katharina von Steinhell como al Ejército Revolucionario por desenmascarar tan elaborada traición.
—Agradecería mucho que no comercializases esas jodidas camisetas, Makintosh —le dijo la hechicera una vez en el puerto, al otro día. Había recuperado todas sus pertenencias y también llevaba un bulto, una “cosa” envuelta en una… alfombra—. Eres un revolucionario, debes estar en contra del sistema y todas esas mierdas.
No estaba segura de si comentarle que había dejado una ilusión de la reina en el castillo, una que desaparecería dentro de poco, una que imitaría el suicidio de Miraeia. Hasta había dejado una nota para que su muerte pareciese más real, una bonita despedida luego de ser traicionada por el amor de su vida. Quizás funcionaba, quizás no. Había hecho todo lo posible para que Jonathan se sentase en el trono, además de quitar a los potenciales opositores de su reinado.
—Gracias por la invitación, pero debo rechazarla. Tengo una banda que cuidar y a unos chicos que guiar, aunque siempre puedes venirte a… No, espera. Tú quédate en los Centellas, ¿vale? —le comentó, simulando una sonrisita nerviosa—. Toma mi contacto por si alguna vez necesitas de mí. Puede que algún día volvamos a trabajar juntos, puede…
Katharina subió al Horror Circus y abandonó la isla, dejando a la verdadera reina Miraeia en la prisión del barco. O más bien una cárcel improvisada que consistía en una bonita habitación con todas las comodidades habidas por haber. Ahora todo dependía de Jonathan.
Miraeia tomó la falda de su vestido para caminar con facilidad hacia la villana de turno con la intención de darle la bofetada de la autoridad, pero tropezó con el pie de uno de los caballeros inconscientes. Se dio de bruces contra el suelo y unas lágrimas escaparon de sus ojos mientras maldecía el cielo, el océano y cualquier cosa existente.
—Qué fastidio esta mujer… Tus hombres no abandonarán Terrel ni continuarás gobernando, Miraeia —le anunció la bruja, mirándole casi con aburrimiento al mismo tiempo que su cabello se volvía rubio y sus prendas se tornaban tan lujosas como las de la misma reina. Oh, y ahora tenía una bonita corona encima de su cabeza—. ¡No puedo creerlo! ¡La biblioteca...! ¡El castillo de mis ancestros! ¡Todo destruido por culpa de Roswell F. Fahrenheit y los caballeros traidores! —dijo con un excesivo tono dramático tan similar al de la propia Miraeia que daba miedo. Imitaba a la perfección su acento y las expresiones de su rostro.
—Esto no puede estar pasándome… ¡El mundo entero sabrá la verdad, pirata! ¡Todos se enterarán de que me has matado y has usurpado mi identidad! ¡La llama de la venganza…!
—Ya, cállate —le interrumpió Katharina; estaba cansadísima de escuchar quejas—. No he pensado en matarte, pero me estás dando muchas razones para cambiar de opinión. El Horror Circus será tu prisión y hogar por un buen tiempo… Siempre es bueno tener una reina como moneda de cambio, ¿sabes? El Reino de Terrel será gobernado por Jonathan Terrel II, o algo así.
—¡Prefiero morir a ser capturada por una sucia y vil pirata! —dijo la reina con la intención de lanzarse por la ventana, pero ahí estaba Makintosh. Era imposible escapar del gyojin.
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Las órdenes de la “reina” no tardaron en llegar a oídos de los generales del ejército de Terrel, quienes se mostraron perplejos ante la decisión de la figura más importante del reino, pero todo tenía una explicación. El novio de Miraeia, Roswell F. Fahrenheit, era en realidad un traidor que trabajaba para uno de los reinos vecinos. Había engañado a la reina con palabras bonitas y una historia de venganza con el propósito de debilitar la defensa del reino y, de esta manera, sería conquistado con suma facilidad. O esa era la versión que se había inventado Katharina. Habiendo imitado a la perfección tanto la letra como la firma de Miraeia, también anunció, a través de una carta de lo más formal, que la regencia pasaría a estar en manos de su hermano, Jonathan Terrel II, pues no se encontraba capacitada para gobernar luego de sufrir semejante traición.
Esa noche ningún barco abandonó las costas de la isla y se encarcelaron a los supuestos traidores, quienes estaban tan sorprendidos como los mismos ciudadanos. Sin embargo, no se supo nada del caballero Vala ni de Roswell. Se rumoreaba que consiguieron escapar de las fuerzas del reino, internándose en algún lugar; también se decía que fueron ejecutados y lanzados al mar por aquellos que salvaron a Terrel. En cualquier caso, el país tenía mucho que agradecer tanto a Katharina von Steinhell como al Ejército Revolucionario por desenmascarar tan elaborada traición.
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—Agradecería mucho que no comercializases esas jodidas camisetas, Makintosh —le dijo la hechicera una vez en el puerto, al otro día. Había recuperado todas sus pertenencias y también llevaba un bulto, una “cosa” envuelta en una… alfombra—. Eres un revolucionario, debes estar en contra del sistema y todas esas mierdas.
No estaba segura de si comentarle que había dejado una ilusión de la reina en el castillo, una que desaparecería dentro de poco, una que imitaría el suicidio de Miraeia. Hasta había dejado una nota para que su muerte pareciese más real, una bonita despedida luego de ser traicionada por el amor de su vida. Quizás funcionaba, quizás no. Había hecho todo lo posible para que Jonathan se sentase en el trono, además de quitar a los potenciales opositores de su reinado.
—Gracias por la invitación, pero debo rechazarla. Tengo una banda que cuidar y a unos chicos que guiar, aunque siempre puedes venirte a… No, espera. Tú quédate en los Centellas, ¿vale? —le comentó, simulando una sonrisita nerviosa—. Toma mi contacto por si alguna vez necesitas de mí. Puede que algún día volvamos a trabajar juntos, puede…
Katharina subió al Horror Circus y abandonó la isla, dejando a la verdadera reina Miraeia en la prisión del barco. O más bien una cárcel improvisada que consistía en una bonita habitación con todas las comodidades habidas por haber. Ahora todo dependía de Jonathan.
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