[Misión Osada ― West Blue] Terratemblor

Contratante: Micaiah Slavent.

Descripción de la misión: En Diamuird no tienen demasiado claro por qué sucede esto, pero es evidente que desde que aconteciese la tragedia relacionada con el Jinete del Apocalipsis la isla se ha convertido en el objetivo de un sinfín de seísmos de diversa envergadura que dificulta la reconstrucción de la misma. La mayoría no causan demasiadas repercusiones, puesto que las construcciones que están siendo edificadas son planificadas teniendo en cuenta este molesto capricho de la naturaleza. Sin embargo, recientemente hubo un terremoto que castigó especialmente la zona este de Slav Schatch, la más deprimida y falta de recursos.

Objetivo de la misión: se demanda ayuda para inspeccionar la zona y rescatar a cuantos supervivientes sean encontrados en el proceso.
Recompensa: medalla al mérito militar de ser marina o cinco millones de berries en caso de no serlo.

Menuda mañanita llevaba. Me encontraba en Diamuird, realizando otra misión, pero esta vez no iba de parte del cipher pool. Iba de forma personal. Ya llevaba una temporada por el West Blue ayudando en general a la mano firme, la compañía de arquitectos que estaban dedicándose a reconstruir el dañado mar. Aquello me otorgó ciertas ventajas que, sin dudarlo ni un momento, acepté. Podía meterme en los edificios de la cadena de arquitectos con todo tipo de lujos. Y aunque no me interesaba ir por ahí rapiñando cosas, las cuales no necesitaba, sí que tenía la garantía de tener cierta ventaja. Por eso mismo me encontraba saliendo de una sede de la mano firme con todo tipo de cosas encima.

La zona en cuestión a la que estaba llegando se llamaba Slav Scratch, en la cual debería encontrarme con un tal Micaiah Slavent. Ahí podría concretar exactamente qué podríamos hacer a la hora de buscar los supervivientes del seísmo. Me encontraba preocupada de lo que podríamos llegar a encontrarnos, pero tenía que ser fuerte y ayudar en lo máximo posible al West Blue. Los revolucionarios eran un parásito del mundo que no paraban de causar daño por causas absurdas y allí donde faltase la justicia, iría yo. Era horrible ver todo el entorno quebrado, con fisuras y casas derrumbadas. Muy seguramente usaría el dinero de esta misión para invertirlo en la mano firme y poder ayudar aún más a la zona.

Una vez llegué en la ubicación designada del contrato, me dirigí a Micaiah. Le hice una reverencia formal y después le ofrecí mi mano.

—Soy Rayne Von Valliere. Vengo a ayudar con el tema de los seísmos.

Si el pulpo quería llegar algún día a conquistar la isla a la que llamaba su hogar, necesitaba aliados. ¿Y qué mejor oportunidad para hacerse con el beneplácito de la isla si no era ayudando a sus gentes? Armado con su caravana de mascotas y el tractor cortesía de la esclava que acababa de acoger bajo sus muchos muchos tentáculos, el ningyo se mordía las uñas por el cholón de dinero que estaba por invertir.

—Tantas cosas... tanta comida... tantos putos materiales... tanto monta monta tanto —rumiaba, en desacuerdo con su propio plan.

Aunque había liberado a los esclavos que había comprado salvo a uno, estos no negaban en absoluto el siniestro discurso que les había dado en un principio. Les había sacado de allí, sí, ¿pero qué iban a hacer sin dinero en un mundo muy muy lejos de su hogar? A Beep la ágil mink oveja no le desagradaba en absoluto el trato de su nuevo jefe y a veces amo, mas a Laberne la mink vaca le escamaba el interés del pulpo por sus cuerpos, sus actos, sus vidas y... bueno, prácticamente todo lo que quedaba por saber. Rigatonni el tontatta no podía estar más feliz con su nueva vida, porque, aunque echaba de menos a su familia, el pulpo era un buen amigo  y un aún mejor cocinero.

El único que, por supuesto, no estaba deacuerdo con la nueva situación, era Otiak, o más bien Enebish, hermano gemelo del ningyo que, desde luego, distaba mucho de parecerse a él aparte de una primera impresión. Enebish era más fuerte, más tosco, y criado como un noble era, simplemente, un tipo intratable e inusualmente carismático que aún tenía mucho que aprender. Y desde luego lo primero que tenía que hacer era aprender a tratar mejor a su hermano.

—¿Vas a portarte mejor, Enebish? —preguntó Kaito, subido al tractor, viendo como el desgraciado de su hermano aún cargando el dispositivo explosivo de los esclavos y arrastrado por gruesas cadenas, engullía todo el barro del largo camino hasta Slav.

—¡Te mataré! ¡Te juro que te mataré, maldita mala imitación de los cojones! ¡Todo mi reino irá a por ti y ya verás, ya!

—No sé por qué no le has matado aún —canturreó Beep, afilando una de sus dagas antes de guardarla en los arneses de cuerpo que rodeaban y limitaban su cuerpo envuelto en lana—. Yo no me lo pensaría dos veces.

—Ya, pero es familia. Bueno, técnicamente no, pero sí. Eso creo. Sería muy raro que no lo fuera.

—¿Podríais dejar de hablar de matar a gente un maldito día? —mugió la oscura Laberne—. ¿Es que no tenéis ni un poco de respeto por la vida?

—Nope —baló.
—Meeeh... —añadió Kaito, moviendo su mano de lado a lado.

Era una pena que Rigatonni no estuviera y se hubiera quedado a cargo de la finca. En aquel momento hubiera dicho algo mafiosil, seguro. Pero bueno, por ahora estaba haciendo ñoquis, así que vamos a dejarle en paz un rato, que si no se le van a quemar.

La señal de Slav, y la visión de la ciudad al final del río, parecía cada vez más cercana. Pobre ciudad a medio derruir, y pobre de sus habitantes; más la ayuda ya estaba en camino tanto por mar como por tierra.



La visión del zoo en movimiento y el tractor tirando de las vagonetas repletas de productos frescos y refrigerados era algo sacado de una fantasía muy rara. Aquello, conjunto al destrozo de los edificios y la tristeza de sus gentes, hacían un retrato un tanto curioso de la realidad que tenía lugar, y la verdad es que pocos o ninguno eran capaces de descifrar qué demonios estaba pasando en el pobre pueblo de Slav. Especialmente con un señor pulpo siendo arrastrado mientras gritaba improperios a un clon libre y silencioso.

Levantando una mano hacia su conductora para que parase, Kaito bajó del mugriento tractor para acercarse apoyándose en su largo bichero como un pastor de las más rara de las iglesias hasta la casa del contratista. Llegaba el segundo a la carpa eregida para dar cobijo a los sin hogar y los trabajadores, aunque no por mucho. Pasando entre las telas se dirigió hacia los camastros improvisados a los que solo unos pocos afortunados habían conseguido llegar. Ah... el olor de una buena enfermería le entusiasmaba y repugnaba a partes iguales.

—¿Dónde está el Señor Micaiah Slavent? Vengo por la petición de ayuda.

La enfermera no tardó mucho en decirle que era el complejo de tiendas de enfrente. Mas Kaito tardó el doble, o el triple, de pronunciar la oferta de sus productos para aquellos pobres desgraciados.

—¿Gratis? —dijo sorprendida aquella mujer.
—Sí... gra....gra....—¡Ah, cómo le costaba decir aquella palabra cuando era él quien soltaba—. Eso.

Y con aquello fue acompañado por uno de los médicos menos ocupados para contarle la buena noticia al señor Slavent.

Antes de poder concretar nada, apareció el pulpo que había visto anteriormente en la misión del maletín. Y no solo era un problema verle, si no que encima iba con un montón de gente por detrás. No consideraba que aquello fuese correcto, ni mucho menos, y como había una diferencia entre ellos de poder notable, decidió hacerse la loca y empezó a andar de forma totalmente normal.

—Oh no, el tío ese otra vez. —Musitó algo preocupada

Y no solo iba con toda la camada entera, así que tuvo que decidir irse de ahí lo más rápido posible, haciendo que solo pasaba por ahí y desapareciendo por otro lado. Anteriormente había ido con una de sus identidades secretas, cosa la cual no le preocupaba para nada. Así que simplemente parecería una civil normal marchándose sin hacer nada por ahí. Le fastidiaba no poder ayudar por ahora al West Blue, pero se esperaría para más adelante. Por lo menos había hecho acto de presencia.

Aclaración:

El señor Slavent era un hombre ocupado, pero de todos los miembros de su familia era el que menos lo estaba. Por esa razón, y no menos, fue el designado para aplacar antes de que se levantara la revolución que iba a nacer en el este de su isla dada la miseria de aquel lugar. ¡Ah, cómo se callaban las bocas con un mínimo de falsa preocupación y un poco de dinero para los que habían perdido mucho más que bienes materiales! Limpiándose el jubón de las pastas que había ofrecido a su anterior visita y que él mismo se había autoinvitado, el sano Micaia extendió una mano y una larga sonrisa propia de un buen comercial. Era uno de esos burgueses que siempre había soñado ser noble, y poco le faltaba a toda su familia para conseguirlo, la verdad.

—¡Vaya por dios, no esperaba que un ningyo saliese del mar a ayudar a las gentes de Diamuird! —clamó dándose cuenta demasiado tarde de que lo que iba a estrechar no tenía huesos. Reprimió la arcada al sentir la pegajosa humedad de las ventosas contra su piel todo lo bien que pudo—. Me alegra que esté aquí y haya traído tanto y tantos consigo... Mas lamento informarle de que los millones son a repartir.

Tranquilo, con una parsimonia que más bien se debía al soberano aburrimiento, Kaito contempló a aquel hombre y su ligero sobrepeso con los ojos entrecerrados. No era una buena pieza.
—Como alcalde por defecto del pueblo de Gyol, no podía quedarme quieto viendo como el resto de la isla perecía por las consecuencias del jinete...

—¡Por favor, no exagere! Solo son unos cuantos pueblos los que han sufrido más de la cuenta —dijo tranquilizador—. Algo pasa aquí que es diferente, pero no sabemos bien el qué.

Asintiendo, sin contribuir más a la conversación que con un incómodo silencio, el pulpo continuó erecto echando un vistazo por la cara tienda de su patrón y pasó a devorar hasta el más mínimo detalle de sus guardias.

—¿Ha dicho que venía de Gyol?
—Sí, me hice con él tras arrebatarselo a los Pigmusher, que estaban actuando como tiranos. Además tengo en propiedad la mayoría de sus terrenos y granjas, por no decir todas, y exporto gran cantidad al resto de isla y alrededores. Lo cierto es que he sacado una buena tajada a partir de la miseria.

Pudo apreciar el desprecio en la fría mirada de los guardias que, rectos como estatuas, flanqueaban ante la incómoda verdad dicha sin tacto.

—Es usted implacable, señor Takumi —comentó, aunque bien sabían ambos que había cierta admiración en aquella frase.

—Soy...—Sonrió ante la verdad que había descubierto hace poco— real... Y si ahora me disculpa, voy a buscar por la zona con mis cerdos mientras mis científicos realizan las pruebas para triangular el origen del problema. Toodaloo~~...

Y con aquello abandonó la escena para encontrarse a las gentes de su pueblo que habían querido acompañarle repartiendo los cultivos que tanto le había costado sacar de la tierra. Qué poco le gustaban aquellos actos de caridad que se forzaba a hacer para que una sociedad en ruinas reemergiera. Llamó a sus tres cerditos, y con ellos se fue a buscar los cuerpos con o sin vida que yacían entre los escombros al Este del Slav.

—Vigila. —mandó a Suchu, con objetivo a su recién encontrado hermano.

Un cocodrilo era persuasión suficiente para alejar a los curiosos del pobre desgraciado atado.

Ah sí, los tres mosquecerdos de Kaito cumplían a la perfección su función. Con sus recortados pero abrumantemente finos hociquillos eran capaces de discriminar los simples escombros de las verdaderas tumbas donde habían sido enterrados, con o sin vida, los pobres lugareños. Dando vueltas sobre los lugares y dando gruñiditos de alegría, los cerditos eran recompensados con caricias de cariño y algún que otro trocito de piensos preparados con mucho mimo.

Solo había un problema al que Kaito, siempre ocupado, no le había dedicado mucho esfuerzo. ¿Cómo carajos iba a sacar de allí a la gente?

—Hmm... —rumió, rascándose la cabeza a ver si aparte de alguna liendre podía sacar un pensamiento apropiado—. No podría cortar los escombros, la cosa es que salgan con vida... Y como me ponga a desenterrar a mano nos van a dar aquí demasiados días como para que salgan vivos...

—¿Y por qué no pides ayuda?

Del susto Kaito ya había desenfundado la umigatana, y el dedo que tenía sobre el gatillo hubiera cumplido su cometido de no ser por la larga daga que ahora tenía en el cuello.

—Joder, Beep, qué puto susto.
—¿¡Tú hablas de susto?! ¡He visto lo que haces con esa cosa! —se quejó, presionando con su frente la suya.
—¿Has cambiado de opinión con eso de formar una pareja?

Con una mueca de amargura, más que de desagrado, la chica se le separó y suspiró frunciendo el ceño.
—Tú si que sabes cómo tratar a una señorita, ¿eh?

Simplemente se encogió de hombros. El cortejo le era algo ajeno si no cumplía las ritualísticas condiciones de muchas de las especies de animales que tanto quería. El tonto del pelirrojo abrió la boca para preguntar, pero fue cortado. Afortunadamente no por un cuchillo.

—No, Kaito, no he cambiado de idea —baló, aclarando al pobre tonto.
—Pues vale... —volviendo a mirar a la pila de escombros bajo la cual desafortunadamente los pocos supervivientes no eran capaces de oir el dueto cómico que tenían arriba, Kaito suspiró—. ¿Y se te ocurre alguna idea para sacar a la gente viva de bajo las ruinas?
—Quizás con el tractor podríamos mover las piedras...
—Muy alto, si tuviera algún rastrillo o escavador a lo mejor.
—Podrías pedir ayuda a la gente.
—Hm... Pues sí. Eso va a tener que ser. Yo marco y que desentierren ellos. Así me llamarán por lo menos flojo —comentó con desagrado—. Eso va en contra del plan de hacerme famoso.
—Ya... pues lo tienes difícil.

—En fin...—suspiró el ningyo—. Iré marcando con tinta los sitios primeros y cuando termine quizás se me ocurra algo. En otro orden de cosas... ¿Has cambiado de opinión ahora?
—Que no, leñe.
—Y ¿qué tendría que hacer para hacerte cambiar de opinión? ¿Hacerte un baile?
—No.
—¿Construirte un nido acogedor?
—No...
—¿Violarte...?
—¡Kaito, por dios!
—¡¿Qué?! ¡Los delfines lo hacen! ¡Y los patos!

Notando, quizás demasiado tarde, que cada vez que abría la boca lo único que conseguía es que la dama diese un paso más hacia atrás, Kaito se decidió por cerrar la boca. Había lo menos ya treinta manchas marcando las tumbas de los pobres desgraciados que si acaso podían respirar, lo hacían a través de una nube de cemento. El pulpo sabía bien que era débil, al menos en lo que se refería a cargar escombros.

—¡Vicentín! —llamó con una larga sonrisa.

Y para comodidad del lector, traduciremos lo que pasaba por la mente de aquella oronda criatura de textura limosa y olor a caca.

—¿Es la hora de comer, mami? ¡Tengo hambre! —dijo a través de esos puntitos que eran sus ojos.
—A ver, necesito que empujes estos escombros así —le contestó haciendo un esfuerzo para demostrarle la idea—. Venga, ahora tú.
—¿Qué hay de comer? ¿Y la comidita?
—Vamos, Vicentín... concéntrate... Hay que... empujar —empujó—, los escombros...

Parpadeando como la cosa inútil y tonta que era, el limo miró el gesto de su amo y se acercó. ¿Habría captado la idea?

—Hmm...—besuqueó la roca con su boquita—¡No cabe! ¡Y no sabe bien! ¡Esta comida no me gusta!

Kaito exhaló con una contenta desesperación. No podía culpar a Vicentín de ser lo que era, y acariciando su enorme y gomosa frente le dio algo mucho mejor que algo para comer. Y luego se rebuscó un azucarillo como guarnición para el infinito cariño que le tenía a la criatura.

—Pues a ver qué puñetas hago.

Sentía sobre su piel aquella innata sensación de una inminente lluvia. Y el cielo a lo lejos estaba oscuro, lleno de agua y truenos.

Habían pasado unos días y yo aún continuaba de regreso por la Gran Ruta, ciertamente la travesía de haber entregado vivo al lugarteniente de Jefferson, Michel, había terminado resultando una de las más correosas que de costumbre, ya que había tenido que retroceder hasta la pequeña Little Paradise para hacer entrega del corsario al propio carnicero el cual no si bien no estaba del toda insatisfecho no parecía del todo complacido por no haber logrado la cabeza del capitán.

“Un grupo se adelantó” fue la explicación que di al carnicero, el cual pareció entrar en razón y terminar de acceder accederme una línea de contacto, por lo que uno de los objetivos principales del viaje había sido cumplido. Aunque cierta manera, yo me sorprendí de la noticia al leerla en los propios periódicos, al parecer unos pocos cazadores del gremio habían logrado detenerlo en las cercanías de la plaza, lo cual me continuaba dejando con varias preguntas ¡acaso Michel deseaba abandonar a su capitán? ¿Tanta confianza tenía en su capitán? Fuera como fuera el pirata se negó a contestar a pesar de los métodos de tortura a los que le sometí.

Aunque el principal motivo por el que me había ocultado en la isla durante algunas semanas había sido otro, que el de desaparecer de la faz de la tierra durante algunos días, ya que los periódicos trajeron otra noticia y esta no me resultó muy desagradable. Al parecer la marina se había encargado de actualizar la lista de criminales tras los eventos de la carrera y para mi sorpresa uno de los carteles correspondía a mi cabeza, William White, con una recompensa inicial de setenta millones. Al parecer el gobierno había decidido finalmente poner precio a mi cabeza, ya que al asesinar a Priscila había rebasado una línea inadmisible para los altos mandos.

Tras una reunión con mi grupo de confianza, O’Connell, Binks, Chalmers y Ann, la cual se encontraba escuchando a través del terminar Ubuntu, todos comunicaron u preocupación por la nueva circunstancia, todos preguntaban por como serían las cosas a partir de ahora, ya que de una u otra manera habíamos sido capaz de zafarnos de ser descubiertos hasta ahora, éramos ladrones y para un ladón no había nada más importante que el anonimato, mucho más si tenía en cuenta el reducido grupo que lideraba.

-Sea como sea una reunión para iniciar nuestro siguiente movimiento no sería nada descabellado- mencioné al grupo terminado de concluir que debíamos de regresar a nuestro bastón de Baristan, el cual sería mucho más seguro que nuestras oficinas en la burocrática ciudad de Goa -Llamaré a Kaito, y se lo comunicaré, tú por tu lado quédate en Goa y mantenedme informado, no podemos abandonar nuestras pociones e influencia en la ciudad. Buena suerte Ann- concluí despidiéndome de la muchacha de cabellos azabaches con cierta pesadez y colgando el terminal para acto seguido llamar al diabólico pulpo, el cual una vez más me había dejado en la estacada -Una más y…-pensé para mis adentros mientras marcaba con furia los números de su terminal.

Uno, dos, tres fueron las veces que comunicó el teléfono antes de contactará un sujeto al otro lado de la línea y para mi sorpresa no se trataba del criminal, sino de uno de esos tonttatas con ese acento tan cerrado del West, el hombre anunció que se trataba de una pizzería.

Yo me quedé anonadado ante tal relevación e incluso, vacilé pensando que había marcado mal, al preguntar por el señor Black el pequeño respondió dando otro teléfono de den, ya que al parecer no se encontraba en el local. Tras agradecer forma cortes y colgar, solté un profundo suspiro, al parecer la criatura del mar no había a que me refería con garantizar una línea segura significaba evitar el acceso al terminal por cualquiera de los medios posibles.

-Soy White, me ha sorprendido la facilidad que tienen tus hombres para acceder al Ubuntu ¿Pretendes acaso lapidar la única línea segura que tengo? -increpé sin más dilación con un tono neutro pero que manifestaba una molestia fragante -En fin, no te llamó por eso ¿Has visto los periódicos? El gobierno ha actualizado varios carteles y debemos tomar medidas de carácter urgente, he reunido a todos en Baristan en un plazo de dos semanas, os iré informando- concluí con pesadez, para una vez que escuchará la confirmación de Black colgar.

Solo esperaba que esta vez el canibal tuviera la decencia de aparecer.

Nota para el mod:

El bueno de Mochi, oculto en el pequeño área entre el cuello y los pliegues de la capucha, comenzó a sonar. ¿Quién podría ser a estas horas?, se dijo Kaito con un gruñido, mientras su mente le daba vueltas al problema que parecía no tener solución.

—Lo tengo puesto con el resto de teléfonos, ¿qué le voy a hacer? Es más fácl ocultar una aguja en un costurero que en un pajar —le contestó, con la bocachancla que tenía a veces—. No me da por leer mucho la prensa, la verdad, aunque últimamente he ido mirando los carteles de Wanted, así que estoy al tanto. ¿Dos putas semanas? ¿Y yo cuando voy a recoger las habas? —se quejó, conociendo de antemano la respuesta del ahora criminal—. En fin, iré; llevaré algo para picar.

Tras colgar y agradecer a su mascota su labor con una pequeña caricia, Kaito fue plenamente consciente de que la conversación había sido escuchada. No se debanó mucho los sesos en si aquello era peligroso, pues Beep gozaba en parte de su confianza.

—Creo que me "rindo". Voy a hacerlo a mano y con un poco de suerte los lugareños nos echarán una mano para quitar los escombros. No se puede hacer más con lo que tenemos, la verdad.

—Oh, vale —comentó la oveja, a la que poco podían importarle las vidas de los desagradables humanos—. Por cierto, ¿quién era?

—Uno que se cree jefe mío o algo. Por ahora no le he visto dar un palo al agua y no me sirve de nada; de hecho ahora solo me da problemas.

—Pues no vayas, ¿no?

—Ya veré lo que hago. Puede que le saque alguna utilidad a sus contactos.

Parándose un momento para contemplar la belleza de la muchacha, Kaito analizó las presencias a su alrededor. Todo allí apestaba a sufrimiento, y la leve esperanza de los pocos que sobrevivían bajo tierra se extinguía lenta e inexorablemente; a la misma velocidad que se les acababa el aire y la esperanza.

—Es curioso... La vida de estas personas no debería importarme más que por el pago, pero a medida que desarrollo el sentido que llamáis haki, más difícil me es mantener la cabeza fría.

—No le des vueltas, son humanos —baló como venganza a todo lo que le habían hecho.

—Todo el odio que tienes solo te emponzoña, ¿lo sabes?—comentó el pelirrojo—. Cuando lo dejas ir se vive mucho, mucho mejor... En fin, haremos lo que podamos.

—Harás. Yo no pienso mover una roca por ellos. Anda y que se mueran.

A Kaito no le importaba cobrar. De hecho estaba allí simplemente para ganarse un poco de fama a costa del incompetente gobierno de los Slav; que no eran capaces de salvar a sus propias gentes. Tras volver allá donde la gente se reunía y gozaba de la comida que había traido, comunicó a Laberne, ocupada en determinar el epicentro de los terremotos con sus cacharrejos de física, las malas noticias. Ella lo entendió, pero a diferencia de Beep que casi parecía regocijarse en la miseria ajena, la vaca demostraba una empatía casi maternal.

—Debemos organizarlos entonces, ya habrá tiempo de analizar estos datos.

Y pese a que su herencia domesticada era una verguenza para los mink, el pueblo que nacía como guerrero, estuvo ahí quitando piedras con más ímpetu que el resto. Mas pronto llovería, y aquello bien lo sabían los dos hijos del mar que eran las dos caras opuestas de una moneda mal acuñada.

—Tu eres fuerte, ¿no? —inquirió Kaito, de manera retórica.
—Más de lo que tú nunca serás, burda copia. Enfréntate a mí, cobarde. No me has soltado desde que me compraste porque tenes miedo de mí y de la paliza que te voy a dar.
—Ahá... Lo cierto es que sí. A diferencia de tí, soy una persona bastante cobarde —aclaró, con una tranquilidad plena.

Perplejo, como el abusón que no lograba causar el efecto que quería en su víctima, el pulpo inverso templó por un momento su rabia.
—Si prometo ayudaros a todo esto de salvar a la gente... ¿me darás lo que quiero?
—¿Sigues empeñado en demostrar que eres mejor que yo?
—Pues claro, porque lo soy.
—Añade que me cuentes toda la historia, y trato hecho.
—Hm.... ¿Y cómo voy a fiarme de tí?
—Realmente no puedes. Si algo he aprendido es que no puedes fiarte de nadie. Algo que parece que tú aún tienes por aprender... hermano —la palabra le dejó un gusto amargo en los labios—. Pero quiero conocer a nuestra madre.
—El reino es mío. No tienes por qué conocerla.
—Por supuesto que el reino es tuyo, ¿cómo no iba a serlo si me abandonó? Al más débil de los dos —añadió, alimentando su ego.
—Supongo que no habría problema... Así podré escuchar cómo vio el potencial que tenía nada más nacer.

El libre asintió y, casi de manera reticente, soltó las ataduras de su hermano con los múltiples candados. Al llegar al yugo del cuello, no se detuvo. Frotándose la piel lastimada por el peso del metal, el artista marcial de ojos de fuego miró a los ojos vacíos del ninja del mar. Lanzando su puño a la cara a una velocidad pasmosa, detuvo el ataque a apenas unos centímetros del rostro que también era suyo.

—Que no....—bromeó, con una larga sonrisa—. No soy tan rastrero como para no darte un combate justo... Solo quería saber si te fiabas de mí.

Obviamente, Otiak no comprendía ni veía la curva del bichero que, de haber impactado su ataque en Kaito, se hubiera clavado entre las vértebras de su cuello. Moviendo el palo hacia un lado con la excusa de mover a sus mascotas, que habían también reaccionado al acto de agresión, Kaito esbozó una pequeña sonrisa.

—Cuánta amabilidad.