Debían ser sobre las once y media de la mañana, casi medio día. Una hora bastante ruidosa en la que a la mayoría le costaría mantener el sueño, de no encontrarse ya despiertos. No era el caso de Hazel. La albina, pese a encontrarse en la bodega de un barco que hacía a sus veces de despensa —así como de hospedaje para unos treinta pasajeros más aparte de ella— parecía mantenerse profundamente dormida, prolongando su descanso tras una noche de beber y acostarse tardísimo, evitando de aquella forma la jaqueca de su vida, seguramente.
¿Y cómo había acabado a parar a ese lugar? Pagando, por supuesto. La cazadora se encontraba de regreso a su «hogar» dulce hogar tras una cacería de varios meses. Tanto trabajo para tan poca recompensa. Digamos que aquel trabajo que tanto prometía había resultado en una basura de recompensa. ¡Los criminales habían hecho estallar por los aires todas sus pertenencias! ¿Qué clase de subnormal tenía esas ideas de bombero? El cabreo que llevaba encima la niña había hecho que ni siquiera el cortarles la cabeza para desquitarse había servido para desquitarse. Simplemente se limitó a dejar las cabezas colgando en una pica delante del primer cuartel de la marina que pudo encontrar, esperando por su pago —cinco millones de berries, tras pagar su billete de barco—, el cual llevaba en aquel momento guardado en una bolsa de cuero entre sus pertenencias, situadas cuidadosamente al lado de la viga que hacía de soporte para una de las esquinas de la hamaca improvisada que estaba usando de cama. A su lado se encontraban dos de sus espadas, mientras que la tercera —pues no se había llevado su estoque consigo— descansaba sobre su regazo, a mano por si tenía que cortar la mano a quien se le ocurriera acercársele mientras dormía.
Volviendo a nuestro relato, lo cierto es que aquello le había dejado un terrible sabor de boca, más viendo lo que costaba el ir desde el paraíso hasta cualquiera de los blue, en este caso el North. Tal fue el disgusto que tardó menos de un día en encontrar a quien fuera camino del Paraíso por su misma ruta para volver a la Isla cactus, lugar en el que se encontraba asentada desde hacía un par de años.
Y ahí estaban, a escasas horas de viaje. Desde la cubierta del barco ya se podía observar la peculiar silueta de la isla, un cactus enorme situado en el horizonte, con espinos abultados que no eran sino lápidas de vete tú a saber quién. Alguna vez, por curiosidad, la joven había preguntado por ellas a los lugareños, pero llevan tanto tiempo que ni ellos sabían decirle si de verdad había alguien enterrado debajo o era simple atrezo. Tanto daba. Aquella aparentemente amigable isla era condenadamente retorcida a su manera. Quizás por ello se había quedado a vivir ahí. ¿El gremio de cazadores? Una nimiedad, aunque le resultaba útil.
Alguien gritó tierra a la vista arriba, y ella no pudo sino forzarse a despegar los ojos de mala gana antes de que vinieran a hacerlo por ella. Se tomó su tiempo, frotándose los ojos y estirándose como un gato antes de quedar sentada sobre la tela, con la espada a su siniestra. Sus ojos buscaron en primera instancia sus pertenencias, relajándose al ver que seguían exactamente como las había dejado. Se levantó y echó su bolsa al hombro antes de asomarse por la escotilla a mirar. El cielo estaba nublado, perfecto para que ella pudiera salir sin preocuparse por su piel. Vestida con un bikini, una chaqueta corta negra, un pantalón corto del mismo color y botas altas… Negras también, claro, la joven se acomodó el corto cabello y colocó sobre su cabeza unas gafas de sol, por si este decidía volver, antes de salir a cubierta. No era de su gusto el encontrarse fuera con tanta gente de un lado a otro, pero le daba aún más ansiedad quedarse abajo como un gusano, así que se acomodaría junto a la barandilla esperando a tocar tierra. Horas después estaría descendiendo de la embarcación en el puerto de Whiskey Peak. Ahora la pregunta era si ir directamente a casa o pasarse por la taberna antes para ver si encontraba algún cartel interesante en el tablón de la entrada.
¿Y cómo había acabado a parar a ese lugar? Pagando, por supuesto. La cazadora se encontraba de regreso a su «hogar» dulce hogar tras una cacería de varios meses. Tanto trabajo para tan poca recompensa. Digamos que aquel trabajo que tanto prometía había resultado en una basura de recompensa. ¡Los criminales habían hecho estallar por los aires todas sus pertenencias! ¿Qué clase de subnormal tenía esas ideas de bombero? El cabreo que llevaba encima la niña había hecho que ni siquiera el cortarles la cabeza para desquitarse había servido para desquitarse. Simplemente se limitó a dejar las cabezas colgando en una pica delante del primer cuartel de la marina que pudo encontrar, esperando por su pago —cinco millones de berries, tras pagar su billete de barco—, el cual llevaba en aquel momento guardado en una bolsa de cuero entre sus pertenencias, situadas cuidadosamente al lado de la viga que hacía de soporte para una de las esquinas de la hamaca improvisada que estaba usando de cama. A su lado se encontraban dos de sus espadas, mientras que la tercera —pues no se había llevado su estoque consigo— descansaba sobre su regazo, a mano por si tenía que cortar la mano a quien se le ocurriera acercársele mientras dormía.
Volviendo a nuestro relato, lo cierto es que aquello le había dejado un terrible sabor de boca, más viendo lo que costaba el ir desde el paraíso hasta cualquiera de los blue, en este caso el North. Tal fue el disgusto que tardó menos de un día en encontrar a quien fuera camino del Paraíso por su misma ruta para volver a la Isla cactus, lugar en el que se encontraba asentada desde hacía un par de años.
Y ahí estaban, a escasas horas de viaje. Desde la cubierta del barco ya se podía observar la peculiar silueta de la isla, un cactus enorme situado en el horizonte, con espinos abultados que no eran sino lápidas de vete tú a saber quién. Alguna vez, por curiosidad, la joven había preguntado por ellas a los lugareños, pero llevan tanto tiempo que ni ellos sabían decirle si de verdad había alguien enterrado debajo o era simple atrezo. Tanto daba. Aquella aparentemente amigable isla era condenadamente retorcida a su manera. Quizás por ello se había quedado a vivir ahí. ¿El gremio de cazadores? Una nimiedad, aunque le resultaba útil.
Alguien gritó tierra a la vista arriba, y ella no pudo sino forzarse a despegar los ojos de mala gana antes de que vinieran a hacerlo por ella. Se tomó su tiempo, frotándose los ojos y estirándose como un gato antes de quedar sentada sobre la tela, con la espada a su siniestra. Sus ojos buscaron en primera instancia sus pertenencias, relajándose al ver que seguían exactamente como las había dejado. Se levantó y echó su bolsa al hombro antes de asomarse por la escotilla a mirar. El cielo estaba nublado, perfecto para que ella pudiera salir sin preocuparse por su piel. Vestida con un bikini, una chaqueta corta negra, un pantalón corto del mismo color y botas altas… Negras también, claro, la joven se acomodó el corto cabello y colocó sobre su cabeza unas gafas de sol, por si este decidía volver, antes de salir a cubierta. No era de su gusto el encontrarse fuera con tanta gente de un lado a otro, pero le daba aún más ansiedad quedarse abajo como un gusano, así que se acomodaría junto a la barandilla esperando a tocar tierra. Horas después estaría descendiendo de la embarcación en el puerto de Whiskey Peak. Ahora la pregunta era si ir directamente a casa o pasarse por la taberna antes para ver si encontraba algún cartel interesante en el tablón de la entrada.
William White
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Habían pasado ya cerca de un par de semanas desde los eventos de Shabondy de los cuales el mundo todavía continuaba haciendo eco, unos días menos desde que hiciera una pequeña parada en Little Paradise con el propósito de enfriar y dejar que la presión se relajará. Para empeorar la situación, ahora tenía la certeza de que una jauría de cazarrecompensas iba tras él. De hecho, en lo que llevaba de viaje, ya había tenido que lidiar con dos importantes cazadores, los cuales se habían reusado de unirse a su grupo, y, por lo tanto, ahora dormían con los peces.
Me encontraba en mi camarote del capitán, el cual estaba prácticamente a oscuras con tan solo el tintineo de luz que desprendía la lampara de Allhazread a pesar de que rondaríamos el medio día, me encontraba absortó en la lectura de una de las bitácoras de los hombres que había asesinado, Jean Von Giorno, la cual reflejaba los trepidantes últimos días del cazarrecompensas. Si bien inicialmente solo buscaba información de como había logrado seguirle el rastro y si alguien más conocía su paradero, su interés se volvió otro a medida que fue indagando en aquellas páginas del libro de encuadernación de cuero marrón. Y es que, por casualidades, el intrépido cazador se había embarcado en la búsqueda de un misterioso lugar en las cercanías de Jaya. Si bien el relato en el que había fundamentado su viaje era poco más que una leyenda y una recopilación de varios rumores. Su narrativa me invitaba a soñar con la existencia de esos paraísos en el cielo, y es que si algo me había aprendido del paraíso, es que allí no existía el significado de la palabra inverosímil, y que lo extraordinario se tornaba rutinario.
Pasaba una a una las páginas, extasiado por las promesas de oro y fama, buscando el menor indicio o la más mínima pista que me indicará algo. Pero nada me indicaba algo más allá del que el diario no había pertenecido inicialmente a Jean, sino a un aventurero de hace siglos había iniciado la misma búsqueda que él, en un idioma que a pesar de mis conocimientos resultaba tosco y poco agradable, haciendo de su traducción una tarea lenta y titánica, que si bien no resultaba agradable me ayudaba a alejar de mi mente el problema que suponía tener setenta millones por la cabeza.
—Creo que iré a visitar a Enyaba— comenté de forma causal a Colins el cual se encontraba tumbado en el sofá del camarote en un estado algo somnoliento, tal como indico el bostezo que propinó tras el comentario —El libro menciona a una bruja de nombre de Karma, y es posible que la tarotista haya oído algo acerca la mujer— mascullé
—¿No piensas dormir nada ni nada? ¿Cuánto llevas sin dormir? ¿Cuatro o cinco días?— preguntó el músico el cual apenas daba crédito a mi persistencia —No debería recordarte que casi mueres hace un par de semanas, no muy lejos de aquí— dijo mientras señalaba a la herida que me había propinado la agente de la Cipher Pol, la misma que había ocultado gracias a los poderes de mi fruta del diablo.
—No pienso vivir con miedo, ya lo hice en una ocasión y no salió nada bueno de ahí. Y créeme cuando te digo que el gobierno tiene asuntos más importantes por lo preocuparse— comenté disgustado con la idea que se me hiciera de menos, hasta ahora había evitado cuidadosamente el obtener precio por su cabeza, y que se hubiera descuidado ahora no había sido otra cosa que un golpe de infortunio, uno más en su carrera. Y esta vez no pensaba ocultarse tal como había pasado durante los eventos de Grey Rock, enfrentaría a todo aquel que se interpusiera en si camino sin la más mínima dilación.
Colins chasqueó la lengua para mostraba su disconformidad con lo que acaba de decir, el truhan era un hombre que gustaba más de engaños y de sutileza, y entendía y compartía sus preocupaciones. Por lo que, tras propinar un largo suspiro, accedí a mostrarle en lo que había estado trabajando durante las noches en Little Paradise. Primero el cuerpo dio un pequeño espasmo, una sensación desagradable recorrió mi cuerpo, como si en mi cuerpo se hubiera desencajado algún hueso, acto seguido le rostro comenzó a derretirse y hacer una serie de movimientos erráticos, los cuales se relajaron al cabo de un segundo y lentamente se fueron amoldando a una nueva figura.
Colins se comenzó a levantar lentamente, primero alarmado, posteriormente asustado y finalmente integrado. No daba crédito a lo que veían sus ojos y es que ante él no estaba ni más ni menos que el fallecido Jean, todo, desde rostro hasta la complexión, todo resultaba idéntico al joven del que habían encargado día antes.
—No es perfecto— anuncié mientras me miraba complacido en el espejo, mirándome los perfiles y retocándome el peinado —Pero sin lugar a duda en digno de unos de tus trabajos de maquillaje ¿No crees?— anoté con un tono jovial, mientras el artista se acercaba para palpar lo que no era capaz de dar crédito con los ojos, el hecho de un trabajo que al él lo había llevado horas era capaz de reproducirse en tan solo unos segundos mediante los poderes de una fruta del diablo —Bueno marcho, sinceramente no se cuánto me puede llevar, ya conoces a esa bruja— finalicé mientras llevaba la mano al pomo de la puerta y abandonaba las comodidad de la corbeta “Brahma de Agni”.
Me encontraba en mi camarote del capitán, el cual estaba prácticamente a oscuras con tan solo el tintineo de luz que desprendía la lampara de Allhazread a pesar de que rondaríamos el medio día, me encontraba absortó en la lectura de una de las bitácoras de los hombres que había asesinado, Jean Von Giorno, la cual reflejaba los trepidantes últimos días del cazarrecompensas. Si bien inicialmente solo buscaba información de como había logrado seguirle el rastro y si alguien más conocía su paradero, su interés se volvió otro a medida que fue indagando en aquellas páginas del libro de encuadernación de cuero marrón. Y es que, por casualidades, el intrépido cazador se había embarcado en la búsqueda de un misterioso lugar en las cercanías de Jaya. Si bien el relato en el que había fundamentado su viaje era poco más que una leyenda y una recopilación de varios rumores. Su narrativa me invitaba a soñar con la existencia de esos paraísos en el cielo, y es que si algo me había aprendido del paraíso, es que allí no existía el significado de la palabra inverosímil, y que lo extraordinario se tornaba rutinario.
Pasaba una a una las páginas, extasiado por las promesas de oro y fama, buscando el menor indicio o la más mínima pista que me indicará algo. Pero nada me indicaba algo más allá del que el diario no había pertenecido inicialmente a Jean, sino a un aventurero de hace siglos había iniciado la misma búsqueda que él, en un idioma que a pesar de mis conocimientos resultaba tosco y poco agradable, haciendo de su traducción una tarea lenta y titánica, que si bien no resultaba agradable me ayudaba a alejar de mi mente el problema que suponía tener setenta millones por la cabeza.
—Creo que iré a visitar a Enyaba— comenté de forma causal a Colins el cual se encontraba tumbado en el sofá del camarote en un estado algo somnoliento, tal como indico el bostezo que propinó tras el comentario —El libro menciona a una bruja de nombre de Karma, y es posible que la tarotista haya oído algo acerca la mujer— mascullé
—¿No piensas dormir nada ni nada? ¿Cuánto llevas sin dormir? ¿Cuatro o cinco días?— preguntó el músico el cual apenas daba crédito a mi persistencia —No debería recordarte que casi mueres hace un par de semanas, no muy lejos de aquí— dijo mientras señalaba a la herida que me había propinado la agente de la Cipher Pol, la misma que había ocultado gracias a los poderes de mi fruta del diablo.
—No pienso vivir con miedo, ya lo hice en una ocasión y no salió nada bueno de ahí. Y créeme cuando te digo que el gobierno tiene asuntos más importantes por lo preocuparse— comenté disgustado con la idea que se me hiciera de menos, hasta ahora había evitado cuidadosamente el obtener precio por su cabeza, y que se hubiera descuidado ahora no había sido otra cosa que un golpe de infortunio, uno más en su carrera. Y esta vez no pensaba ocultarse tal como había pasado durante los eventos de Grey Rock, enfrentaría a todo aquel que se interpusiera en si camino sin la más mínima dilación.
Colins chasqueó la lengua para mostraba su disconformidad con lo que acaba de decir, el truhan era un hombre que gustaba más de engaños y de sutileza, y entendía y compartía sus preocupaciones. Por lo que, tras propinar un largo suspiro, accedí a mostrarle en lo que había estado trabajando durante las noches en Little Paradise. Primero el cuerpo dio un pequeño espasmo, una sensación desagradable recorrió mi cuerpo, como si en mi cuerpo se hubiera desencajado algún hueso, acto seguido le rostro comenzó a derretirse y hacer una serie de movimientos erráticos, los cuales se relajaron al cabo de un segundo y lentamente se fueron amoldando a una nueva figura.
Colins se comenzó a levantar lentamente, primero alarmado, posteriormente asustado y finalmente integrado. No daba crédito a lo que veían sus ojos y es que ante él no estaba ni más ni menos que el fallecido Jean, todo, desde rostro hasta la complexión, todo resultaba idéntico al joven del que habían encargado día antes.
—No es perfecto— anuncié mientras me miraba complacido en el espejo, mirándome los perfiles y retocándome el peinado —Pero sin lugar a duda en digno de unos de tus trabajos de maquillaje ¿No crees?— anoté con un tono jovial, mientras el artista se acercaba para palpar lo que no era capaz de dar crédito con los ojos, el hecho de un trabajo que al él lo había llevado horas era capaz de reproducirse en tan solo unos segundos mediante los poderes de una fruta del diablo —Bueno marcho, sinceramente no se cuánto me puede llevar, ya conoces a esa bruja— finalicé mientras llevaba la mano al pomo de la puerta y abandonaba las comodidad de la corbeta “Brahma de Agni”.
La puerta de la posada feliz se abrió con el característico tintineo de las campanas de viento que tenían colgadas para visar de las visitas. Aunque solo la propietaria, con el oído más fino que Hazel hubiera podido ver trabajar en todo el paraíso, pareció percatarse de que la albina acababa de entrar al establecimiento. Toda una proeza viendo que ya de buena mañana tanto los turistas que pasaban por la isla como los cazarrecompensas se encontraban festejando entre jarras de ron, cerveza y otros alcoholes. Hablaban a gritos, cantaban canciones de piratas a modo de mofa e incluso bailaban. A alguno ya se le empezaba a ir la mano y todo. A ese paso Hilda —que así se llamaba la camarera— acabaría por cortarles el grifo. Pero lo cierto era que se trataba de un ambiente increíblemente acogedor y animado… Salvo para ella.
La cara de Hazel, acompañada de unas profundas ojeras, se volvió aún más agria al ver el panorama nada más abrir la puerta. Lo cierto es que ya se esperaba aquella situación, pero albergaba un deje de esperanza de que los hombres y mujeres que tanto disfrutaban su juerga estuvieran más tranquilos al mediodía, resacosos por la juerga de la noche pasada. Así solían ser las cosas en la villa. Suspiró pesadamente. Ya había entrado y la mujer acababa de salir de detrás de la barra para recibirla con una alegría que contrastaba con la imagen desganada de la albina. Incluso la abrazó y zarandeó, levantando las puntas de sus pies del suelo.
—¡Hola, mi niña! —exclamó animada la mujer—. ¿Qué tal ha ido la cacería?
—…Hola, Hilda. Ya te he dicho que no me llames así —se quejó, suspirando resentida. Aquella mujer, la tabernera, era de las personas más importantes de la isla. Y es que su familia era parte de los fundadores de la isla y habían estado a cargo de la misma desde hacía décadas, quizás más. Ayudaban a construir las casas y si bien ya no cazaban por ese mismo motivo, ser los fundadores, ayudaban a todos los cazadores que pasaban por ahí a encontrar algún trabajillo. Por eso y otras cosas de índole más personal, ni siquiera la malencarada y solitaria cazadora podía rechistarle o quejarse… demasiado, de que la tratara con su azucarada manera de ser—. La caza… ha ido. No valía la pena para el dolor de cabeza que ha sido, pero bueno.
La mujer la miró apesadumbrada por un momento, forzando a la albina a poner una mejor cara y añadir un «cosas que pasan», proponiéndole después que la dejara acomodarse en la barra para comer y así ir contándole. No es que fuera alguien a quien tuviera cariño, pero lo dicho. Mejor estar en buenos términos con la cuarentona tanto para seguir recibiendo trabajos sin ser parte de ningún gremio, y para no tener que verla enfadada. No se lo podía imaginar, pero desde que llegó a la isla —cinco años atrás— había escuchado rumores sobre lo aterradora que podría llegar a ser.
La mujer accedió de buen grado, por lo que la chica se sentó en el lado de la barra que más se alejaba del barrullo y dejó la bolsa en el suelo —frente a ella y con sus piernas custodiándola—, ya que al final había decidido ir directamente a visitar el local, con esperanza de llevarse algún soplo sobre alguna presa asequible y con buen precio por su cabeza a la que hincar el diente. Hasta intentaría darle un poco de pena a la señora con tal de que fuera lo primero que le ofreciera. Con suerte también le daría un plato bastante generoso de comida —y gratis — acompañado de una jarra fresca de cerveza, aunque no pretendía tentar a la suerte. Si había alguna oferta jugosa le faltaría tiempo para ir a su pequeña cabaña y prepararse para volver a partir. La vida del caza-piratas la vida mejor. Al menos disfrutaba de su trabajo.
La cara de Hazel, acompañada de unas profundas ojeras, se volvió aún más agria al ver el panorama nada más abrir la puerta. Lo cierto es que ya se esperaba aquella situación, pero albergaba un deje de esperanza de que los hombres y mujeres que tanto disfrutaban su juerga estuvieran más tranquilos al mediodía, resacosos por la juerga de la noche pasada. Así solían ser las cosas en la villa. Suspiró pesadamente. Ya había entrado y la mujer acababa de salir de detrás de la barra para recibirla con una alegría que contrastaba con la imagen desganada de la albina. Incluso la abrazó y zarandeó, levantando las puntas de sus pies del suelo.
—¡Hola, mi niña! —exclamó animada la mujer—. ¿Qué tal ha ido la cacería?
—…Hola, Hilda. Ya te he dicho que no me llames así —se quejó, suspirando resentida. Aquella mujer, la tabernera, era de las personas más importantes de la isla. Y es que su familia era parte de los fundadores de la isla y habían estado a cargo de la misma desde hacía décadas, quizás más. Ayudaban a construir las casas y si bien ya no cazaban por ese mismo motivo, ser los fundadores, ayudaban a todos los cazadores que pasaban por ahí a encontrar algún trabajillo. Por eso y otras cosas de índole más personal, ni siquiera la malencarada y solitaria cazadora podía rechistarle o quejarse… demasiado, de que la tratara con su azucarada manera de ser—. La caza… ha ido. No valía la pena para el dolor de cabeza que ha sido, pero bueno.
La mujer la miró apesadumbrada por un momento, forzando a la albina a poner una mejor cara y añadir un «cosas que pasan», proponiéndole después que la dejara acomodarse en la barra para comer y así ir contándole. No es que fuera alguien a quien tuviera cariño, pero lo dicho. Mejor estar en buenos términos con la cuarentona tanto para seguir recibiendo trabajos sin ser parte de ningún gremio, y para no tener que verla enfadada. No se lo podía imaginar, pero desde que llegó a la isla —cinco años atrás— había escuchado rumores sobre lo aterradora que podría llegar a ser.
La mujer accedió de buen grado, por lo que la chica se sentó en el lado de la barra que más se alejaba del barrullo y dejó la bolsa en el suelo —frente a ella y con sus piernas custodiándola—, ya que al final había decidido ir directamente a visitar el local, con esperanza de llevarse algún soplo sobre alguna presa asequible y con buen precio por su cabeza a la que hincar el diente. Hasta intentaría darle un poco de pena a la señora con tal de que fuera lo primero que le ofreciera. Con suerte también le daría un plato bastante generoso de comida —y gratis — acompañado de una jarra fresca de cerveza, aunque no pretendía tentar a la suerte. Si había alguna oferta jugosa le faltaría tiempo para ir a su pequeña cabaña y prepararse para volver a partir. La vida del caza-piratas la vida mejor. Al menos disfrutaba de su trabajo.
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