Thyra exhaló como si estuviera fumando y después se rio. En los climas fríos le hacía mucha gracia imitar aquello con su aliento gélido, aunque no era la primera vez que ya degustaba algún cigarro, de hecho muy de vez en cuando caía alguno, pero no era de su agrado. Prefería disfrutar de otro tipo de drogas antes que el tabaco. Aunque era todo un logro para ella llevar tantos meses sin consumir nada, se sentía orgullosa de si misma. Sin embargo, hace unos años atrás Thyra era una chica muy sana que nunca hubiera caído en las drogas, pero por culpa de Orion y las noches en la banda pirata, muchas veces era obligada a consumir sustancias peligrosas para la diversión de los piratas.
En el fondo le daba bastante igual lo que se metiera en el cuerpo mientras no abusara de ello. La joven se encontraba esta vez en Karakuri, una famosa isla invernal. Solo buscaba estar unos días alejada de la vida mundanal y del crimen. Quería tomarse un descanso y plantearse hasta donde iba a llegar. De momento solo estaba de paso para poder llegar a Bloothe, pero tenía miedo, miedo a encontrarse con Orion una vez más y que esta vez no tuviera ninguna oportunidad de escapar. Ya estaba muy cerca de su destino, y en cuanto pisara su hogar no podría echarse atrás.
Caminó con parsimonia, abrazándose así misma por el frío. A ratos resultaba un poco difícil caminar con tanta nieve y parecía que se enterraba por ocasiones, pero lograba salir adelante. Su objetivo ahora era buscar un lugar tranquilo, alguna posada en donde pasar la noche y disfrutar de un buen café caliente para quitarse el frío de los huesos. De repente, estornudó y un escalofrío recorrió su cuerpo. Estornudar no era una buena señal para ella, podía pasar días muy enferma por culpa de un simple resfriado, por lo que intentó darse en prisa en buscar una posada.
Avanzó por calles casi vacías a pesar de que aun era de día, pero el tiempo no parecía ayudar a la gente de Karakuri. Finalmente llegó hasta un local cuyo cartel se mecía ligeramente por el viento. Thyra entró sin pensárselo dos veces y cerró la puerta con cuidado. Dentro parecía estar bastante vacío, a excepción de dos personas. Era un lugar acogedor y la calefacción se notaba, a la muchacha solo importaba que hiciera calor por lo que se enseguida se sentó en una mesa cercana al ventanal que daba al exterior.
-Un café caliente, por favor - pidió al señor que se encontraba tras la barra.
El hombre con una sonrisa asintió y enseguida se lo llevaría. Thyra bostezó, cansada del largo viaje y ahora por fin podía relajarse un poco. Aunque tanta calma le resultaba extraño, como si no estuviera acostumbrada a ella.
En el fondo le daba bastante igual lo que se metiera en el cuerpo mientras no abusara de ello. La joven se encontraba esta vez en Karakuri, una famosa isla invernal. Solo buscaba estar unos días alejada de la vida mundanal y del crimen. Quería tomarse un descanso y plantearse hasta donde iba a llegar. De momento solo estaba de paso para poder llegar a Bloothe, pero tenía miedo, miedo a encontrarse con Orion una vez más y que esta vez no tuviera ninguna oportunidad de escapar. Ya estaba muy cerca de su destino, y en cuanto pisara su hogar no podría echarse atrás.
Caminó con parsimonia, abrazándose así misma por el frío. A ratos resultaba un poco difícil caminar con tanta nieve y parecía que se enterraba por ocasiones, pero lograba salir adelante. Su objetivo ahora era buscar un lugar tranquilo, alguna posada en donde pasar la noche y disfrutar de un buen café caliente para quitarse el frío de los huesos. De repente, estornudó y un escalofrío recorrió su cuerpo. Estornudar no era una buena señal para ella, podía pasar días muy enferma por culpa de un simple resfriado, por lo que intentó darse en prisa en buscar una posada.
Avanzó por calles casi vacías a pesar de que aun era de día, pero el tiempo no parecía ayudar a la gente de Karakuri. Finalmente llegó hasta un local cuyo cartel se mecía ligeramente por el viento. Thyra entró sin pensárselo dos veces y cerró la puerta con cuidado. Dentro parecía estar bastante vacío, a excepción de dos personas. Era un lugar acogedor y la calefacción se notaba, a la muchacha solo importaba que hiciera calor por lo que se enseguida se sentó en una mesa cercana al ventanal que daba al exterior.
-Un café caliente, por favor - pidió al señor que se encontraba tras la barra.
El hombre con una sonrisa asintió y enseguida se lo llevaría. Thyra bostezó, cansada del largo viaje y ahora por fin podía relajarse un poco. Aunque tanta calma le resultaba extraño, como si no estuviera acostumbrada a ella.
William White
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
—Creo que tengo un hilo del que tirar, no entraré en muchos detalles, pero creo que deberías saberlo— mascullé por teléfono a un viejo conocido —Efectivamente, Baristan en doce días— confirmé tras escuchar a mi interlocutor —Hasta más ver— finalicé colgando el terminal Ubuntu situado en el escritorio del capitán.
Me encontraba a bordo de la corbeta del afamado oficial O’Connell, líder de las fuerzas independientes del norte, un pequeño grupo mercenario de una treintena de viejos soldados del reino de Noirmount independiente que había sido anexionado por el gobierno hacia aproximadamente siete años, aunque yo le conocía aproximadamente desde hacía casi dos años, desde que el viejo Abdull me lo hubiera presentado. Era un hombre de tez morena y gran porte, ya que rondaba el metro ochenta, lo más característico del moreno era su pelo albino y aquellas gafas de sol que ocultaba sus exóticos ojos rojos que tanto le había estigmatizado.
Junto al militar se encontraba Collins, otro de mis asociados, al cual había conocido escasos meses antes que al moreno. El rubio era una persona alta y larguirucha, sacándole un par de centímetros al otro. A pesar de ello su complexión delgada y delicada lo hacían ver menos imponente que su compañero, aunque mucho más estilizado que a este. El muchacho era un artista excepcional, dominado tanto el violín como la pintura ala perfección, aunque lo más interesante del afeminado muchacho eran sus modales para codearse con las altas esferas y su innata habilidad para ejercer como ladrón de guante blanco.
A su lado, se encontraba Billie Inksish aunque todos nos referíamos a él como “Binks”, un viejo marinero el cual debido a su mal hacer en los juegos de cartas y a su antigua adicción a la heroína se había visto truncado su sueño de convertirse en un biólogo y aventurero de prestigio. A pesar de ello, era un hombre agradecido y el cual me procesaba un respeto especial, ya que después de todo, no solo le había salvado la vida y saldado sus deudas, sino que también le había regresado su dignidad como persona y un propósito en la vida.
Por último estaba el hombre al que había bautizado Chalmers, un salvaje de la isla de Pakú que había conocido en una aventuras junto con un pequeño aventurero llamado Ruffo, al enfrentarse y derrotar al guardián este había contraído una deuda de honor la cual saldaba ejerciendo como una especie de guardaespaldas y ejerciendo saqueos y pillajes según se lo ordenaba, de los allí reunidos era el hombre que mayor crecimiento personal había tenido en el último año aprendiendo a leer y a escribir de la mano de Ann, otra asociada en Goa y del propio Colllins.
Y es que, en esta ocasión, el grupo nos encontrábamos de regreso a Baristan. Ya que la carrera había concluido hacia unas escasas semanas, unos días antes de comenzamos a ver mi cartel de recompensa pululando por allí por donde pasábamos. Pero incluso a pesar de los dos grupos de cazarrecompensas con los que había tenido que lidiar, insistí en hacer una parada en la extraña y siempre invernal Karakuri, un lugar al que me había traído exactamente dos rumores, unos informes tras los que iba Elliot Reiner, otro de sus asociados, y una extraña muchacha con la extraña peculiaridad de poder brillar con luz propia, cuyos rumores habían despertado mi interés.
Me encontraba a bordo de la corbeta del afamado oficial O’Connell, líder de las fuerzas independientes del norte, un pequeño grupo mercenario de una treintena de viejos soldados del reino de Noirmount independiente que había sido anexionado por el gobierno hacia aproximadamente siete años, aunque yo le conocía aproximadamente desde hacía casi dos años, desde que el viejo Abdull me lo hubiera presentado. Era un hombre de tez morena y gran porte, ya que rondaba el metro ochenta, lo más característico del moreno era su pelo albino y aquellas gafas de sol que ocultaba sus exóticos ojos rojos que tanto le había estigmatizado.
Junto al militar se encontraba Collins, otro de mis asociados, al cual había conocido escasos meses antes que al moreno. El rubio era una persona alta y larguirucha, sacándole un par de centímetros al otro. A pesar de ello su complexión delgada y delicada lo hacían ver menos imponente que su compañero, aunque mucho más estilizado que a este. El muchacho era un artista excepcional, dominado tanto el violín como la pintura ala perfección, aunque lo más interesante del afeminado muchacho eran sus modales para codearse con las altas esferas y su innata habilidad para ejercer como ladrón de guante blanco.
A su lado, se encontraba Billie Inksish aunque todos nos referíamos a él como “Binks”, un viejo marinero el cual debido a su mal hacer en los juegos de cartas y a su antigua adicción a la heroína se había visto truncado su sueño de convertirse en un biólogo y aventurero de prestigio. A pesar de ello, era un hombre agradecido y el cual me procesaba un respeto especial, ya que después de todo, no solo le había salvado la vida y saldado sus deudas, sino que también le había regresado su dignidad como persona y un propósito en la vida.
Por último estaba el hombre al que había bautizado Chalmers, un salvaje de la isla de Pakú que había conocido en una aventuras junto con un pequeño aventurero llamado Ruffo, al enfrentarse y derrotar al guardián este había contraído una deuda de honor la cual saldaba ejerciendo como una especie de guardaespaldas y ejerciendo saqueos y pillajes según se lo ordenaba, de los allí reunidos era el hombre que mayor crecimiento personal había tenido en el último año aprendiendo a leer y a escribir de la mano de Ann, otra asociada en Goa y del propio Colllins.
Y es que, en esta ocasión, el grupo nos encontrábamos de regreso a Baristan. Ya que la carrera había concluido hacia unas escasas semanas, unos días antes de comenzamos a ver mi cartel de recompensa pululando por allí por donde pasábamos. Pero incluso a pesar de los dos grupos de cazarrecompensas con los que había tenido que lidiar, insistí en hacer una parada en la extraña y siempre invernal Karakuri, un lugar al que me había traído exactamente dos rumores, unos informes tras los que iba Elliot Reiner, otro de sus asociados, y una extraña muchacha con la extraña peculiaridad de poder brillar con luz propia, cuyos rumores habían despertado mi interés.
Los minutos pasaban y se hacían eternos mientras esperaba por la bebida caliente. A pesar de que podía hacer que su cuerpo entrara en calor, de vez en cuando le gustaba calentarse mediante métodos más tradicionales, como una buena hoguera, una cama caliente o un chocolate muy dulce y calentito. Thyra era una chica sencilla en la que a pesar de buscar los lujos, la fama y todo lo que fuera necesario para llevar una buena vida y presumir, se conformaba con los detalles más nimios que alguien podría tener.
Pero aquellos detalles tardarían en volver. Desde que había dejado encerrado a Orion Miles en la cripta de su padre sentía como si algo fuese tras ella, un poder la vigilase desde su espalda. Siempre que sentía aquella sensación imaginaba que serían alucinaciones suyas por la incertidumbre de haber causado su muerte, pero eso no evitaba que aunque le encerrase se sintiese insegura todavía.
El café por fin llegó y Brillante sonrió asintiendo con la cabeza como agradecimiento. Acercó la taza hasta ella y la levantó para darle un sorbo; sin embargo, la echó hacia atrás de golpe, derramando un poco de café sobre la mesa. ¡Se había quemado la lengua! Aquello no era un café calentito, era magma volcánico y ahora no sentía su lengua. Apartó el café de mal humor y limpió lo que se había derramado.
Se cruzó de brazos, mirando por el ventanal que tenía justo al lado. Comenzaba a nevar con fuerza y era muy probable que no pudiera abandonar el local si seguía aquella ventisca. La verdad es que no tenía dónde pasar la noche siquiera, por lo que se levantó y se dirigió hacia la barra para hablar con el tabernero.
-Necesitaré pasar la noche aquí, ¿tienes alguna habitación libre? - Inquirió apoyando los brazos en la barra mientras esperaba una respuesta.
-Si, claro, puedes pasar la noche. De hecho, es bastante peligroso salir con las ventiscas que caen, te recomiendo que no andes por fuera.
La muchacha asintió y caminó de nuevo hasta su mesa, en dónde tenía pensado sacar el diario de su padre para seguir investigando. Sin embargo, la ventisca era tan fuerte que incluso la puerta de la posada se abría sola de golpe. Thyra se detuvo al ver eso, pero enseguida fue el dueño del local a cerrarla de nuevo y ella, se sentó, perdiéndose en la inmensidad de la nevada.
Pero aquellos detalles tardarían en volver. Desde que había dejado encerrado a Orion Miles en la cripta de su padre sentía como si algo fuese tras ella, un poder la vigilase desde su espalda. Siempre que sentía aquella sensación imaginaba que serían alucinaciones suyas por la incertidumbre de haber causado su muerte, pero eso no evitaba que aunque le encerrase se sintiese insegura todavía.
El café por fin llegó y Brillante sonrió asintiendo con la cabeza como agradecimiento. Acercó la taza hasta ella y la levantó para darle un sorbo; sin embargo, la echó hacia atrás de golpe, derramando un poco de café sobre la mesa. ¡Se había quemado la lengua! Aquello no era un café calentito, era magma volcánico y ahora no sentía su lengua. Apartó el café de mal humor y limpió lo que se había derramado.
Se cruzó de brazos, mirando por el ventanal que tenía justo al lado. Comenzaba a nevar con fuerza y era muy probable que no pudiera abandonar el local si seguía aquella ventisca. La verdad es que no tenía dónde pasar la noche siquiera, por lo que se levantó y se dirigió hacia la barra para hablar con el tabernero.
-Necesitaré pasar la noche aquí, ¿tienes alguna habitación libre? - Inquirió apoyando los brazos en la barra mientras esperaba una respuesta.
-Si, claro, puedes pasar la noche. De hecho, es bastante peligroso salir con las ventiscas que caen, te recomiendo que no andes por fuera.
La muchacha asintió y caminó de nuevo hasta su mesa, en dónde tenía pensado sacar el diario de su padre para seguir investigando. Sin embargo, la ventisca era tan fuerte que incluso la puerta de la posada se abría sola de golpe. Thyra se detuvo al ver eso, pero enseguida fue el dueño del local a cerrarla de nuevo y ella, se sentó, perdiéndose en la inmensidad de la nevada.
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