¡Hola! ¿Os apetece un poco de azúcar? [Gamzee- Eezmag/Keth Priv]

-¡Eli! No hace falta que te eches por la borda.

El peliazul se inclinó para rescatar a la bolita de pelo blanco mojada en la que se había convertido su liebre. Estaban llegando a Candyland, al fin. Llevaban ya un par de días de viaje, pero Keth estaba muy emocionado. Podía ver la barrera de caramelo que recubría la isla como un gigantesco bombón brillar al sol. Incluso el agua del mar era dulce aquí, motivo que explicaba las ansias de suicidio de la pobre Eli.

Estaban llegando a Puerto Drack. Keth sacudió la mano y con la ayuda de un hombre que había en la orilla, atracó sin demasiados problemas. Dudó a la hora de salir, y al final se quitó los zapatos antes de tocar ''tierra''. En realidad, la madera del puerto era chocolate de la más pura calidad. Maravillado, Keth se acuclilló para examinarlo: Le gustaba cocinar, pero esto era un milagro comparado con sus pobres platos. Sonrió y se levantó dispuesto a echar a caminar, pero no había dado ni dos pasos cuando el hombre que le había ayudado con el barco le sujetó de la camisa.

-¡No puedes ir así! Tienes que vestirte apropiadamente, hombre.

El desconocido se volvió y se metió en una caseta que había al final de la pasarela. Volvió con un par de prendas para Keth, pero en cuanto se las puso abrió los ojos sorprendido. ¡Azucar hilado! Qué genialidad.

-Supongo que vas a la ciudad. Mira, si te das un paseo por el puerto, dicen que en nada llegará un ferry para rodear la isla y podrá llevarte hasta ahí por unos 20 berries. Tal vez 30, si hay poca gente.

-Me sirve. Gracias por la información.

Ya vestido y motivado, comenzó a vagabundear por el puerto en busca del ferry. Como medida de precaución, dejó a Eli en el barco, no fuera a ser que se comiera toda la isla. Agarró también su katana y su mochila y estuvo listo para la dulzura.

Eezmaag observaba a su hermano pequeño corretear de aquí para allá, con los ojos brillantes por la sorpresa y la expectación. El chico estaba alborotado y lleno de energía, y no estaba muy claro si era por toda la maravilla para la vista y el gusto que los rodeaba o por el hecho de que Gamzee se había intentado comer una farola unos minutos antes, que había resultado ser de azúcar puro. Se habían tenido que esconder de una turba enfurecida de paisanos que debían ser de la Asociación de Mobiliario Público, quejándose de la destrucción provocada por Gamzee.

Ahora estaban los dos en un callejón apartado. El hermano mayor estaba apoyado en una casa de merengue y galleta, recubierta por una capa de azúcar glasé, con los brazos cruzados. Sus ojos blancos apenas le permitían ver poco más que una mancha borrosa allá donde estaba su hermano, aunque era fácil seguirle la pista gracias a sus continuos y molestos ruidos de bocina.

- ¡Honk! ¡Honk! ¡Mira hermanoooo! -Gamzee señalaba cada cosa nueva que descubría, maravillado ante el hecho de que estuviera hecho completamente de comida dulce y deliciosa. El chico mordisqueaba una baldosa del suelo mientras saltaba de aquí para allá como un saltimbanqui loco.
- Gamzee... relájate... la comida no se va a mover del sitio... -trató de calmarlo Eezmag, sin aparente éxito.
- ¡Pero mira! ¡Todo es comida! ¡Aquí no tendremos que comer baba verde! -el hermano menor empezó a alejarse por la calle, ante lo que Eezmag suspiró pesadamente, caminando tras él, guiado por el sonido de bocinas y las cuchufletas del pequeño diablillo que tenía como gemelo.

Seguía vagabundeando y mirándolo todo con asombro. A mi lado pasó una turba enfurecida, un montón de gente clamando por una farola mordisqueada o algo así. Curioso, me acerqué a la farola más cercana. Azúcar, claro. Seguramente algún niño con ansia de dulces. Casi casi me permití esbozar una sonrisa, el pensamiento era muy tierno. ¿A Alice le gustaría lo dulce? Tal vez algún día podría volver aquí con ella y tomarnos unas vacaciones...

Mientras pensaba en mis cosas, di la vuelta a un callejón y me encontré con una escena muy curiosa. Dos... ¿Individuos? parecían esconderse ahí. Llevaban cuernos, y mientras uno se apoyaba en la pared de una casa, el otro estaba mordisqueando una baldosa. ¿Sería también el que se había comido media farola? Parpadeando algo perplejo les saludé con una mano.

-¡Hola! Esto... tampoco sois de por aquí, creo. Hmm... no es asunto mío, pero a lo mejor no deberíais ir comiéndoos partes de la isla. Quiero decir, hay una tienda de dulces prácticamente en cada esquina, no hay necesidad.

¿Serían hermanos? Eran muy parecidos. Los mismos cuernos y el mismo pelo, al menos. Qué gente tan curiosa, la verdad.

Gamzee abrió mucho los ojos cuando un hombre de pelo oscuro se acercó a ellos. No parecía enfadado, como el resto de habitantes de aquella isla. Tal vez hasta fuera simpático. Con los ojos aún muy abiertos, se acercó a él y le empezó a olisquear. Olía bien, a cosas dulces y bonitas.

- Honk... hueles bien... -el chico entrecerró los ojos, y una sonrisa estúpida se pintó en su cara-. Milagroso...

Eezmag se acercó poco a poco, arrastrando los pies, hasta el recién llegado. Apoyó la mano en el hombro de Gamzee e hizo una ligera inclinación de cabeza.

- Lo siento... -murmuró a media voz a través de sus labios cosidos, sin dejar muy claro si era por el comportamiento de su hermano o por el hecho de comerse parte de la calle. Sin más dilación, empezó a tirar de su gemelo hacia el interior del callejón con suavidad pero firmeza. No parecían estar en un lugar seguro, y no le apetecía acabar ensartado en un bastón de azúcar.
- ¡¡¡Pero hermaaaaaaano!!! ¡Este hombre huele a cosas deliciosas! -la sonrisa de Gamzee se amplió, mostrando una fila de afilados dientes puntiagudos-. ¡Honk! -el chico volvió a aspirar el aroma de Keth, sin mostrar mucho respeto por los términos "espacio personal" o "decoro"-. Fresas... -murmuró para sí mismo, mientras parecía calmarse un poco.

De repente, uno de ellos (El que estaba comiendo la baldosa) se acercó y comenzó a olisquearme. Me quedé clavado en el sitio, mientras él se acercaba más y más comentando cosas acerca de que olía bien. Noté un calambrazo en la mano y medio cabreado y medio sorprendido me dirigí a mi rubí:

-¡Oh, venga ya! ¿Es en serio? Ni siquiera lo pienses.

Maldita piedra lujuriosa. Entonces me di cuenta de que el hombre que estaba apoyado en la pared se había acercado. ''Lo siento...''- Escuché. Llevaba los labios cosidos... y sus ojos eran blancos. Un escalofrío me recorrió, pero no parecía mala persona. Trató de llevarse al otro, pero este se resistía y seguía hablando de mi olor. ¿Fresas? Oh, debía ser por Eli. O por mi ropa. Me olí la manga con algo de disimulo. Nope, puro azúcar. Y entonces se me ocurrió una idea.

Me acerqué a la pareja. Uno parecía más mayor de lo que aparentaba, e intimidaba un poco. El otro me recordaba a un niño... o a Eli. Con cuidado corté un cacho de la tela de mi camiseta. No me importaba ir de manga corta, hacía calor. Y aunque fuera azúcar hilado y tejido, seguía siendo dulce.

-¿Tienes hambre? Puedes comerte esto, pero deja las baldosas. No creo que a la gente le haga gracia.

Me dirigí entonces hacia el que parecía mayor, el de los labios cosidos. Fui a decir algo, pero recordé que no me había presentado y de mis labios salió otra cosa.

-Me llamo Keth. ¿También estáis haciendo turismo?

Gamzee abrió los ojos muchísimo cuando Keth le ofreció la manga de la camisa de azúcar. Un brillo de verdadera admiración apareció en ellos. Tan solo murmuró una palabra:

- Milagros... -el chico cogió la manga de la camisa y le dio un lametón, saboreando la dulce y azucarada prenda. Entonces se detuvo, mordió los hilos y desgarró el tejido en dos partes, una de las cuales se la tendió a su hermano mayor. Eezmag negó con la cabeza y cerró los ojos, indicándole que no quería comer. Gamzee sonrió y se metió ambos pedazos de tela en la boca, haciendo un ruido húmedo y baboso mientras las saboreaba, con los carrillos hinchados como los de un hamster.

Ante la pregunta de Keth, Eezmag simplemente se encogió de hombros. No era un chico de muchas palabras, como indicaban sus labios cosidos. Después señaló a Gamzee y dijo:

- Gracias por darle tu ropa. -tras eso, Gamzee corrió alrededor de ellos dos y se subió a la espalda de su hermano, asomando su cabeza entre los cuernos de éste.
- ¡Milagros, hermano! -el chico señaló al hombre-. La ropa de este chico sabe bien. -en ese momento arrojó la baldosa lejos, con fuerza, y el trozo de pavimento chocó contra una pared, con un ruido seco. Eezmag suspiró, y dijo:
- Gracias por darle de comer a mi hermano, la verdad es que no tenemos dinero. -el chico se encogió de hombros-. Aunque eso no es un problema, la verdad. Podemos arreglarnos.
- ¡No! ¡Más baba verde no! ¡Quiero dulces! ¡Honk! -gritó Gamzee sobre él, provocando que Eezmag volviera a suspirar.

Ver comer al chico era, en una palabra, adorable. Era muy tierno y recordaba a un hamster almacenando para después. Parecía un niño ilusionado con... bueno, con todo a su alrededor. Y el otro, era como un padre adolescente un poco consumido.

El más pequeño corrió y se subió a la espalda del mayor, asomando entre sus cuernos. Parecía que tenían intención de irse ya, y hablaron acerca de que no tenían dinero. Normalmente, Keth les habría dado unas monedas y habría seguido su camino; al fin y al cabo no era asunto suyo y seguramente el ferry estaría a punto de llegar. Tenía que ir buscándolo. Pero hubo algo que le llamó la atención. ¿Baba verde? ¿Quién en su sano juicio comería eso? Vale que Keth no era el mejor cocinero del mundo, pero escuchar cosas así le indignaban un poquito.

Antes de que pudiera arrepentirse se acercó y agarró de la manga al mayor. Tirando un poco de él le arrastró fuera del callejón, hasta la pastelería más cercana. No les llevó ni un minuto entero, el lugar estaba lleno. Una vez allí, se hizo a un lado y con un gesto les señaló la tienda.

-Coged lo que queráis, yo invito. No es por compasión, simplemente es... lo correcto.

Eezmag se vio arrastrado por el hombre hasta una pastelería cercana. El interior estaba abarrotado, y todos los presentes parecían disfrutar de confitería de la más alta calidad. Gamzee, que seguía sobre su espalda, vitoreó y empezó a reírse cuando entraron en el local, llamando no poco la atención, cosa que por supuesto le daba absolutamente igual.

Eezmag miró con gesto analítico a Keth, lo cual suponía escrutar su rostro con sus ojos blancos y sin vida. Tras unos segundos, asintió lentamente, bajando a Gamzee al suelo y caminando junto a él hasta el mostrador, donde un sinfín de dulces de todas las formas, tamaños y colores los esperaban, listos para ser devorados. Gamzee pegó su cara al cristal, empañándolo con su aliento, mientras empezaba a babear visiblemente. Antes de que empezase a lamer la luna, Eezmag le agarró del cuello de la camiseta y tiró de él hacia atrás. Un hombre joven y de aspecto risueño al otro lado del mostrador les dedicó una enorme sonrisa.

- Buenos días... -la sonrisa del dependiente se transformó en un gesto de extrañeza- "señores"... -dijo a falta de un término que le pareciese adecuado para describir a la pareja compuesta por el esqueleto parlante con cuernos y su compañero el baboso. Sin mediar palabra, Eezmag señaló una bandeja de pasteles de crema y miró con sus inquietantes ojos al dependiente-. ¿T-todos? -preguntó el hombre, algo confuso. El chico de aspecto cadavérico levantó tres dedos.

El dependiente agarró una pinzas de metal y colocó tres de los pasteles en una bandeja pequeña, que colocó sobre la barra, frente al hambriento Gamzee y el también hambriento (aunque no lo exteriorizase) Eezmag.

Me quedé en una esquina, apoyado contra una columna mientras ellos escogían. No había contado con que la pastelería estaría abarrotada, pero supuse que era lo normal. La verdad era que solo con oler todo lo que había allí dentro se te hacía la boca agua. Chocolate, caramelo, crema, chocolate, chocolate...

Sin embargo, estaba algo tenso. Ni todos los pasteles del mundo podían relajarme estando tan rodeado de gente. Atestaban no solo las mesas, sino también el espacio entre estas. No estaba acostumbrado, era todo. Aún así, cogí aire y me abrí paso hasta la barra para pagar los pasteles de todos. Fue toda una odisea de codazos, empujones y disculpas musitadas en medio de un mar de gente. Para cuando llegué por fin, me arrastraba a cuatro patas y un sudor frío me recorría la frente. Me apoyé en el mostrador para lograr levantarme y saqué la cartera para pagar. Cogí la bandeja con ambas manos y la levanté encima de mi cabeza para que nadie pudiera robármela. Cuadré los hombros, respiré hondo y me giré hacia la pareja.

-Esto será complicado, pero a juzgar por como huele... valdrá la pena. ¡Vamos!

Quería cerrar los ojos y echar a correr, pero sería contraproducente. Y si sacaba la espada igual me arrestaban. Así que poco a poco me introduje en los pocos huecos que los clientes dejaban y, al fin, llegué de nuevo a la salida. Me giré para buscar a los chicos con cuernos. ¿Habría exagerado? A mi no me lo había parecido, pero... bueno, eso no era lo importante. Miré a mi alrededor y encontré una especie de pequeño jardín a lo lejos.

-Podemos ir allí y degustarlos con calma, si queréis. Y de paso podríais presentaros.- Añadí con amabilidad.

Eezmag observó cómo el hombre pasaba entre la gente que había en el local de forma algo exagerada. Parecía como si pensase que todos iban a quitarle los pasteles y quisiera defenderlos con su vida. Gamzee se había quedado absorto en su mundo y apenas era consciente de lo que estaba ocurriendo. Posiblemente estuviera pensando en qué hacer con los pasteles. Musitaba palabras de vez en cuando y parecía completamente abstraído.

El hermano mayor agarró a su gemelo y empezó a moverlo entre el gentío. No era difícil, pues con su aspecto la mayor parte de las personas se apartaban un poco cuando ellos se acercaban. Eezmag sabía lo que estaban pensando en su interior: "Monstruos, criaturas del infierno, ¿qué hacen en un lugar civilizado como este y no en un circo?". Le daba igual, la verdad. Arrastró a Gamzee hasta la salida, donde Keth los esperaba, con una proposición interesante: ir a un jardín cercano a disfrutar de la merienda. Gamzee sonrió y asintió vigorosamente. Eezmag se encogió de hombros. El chico escuchó la petición del hombre de pelo oscuro como una exigencia velada. Suspiró y dijo:

- Yo soy Eezmag, y mi hermano pequeño se llama Gamzee. -su tono de voz no era seco, pero estaba claro que no era alguien especialmente abierto. De todos modos, se podía llegar a notar un deje de gratitud en su tono, posiblemente por la comida.

Una, dos... diez palabras. La frase más larga que le había oído, y posiblemente que le oiría. Los labios cosidos no ayudaban, pero estaba claro que el problema no era ese. Aún así, Keth no era nadie para juzgar. Antes de encontrar a Jester, él era igual. Acaso más triste que hastiado, como parecía pasarle a él. Así que hermanos... no se había equivocado. Parecían muy cercanos, y por unos momentos casi les envidió.

Luego salió de su ensimismamiento y echó a andar hasta el jardín. Era bonito, había un montón de plantas, arbustos y un enorme árbol bajo su sombra Keth se sentó. Detectó cierto olor y al darse la vuelta comprobó que el tronco estaba hecho de chocolate. Maravillado, lo acarició. Maldita sea, igual que la madera. ¿Cómo podía no derretirse con la calor que hacía?

Mientras le daba vueltas al misterio, jugueteaba con el cordón que cerraba la bandeja de los pasteles, hasta que distraídamente logró abrirlos. Hmm, crema. Qué delicia. Entregó uno a cada hermano y él se quedó el otro. Solo con el primer bocado le quedó claro que jamás volvería a probar nada igual. Era de calidad suprema, con la dulzura justa y una textura sin duda inigualable.

Entonces miró de reojo al mayor. ¿Cómo se comería el pastel, con los labios cosidos? No parecía fácil...

-Son nombres carismáticos. -Comentó, sin saber muy bien cómo encauzar la conversación. -¿Qué os ha traído hasta aquí, si se puede preguntar? Tengo curiosidad.

- ¡Viajar es divertido! ¡Ver cosas como esta! -el menor de los dos hermanos señaló el árbol de chocolate, mientras en con la otra mano agarraba el pastel como si le fuera la vida en ello. Tenía la boca llena de crema, y un pegote de ésta le había llegado hasta la punta de la nariz. El chico se inclinó sobre el pastelillo, mirándolo con ojos ansiosos, y un segundo después estaba devorándolo de nuevo.

Eezmag, por su parte, había cogido su dulce con delicadeza, y lo miraba con suspicacia. Con el índice y el pulgar hizo una especie de pinza con la que arrancó un trozo del pastel, abriendo la boca hasta tensar los hilos y metiendo el suave y dulce bocado entre ellos. Tras eso, cerró la boca y los ojos, disfrutando del sabor del dulce esparciéndose por todo su paladar, saturando sus papilas gustativas con aquella ambrosía divina.

- Vamos de aquí para allí... -añadió finalmente, mientras abrió los ojos, mirando a Keth, mientras arrancaba otro trozo del pastel. Sus dedos parecían tener una delicadeza y precisión quirúrjicas. El chico se llevó el trozo a la boca y en ese momento la estridente voz de Gamzee sonó de nuevo. En algún momento indeterminado, un trozo de pastel había acabado, a saber cómo, entre su pelo, que ahora estaba pegajoso por el azúcar.
- ¡Honk! Estuvimos en un circo hace tiempo, y antes de eso... -el chico se calló, llevándose las manos a la boca, como si hubiera estado a punto de soltar algo prohibido.
- Nos han pasado muchas cosas... -asintió Eezmag, meditativo.

Los hilos cosidos a su boca daban de si más de lo que parecían, y el chico logró comerse el pastel sin problemas. Lo hacía despacio, como evaluando cada bocado. Era bastante curioso. Su hermano, por el contrario, había logrado echar crema en su cara y en su pelo, además de en su boca. Distraído, mientras les escuchaba hablar, Keth sacó un pañuelo y de un par de movimientos le limpió la nariz y el pelo a Gamzee. Siguió pegajoso, pero al menos ya no tenía ahí la crema. Cuando se dio cuenta de lo que acababa de hacer guardó el pañuelo enseguida, algo avergonzado por tomarse esas confianzas de la nada. Ni lo había pensado, simplemente le gustaban los niños. En la isla había varios, y cuando los mayores trabajaban era a ellos a quienes les tocaba cuidarlos. Gestos como este los tenía muy arraigados.

A Keth le parecía que estaba casi a punto de resolver el misterio. Entre el silencio abrupto de Gamzee y la desconfianza de su hermano... todo indicaba que no habían tenido un pasado precisamente bonito. Quería hacer algo para animarles, pues fuera lo que fuera parecía que al menos lo peor ya había terminado. Pero no siempre es fácil darse cuenta de eso. El peliazul se estiró, mirando al cielo con nostalgia. Tampoco en esta isla parecía haber signos de su protegido, o ya habría notado algo. Tal vez estuviera en la capital, pero lo cierto es que no guardaba muchas esperanzas.

-Bueno, al menos ya estáis aquí. Rodeados de dulces y de sabrosa libertad y autonomía.

Entonces Keth arrancó distraído una brizna de hierba y la comió. Sabía a menta. Cogió otro par y comenzó a trenzarlas mientras hablaba. -Parecéis muy simpáticos. Yo llevo ya un tiempo buscando a alguien, por eso vine hasta aquí... aunque no parece estar. Tendré que seguir buscando. ¿Alguna isla a recomendar?-Añadió con tono aburrido. En sus manos estaba tomando forma una especie de corona de hierbas, con alguna que otra flor de delicado azúcar entrelazada.

Eezmag se tensó ligeramente al ver al hombre limpiar a Gamzee, pero su posición se relajó de inmediato cuando él se detuvo. A continuación, se encogió de hombros ante la pregunta de Keth, y Gamzee ya volvía a estar en su mundo. El hermano mayor esperó unos segundos, y entonces empezó a hablar:

- Bueno, como podrás suponer, no somos bienvenidos en la mayoría de las islas a las que vamos, así que no podemos recomendarte ninguna a la que ir a probar suerte. Mi hermano y yo no somos precisamente... normales. Mayormente por nuestro aspecto. -el chico vestido de esqueleto se encogió de hombros de nuevo-. La verdad es que vagamos de aquí para allá, y aunque tengamos una isla llena de comida, pronto tendremos que movernos antes de que vengan a por nosotros. -el chico soltó un suspiro, había dicho muchas cosas juntas, más de lo normal en él-. No podemos esperar vivir de la caridad de los demás, porque no la vamos a tener.
- ¡Vamos de aquí para allá! -dijo Gamzee, que se había acercado de nuevo a su hermano y había agarrado, de a saber donde, una maza de color rojo. Estaba jugueteando con ella en la mano, mirándola con los ojos muy abiertos-. Así los hombres de blanco no nos podrán llevar de vuelta.
- Hermano... -murmuró Eezmag-. Este hombre no conoce a los de blanco...
- Oh, vaya... -Gamzee pareció algo abatido por un momento.
- Bueno... gracias por la comida. -añadió Eezmag a media voz, mientras se levantaba y dejaba que Gamzee se montase a su espalda. El hermano menor dio un salto y se encaramó como un koala, con un grito de júbilo. Eezmag entonces se lanzó hacia delante en una voltereta, y Gamzee se apoyó en las manos, empezando a caminar haciendo el pino-. No espero que volvamos a vernos, pero creo que si lo hacemos, nos recordarás... -dijo el hermano mayor, que ahora se había colocado en vertical, agarrando los tobillos de Gamzee y mirando a Keth desde su extraña posición invertida. Gamzee siguió caminando por el parque, murmurando cosas sobre los milagrosos dulces. Si Keth los seguía o no, no era asunto de ellos dos.

Escuchó atentamente lo que Eezmag le contó, su expresión cada vez más seria. Las inocentes revelaciones de Gamzee, aquello de los hombres de blanco, no ayudaba. Si, era cierto que su aspecto no era muy normal. Cuernos, colmillos...por no hablar de los ¿Tatuajes? del mayor, y sus ojos blancos. Aún así no eran mala gente. ¿Era mucho esperar que alguien les echase una mano?

Si, al parecer si lo era. Keth rebuscó en sus bolsillos, hasta encontrar un pequeño den den mushi negro. Siempre podía comprar otro. Le dio vueltas en la mano, preguntándose cómo plantearles su idea sin que pareciera que era un acosador. Al final se encogió de hombros y se levantó a la vez que ellos.

-No es buena idea confiar en la gente, ahí te doy la razón. Pero tal vez no habéis buscado en las islas adecuadas. Me han contado cosas, y no creo que seáis lo más raro que hay por aquí. Tan solo necesitáis algo de perspectiva.

Gamzee se subió a su hermano y ya estaban a punto de irse. Desde luego se habían criado en un circo, para lograr moverse en esa postura. ¿En serio no era incómodo? En fin, allá ellos. Keth les siguió unos pasos, hasta acercarse vacilante a la pareja. Tendiéndoles el Den Den Mushi de bolsillo, les dijo:

-Tened. Si necesitáis cualquier cosa, o si la gente os mete en problemas, podéis llamarme. No es mala idea tener un conocido por ahí, al fin y al cabo.

Tras dejárselo en el suelo, a mano, se apartó. Podría habérselo metido en el bolsillo, pero no estaba seguro de como se lo habrían tomado. Mejor así. Se dio la vuelta y comenzó a dirigirse al puerto. ¿Habría zarpado ya su ferry?

Gamzee observó el diminuto caracol que Keth les ofrecía y lo agarró con un movimiento rápido de la mano, quedando apoyado únicamente sobre la otra, guardándose el aparato en el cuello de la camiseta negra que llevaba. El chico les dijo que podían llamarlo si surgía algún problema. El chico miró desde el suelo a Keth y sonrió:

- Gracias, Keth... eres milagroso. ¡Honk! ¡Honk! ¡Honk! -el chico se dio media vuelta, con su hermano sobre él, y se alejó, dejando atrás al peliazul.

Unos minutos después, los dos chicos estaban en el puerto de la ciudad. Tenían el estómago lleno y un Den-Den Mushi. Las cosas parecían haberles ido bien en esta isla. El mayor de los hermanos tensó los hombros y desmontó de un salto de encima de Gamzee, que se puso de pie. Mientras tanto, en una esquina cercana, tras un montón de cajas llenas de fruta confitada y caramelos, una sombra los observaba. Una figura encapuchada, con un par de ojos rojos y brillantes. Gamzee y Eezmag se subieron al primer barco que encontraron, como polizones, obviamente, dado que seguían sin tener ni un mísero berry, y juntos se alejaron de la isla, mientras el encapuchado los observaba. Una sonrisa de dientes afilados como cuchillos se dibujó en su rostro en penumbra.