¿Un "viaje" hacia lo no tan desconocido? [Priv]

No se oía ningún ruido. El cuartel estaba en calma y tan solo perturbaba el silencio de la noche un extraño sujeto que estaba muy lejos de representar el uniforme que llevaba. Dwight Hart, reconocido agitador y cadete sin aspiraciones, se lamentaba y gimoteaba en la soledad del pasillo, haciendo tan implacentero el descanso de sus compañeros como el suyo propio. Y, el hecho es que no era para menos. Había metido la pata, y esta vez hasta el fondo. Debía de hacer memoria y pensar en algo. Era fácil imaginar lo que iban a hacer con una esbelta chica como ella.

- Aaagh tiia ¿Dónde te has metido? – se preguntaba sin cesar mientras se agitaba frenéticamente la cabeza con las manos, como si aquel movimiento arrojase luz a sus difusos recuerdos – Si yo… Yo juraría que iba con ella, no debería haberse ido tan lejos… ¿En qué momento nos separamos?

Por alguna extraña casualidad sentía pinchazos en sus hombros y en los brazos, como si en algún momento de la noche hubiese estado maniatado, pero eso no tenia sentido, verdad ¿Verdad? A estas alturas de la madrugada ya no sabía que había sido real y que había sido efecto de la yhuvanna, de hecho, desconocía si todo eso aun formaba parte su imaginación. Pero si sabia algo. No había empezado la noche solo. Había alguien más. Alguien que debía de haber terminado la noche junto a él y ahora, presuntamente por su culpa, todo se había ido a la mierda.

- Joder, joder, joder – comenzó a lamentarse tan rápido y tan en bucle que provocó que se encendiera la luz de una de las habitaciones de barracón – No solecito, mantente apagado, tu luz no me ayuda a pensar.

Sol o no, una figura permanecía detenida frente al umbral de la puerta. La luz cegadora, y porque no decirlo, las pupilas más rojas que ese mar había visto jamás, le impidieron ver con claridad al tipo que detenía frente a él. Le juzgaba. Podía sentir su superioridad moral e intelectual. Casi le entraban ganas de arrodillarse y suplicar por su vida. Y demos gracias a que no se termino de animar a hacerlo, porque habría sido ridículo ver a un marine suplicar lamentablemente por su vida a un perchero de pie… Sin embargo, evidentemente, alguien había encendido la luz.

«¿Las doce? ¿Las una? ¿Las dos…?» grité para mis adentros en cuanto me desperté por la madrugada. Al menos esa hora era la que gritaba la penumbra de la habitación, aunque tampoco podía estar muy seguro al no tener un reloj a mano. Di un par de vueltas en la cama, como suplicándole al cielo que pudiera retomar el descanso justo por donde lo dejé, pero tanto los dioses como yo sabíamos que no existían los primeros. Y no podía descansar porque precisamente no tuviera sueño, que hasta me cerraba los párpados, sino por la falta de tranquilidad que había en los barracones: una vocecilla gimoteaba, más cercana a un fantasma que un simple borracho, aunque en la Marina no solían ser habituales. Los segundos, digo, ya que no era la primera vez que se difundía el rumor de que en algún buque existía un ente que atemorizaba y se paseaba por los pasillos. Sonreí, mirando al techo, recordando aquel momento en el que mi compañero de habitación en la Academia terminó rompiendo todas y cada una de las bisagras de una puerta a puñetazos, aterrorizado por un simple cuento de hadas. Sí, su reacción ante el miedo era dejarse los nudillos a hostias contra la madera, pero aquel no era el momento —y nunca lo sería— de cuestionar sus métodos.

Me levanté de la cama, dejando caer las sábanas por el lateral mientras se me escapaba un suspiro entre los dientes. Podía haberme quedado durmiendo, teniendo en cuenta especialmente que al día siguiente tendría una misión para mi organización, pero viendo la insistencia de aquella voz por no callarse… Quizás quedarme quieto solo alargaría la situación o incluso la empeoraría. Además, por el timbre de voz se podía notar que se trataba de un chaval como yo o como todos los de allí, así que quizás le había dejado la novia o se le había muerto alguien. Estiré la camiseta del pijama para que terminase de cubrir el vientre y dejase de estar doblada, subiendo los pantalones lo suficiente como para que no amenazasen con sufrir las consecuencias de la gravedad. Me llevé también la diestra al pelo, arrastrándolo hacia esa misma dirección para que no pareciera tan despeinado como cuando dormía.

Mis pies frotaron el suelo con cansancio y desidia, acercándome cada vez más al pomo de la puerta y viendo como las luces al otro lado estaban encendidas. La abrí tranquilamente, escuchando una segunda voz bastante enfadada:

— ¿¡Se puede saber qué coño haces a estas horas, jodiendo el sueñ--!? —gritaba con vehemencia un señor algo más mayor pero que parecía un cadete a pesar de ello. Estaba rojo del enfado y amenazaba con la mano a un chaval pelirrojo frente a él, claramente conmocionado. Di un rápido paso y me planté en el pasillo, frente al enajenado y al otro lado de la víctima.

— ¿No ve que está usted haciendo lo mismo, señor…? —dije con suavidad y una voz tenue pero medida para ser relajante. Trataba de ser lo más educado posible para no enfadarle aún más—. Me encargaré a partir de ahora de él, así que le ruego que entre a su cuarto a dormir; ya no dará más la lata —aclaré con la mayor de las confianzas en mi tono, sonriente. El otro interlocutor se limitó a chasquear la lengua y dejar asomar una clara muestra de desagrado, entornando la entrada de su habitación, pasando el umbral y cerrando con demasiada fuerza. Yo le tendí la mano entonces al chico, tratando de parecer amable—. ¿Qué te ha pasado para levantar a todos, incluido a mí?